Ireneo, Contra herejes Liv.4 ch.21

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3.8. Figura de los patriarcas


21,1. También en Abraham nuestra fe estaba prefigurada. El era el patriarca de nuestra fe, como muy por completo el Apóstol expuso en la Carta a los Gálatas: "Así pues, aquel que os da el Espíritu y obra milagros entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la Ley, (1044) o por la obediencia a la fe? Como Abraham creyó a Dios y le fue reputado como justicia. Reconoced, pues, que quienes proceden por la fe, ésos son hijos de Abraham. Previendo la Escritura que Dios justifica por la fe a los gentiles, de antemano anunció a Abraham que en su nombre serían benditas todas las naciones. Así pues, quienes creen serán benditos con Abraham el creyente" (Ga 3,5-9). Por estos motivos no únicamente lo llamó profeta de la fe, sino también padre de los fieles que, proviniendo de los gentiles, crean en Jesucristo; porque una sola es la fe, la suya y la nuestra: él por la promesa de Dios creyó en los bienes futuros como si ya fuesen reales, y de modo semejante nosotros, por la fe en la promesa de Dios, contemplamos la herencia del reino.

21,2. Tampoco carece de significado lo que sucedió a Isaac. En efecto, el Apóstol dice en la Carta a los Romanos: "También Rebeca, que había concebido de un solo varón, es decir de nuestro Padre Isaac", recibió la palabra del Verbo "para que fuese claro que las decisiones divinas no dependen de nuestras obras, sino del Dios que nos llama, se le dijo: Hay dos pueblos en tu seno, dos naciones en tu vientre, uno de ellos se impondrá al otro, y el mayor servirá al menor" (Rm 9,10-13). Resulta, pues, claro, que no sólo las acciones proféticas, sino también el parto de Rebeca, es profecía de los dos pueblos, uno mayor y otro menor, uno bajo el servicio, otro libre, sin embargo hijos del único y mismo Padre. Pues uno solo es Dios, el nuestro y el de ellos, el que conoce los secretos, (1045) que sabe todas las cosas antes de que sucedan, y por eso dice: "Amé a Jacob más que a Esaú" (Rm 9,13).

21,3. Y si atendemos a las obras de Jacob, no las hallaremos vacías, sino llenas de Economías. En primer lugar su nacimiento, pues salió cogiendo del talón a su hermano, y por eso se le llamó Jacob (Gn 25,26), o sea "El que suplanta": atrapa sin ser atrapado, ata los pies sin ser atado, combate y vence, detiene con la mano el talón del adversario, lo que significa victoria: para esto nació el Señor, de cuyo nacimiento Jacob era tipo, del que afirma Juan en el Apocalipsis: "Salió como vencedor para vencer" (Ap 6,2). Luego recibió la primogenitura, cuando su hermano la despreció (Gn 25,29-34): de esta manera también el pueblo nuevo (323) acogió a Cristo su primogénito (Col 1,15) cuando el pueblo más antiguo en edad (324) lo repudió diciendo: "No tenemos más rey que el César" (Jn 19,15). Y en Cristo se da toda bendición: por ello el pueblo más nuevo arrebató las bendiciones que el Padre había dado al pueblo antiguo, como Jacob la bendición de Esaú. Por eso sufría los ataques y persecuciones de su hermano, como la Iglesia de hoy los sufre de los de su raza (325).

La raza de Israel (las doce tribus) nació en suelo extranjero, porque también Cristo comenzaría a construir fuera de su patria las doce columnas de la Iglesia. Cabras manchadas fueron el salario que Jacob recibió (Gn 30,32), así como el salario de Cristo son los seres humanos que provienen de diversos pueblos para formar un solo rebaño en la fe, como el Padre le prometió: "Pídeme y te daré las naciones en herencia, y en propiedad los confines de la tierra" (Ps 2,8). Y como Jacob fue también profeta de una multitud de hijos del Señor, se vio obligado a hacerlos nacer de dos hermanas, así como Cristo lo hizo de dos leyes que provienen de uno y el mismo Padre, (1046) como de dos servidoras, para indicar que Cristo constituyó hijos de Dios a los que por la carne unos eran esclavos y otros libres; así como también a todos les dio el don del Espíritu que nos vivifica. Jacob hacía todo por la más joven de las hijas, que tenía unos ojos hermosos, Raquel, figura de la Iglesia por la cual Cristo sufrió. El mismo preparó en el tiempo antiguo, por medio de los patriarcas y profetas, usando figuras y preanuncios, los bienes que habían de venir. De esta manera puso en obra su parte en las Economías de Dios, y fue acostumbrando a su heredad a obedecer a Dios, a peregrinar por el mundo y a seguir su Palabra, para significar de antemano los bienes futuros. Así, pues, nada de lo acontecido es vano o sin significado.

(323) La Iglesia del Nuevo Testamento, que proviene en mayoría de los gentiles.

(324) Es decir, el pueblo judío.


(325) PG 7, 1045: "a Judaeis patitur".


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3.9. Cristo cumple el Antiguo Testamento

22,1. En los últimos tiempos, "cuando llegó la plenitud del tiempo" (Ga 4,4) de la libertad, el Verbo por sí mismo "lavó la mancha de las hijas de Sion" (Is 4,4), cuando con sus manos lavó los pies de sus discípulos (Jn 13,5). Esta es la meta del género humano que recibió a Dios como herencia; a fin de que, así como al principio todos quedamos reducidos a la esclavitud y deudores de la muerte por culpa de los primeros (seres humanos), así también al final, en la persona de los últimos, es decir todos los que fueron discípulos lavados y purificados de la muerte, llegarán a la vida de Dios (326): pues quien lavó los pies a sus discípulos, santificó y purificó todo su cuerpo.

Por eso, mientras estaban recostados, les sirvió la comida, para dar a entender que había venido a servir la vida a los que yacían por tierra, como dice Jeremías: "El Señor Santo de Israel se acordó de sus muertos que dormían en la tierra del sepulcro, y bajó a ellos a fin de llevarles la Buena Nueva de su salvación y rescatarlos" (327). Por la misma razón los ojos de sus discípulos (1047) estaban cargados de sueño (Mt 26,43) cuando Cristo hizo frente a su pasión, y como el Señor los halló dormidos, primero los dejó, para mostrar la paciencia de Dios con los hombres que duermen; en seguida volvió, los despertó e hizo levantarse, para dar a entender que su pasión habría de despertar a los discípulos que duermen, en cuyo favor "descendió a los lugares inferiores de la tierra" (Ep 4,9), para ver con sus propios ojos lo que faltaba de completar a la creación, sobre lo cual dijo a sus discípulos: "Muchos profetas y justos desearon ver y oír lo que vosotros veis y oís" (Mt 13,17).

22,2. Cristo descendió no sólo en favor de aquellos que creyeron en tiempos del César Tiberio; ni el Padre pensó de antemano sólo en los seres humanos de hoy, sino en todos los hombres que desde el principio, en su propio origen, temieron y amaron a Dios según sus capacidades, se comportaron con el prójimo con piedad y justicia, y desearon ver a Cristo y escuchar su voz. Por este motivo en su segunda venida despertará del sueño y hará resurgir en primer lugar a éstos, antes de los demás que serán juzgados, para introducirlos en su Reino.

"Porque en verdad hay un solo Dios" que guio a los patriarcas en sus Economías, "justificó la circuncisión por la fe y el prepucio por la fe" (Rm 3,30). Pues del mismo modo como ellos nos prefiguraron y anunciaron de antemano, así también ellos a su vez recibirán su cumplimiento en nosotros, es decir en la Iglesia (328), y recibirán el premio por sus trabajos.

423 23,1. Por eso decía el Señor a sus discípulos: "En verdad os digo, levantad vuestros ojos y ved los campos listos para la siega. Porque el segador recibe su salario y recoge el fruto para la vida eterna, a fin de que el que siembra y el que siega se alegren juntos. En esto se verifica el dicho: Uno es el que siembra y otro el que cosecha. Yo os he enviado a segar lo que no habéis sembrado; otros trabajaron y vosotros recogéis el fruto de sus labores" (Jn 4,35-38). ¿Y quiénes son los que trabajaron y sirvieron a las Economías de Dios? Es claro que los patriarcas y profetas, los cuales también fueron figuras de nuestra fe, sembraron en la tierra la venida del Hijo de Dios, acerca de quién y cómo sería, (1048) a fin de que los seres humanos que habrían de sucederlos algún día, revestidos de temor de Dios fácilmente acogieran el advenimiento de Cristo, una vez instruidos por los profetas.

Por eso a José que, al darse cuenta de que María estaba encinta, había pensado en dejarla en secreto, el ángel le dijo en sueños: "No temas recibir a María tu esposa; pues lo que lleva en el vientre es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo al que llamarás Jesús: El salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1,20-21). Y añadió para darle un signo: "Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta: He aquí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo que se llamará Emmanuel" (Mt 1,22-23). Usando las palabras del profeta lo persuadió de que disculpara a María, y mostró que ella era la Virgen anunciada de antemano por Isaías, que concibe al Emmanuel. Por eso José, convencido y sin dudar más, recibió a María, y con alegría ofreció a Cristo el servicio de atenderlo en todas sus necesidades: emigró a Egipto donde él se desarrolló, y luego, al regreso, lo llegó consigo a Nazaret. Por eso quienes no conocían las Escrituras e ignoraban la promesa divina y la Economía de Cristo, pensaban que José era el padre del niño.

También por ese motivo el Señor mismo leyó en Cafarnaúm el texto del profeta Isaías: "El Espíritu del Señor sobre mí, por eso me ungió y me envió a llevar a los pobres la Buena Nueva, a curar a los afligidos de corazón, a predicar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos" (Lc 4,18 Is 61,1). Y se predicó a sí mismo como el que había sido anunciado por los profetas, diciéndoles: "Hoy se ha cumplido esta profecía en vuestros oídos" (Lc 4,21).

23,2. Por eso Felipe, cuando se acercó al eunuco de la reina de Etiopía, éste leía lo que había sido escrito: "Como una oveja llevada al matadero, y como un cordero mudo ante el que lo trasquila, así él no abrió su boca. Con ignominia se arrebató su juicio" (Ac 8,32-33), y lo demás referente a su pasión y a su venida en la carne, cómo había sido infamado por los no creyentes. Felipe, con todo lo que el profeta había predicho, lo convenció fácilmente de creer en Jesucristo, el cual padeció y fue crucificado bajo Poncio Pilato, y era el Hijo de Dios que da la vida eterna a los seres humanos (Ac 8,37). Y apenas lo bautizó, desapareció de su compañía, pues ya no le faltaba nada de lo que los profetas habían dicho para catequizarlo: ni Dios Padre, ni la conducta según la Economía, excepto que ignoraba solamente la venida del Hijo de Dios. Mas, habiéndola conocido en tan poco tiempo, (1049) "seguía alegre su camino" (Ac 8,39). Después, en Etiopía, se hizo predicador de la venida de Cristo. Como se ve, Felipe no necesitó gastar muchas fuerzas con el eunuco, porque éste ya vivía en el temor de Dios que había aprendido de los profetas.

Por esto también al recoger a los Apóstoles, que eran como "las ovejas perdidas de la casa de Israel" (Mt 10,6), a partir de las Escrituras los instruía acerca de que el Jesús crucificado era el Cristo Hijo del Dios vivo. Ellos a su vez convencieron a grandes multitudes que ya vivían en el temor de Dios, y en un solo día se bautizaron tres, cuatro y cinco mil personas.

(326) Aquí se halla implícita una extensión de la imagen paulina del primer y segundo Adán, a todos los seres humanos: los "primeros hombres" son los encabezados por el primer Adán en el pecado; "los últimos" son los discípulos de Cristo, los redimidos cuya cabeza es el segundo Adán.

(327) San Ireneo también cita este texto en III, 20,4 (ver ahí la nota), donde lo refiere a Isaías, y en IV, 33,1.12; V, 31,1, sin atribución especial. No se conoce en la Biblia como la conservamos.

(328) San Ireneo afirma la estrecha unidad de los dos Testamentos (preludia la afirmacion del Concilio Vaticano II, DV 16): el Antiguo Testamento prepara y da comprensión al Nuevo, y éste, a su vez, da sentido y cumplimiento al Antiguo. Argumento antiherético, destruye la idea marcionita de los dos dioses.


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3.10. Vocación de los paganos


24,1. Pablo, que era el Apóstol de los gentiles, dice: "He trabajado más que ellos" (1Co 15,10). Porque para ellos fue fácil la catequesis, pues podían tener a la mano las pruebas de las Escrituras: quienes escuchaban a Moisés y a los profetas (Lc 16,31), fácilmente acogían al "Primogénito de los muertos" (Col 1,18) y al "príncipe de la vida" (329) (Ac 3,15) de Dios, aquel que, extendiendo las manos, destruyó a Amalec (Ex 17,10-13), y, mediante la fe en El, da la vida al ser humano y lo cura de la herida de la serpiente (Nb 21,6-9).

En cambio a los gentiles el Apóstol debía enseñarles primero (como hemos expuesto en el libro anterior) (330) a renunciar a la superstición de los ídolos y a adorar a un solo Dios, Hacedor del cielo y de la tierra y Demiurgo de toda la creación; y que fue su Hijo, su Palabra, aquel por el cual produjo todas las cosas; que se hizo hombre en los últimos tiempos para luchar en favor del género humano, para vencer y destruir al enemigo del hombre y para dar a su plasma la victoria contra el adversario. Pues, aunque los que provenían de la circuncisión no cumpliesen las palabras de Dios, pues incluso las despreciaban, sin embargo se les había educado en no matar, fornicar, robar o cometer fraude (Mc 10,19). Sabían que todo cuanto perjudica al prójimo es malo y Dios lo desprecia. Les era, pues, fácil abstenerse de estas cosas, pues así los habían educado.

(1050) 24,2. En cambio era preciso que Pablo enseñase a los paganos que todas estas obras son malas, perjudiciales e inútiles, y dañosas incluso para quienes las realizan. Por eso trabajaba más aquel que fue llamado al apostolado entre los gentiles, que quienes predicaban al Hijo de Dios entre los de la circuncisión. A éstos los ayudaban las Escrituras que el Señor confirmó y llevó a cumplimiento, pues se presentó tal como había sido anunciado. En cambio para los paganos era extraña la nueva enseñanza y doctrina: que los dioses de los gentiles no sólo no son dioses, sino ídolos de los demonios; que hay un solo Dios que está "sobre todo principado, potestad y dominación, y sobre todo nombre" (Ep 1,21); que su Verbo, por naturaleza invisible, se hizo palpable y visible al hacerse uno de los seres humanos, que se abajó "hasta la muerte, y muerte de cruz" (Ph 2,8); que quienes creen en El se harán impasibles e incorruptibles cuando reciban el Reino de los cielos. Y a estas gentes debía predicarles con su sola palabra, sin ayuda de la Escritura. Por eso más debían laborar quienes predicaban a los paganos. Pero, al mismo tiempo, la fe de los gentiles se mostraba más generosa, pues asentían a la Palabra de Dios careciendo de instrucción en las Escrituras.

(329) Idea muy cara a San Ireneo: por su resurrección, Cristo no sólo es el Primogénito de los muertos, sino también el inicio de la vida para los que duermen, es decir, el principio de su resurrección (ver II, 22,4; III, 22,4).

(330) Ver III, 12,10.


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3.11. También son hijos de Abraham


25,1. De esta manera Dios hizo de las piedras hijos de Abraham (Mt 3,9), y les acercó al que es el inicio y anunciador preliminar de nuestra fe: él recibió el Testamento de la circuncisión después de haber sido justificado por la fe antes de ser circuncidado, a fin de que fuese figura de ambos Testamentos. Así ha devenido en padre de cuantos siguen al Verbo de Dios y emprenden la peregrinación por este mundo; quiero decir los fieles que provienen o de la circuncisión o del prepucio. (331) Cristo es, entonces, "la piedra angular" (Ep 2,20) que sostiene y reúne en la única fe de Abraham a los que, de uno y otro Testamento, son aptos para construir la casa de Dios. Pero la fe de los que vienen del prepucio vuelve a ligar el fin con el principio, (1051) lo último con lo primero. Antes de la circuncisión la fe se hallaba en Abraham y en los otros justos que agradaron a Dios, como ya hemos expuesto (332); mas en los últimos tiempos ha nacido en el género humano por la venida del Señor. La circuncisión y las obras de la Ley, en cambio, ocuparon el tiempo intermedio.

25,2. Estas cosas fueron representadas en figura muchas veces, por ejemplo en Tamar, la nuera de Judá (Gn 38,27-30): habiendo ella concebido gemelos, uno de ellos asomó primero la mano; y, como la comadrona pensó que era el primogénito, le ató en la mano como señal un listón rojo. Pero, una vez que hizo esto, él retiró la mano, y nació primero su hermano Fares, y sólo en segundo lugar Záraj, el que tenía la mano atada con el listón rojo. De esta manera la Escritura hizo caer en la cuenta de que el pueblo marcado con el listón rojo, es decir el que viniendo del prepucio acoge la fe, se mostró primero en los patriarcas; luego, habiendo retirado la mano, nació su hermano; sólo después nació el que había sido marcado con el listón rojo, que significa la pasión del Justo, prefigurada en un principio por Abel y descrita por los profetas, que se consumó en el Hijo de Dios, en los últimos tiempos.

3.12. Toda la Escritura habla de Cristo


25,3. Era necesario que algunas cosas de antemano fueran anunciadas por los patriarcas, a la manera propia de los antiguos padres; otras, mediante las figuras propias de la Ley, por los profetas; finalmente a otras les darían forma los que reciben la filiación adoptiva, mediante la forma de Cristo. Todas ellas, sin embargo, se manifiestan en el único Dios. Porque, siendo Abraham uno solo, prefiguraba los dos Testamentos, en los cuales unos sembraron y otros cosecharon: "En esto se muestra verdadera la palabra, porque uno es el que siembra", es decir un pueblo, "y otro el que cosecha" (Jn 4,37); pues uno solo es el Dios que da la semilla a los sembradores y el pan al segador para que coma (2Co 9,10 Is 55,10), así como es uno el que planta y otro el que riega, pero el único Dios el que da el crecimiento (1Co 3,7). Los patriarcas y profetas sembraron la palabra acerca de Cristo, pero la Iglesia ha cosechado, es decir, recogido el fruto. (1052) Por eso ellos pedían tener una tienda en ella, como dice Jeremías: "¿Quién me dará una definitiva habitación en el desierto?" (Jr 9,1), "a fin de que el sembrador y el segador se alegren juntos" (Jn 4,36) en el Reino de Cristo, el cual está presente en todos aquellos a quienes Dios quiso concederles que su Verbo estuviera con ellos.

(331) Es decir, judíos y gentiles. Estos, después de Ac 15, no están obligados a circuncidarse para ser recibidos en la fe.

(332) Ver IV, 16,1-5.


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26,1. Por consiguiente, si alguien lee atentamente las Escrituras, hallará en ellas la palabra acerca de Cristo y la figura anticipada de la vocación nueva. Este es "el tesoro escondido en el campo" (
Mt 13,44), es decir en este mundo -puesto que "el campo es el mundo" (Mt 13,38), escondido en las Escrituras, puesto que estaba insinuado en los tipos y figuras, que los seres humanos no podían naturalmente comprender antes de que se cumpliera lo que estaba profetizado, o sea la venida de Cristo. Por eso el profeta Daniel decía: "Oculta las palabras y sella el libro hasta el tiempo final, hasta que muchos aprendan y se cumpla lo que saben. Pues, cuando la persecución haya llegado a su fin, se sabrán todas estas cosas" (Da 12,4). Y Jeremías dice: "Estas cosas se comprenderán al final de los tiempos" (Jr 23,20). En efecto, cualquier profecía es para los seres humanos enigmática y ambigua hasta que se cumple; mas cuando llega el tiempo y sucede lo profetizado, (1053) entonces se pueden explicar las profecías claramente.

Por eso aun en nuestros tiempos lo que se lee en la Ley les parece una fábula a los judíos. Es que no tienen aquello que lo explica todo, como es lo que toca a la venida del Hijo de Dios hecho hombre. En cambio para los cristianos, cuando lo leen, se convierte en el tesoro escondido en el campo, revelado y explicado por la cruz de Cristo, que les da inteligencia a los seres humanos y muestra la sabiduría de Dios; también manifiesta las Economías en favor de los hombres, prefigura el Reino de Cristo y anuncia de antemano la heredad de la Ciudad Santa. Desde antes proclama que la persona amante de Dios de tal manera avanzará, que verá a Dios y escuchará su Palabra; y de tal escucha recibirá tal esplendor, que los demás no podrán mirar la gloria de su rostro (2Co 3,7 Ex 34,29-35), como dijo Daniel: "Los sabios brillarán como luminarias en el firmamento, y la multitud de los justos como estrellas, por siglos sin fin" (Da 12,3). Por consiguiente, si alguien lee las Escrituras como acabamos de explicar -así como Cristo enseñó a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos, mostrándoles a partir de las Escrituras que "era necesario que el Cristo padeciera todas estas cosas y así entrara en su gloria", "y en su nombre se predicara el perdón de los pecados en todo el mundo" (Lc 24,26 Lc 46-47)-, llegará a ser un perfecto discípulo, como aquel "padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas" (Mt 13,52).

3.13. Los legítimos sucesores de Cristo en la Iglesia


26,2. Por este motivo es preciso obedecer a los presbíteros de la Iglesia. Ellos tienen la sucesión de los Apóstoles, como ya hemos demostrado, y han recibido, según el beneplácito del Padre, el carisma de la verdad junto con la sucesión episcopal. (1054) En cambio a los otros, que se apartan de la sucesión original y se reúnen en cualquier parte, habrá que tenerlos por sospechosos, como herejes que tienen ideas perversas, o como cismáticos llenos de orgullo y autocomplacencia, o como hipócritas que no buscan en su actuar sino el interés y la vanagloria.

Todos éstos se apartan de la verdad. Los herejes ofrecen ante el altar de Dios un fuego profano, o sea doctrinas ajenas: los consumirá el fuego del cielo, como a Nadab y Abihú (Lv 10,1-2). A aquellos que se yerguen contra la verdad y acicatean a otros contra la Iglesia de Dios, los tragará la hendidura de la tierra y se quedarán en el infierno, como todos aquellos que rodeaban a Coré, Datán y Abirón (Nb 16,33). Aquellos que rasgan y separan la unidad de la Iglesia, recibirán de Dios el mismo castigo que Jeroboán (1R 14,10-16).

26,3. En cuanto a aquellos que se hacen pasar por presbíteros ante los ojos de muchos, son esclavos de sus antojos y no anteponen en sus corazones el temor de Dios; sino que atacan a los otros e, hinchados con el tumor de verse en los primeros puestos, obran el mal ocultamente, y piensan: "Nadie nos ve" (Da 13,20). A éstos el Verbo los reprenderá, pues El no juzga según la apariencia (Is 11,3), ni se deja guiar por la cara sino por el corazón (1S 16,7). Ellos escucharán la voz del profeta Daniel: "Raza de Canaán y no de Judá, la apariencia te sedujo y la concupiscencia arrastró tu corazón. Hombre envejecido en el mal, ahora se te echan encima los pecados que antes habías cometido cuando juzgabas con injusticia; condenabas a los inocentes y dejabas libres a los culpables, contra lo que dice el Señor: No matarás al inocente y al justo" (Da 13,56 Da 52-53). Acerca de éstos dice el Señor: "Si el mal siervo piensa en su corazón: Mi Señor tarda, y comienza a golpear a los siervos y a las sirvientas, y a comer, beber y emborracharse, vendrá el Señor de este siervo en el día que él no sabe y en la hora que él no espera, lo separará y le asignará su parte entre los infieles" (Mt 24,48-51).

26,4. De todos estos es necesario alejarse, (1055) y en cambio adherirse a aquellos que, como hemos dicho, conservan la doctrina de los Apóstoles en el orden de los presbíteros, que ofrecen una palabra sana y observan una conducta irreprochable (Tt 2,8) para edificar y corregir a los demás. Así como hizo Moisés, a quien le fue confiado tan alto encargo; estaba seguro de su recta conciencia, y se defendió ante Dios diciendo: "No he tomado nada de ellos por interés, ni he hecho mal a ninguno" (Nb 16,15). Así como Samuel, el cual durante tantos años juzgó al pueblo y sin orgullo alguno ejercitó el gobierno sobre Israel, al final de su vida se justificaba diciendo: "He pasado mi vida en vuestra presencia desde mi niñez hasta hoy. Respondedme en la presencia del Señor y de su Ungido: ¿He recibido de alguno de vosotros un becerro o un asno? ¿Sobre quién me he impuesto? ¿A quién he oprimido? Si acaso tomé con mis manos la ofrenda propiciatoria o el calzado de alguno, acusadme y yo os lo devolveré" (1S 12,2-3). Y, habiendo contestado el pueblo: "No te has impuesto ni has oprimido a ninguno, ni has aceptado de nuestra mano ninguna cosa" (1S 12,4), él acudió al testimonio del Señor, con estas palabras: "El Señor y su ungido me son testigos hoy, de que nada habéis encontrado en mis manos. Ellos respondieron: El es testigo" (1S 12,5). También el Apóstol Pablo, seguro de su buena conciencia, dijo a los Corintios: "No somos como muchos otros, que adulteran la palabra de Dios; sino que hablamos con sinceridad ante Dios y en Cristo, con palabras que vienen de Dios" (2Co 7,17). "A nadie hemos hecho daño, a nadie hemos corrompido, a nadie hemos engañado" (2Co 7,2).

26,5. Así son los presbíteros que la Iglesia nutre. De éstos dice el profeta: "Te daré príncipes en la paz y guardianes (333) de la justicia" (Is 60,17). De ellos decía el Señor: "¿Quién es el administrador fiel, a quien su Señor pone al frente de su familia (1056) para que distribuya los alimentos a su tiempo? Dichoso el siervo a quien el Señor, al llegar, lo encontrare haciéndolo" (Mt 24,45-46 Lc 12,42-43). Pablo indica dónde se le encontrará: "Dios puso en la Iglesia en primer lugar Apóstoles, luego profetas, y en seguida maestros" (1Co 12,28). Pues donde Dios ha depositado sus carismas, ahí es donde conviene aprender la verdad, de aquellos que conservan la sucesión de la Iglesia y la doctrina de los Apóstoles. Ahí se halla la conducta sana e irreprochable, y la palabra no adulterada ni corrompida. Ellos custodian nuestra fe en el único Dios que hizo todas las cosas; nos hacen crecer en el amor al Hijo de Dios, que tantas Economías llevó a cabo por nosotros; y nos exponen la Escrituras sin ningún riesgo ni de blasfemar contra Dios, ni de deshonrar a los patriarcas, ni de menospreciar a los profetas.


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3.14. El Antiguo Testamento corrige las fallas de los antiguos


27,1. Escuché de un presbítero que había oído de aquellos que habían visto a los Apóstoles, y de ellos había aprendido, que a los antiguos, ya que actuaban sin el consejo del Espíritu, les bastaba la corrección que les hacía la Escritura; porque Dios, que no tiene acepción de personas (Ac 10,34), corregía con un proporcionado castigo lo que se hacía contra su beneplácito.

Así le sucedió a David: agradaba a Dios cuando sufría la injusta persecución de Saúl y huía del rey, no tomando venganza de su enemigo; además cantaba salmos a la venida de Cristo, con su sabiduría instruía a las naciones y todo lo hacía conforme al consejo del Espíritu. Pero, cuando llevado por la concupiscencia tomó para sí a Betsabé, la mujer de Urías, la Escritura dice de él: "La acción de David pareció inicua a los ojos del Señor" (2S 11,27). Este le envió al profeta Natán, para descubrir su pecado, a fin de que, habiéndose juzgado el mismo David y dado sentencia sobre sí mismo, recibiese la misericordia y el perdón de Cristo. (1057) "El Señor envió a David el profeta Natán, el cual le dijo: Había dos hombres en una ciudad. Uno era rico, el otro pobre. El rico poseía grandes rebaños de ovejas y bueyes, en cambio el pobre tenía sólo una ovejita, a la que amaba y alimentaba como si fuera una hija. Llegó un huésped a casa del rico, y a éste le pesó matar una oveja o un becerro de sus rebaños para agasajar al huésped; sino que cogió la ovejita del pobre y se la preparó a su huésped. David, entonces, mucho se enojó contra aquel hombre, y dijo a Natán: ¡Vive Dios, el hombre que ha hecho eso es digno de muerte! Entregará cuatro ovejas, porque no ha tenido compasión del pobre. Y Natán le dijo: Tú eres el hombre que ha hecho eso" (2S 12,1-7). Y continuó reprochándole todo cuanto había hecho, enumerando los beneficios de Dios que había recibido, y cómo había irritado a Dios por haber actuado así; porque Dios no aprueba tales acciones, y por ello una grande cólera recaería sobre su casa. David se arrepintió al oírlo, y dijo: "He pecado contra el Señor" (2S 12,13), y cantó el salmo penitencial, con la esperanza puesta en la venida del Señor que lava y purifica al ser humano caído bajo la sumisión del pecado.

Algo semejante sucedió a Salomón: solía juzgar rectamente, hablar con sabiduría, edificó un templo que fue figura del verdadero, pregonaba las glorias de Dios, anunciaba a las naciones la paz futura, para prefigurar el Reino de Cristo enseñó tres mil parábolas sobre la venida del Señor, cantó a Dios cinco mil cánticos (1R 5,12), y proclamaba la sabiduría de Dios que se encuentra en la naturaleza creada de todo árbol, de todo vegetal, de todas las aves, cuadrúpedos y peces (1R 5,13). Decía: "El Dios verdadero al que los cielos no pueden abarcar, ¿habitará sobre la tierra con los hombres?" (1R 8,27). Y agradó a Dios, los humanos lo admiraban, todos los reyes de la tierra lo buscaban para escuchar la sabiduría que Dios le había concedido (1R 5,14), y la reina del Sur vino a él desde los confines de la tierra para aprender de su sabiduría (1R 10,1-10). (1058) De ésta dijo el Señor que, cuando resucitemos para ser juzgados, ella se levantará con la generación de los que no escucharon sus palabras ni creyeron en él, para juzgarlos (Mt 12,42); porque ella aceptó la sabiduría que Dios le enseñaba por su siervo, en cambio ellos despreciaron la sabiduría que les predicaba el Hijo de Dios. Y eso que Salomón era un siervo, en cambio Cristo es el Hijo de Dios y el Señor de Salomón.

Por eso, cuando Salomón servía a Dios de modo impecable y se ponía a disposición de sus Economías, entonces era glorificado. En cambio cuando tomaba mujeres de entre todos los gentiles y les permitía levantar ídolos en Israel, la Escritura dice acerca de él: "Salomón era amante de mujeres, y tomó mujeres extranjeras. Por ello en su vejez el corazón de Salomón no era perfecto ante el Señor su Dios. Las mujeres extranjeras desviaron su corazón hacia los dioses extranjeros. Salomón hizo el mal en la presencia del Señor; no siguió al Señor como David su padre. Y el Señor se enojó contra Salomón: pues su corazón no era perfecto ante el Señor, como lo fue el corazón de David su padre" (1R 11,1-9). La Escritura lo condenó duramente, como dice el presbítero: "Que ninguna carne se gloríe en la presencia de Dios" (1Co 1,29).

3.15. También los antiguos se salvaron por Cristo: descenso a los infiernos


27,2. Por este motivo el Señor "descendió a los lugares inferiores de la tierra" (Ep 4,9) para anunciarles la Buena Nueva de su venida, para el perdón de los pecados de quienes creyeron en él. Y en él creyeron todos los que esperaban en él (Ep 1,12), es decir, los justos, profetas y patriarcas que preanunciaron su venida y se pusieron al servicio de sus Economías. A ellos, al igual que a nosotros, se les perdonaron sus pecados, que ya no podemos imputarles porque despreciaríamos la gracia de Dios (Ga 2,21). Así como ellos no nos condenan por nuestras incontinencias cometidas antes de que Cristo se manifestara en nosotros, así tampoco es justo que nosotros condenemos a quienes pecaron antes de que Cristo viniese. Pues "todos están privados de la gloria de Dios" (Rm 3,23), pero quienes vuelven sus ojos hacia la luz están justificados, no por sí mismos sino por la venida de Cristo.

Sus acciones se han puesto por escrito para instrucción nuestra (1Co 10,11), a fin de que, ante todo, supiésemos que uno solo es el Dios (1059) suyo y nuestro, al cual no le agrada el pecado, aunque lo cometiesen personas notables; y por ello debemos apartarnos del mal. Pues, si los antiguos que nos han precedido en los dones de Dios, por los cuales el Hijo de Dios aún no había padecido, sufrieron tales ignominias cuando faltaron en algo sirviendo a las pasiones de la carne, ¿cuánto más han de sufrirlas quienes ahora han despreciado la venida de Cristo y se han puesto al servicio de sus pasiones? También a aquéllos la muerte del Señor les perdonó los pecados; en cambio, por aquellos que ahora pecan "Cristo ya no muere, pues la muerte no tiene dominio sobre él" (Rm 6,9); sino que el Hijo vendrá en la gloria del Padre (Mt 16,27) para exigir de los administradores el dinero que les entregó para que lo hiciesen producir (Mt 25,14-30), y a quienes dio más, más les exigirá (Lc 12,48).

Por eso decía aquel presbítero, no debemos sentirnos orgullosos ni reprochar a los antiguos; sino hemos de temer, no sea que después de conocer a Cristo hagamos lo que no agrada a Dios, y en consecuencia no se nos perdonen ya nuestros pecados, sino que se nos excluya de su Reino. Pablo dijo a este propósito: "Si no perdonó las ramas naturales, él quizá tampoco te perdone, pues eres olivo silvestre injertado en las ramas del olivo y recibes de su savia" (Rm 11,21).

3.16. La corrección de los antiguos, pedagogía para nosotros


27,3. También están descritas las transgresiones de los antiguos, no por ellos mismos, sino para nuestra corrección, y para que sepamos que es uno y el mismo el Dios contra el cual ellos pecaban, y al cual ofenden ahora algunos de los que presumen de creyentes. El Apóstol lo dijo muy claramente en su Carta a los Corintios: "No quiero que ignoréis, hermanos, que todos nuestros padres estuvieron bajo la nube, y todos fueron bautizados en Moisés, en la nube y el mar, y todos comieron del mismo alimento espiritual y bebieron de la misma bebida espiritual: pues bebían de la piedra espiritual que los seguía, y la piedra era Cristo. Mas Dios no se agradó en muchos de ellos, pues quedaron muertos en el desierto.

Esto sucedió en figura de nosotros, para que no vayamos tras los malos apetitos como aquéllos lo hicieron; ni seáis idólatras como muchos de ellos, según está escrito: El pueblo se sentó a comer y a beber, y se levantó para divertirse. No nos entreguemos a la lujuria como algunos de ellos lo hicieron y, en un solo día, perecieron veintitrés mil. Ni tentemos a Cristo, como algunos lo tentaron y murieron mordidos por las serpientes. Ni murmuréis, como lo hicieron algunos de ellos, y perecieron (1060) a manos del exterminador. Todas estas cosas sucedieron en figura, pues fueron escritas para que nos sirvan de lección a quienes hemos llegado al final de los tiempos. Por eso, el que piense estar en pie, tenga cuidado de no caer" (1Co 10,1-12).

27,4. Sin dudar en absoluto ni mostrar contradicción alguna, el Apóstol muestra que es uno solo y el mismo Dios que entonces juzgó esas acciones y que hoy condena las actuales, e indicó el motivo por el cual aquéllas fueron descritas: aún se encuentra mucha gente atrevida y desvergonzada que, al mirar las faltas de los antepasados y la desobediencia de una gran cantidad del pueblo, dicen que el Dios de aquéllos fue el hacedor del mundo, que nació de a penuria, distinto del Padre que Cristo nos trajo, y éste es el que cada uno de ellos imagina haber concebido en su mente. Esos no entienden que, así como "Dios no se agradó en muchos de ellos" (1Co 10,5) porque pecaron, así también ahora "son muchos los llamados y pocos los escogidos" (Mt 22,14).

Y como entonces los injustos, idólatras y fornicadores perdieron la vida, así también ahora el Señor predicó que enviará a los tales al fuego eterno (Mt 25,41), como dice el Apóstol: "¿Acaso ignoráis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No os engañéis: ni los fornicadores, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni quienes se acuestan con otros hombres, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los rapaces poseerán el reino de Dios" (1Co 6,9-10). Y como esto no lo dice a los de fuera, sino a nosotros, para que no seamos excluidos del Reino de Dios por hacer tales cosas, añadió: "Esto fuisteis, pero habéis sido lavados y santificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios" (1Co 6,11).

Pues así como entonces quienes obraban mal y corrompían a los otros, fueron condenados y echados fuera, de igual manera en nuestro tiempo se arrancarán el ojo, el pie y la mano que escandalizan, para que no perezca todo el cuerpo (Mt 18,8-9). Este precepto hemos recibido: "Si algún hermano es fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón, con un hombre así ni os sentéis a la mesa" (1Co 5,11). Y también dice: "Que nadie os seduzca con palabras vacías: por eso la ira de Dios recae sobre los hijos de la desobediencia. No queráis, pues, tener parte con ellos" (Ep 5,6-7). En aquel tiempo junto con los pecadores a los demás les tocaba la condenación, porque se complacían con ellos y compartían sus acciones, porque "un poco de fermento corrompe toda la masa" (1Co 5,6).

También descendía entonces sobre los injustos la ira de Dios, como dice el Apóstol: (1061) "La ira de Dios se revelará desde el cielo sobre toda impiedad e injusticia de aquellos hombres que encierran la verdad en la injusticia" (Rm 1,18). Y como entonces Dios se vengó de los egipcios que injustamente maltrataban a Israel, así también ahora, como dice el Señor: "¿Y Dios no tomará la venganza de sus elegidos que claman a él día y noche? En verdad os digo, los vengará pronto" (Lc 18,7-8). Igualmente el Apóstol predica en su Carta a los Tesalonicenses: "Ya que Dios es justo, hace pagar con sufrimiento a aquellos que os afligen, y junto con nosotros os hará descansar de la aflicción, cuando nuestro Señor Jesucristo se manifieste del cielo con sus poderosos ángeles para, con la llama de fuego, tomar venganza de aquellos que no quieren conocer a Dios ni obedecer al Evangelio de Jesús nuestro Señor. Ellos sufrirán el castigo de la eterna perdición, separados de la presencia del Señor y del poder de su gloria, cuando venga a manifestar su gloria en sus santos y para mostrarse admirable en quienes creyeron en él" (2Th 1,6-10).

(333) Episkópous, lit. guardianes; en el latín traducido, con la mentalidad de Ireneo, como obispos.


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Ireneo, Contra herejes Liv.4 ch.21