Ireneo, Contra herejes Liv.4 ch.18

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18,1. Por consiguiente, la oblación de la Iglesia que dice el Señor se le ofrece por todo el mundo, es un sacrificio puro y acepto a Dios; no porque El tenga necesidad de nuestro sacrificio, sino porque quien lo ofrece recibe gloria al momento mismo de ofrecerlo, si su oblación es aceptada. Al ofrecer al Rey nuestra oblación le rendimos honor y le mostramos afecto. Esto es lo que el Señor, queriendo que lo hiciésemos con toda simplicidad e inocencia, enseñó a ofrecer diciendo: "Si al presentar tu oblación ante el altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu oblación ante el altar, primero ve a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda" (
Mt 5,23-24). Lo propio es, pues, ofrecer a Dios las primicias de su creatura, como dice Moisés: "No te presentarás con las manos vacías en la presencia del Señor tu Dios" (Dt 16,16). De este modo, en las mismas cosas en las cuales el ser humano muestra su gratitud, (1025) Dios reconoce su agradecimiento y recibe el honor divino.

18,2. No se condena, pues, el sacrificio en sí mismo: antes hubo oblación, y ahora la hay; el pueblo ofrecía sacrificios y la Iglesia los ofrece; pero ha cambiado la especie, porque ya no los ofrecen siervos, sino libres. En efecto, el Señor es uno y el mismo, pero es diverso el carácter de la ofrenda: primero servil, ahora libre; de modo que en las mismas ofrendas reluce el signo de la libertad; pues ante él nada sucede sin sentido, sin signo o sin motivo. Por esta razón ellos consagraban el diezmo de sus bienes. En cambio quienes han recibido la libertad, han consagrado todo lo que tienen al servicio del Señor. Le entregan con gozo y libremente lo que es menos, a cambio de la esperanza de lo que es más, como aquella viuda pobre que echó en el tesoro de Dios todo lo que tenía para vivir (Lc 21,4).

18,3. En un principio Dios puso los ojos sobre las oblaciones de Abel, porque las ofrecía con sencillez y justicia; en cambio no miró el sacrificio de Caín, porque su corazón estaba dividido por celos y malas intenciones contra su hermano, según Dios mismo le dijo al reprenderlo por lo que ocultaba: "¿Acaso no pecas aunque ofrezcas tu sacrificio rectamente, si no compartes con justicia? Tranquilízate" (Gn 4,7). Es que no se aplaca a Dios con el sacrificio. Por eso, si alguien tratara de ofrecer su sacrificio de modo que pareciese puro, recto y legítimo, en cambio en su alma no compartiera con rectitud en el trato con su hermano ni tuviera temor de Dios, no por haber ofrecido un sacrificio externamente correcto seduciría a Dios: por dentro estaría lleno de pecado y su oblación de nada le serviría si no cesa de hacer el mal que ha concebido interiormente; pues al simular una obra, el pecado mismo hace homicida a esa persona.

Por eso el Señor decía: "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! Os parecéis a sepulcros blanqueados. Por fuera la tumba parece hermosa, pero por dentro está llena de huesos de muerto y podredumbre. Así vosotros: por fuera parecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos (1026) de maldad e hipocresía" (Mt 23,27-28). Por fuera daban la impresión de ofrecer el sacrificio de modo legítimo; pero dentro de ellos ocultaban los celos como Caín. Por eso asesinaron al justo (Jc 5,6), dejando de lado, como Caín, el consejo del Verbo (315), pues El le dijo: "Tranquilízate!", pero no hizo caso. ¿Y qué otra cosa puede significar tranquilizarse, sino dominar sus impulsos? También dijo otra cosa parecida: "¡Fariseo ciego!, limpia la copa por dentro para que también esté limpia por fuera" (Mt 23,26). Pero no escucharon. Jeremías dice: "Tus ojos y tu corazón no están sanos, sino que en tu avidez sólo piensas en derramar la sangre del justo, en la opresión y en cometer homicidio" (Jr 22,17). Y también Isaías: "Habéis hecho planes pero no para mí, pactos pero no por mi Espíritu" (Is 30,1).

Y para que su voluntad y sus pensamientos interiores, una vez puestos de manifiesto, manifestaran que el Dios que los desenmascara no es culpable de ellos ni obra el mal, sino que la culpa recae sobre el que hace el mal, le dice a Caín que rehúsa tranquilizarse: "El se revuelve sobre ti, y tú lo debes dominar" (Gn 4,7). Algo semejante dijo a Pilato: "No tendrías ningún poder si no se te hubiese dado de lo alto" (Jn 19,11). Porque Dios siempre concede al justo sufrir a fin de que ese sufrimiento que soporta le sirva de prueba; y en cambio el perverso sea juzgado y por sus mismas acciones sea echado fuera. Por ello no son los sacrificios los que purifican al ser humano, pues Dios no los necesita; sino la conciencia pura de quien lo ofrece es lo que santifica el sacrificio, y hace que Dios los reciba como de un amigo. En cambio peca "quien mata en mi honor un becerro como si matara un perro" (Is 66,3).

18,4. Mas, como la Iglesia lo ofrece con simplicidad, ante Dios este sacrificio se le tiene por puro. Así dijo Pablo a los Filipenses: "Me siento lleno con los dones que me enviasteis por medio de Epafrodito, como un perfume de suavidad y un sacrificio aceptable que agrada a Dios" (Ph 4,18). Conviene, pues, que ofrezcamos a Dios el sacrificio y que en todo seamos gratos al Dios Demiurgo, con pensamientos puros, con fe sin hipocresía, con esperanza firme, fervientes en el amor, ofreciendo las primicias de sus creaturas. (1027) Y sólo la Iglesia ofrece esta oblación pura al Demiurgo, cuando la presenta en acción de gracias por los dones que provienen de la creación. Los judíos ya no la ofrecen, porque sus manos están llenas de sangre (Is 1,15); pues rechazaron al Verbo, por medio del cual se ofrece a Dios el sacrificio. Pero tampoco lo ofrece ninguna de las comunidades de los herejes: porque unos llaman Padre a alguien diverso del Demiurgo, si le ofrecieran una creatura, lo mostrarían ansioso de lo que pertenece a otro y codicioso de lo ajeno. Y por su parte, quienes pregonan que todas las creaturas que nos rodean fueron hechas de la penuria, ignorancia y pasión, ofreciendo el fruto de la ignorancia, de la pasión y de la penuria pecan contra su Padre, más ofendiéndolo que dándole gracias.

¿Cómo les constará que el pan sobre el que se han dado gracias, es el cuerpo de su Señor, y el cáliz de su sangre, si no creen en el Hijo del Demiurgo del mundo, es decir, en su Verbo, por el cual el árbol da fruto, las fuentes manan y la tierra da primero el tallo, después de un poco la espiga, y por fin el trigo lleno en la espiga? (Mc 4,27-28)

(1028) 18,5. ¿Cómo dicen que se corrompe y no puede participar de la vida, la carne alimentada con el cuerpo y la sangre del Señor? Cambien, pues, de parecer, o dejen de ofrecer estas cosas. Por el contrario, para nosotros concuerdan lo que creemos y la Eucaristía y, a su vez, la Eucaristía da solidez a lo que creemos. Le ofrecemos lo que le pertenece, y proclamamos de manera concorde la unión y comunidad entre la carne y el espíritu. Porque, así como el pan que brota de la tierra, una vez que se pronuncia sobre él la invocación (epíklesin) de Dios, ya no es pan común, (1029) sino que es la Eucaristía compuesta de dos elementos, terreno y celestial, de modo semejante también nuestros cuerpos, al participar de la Eucaristía, ya no son corruptibles, sino que tienen la esperanza de resucitar para siempre.

18,6. Pues no lo ofrecemos como si él lo necesitase, sino para dar gracias por su don y santificar las creaturas (316). Así como a Dios no le hace falta lo nuestro, así a nosotros sí nos hace falta ofrecer algo a Dios, como dice Salomón: "Quien se compadece del pobre presta a Dios" (Prov 19,17). Mas aunque Dios no tenga necesidad de nada, recibe nuestras buenas obras a fin de darnos en retorno sus propios bienes, como dice nuestro Señor: "Venid, benditos de mi Padre, a recibir el reino preparado para vosotros; porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, vagué peregrino y me recibisteis, desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme" (Mt 25,34-36). Así como él no necesita de estas cosas, y sin embargo quiere que las hagamos en favor de nosotros mismos, así también el Verbo mismo mandó al pueblo que ofreciera oblaciones aunque él no las necesitaba, sino para que aprendiera a servir a Dios, como también quiere que nosotros ofrezcamos en el altar el don, con frecuencia y sin cesar nunca (317). Porque hay un altar en los cielos, al que todas nuestras oblaciones se dirigen; y un templo, como Juan dice en el Apocalipsis: "Se abrió el templo de Dios" (Ap 11,19); y sobre el santuario: "Apareció el santuario de Dios, en el que habitará junto con los hombres" (Ap 21,3).

(315) Recuérdese que para San Ireneo Dios hace todo por su Verbo, incluso en el Antiguo Testamento: el Verbo llamó a Abraham y a Moisés, habló a Adán (ver IV, 10,1), a Caín y a los profetas. Poco más adelante nos dice que "Dios siempre concede al justo..." (ver IV 20,1 y 4): estos son signos de la única Economía del Padre, realizada a través del tiempo. Esta unidad perfecta elimina la posibilidad de la doctrina gnóstica sobre el Dios del Antiguo Testamento, distinto del Padre de nuestro Señor Jesucristo.

(316) Conéctese con IV, 14,1 y 17,1: San Ireneo subraya la absoluta generosidad de Dios, que nada necesita de nuestros dones porque todo es suyo. Por eso respecto al culto y el sacrificio (cuyo prototipo es la Eucaristía: ver I, 13,2), si Dios los ha mandado y acepta, lo hace sólo por nuestro bien. Esta actitud cristiana contrasta con la de los gnósticos: si ellos consideran malos los dones creados por Dios, entonces al ofrecérselos (por ejemplo en la caricatura de Eucaristía celebrada por Marco) más bien ofenden a Dios al ofrecerle sus dones que, por hipótesis suya, son frutos de corrupción y de desecho.

(317) San Ireneo muestra en este pasaje el valor de la Eucaristía.

3. Toda la Escritura se refiere a Cristo


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3.1. Dios es incomprensible


19,1. El pueblo antiguo recibió todos los dones, oblaciones y sacrificios (1030) como una figura, como se lo mostró a Moisés en el monte el único y mismo Dios a cuyo nombre la Iglesia da gloria hoy entre todas las naciones. Convenía que las cosas terrenas, hechas para nosotros, nos sirviesen como figuras de los bienes celestiales hechos por el mismo Dios: de otra manera no se entendería que otra cosa diversa de los bienes espirituales pudiera ser su imagen. Pues las cosas espirituales que están sobre los cielos, son para nosotros invisibles e inefables; pero decir que ellas son tipos de otros bienes aún superiores a los cielos y que pertenecen a otro Pléroma y que son imagen de otro Dios y Padre, sería en absoluto propio de tontos e idiotas. Porque, como antes dijimos muchas veces, dichas personas se ven forzadas a inventar imágenes de imágenes ya que nunca se asienta su mente encontrando un solo Dios. Sus ideas van más allá de Dios, y ellos, en sus corazones, sobrepasan al Maestro; se imaginan haberse elevado y sobreexaltado, cuando en realidad se les escapa el Dios verdadero.

19,2. Con justicia se les podría decir, como la Palabra misma sugiere: "Puesto que os habéis alzado por sobre Dios, orgullosos tontos -pues habéis oído que El contiene los cielos en la palma de su mano (Is 40,12)-, decidme cuánto miden y reveladme su inumerable cantidad de codos (318), enseñadme su longitud, anchura y altitud (Ep 3,18), el principio y el fin de sus límites, puesto que el corazón del ser humano es incapaz de captarlo y entenderlo". Pues en verdad son grandes los tesoros del cielo: el corazón no puede medir a Dios y el alma no es capaz de entender a aquel que sostiene la tierra con la palma de su mano. ¿Quién adivinará sus dimensiones, y quién conocerá el dedo de su mano derecha? ¿O quién abarcará su mano con la cual mide lo inmensurable, que con su propia medida determina las medidas de los cielos y con su puño demarca la tierra con abismos, que en sí misma contiene la anchura, longitud, profundidad y altura de toda la creación, que se ve, se oye, se entiende y sin embargo es invisible? Por eso Dios está "por sobre (1031) todo Principado, Potestad, Dominación, y por sobre todo lo que puede nombrarse" (Ep 1,21) entre las cosas hechas y creadas. El llena los cielos (Jr 23,24) y "contempla los abismos" (Da 3,55); y, sin embargo, está con cada uno de nosotros: "Yo soy un Dios cercano y no lejano. Si el hombre se escondiese en lo más recóndito, ¿acaso yo no lo vería?" (Jr 23,23) Su mano abarca todas las cosas, ilumina los cielos y todo cuanto está bajo los cielos, "escruta los riñones y el corazón" (Ap 2,23), está presente en nuestros escondrijos y secretos, y abiertamente nos conserva y alimenta.

19,3. Si el hombre, pues, no puede contener la plenitud y grandeza de su mano, ¿cómo puede alguien pretender que conoce y entiende en su corazón a un Dios tan grande? Mas ellos, como si ya lo hubiesen visto, medido y recorrido todo lo que El es, inventan que por sobre El existen otro Pléroma de Eones y otro Padre. No volviendo los ojos a las cosas celestiales se hunden en el profundo Abismo de su locura, diciendo que su Padre termina donde comienzan los seres que están fuera del Pléroma, que el Demiurgo no alcanza el Pléroma, y de esta manera ninguno de ellos puede ser perfecto ni comprender todas las cosas: en efecto, al primero le faltaría toda la creación del mundo fuera del Pléroma, y a éste la creación de las cosas que están dentro del Pléroma, y así ni uno ni otro sería el Señor. Mas es evidente para cualquiera, que nadie puede expresar la grandeza de Dios a partir de las cosas creadas; y cualquiera que juzgue las cosas dignamente, confesará que su grandeza no puede venir a menos, sino que contiene todas las cosas, llega hasta nosotros y permanece con nosotros.

(318) Es decir, cuántos codos miden los cielos.


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3.2. Dios creó por su Verbo y su Sabiduría


(1032) 20,1. No es posible conocer a Dios en su grandeza; pues es imposible medir al Padre: mas según su amor (pues éste es el que nos conduce a Dios por el Verbo), obedeciéndolo, aprendemos constantemente cuán grande es Dios, y que él por sí mismo crea, elige, adorna y contiene todas las cosas, y entre todas éstas también está incluido nuestro mundo. Nosotros mismos fuimos hechos junto con estas cosas que él contiene. A esto se refiere la Escritura cuando dice: "Y Dios plasmó al hombre, tomando el barro de la tierra, e infundió en su cara el soplo de vida" (Gn 2,7). Por tanto, no fueron los ángeles quienes nos hicieron o plasmaron, pues los ángeles no podían reproducir la imagen de Dios; ni otro alguno, fuera del Verbo del Señor, ni algún Poder que no fuese el mismo Padre universal. Porque Dios no tenía necesidad de ningún otro, para hacer todo lo que El había decidido que fuese hecho, como si El mismo no tuviese sus manos. Pues siempre le están presentes el Verbo y la Sabiduría, el Hijo y el Espíritu, por medio de los cuales y en los cuales libre y espontáneamente hace todas las cosas, a los cuales habla diciendo: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (Gn 1,26): toma de sí mismo la substancia de las creaturas, el modelo de las cosas hechas y la forma del ornamento del mundo.

3.3. Dios se comunica por su Verbo


20,2. Bien dice la Escritura: "Ante todo cree que hay un solo Dios que ha creado, hizo y llevó a término todas las cosas a partir de la nada para que existiesen, El contiene todo y nada puede contenerlo". (319) (1033) Y también dijo bien Malaquías: "¿Acaso no hay un solo Dios que nos ha creado? ¿Acaso no es uno solo el Padre de todos nosotros?" (Mal 2,10). En consecuencia el Apóstol dice: "Uno solo es Dios, el Padre, que está sobre todos y en todos nosotros" (Ep 4,6). Lo mismo el Señor: "Todo me lo ha dado mi Padre" (Mt 11,27), y claramente se refiere al que hizo todas las cosas; pues no le dio cosas ajenas, sino las suyas. Y cuando dice "todas las cosas" ninguna queda excluida. Por eso El mismo es "juez de vivos y muertos" (Ac 10,42), el cual "tiene la llave de David; abrirá y nadie cerrará; cerrará y nadie abrirá" (Ap 3,7). Pues, en efecto, nadie en los cielos ni en la tierra ni bajo la tierra puede abrir el libro del Padre, ni siquiera verlo (Ap 5,3), excepto el Cordero que ha sido muerto (Ap 5,12), que nos ha redimido con su sangre (Ap 5,9) después de haber recibido el poder de Dios que hizo todas las cosas por medio de su Verbo y las ordenó por su Sabiduría.

Este mismo Verbo recibió todo el poder cuando se hizo carne (Jn 1,14) a fin de que, así como tiene el principado en los cielos como Verbo de Dios, así también lo tenga en la tierra como hombre justo "que no cometió pecado ni se encontró dolo en su boca" (1P 2,22). Y como "primogénito de los muertos" (Col 1,18) tiene el principado sobre todo lo que está bajo la tierra. De esta manera, como arriba dijimos, todas las cosas pueden ver a su Rey. De esta manera la luz del Padre irrumpe en la carne de nuestro Señor, y de esa carne sus rayos se reflejan en nosotros, para que el ser humano, rodeado por la luz del Padre, se haga incorruptible.

20,3. Que el Verbo, o sea el Hijo, ha estado siempre con el Padre, de múltiples maneras lo hemos demostrado. Y que también su Sabiduría, o sea el Espíritu estaba con El antes de la creación, lo afirma por Salomón: "Dios creó la tierra con sabiduría, y con inteligencia consolidó los cielos; por su ciencia se abrieron los abismos y las nubes destilaron rocío" (Prov 3,19-20). Y también: "El Señor me hizo al inicio de sus caminos, antes de sus obras. Desde la eternidad me fundó, desde el principio, antes que la tierra. Antes de que existiesen los abismos y manasen las fuentes de las aguas, antes de que se asentasen los montes, antes de todas las colinas me engendró" (Prov 8,22-23). Y también: (1034) "Cuando asentó los cielos, yo estaba con El, y cuando afirmó las fuentes del abismo; cuando fortalecía los cimientos de la tierra, yo estaba con El como arquitecto. Yo era en quien El se complacía, y cada día me alegraba en todo tiempo ante su rostro, cuando El se gozaba en la perfección del orbe y se regocijaba con los hijos de los hombres" (Prov 8,27-31).

3.4. El Verbo de Dios habló por los profetas


20,4. Uno solo es Dios, que hizo y ordenó todo mediante el Verbo y la Sabiduría: es el mismo Demiurgo que asignó este mundo al género humano. El, por su grandeza, no ha sido conocido por aquellos mismos que El creó (pues nadie ha investigado su profundidad, ni de entre los antiguos que ya han fallecido, ni de entre los que aún viven); en cambio, por el amor, lo conocemos mediante aquel por cuyo ministerio él hizo todas las cosas. Este es su Verbo, nuestro Señor Jesucristo, el cual en los tiempos recientes se hizo hombre entre los hombres, para unir el fin con el principio, es decir, al hombre con Dios. Y por tal motivo los profetas, habiendo recibido del mismo Verbo el don profético (320), predicaron su venida en la carne, por medio de la cual se realizó la mezcla y comunión de Dios con el hombre según el beneplácito de Dios. El Verbo había preanunciado desde el principio que habríamos de ver a Dios entre los hombres, que entraría en contacto con éstos sobre la tierra y hablaría con ellos, que se haría presente a su ser creado para salvarlo, y que se mostraría sensiblemente para liberarnos de manos de todos los que nos odian, esto es, de todos los espíritus rebeldes. Y que nos haría servirlo en santidad y justicia todos nuestros días, a fin de que, habiendo el hombre abrazado al Espíritu de Dios, entre en la gloria del Padre.

3.5. El Padre habló a los profetas por su Hijo y el Espíritu


20,5. Esto decían los profetas en sus anuncios, pero no como dicen algunos, que los profetas veían a alguien distinto de Dios Padre, el cual permanece invisible. Esto enseñan aquellos que ignoran enteramente lo que sea la profecía. Porque la profecía es la predicción de cosas futuras, es decir, el preanuncio de cosas que sólo después serán reales. Los profetas predecían que los hombres habrían de ver a Dios, como dice el Señor: "Dichosos los limpios de corazón, porque (1035) ellos verán a Dios" (Mt 5,8). Aunque, a decir verdad, "ninguno verá a Dios y vivirá" (Ex 33,20), si lo ve en toda su grandeza e inefable gloria; porque el Padre es inaccesible. Pero, por su amor, bondad y omnipotencia, va a conceder a todos aquellos a quienes ama, el privilegio de ver a Dios, como los profetas anunciaban; porque "lo que para los hombres es imposible, es posible para Dios" (Lc 18,27).

El hombre no verá a Dios por sí mismo; pero El, si lo quiere, se dejará ver de los hombres: de aquellos que el quiera, y cuando y como quiera, porque Dios es omnipotente. Por medio del Espíritu se dejó ver proféticamente; por medio del Hijo se dejó ver según la adopción; se hará ver según su paternidad en el reino de los cielos (321): el Espíritu prepara al hombre para el Hijo de Dios, el Hijo lo conduce al Padre, el Padre concede la incorrupción para la vida eterna, que a cada uno le viene con la visión de Dios. Pues así como los que ven la luz están en la luz y perciben su claridad, así también quienes ven a Dios están en Dios y ven su claridad. Y la claridad de Dios da la vida: es decir, quienes ven a Dios tienen parte en la vida. Por eso el que no puede ser abarcado, comprendido ni visto, concede a los seres humanos que lo vean, lo comprendan y abarquen, a fin de darles la vida una vez que lo han visto y comprendido. Así como su grandeza es insondable, así también es inefable su bondad, (1036) por la cual da la vida a quienes lo ven: porque vivir sin tener la vida es imposible, la vida viene por participar de Dios, y participar de Dios es verlo y gozar de su bondad.

20,6. Pues los hombres verán a Dios para vivir, haciéndose inmortales por la visión, por la que se aproximarán a Dios. Y, como antes dije, los profetas explicaban por medio de figuras que verían a Dios todos los hombres portadores de su Espíritu, que sin desmayar esperan su venida. Así como enseña Moisés en el Deuteronomio: "En aquel día veremos que Dios hablará al hombre, y éste vivirá" (Dt 5,24). Pues algunos de ellos veían al Espíritu profético y sus obras, que impregnaban todos los tipos de sus dones. Otros veían la venida del Señor, y toda su Economía desde sus inicios, por medio de la cual cumplió la voluntad celestial y terrena del Padre. Otros veían las glorias del Padre, de manera adaptada a los que entonces las contemplaban y escuchaban, y a los hombres que en el futuro habrían de oír hablar de ellas.

Así se revelaba Dios: pues por todas estas cosas el Padre se manifiesta, por medio de la obra del Espíritu, el ministerio del Hijo y la aprobación del Padre, perfeccionando así al hombre en vista de su salvación. Como dice el profeta Oseas: "Yo multipliqué las visiones, y las manos de los profetas me han representado" (Os 12,11). Y el Apóstol afirma lo mismo cuando dice: "Hay diversidad de carismas, pero un solo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero el mismo Señor; hay diversidad de operaciones, pero el mismo Dios, que obra todo en todos. Pues a cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el servicio" (1Co 12,4-7). Pero, puesto que (1037) es Dios quien obra todo en todos, el saber cómo o cuán grande sea, es invisible e inefable para todas sus criaturas; mas no es en modo alguno desconocido: pues todas ellas aprenden por el Verbo, que hay un Dios Padre, que contiene todas las cosas y a todas les da el ser, como está escrito en el Evangelio: "Nadie vio jamás a Dios; el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha revelado" (Jn 1,18).

20,7. El Hijo habla del Padre desde el principio, porque desde el principio está con el Padre, y comunica al género humano, para su utilidad, las visiones proféticas, la repartición de los carismas y sus ministerios, y en forma continuada y al mismo tiempo la glorificación del Padre, en el tiempo oportuno. Pues donde hay continuidad hay constancia, y donde hay constancia hay desarrollo en el tiempo, y donde hay desarrollo en el tiempo hay utilidad: por eso el Verbo fue hecho dispensador de la gracia del Padre para utilidad de los hombres, por los cuales ordenó toda esta Economía, para mostrar a Dios a los hombres y presentar el hombre a Dios. De esta manera custodió la invisibilidad del Padre, por una parte para que el hombre nunca despreciase a Dios y para que siempre tuviese en qué progresar; y por otra parte para revelar a Dios a los hombres mediante una rica Economía, a fin de que el hombre no cesase de existir faltándole Dios enteramente. Porque la gloria de Dios es el hombre viviente: y la vida del hombre es la visión de Dios. Si la manifestación de Dios por la creación da vida en la tierra a todos los vivientes, mucho más la manifestación por el Verbo del Padre da vida a aquellos que contemplan a Dios.

20,8. El Espíritu de Dios anunció el futuro mediante los profetas, preparándonos y moldeándonos para que fuésemos súbditos de Dios; pues había de suceder que el hombre, por beneplácito del Espíritu Santo, contemplase (a Dios). Pues era necesario que quienes habían de predicar las cosas futuras, contemplasen a Dios, al cual proponían a la mirada de los hombres. Y lo habrían de hacer de modo que no sólo se hablase proféticamente de Dios y del Hijo de Dios, del Hijo y del Padre; sino que se diesen a conocer todas las cosas de Dios a todos los miembros enseñados y santificados; para que el hombre fuese educado y meditase cómo disponerse para la gloria que habría de revelarse a quienes aman a Dios (Rm 8,18).

Los profetas profetizaban no sólo por la palabra, sino también por sus visiones, por su conducta y por las acciones que realizaban (1038) según el Espíritu les sugería. De esta manera veían al Dios invisible, como dice Isaías: "Vi con mis ojos al Señor de los Ejércitos" (Is 6,5). Con esto dio a entender que el ser humano verá a Dios con sus ojos y escuchará su voz. De esta manera veían al Hijo de Dios hecho hombre conversar con los seres humanos (Ba 3,38), y así anunciaron lo que había de venir, hablando como presente de aquel que aún no lo estaba, presentando como pasible al impasible, y prediciendo que aquel que en ese tiempo estaba en los cielos, bajaría "al polvo de la muerte" (Ps 22,16). También anunciaron las Economías de su recapitulación, de las cuales unas las veían en visiones, otras las anunciaban por medio de la palabra, y otras las insinuaban mediante acciones que servían de figuras. Ellos veían visiblemente lo que un día habría de ser visto, proclamaban con la palabra lo que un día habría de ser oído, y realizaban con acciones aquello que un día habría de llevarse a cabo: de este modo anunciaban todas las cosas de modo profético. Por eso Moisés decía al pueblo infiel a la Ley, que Dios era un fuego (Dt 4,24), para amenazarlos con el fuego que Dios un día mandaría sobre ellos; y a quienes mantenían el temor de Dios, les decía: "El Señor Dios es clemente y compasivo, generoso y fiel, es veraz y ejercita la justicia y la misericordia mil veces, borrando las injusticias, iniquidades y pecados" (Ex 34,6-7).

20,9. El Verbo "hablaba con Moisés cara a cara, como un amigo habla con su amigo" (Ex 33,11). Moisés, sin embargo, deseó ver abiertamente a aquel con quien hablaba, y se le dijo: "Quédate sobre la roca y te cubriré con mi mano. Cuando pase mi gloria verás mis espaldas; pero no verás mi rostro; pues ningún ser humano puede ver mi rostro y vivir" (Ex 33,20-22). Reveló ambas cosas: por una parte el hombre no puede ver a Dios, y, por otra, mediante la sabiduría de Dios en los últimos tiempos el ser humano lo verá sobre la roca, es decir, en aquel que será hombre en su venida (322). Por eso Moisés habló con El cara a cara en la altura del Monte, en presencia de Elías, como lo recuerda el Evangelio (Mt 17,3). De este modo se cumplió al fin la antigua promesa.

(319) Atribuido erróneamente a la Escritura. En realidad es de HERMAS, El Pastor II, 1. San Ireneo tiene en mente este pasaje que, o cita parcialmente o al menos de modo implícito, en varias ocasiones (ver I, 15,5 22,1; II, 10,2; 30,9).

(320) San Ireneo algunas veces atribuye la inspiración profética al Verbo, otras al Verbo por el Espíritu: ver D 5, 3, 49, 100.

(321) Párrafo riquísimo que condensa varios aspectos de la teología de San Ireneo, y a su vez resulta una fuerte arma contra la gnosis: es verdad que Dios es invisible y trascendente; pero esto no lo hace del todo desconocido: en su omnipotencia puede acercarse a nosotros y darse a conocer si él lo quiere. Y contra la división entre el Dios del Antiguo Testamento y el Padre de nuestro Señor Jesucristo, propone el único plan de salvación: Dios se dejó ver en forma profética en el Antiguo Testamento por el Espíritu; en el Nuevo Testamento por la adopción en el Hijo; y se nos manifestará en plena visión como Padre en su Reino futuro.

(322) Recuérdese que el Nuevo Testamento llama a la Palabra de Dios hecha hombre la Roca: Mt 7,25 Lc 6,48 1Co 10,4 1P 2,4-8 1P 2,

3.6. Los profetas no veían directamente a Dios


20,10. Los profetas no veían, pues, directamente la cara misma de Dios, (1039) sino las Economías y los misterios por los cuales el ser humano comenzaría a ver a Dios. Así lo dijo a Elías: "Mañana saldrás y estarás en la presencia del Señor, y El Señor pasará. Un fuerte viento resquebrajará las montañas y quebrantará las piedras en presencia del Señor. Pero éste no será el viento (Espíritu) del Señor; después del viento temblará la tierra, pero el Señor no estará en el terremoto; después del sismo, vendrá el fuego, mas no estará el Señor en el fuego; y después del fuego vendrá una brisa suave" (1R 19,11-12). El profeta se sentía indignado por los delitos del pueblo que mataba a los profetas; mas se le enseñó a proceder con mayor mansedumbre. Con esto se preparaba la venida del Señor en cuanto hombre (después de la Ley que Moisés había dado) manso y humilde, que no quebró la caña cascada ni apagó la mecha humeante (Mt 12,20 Is 42,3). También quería significar el descanso manso y pacífico de su Reino; porque tras el viento que destruye las montañas, del terremoto y del fuego, ha venido el tiempo de su Reino, en el cual el Espíritu de Dios con toda tranquilidad da vida y crecimiento al ser humano.

Con más evidencia aún el caso de Ezequiel muestra cómo los profetas no venían propiamente a Dios mismo, sino "de manera imperfecta" (1Co 13,9) las Economías de Dios. Habiendo tenido una visión de Dios (Ez 1,1), recordó los querubines, las ruedas y todo el desarrollo de ese misterio, contempló sobre ellos "como un trono" y sobre el trono "una figura de aspecto humano", sobre sus hombros "una figura como de metal brillante", y hacia abajo "una figura como fuego" (Ez 1,26-27). Y después de narrar el resto de toda la visión del trono, para que nadie imaginase que había visto a Dios mismo, añadió: "Esta visión era semejante a la gloria del Señor" (Ez 1,28).

20,11. Luego si ni Moisés, ni Elías, ni Ezequiel vieron a Dios, los cuales habían contemplado muchas cosas celestiales, lo que ellos veían era sólo una "imagen de la gloria de Dios" y una profecía de los bienes futuros. Es, pues, evidente que es invisible el Padre (1040) del cual el Señor dijo: "Nadie ha visto jamás a Dios" (Jn 1,18); mas el Verbo mostraba la gloria del Padre y exponía sus Economías, según El quería para el bien de quienes lo veían, como el Señor dijo: "El Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, lo ha dado a conocer" (Jn 1,18). El Verbo, como revelador del Padre, siendo rico e inmenso, no se mostró bajo una sola figura o aspecto a quienes lo veían, sino como convenía según los tiempos y momentos de sus Economías, como Daniel escribió: alguna vez se hizo ver a aquellos que estaban junto a Ananías, Azarías y Misael, acompañándolos en el horno de fuego para librarlos del fuego: "Y veo a una cuarta persona semejante a un Hijo de Dios" (Da 3,92). En otra oportunidad se mostró como una "piedra cortada del monte sin manos humanas" (Da 2,34-35) que destrozó y echó por tierra los reinos temporales, y en cambio ella misma llenó toda la tierra. En otra ocasión se dejó ver como un Hijo de Hombre que venía en las nubes del cielo, se acercó al Anciano en días, y de su mano recibió todo el poder, la gloria y el reino: "Su poder es un poder eterno, y no tendrá fin su reino" (Da 7,13-14).

Juan, discípulo del Señor, vio en el Apocalipsis la gloriosa y sacerdotal venida de su reino: "Me di vuelta para mirar de quién era la voz que me hablaba, y al volverme vi siete candelabros de oro y entre los candelabros a uno semejante al Hijo del Hombre vestido de poder y ceñido a la altura del pecho con un cinturón de oro; su cabeza y cabellos eran blancos, como lana blanca y como nieve; sus ojos eran como una llama de fuego; sus pies parecían bronce que se fundiera en el horno; su voz era como un torrente; en su mano derecha tenía siete estrellas; de su boca brotaba una espada de dos filos, y su cara era como un sol brillante en todo su poder" (Ap 1,12-16). Entre todas estas cosas, la cabeza significa que ha recibido la gloria del Padre; lo sacerdotal señala los poderes -por eso Moisés vistió al pontífice según este modelo (Ex 28,4 Lv 8,7)-; (1041) otra cosa es el fin, representado por el bronce en el horno de fundición, que indica la fe y la perseverancia de las oraciones por el fuego que se encenderá al fin de los tiempos.

Juan mismo no soportó la visión. En efecto, dice: "Caí a sus pies como muerto" (Ap 1,17), para que se cumpliera lo escrito: "Nadie puede ver a Dios y seguir viviendo" (Ex 33,20). Mas el Verbo le dio vida y le recordó que él, estando reclinado sobre su pecho durante la cena, le había preguntado quién era el que lo había de traicionar (Jn 13,15), y le dijo: "Yo soy el primero y el último, vivo por los siglos de los siglos y tengo las llaves de la muerte y de los lugares inferiores" (Ap 1,17-18). Después de esto, sobre una segunda visión en la que contempló al mismo Señor, escribió: "Vi en medio del trono, de los cuatro animales y de los ancianos, a un Cordero como muerto pero en pie, que tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus enviados por Dios a la tierra" (Ap 5,6-7).

Y añade, acerca del mismo Cordero: "Vi un caballo blanco, y el que lo montaba llevaba el nombre de Fiel y Verdadero. Combate y juzga con justicia. Sus ojos son como una llama de fuego. En su cabeza lleva muchas coronas. Tiene escrito un nombre que sólo El mismo conoce. Está vestido con una túnica teñida en sangre, y se le llama Verbo de Dios. En caballos blancos lo siguen los ejércitos del cielo vestidos de un lino blanco purísimo; de su boca sale una espada afilada para herir las naciones, para gobernarlas con cetro de hierro. Pisa las uvas en el lagar con el furor ardiente del Dios todopoderoso. Y tiene sobre el manto y sobre su muslo un nombre escrito: Rey de Reyes y Señor de Señores" (Ap 19,11-16). Esta es la manera como el Verbo de Dios enseñaba a los seres humanos las cosas de Dios, como en figura de los bienes futuros y como imágenes de la Economía del Padre.

3.7. Figura de las acciones proféticas


(1042) 20,12. No sólo usó el servicio de los profetas para anunciar de antemano y prefigurar la salvación futura, por medio de las visiones que veían y los discursos que predicaban, sino también a través de sus acciones. Así, por ejemplo, Oseas se casó con una "mujer prostituta", como una acción profética, para profetizar que "la tierra prostituyéndose se apartará del Señor" (Os 1,2) -diciendo la tierra se refiere a los seres humanos que la habitan-. De esta manera dio a entender que Dios se complacerá en tomar a estos seres humanos para con ellos construir su Iglesia, a fin de santificarla mediante la unión con su Hijo, así como el pueblo había sido santificado por la unión con el profeta. Por eso Pablo añadió: "La mujer infiel se santifica en el esposo creyente" (1Co 7,14). Además el profeta llamó a sus hijos: "La que no ha obtenido misericordia" y "No es mi pueblo" (Os 1,6-9) para que, como dice el Apóstol, "el pueblo que no es pueblo se haga pueblo, y la que no ha obtenido misericordia sea objeto de misericordia; de modo que en lugar de No pueblo, se les llame hijos del Dios viviente" (Rm 9,25-26). El Apóstol muestra ya realizado por Cristo en la Iglesia, lo que el profeta había simbolizado con sus actos.

De modo semejante Moisés tomó como mujer a una etíope (Ex 2,21) a la que hizo israelita, para que fuese figura del olivo salvaje que se injerta en el olivo bueno para participar de su fecundidad (Rm 11,17). El Cristo nacido según la carne un día habría de ser perseguido a muerte y librarse en Egipto, o sea entre los gentiles; y santificar a los que aún eran niños para de ellos formar su Iglesia -pues Egipto desde el principio era un pueblo pagano, así como Etiopía-. Por eso el matrimonio de Moisés era figura de los esponsales del Verbo, y mediante la esposa etíope se simbolizaba la Iglesia de los gentiles. (1043) Y aquellos que la calumnien, critiquen y ridiculicen, no estarán limpios: serán leprosos que han de ser arrojados del campo de los justos (Nb 12,10-14).

Así también Rahab, que se reconocía meretriz, porque era una mujer pagana culpable de todos los pecados, recibió a los tres espías que espiaban todo el terreno (Jos 2,1), y los escondió, es decir al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Y, cuando toda la ciudad en la que vivía se vino a tierra al sonar siete veces las trompetas, Rahab la prostituta se salvó junto con toda su familia, por la fe significada en el listón rojo (Jos 2,18); así dijo el Señor a aquellos que no aceptaban su venida, me refiero a los fariseos que anulaban el signo del listón rojo, esto es la Pascua, redención y liberación de Egipto en favor de su pueblo: "Los publicanos y las meretrices os precederán en el reino de los cielos" (Mt 21,31).


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Ireneo, Contra herejes Liv.4 ch.18