Ireneo, Contra herejes Liv.3 ch.21


3.9.6. Profecía del Emmanuel


(946) 21,1. Dios, pues, se ha hecho hombre, el Señor nos ha salvado (Is 63,9) y nos ha dado él mismo el signo de la Virgen. Luego no es verdadera la interpretación de algunos que se atreven a traducir así la Escritura: "He aquí que una joven concebirá en su seno y dará a luz un hijo" (Is 7,14) (279), según han traducido Teodosio de Éfeso y Aquila del Ponto, ambos prosélitos judíos; a éstos siguen los ebionitas, quienes afirman que fue engendrado de José, disolviendo la Economía en cuanto está de su parte y frustrando el testimonio que Dios nos ofreció por los profetas.

Esta profecía tuvo lugar antes de la transmigración a Babilonia, es decir, antes de que los medos y persas gobernaran. Y los mismos judíos lo tradujeron al griego mucho tiempo antes de la venida de nuestro Señor, a fin de que los judíos no hagan recaer sobre nosotros alguna sospecha de que así lo hemos traducido para acomodarlo a nuestro modo de pensar. Ellos, si hubieran imaginado que también nosotros habríamos hecho uso de esos textos de la Escritura, no habrían dudado de quemarlos, pues revelan que todas las demás naciones participan de la vida, y muestran cómo la gracia de Dios ha desheredado a los que se glorían de ser la casa de Jacob (947) y el pueblo de Israel.

(279) El hebreo de Is 7,14 propiamente no dice bethûlâh (virgen), sino almah (joven casadera, que prescinde de si es virgen o no, aunque en su cultura se presumía serlo); pero los traductores de la biblia griega no vertieron por neânis (joven), sino por parthénos (virgen), de donde lo tomó San Mateo. Hay un desarrollo del pensamiento (y no sólo un error de versión o una elección del lenguaje) que mira en el signo que Yahvé ofrece, para indicar su propia intervención, la preñez de una virgen. Ya San Justino había argüido: ¿qué signo de una intervención especial de Dios podría ser la preñez común de una joven que concibiera como todas las demás? (ver Diálogo con Trifón 84: PG 6, 673). Por eso, siendo la traducción de los LXX la que usaron los escritores del Nuevo Testamento, San Ireneo es testigo de una tradición acerca de que esta traducción supone una especial inspiración divina (III, 21,2); por ese motivo es la que usaron los Apóstoles (ibid. 3) y que la Iglesia predica. Una vez más vemos la correspondencia entre revelación de la Escritura, Tradición apostólica y predicación de la Iglesia como argumento de la única fe.

3.9.7. Traducción del Antiguo Testamento: los LXX


21,2. Pues antes de que los Romanos estableciesen el imperio, cuando aún los macedonios dominaban sobre Asia, Ptolomeo, hijo de Layo, quiso enriquecer la biblioteca que él mismo había erigido en Alejandría, con los escritos de todos los hombres más destacados. Pidió también a judíos de Jerusalén sus Escrituras, pero traducidas al griego. Ellos entonces (pues en esa época eran súbditos de Macedonia) enviaron a Ptolomeo a los 70 más profundos conocedores de las Escrituras, prácticos en ambas lenguas, para que se pusiesen a su servicio. El, queriendo controlarlos, pues temía que se pusieran de acuerdo en esconder, al momento de traducir, la verdad de las Escrituras, (948) los separó unos de otros y mandó a cada uno de ellos que tradujera la Escritura. Esto hizo con cada uno de los libros.

Cuando se reunieron con Ptolomeo para comparar sus traducciones, Dios fue glorificado porque se probó que las Escrituras eran de verdad divinas, pues, habiendo recitado cada uno de ellos desde el principio hasta el fin con las mismas palabras y los mismos nombres, todos los presentes cayeron en la cuenta de que las Escrituras habían sido traducidas con inspiración divina.

Y nadie se admire de que Dios haya realizado tal prodigio en ellos, pues durante la cautividad a la que Nabucodonosor los arrastró se perdieron las Escrituras. Después de 70 años los judíos regresaron a su tierra, (949) y durante el imperio del rey Artajerjes de Persia, Dios inspiró a Esdras, sacerdote de la tribu de Leví, para que, recordando todas las palabras de los antiguos profetas, restituyese al pueblo la Ley que por medio de Moisés le había dado.

21,3. Fue, pues, muy grande la fidelidad con la cual la gracia de Dios hizo que fuesen traducidas las Escrituras, a partir de las cuales Dios preparó y modeló de antemano nuestra fe en su Hijo, y fueron conservadas incorruptas en Egipto, donde se había desarrollado la casa de Jacob cuando huyó del hambre que asoló la tierra de Canaán, y donde también se protegió el Señor cuando huyó de la persecución de Herodes. Y dicha traducción se hizo antes de que nuestro Señor descendiera y de que los cristianos aparecieran (pues nuestro Señor nació alrededor del año 41 del gobierno de Augusto, y muy anterior había sido Ptolomeo, bajo cuyo reinado se habían traducido las Escrituras). No tienen, pues, vergüenza esos atrevidos que ahora pretenden hacer otras traducciones cuando usamos las mismas Escrituras para argüirles y probarles la fe en la venida del Hijo de Dios.
3.9.8. Unidad de la fe, en el Espíritu Santo


(950) En consecuencia, la única fe no falseada y verdadera es la nuestra, pues halla toda su clara exposición en las Escrituras que fueron traducidas de la manera que hemos descrito, y que la Iglesia predica sin alterar nada. En efecto, los Apóstoles, siendo más antiguos que cualquiera de ellos, están de acuerdo con esta versión, y a su vez esta versión está de acuerdo con la Tradición apostólica. Pues Pedro, Juan, Mateo, Pablo y los demás, así como sus discípulos, predicaron con los textos contenidos en la traducción de los antiguos. (280)

21,4. Pues uno es el Espíritu de Dios, que por los profetas proclamó cuál y cómo sería la venida del Señor, y los antiguos interpretaron bien lo que habían dicho los profetas, y él mismo anunció por los Apóstoles que había llegado la plenitud de los tiempos de la filiación adoptiva (Ga 4,4-5), y que estaba cercano el reino de los cielos (Mt 3,2 Mt 4,7) y su inhabitación en el interior de los hombres (Lc 17,21), si creíamos en el Emmanuel nacido de la Virgen (Is 7,14). Como él mismo atestigua: "Antes de que viviesen juntos" José con María, luego cuando ella permanecía en la virginidad, "se encontró que había concebido por obra del Espíritu Santo" (Mt 1,18), y como le dijo el ángel Gabriel: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso lo que de ti nacerá, será santo y llamado Hijo de Dios" (Lc 1,35), y como el ángel dijo en sueños a José: "Esto (951) se realizó para que se cumpliese cuanto había sido dicho por el profeta Isaías: He aquí que una virgen concebirá en su seno" (Mt 1,22-23).

(280) Es decir, la Biblia llamada de los LXX es la que usaron los Apóstoles en las comunidades del Nuevo Testamento.

3.9.9. El signo de la virgen en los LXX


Veamos cómo los antiguos (los LXX) tradujeron lo que dijo Isaías: "El Señor habló de nuevo a Acaz: Pide al Señor tu Dios un signo, sea en la profundidad de la tierra o en lo alto del cielo. Y Acaz respondió: No lo pediré ni tentaré al Señor. Y dijo: Escucha, casa de David, ¿no os parece suficiente tentar a los hombres, para que también tentéis a Dios? Por eso, el mismo Señor os dará una señal. He aquí que la Virgen concebirá en su seno y dará a luz un hijo, y le pondréis por nombre Emmanuel. Comerá mantequilla y miel antes de que conozca y elija el mal, y acogerá el bien. Porque antes de que el niño conozca el bien y el mal, no consentirá en el mal, a fin de elegir el bien" (Is 7,10-16).

El Espíritu Santo, por medio de lo dicho acerca de su concepción de (ex) la Virgen, con precisión indicó su ser, porque esto significa el nombre de Emmanuel; y que es hombre, cuando dice: "Comerá leche y miel", y también al llamarlo niño, y "antes de que conozca el mal elegirá el bien"; pues todos estos son signos de un hombre pequeño. Y las palabras: "No consentirá en el mal a fin de elegir el bien", es propio de Dios; para que, no porque comería leche y miel, entendamos que es un simple hombre, ni tampoco por llamarse Emmanuel sospechemos que se trata de un Dios descarnado.

21,5. Sobre las palabras: "Escucha, casa de David" (Is 7,13), se refería al que Dios prometió a David, cuando le anunció (952) que del fruto de su vientre suscitaría un Rey para siempre (Ps 132,11). Este es el que fue engendrado de la Virgen que es de la raza de David (Lc 1,27). Por eso le prometió un Rey que fuese fruto de su vientre, lo que era propio de una Virgen preñada, y no "fruto de sus lomos y riñones", (281) lo que es propio de un varón que engendra y de la mujer que concibe por intervención de (ex) varón. La promesa de la Escritura excluye así la acción genital del hombre, ya que no había de nacer de voluntad de varón (Jn 1,13). A la inversa, establece y confirma el fruto del vientre, declarando que su concepción habría de ser de una virgen, como atestiguó Isabel llena del Espíritu Santo diciendo a María: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre" (Lc 1,41-42). Por estas palabras el Espíritu Santo significaba, para quienes quisieren escucharlo, que la promesa hecha por Dios de suscitar un Rey del fruto del vientre, se había cumplido en el parto de la Virgen, es decir de María. Así pues, quien interpreta lo que dice Isaías como: "He aquí que una joven concebirá en el vientre", y quiere que Jesús sea hijo de José, cambia enteramente la promesa hecha a David, en la cual Dios le prometió que suscitaría el reino de Cristo, del fruto de sus entrañas, o sea su cuerno (282) (Ps 132,17). Pero no entendieron; por eso tuvieron la osadía de cambiarlo.

21,6. La expresión de Isaías: "Sea en lo profundo, sea en lo alto" (Is 7,11), quiere significar (953) que "el que descendía era el mismo que ascendía" (Ep 4,10). Y en lo que dice: "El Señor mismo os dará un signo" (Is 7,14), representó lo que era inesperado de esta concepción, la cual no habría sucedido si el Señor Dios de todas las cosas, Dios mismo, no hubiese dado un signo a la casa de David. ¿Pues qué hay de grande, o qué signo puede ser el que una joven conciba de (ex) un varón y dé a luz, cosa que sucede a todas las mujeres que paren? Pero como la salvación de los hombres empezaría a hacerse de manera admirable, con el auxilio divino, por eso el parto de la Virgen fue admirable (283), dando Dios este signo, sin que el hombre interviniese en la obra.

(281) "De sus lomos y riñones", eufemismo: de su sexualidad viril. Dios había prometido que nos salvaría mediante un hijo de David: ver III, 10,4; 12,2; 16,2; 21,5.9; D 36. Esta promesa se hace real cuando Jesús nace virginalmente de María: ver III, 21,6.

(282) El cuerno del poder: símbolo de la fuerza del toro, aplicado al rey.

(283) En D 54 aplica a la concepción y parto de la Virgen el texto de Is 66,7, y comenta: "Así dio a conocer lo inesperado e inopinado de su nacimiento de la Virgen", es decir, sin dolores, como signo de la salvación que también nos ganó él de manera inopinada. San Ireneo siempre enfoca la virginidad de María desde el servicio a la Economía de su Hijo. Los valentinianos, en cambio, interpretan el nacimiento virginal en sentido doceta, como signo de que el Verbo nada tomó de María (I, 7,2. III, 11,3; 16,1). Los ebionitas, por su parte, hablan de un nacimiento natural de Jesús, por eso se cierran, como los valentinianos, a la salvación (ver V, 1,3), aunque por motivos diversos.

3.9.10. Otras figuras de Cristo

21,7. Por eso también Daniel, previendo su venida, dice que vino a este mundo como "piedra cortada sin manos de hombre" (Da 2,34). Esto es lo que significaba "sin manos", que sin la obra de manos humanas, esto es, de los hombres que suelen cortar las piedras, habría de venir a este mundo; o sea sin la intervención de José, sino solamente por la cooperante disposición de María. Pues esta piedra de la tierra está formada por el poder y el arte de Dios. Por eso mismo dice Isaías: "Esto dice el Señor: Yo envío como fundamento de Sion una piedra preciosa, elegida, piedra de ángulo, llena de honor" (Is 28,16), para que entendiésemos que su venida en cuanto hombre no proviene de la voluntad de varón, sino de la voluntad de Dios.

21,8. Por eso también Moisés, para mostrarlo en figura, arrojó el bastón por tierra (Ex 7,9-10), para absorber y deglutir, encarnándose, toda la prevaricación de los egipcios que se alzaba contra la Economía de Dios, y para que los egipcios atestiguasen que era el dedo de Dios (Ex 8,15) (284), y no el hijo de José, el que realizaba la salvación del pueblo.

(284) En D 26 explica lo que la Escritura entiende por el dedo de Dios: "El dedo de Dios es lo que sale del Padre en el Espíritu Santo".

3.9.11. Divinidad de Cristo


Porque si hubiese sido el hijo de José, ¿cómo habría podido tener más poder que Salomón y que Jonás (Mt 12,41-42), o cómo habría sido más grande que David (Mt 22,41-45), si hubiese como ellos provenido de un semen de hombre y siendo hijo de ellos? ¿Y para qué habría dicho el beato Pedro que lo reconocía como Hijo del Dios viviente (Mt 16,16-17)?

(954) 21,9. Además, si hubiese sido hijo de José, no hubiese podido ser ni rey ni heredero, según Jeremías. Porque se indica que José era hijo de Joaquín y de Jeconías, como Mateo expone acerca de su origen (Mt 1,12). Pero Jeconías y sus sucesores abdicaron del reino, como dice Jeremías: "Vivo yo, dice el Señor, que aun cuando Jeconías hijo de Joaquín fuese un sello (285) en mi mano derecha, me lo arrancaría para entregarlo en manos de quienes buscan tu vida" (Jr 22,24-25). Y también: "Jeconías ha sido deshonrado como un vaso que ya no se necesita, porque ha sido expulsado a una tierra que no conocía. Tierra, escucha la palabra del Señor: escribe a este hombre como a un rechazado, porque no aumentará su descendencia que se sienta sobre el trono de David, príncipe de Judá" (Jr 22,28-30). Y dice también el Señor sobre Joaquín su padre: "Por eso el Señor dijo acerca de Joaquín, su padre, rey de Judá: No tendrá un heredero que se siente sobre el trono de David, y su cadáver será arrojado al calor del día y al frío de la noche, y los rechazaré a él y a sus hijos, y lanzaré contra ellos y contra los habitantes de Jerusalén todos los males que he pronunciado sobre ellos" (Jr 36,30-31). Así pues, quienes dicen que él ha sido engendrado de José y en él ponen su esperanza, han abdicado del reino, y caen bajo la maldición y el castigo lanzado contra Jeconías y su simiente. También por ello se han dicho estas cosas acerca de Jeconías, pues el Espíritu preconocía lo que dicen estos malos maestros. Y para que aprendan que no habría de nacer de su simiente, es decir de José, sino según la promesa de Dios, es suscitado del vientre de David el Rey eterno que recapitula en sí todas las cosas.

(285) Hace referencia al anillo real que llevaba la imagen del soberano, usado como sello.

3.10. La recapitulación


3.10.1. Los dos Adanes


21,10. El recapituló en sí su antiguo plasma. Porque "como por la desobediencia de un hombre el pecado entró en el mundo, y por el pecado la muerte" tuvo poder (Rm 5,12), "así por la obediencia de un hombre" la justicia ha sido restablecida para fructificar en vida para los hombres que en otro tiempo habían muerto. Y así como aquel primer Adán fue plasmado de una tierra no trabajada y aún virgen -"porque aún Dios no había hecho llover y el hombre (955) aún no había trabajado la tierra" (Gn 2,5)- sino que fue modelado por la mano de Dios (Ps 119,73 Jb 10,8), o sea por el Verbo de Dios -ya que "todo fue hecho por él" (Jn 1,3) y "el Señor tomó barro de la tierra y plasmó al hombre" (Gn 2,7)- así, para recapitular a Adán en sí mismo, el mismo Verbo existente recibió justamente de María la que aún era Virgen, el origen de lo que había de recapitular a Adán. Si pues el primer Adán (1Co 15,45) hubiese tenido un hombre como padre y hubiese sido concebido del esperma de varón, justamente se diría que el segundo Adán (1Co 15,47) habría sido engendrado de José. Pero si aquél fue tomado de la tierra, y plasmado por el Verbo de Dios, era conveniente que el mismo Verbo, que había de realizar en sí mismo la recapitulación de Adán, tuviese un origen en todo semejante. Pero entonces, se me dirá, ¿por qué Dios no tomó barro sino realizó de María la criatura que había de nacer? Para que no fuese hecha ninguna otra criatura diversa de aquélla, ni otra criatura que aquella que había de ser salvada, sino la misma que debía ser recapitulada, salvando la semejanza (286).

(286) El paralelismo paulino "primer Adán" - "segundo Adán", sugiere a San Ireneo el paralelismo también en la manera del origen: el primero de la tierra virgen, no inseminada; el segundo, de la Madre virgen, tampoco inseminada. Pero entonces, ¿por qué esta semejanza, para ser más perfecta, no impulsó a Dios a decidir que su Hijo naciese también, como el primer Adán, de la tierra virgen? Por motivo de la recapitulación: el segundo Adán no habría sido Cabeza de la descendencia de Adán, si no hubiese pertenecido a ella tomando su carne. Para poder recapitular la carne de Adán, tenía que asumirla como propia. Pero no podía nacer como cualquier otro ser humano pecador: así como el primero recibió del Espíritu de Dios la vida (Gn 2,7), así la carne del segundo la debió recibir del Espíritu Santo. La virginidad de María está, pues, al servicio de la Economía realizada en su Hijo.


322
3.10.2. La recapitulación, motivo de la encarnación


22,1. Yerran, pues, quienes afirman que él "nada recibió de la Virgen": para arrancar la herencia de la carne, (956) arrebatan también la semejanza. Porque si aquel primero tuvo su creación y su substancia de la tierra por mano y arte de Dios (
Ps 119,73 Jb 10,8), pero Dios no hubiese hecho a éste de (ex) María, no se conservaría la semejanza en el ser hecho hombre según la imagen y la semejanza (Gn 1,26) y el Hacedor se mostraría inconsecuente, no teniendo cómo manifestar su sabiduría. Lo mismo es afirmar que apareció como un hombre sin ser hombre, y decir que se hizo hombre sin tomar nada del hombre. Porque si no tomó del hombre la substancia de la carne, tampoco se hizo hombre ni Hijo del Hombre. Y si no se hizo aquello mismo que nosotros somos, no hizo gran cosa el sufrimiento de su pasión. Así pues, el Verbo de Dios se hizo la misma criatura que debía recapitular en sí, y por eso se confiesa Hijo del Hombre, y declara bienaventurados a los humildes, porque heredarán la tierra (Mt 5,5). Y el Apóstol Pablo dice en su carta a los Gálatas: "Envió Dios a su Hijo, nacido de mujer" (Ga 4,4), y de nuevo a los Romanos dice: "Acerca del Hijo, el que nació del semen de David según la carne, que fue predestinado por Dios según el Espíritu de santificación por la resurrección de entre los muertos, Jesucristo nuestro Señor" (Rm 1,3-4).

3.10.3. Error de los docetas


22,2. De otro modo habría sido inútil su descenso a María. ¿Para qué descendía a ella, si nada debía tomar de ella? Y si nada hubiese tomado de María, no habría sido propio (957) tomar alimento de la tierra, por medio del cual, de lo sacado de la tierra se nutre el cuerpo. Ni habría ayunado por cuarenta días y tenido hambre como Moisés y Elías (Mt 4,2) ni su cuerpo habría buscado su propio alimento; ni su discípulo Juan habría escrito diciendo de él: "Jesús fatigado del camino se sentó" (Jn 4,6): ni David habría preanunciado de él: "Ellos han añadido al dolor de mis heridas" (Ps 69,27); ni habría llorado por Lázaro (Jn 11,35); ni habría sudado gotas de sangre (Lc 22,44); ni habría dicho: "Mi alma está triste" (Mt 26,38), ni al abrir su costado habrían salido sangre y agua (Jn 19,34). Todos estos son signos (958) de una carne sacada de la tierra, la cual recapituló en sí, para salvar su propio plasma.

22,3. Por eso Lucas en el origen de nuestro Señor muestra que desde Adán su genealogía tuvo 72 generaciones (Lc 3,28-38), para ligar el término con el inicio, y para significar que él es el que recapitula en sí mismo como Adán, todas las gentes dispersas desde Adán y todas las lenguas y generaciones de los hombres. De ahí que en Pablo Adán se llame "tipo del que ha de venir" (Rm 5,14), porque el Verbo Hacedor había pretipificado para sí mismo la futura Economía acerca del Hijo de Dios hecho hombre, al planear al primer hombre psíquico, para mostrar que será salvado por el espiritual (1Co 15,46); porque preexistiendo el Salvador, convenía que existiesen los salvados, para que el Salvador no fuese estéril.

3.10.4. Eva y María


22,4. En correspondencia encontramos también obediente a María la Virgen, cuando dice: "He aquí tu sierva, Señor: hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38); a Eva en cambio (959) indócil, pues desobedeció siendo aún virgen (287). Porque como aquélla, tuvo un marido, Adán, pero aún era virgen -pues "estaban ambos desnudos" en el paraíso "pero no sentían vergüenza" (Gn 2,25), porque apenas creados no conocían la procreación; pues convenía que primero se desarrollasen antes de multiplicarse (Gn 1,28)-, habiendo desobedecido, se hizo causa de muerte para sí y para toda la humanidad; así también María, teniendo a un varón como marido pero siendo virgen como aquélla, habiendo obedecido se hizo causa de salvación para sí misma y para toda la humanidad (He 5, 9). Y por eso la Ley llama desposada con un hombre, aunque sea aún virgen, a la mujer desposada (Dt 22,23-24), significando la recirculación que hay de María a Eva, porque no se desataría de otro modo lo que está atado, sino siguiendo el modo inverso de la atadura, de modo que primero se desaten los primeros nudos, luego los segundos, los cuales a su vez liberan los primeros. Así el primer nudo es desatado después del segundo, y así el segundo desata el primero.

Por eso el Señor decía que los primeros serán últimos y los últimos serán primeros (Mt 19,30 Mt 20,16). Y lo mismo significa el profeta al decir: "En lugar de tus padres tendrás hijos" (Ps 45,17). Porque el Señor, al hacerse Primogénito de los muertos (Col 1,18) recibió en su seno a los antiguos padres para regenerarlos para la vida de Dios, siendo él el principio de los vivientes (Col 1,18), pues Adán había sido el principio de los muertos. Por eso Lucas puso al Señor al inicio de la genealogía para remontarse hasta Adán (Lc 3,23-38), para significar que no fueron aquéllos quienes regeneraron a Jesús en el Evangelio de la vida, sino éste a aquéllos. Así también el nudo de la desobediencia de Eva se desató por la obediencia de María; pues lo que (960) la virgen Eva ató por su incredulidad, la Virgen María lo desató por su fe.

3.10.5. La salvación de Adán


23,1. Fue, pues, necesario que el Señor viniese a la oveja perdida para con tan grande Economía realizar la recapitulación, y para volver a buscar la obra que él mismo había plasmado; para salvar al mismo hombre hecho "a su imagen y semejanza" (Gn 1,26), es decir, al viejo Adán, una vez cumplidos los tiempos "que el Padre había fijado con su poder" (Ac 1,7), de la condenación que había recaído sobre él por su desobediencia -porque todo plan de salvación en favor del hombre se hacía según el beneplácito del Padre-, a fin de que Dios no quedase vencido ni se perdiese su obra de arte. Pues, si el hombre al que Dios había hecho para que viviese, al perder la vida herido por la serpiente que lo había corrompido ya no hubiese podido volver a la vida, sino que hubiese quedado enteramente abocado a la muerte, entonces Dios habría sido vencido, y la maldad de la serpiente habría triunfado sobre el designio de Dios.

Mas, como Dios es invencible y generoso (pues se mostró magnánimo al corregir a los hombres y probarlos, como ya hemos expuesto), por medio del Segundo Hombre (1Co 15,47) "ató al fuerte y le arrancó sus bienes" (Mt 12,29 Mc 3,27), aniquiló la muerte (2Tm 1,10), volviendo la vida al hombre que había caído bajo el poder de la muerte (288). Pues el primer bien que cayó bajo su poder fue Adán, al que mantenía sujeto; es decir, que de forma inicua lo había empujado a la prevaricación, y poniéndole como señuelo la inmortalidad, le había infligido la muerte. Pues, en efecto, le había hecho la promesa: "Seréis como dioses" (Gn 3,5); mas no siendo capaz de cumplirla, le asestó la muerte. Por ello justamente Dios la volvió a someter a cautiverio, pues ella había mantenido cautivo al ser humano. Y el hombre, que había sido arrastrado a la esclavitud, (961) quedó librado de los lazos de su condena.

(287) En paralelo con la recapitulación y recirculación (obra de Cristo), María, asociada a la misión de su Hijo que por su obediencia ha salvado al hombre caído por la desobediencia, colabora con su Hijo mediante la obediencia, en contraposición a la desobediencia de Eva: ver V, 19,1; D 33: "El mal es desobedecer a Dios; el bien, en cambio, es obedecer".

(288) El Señor se encarnó, murió y resucitó para vencer la muerte que había recaído sobre el hombre como condena por el pecado. Principio repetido por San Ireneo: ver III, 23,7-8; D 6, 38.


323
3.10.6. En Adán todos somos uno


23,2. A fin de puntualizar la verdad, este Adán es aquel primer hombre modelado, sobre el cual la Escritura afirma que Dios dijo: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (
Gn 1,26). Todos los demás descendemos de él. Y, como provenimos de él, por eso llevamos también su nombre. (289) Y si se salva el ser humano, entonces es preciso que también se salve el primero que ha sido modelado. Pues parece irrazonable que aquel que venció el enemigo no libre a aquel que fue violentamente herido por el enemigo y el primero en quedar sometido al cautiverio, cuando son arrancados de éste sus hijos a quienes engendró siendo esclavo. Ni parecería vencido el enemigo, si aún pudiese conservar los antiguos despojos. Como si un enemigo atacara a un pueblo y a los vencidos llevara cautivos de modo que por largo tiempo los mantuviese esclavos, durante el cual período éstos engendrasen hijos. Si mucho después alguien se compadeciera de los esclavos y asaltara al enemigo, no actuaría con justicia si liberase a los hijos, de manos de aquellos que habían llevado a sus padres al cautiverio, en cambio dejase bajo la esclavitud del enemigo a aquellos por cuya liberación había luchado. Si los hijos vuelven a adquirir la libertad por motivo de la liberación de sus padres, no pueden quedar cautivos esos mismos padres que desde el principio han sufrido el cautiverio.

3.10.7. Dios no maldijo a Adán ni a Eva


23,3. Por este motivo, al principio de la transgresión en Adán, como la Escritura narra, Dios no maldijo a Adán mismo, sino "la tierra que trabajarás" (Gn 3,17). Como dijo uno de nuestros antecesores: "Dios echó la maldición sobre la tierra, a fin de que ésta no recaiga (962) sobre el ser humano". Como castigo por su pecado, se impusieron al hombre los sufrimientos, el trabajo de la tierra, comer el pan con el sudor de su frente, y volver a la tierra de la que había sido sacado (Gn 3,17-19). También a la mujer se le castigó con sufrimientos, trabajos, llanto y dolor en el parto, así como el sometimiento en cuanto debe estar bajo su marido (Gn 3,16). Dios no quería ni que, por una parte, quedaran hundidos en la muerte; ni, por otra, si no eran castigados pudieran despreciar a Dios.




3.10.8. Dios maldijo a la serpiente

Sólo la serpiente es maldita. Toda la maldición recayó sobre la serpiente que los había seducido (290): "Y Dios dijo a la serpiente: Porque has hecho esto, serás maldita entre todos los animales domésticos y las fieras de la tierra" (Gn 3,14). Esto mismo dirá el Señor en el Evangelio a quienes encuentre a su izquierda: "Apartaos, malditos, al fuego eterno que mi Padre preparó para el diablo y sus ángeles" (Mt 25,41). Con esto quiso dar a entender que el fuego eterno no fue en un principio preparado para el ser humano, sino para aquel que lo sedujo y lo arrastró al pecado; es decir, para el "príncipe de la apostasía" (o sea de "la separación") y para los ángeles que apostataron junto con él. Y justamente también recibirán este castigo quienes, de modo semejante a ellos, perseveren en las obras del mal, sin conversión y arrepentimiento.

3.10.9. Adán y Caín


23,4. Caín, cuando Dios le aconsejó calmarse, pues no había compartido de modo justo con su hermano los deberes de fraternidad, sino que con envidia y maldad imaginó poder dominar sobre él, no sólo no se puso en paz, sino que añadió pecado a pecado, mostrando su intención con las obras. Llevó a cabo lo que había planeado (Gn 4,7-8): se impuso sobre él y lo mató. Dios sometió el justo al injusto, a fin de que el primero mediante su sufrimiento se manifestase como justo, en cambio el segundo mediante sus actos desenmascarase su injusticia.

Pero ni aun así se puso en paz ni se calmó de sus malas acciones; sino que, interrogado sobre dónde (963) estaba su hermano, dijo: "No lo sé. ¿Soy acaso el guardián de mi hermano?" Con su respuesta aumentó y multiplicó el mal. Pues, si era malo matar a su hermano, mucho peor era responder de esa manera a Dios que todo lo sabe, ¡como si pudiera engañarlo! Por ese motivo, él mismo cargó con la maldición, porque disimuló el pecado y ni temió a Dios ni se arrepintió del fratricidio.

3.10.10. Adán cayó engañado: su arrepentimiento

23,5. No es igual el caso de Adán, sino muy diferente. Otro lo sedujo con la tentación de inmortalidad, pero de inmediato el temor lo sobrecogió y trató de esconderse; mas no como quien quiere huir de Dios, sino que, confundido por haber transgredido su mandato, se sintió indigno de acercarse a la presencia de Dios para hablar con él: "El temor de Dios es el principio de la sabiduría" (Pr 9,10 Ps 111,10). Entender que se ha pecado lleva a la penitencia, y Dios derrocha su bondad en favor de los penitentes.

Adán mostró su arrepentimiento con su cinturón, al ceñirse con hojas de higuera. Habiendo muchos otros tipos de hojas que podían lastimar menos el cuerpo, sin embargo, movido por el temor de Dios, tejió un cinturón digno de su desobediencia (Gn 3,7-10). De esta manera, reprimía el impulso de la carne que le había hecho perder el modo de ser y la ingenuidad del niño para volver su mente al mal. Se revistió con un freno de continencia que también compartió con su mujer, pues temía a Dios y esperaba su venida, como si quisiera decir: "Puesto que por la desobediencia he perdido el vestido de santidad que recibí del Espíritu (291), reconozco merecer este vestido que no produce ningún placer, sino que me muerde y lastima el cuerpo". Y de su parte siempre se hubiera humillado llevando ese vestido, si el Señor misericordioso no les hubiera dado túnicas de pieles en lugar de sus hojas de higuera.

3.10.11. La misericordia de Dios


Por su misma misericordia les preguntó, para que la acusación recayera sobre la mujer; y de nuevo la interrogó a ella, para que ella a su vez transfiriera la culpa a la serpiente. Ella, en efecto, declaró lo sucedido: "La serpiente me sedujo y comí" (Gn 3,13). Dios no interrogó a la serpiente, (964) pues conocía muy bien al príncipe de la transgresión; sino que primeramente lanzó contra ella la maldición, de modo que en segundo lugar sobre el hombre recayera una reprensión. Pues Dios odiaba al que sedujo al ser humano; en cambio poco a poco sintió misericordia por aquel que había sido seducido.

23,6. Por este motivo "lo echó del Paraíso" y lo alejó "del árbol de la vida" (Gn 3,23-24). No es que Dios sintiese celos por el árbol de la vida, como algunos se atreven a opinar; sino que fue acto de misericordia alejarlo para que no siguiese transgrediendo, a fin de que su pecado no estuviese en él para siempre como un mal insaciable y sin remedio. De este modo le impidió seguir transgrediendo el mandato, le impuso la muerte y marcó un límite al pecado al ponerle a él un término en la tierra mediante la disolución de la carne. De esta manera el hombre, al morir, dejaría de vivir para el pecado y comenzaría a vivir para Dios.

3.10.12. La descendencia de la mujer aplasta la serpiente


23,7. Por eso Dios puso una enemistad entre la serpiente, y la mujer y su linaje, al acecho la una del otro (Gn 3,15), el segundo mordido al talón, pero con poder para triturar la cabeza del enemigo; la primera, mordiendo y matando e impidiendo el camino del hombre, "hasta que vino la descendencia" (Ga 3,19) predestinada a triturar su cabeza (Lc 10,19): éste fue el que María dio a luz (Ga 3,16). De él dice el profeta: "Caminarás sobre el áspide y el basilisco, con tu pie aplastarás al león y al dragón" (Ps 91,13), indicando que el pecado, que se había erigido y expandido contra el hombre, y que lo mataba, sería aniquilado junto con la muerte reinante (Rm 5,14); y que por él sería aplastado el león que en los últimos tiempos se lanzaría contra el género humano, o sea el Anticristo, el dragón que es la antigua serpiente (Ap 20,2), y lo ataría y sometería al poder del hombre que había sido vencido, para destruir todo su poder (Lc 10,19-20). Porque Adán había sido vencido, y se le había arrebatado toda vida. Así, vencido de nuevo el enemigo, Adán puede recibir de nuevo la vida; pues "la muerte, la última enemiga, queda vencida" (1Co 15,26), que antes tenía en su poder al hombre. Por eso, liberado el hombre, "acaecerá lo que está escrito: La muerte ha sido devorada por la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?" (1Co 15,54-55). (965) Esto no podría haberse dicho si no hubiese sido liberado aquel sobre el cual dominó al principio la muerte. Porque la salud de éste consiste en la destrucción de la muerte. Y la muerte fue destruida cuando el Señor dio vida al hombre, quiero decir a Adán.

3.10.13. Adán fue perdonado (contra Taciano)


23,8. Mienten, por tanto, quienes se oponen a su salvación (292). Con ello se excluyen a sí mismos de la vida, pues no creen que la oveja perdida ha sido hallada (Lc 15,5-6); y si no ha sido hallada, entonces toda la descendencia de la raza humana está aún bajo el poder de la perdición.

También es un engañador Taciano, el primero que inventó esa doctrina, que mejor puede llamarse ignorancia y ceguera. Pues éste, después de haber hecho un amasijo de todas las herejías, de su propia cosecha inventó ésta, a fin de añadir algo nuevo a todo lo que ya se había dicho. Lanzando palabras vacías, se formó sus propios seguidores vacíos de fe. Presumiendo de maestro, se empeñó en usar todo el tiempo como punta de lanza el dicho de Pablo: "En Adán todos hemos muerto" (1Co 15,22), pero olvidándose de que "donde abundó el pecado sobreabundó la gracia" (Rm 5,20). Una vez que todo lo anterior ha quedado claro, sientan vergüenza sus seguidores que se la traen contra Adán, como si mucho ganaran con que éste no se haya salvado, cuando en realidad ningún beneficio sacan. Así como la serpiente nada aprovechó tentando al hombre, sino presentarlo como un transgresor, y convertirlo en el primer instrumento y la materia de su propia apostasía, mas a Dios no lo venció. De modo semejante, quienes atacan la salvación de Adán, nada ganan sino desenmascararse como herejes apóstatas de la verdad, y abogados de la serpiente y de la muerte.

(289) Nótese que Adam es, simplemente, "el terreno", es decir, el hombre (homo, de humus, tierra). Por eso la expresión bíblica bar adam suele traducirse "hijo de hombre".

(290) Dios maldice a la serpiente (que representa al ángel apóstata), porque pecó por malicia; en cambio no maldice al ser humano, sino solamente lo castiga, porque ha obrado por debilidad y engaño (ver III, 23,1; D 16).

(291) O bien "la estola de la santidad que recibí del Espíritu": signo de la pureza original en la que el hombre fue creado, perdida por el pecado. Ver descrito ese estado arriba, en III, 22,4; D 14.

(292) Es decir quienes condenan a Adán para siempre.


324 (966) 24,1. Hemos denunciado a todos los que enseñan perversas doctrinas acerca de nuestro Creador y Plasmador que hizo este mundo, y sobre el cual no hay ningún otro Dios. Usando sus mismos argumentos hemos echado por tierra a los que enseñan falsedades sobre el ser de nuestro Señor y sobre la obra salvífica que realizó por el hombre su criatura.

3.11. Conclusiones


Ireneo, Contra herejes Liv.3 ch.21