Ireneo, Contra herejes Liv.4 ch.37

4.7. El ser humano fue creado libre


37,1. Esta frase: "¡Cuántas veces quise recoger a tus hijos, pero tú no quisiste!" (Mt 23,37), bien descubrió la antigua ley de la libertad humana; pues Dios hizo libre al hombre, el cual, así como desde el principio tuvo alma, también gozó de libertad, a fin de que libremente pudiese acoger la Palabra de Dios, sin que éste lo forzase. Dios, en efecto, jamás se impone a la fuerza, pues en él siempre está presente el buen consejo. Por eso concede el buen consejo a todos. Tanto a los seres humanos como a los ángeles otorgó el poder de elegir -pues también los ángeles usan su razón-, a fin de que quienes le obedecen conserven para siempre este bien como un don de Dios que ellos custodian. En cambio no se hallará ese bien en quienes le desobedecen, y por ello recibirán el justo castigo; porque Dios ciertamente les ofreció benignamente este bien, mas ellos ni se preocuparon por conservarlo ni lo tuvieron por valioso, sino que despreciaron la bondad suprema. Así pues, al abandonar este bien y hasta cierto punto rechazarlo, con razón (1100) serán reos del justo juicio de Dios, de lo que el Apóstol Pablo da testimonio en su Carta a los Romanos: "¿Acaso desprecias las riquezas de su bondad, paciencia y generosidad, ignorando que la bondad de Dios te impulsa a arrepentirte? Por la dureza e impenitencia de tu corazón amontonas tú mismo la ira para el día de la cólera, cuando se revelará el justo juicio de Dios" (Rm 2,4-5). En cambio, dice: "Gloria y honor para quien obra el bien" (Rm 2,10).

Dios, pues, nos ha dado el bien, de lo cual da testimonio el Apóstol en la mencionada epístola, y quienes obran según este don recibirán honor y gloria, porque hicieron el bien cuando estaba en su arbitrio no hacerlo; en cambio quienes no obren bien serán reos del justo juicio de Dios, porque no obraron bien estando en su poder hacerlo.

37,2. Si, en efecto, unos seres humanos fueran malos por naturaleza y otros por naturaleza buenos, ni éstos serían dignos de alabanza por ser buenos, ni aquéllos condenables, porque así habrían sido hechos. Pero, como todos son de la misma naturaleza, capaces de conservar y hacer el bien, y también capaces para perderlo y no obrarlo, con justicia los seres sensatos (¡cuánto más Dios!) alaban a los segundos y dan testimonio de que han decidido de manera justa y han perseverado en el bien; en cambio reprueban a los primeros y los condenan rectamente por haber rechazado el bien y la justicia.

(1101) Por este motivo los profetas exhortaban a todos a obrar con justicia y a hacer el bien, como muchas veces hemos explicado; porque este modo de comportarnos está en nuestra mano pero, habiendo tantas veces caído en el olvido por nuestra mucha negligencia, nos hacía falta un buen consejo. Por eso el buen Dios nos aconsejaba el bien por medio de los profetas.

37,3. Por este motivo el Señor predicó: "Que vuestra luz brille ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,16). Y: "Tened cuidado de que vuestros corazones no se carguen con comilonas, embriaguez y preocupaciones profanas" (Lc 21,34). Y: "Estén ceñidas vuestras cinturas y encendidas vuestras lámparas, como criados que esperan a su Señor cuando está por volver de la boda, para abrirle cuando llegue y llame a la puerta. Dichoso el criado a quien el amo, al llegar, encuentre haciendo esto" (Lc 12,35-36). Y añadió: "El criado que conoce la voluntad de su amo y no la cumple, recibirá muchos azotes" (Lc 12,47). Y: "¿Para qué me llamáis: ¡Señor!, ¡Señor!, si no cumplís mi palabra? (Lc 6,46). Y también: "Si el criado dice en su corazón: Mi amo tarda en venir, y empieza a golpear a sus compañeros, a comer, beber y emborracharse, cuando su amo llegue, en el día que menos lo espere, lo echará y le dará su parte entre los hipócritas" (Lc 12,45-46). Todos los textos semejantes a éstos, que nos muestran al ser humano como libre y capaz de tomar decisiones, nos enseñan cómo Dios nos aconseja exhortándonos a obedecerle y apartarnos de la infidelidad, pero sin imponerse por la fuerza.

37,4. Incluso el Evangelio: si alguien no quiere seguirlo, le es posible, aunque no le conviene; porque desobedecer a Dios y perder el bien (1102) está en nuestras manos, pero hacerlo lesiona al ser humano y le causa serio daño. Por eso dice Pablo: "Todo es posible hacer, pero no todo conviene" (1Co 6,12). Por una parte muestra la libertad del ser humano, por la cual éste puede hacer lo que quiera, pues ni Dios lo fuerza a lo contrario; pero añade "no todo conviene", a fin de que no abusemos de la libertad para enmascarar la malicia (1P 2,16): eso no es conveniente.

Y añade: "Cada uno diga la verdad a su prójimo" (Ep 4,25). Y: "No salga de vuestra boca palabra maliciosa o deshonesta o vana o inconveniente, que no sea de provecho; sino más bien una acción de gracias" (Ep 4,29). Y: "Un tiempo fuisteis tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor. Caminad honestamente como hijos de la luz" (Ep 5,8), "no en comilonas, embriagueces, prostitución o lujuria, sin ira ni envidia" (Rm 13,13), "en otro tiempo habéis hecho todo esto, pero habéis sido santificados en el nombre de nuestro Señor" (1Co 6,11). Mas si no estuviese bajo nuestro arbitrio hacer estas cosas o evitarlas, ¿qué motivo habría tenido el Apóstol, y antes el mismo Señor, de aconsejar hacer unas cosas y abstenerse de otras? Pero, como desde el principio el ser humano fue dotado del libre arbitrio, Dios, a cuya imagen fue hecho, siempre le ha dado el consejo de perseverar en el bien, que se perfecciona por la obediencia a Dios.

37,5. Y no sólo en cuanto a las obras, sino también en cuanto a la fe, el Señor ha respetado la libertad y el libre arbitrio del hombre, cuando dijo: "Que se haga conforme a tu fe" (Mt 9,29). Esto muestra que el ser humano tiene su propia fe, porque también tiene su libre arbitrio. Y también: "Todo es posible al que cree" (Mc 9,23). Y: "Vete, que te suceda según tu fe" (Mt 8,13). Todos los textos semejantes prueban que el ser humano tiene libertad para creer. Por eso "el que cree tiene la vida eterna, mas el que no cree en el Hijo no tiene la vida eterna, sino que la cólera de Dios permanece en él" (Jn 3,36). Por este motivo el Señor mostró que el ser humano tiene su bien propio, que es su arbitrio y su libertad, como dijo a Jerusalén: "¡Cuántas veces quise recoger a tus hijos (1103) como la gallina bajo sus alas, pero no quisiste! He aquí que tu casa quedará desierta" (Mt 23,37-38).

4.8. ¿Por qué fue creado libre?


37,6. Algunos enseñan lo contrario. Suponen a un Señor que no puede llevar a cabo lo que quiere, o bien que ignora la naturaleza de los seres hechos de tierra, incapaces de recibir la incorrupción.
Pero, dicen, hubiera sido necesario que no hiciese libres ni siquiera a los ángeles, para que no pudieran desobedecer; ni a los seres humanos que al momento fueron ingratos contra El, por el mismo hecho de haber sido dotados de razón, capaces de examinar y juzgar; y no son como los animales irracionales, que nada pueden hacer por propia voluntad, sino que se ven arrastrados a lo bueno por la fuerza de la necesidad: en ellos se da sólo un instinto, un modo de proceder, no pueden desviarse ni juzgar, ni pueden hacer otra cosa fuera de aquélla para la que fueron hechos.

Mas si así fuera, (los seres humanos) ni se gozarían con el bien, ni valorarían su comunión con Dios, ni desearían hacer el bien con todas sus fuerzas, pues todo les sucedería sin su impulso, empeño y deseo propios, sino por puro mecanismo impuesto desde afuera. De este modo el bien no tendría ninguna importancia, pues todo se haría por naturaleza más que por voluntad, de modo que harían el bien de modo automático, no por propia decisión; y por la misma razón, ni podrían entender cuán hermoso es el bien, ni podrían gozarlo. Porque, en efecto, ¿cómo se puede gozar de un bien que no se conoce? ¿Y qué gloria se seguiría de algo que no se ha buscado? ¿Qué corona se les daría a quienes no la hubieran conseguido, como quienes la conquistan luchando?

37,7. Por eso el Señor dice que el reino de los cielos es de los violentos: "Los violentos lo arrebatan" (Mt 11,12), quiere decir aquellos que se esfuerzan, luchan y continuamente están alerta: éstos lo arrebatan. Por eso el Apóstol Pablo escribió a los corintios: "¿No sabéis que en el estadio son muchos los que corren, pero sólo uno recibe el premio? Corred de modo que lo alcancéis. Todo aquel que compite se priva de todo, y eso para recibir una corona corruptible, en cambio (1104) nosotros por una incorruptible. Yo corro de esta manera, y no al acaso; yo no lucho como quien apunta al aire; sino que mortifico mi cuerpo y lo someto al servicio, no vaya a suceder que, predicando a otros, yo mismo me condene" (1Co 9,24-27). Siendo un buen atleta, nos exhorta a competir por la corona de la incorrupción; y a que valoremos esa corona que adquirimos con la lucha, sin que nos caiga desde afuera. Cuanto más luchamos por algo, nos parece tanto más valioso; y cuanto más valioso, más lo amamos. Pues no amamos de igual manera lo que nos viene de modo automático, que aquello que hemos construido con mucho esfuerzo. Y como lo más valioso que podía sucedernos es amar a Dios, por eso el Señor enseñó y el Apóstol transmitió que debemos conseguirlo luchando por ello. De otro modo nuestro bien sería irracional, pues no lo habríamos ganado con ejercicio. La vista no sería para nosotros un bien tan deseable, si no conociésemos el mal de la ceguera; la salud se nos hace más valiosa cuando experimentamos la enfermedad; así también la luz comparándola con las tinieblas, y la vida con la muerte. De igual modo el Reino de los cielos es más valioso para quienes conocen el de la tierra; y cuanto más valioso, tanto más lo amamos; y cuanto más lo amamos, tanto más gloria tendremos ante Dios.

Por este motivo Dios ha permitido todas estas cosas a fin de que nos eduquen y nos hagan sabios, para que en el futuro seamos cautelosos y perseveremos en su amor (Jn 15,9-10) amando a Dios como seres racionales, admirando la generosidad que Dios ha mostrado ante la apostasía de los seres humanos a fin de educarlos por esa experiencia, como dice el profeta: "Tu alejamiento te enseñará" (Jr 2,19). Dios dispuso de antemano todas las cosas para el provecho del ser humano y para mostrar de modo eficaz su Economía, a fin de que se manifieste la bondad, se cumpla la justicia, la Iglesia "reproduzca la imagen de su Hijo" (Rm 8,29), y quizás algún día el ser humano madure a través de todas estas experiencias, para que madurando se haga capaz de ver y comprender a Dios.


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4.9. No fue creado perfecto: necesita ser educado


(1105) 38,1. Tal vez alguien diga: "¡Pero qué, ¿acaso Dios no podría haber creado al ser humano perfecto desde el principio?" Sépase que Dios siempre es el mismo e idéntico a lo que él mismo es, y que todo le es posible. Pero las cosas creadas por él, puesto que comenzaron a existir cuando fueron hechas, por fuerza son inferiores a aquel que las hizo. Las cosas que llegaron a ser, no podían ser increadas; y por el hecho de no ser increadas les falta ser perfectas. Como fueron producidas más tarde, en ese sentido son niñas, y como niñas no están ni habituadas ni ejercitadas en un modo de actuar perfecto. Sucede como con una madre capaz de dar al bebé un alimento de adulto, pero él aún no puede comer ese alimento demasiado pesado para sus fuerzas. De modo semejante, Dios pudo dar la perfección al ser humano desde el principio, pero éste era incapaz de recibirla, pues también fue niño.

Por eso nuestro Dios en los últimos tiempos, para recapitular todas las cosas en sí mismo, vino a nosotros, no tal como podía mostrarse, sino como nosotros éramos capaces de mirarlo. (1106) Porque podía venir a nosotros en su gloria inexpresable, pero nosotros no hubiéramos resistido soportar la grandeza de su gloria. Por eso, como a niños, aquel que era el pan perfecto del Padre se nos dio a sí mismo como leche, cuando vino a nosotros como un hombre; a fin de que, nutriendo nuestra carne como de su pecho, mediante esa lactancia nos acostumbráramos a comer y beber al Verbo de Dios, hasta que fuésemos capaces de recibir dentro de nosotros el Pan de la inmortalidad, que es el Espíritu del Padre.

38,2. Por eso Pablo dice a los corintios: "Os he alimentado con leche, no con pan, pues aún no podíais digerirlo" (1Co 3,2). Quiere decir: habéis conocido la venida del Señor en cuanto hombre, pero aún no ha descansado en vosotros el Espíritu del Padre, dada nuestra debilidad. "Pues cuando hay envidia, discordia y disensiones entre vosotros, ¿no os mostráis carnales y camináis según el hombre? (1Co 3,3). Es decir, el Espíritu del Padre aún no habitaba en ellos, debido a su imperfección y la debilidad de su conducta. Mas así como el Apóstol podía darles el alimento -pues todos aquellos a quienes los Apóstoles imponían las manos recibían el Espíritu Santo (Ac 8,17-19), que (1107) es el alimento de la vida-, pero ellos no eran capaces de recibirlo por su relación con Dios aún débil y sin ejercicio (He 5,14); así también Dios habría podido desde el principio dar la perfección al ser humano; pero éste, recién creado, no era capaz de recibirlo, si lo recibía era incapaz de acogerlo, y si lo acogía no tenía fuerzas para conservarlo. Por eso el Verbo de Dios se hizo niño con el hombre, aunque él era perfecto: no por sí mismo sino por la pequeñez del ser humano, a fin de de algún modo se hiciese capaz de recibirlo. Así pues, no es que Dios fuera incapaz o indigente; sino que lo era el hombre recién hecho, pues no era increado.

38,3. En cambio en Dios al mismo tiempo se manifiestan el poder, la bondad y la sabiduría: el poder y la bondad en el hecho de que voluntariamente creó e hizo las cosas que no existían; su sabiduría en el hecho de que hizo todas las cosas de modo ordenado y en mutua concordancia. Estas creaturas, recibiendo de su inmensa generosidad el desarrollo y duración a través del tiempo, serán portadoras de la gloria del increado, ya que Dios les dará generosamente todo lo bueno. Habiendo sido hechas, no son increadas; pero como durarán por tiempo sin fin, recibirán el don del increado, (1108) pues él les concederá durar para siempre. De este modo Dios tendrá el primado en todo, porque es el único increado y anterior a todos los seres, a punto de ser su causa; en cambio todos los demás seres permanecerán siempre sometidos a Dios. Pero la sumisión a Dios trae consigo la incorrupción, y la perseverancia en la incorrupción es la gloria del increado.

Mediante este orden, con dicha conveniencia y con tal modo de proceder, el hombre hecho y plasmado se convierte en la imagen y semejanza del Dios increado: con el beneplácito y mandato del Padre, mediante el ministerio y la obra formadora del Hijo, siendo el Espíritu el que nutre y da el crecimiento. El hombre, a su vez, poco a poco se desarrolla y llega a la perfección, es decir, se hace más cercano al increado. Porque perfecto es lo increado, y éste es Dios. Pues convenía que primero el hombre fuese creado, que una vez creado creciera, una vez crecido llegara a la adultez, hecho adulto se multiplicase, multiplicado se consolidase, consolidado se elevase a la gloria, y en la gloria contemplase a su Señor. Pues es a Dios a quien ha de ver, y la visión de Dios produce la incorrupción; pero "la incorrupción nos acerca a Dios" (Sg 6,19-20).

38,4. Son irrazonables, pues, los que no esperan el tiempo de su crecimiento e imputan a Dios la debilidad de su naturaleza. No se conocen ni a sí mismos ni a Dios, (1109) ingratos e insaciables, rehúsan ser aquello que fueron hechos: seres humanos sujetos a pasiones; sino que, sobrepasando la ley de la raza humana, antes de hacerse hombres pretenden ser semejantes al Dios que los hizo negando la diferencia entre el Dios increado y el ser humano creado en el tiempo. Así se hacen más irracionales que los brutos animales. Estos al menos no reprochan a Dios por no haberlos hecho humanos; sino que cada uno, a su manera, le da gracias por lo que es, porque todo lo ha recibido. En cambio nosotros le reprochamos el no haber sido hechos dioses desde el principio, sino que primero nos hizo seres humanos, y sólo después dioses; aunque Dios lo hizo en la simplicidad de su bondad, de modo que nadie lo puede juzgar de celoso y egoísta: "Yo dije: Todos sois dioses e hijos del Altísimo" (Ps 82,6). Mas, como nosotros somos incapaces de soportar el poder de la divinidad, dice: "Pero vosotros moriréis siendo humanos" (Ps 82,7). Declara ambas cosas: la bondad de su don y la debilidad de nuestra libertad.

Por su bondad hizo el bien a los seres humanos al crearlos libres a su semejanza; sin embargo, por su preciencia conoció la debilidad de los hombres y sus consecuencias; por su amor y poder triunfará sobre la naturaleza creada. Pues era necesario que primero apareciese la naturaleza, luego que fuera vencida, en seguida que lo mortal fuera absorbido en la inmortalidad y lo corruptible en la incorrupción (2Co 5,4 1Co 15,53), para que el ser humano se convierta en imagen y semejanza de Dios, habiendo recibido el conocimiento del bien y del mal (Gn 3,5).


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4.10. Conocimiento del bien y del mal


39,1. El hombre aprendió el bien y el mal. El bien consiste en escuchar a Dios, poner en él la fe y guardar sus mandamientos. Esto es lo que da la vida al ser humano. En cambio el mal consiste en desobedecer a Dios, lo que lo lleva a la muerte. Por su generosidad Dios dio a conocer al ser humano el bien de la obediencia y el mal de la desobediencia, a fin de que el ojo de su alma por propia experiencia pueda elegir juzgando lo que es mejor, y nunca descuide por pereza el mandato divino. Y para que por experiencia aprenda lo que es malo y le arrebata la vida, y de esta manera no se vea jamás tentado a desobedecer a Dios. (1110) En cambio puede guardar con empeño y por propia decisión la obediencia a Dios, sabiendo que en ello consiste su bien.

Por eso su conocimiento de ambas cosas va en los dos sentidos, a fin de que pueda elegir lo mejor con discernimiento. ¿Mas cómo podría discernir sobre el bien si ignorase lo que se le opone? La percepción de las cosas que tocamos es más firme y segura que la que proviene de suposición o conjetura. Así como la lengua mediante el gusto experimenta lo dulce y lo amargo, el ojo por experiencia distingue lo negro de lo blanco y la oreja por medio del oído descubre la diferencia de los sonidos, así también la mente, habiendo experimentado una y otra cosa, puede discernir sobre el bien y hacerse más firme en mantener la obediencia a Dios: ante todo por la penitencia aleja de sí la desobediencia, como cosa mala y amarga, y luego, aprendiendo por comparación lo que es contrario a lo dulce y bueno, evita ser tentado a gustar la desobediencia a Dios. Mas si alguno rehuyese conocer ambos extremos y el doble sentido al que se dirigen los pensamientos, de modo inconsciente estaría matando en sí su ser humano.

39,2. ¿Cómo podrías hacerte dios, si primero no te haces un ser humano? ¿Cómo pretendes ser perfecto, si fuiste creado en el tiempo? ¿Cómo sueñas en ser inmortal, si en tu naturaleza mortal no has obedecido a tu Hacedor? Es, pues, necesario que primero observes tu orden humano, para que en seguida participes de la gloria de Dios. Porque tú no hiciste a Dios, sino que él te hizo. Y si eres obra de Dios, contempla la mano de tu artífice, que hace todas las cosas en el tiempo oportuno, y de igual manera obrará oportunamente en cuanto a ti respecta. Pon en sus manos un corazón blando y moldeable, y conserva la imagen según la cual el Artista te plasmó; guarda en ti la humedad (351), no vaya a ser que, si te endureces, pierdas las huella de sus dedos (352). Conservando tu forma subirás a lo perfecto; pues el arte de Dios esconde el lodo que hay en ti. Su mano plasmó tu ser, te reviste por dentro y por fuera con plata y oro puro (Ex 25,11), y tanto te adornará, que el Rey deseará tu belleza (Ps 45,12). Mas si, endureciéndote, rechazas su arte y te muestras ingrato a aquel que te hizo un ser humano, al hacerte ingrato a Dios pierdes al mismo tiempo el arte con que te hizo y la vida que te dio: hacer es propio de la bondad de Dios, ser hecho es propio de la naturaleza humana. Y por este motivo, si le entregas lo que es tuyo, es decir tu fe y obediencia a él, entonces recibirás de él su arte, que te convertirá en obra perfecta de Dios.

39,3. Mas si rehúsas creer y huyes de sus manos, (1111) la culpa de tu imperfección recaerá en tu desobediencia y no en aquel que te llamó: él mandó a quien convocara a su boda: quienes no obedecieron, por su culpa se privaron de su cena regia (Mt 22,3). A Dios no le falta el arte, siendo capaz de sacar de las piedras hijos de Abraham (Mt 3,9 Lc 3,8); pero aquel que no se somete a tal arte, es causa de su propia imperfección. Es como la luz: no falta porque algunos se hayan cegado, sino que la luz sigue brillando, y los que se han cegado viven en la oscuridad por su culpa. Ni la luz obliga por la fuerza a nadie, así como Dios a nadie somete por imposición a su arte. Aquellos, pues, que se han apartado de la luz del Padre transgrediendo la ley de la libertad, se han alejado por su culpa, pues se les concedió la libertad y el libre albedrío.

39,4. Dios, que de antemano conoce todas las cosas, preparó para unos y para otros sendas moradas: con toda bondad otorga la luz de la incorrupción a aquellos que la buscan; en cambio aparta de sí a quienes la desprecian y rechazan, huyendo por su cuenta y cegándose. Para quienes repudian la luz y escapan de él, ha preparado las tinieblas correspondientes, a las que los entregará como justo castigo. Sujetarse a Dios es el descanso eterno. Por eso quienes huyen de la luz tendrán un puesto digno de su fuga, y quienes huyen del descanso eterno también tendrán la morada que merecen los desertores. En Dios todo es bien, y por eso quienes por propia decisión huyen de Dios, a sí mismos se defraudan y privan de sus bienes. Y por ello quienes a sí mismo se han defraudado en cuanto a los bienes de Dios, en consecuencia caerán en su justo juicio. Quienes se escapan del descanso, justamente vivirán en su castigo, y quienes huyeron de la luz vivirán en tinieblas. Así como sucede con la luz de este mundo: quienes se fugan de ella, por sí mismos se esclavizan a la obscuridad, (1112) de manera que es su propia culpa si quedan privados de la luz y deben habitar en las sombras de la noche. La luz no es la causa de ese modo de vivir, como antes dijimos. De igual modo, quienes evaden la luz eterna que contiene en sí todos los bienes, por su propia culpa vivirán en las tinieblas eternas, privados de todo bien, pues ellos mismos han construido su propio tipo de morada.

(351) En varias ocasiones San Ireneo compara el Espíritu de Dios con el rocío, la humedad o el agua viva.

(352) Imagen muy semejante a la de las dos manos de Dios: indica al Verbo y al Espíritu. Tanto más que, al principio del próximo párrafo (39,3) se refiere a las manos.


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4.11. Por eso el premio y el castigo


40,1. Por consiguiente es uno y el mismo el Dios y Padre, que en su casa prepara bienes para quienes lo buscan, viven en su comunión y perseveran en su obediencia; mas también ha preparado el fuego eterno para el diablo, príncipe de la apostasía, y para los ángeles que con él se le apartaron. El Señor dice que serán arrojados al fuego aquellos que están a su izquierda (Mt 25,41). Y lo mismo dice el profeta: "Yo soy un Dios celoso, construyo la paz y condeno el mal" (Is 45,7). Construye la paz para quienes se arrepienten y se convierten a El: los llama a la amistad y a la unidad. En cambio prepara el fuego eterno y las tinieblas exteriores, grandes males para quienes caen en ellos, para los impenitentes que huyen de su luz.


4.12. Parábolas del juicio


40,2. Mas si fuese uno el Padre que da el descanso, y otro el Dios que preparó el fuego, también habrían de ser diversos los hijos: uno que conduciría al Reino del Padre, y otro al fuego eterno. Pero el Señor que juzgará a todo el género humano se mostró uno y el mismo: (1113) "Como el pastor separa las ovejas de los cabritos" (Mt 25,32), a unos les dirá: "Venid, benditos de mi Padre, a recibir el reino preparado para vosotros" (Mt 25,34), y a otros: "Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno que mi Padre preparó para el diablo y sus ángeles" (Mt 25,41). Con estas palabras muestra de modo evidente que también su Padre es uno solo y el mismo, "el que construye la paz y condena el mal", el que prepara para unos y otros lo que merecen, así como el único juez enviará a unos y otros al puesto justo.

Lo mismo manifestó el Señor en la parábola del trigo y la cizaña: "Como se recoge la cizaña y se quema en el fuego, así sucederá al fin de los tiempos. El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles a recoger de su reino todos los escándalos y a los que han obrado con iniquidad para arrojarlos al horno de fuego: allí habrá sólo llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre" (Mt 13,40-43). El mismo Padre que preparó para los justos el reino al que su Hijo hace entrar a quienes son dignos, así también preparó el horno de fuego para quienes por mandato del Señor serán arrojados en él por los ángeles que enviará el Hijo del Hombre.

40,3. El había sembrado semilla buena en su campo (Mt 13,24), y dice: "El campo es el mundo; pero mientras los hombres dormían, el enemigo vino y sembró encima cizaña entre el trigo, y se marchó" (Mt 13,25). Desde entonces el enemigo es el ángel apóstata, desde el día en que tuvo celos de la creatura de Dios, y se empeñó en hacerla enemiga de Dios. Por eso (1114) Dios también separó de su comunión al que en oculto y por su cuenta había sembrado la cizaña, esto es la transgresión que él mismo provocó; en cambio se compadeció del hombre que por negligencia aceptó la desobediencia, e hizo rebotar la enemistad por la cual aquél lo había querido hacer enemigo de Dios, contra el mismo autor de la enemistad; quitó su enemistad contra el hombre para echarla contra la serpiente. Como dice la Escritura que dijo él a la serpiente: "Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y el linaje de la mujer: él te quebrantará la cabeza, mientras tú acecharás su talón" (Gn 3,15). El Señor recapituló en sí mismo esta enemistad, como un hombre "nacido de mujer" (Ga 4,4), y le aplastó la cabeza, como lo hemos explicado en nuestro libro precedente (353).

(353) Ver III, 23,3.


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4.13. Los hijos del maligno


(1115) 41,1. El afirmó que algunos de los ángeles pertenecen al diablo, y para ellos se preparó el fuego eterno (Mt 25,41). También dice en la parábola de la cizaña: "La cizaña son los hijos del maligno" (Mt 13,38). Por eso debemos decir que adscribió a todos los apóstatas a aquel que es el iniciador de la transgresión. No es que (el demonio) haya creado en cuanto a su naturaleza a los ángeles y a los seres humanos. En efecto, nada se halla (en la Escritura) que el diablo haya hecho, pues él mismo es una creatura de Dios, como lo son los demás ángeles. Dios fue quien hizo todas las cosas, como dice David: "Dijo, y todas las cosas fueron hechas; lo mandó, y fueron creadas" (Ps 33,9).

41,2. Y como Dios creó todas las cosas, pero el diablo se convirtió en causa de la apostasía propia y de los otros, con justicia la Escritura a quienes perseveran en la apostasía siempre los llama hijos del diablo y ángeles del maligno. Según hemos explicado anteriormente, de dos maneras se puede llamar hijo a una persona: o por naturaleza, en cuanto que es hijo de nacimiento; o porque se hace hijo y se le tiene por tal. Y hay diferencia entre nacer y hacerse: porque el primero nace de otro; en cambio el segundo es hecho por otro, es decir, o en cuanto a su ser o en cuanto a la enseñanza doctrinal (354); pues suele llamarse hijo de un maestro también a quien éste educa con su palabra, y al maestro se le llama padre. En cambio, por naturaleza todos somos hijos de Dios por la creación, pues él nos ha hecho. Mas en cuanto a la obediencia y la doctrina, no todos son hijos de Dios, sino los que creen en él (Jn 1,12) y hacen su voluntad (Mt 12,50). Quienes no creen ni hacen su volutad son hijos y ángeles del diablo, porque hacen la voluntad del diablo (Jn 8,41). Por eso dice Isaías: "Hijos crié y elevé, pero ellos me despreciaron" (Is 1,2). Y también (1116) los llama hijos de extraños: "Esos hijos extranjeros me engañaron" (Ps 18,46). Por naturaleza son sus hijos, porque él los hizo; pero por sus obras no son sus hijos.

41,3. Entre los seres humanos, los hijos rebeldes a sus padres que reniegan de ellos, son hijos por naturaleza; pero por ley se pueden enajenar, pues sus padres naturales los desheredan. De modo semejante quienes no obedecen a Dios y reniegan de él, dejan de ser sus hijos. Por eso no pueden recibir su herencia, como dice David: "Desde antes de nacer se corrompen los malvados, su veneno es semejante al de la víbora" (Ps 58,4-5). Por eso el Señor, sabiendo que eran hijos de seres humanos, sin embargo les llamó "raza de víboras" (Mt 23,33), pues se parecen a esos animales por su modo tortuoso de moverse para dañar a los demás: "Cuidaos, dijo, de la levadura de los fariseos y saduceos" (Mt 16,6). Y afirmó de Herodes: "Id y decid a esa zorra" (Lc 13,32), para dar a entender su dolo y su astucia llena de malicia. Por eso el profeta Jeremías dijo: "El hombre a quien se eleva a los honores se convierte en bestia" (Ps 49,21) (355). Y también: "Se hicieron como caballos en celo ante la hembra, cada uno de ellos relincha por la mujer del prójimo" (Jr 5,8).

Isaías, predicando en Judea en disputa con Israel los llamaba "príncipes de Sodoma y pueblo de Gomorra" (Is 1,10). Así daba a entender que ellos se habían hecho semejantes a los sodomitas, por la transgresión y por cometer los mismos pecados: por la semejanza de sus actos los llamó con la misma palabra. No es que Dios los hubiera hecho así por naturaleza, ya que ellos podían obrar justamente, pues les dijo dándoles un buen consejo: "Lavaos, purificaos, arrojad de vuestros corazones la maldad ante mis ojos, apartaos de vuestras iniquidades" (Is 1,16); porque ellos cometían pecado como los sodomitas, también como ellos recibirían el castigo; mas si se convertían, hacían penitencia y se apartaban de sus maldades, podían volver a ser hijos de Dios y alcanzar la herencia (1117) de la incorrupción que él otorga. En este sentido llamó a quienes creen en el diablo y actúan según sus obras, ángeles del diablo e hijos del maligno. Uno y el mismo Dios los creó a todos en un principio; cuando creen en Dios, lo obedecen, perseveran en guardar su doctrina, son hijos de Dios; mas cuando se apartan de él y pecan, se les adscribe al diablo, el cual desde el principio se convirtió en causa de la apostasía, propia y de los otros.

(354) En la antigüedad era común llamar "padres" a los maestros.

(355) Nótese que atribuye a Jeremías la cita de un Psmo.


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Conclusión


41,4. Puesto que son muchas las palabras del Señor que anuncian a un solo y el mismo Padre Creador de este mundo, era necesario que nos explayásemos ampliamente en refutar a quienes están atrapados en muchos errores, con la esperanza de que, habiendo sido rebatidos de tantas maneras, se conviertan a la verdad y puedan salvarse. Mas es preciso que a todo este escrito, en seguida de las palabras del Señor, añadamos también la doctrina de Pablo y examinemos su enseñanza. Al exponer al Apóstol, aclaramos todos aquellos dichos de Pablo que los herejes, (1118) o no han entendido en absoluto, o han explicado optando por otras interpretaciones. De este modo ponemos en evidencia su insensata demencia y, a partir del mismo Pablo, del cual toman ocasión para cuestionarnos, desenmascaramos sus mentiras al exponer cómo el Apóstol predicó la verdad, y que todo cuanto enseñó concuerda con ella: que uno solo es el Dios Padre que habló a Abraham, envió de antemano a los profetas, en los últimos tiempos envió a su Hijo, y otorga la salvación a su plasma, que es la substancia de la carne.

Por consiguiente, en el próximo libro expondremos las restantes palabras del Señor mediante las cuales, en forma directa y sin parábolas, enseñó la doctrina sobre el Padre. En seguida agregaremos una exposición acerca de las cartas del Santo Apóstol. Con esta útima tarea te ofreceremos un trabajo completo de "denuncia y refutación de la falsa gnosis". A ti y a nosotros estos cinco libros nos servirán de ejercicio para rebatir a todos los herejes.


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Ireneo, Contra herejes Liv.4 ch.37