Ireneo, Contra herejes Liv.3 ch.17

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3.6. El Espíritu Santo descendió sobre Jesús


Sino que dijeron la realidad, esto es, que el Espíritu Santo había descendido sobre él en forma de paloma (Mt 3,16 Mc 1,10 Lc 3,22), el mismo Espíritu del que está escrito: "Y reposará sobre él el Espíritu del Señor" (Is 11,2), como antes hemos dicho. Y también: "El Espíritu del Señor está sobre mí, por eso me ungió" (Is 61,1). Es el Espíritu del que dijo el Señor: "Pues no sois vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros" (Mt 10,20). Y también al darles a los discípulos el poder de la regeneración en Dios, les dijo: "Id y enseñad a todas las naciones, y bautizadlas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19) (259). Por los profetas había prometido que lo derramará en los últimos tiempos sobre sus siervos y siervas, para que profeticen (Jl 3,1-2). Por eso también descendió sobre el Hijo de Dios hecho Hijo del Hombre, para acostumbrarse a habitar con él en el género humano, a descansar en los hombres y a morar en la criatura de Dios, obrando en ellos la voluntad del Padre y renovándolos de hombre viejo a nuevo en Cristo.

17,2. Este Espíritu es el que David pidió para el género humano, diciendo: "Confírmame en el Espíritu generoso" (Ps 51,14). (260) De él mismo dice Lucas (Ac 2), que descendió en Pentecostés sobre los Apóstoles, con potestad sobre todas las naciones para conducirlas a la vida y hacerles comprender el Nuevo Testamento: por eso, provenientes de todas las lenguas alababan a Dios, (930) pues el Espíritu reunía en una sola unidad las tribus distantes, y ofrecía al Padre las primicias de todas las naciones.

(259) Los gnósticos niegan la salvación de la carne, y por ende la regeneración bautismal para la vida eterna. Ireneo afirma esta última en varios pasajes: ver V, 2,2; 15,3; D 3 y 100.

(260) En el texto latino de Ireneo se lee: "In spiritu principali", según la Vetus Latina.

3.6.1. Obra del Espíritu Santo



Para ello el Señor prometió que enviaría al Paráclito que nos acercase a Dios (Jn 15,26 Jn 16,7). Pues, así como del trigo seco no puede hacerse ni una sola masa ni un solo pan, sin algo de humedad, así tampoco nosotros, siendo muchos, podíamos hacernos uno en Cristo Jesús, sin el agua que proviene del cielo. Y así como si el agua no cae la tierra árida no fructifica, así tampoco nosotros, siendo un leño seco, nunca daríamos fruto para la vida, si no se nos enviase de los cielos la lluvia gratuita. Pues nuestros cuerpos recibieron la unidad por medio de la purificación (bautismal) para la incorrupción; y las almas la recibieron por el Espíritu (261). Por eso una y otro fueron necesarios, pues ambos nos llevan a la vida de Dios.

(261) Texto extremamente rico sobre la obra del Espíritu Santo en nosotros; envía a los Apóstoles a las naciones, da la vida, hace comprender el Nuevo Testamento, une los pueblos distantes, ofrece al Padre la primicia de las naciones, nos une en Cristo, nos hace dar fruto, nos purifica por el bautismo, nos da la incorrupción.

3.6.2. Otras figuras del Espíritu Santo


Nuestro Señor, por su misericordia, se dirigió a la samaritana pecadora (Jn 4,7) que no permaneció con un marido, sino que fornicó uniéndose a muchos: se le mostró y le prometió el agua viva, para que no tuviese ya más sed, ni se fatigase yendo a sacar agua con esfuerzo, teniendo en sí una bebida que salta hasta la vida eterna (Jn 4,14). Habiendo recibido el Señor este don del Padre, él mismo lo donó a quienes participan de él, enviando el Espíritu Santo a toda la tierra.

17,3. Gedeón el israelita (Jg 6,37), a quien Dios eligió para que salvase al pueblo de Israel del dominio de los extranjeros, previó la donación de esta gracia, cuando cambió la petición acerca del vellón de lana, sobre el cual primero había caído el rocío, que era tipo del pueblo; así profetizó la aridez que habría de venir; esto es, que ellos ya no tendrían de parte de Dios al Espíritu Santo, como dice Isaías: "Y mandaré a las nubes que no lluevan sobre ella" (Is 5,6). Sobre toda la tierra caía el rocío, esto es, el Espíritu de Dios que descendió sobre el Señor: "Espíritu de sabiduría e inteligencia, Espíritu de consejo y virtud, Espíritu de piedad y ciencia, Espíritu del temor de Dios" (Is 11,2-3), el mismo que también dio a la Iglesia al enviar desde el cielo al Paráclito sobre toda la tierra; por eso dice el Señor que el diablo fue arrojado como un rayo (Lc 10,18). Por este motivo necesitamos el rocío de Dios, para no quemarnos, ni volvernos infructuosos, y para que, teniendo un acusador, tengamos también al Abogado.

El Señor encomendó al Espíritu Santo al hombre que había caído en manos de ladrones y del que se compadeció, vendó sus heridas y le dio dos denarios: para que, recibiendo por el Espíritu la imagen y la inscripción del Padre y del Hijo, hagamos fructificar el denario (931) que se nos ha dado, y lo devolvamos multiplicado al Señor.

3.7. Error gnóstico: distinguir dos Cristos


17,4. El Espíritu, pues, descendió según la Economía. Y el Hijo Unigénito de Dios, que es el Verbo del Padre, una vez llegada la plenitud del tiempo, se encarnó en un hombre por el hombre y cumplió toda la Economía según su humanidad, siendo nuestro Señor Jesucristo uno y el mismo, según dio de ello testimonio nuestro Señor Jesucristo y lo confesaron los Apóstoles. Así quedaron al descubierto como mentirosas todas las doctrinas de quienes inventaron Ogdóadas y Tétradas, e imaginaron distinciones sobre distinciones. Estos han matado al Espíritu, y piensan que uno es el Cristo y otro es Jesús, y por eso enseñan que Cristo no es uno, sino muchos. Y aun cuando los afirmen unidos, enseñan que uno estuvo sujeto a la pasión, en cambio el otro se mantuvo impasible, y que este último ascendió al Pléroma. Mientras el primero permaneció "en las regiones intermedias", al mismo tiempo el segundo se banquetea y deleita "en las regiones invisibles e indescriptibles", y el primero "se sienta con el Demiurgo" neutralizando su poder.

Por eso es necesario que tanto tú, como todos cuantos leen este escrito y se preocupan por su salvación, no sucumban de inmediato apenas escuchan sus predicaciones. Como arriba dijimos, ellos hablan de manera semejante a los fieles; pero entienden las cosas de modo no sólo distinto, sino opuesto; y mediante todas estas prédicas llenas de blasfemias matan a quienes por la semejanza de las palabras echan sobre sí el veneno de ideas diversas; por ejemplo si alguno por leche diese yeso mezclado con agua, seduciría por la semejanza del color, como dijo un predecesor nuestro, (932) acerca de todos los que pervierten las cosas de Dios y adulteran la verdad: "Mezclan perversamente el yeso con la leche de Dios".


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3.8. Testimonios de Pablo y de Cristo

3.8.1. Preexistencia del Verbo y encarnación


18,1. Hemos demostrado, pues, con toda evidencia, que "el Verbo existente ante Dios, por el cual fueron hechas todas las cosas" (Jn 1,2-3) y que siempre ha estado presente al género humano, este mismo en los últimos tiempos, en el momento decidido por el Padre, se unió a su creatura y se hizo hombre pasible. Con ello se refuta todo ataque de quienes argumentan: "Luego, si nació en el tiempo, Cristo no existía". Pues ya probamos que el Hijo de Dios no empezó a existir entonces, sino siempre ante el Padre.

Pero cuando se hizo hombre recapituló en sí mismo toda la historia de los seres humanos y asumiéndonos en sí nos concede la salvación; de manera que, cuanto habíamos perdido en Adán (es decir el haber sido hechos "a imagen y semejanza de Dios" (Gn 1,26), lo volviésemos a recibir en Jesucristo.

3.8.2. Doctrina de Pablo


18,2. Mas, como no era posible a aquel hombre que había sido vencido y había caído por la desobediencia, rehacerse y obtener el premio de la victoria, así también era imposible al hombre caído en el pecado recibir la salvación. Por eso el Hijo, o sea el Verbo que existía ante el Padre, que descendió y se encarnó, habiéndose abajado hasta la muerte para consumar la Economía de nuestra salvación, llevó a cabo ambas cosas. Y para exhortarnos a creer sin vacilación, dice: "No digáis en vuestro corazón: ¿Quién ascenderá al cielo? Lo que equivale a abajar a Cristo. O bien: ¿Quién bajará al abismo? Es decir, para hacer surgir a Cristo de entre los muertos" (Rm 10,6-7), de donde añade: "Pues si confiesas con tu boca a Jesús el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo" (Rm 10,9). Y ofrece el motivo por el cual el Verbo de Dios actuó de esta manera: "Para esto Cristo venció por su muerte y resurrección: para ser Señor de vivos y muertos" (Rm 14,9). Y añade en su Carta a los Corintios: "De nuestra parte, predicamos a Jesucristo crucificado" (1Co 1,23), y más adelante: "El cáliz de bendición que (933) bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo?" (1Co 10,16).

18,3. ¿Quién es aquel con quien entramos en comunión en forma de alimento? (262) ¿Acaso el "Cristo de arriba" que ellos imaginan, el cual sería más extenso que Horus, o sea hasta el Límite (del Pléroma), y habría formado "la Madre de ellos"? (263) ¿No es más bien el Emmanuel nacido de la Virgen, que comió mantequilla y miel, del cual dice el profeta: "Es un hombre, ¿quién lo conoce?" (Jr 17,9). Este es aquel del que Pablo predicaba: "Os he transmitido, en primer lugar, que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, y fue sepultado; y que resucitó al tercer día según las Escrituras" (1Co 15,3-4).

(262) Por el contexto se refiere a la verdadera encarnación de Cristo, celebrada en la Eucaristía, contra los gnósticos docetas, y termina con la cita de 1Co 10,16, sobre el cáliz de la sangre de Cristo.

(263) La Madre de ellos, que presumen de pneumáticos. Recuérdese que la cruz de Jesús se convierte para los gnósticos en sólo una expresión simbólica (mítica) del Cristo superior que se extendió sobre el Límite (Cruz), para dar substancia pneumática a la Sabiduría (Madre de los gnósticos) que salió del Pléroma. Por eso el pneuma (la substancia de ellos) es una semilla del Pléroma extraviada en la materia, libre de la cual deberá retornar a su origen mediante la gnosis: en esto consiste su salvación. Por eso el Cristo superior es también el "Salvador de lo alto". San Ireneo les contrapone la doctrina revelada: el Salvador de los seres humanos no es otro que el Cristo nacido de la Virgen, el Emmanuel, que verdaderamente ha muerto y resucitado por nosotros.

3.8.3. "Cristo" supone: el que ungió, el ungido y la unción


Es claro que Pablo no conoce a otro Cristo, sino sólo al que sufrió, fue sepultado y resucitó, que nació, a quien denomina hombre. Pues habiendo dicho: "Si de Cristo se predica que ha resucitado de entre los muertos" (1Co 15,12), presenta los motivos de la encarnación: "Porque por un hombre entró la muerte, y por un hombre la resurrección de los muertos" (1Co 15,21). Y en todos lados en que habla de la pasión de nuestro Señor, y de su humanidad y muerte, usa sólo el nombre de Cristo, como en aquello: "No vayas a destruir por cuestiones de comida a aquel por quien Cristo murió" (Rm 14,15). Y también: "Mas ahora en Cristo vosotros, los que un tiempo estabais lejos, (934) os habéis acercado en la sangre de Cristo" (Ep 2,13). Y también: "Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose maldición por nosotros; porque está escrito: Maldito todo el que cuelga del madero" (Ga 3,13). Y además: "Tu hermano débil se pierde por tu ciencia, aquel por el que murió Cristo" (1Co 8,11), queriendo indicar que no descendió sobre Jesús el Cristo impasible; sino que, siendo él mismo Jesucristo, sufrió por nosotros, murió y resucitó, descendió y ascendió (Ep 4,10): es el Hijo de Dios hecho Hijo del Hombre, como lo significa el nombre mismo. Pues en el mismo nombre de Cristo se suponen uno que ungió, el que fue ungido, y la unción misma con la que fue ungido. Lo ungió el Padre, fue ungido el Hijo, en el Espíritu Santo, que es la unción; como dice la expresión de Isaías: "El Espíritu del Señor sobre mí, por eso me ungió" (Is 61,1 Lc 4,18). Con estas palabras señaló al Padre como "el que unge", al Hijo como "el ungido", y "la unción", que es el Espíritu.

3.8.4. La prueba del martirio


18,4. El Señor mismo señaló claramente quién era el que sufría. Pues, habiendo preguntado a los discípulos: "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?" (Mt 16,13), Pedro le respondió: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente" (Mt 16,16). El Señor lo alabó: "No te lo han revelado la carne y la sangre, sino el Padre que está en los cielos" (Mt 16,17), y con ello manifestó que el Hijo del Hombre es Cristo, Hijo del Dios vivo. Pues (el evangelista) añade: "Desde ese momento empezó a advertir a sus discípulos que debía subir a Jerusalén y sufrir mucho de manos de los sacerdotes, que había de ser condenado y crucificado, y había de resucitar al tercer día" (Mt 16,21 Mc 8,31 Lc 9,22). De este modo, la misma persona a quien Pedro reconoció como Cristo, que le respondió que era el Padre quien se había revelado al Hijo del Dios vivo, también añadió que debía sufrir mucho y ser crucificado. Entonces Pedro lo increpó, llevado por un modo de pensar humano, oponiéndose a la pasión de Cristo.

(935) "Y dijo a los discípulos: ¡Si alguno quiere venir detrás de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga! Pues quien quisiere salvar su vida la perderá, y quien la perdiere por mí la salvará" (Mt 16,24-25 Mc 8,34-35 Lc 9,23-24). Esta es la predicación abierta de Cristo: que él es el Salvador de quienes por confesarlo serán entregados a la muerte y perderán su vida.

18,5. Mas, si no hubiese sufrido, sino que hubiese "volado abandonando a Jesús", ¿por qué habría de exhortar a sus discípulos a tomar la cruz y seguirlo, si, según ellos dicen, él mismo no la cargaba, pues habría abandonado la Economía de la pasión? Porque no dijo lo anterior refiriéndose a "la gnosis de la Cruz Superior" (como algunos se atreven a enseñar), sino de la pasión que debía él mismo sufrir, y por eso preparó a sus discípulos para la pasión que él mismo había de sobrellevar: "Quien quisiere salvar su vida la perderá, y quien la perdiere por mí la encontrará" (264). Y, como sus discípulos también habrían de sufrir por él, decía a los judíos: "Mirad que os envío profetas, sabios y maestros, y vosotros los mataréis y crucificaréis" (Mt 23,34), mientras preparaba a sus discípulos: "Seréis llevados ante gobernadores y reyes por mi causa" (Mt 10,18 Mc 13,9), y les decía: "A algunos de vosotros los azotarán, matarán y perseguirán de ciudad en ciudad" (Mt 23,34).

En consecuencia, sabía quiénes habrían de sufrir la persecución, quiénes habrían de ser azotados y muertos por él. Y no les hablaba de una Cruz Superior, sino de la pasión que él debía sufrir primero, y en seguida sus discípulos. Por eso los exhortaba: "No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Temed más bien a aquel que tiene el poder de mandar el cuerpo y el alma a la gehenna" (Mt 10,28), y también les pedía ser firmes en la confesión de su fe en él, pues les prometía confesar ante su Padre a aquellos que confesasen su nombre ante los seres humanos, negar a aquellos que lo negasen (Mt 10,32-33) y avergonzarse de aquellos que se avergonzaran de confesarlo (Mt 8,38).

(264) Repite este fragmento, con una ligera variante.

3.8.5. Los gnósticos desprecian a los mártires


(936) Y, con todo esto, algunos todavía tienen la desvergüenza de despreciar aun a los mártires, de ofender a quienes mueren por la confesión del Señor y que, llevando sobre sí todos los sufrimientos que el Señor predijo, se esfuerzan por seguir las huellas de la pasión del Señor dando así testimonio del que por ellos ha padecido. Entregamos a los herejes en las manos de los mismos mártires; pues cuando "se pedirá cuenta de su sangre" (Lc 11,50 Ap 19,2) y consigan su gloria, entonces Cristo condenará a quienes han deshonrado a sus mártires.

Y, sin embargo, el Señor suplicó desde la cruz: "¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!" (Lc 23,34). Se revela aquí la generosidad, paciencia, misericordia y bondad de Cristo, pues él mismo, en el momento de sufrir, excusaba a aquellos que tan mal lo trataban. El mismo hizo efectiva en la cruz la palabra de Dios que nos había comunicado: "Amad a vuestros enemigos, orad por los que os odian" (Mt 5,44 Lc 6,27-28), pues tanto amó a la raza humana, que hasta perdonó a sus asesinos.

Ahora bien, si alguno de quienes predican a dos (265) los ponen en una balanza, hallaría mucho mejor, paciente y verdaderamente bueno a aquel que en sus mismas heridas, sufrimientos y todo cuanto le hicieron, se muestra benigno y no se acuerda de los males contra él cometidos, que aquel que volando abandonó a Jesús sin sufrir ninguna ofensa ni oprobio.

(265) Es decir, el Jesús de la Economía y el Cristo superior que lo abandonó antes de la pasión.

3.8.6. Contra los docetas


18,6. Lo mismo vale para quienes dicen que sólo "sufrió en apariencia". Porque si no sufrió verdaderamente, no le debemos agradecer nada, pues a nada se reduce su pasión; y cuando nosotros comencemos a sufrir de verdad, parecerá que nos engaña cuando nos exhorta a poner también la otra mejilla (Lc 6,29 Mt 5,39), si es que él no sufrió primero en verdad; y así como habría mentido cuando hizo parecer a ellos lo que no era, también nos miente cuando nos exhorta a sobrellevar aquellas cosas que él no soportó. Estaríamos entonces sobre el Maestro (Mt 10,24 Lc 6,40), al sufrir y someternos a aquello que ni sufrió ni soportó el Maestro.

3.8.7. Motivo de la Encarnación


Pero como sólo el Señor es nuestro verdadero Maestro, y el Hijo de Dios bueno y paciente, el Verbo de Dios Padre se hizo Hijo del Hombre. Luchó y venció; (937) porque era un hombre que luchó por los padres (266), y por la obediencia disolvió su desobediencia (Rm 5,19), ató al fuerte (Mt 12,29 Mc 3,27), liberó a los débiles y donó la salvación a su criatura, destruyendo el pecado; pues es "el Señor clemente y compasivo" (Ps 103,8 Ps 145,8) que ama la raza humana.

18,7. Como hemos dicho, hizo retornar y volvió a unir al hombre con Dios (267). Pues si el hombre no hubiese vencido al enemigo del hombre, el enemigo no habría sido vencido justamente. Y también si Dios no hubiese donado la salvación, no la tendríamos con seguridad. Y si el hombre no hubiese sido unido a Dios, no podría haber participado de la incorrupción. Convenía, pues, que el Mediador entre Dios y los hombres (1Tm 2,5) por su propia familiaridad condujese ambos a la familiaridad, amistad y concordia mutuas, para que Dios asumiese al hombre y el hombre se entregase a Dios. ¿Pues de qué manera podíamos ser partícipes de su filiación (Ga 4,5) si no la recibiésemos por medio del Hijo por la comunión con él, si él, su Verbo, no hubiese entrado en comunión con nosotros haciéndose carne (Jn 1,14)? Por eso pasó a través de todas la edades, para restituir a todos la comunión con Dios.

Así pues, quienes dicen que sólo en apariencia se manifestó, no naciendo en la carne ni haciéndose verdaderamente hombre, todavía están bajo la antigua condena, dando sostén al pecado, sin vencer por medio de él a la muerte, la cual "reinó desde Adán hasta Moisés, y sobre todos los que no pecaron, a semejanza de la transgresión de Adán" (Rm 5,14). Cuando la Ley vino por medio de Moisés y dio testimonio sobre el pecado, que "es pecador" (Rm 7,13), le quitó su reinado, le probó que no era rey sino ladrón y lo mostró homicida (Rm 7,11-13), pero también gravó al hombre que tenía en sí el pecado, (938) revelando que era reo de muerte (268) (Rm 7,14-24); pues siendo espiritual la Ley (Rm 7,14), sólo puso al desnudo el pecado (Rm 7,7) pero no lo mató; porque el pecado no dominaba sobre el Espíritu, sino sobre el hombre.

Convenía, pues, que aquel que estaba por matar el pecado y por redimir al hombre reo de muerte, se hiciese lo mismo que es éste, o sea el hombre que por el pecado había sido sometido a la servidumbre y estaba bajo el poder de la muerte (Rm 5,12 Rm 6,20-21), para que el pecado fuese arrancado por un hombre a fin de que el hombre escapase de la muerte. "Porque así como por la desobediencia de un hombre", el primero que había sido plasmado de la tierra no trabajada (Gn 2,7), "muchos fueron constituidos pecadores" y perdieron la vida, "así" convenía que "por la obediencia de un hombre", el primero engendrado de una Virgen, muchos fuesen justificados y recibiesen la salvación (Rm 5,19). Así es como el Verbo de Dios se hizo hombre, como también dice Moisés: "Dios, sus obras son verdaderas" (Dt 32,4). Pero si no se hizo carne sino apariencia de carne, entonces no era verdadera su obra. ¡No! Lo que parecía, eso era: el Dios del hombre recapitulaba en sí su antigua creación, para matar por cierto el pecado, dejar vacía la muerte (2Tm 1,10) y dar vida al hombre. Por eso "sus obras son verdaderas" (Dt 32,4).

(266) Es decir, por Adán y Eva.

(267) La recapitulación del hombre, cuyo fruto es la reconciliación de la raza pecadora con Dios para vencer la muerte y gozar de la incorrupción, supone en nuestra Cabeza, para que sea mediador: 1º una verdadera humanidad, que lo haga nuestro representante verdadero; 2º ser verdadero Dios, de otro modo sería incapaz de darnos la salvación; 3º ser uno solo (en el siglo V se hablaría de la unidad de hipóstasis y persona) para unir nuestra humanidad con Dios.

(268) De hecho el hombre es esclavo de la muerte (V, 19,1), pero no por naturaleza, sino por su pecado. La muerte no es secuela de su ser humano, sino de su pecado: ver III, 19,1; 22,4; 23,1.3.6-7; IV, Pr 4 4,1; 22,1; 28,3; 33,4; 39,1; V, 3,1; 10,2; 11,2; 14,4; 19,1; 21,1-2; 23,1-2; 27,2; 34,2; D 15, 31.


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3.9. Jesús no es un simple hombre (contra ebionitas y judaizantes)


19,1. Además, quienes dicen que era un simple hombre engendrado por José, perseverando en la servidumbre de la antigua desobediencia mueren, por no mezclarse con el Verbo de Dios Padre, ni participar de la libertad del Hijo, como él mismo dice: "Si el Hijo os libera, seréis libres en verdad" (Jn 8,36). Desconociendo al Emmanuel nacido de la Virgen (Is 7,14) se privan de su don, que es la vida eterna (Jn 4,10); no recibiendo al Verbo de la incorrupción, permanecen en la muerte carnal; y son deudores de la muerte, no recibiendo el antídoto de la vida. (939) A ellos les dice el Verbo, exponiéndoles el don de su gracia: "Yo dije: todos sois dioses e hijos del Altísimo; pero como hombres moriréis" (Ps 82,6-7). Esto dijo a quienes no recibían el don de la filiación adoptiva, sino menospreciando la encarnación por la concepción pura del Verbo de Dios, privan al hombre de su elevación hacia Dios, y así desagradecen al Verbo de Dios hecho carne por ellos. Para eso se hizo el Verbo hombre, y el Hijo de Dios Hijo del Hombre, para que el hombre mezclándose con el Verbo y recibiendo la filiación adoptiva, se hiciese hijo de Dios. Porque no había otro modo como pudiéramos participar de la incorrupción y de la inmortalidad, a menos de unirnos a la incorrupción y a la inmortalidad. ¿Pero cómo podíamos unirnos a la incorrupción y a la inmortalidad, (940) si primero la incorrupción y la inmortalidad no se hacía cuanto somos nosotros, "para que se absorbiese" lo corruptible en la incorrupción y "lo mortal" en la inmortalidad (1Co 15,53-54 2Co 5,4) "para que recibiésemos la filiación adoptiva" (Ga 4,5)?

3.9.1. Preexistencia del Verbo


19,2. Por esto "¿quién describirá su generación?" (Is 53,8) Porque "es un hombre, ¿quién lo reconocerá?" (Jr 17,9). Lo reconocerá aquel a quien el Padre que está en los cielos lo revele (Mt 16,17), para que entienda que "no de la voluntad de la carne ni de la voluntad de varón" (Jn 1,13) ha nacido el Hijo del hombre (Mt 16,13), que es "el Cristo, el Hijo del Dios viviente" (Mt 16,16). Que ninguno de entre todos los hijos de Adán sea llamado Dios por sí mismo, o proclamado Señor, lo hemos demostrado por las Escrituras; y que él solo entre todos los hombres de su tiempo sea proclamado Dios y Señor, siempre Rey, Unigénito y Verbo encarnado, por todos los profetas y Apóstoles y aun por el mismo Espíritu, es cosa que pueden ver todos aquellos que acepten un poco de la verdad.

3.9.2. Verdadero Dios y hombre


Las Escrituras no darían todos estos testimonios acerca de él, si fuese sólo un hombre semejante a todos. Pero como tuvo una generación sobre todas luminosa, del Padre Altísimo (Is 53,8), y también llevó a término la concepción de la Virgen (Is 7,14), las divinas Escrituras testimonian ambas cosas sobre él: que es hombre sin belleza y pasible (Is 53,2-3), que se sentó sobre el pollino de una asna (Za 9,9), que bebió hiel y vinagre (Ps 69,22), que fue despreciado (941) del pueblo y que descendió hasta la muerte (Ps 22,7); pero también que es Señor santo y Consejero admirable (Is 9,5), hermoso a la vista (Ps 45,3), Dios fuerte (Is 9,5), que viene sobre las nubes como Juez de todos (Da 7,13). Esto es lo que las Escrituras profetizan de él.

19,3. En cuanto hombre, lo era para ser tentado; en cuanto Verbo, para ser glorificado; el Verbo se reposó para que pudiera ser tentado, deshonrado, crucificado y muerto, (1Co 15,53-54 2Co 5,4), habitando en aquel hombre (269) que vence y soporta (el sufrimiento) y se comporta como hombre de bien y resucita y es asumpto al cielo. Este es el Hijo de Dios, Señor nuestro, Verbo existente del Padre e Hijo del Hombre porque nació de (ex) la Virgen María; que tuvo su origen de los hombres pues ella misma era un ser humano (ánthropos); tuvo la generación en cuanto hombre, y así llegó a ser Hijo del Hombre.

(269) Me parece que el texto latino traduce pobremente (y desde una teología posterior, erróneamente, pues sería una fórmula monofisita atribuida a Ireneo) el original griego: sygginoménou dè tô anthrópo: "absorto autem homine in eo queod vincit et sustinet...", y la traducción francesa de F. Sagnard, SC 211, p. 337: "était absorbé (dans le Verbe)...". El verbo syggínomai no significa absorber, sino estar (o habitar) en.


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3.9.3. Figuras proféticas


Por eso el Señor mismo nos ha dado "un signo en lo profundo, o en lo más alto" (
Is 7,11) que el ser humano no pidió, pues ni siquiera podía soñar en una virgen preñada, o que una virgen pudiese dar a luz a un hijo y qu$e el así dado a luz fuese "Dios con nosotros" (Is 7,14) y que descendiese a lo más hondo de la tierra "para buscar la oveja perdida" (Lc 15,4-6) (es decir, su propio plasma) (270), y retornase a las alturas (Ep 4,10) para ofrecer y encomendar al Padre a los seres humanos, haciendo de sí mismo la "primicia de la resurrección" (1Co 15,20) del hombre. De manera que, así como "la cabeza" resucitó "de entre los muertos", así también todo "el cuerpo" resucitará (es decir, todo ser humano al que encuentre en vida (271), una vez cumplido el tiempo de su condenación por la desobediencia) "de quien a través de los nervios y ligamentos recibe el crecimiento que Dios quiere" (Col 2,19 Ep 4,16), manteniendo cada uno de los miembros el propio lugar que le conviene en el conjunto del cuerpo (1Co 12,18), pues muchos son los miembros de un cuerpo, así como "muchas mansiones hay en la casa del Padre" (Jn 14,2).

(942) 20,1. Habiendo pecado el ser humano, Dios se mostró magnánimo al prever la victoria que le concedería por medio del Verbo. Pues, como "el poder se muestra en la debilidad" (2Co 12,9), ésta hizo brotar la benignidad y magnificencia del poder de Dios. En viejos tiempos permitió que la ballena tragase a Jonás, no para que lo absorbiera y lo hiciera perecer, sino para que, vomitado, más se sujetara a Dios, diera gloria a aquel que de modo tan inesperado le había devuelto la salvación, y predicara a los ninivitas una seria penitencia para que se convirtiesen al Señor que los podía librar de la muerte, al ver con temor aquel signo que se había realizado en Jonás. Esto afirma de ellos la Escritura: "Y se volvieron cada uno de su mal camino y de la injusticia de sus manos, diciendo: ¿Acaso Dios se arrepentirá y retirará de nosotros su ira, para que no muramos?" (Jon 3,8-9).

Como se ve, desde el principio Dios tuvo paciencia con el hombre tragado por la ballena al cometer la prevaricación, y no lo dejó morir del todo; sino que planeó de antemano y preparó la venida de la salvación que el Verbo realizaría mediante el signo de Jonás, en favor de los que tuvieron en el Señor la misma fe que tuvo Jonás, y lo confesaron diciendo: "Yo soy un siervo del Señor, y rindo culto al Señor Dios del cielo que hizo el mar y la tierra" (Jon 1,9). Así lo hizo a fin de que el hombre, acogiendo la salvación, se haga inseparable de Dios, resucite y glorifique al Señor con la misma voz de Jonás: "Clamé al Señor mi Dios en mi tribulación, y me escuchó desde el seno del infierno" (Jon 2,2), y permanezca siempre glorificando a Dios y dándole gracias por la salvación que éste le ha brindado, "de modo que ninguna carne se gloríe delante del Señor" (1Co 1,29), ni acepte acerca de Dios ninguna idea contraria, pensando que la incorrupción prometida es cosa que le pertenece por naturaleza. (943) Esto sería dejar de lado la verdad, para jactarse con vana altivez de ser igual a Dios por naturaleza. Una tal actitud ha vuelto al ser humano más ingrato con aquel que lo ha hecho, lo ha ofuscado para no ver el amor que Dios le ha tenido, y le ha cegado los sentidos para que no alcance a ver la dignidad de Dios, cuando se compara con Dios y se juzga a sí mismo igual a él.

(270) Para los gnósticos la oveja perdida era el símbolo (mito) del Eón extraviado que el Salvador vino a buscar para volverlo al Pléroma mediante el conocimiento (ver I, 8,4; 23,3; II, 5,2; 24,6). Para San Ireneo la oveja extraviada es el ser humano destinado a la vida divina, que por el pecado ha errado y necesita que el Pastor asuma su carne para buscarla. Ver D 33.

(271) O puede ser la lección: "a todo ser humano que encuentre en el camino", en referencia a la parábola de la oveja perdida apenas citada.

3.9.4. La Economía divina


20,2. Esta ha sido la generosidad de Dios: que, habiendo el ser humano experimentado todo, le diera a conocer la Ley; que en seguida lo hiciera llegar a la resurrección de entre los muertos, a sabiendas de la experiencia (272) por la cual ha sido liberado. De esta manera siempre deberá agradecer al Señor, una vez conseguida la incorrupción, y amarlo más, pues "más ama aquel a quien más se perdona" (Lc 7,42-43). (El hombre) conociéndose a sí mismo como débil y mortal, entienda que Dios es a tal punto inmortal y poderoso, que concede al mortal la inmortalidad y al temporal la eternidad; y también comprenda todo el poder de Dios que se ha manifestado en el mismo (hombre), a fin de que advierta cómo el mismo Dios le ha enseñado su propia grandeza.

Porque la gloria del hombre es Dios. Y, a su vez, el ser humano es el recipiente de toda la obra de Dios, y de su poder y sabiduría (273). Así como el verdadero médico muestra serlo al curar a los enfermos, así también Dios se manifesta a los hombres. Por eso Pablo dice: "Dios ha encerrado a todos en la incredulidad, para tener misericordia de todos" (Rm 11,32). Al decir esto no se refiere a "Eones espirituales", sino al ser humano que desobedeció a Dios y fue echado de la inmortalidad, y más tarde alcanzó la misericordia al dársele mediante el Hijo de Dios la filiación que ha conseguido.

Quien mantiene sin inflarse ni jactarse la verdadera gloria (274) de las cosas creadas y de su Hacedor (el Dios omnipotente que a todas ha concedido la existencia), y permanece en su amor, sometido a él (944) y en acción de gracias, recibirá de Dios una mayor gloria, y más aprovechará haciéndose semejante a aquel que por él ha muerto. Pues se hizo "semejante a la carne del pecado" (Rm 8,3) a fin de condenar el pecado y una vez condenado echarlo de la carne, para de esta manera hacer crecer en su semejanza al ser humano, llamándolo a ser imitador de Dios, sometiéndolo a la Ley que lo lleva a contemplar a Dios, y dándole la capacidad de captar al Padre. El Verbo de Dios habitó en el ser humano (Jn 1,14) y se hizo Hijo del Hombre, a fin de que el hombre se habituase a recibir a Dios y Dios se habituase a habitar en el hombre, según agradó al Padre.

(272) Es decir, la pasión y muerte experimentada por el Hijo.

(273) Un bello rasgo de la espiritualidad de San Ireneo. Dios revela al hombre su condición de pecador condenado a la muerte, pero destinado a la salvación por un plan de amor, en cuya realización descubre la omnipotencia divina. Pero el énfasis no está puesto en la miseria humana, sino en la misericordia del Padre. Por eso el sentimiento que esta revelación incita en el ser humano, no es el de humillación, sino el de gratitud y amor de correspondencia. Y de este modo el hombre, que en sí mismo no encontraría sino miseria y muerte, halla en Dios su gloria, es decir, la manifestación de lo que él es realmente: el objeto del amor sin medida, del poder y de la sabiduría de Dios.

(274) "La verdadera gloria (dóxa)". Claramente no se refiere a la gloria en el sentido actual (relacionada con triunfos, premios, etc. que vienen de fuera), sino en el sentido bíblico: es la dóxa (última raíz en el verbo dokéo), esto es, la manifestación de lo que se es en el interior.

3.9.5. El hombre caído necesita al Salvador


20,3. Por eso el mismo Señor ofreció como signo de nuestra salvación al Emmanuel que nació de la Virgen (Is 7,14), para indicar que era el mismo Señor que nos salvaba, ya que por nosotros mismos no éramos capaces de salvarnos. Por eso Pablo describió de esta manera la debilidad del ser humano: "Sé que nada bueno habita en mi carne" (Rm 7,18), para indicar que el bien de nuestra salvación viene de Dios y no de nosotros. Igualmente: "¡Qué miserable soy! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" (Rm 7,24), y en seguida presenta al Liberador: "Gracias a Jesucristo nuestro Señor" (Rm 7,25). Isaías escribe algo semejante: "¡Afírmense las manos débiles y las rodillas vacilantes, animaos, pusilánimes de corazón, tened valor y no temáis! He aquí que nuestro Dios ejercerá el juicio y hará justicia. Vendrá y nos salvará" (Is 35,3-4). Es claro: nosotros no podemos salvarnos sino con la ayuda de Dios.

20,4. Y como ni un simple hombre nos salva, ni un ser sin carne (pues sin carne existen los ángeles), predicó diciendo: "No fue un enviado ni un ángel, sino el mismo Señor quien los salvará; porque los ama los perdonará y él mismo (945) los liberará" (Is 63,9). Y que éste se haría un verdadero hombre visible, siendo al mismo tiempo el Verbo Salvador, Isaías dice: "Ciudad de Sion, tus ojos verán a nuestro Salvador" (Is 33,20). Y, como no era sólo un hombre el que moría por nosotros, añadió: "El Señor, el Santo de Israel, se acordó de sus muertos que dormían en la tierra del sepulcro, y bajó a llevarles la Buena Nueva de la salvación que viene de él, para salvarlos". (275) El profeta Amós confirma lo mismo: "El se volverá a nosotros y nos hará misericordia, hará desaparecer nuestras injusticias y arrojará a lo profundo del mar nuestros pecados" (Miq 7,19). (276) E incluso señala el lugar de su venida: "Desde Sion ha hablado el Señor, y desde Jerusalén hará oír su voz" (Am 1,2). Y, como el Hijo de Dios, que es Dios, vendrá de la parte sur (277), de la heredad de Judá, donde se hallaba también Belén, en la cual el Señor nació y desde la cual desparramó su alabanza en toda la tierra, Habacuc profetizó: "Dios vendrá del sur (278) y el Santo del monte Efrem; su poder ha cubierto el cielo y la tierra está llena de su alabanza; el Verbo irá delante de él y sus pies avanzarán por los campos" (Hab 3,3-5). Quiso dar a entender que es Dios, y que su venida como hombre tendría lugar en el monte Efrem, que queda al sur de la heredad. Y cuando dice "sus pies avanzarán por los campos" ofrece un signo propio de un ser humano.

(275) No conocemos este texto, que no se halla en la Biblia. En otros pasajes Ireneo lo cita, pero en IV, 22,1 lo atribuye a Jeremías, y al "profeta" en V, 31,1. También lo cita en IV, 22,13; IV, 33,1.12. En D 78 también lo atribuye a Jeremías (cf. edición en Fuentes Patrísticas 2, por E. Rmero Pose, Madrid, Ciudad Nueva 1992, p. 197 nota 1). Pudo haberlo sacado de S. JUSTINO, Diálogo con Trifón 72: PG 6,644-645. Este autor alega en ese párrafo que los judíos habrían arrancado de la Biblia pasajes de Esdras y Jeremías que se referían a la encarnación del Hijo de Dios.

(276) Nótese que atribuye a Amós un texto de Miqueas.

(277) Lit. secundum Africum.

(278) Lit. ab Africo.


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Ireneo, Contra herejes Liv.3 ch.17