Discursos 2012 1 23322

Ceremonia de bienvenida en el aeropuerto internacional de Guanajuato (León, 23 de marzo de 2012)

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Silao, Aeropuerto internacional de Guanajuato

Viernes 23 de marzo de 2012




Excelentísimo Señor Presidente de la República,
Señores Cardenales,
Venerados hermanos en el Episcopado y el Sacerdocio,
Distinguidas autoridades,
Amado pueblo de Guanajuato y de México entero

Me siento muy feliz de estar aquí, y doy gracias a Dios por haberme permitido realizar el deseo, guardado en mi corazón desde hace mucho tiempo, de poder confirmar en la fe al Pueblo de Dios de esta gran nación en su propia tierra. Es proverbial el fervor del pueblo mexicano con el Sucesor de Pedro, que lo tiene siempre muy presente en su oración. Lo digo en este lugar, considerado el centro geográfico de su territorio, al cual ya quiso venir desde su primer viaje mi venerado predecesor, el beato Juan Pablo II. Al no poder hacerlo, dejó en aquella ocasión un mensaje de aliento y bendición cuando sobrevolaba su espacio aéreo. Hoy me siento dichoso de hacerme eco de sus palabras, en suelo firme y entre ustedes: Agradezco ― decía en su mensaje ― el afecto al Papa y la fidelidad al Señor de los fieles del Bajío y de Guanajuato. Que Dios les acompañe siempre (cf. Telegrama, 30 enero 1979).

Con este recuerdo entrañable, le doy las gracias, Señor Presidente, por su cálido recibimiento, y saludo con deferencia a su distinguida esposa y demás autoridades que han querido honrarme con su presencia. Un saludo muy especial a Monseñor José Guadalupe Martín Rábago, Arzobispo de León, así como a Monseñor Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de Tlalnepantla, y Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano y del Consejo Episcopal Latinoamericano. Con esta breve visita, deseo estrechar las manos de todos los mexicanos y abarcar a las naciones y pueblos latinoamericanos, bien representados aquí por tantos obispos, precisamente en este lugar en el que el majestuoso monumento a Cristo Rey, en el cerro del Cubilete, da muestra de la raigambre de la fe católica entre los mexicanos, que se acogen a su constante bendición en todas sus vicisitudes.

México, y la mayoría de los pueblos latinoamericanos, han conmemorado el bicentenario de su independencia, o lo están haciendo en estos años. Muchas han sido las celebraciones religiosas para dar gracias a Dios por este momento tan importante y significativo. Y en ellas, como se hizo en la Santa Misa en la Basílica de San Pedro, en Roma, en la solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe, se invocó con fervor a María Santísima, que hizo ver con dulzura cómo el Señor ama a todos y se entregó por ellos sin distinciones. Nuestra Madre del cielo ha seguido velando por la fe de sus hijos también en la formación de estas naciones, y lo sigue haciendo hoy ante los nuevos desafíos que se les presentan.

Vengo como peregrino de la fe, de la esperanza y de la caridad. Deseo confirmar en la fe a los creyentes en Cristo, afianzarlos en ella y animarlos a revitalizarla con la escucha de la Palabra de Dios, los sacramentos y la coherencia de vida. Así podrán compartirla con los demás, como misioneros entre sus hermanos, y ser fermento en la sociedad, contribuyendo a una convivencia respetuosa y pacífica, basada en la inigualable dignidad de toda persona humana, creada por Dios, y que ningún poder tiene derecho a olvidar o despreciar. Esta dignidad se expresa de manera eminente en el derecho fundamental a la libertad religiosa, en su genuino sentido y en su plena integridad.

Como peregrino de la esperanza, les digo con san Pablo: «No se entristezcan como los que no tienen esperanza» (
1Th 4,13). La confianza en Dios ofrece la certeza de encontrarlo, de recibir su gracia, y en ello se basa la esperanza de quien cree. Y, sabiendo esto, se esfuerza en transformar también las estructuras y acontecimientos presentes poco gratos, que parecen inconmovibles e insuperables, ayudando a quien no encuentra en la vida sentido ni porvenir. Sí, la esperanza cambia la existencia concreta de cada hombre y cada mujer de manera real (cf. Spe salvi ). La esperanza apunta a «un cielo nuevo y una tierra nueva» (Ap 21,1), tratando de ir haciendo palpable ya ahora algunos de sus reflejos. Además, cuando arraiga en un pueblo, cuando se comparte, se difunde como la luz que despeja las tinieblas que ofuscan y atenazan. Este país, este Continente, está llamado a vivir la esperanza en Dios como una convicción profunda, convirtiéndola en una actitud del corazón y en un compromiso concreto de caminar juntos hacia un mundo mejor. Como ya dije en Roma, «continúen avanzando sin desfallecer en la construcción de una sociedad cimentada en el desarrollo del bien, el triunfo del amor y la difusión de la justicia» (Homilía en la solemnidad de Nuestra Señor de Guadalupe, Roma, 12 diciembre 2011).

Junto a la fe y la esperanza, el creyente en Cristo, y la Iglesia en su conjunto, vive y practica la caridad como elemento esencial de su misión. En su acepción primera, la caridad «es ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación» (Deus caritas est ), como es socorrer a los que padecen hambre, carecen de cobijo, están enfermos o necesitados en algún aspecto de su existencia. Nadie queda excluido por su origen o creencias de esta misión de la Iglesia, que no entra en competencia con otras iniciativas privadas o públicas, es más, ella colabora gustosa con quienes persiguen estos mismos fines. Tampoco pretende otra cosa que hacer de manera desinteresada y respetuosa el bien al menesteroso, a quien tantas veces lo que más le falta es precisamente una muestra de amor auténtico.

Señor Presidente, amigos todos: en estos días pediré encarecidamente al Señor y a la Virgen de Guadalupe por este pueblo, para que haga honor a la fe recibida y a sus mejores tradiciones; y rezaré especialmente por quienes más lo precisan, particularmente por los que sufren a causa de antiguas y nuevas rivalidades, resentimientos y formas de violencia. Ya sé que estoy en un país orgulloso de su hospitalidad y deseoso de que nadie se sienta extraño en su tierra. Lo sé, lo sabía ya, pero ahora lo veo y lo siento muy dentro del corazón. Espero con toda mi alma que lo sientan también tantos mexicanos que viven fuera de su patria natal, pero que nunca la olvidan y desean verla crecer en la concordia y en un auténtico desarrollo integral. Muchas gracias.



Saludo a los niños en la Plaza de la Paz de Guanajuato (León, 24 de marzo de 2012)

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Plaza de la Paz, Guanajuato

Sábado 24 de marzo de 2012




Queridos niños:

Estoy contento de poderlos encontrar y ver sus rostros alegres llenando esta bella plaza. Ustedes ocupan un lugar muy importante en el corazón del Papa. Y en estos momentos quisiera que esto lo supieran todos los niños de México, particularmente los que soportan el peso del sufrimiento, el abandono, la violencia o el hambre, que en estos meses, a causa de la sequía, se ha dejado sentir fuertemente en algunas regiones. Gracias por este encuentro de fe, por la presencia festiva y el regocijo que han expresado con los cantos. Hoy estamos llenos de júbilo, y eso es importante. Dios quiere que seamos siempre felices. Él nos conoce y nos ama. Si dejamos que el amor de Cristo cambie nuestro corazón, entonces nosotros podremos cambiar el mundo. Ese es el secreto de la auténtica felicidad.

Este lugar en el que nos hallamos tiene un nombre que expresa el anhelo presente en el corazón de todos los pueblos: «la paz», un don que proviene de lo alto. «La paz esté con ustedes» (
Jn 20,21). Son las palabras del Señor resucitado. Las oímos en cada Misa, y hoy resuenan de nuevo aquí, con la esperanza de que cada uno se transforme en sembrador y mensajero de esa paz por la que Cristo entregó su vida.

El discípulo de Jesús no responde al mal con el mal, sino que es siempre instrumento del bien, heraldo del perdón, portador de la alegría, servidor de la unidad. Él quiere escribir en cada una de sus vidas una historia de amistad. Ténganlo, pues, como el mejor de sus amigos. Él no se cansará de decirles que amen siempre a todos y hagan el bien. Esto lo escucharán, si procuran en todo momento un trato frecuente con él, que les ayudará aun en las situaciones más difíciles.

He venido para que sientan mi afecto. Cada uno de ustedes es un regalo de Dios para México y para el mundo. Su familia, la Iglesia, la escuela y quienes tienen responsabilidad en la sociedad han de trabajar unidos para que ustedes puedan recibir como herencia un mundo mejor, sin envidias ni divisiones.

Por ello, deseo elevar mi voz invitando a todos a proteger y cuidar a los niños, para que nunca se apague su sonrisa, puedan vivir en paz y mirar al futuro con confianza.

Ustedes, mis pequeños amigos, no están solos. Cuentan con la ayuda de Cristo y de su Iglesia para llevar un estilo de vida cristiano. Participen en la Misa del domingo, en la catequesis, en algún grupo de apostolado, buscando lugares de oración, fraternidad y caridad. Eso mismo vivieron los beatos Cristóbal, Antonio y Juan, los niños mártires de Tlaxcala, que conociendo a Jesús, en tiempos de la primera evangelización de México, descubrieron que no había tesoro más grande que él. Eran niños como ustedes, y de ellos podemos aprender que no hay edad para amar y servir.

Quisiera quedarme más tiempo con ustedes, pero ya debo irme. En la oración seguiremos juntos. Los invito, pues, a rezar continuamente, también en casa; así experimentarán la alegría de hablar con Dios en familia. Recen por todos, también por mí. Yo rezaré por ustedes, para que México sea un hogar en el que todos sus hijos vivan con serenidad y armonía. Los bendigo de corazón y les pido que lleven el cariño y la bendición del Papa a sus padres y hermanos, así como a sus demás seres queridos. Que la Virgen les acompañe.

Muchas gracias, mis pequeños amigos.



Palabras improvisadas por el Papa el domingo por la tarde delante del Colegio Miraflores (25 de marzo de 2012)

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Domingo 25 de marzo de 2012




Queridos amigos, muchísimas gracias por este entusiasmo. Estoy muy feliz de estar con vosotros. He hecho muchos viajes, pero nunca he sido recibido con tanto entusiasmo. Llevaré conmigo, en mi corazón, la impresión de estos días. México estará siempre en mi corazón. Puedo decir que desde hace años rezo cada día por México, pero en el futuro rezaré todavía mucho más. Ahora entiendo por qué el Papa Juan Pablo II dijo: «Yo me siento un Papa mexicano».

Queridos amigos, aunque estoy contentísimo de este encuentro, perdonadme si me retiro, porque mañana será un día exigente. Termino esta jornada con mi bendición: Que os bendiga Dios Omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Buenas noches.



Ceremonia de despedida en el Aeropuerto Internacional de Guanajuato (26 de marzo de 2012)

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Aeropuerto internacional de Guanajuato

Lunes 26 de marzo de 2012




Señor Presidente,
Distinguidas autoridades,
Señores Cardenales,
Queridos hermanos en el episcopado,
Amigos mexicanos:

Mi breve pero intensa visita a México llega ahora a su fin. Pero no es el fin de mi afecto y cercanía a un país que llevo muy dentro de mí. Me voy colmado de experiencias inolvidables, como inolvidables son tantas atenciones y muestras de afecto recibidas. Agradezco las amables palabras que me ha dirigido el Señor Presidente, así como lo mucho que las autoridades han hecho por este entrañable viaje. Y doy las gracias de todo corazón a cuantos han facilitado o colaborado para que, tanto en los aspectos destacados como en los más pequeños detalles, los actos de estas jornadas se hayan desarrollado felizmente. Pido al Señor que tantos esfuerzos no hayan sido vanos, y que con su ayuda produzcan frutos abundantes y duraderos en la vida de fe, esperanza y caridad de León y Guanajuato, de México y de los países hermanos de Latinoamérica y el Caribe.

Ante la fe en Jesucristo que he sentido vibrar en los corazones, y la devoción entrañable a su Madre, invocada aquí con títulos tan hermosos como el de Guadalupe y la Luz, que he visto reflejada en los rostros, deseo reiterar con energía y claridad un llamado al pueblo mexicano a ser fiel a sí mismo y a no dejarse amedrentar por las fuerzas del mal, a ser valiente y trabajar para que la savia de sus propias raíces cristianas haga florecer su presente y su futuro.

También he sido testigo de gestos de preocupación por diversos aspectos de la vida en este amado país, unos de más reciente relieve y otros que provienen de más atrás, y que tantos desgarros siguen causando. Los llevo igualmente conmigo, compartiendo tanto las alegrías como el dolor de mis hermanos mexicanos, para ponerlos en oración al pie de la cruz, en el corazón de Cristo, del que mana el agua y la sangre redentora.

En estas circunstancias, aliento ardientemente a los católicos mexicanos, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, a no ceder a la mentalidad utilitarista, que termina siempre sacrificando a los más débiles e indefensos. Los invito a un esfuerzo solidario, que permita a la sociedad renovarse desde sus fundamentos para alcanzar una vida digna, justa y en paz para todos. Para los católicos, esta contribución al bien común es también una exigencia de esa dimensión esencial del evangelio que es la promoción humana, y una expresión altísima de la caridad. Por eso, la Iglesia exhorta a todos sus fieles a ser también buenos ciudadanos, conscientes de su responsabilidad de preocuparse por el bien de los demás, de todos, tanto en la esfera personal como en los diversos sectores de la sociedad.

Queridos amigos mexicanos, les digo ¡adiós!, en el sentido de la bella expresión tradicional hispánica: ¡Queden con Dios! Sí, adiós; hasta siempre en el amor de Cristo, en el que todos nos encontramos y nos encontraremos. Que el Señor les bendiga y María Santísima les proteja. Muchas gracias.



Ceremonia de bienvenida en el Aeropuerto Internacional Antonio Maceo de Santiago de Cuba (26 de marzo de 2012)

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Aeropuerto internacional Antonio Maceo de Santiago de Cuba

Lunes 26 de marzo de 2012




Señor Presidente,
Señores Cardenales y Hermanos en el Episcopado,
Excelentísimas Autoridades,
Miembros del Cuerpo Diplomático,
Señores y señoras,
Queridos amigos cubanos:

Le agradezco, Señor Presidente, su acogida y sus corteses palabras de bienvenida, con las que ha querido transmitir también los sentimientos de respeto de parte del gobierno y el pueblo cubano hacia el Sucesor de Pedro. Saludo a las Autoridades que nos acompañan, así como a los miembros del Cuerpo Diplomático aquí presentes. Dirijo un caluroso saludo al Señor Arzobispo de Santiago de Cuba y Presidente de la Conferencia Episcopal, Monseñor Dionisio Guillermo García Ibáñez, al Señor Arzobispo de La Habana, Cardenal Jaime Ortega y Alamino, y a los demás hermanos Obispos de Cuba, a los que manifiesto toda mi cercanía espiritual. Saludo en fin con todo el afecto de mi corazón a los fieles de la Iglesia católica en Cuba, a los queridos habitantes de esta hermosa isla y a todos los cubanos, allá donde se encuentren. Los tengo siempre muy presentes en mi corazón y en mi oración, y más aún en los días en que se acercaba el momento tan deseado de visitarles, y que gracias a la bondad divina he podido realizar.

Al hallarme entre ustedes, no puedo dejar de recordar la histórica visita a Cuba de mi Predecesor, el Beato Juan Pablo II, que ha dejado una huella imborrable en el alma de los cubanos. Para muchos, creyentes o no, su ejemplo y sus enseñanzas constituyen una guía luminosa que les orienta tanto en la vida personal como en la actuación pública al servicio del bien común de la Nación. En efecto, su paso por la isla fue como una suave brisa de aire fresco que dio nuevo vigor a la Iglesia en Cuba, despertando en muchos una renovada conciencia de la importancia de la fe, alentando a abrir los corazones a Cristo, al mismo tiempo que alumbró la esperanza e impulsó el deseo de trabajar audazmente por un futuro mejor. Uno de los frutos importantes de aquella visita fue la inauguración de una nueva etapa en las relaciones entre la Iglesia y el Estado cubano, con un espíritu de mayor colaboración y confianza, si bien todavía quedan muchos aspectos en los que se puede y debe avanzar, especialmente por cuanto se refiere a la aportación imprescindible que la religión está llamada a desempeñar en el ámbito público de la sociedad.

Me complace vivamente unirme a vuestra alegría con motivo de la celebración del cuatrocientos aniversario del hallazgo de la bendita imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre. Su entrañable figura ha estado desde el principio muy presente tanto en la vida personal de los cubanos como en los grandes acontecimientos del País, de modo muy particular durante su independencia, siendo venerada por todos como verdadera madre del pueblo cubano. La devoción a «la Virgen Mambisa» ha sostenido la fe y ha alentado la defensa y promoción de cuanto dignifica la condición humana y sus derechos fundamentales; y continúa haciéndolo aún hoy con más fuerza, dando así testimonio visible de la fecundidad de la predicación del evangelio en estas tierras, y de las profundas raíces cristianas que conforman la identidad más honda del alma cubana. Siguiendo la estela de tantos peregrinos a lo largo de estos siglos, también yo deseo ir a El Cobre a postrarme a los pies de la Madre de Dios, para agradecerle sus desvelos por todos sus hijos cubanos y pedirle su intercesión para que guíe los destinos de esta amada Nación por los caminos de la justicia, la paz, la libertad y la reconciliación.

Vengo a Cuba como peregrino de la caridad, para confirmar a mis hermanos en la fe y alentarles en la esperanza, que nace de la presencia del amor de Dios en nuestras vidas. Llevo en mi corazón las justas aspiraciones y legítimos deseos de todos los cubanos, dondequiera que se encuentren, sus sufrimientos y alegrías, sus preocupaciones y anhelos más nobles, y de modo especial de los jóvenes y los ancianos, de los adolescentes y los niños, de los enfermos y los trabajadores, de los presos y sus familiares, así como de los pobres y necesitados.

Muchas partes del mundo viven hoy un momento de especial dificultad económica, que no pocos concuerdan en situar en una profunda crisis de tipo espiritual y moral, que ha dejado al hombre vacío de valores y desprotegido frente a la ambición y el egoísmo de ciertos poderes que no tienen en cuenta el bien auténtico de las personas y las familias. No se puede seguir por más tiempo en la misma dirección cultural y moral que ha causado la dolorosa situación que tantos experimentan. En cambio, el progreso verdadero tiene necesidad de una ética que coloque en el centro a la persona humana y tenga en cuenta sus exigencias más auténticas, de modo especial su dimensión espiritual y religiosa. Por eso, en el corazón y el pensamiento de muchos, se abre paso cada vez más la certeza de que la regeneración de las sociedades y del mundo requiere hombres rectos, de firmes convicciones morales y altos valores de fondo que no sean manipulables por estrechos intereses, y que respondan a la naturaleza inmutable y trascendente del ser humano.

Queridos amigos, estoy convencido de que Cuba, en este momento especialmente importante de su historia, está mirando ya al mañana, y para ello se esfuerza por renovar y ensanchar sus horizontes, a lo que cooperará ese inmenso patrimonio de valores espirituales y morales que han ido conformando su identidad más genuina, y que se encuentran esculpidos en la obra y la vida de muchos insignes padres de la patria, como el Beato José Olallo y Valdés, el Siervo de Dios Félix Varela o el prócer José Martí. La Iglesia, por su parte, ha sabido contribuir diligentemente al cultivo de esos valores mediante su generosa y abnegada misión pastoral, y renueva sus propósitos de seguir trabajando sin descanso por servir mejor a todos los cubanos.

Ruego al Señor que bendiga copiosamente a esta tierra y a sus hijos, en particular a los que se sienten desfavorecidos, a los marginados y a cuantos sufren en el cuerpo o en el espíritu, al mismo tiempo que, por intercesión de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, conceda a todos un futuro lleno de esperanza, solidaridad y concordia. Muchas gracias.



Visita al Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre (San Tiago de Cuba, 27 de marzo de 2012)

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El Cobre, escalinata del Santuario

Martes 27 de marzo de 2012




Queridos hermanos y hermanas:

He venido como peregrino hasta la casa de la bendita imagen de Nuestra Señora de la Caridad, «la Mambisa», como ustedes la invocan afectuosamente. Su presencia en este poblado de El Cobre es un regalo del cielo para los cubanos.

Deseo saludar cordialmente a los aquí presentes. Reciban el cariño del Papa y llévenlo por doquier, para que todos experimenten el consuelo y la fortaleza en la fe. Hagan saber a cuantos se encuentran cerca o lejos que he confiado a la Madre de Dios el futuro de su Patria, avanzando por caminos de renovación y esperanza, para el mayor bien de todos los cubanos. También he suplicado a la Virgen Santísima por las necesidades de los que sufren, de los que están privados de libertad, separados de sus seres queridos o pasan por graves momentos de dificultad. He puesto asimismo en su inmaculado Corazón a los jóvenes, para que sean auténticos amigos de Cristo y no sucumban a propuestas que dejan la tristeza tras de sí. Ante María de la Caridad, también me he acordado de modo particular de los cubanos descendientes de aquellos que llegaron aquí desde África, así como de la cercana población de Haití, que aún sufre las consecuencias del conocido terremoto de hace dos años. Y no he olvidado a tantos campesinos y a sus familias, que desean vivir intensamente en sus hogares el evangelio, y ofrecen también sus casas como centros de misión para la celebración de la Eucaristía.

A ejemplo de la Santísima Virgen, animo a todos los hijos de esta querida tierra a seguir edificando la vida sobre la roca firme que es Jesucristo, a trabajar por la justicia, a ser servidores de la caridad y perseverantes en medio de las pruebas. Que nada ni nadie les quite la alegría interior, tan característica del alma cubana.

Que Dios les bendiga.

Muchas gracias.



Ceremonia de despedida en el Aeropuerto Internacional José Martí (La Habana, 28 de marzo de 2012)

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Aeropuerto internacional José Martí de La Habana

Miércoles 28 de marzo de 2012


Señor Presidente,
Señores Cardenales y queridos Hermanos en el Episcopado,
Excelentísimas Autoridades,
Señoras y Señores,
Amigos todos,

Doy gracias a Dios, que me ha permitido visitar esta hermosa Isla, que tan profunda huella dejó en el corazón de mi amado Predecesor, el Beato Juan Pablo II, cuando estuvo en estas tierras como mensajero de la verdad y la esperanza. También yo he deseado ardientemente venir entre ustedes como peregrino de la caridad, para agradecer a la Virgen María la presencia de su venerada imagen en el Santuario del Cobre, desde donde acompaña el camino de la Iglesia en esta Nación e infunde ánimo a todos los cubanos para que, de la mano de Cristo, descubran el genuino sentido de los afanes y anhelos que anidan en el corazón humano y alcancen la fuerza necesaria para construir una sociedad solidaria, en la que nadie se sienta excluido. «Cristo, resucitado de entre los muertos, brilla en el mundo, y lo hace de la forma más clara, precisamente allí donde según el juicio humano todo parece sombrío y sin esperanza. Él ha vencido a la muerte –Él vive– y la fe en Él penetra como una pequeña luz todo lo que es oscuridad y amenaza» (Vigilia de oración con los jóvenes. Feria de Friburgo de Brisgovia, 24 septiembre 2011).

Agradezco al Señor Presidente y a las demás Autoridades del País el interés y la generosa colaboración dispensada para el buen desarrollo de este viaje. Vaya también mi viva gratitud a los miembros de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, que no han escatimado esfuerzos ni sacrificios para este mismo fin, y a cuantos han contribuido a él de diversas maneras, en particular con la plegaria.

Me llevo en lo más profundo de mi ser a todos y cada uno de los cubanos, que me han rodeado con su oración y afecto, brindándome una cordial hospitalidad y haciéndome partícipe de sus más hondas y justas aspiraciones.

Vine aquí como testigo de Jesucristo, convencido de que, donde él llega, el desaliento deja paso a la esperanza, la bondad despeja incertidumbres y una fuerza vigorosa abre el horizonte a inusitadas y beneficiosas perspectivas. En su nombre, y como Sucesor del apóstol Pedro, he querido recordar su mensaje de salvación, que fortalezca el entusiasmo y solicitud de los Obispos cubanos, así como de sus presbíteros, de los religiosos y de quienes se preparan con ilusión al ministerio sacerdotal y la vida consagrada. Que sirva también de nuevo impulso a cuantos cooperan con constancia y abnegación en la tarea de la evangelización, especialmente a los fieles laicos, para que, intensificando su entrega a Dios en medio de sus hogares y trabajos, no se cansen de ofrecer responsablemente su aportación al bien y al progreso integral de la patria.

El camino que Cristo propone a la humanidad, y a cada persona y pueblo en particular, en nada la coarta, antes bien es el factor primero y principal para su auténtico desarrollo. Que la luz del Señor, que ha brillado con fulgor en estos días, no se apague en quienes la han acogido y ayude a todos a estrechar la concordia y a hacer fructificar lo mejor del alma cubana, sus valores más nobles, sobre los que es posible cimentar una sociedad de amplios horizontes, renovada y reconciliada. Que nadie se vea impedido de sumarse a esta apasionante tarea por la limitación de sus libertades fundamentales, ni eximido de ella por desidia o carencia de recursos materiales. Situación que se ve agravada cuando medidas económicas restrictivas impuestas desde fuera del País pesan negativamente sobre la población.

Concluyo aquí mi peregrinación, pero continuaré rezando fervientemente para que ustedes sigan adelante y Cuba sea la casa de todos y para todos los cubanos, donde convivan la justicia y la libertad, en un clima de serena fraternidad. El respeto y cultivo de la libertad que late en el corazón de todo hombre es imprescindible para responder adecuadamente a las exigencias fundamentales de su dignidad, y construir así una sociedad en la que cada uno se sienta protagonista indispensable del futuro de su vida, su familia y su patria.

La hora presente reclama de forma apremiante que en la convivencia humana, nacional e internacional, se destierren posiciones inamovibles y los puntos de vista unilaterales que tienden a hacer más arduo el entendimiento e ineficaz el esfuerzo de colaboración. Las eventuales discrepancias y dificultades se han de solucionar buscando incansablemente lo que une a todos, con diálogo paciente y sincero, comprensión recíproca y una leal voluntad de escucha que acepte metas portadoras de nuevas esperanzas.

Cuba, reaviva en ti la fe de tus mayores, saca de ella la fuerza para edificar un porvenir mejor, confía en las promesas del Señor, abre tu corazón a su evangelio para renovar auténticamente la vida personal y social.

A la vez que les digo mi emocionado adiós, pido a Nuestra Señora de la Caridad del Cobre que proteja con su manto a todos los cubanos, los sostenga en medio de las pruebas y les obtenga del Omnipotente la gracia que más anhelan.

¡Hasta siempre, Cuba, tierra embellecida por la presencia materna de María! Que Dios bendiga tus destinos. Muchas gracias.



Abril 2012


A los jóvenes del Archidiócesis de Madrid (2 de abril de 2012)

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Sala Pablo VI

Lunes 2 de abril de 2012



Señor Cardenal Arzobispo de Madrid,
Venerados hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,
Queridos jóvenes,
Amigos todos,

Agradezco las amables palabras que me ha dirigido el Señor Cardenal Antonio María Rouco Varela, haciéndose intérprete de los sentimientos de todos los aquí presentes, y lo saludo con afecto entrañable, así como a los Señores Obispos de la Provincia eclesiástica de Madrid y al Señor Obispo de San Sebastián y responsable del departamento de pastoral de juventud en la Conferencia Episcopal Española.

Me complace dar la bienvenida, junto a la sede de Pedro, a quienes formáis parte de esta peregrinación, que habéis organizado con ilusión para agradecer al Papa su viaje a España con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud, celebrada el pasado mes de agosto.

Saludo cordialmente a las autoridades, organizadores, patrocinadores y voluntarios, pero, de modo muy especial, a los jóvenes, que son los protagonistas y principales destinatarios de esta iniciativa pastoral impulsada vigorosamente por mi amado predecesor, el beato Juan Pablo II, del que hoy recordamos su tránsito al cielo.

Tengo muy presentes también a todos los obispos de España y a los delegados episcopales de juventud, que tanto colaboraron en las diócesis para el feliz desarrollo de ese significativo evento eclesial. Y no puedo dejar de mencionar a los miembros de la Vida Consagrada y a tantas otras personas e instituciones que ofrecieron su valiosa y generosa aportación a la culminación de este mismo fin.

Siempre que traigo a mi memoria la vigésimo sexta Jornada Mundial de la Juventud vivida en Madrid, mi corazón se llena de gratitud a Dios por la experiencia de gracia de aquellos días inolvidables. Desde mi llegada, se sucedieron y multiplicaron las muestras de acogida y hospitalidad, junto a la fe y la alegría de los jóvenes, que se convirtieron en signos elocuentes de Cristo resucitado.

Queridos amigos, aquel espléndido encuentro sólo puede entenderse a la luz de la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia. Él no deja de infundir aliento en los corazones, y continuamente nos saca a la plaza pública de la historia, como en Pentecostés, para dar testimonio de las maravillas de Dios. Vosotros estáis llamados a cooperar en esta apasionante tarea y merece la pena entregarse a ella sin reservas. Cristo os necesita a su lado para extender y edificar su Reino de caridad. Esto será posible si lo tenéis como el mejor de los amigos y lo confesáis llevando una vida según el evangelio, con valentía y fidelidad.

Alguno podría suponer que esto no tiene nada que ver con él o que es una empresa que supera sus capacidades y talentos. Pero no es así. En esta aventura nadie sobra. Por ello, no dejéis de preguntaros a qué os llama el Señor y cómo le podéis ayudar. Todos tenéis una vocación personal que él ha querido proponeros para vuestra dicha y santidad. Cuando uno se ve conquistado por el fuego de su mirada, ningún sacrificio parece ya grande para seguirlo y darle lo mejor de sí mismo. Así hicieron siempre los santos extendiendo la luz del Señor y la potencia de su amor, transformando el mundo hasta convertirlo en un hogar acogedor para todos, donde Dios es glorificado y sus hijos bendecidos.

Queridos jóvenes, como aquellos apóstoles de la primera hora, sed también vosotros misioneros de Cristo entre vuestros familiares, amigos y conocidos, en vuestros ambientes de estudio o trabajo, entre los pobres y enfermos. Hablad de su amor y bondad con sencillez, sin complejos ni temores. El mismo Cristo os dará fortaleza para ello. Por vuestra parte, escuchadlo y tened un trato frecuente y sincero con él. Contadle con confianza vuestros anhelos y aspiraciones, también vuestras penas y las de las personas que veáis carentes de consuelo y esperanza. Evocando aquellos espléndidos días, deseo exhortaros asimismo a que no ahorréis esfuerzo alguno para que los que os rodean lo descubran personalmente y se encuentren con él, que está vivo, y con su Iglesia.

Ayer, con la solemnidad del domingo de Ramos, hemos iniciado la Semana Santa, en la que seguimos los pasos de Cristo hasta la celebración de su misterio pascual. Lo aclamamos como Mesías e Hijo de David, agitando, como los niños y jóvenes de Jerusalén, las palmas de la salvación y del júbilo. Al mismo tiempo, contemplamos su dolorosa pasión y su humillación hasta la muerte. Os invito, durante estos días santos, a uniros plenamente a nuestro Redentor, recordando aquel solemne Vía Crucis de la Jornada Mundial de la Juventud. En él oramos conmovidos ante la belleza de aquellas imágenes sagradas, que expresaban con hondura los misterios de nuestra fe. Os animo a cargar también vosotros con vuestra cruz, y la cruz del dolor y de los pecados del mundo, para que entendáis mejor el amor de Cristo por la humanidad. Así os sentiréis llamados a proclamar que Dios ama al hombre y le envió a su Hijo, no para condenarlo, sino para que alcance una vida plena y con sentido.

Queridos amigos, estoy seguro de que ya estáis pensando en ir a Río de Janeiro, donde muchos jóvenes del mundo entero volverán a congregarse, en lo que sin duda será un hito más del camino de la Iglesia, siempre joven, que quiere ensanchar el horizonte de las nuevas generaciones con el tesoro del evangelio, pujanza de vida para el mundo. Como ahora avanzamos con los ojos fijos en la inminente aurora de la Pascua, que la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud en Brasil sea una nueva y gozosa experiencia de Cristo resucitado, que conduce a toda la humanidad hacia la claridad de la vida que procede de Dios.

Que María Santísima, que permaneció silenciosa al pie de la cruz de su Hijo y esperó paciente el cumplimiento de sus promesas, sea siempre para vosotros Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza vuestra. Gracias, muchas gracias por vuestra presencia festiva y jovial, queridos jóvenes. Os bendigo de todo corazón.





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