Discursos 2012 1 60412

Vía Crucis: Palabras del Santo Padre Benedicto XVI (Coliseo, 6 de abril de 2012)

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Palatino

Viernes Santo 6 de abril de 2012





Queridos hermanos y hermanas

Hemos recordado en la meditación, la oración y el canto, el camino de Jesús en la vía de la cruz: una vía que parecía sin salida y que, sin embargo, ha cambiado la vida y la historia del hombre, ha abierto el paso hacia los «cielos nuevos y la tierra nueva» (cf. Ap
Ap 21,1). Especialmente en este día del Viernes Santo, la Iglesia celebra con íntima devoción espiritual la memoria de la muerte en cruz del Hijo de Dios y, en su cruz, ve el árbol de la vida, fecundo de una nueva esperanza.

La experiencia del sufrimiento y de la cruz marca la humanidad, marca incluso la familia; cuántas veces el camino se hace fatigoso y difícil. Incomprensiones, divisiones, preocupaciones por el futuro de los hijos, enfermedades, dificultades de diverso tipo. En nuestro tiempo, además, la situación de muchas familias se ve agravada por la precariedad del trabajo y por otros efectos negativos de la crisis económica. El camino del Via Crucis, que hemos recorrido esta noche espiritualmente, es una invitación para todos nosotros, y especialmente para las familias, a contemplar a Cristo crucificado para tener la fuerza de ir más allá de las dificultades. La cruz de Jesús es el signo supremo del amor de Dios para cada hombre, la respuesta sobreabundante a la necesidad que tiene toda persona de ser amada. Cuando nos encontramos en la prueba, cuando nuestras familias deben afrontar el dolor, la tribulación, miremos a la cruz de Cristo: allí encontramos el valor y la fuerza para seguir caminando; allí podemos repetir con firme esperanza las palabras de san Pablo: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?: ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?... Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado» (Rm 8,35 Rm 8,37).

En la aflicción y la dificultad, no estamos solos; la familia no está sola: Jesús está presente con su amor, la sostiene con su gracia y le da la fuerza para seguir adelante, para afrontar los sacrificios y superar todo obstáculo. Y es a este amor de Cristo al que debemos acudir cuando las vicisitudes humanas y las dificultades amenazan con herir la unidad de nuestra vida y de la familia. El misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo alienta a seguir adelante con esperanza: la estación del dolor y de la prueba, si la vivimos con Cristo, con fe en él, encierra ya la luz de la resurrección, la vida nueva del mundo resucitado, la pascua de cada hombre que cree en su Palabra.

En aquel hombre crucificado, que es el Hijo de Dios, incluso la muerte misma adquiere un nuevo significado y orientación, es rescatada y vencida, es el paso hacia la nueva vida: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Encomendémonos a la Madre de Cristo. A ella, que ha acompañado a su Hijo por la vía dolorosa. Que ella, que estaba junto a la cruz en la hora de su muerte, que ha alentado a la Iglesia desde su nacimiento para que viva la presencia del Señor, dirija nuestros corazones, los corazones de todas las familias a través del inmenso mysterium passionis hacia el mysterium paschale, hacia aquella luz que prorrumpe de la Resurrección de Cristo y muestra el triunfo definitivo del amor, de la alegría, de la vida, sobre el mal, el sufrimiento, la muerte. Amén.



A una delegación de Baviera con ocasión del 85° cumpleaños del Santo Padre (16 de abril de 2012)

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Sala Clementina

Lunes 16 de abril de 2012




Querido señor ministro presidente,
eminencia,
queridos hermanos del episcopado,
queridos amigos:

Dispensadme de recordar todos los nombres y títulos uno por uno; sería demasiado largo... Pero os aseguro que he leído dos veces la lista de los invitados, de los que han venido, y la he leído con el corazón. Al hacerlo os he saludado, para mis adentros, a cada uno personalmente: ninguno está presente de forma anónima. En mi interior os he visto a todos y me siento feliz de poder saludaros aquí. He tenido una conversación con cada uno de vosotros. Os doy la bienvenida a todos.

¿Qué decir en esta ocasión? Mi sentimiento va más allá de las palabras y, por tanto, debo proponer, a modo de agradecimiento, aquello que no puedo expresar plenamente. Pero quiero darle las gracias de todo corazón a usted, señor ministro presidente, por sus palabras: usted ha hecho hablar al corazón de Baviera, un corazón cristiano, católico, y al hacerlo me ha conmovido y al mismo tiempo me ha hecho recordar todo aquello que ha sido importante en mi vida. Asimismo, quiero agradecerle a usted, señor cardenal, las afectuosas palabras que me ha dirigido como pastor de la diócesis de la que provengo y a la que pertenezco como sacerdote, en la que crecí y a la que interiormente siempre pertenezco, recordando al mismo tiempo el aspecto cristiano, nuestra fe en su belleza y grandeza.

Querido señor ministro presidente, usted ha recogido aquí una especie de imagen especular de la geografía interior y exterior de mi vida; de la geografía exterior, que no obstante es también siempre interior, y que parte de Marktl am Inn, pasa por Tittmoning y Aschau, después por Hufschlag, Traunstein y Pentling, hasta Ratisbona… En todas estas etapas, que aquí están presentes, hay siempre un trozo de mi vida, una parte en la que he vivido, he luchado, y que ha contribuido a que llegara a ser como soy y como ahora me encuentro frente a vosotros, y como un día deberé presentarme al Señor. Después, todos los ámbitos de la vida de Baviera: la Iglesia viva de nuestro país está presente; se lo agradezco a los obispos bávaros. También está, gracias a Dios, la dimensión ecuménica, con el obispo de la Iglesia evangélica de Munich... Esto me recuerda la gran amistad que me había unido al obispo Hansemann, que es uno de los tesoros de mis recuerdos y que me testimonian cómo se va adelante. Del mismo modo, recuerdo la comunidad judía con el doctor Lamm y el doctor Snopkowski: también con ellos habían nacido amistades cordiales, que me habían acercado interiormente a la parte judía de nuestro pueblo y al pueblo judío como tal, y que están presentes en mí en virtud del recuerdo. Luego están los medios de comunicación, que llevan al mundo lo que hacemos y lo que decimos… A veces debemos precisarlo un poco, pero ¿qué seríamos sin su servicio? Y después, usted ha presentado la Baviera viva, querido señor ministro presidente, en los niños, en los cuales reconocemos que Baviera sigue siendo fiel a sí misma y que precisamente porque continúa siendo fiel a sí misma permanece joven y progresa. Y a esto se añade la música que he podido escuchar, que me recuerda a mi padre cuando tocaba con la cítara «Gott grüße Dich». Así han vuelto los sonidos de mi infancia, pero que son también sonidos del presente y del futuro. «Gott grüße Dich»…

El corazón colmado requeriría numerosas palabras, pero al mismo tiempo me limita porque sería demasiado grande lo que tendría que decir. Sin embargo, al final todo se resume en la única palabra con la cual quiero concluir: «Vergelt’s Gott!», «Que Dios os recompense por ello».



Concierto ofrecido por el Gewandhaus de Leipzig (20 de abril de 2012)

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Sala Pablo VI

Viernes 20 de abril de 2012




Señor ministro presidente,
distinguidos huéspedes del Estado libre de Sajonia y de la ciudad de Leipzig,
señores cardenales,
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
amables señores y señoras:

Con esta espléndida ejecución de la sinfonía n. 2 «Lobgesang», de Felix Mendelssohn-Bartholdy, me habéis hecho un precioso regalo a mí, con ocasión de mi cumpleaños, así como a todos los presentes. En efecto, esta sinfonía es un gran himno de alabanza a Dios, una plegaria con la que hemos alabado y dado gracias al Señor por sus dones. Pero, ante todo, quiero dar las gracias a quienes han hecho posible este momento. En primer lugar, a la Gewandhausorchester, que no tiene necesidad de presentación: se trata de una de las orquestas más antiguas del mundo, con una tradición de excelente calidad de ejecución y una notable fama. Un cordial agradecimiento a los óptimos coros y solistas, pero, de modo del todo especial al maestro Riccardo Chailly por su intensa interpretación. Mi gratitud se extiende al ministro presidente y a los representantes del Estado libre de Sajonia, al alcalde y a la delegación de la ciudad de Leipzig y a las autoridades eclesiásticas, así como a los responsables del Gewandhaus y a todos los que han venido de Alemania.

Mendelssohn, sinfonía «Lobgesang» y Gewandhaus: tres elementos unidos no sólo esta tarde, sino desde los comienzos. En efecto, la gran sinfonía para coro, solistas y orquesta que hemos escuchado fue compuesta por Mendelsshon para celebrar el cuarto centenario de la invención de la imprenta, y fue interpretada por primera vez en la Thomaskirche de Leipzig, la iglesia de Johann Sebastian Bach, el 25 de junio de 1840, precisamente por la orquesta del Gewandhaus. En el estrado estaba Mendelssohn en persona, quien durante años fue director de esta antigua y prestigiosa orquesta.

Esta composición consta de tres movimientos sólo para orquesta, sin solución de continuidad, y también de una especie de cantata con solistas y coro. En una carta a su amigo Karl Klingemann, el propio Mendelssohn explicaba que en esta sinfonía «primero alaban los instrumentos de un modo muy propio de ellos, y después el coro y las voces individuales». El arte como alabanza a Dios, Belleza suprema, está en la base del modo de componer de Mendelssohn, y esto no solo por lo que respecta a la música litúrgica o sacra, sino también a toda su producción. Como refiere Julius Schubring, para él la música sacra como tal no estaba un escalón más arriba que la otra; cada una a su manera debía servir para honrar a Dios. Y el lema que Mendelssohn escribió en la partitura de la sinfonía «Lobgesang», reza así: «Quisiera ver todas las artes, en particular la música, al servicio de Aquel que las ha dado y creado». El mundo ético-religioso de nuestro autor no estaba separado de su concepción del arte; antes bien, era parte integrante de él: «Kunst und Leben sind nicht zweierlei», el arte y la vida no son dos cosas distintas, sino una sola cosa, escribió. Una profunda unidad de vida cuyo elemento unificador es la fe, que caracterizó toda la existencia de Mendelssohn y guió sus decisiones. En sus cartas descubrimos este hilo conductor. A su amigo Schirmer, el 9 de enero de 1841, refiriéndose a su familia, le decía: «Ciertamente, a veces hay preocupaciones y días serios… pero no se puede hacer otra cosa que pedir fervientemente a Dios que nos conserve la salud y la felicidad que nos ha dado»; y el 17 de enero de 1843 escribía a Klingemann: «Todos los días doy gracias a Dios de rodillas por todo el bien que me da». Por tanto, una fe sólida, convencida, alimentada de modo profundo por la Sagrada Escritura, como muestran, entre otros, los dos oratorios «Paulus» y «Elias», y la sinfonía que hemos escuchado, llena de referencias bíblicas, sobre todo de los Salmos y de san Pablo. Me resulta difícil destacar algunos de los intensos momentos que hemos vivido esta tarde; solo quiero recordar el maravilloso dúo entre las sopranos y el coro con las palabras «Ich harrete des Herrn, und er neigte sich zu mir und hörte mein Fleh’n», tomadas del salmo 40: «Yo esperaba al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito»; es el canto de quien pone toda su esperanza en Dios y sabe con certeza que no será defraudado.

De nuevo, gracias a la orquesta y al coro del Gewandhaus, al coro del Mitteldeutscher Rundfunk(mdr), a los solistas y al director, así como a las autoridades del Estado libre de Sajonia y de la ciudad de Leipzig por la ejecución de esta «obra luminosa», como la llamó Robert Schumann, que nos ha permitido a todos alabar a Dios; y yo, de modo particular, una vez más he podido dar las gracias a Dios por los años de vida y de ministerio.

Quiero concluir con las palabras que Robert Schumann escribió en la revista Neue Zeitschrift für Musik, después de haber asistido a la primera ejecución de la sinfonía que hemos escuchado, y que quieren ser una invitación sobre la cual reflexionar: «Dejad que nosotros, como reza el texto al que tan espléndidamente puso música el maestro, cada vez más “abandonemos la obras de la oscuridad y empuñemos las armas de la luz”». Gracias a todos y buenas tardes.



A los miembros de la Fundación Papal (21 de abril de 2012)

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Sala Clementina

Sábado 21 de abril de 2012




Queridos amigos:

Me agrada saludar a los miembros de la Fundación Papal con ocasión de vuestra peregrinación anual a Roma. Quiera Dios que vuestra visita a las tumbas de los Apóstoles y mártires fortalezcan vuestro amor al Señor crucificado y resucitado, y vuestro compromiso al servicio de su Iglesia. Me alegra tener esta ocasión para agradeceros personalmente vuestro apoyo a una gran variedad de apostolados cercanos al corazón del Sucesor de Pedro.

En los próximos meses tendré el honor de canonizar a dos nuevas santas de América del Norte. La beata Catalina Tekakwitha y la beata madre Mariana Cope son ejemplos notables de santidad y caridad heroica, pero también nos recuerdan el histórico papel desempeñado por las mujeres en la construcción de la Iglesia en América. Que gracias a su ejemplo e intercesión todos vosotros seáis confirmados en la búsqueda de la santidad y en vuestros esfuerzos por contribuir al crecimiento del reino de Dios en el corazón de las personas hoy. A través de la obra de la Fundación Papal ayudáis a impulsar la misión evangelizadora de la Iglesia, a promover la educación y el desarrollo integral de nuestros hermanos y hermanas en los países más pobres, y a sostener los esfuerzos misioneros de numerosas diócesis y congregaciones religiosas en todo el mundo.

Durante estos días os pido que recéis continuamente por las necesidades de la Iglesia universal y, en particular, por la libertad de los cristianos de proclamar el Evangelio y llevar su luz a las cuestiones morales urgentes de nuestro tiempo. Con gran afecto os encomiendo a vosotros y a vuestras familias a la amorosa intercesión de María, Madre de la Iglesia, y os imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de alegría y paz en el Señor resucitado.



Mayo 2012


Visita a la Universidad Católica del Sagrado Corazón con motivo del 50° aniversario de fundación de la Facultad de medicina y cirugía "Agostino Gemelli" (3 de mayo de 2012)

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Señores cardenales,
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
honorable señor presidente de la Cámara y señores ministros,
ilustre pro-rector, distinguidas autoridades, docentes, médicos,
distinguido personal sanitario y universitario,
queridos estudiantes y queridos pacientes:

Con particular alegría me encuentro hoy con vosotros para celebrar los 50 años de fundación de la Facultad de medicina y cirugía del Policlínico «Agostino Gemelli». Agradezco al presidente del Instituto Toniolo, cardenal Angelo Scola, y al pro-rector, profesor Franco Anelli, las amables palabras que me han dirigido. Saludo al señor presidente de la Cámara, honorable Gianfranco Fini, a los señores ministros, honorables Lorenzo Ornaghi y Renato Balduzzi, a las numerosas autoridades, así como a los docentes, a los médicos, al personal y a los estudiantes del Policlínico y de la Universidad Católica. Un pensamiento especial a vosotros, queridos pacientes.

En esta circunstancia quiero ofrecer algunas reflexiones. Vivimos en un tiempo en que las ciencias experimentales han transformado la visión del mundo e incluso la autocomprensión del hombre. Los múltiples descubrimientos, las tecnologías innovadoras que se suceden a un ritmo frenético, son razón de un orgullo motivado, pero a menudo no carecen de aspectos inquietantes. De hecho, en el trasfondo del optimismo generalizado del saber científico se extiende la sombra de una crisis del pensamiento. El hombre de nuestro tiempo, rico en medios, pero no igualmente en fines, a menudo vive condicionado por un reduccionismo y un relativismo que llevan a perder el significado de las cosas; casi deslumbrado por la eficacia técnica, olvida el horizonte fundamental de la demanda de sentido, relegando así a la irrelevancia la dimensión trascendente. En este trasfondo, el pensamiento resulta débil y gana terreno también un empobrecimiento ético, que oscurece las referencias normativas de valor. La que ha sido la fecunda raíz europea de cultura y de progreso parece olvidada. En ella, la búsqueda del absoluto —el quaerere Deum— comprendía la exigencia de profundizar las ciencias profanas, todo el mundo del saber (cf. Discurso en el Collège des Bernardins de París, 12 de septiembre de 2008). En efecto, la investigación científica y la demanda de sentido, aun en la específica fisonomía epistemológica y metodológica, brotan de un único manantial, el Logos que preside la obra de la creación y guía la inteligencia de la historia. Una mentalidad fundamentalmente tecno-práctica genera un peligroso desequilibrio entre lo que es técnicamente posible y lo que es moralmente bueno, con consecuencias imprevisibles.

Es importante, por tanto, que la cultura redescubra el vigor del significado y el dinamismo de la trascendencia, en una palabra, que abra con decisión el horizonte del quaerere Deum. Viene a la mente la célebre frase agustiniana «Nos has creado para ti [Señor], y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Confesiones, I, 1). Se puede decir que el mismo impulso a la investigación científica brota de la nostalgia de Dios que habita en el corazón humano: en el fondo, el hombre de ciencia tiende, también de modo inconsciente, a alcanzar aquella verdad que puede dar sentido a la vida. Pero por más apasionada y tenaz que sea la búsqueda humana, no es capaz de alcanzar con seguridad ese objetivo con sus propias fuerzas, porque «el hombre no es capaz de esclarecer completamente la extraña penumbra que se cierne sobre la cuestión de las realidades eternas... Dios debe tomar la iniciativa de salir al encuentro y de dirigirse al hombre» (J. Ratzinger,L’Europa di Benedetto nella crisi delle culture, Cantagalli, Roma 2005, 124). Así pues, para restituir a la razón su dimensión nativa integral, es preciso redescubrir el lugar originario que la investigación científica comparte con la búsqueda de fe, fides quaerens intellectum, según la intuición de san Anselmo. Ciencia y fe tienen una reciprocidad fecunda, casi una exigencia complementaria de la inteligencia de lo real. Pero, de modo paradójico, precisamente la cultura positivista, excluyendo la pregunta sobre Dios del debate científico, determina la declinación del pensamiento y el debilitamiento de la capacidad de inteligencia de lo real. Pero el quaerere Deumdel hombre se perdería en una madeja de caminos si no saliera a su encuentro una vía de iluminación y de orientación segura, que es la de Dios mismo que se hace cercano al hombre con inmenso amor: «En Jesucristo Dios no sólo habla al hombre, sino que lo busca. .... Es una búsqueda que nace de lo íntimo de Dios y tiene su punto culminante en la encarnación del Verbo» (Juan Pablo II, Tertio millennio adveniente
TMA 7).

El cristianismo, religión del Logos, no relega la fe al ámbito de lo irracional, sino que atribuye el origen y el sentido de la realidad a la Razón creadora, que en el Dios crucificado se manifestó como amor y que invita a recorrer el camino del quaerere Deum: «Yo soy el camino, la verdad y la vida». Comenta aquí santo Tomás de Aquino: «El punto de llegada de este camino es el fin del deseo humano. Ahora bien, el hombre desea principalmente dos cosas: en primer lugar el conocimiento de la verdad que es propio de su naturaleza. En segundo lugar, la permanencia en el ser, propiedad común a todas las cosas. En Cristo se encuentran ambos... Así pues, si buscas por dónde pasar, acoge a Cristo porque él es el camino» (Exposiciones sobre Juan, cap. 14, lectio2). El Evangelio de la vida ilumina, por tanto, el camino arduo del hombre, y ante la tentación de la autonomía absoluta, recuerda que «la vida del hombre proviene de Dios, es su don, su imagen e impronta, participación de su soplo vital» (Juan Pablo II, Evangelium vitae EV 39). Y es precisamente recorriendo la senda de la fe como el hombre se hace capaz de descubrir incluso en las realidades de sufrimiento y de muerte, que atraviesan su existencia, una posibilidad auténtica de bien y de vida. En la cruz de Cristo reconoce el Árbol de la vida, revelación del amor apasionado de Dios por el hombre. La atención hacia quienes sufren es, por tanto, un encuentro diario con el rostro de Cristo, y la dedicación de la inteligencia y del corazón se convierte en signo de la misericordia de Dios y de su victoria sobre la muerte.

Vivida en su integridad, la búsqueda se ve iluminada por la ciencia y la fe, y de estas dos «alas» recibe impulso y estímulo, sin perder la justa humildad, el sentido de su propia limitación. De este modo la búsqueda de Dios resulta fecunda para la inteligencia, fermento de cultura, promotora de auténtico humanismo, búsqueda que no se queda en la superficie. Queridos amigos, dejaos guiar siempre por la sabiduría que viene de lo alto, por un saber iluminado por la fe, recordando que la sabiduría exige la pasión y el esfuerzo de la búsqueda.

Se inserta aquí la tarea insustituible de la Universidad Católica, lugar en donde la relación educativa se pone al servicio de la persona en la construcción de una competencia científica cualificada, arraigada en un patrimonio de saberes que el sucederse de las generaciones ha destilado en sabiduría de vida; lugar en donde la relación de curación no es oficio, sino una misión; donde la caridad del Buen Samaritano es la primera cátedra; y el rostro del hombre sufriente, el Rostro mismo de Cristo: «A mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). La Universidad Católica del Sagrado Corazón, en el trabajo diario de investigación, de enseñanza y de estudio, vive en esta traditio que expresa su propio potencial de innovación: ningún progreso, y mucho menos en el plano cultural, se alimenta de mera repetición, sino que exige un inicio siempre nuevo. Requiere además la disponibilidad a la confrontación y al diálogo que abre la inteligencia y testimonia la rica fecundidad del patrimonio de la fe. Así se da forma a una sólida estructura de personalidad, donde la identidad cristiana penetra la vida diaria y se expresa desde dentro de una profesionalidad excelente.

La Universidad Católica, que mantiene una relación especial con la Sede de Pedro, hoy está llamada a ser una institución ejemplar que no limita el aprendizaje a la funcionalidad de un éxito económico, sino que amplía la dimensión de su proyección en la que el don de la inteligencia investiga y desarrolla los dones del mundo creado, superando una visión sólo productivista y utilitarista de la existencia, porque «el ser humano está hecho para el don, el cual manifiesta y desarrolla su dimensión trascendente» (Caritas in veritate ). Precisamente esta conjugación de investigación científica y de servicio incondicional a la vida delinea la fisonomía católica de la Facultad de medicina y cirugía «Agostino Gemelli», porque la perspectiva de la fe es interior —no superpuesta ni yuxtapuesta— a la investigación aguda y tenaz del saber.

Una Facultad católica de medicina es lugar donde el humanismo trascendente no es eslogan retórico, sino regla vivida de la dedicación diaria. Soñando una Facultad de medicina y cirugía auténticamente católica, el padre Gemelli —y con él muchos otros, como el profesor Brasca—, ponía en el centro de la atención a la persona humana en su fragilidad y en su grandeza, en los siempre nuevos recursos de una investigación apasionada y en la no menor consciencia del límite y del misterio de la vida. Por esto, habéis querido instituir un nuevo Centro de Ateneo para la vida, que sostenga otras realidades ya existentes, como por ejemplo, el Instituto científico internacional Pablo VI. Así pues, estimulo la atención a la vida en todas sus fases.

Quiero dirigirme ahora, en particular a todos los pacientes presentes aquí en el «Gemelli», asegurarles mi oración y mi afecto, y decirles que aquí se les seguirá siempre con amor, porque en su rostro se refleja el del Cristo sufriente.

Es precisamente el amor de Dios, que resplandece en Cristo, el que hace aguda y penetrante la mirada de la investigación y ayuda a descubrir lo que ninguna otra investigación es capaz de captar. Lo tenía muy presente el beato Giuseppe Toniolo, quien afirmaba que es propio de la naturaleza del hombre ver en los demás la imagen de Dios amor y en la creación su huella. Sin amor, también la ciencia pierde su nobleza. Sólo el amor garantiza la humanidad de la investigación. Gracias por la atención.



Presentación de las Cartas Credenciales de los Embajadores de Etiopía, Malasia, Irlanda, Fiji, Armenia (4 de mayo de 2012)

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Sala Clementina

Viernes 4 de mayo de 2012




Señora y señores embajadores:

Con alegría os recibo esta mañana para la presentación de las cartas que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros respectivos países ante la Santa Sede: República federal democrática de Etiopía, Malasia, Irlanda, República de Fiji y Armenia. Acabáis de dirigirme palabras amables de parte de vuestros jefes de Estado, y os lo agradezco. Os ruego que al volver les transmitáis mi saludo deferente y mis mejores deseos para sus personas y para la elevada misión que cumplen al servicio de sus países y de su pueblo. De igual modo, deseo saludar, a través de vosotros, a todas las autoridades civiles y religiosas de vuestras naciones, así como a todos vuestros compatriotas. Naturalmente, mi pensamiento va a las comunidades católicas presentes en vuestros países, para asegurarles mi oración.

El desarrollo de los medios de comunicación ha hecho a nuestro planeta, en cierto modo, más pequeño. La posibilidad de conocer casi inmediatamente los acontecimientos que se producen en todo el mundo, así como las necesidades de los pueblos y de las personas, es un llamamiento urgente a estar cerca de ellos en sus alegrías y en sus dificultades. La constatación del gran sufrimiento provocado en el mundo por la pobreza y la miseria, tanto materiales como espirituales, invita a una nueva movilización para afrontar, con justicia y solidaridad, todo lo que amenaza al hombre, a la sociedad y su ambiente.

El éxodo hacia las ciudades, los conflictos armados, el hambre y las pandemias, que afectan a muchas poblaciones, aumentan de modo dramático la pobreza, que hoy asume nuevas formas. La crisis económica mundial arrastra a las familias, cada vez más numerosas, a una situación de creciente precariedad. Aunque la creación y la multiplicación de las necesidades han hecho creer en la posibilidad ilimitada de disfrutar y consumir, han aparecido sentimientos de frustración. La soledad debida a la exclusión ha aumentado. Y cuando la miseria coexiste con la gran riqueza, nace una impresión de injusticia que puede convertirse en fuente de revueltas. Por tanto, es conveniente que los Estados vigilen para que las leyes sociales no acrecienten las desigualdades, y permitan que cada uno viva de manera digna.

Por eso, tener en cuenta a las personas que hay que ayudar antes que la carencia que hay que colmar significa devolverles el papel de protagonistas sociales, y permitirles que dispongan mejor de su futuro para ocupar el lugar que les corresponde en la sociedad. Porque, «el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene» (Gaudium et spes
GS 35). El desarrollo al que aspira toda nación debe comprender a cada persona en su totalidad, y no sólo el crecimiento económico. Esta convicción debe transformarse en voluntad eficaz de acción. Experiencias como el microcrédito, e iniciativas para crear colaboraciones equitativas, muestran que es posible armonizar los objetivos económicos con el vínculo social, la gestión democrática y el respeto de la naturaleza. También es bueno, por ejemplo, devolviéndoles su dignidad, promover el trabajo manual y favorecer una agricultura que esté ante todo al servicio de los habitantes. Ahí se puede encontrar una ayuda verdadera que, actuada en el ámbito local, nacional e internacional, tenga en cuenta la unicidad, el valor y el bien integral de cada persona. La calidad de las relaciones humanas y la repartición de los recursos están en la base de la sociedad, permitiendo que cada uno tenga su lugar en ella y viva dignamente conforme a sus aspiraciones.

Para reforzar la base humana de la realidad sociopolítica es necesario estar atentos a otra forma de miseria: la pérdida de referencia a los valores espirituales, a Dios. Este vacío hace más difícil el discernimiento del bien y del mal, así como la superación de los intereses personales con vistas al bien común. Facilita la adhesión a corrientes de pensamiento de moda, evitando el esfuerzo necesario de reflexión y de crítica. Y muchos jóvenes que buscan un ideal se orientan hacia paraísos artificiales que los destruyen. Adicciones, consumismo, materialismo y bienestar no colman el corazón del hombre, creado para lo infinito, puesto que la mayor pobreza es la falta de amor. En momentos de angustia, la compasión y la escucha desinteresada son un consuelo. Aunque se esté privado de grandes recursos materiales, se puede ser feliz. Debe ser posible vivir simplemente en armonía con lo que se cree, y debe serlo cada vez más. Animo todos los esfuerzos realizados, particularmente en las familias. Además, la educación debe abrir a la dimensión espiritual, dado que «el ser humano se desarrolla cuando crece espiritualmente» (Caritas in veritate ). Dicha educación permite establecer y fortalecer vínculos más auténticos, puesto que abre a una sociedad más fraterna, que contribuye a construir.

Los Estados tienen el deber de valorizar su patrimonio cultural y religioso, que contribuye a la realización de una nación, y facilitar su acceso a todos, ya que cada uno, familiarizándose con su historia, se siente impulsado a descubrir las raíces de su propia existencia. La religión permite reconocer al otro como un hermano en la humanidad. Dar a alguien la posibilidad de conocer a Dios, y esto con plena libertad, significa ayudarlo a forjarse una personalidad fuerte interiormente, que lo capacitará para testimoniar el bien y para realizarlo, aun cuando le cueste hacerlo. «La disponibilidad para con Dios provoca la disponibilidad para con los hermanos y una vida entendida como una tarea solidaria y gozosa» (Caritas in veritate ). Así se podrá edificar una sociedad donde la sobriedad y la fraternidad vividas hagan retroceder la miseria, y superen la indiferencia y el egoísmo, el lucro y el despilfarro, y sobre todo la exclusión.

Ahora que iniciáis vuestra misión ante la Santa Sede, quiero aseguraros, excelencias, que encontraréis siempre en mis colaboradores una atención cordial y la ayuda que podáis necesitar. Sobre vosotros, sobre vuestras familias, sobre los miembros de vuestras misiones diplomáticas y sobre todas las naciones que representáis, invoco la abundancia de las bendiciones divinas.



A los miembros de la Conferencia de los Obispos Católicos de los Estados Unidos de América (Región XIII), en visita "ad Limina Apostolorum" (5 de mayo de 2012)

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Sábado 5 de mayo de 2012




Queridos hermanos en el episcopado:

Os saludo a todos con afecto en el Señor y os expreso mis mejores deseos para una peregrinaciónad limina Apostolorum llena de gracia. Durante nuestros encuentros he reflexionado con vosotros y con vuestros hermanos en el episcopado sobre los desafíos intelectuales y culturales de la nueva evangelización en el contexto de la sociedad estadounidense contemporánea. Hoy deseo afrontar la cuestión de la educación religiosa y de la formación en la fe de la próxima generación de católicos en vuestro país.

Ante todo, quiero expresar mi aprecio por los grandes progresos que se han logrado en los últimos años para mejorar la catequesis, revisar los textos y adecuarlos al Catecismo de la Iglesia católica. También se han realizado importantes esfuerzos para preservar el gran patrimonio de las escuelas católicas primarias y secundarias de Estados Unidos, que se han visto profundamente afectadas por los cambios demográficos y el aumento de los costes, aun asegurando que la educación que proporcionan sigue estando al alcance de todas las familias, independientemente de su situación económica. Como se ha mencionado a menudo en nuestros encuentros, estas escuelas siguen siendo un recurso fundamental para la nueva evangelización, y la significativa contribución que dan a la sociedad estadounidense en su conjunto debería ser más apreciada y sostenida con más generosidad.

En el ámbito de la educación superior, muchos de vosotros habéis señalado un creciente reconocimiento, por parte de los institutos y las universidades católicos, de la necesidad de reafirmar su identidad distintiva con fidelidad a sus ideales fundacionales y a la misión de la Iglesia al servicio del Evangelio. Pero queda aún mucho por hacer, especialmente en áreas fundamentales como la conformidad con el mandato establecido en el canon 812 para quienes enseñan disciplinas teológicas. La importancia de esta norma canónica, como expresión tangible de comunión eclesial y de solidaridad en el apostolado educativo de la Iglesia, resulta aún más evidente si tenemos en cuenta la confusión creada por casos de aparentes divergencias entre algunos representantes de las instituciones católicas y la dirección pastoral de la Iglesia: dichas divergencias perjudican el testimonio de la Iglesia y, como ha demostrado la experiencia, pueden ser fácilmente aprovechadas para comprometer su autoridad y su libertad.

No es exagerado afirmar que proporcionar a los jóvenes una sólida educación en la fe representa el desafío interno más urgente que debe afrontar la comunidad católica en vuestro país. El depósito de la fe es un tesoro inestimable que cada generación debe transmitir a la sucesiva, conquistando corazones para Jesucristo y formando las mentes en el conocimiento, en la comprensión y en el amor a su Iglesia. Es gratificante constatar cómo también en nuestros días la visión cristiana, presentada en su amplitud e integridad, se demuestra inmensamente atractiva para la imaginación, el idealismo y las aspiraciones de los jóvenes, que tienen derecho a conocer la fe en toda su belleza, su riqueza intelectual y sus exigencias radicales.

Aquí quiero simplemente proponer algunos puntos que espero sean útiles para vuestro discernimiento al afrontar este desafío.

Ante todo, como sabemos, la tarea fundamental de una educación auténtica en todos los niveles no consiste meramente en transmitir conocimientos, aunque eso sea esencial, sino también en formar los corazones. Existe la necesidad constante de conjugar el rigor intelectual al comunicar de modo eficaz, atractivo e integral la riqueza de la fe de la Iglesia con la formación de los jóvenes en el amor a Dios, en la práctica de la moral cristiana y en la vida sacramental y, además, en el cultivo de la oración personal y litúrgica.

De ahí se sigue que la cuestión de la identidad católica, también a nivel universitario, implica mucho más que la enseñanza de la religión o la mera presencia de una capellanía en el campus. Con demasiada frecuencia, al parecer, las escuelas y las universidades católicas no han logrado impulsar a los estudiantes a reapropiarse de su fe como parte de los estimulantes descubrimientos intelectuales que caracterizan la experiencia de la educación superior. El hecho de que muchos nuevos estudiantes se encuentran separados de su familia, de su escuela y de los sistemas de apoyo comunitarios que antes facilitaban la transmisión de la fe, debería impulsar constantemente a las instituciones educativas católicas a crear redes de apoyo nuevas y eficaces. En todos los aspectos de su educación, a los estudiantes se los debe alentar a articular una visión de la armonía entre fe y razón capaz de guiar una búsqueda del conocimiento y de la virtud que dure toda la vida. Como siempre, en este proceso desempeñan un papel esencial los profesores que estimulan a otros con su amor evidente a Cristo, su testimonio de sólida devoción y su compromiso por la sapientia christiana que integra la fe y la vida, la pasión intelectual y el aprecio por el esplendor de la verdad, tanto divina como humana.

De hecho, la fe, por su misma naturaleza, exige una conversión constante e integral a la plenitud de la verdad revelada en Cristo. Él es el Logos creador, en el que todas las cosas han sido creadas y en el que todas las realidades subsisten (cf. Col
Col 1,17); es el nuevo Adán, que revela la verdad última sobre el hombre y sobre el mundo en el que vivimos. En un tiempo, semejante al nuestro, de grandes cambios culturales y de transformaciones sociales, san Agustín indicaba esta relación intrínseca entre fe y empresa intelectual humana recurriendo a Platón, el cual afirmaba que, según él, «amar la sabiduría es amar a Dios» (De Civitate Dei, VIII, 8). El compromiso cristiano en favor del aprendizaje, que hizo nacer las universidades medievales, se fundaba en esta convicción de que el único Dios, como fuente de toda verdad y bondad, también es la fuente del deseo ardiente del intelecto de conocer y del deseo de la voluntad de realizarse en el amor.

Sólo en esta luz podemos apreciar la contribución peculiar de la educación católica, que realiza una «diakonía de la verdad» inspirada por una caridad intelectual consciente de que guiar a los demás hacia la verdad es, en el fondo, un acto de amor (cf. Discurso a los educadores católicos,Washington, 17 de abril de 2008). El hecho de que la fe reconozca la unidad esencial de todo conocimiento constituye un baluarte contra la alienación y la fragmentación que se producen cuando el uso de la razón se separa de la búsqueda de la verdad y de la virtud; en este sentido, las instituciones católicas desempeñan un papel específico para ayudar a superar la crisis actual de las universidades. Sólidamente arraigados en esta visión de la interrelación intrínseca entre fe, razón y búsqueda de la excelencia humana, todo intelectual cristiano y todas las instituciones educativas de la Iglesia deben estar convencidos, y deseosos de convencer a otros, de que ningún aspecto de la realidad permanece ajeno o no tocado por el misterio de la redención y por el dominio del Señor resucitado sobre toda la creación.

Durante mi visita pastoral a Estados Unidos hablé de la necesidad que tiene la Iglesia estadounidense de cultivar «un modo de pensar, una “cultura” intelectual que sea auténticamente católica» (Homilía en el Nationals Stadium de Washington, 17 de abril de 2008: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de abril de 2008, p. 5). Asumir esta tarea conlleva ciertamente una renovación de la apologética y un énfasis en los rasgos distintivos católicos; pero, en última instancia, debe orientarse a proclamar la verdad liberadora de Cristo y a fomentar un diálogo y una cooperación más amplios para construir una sociedad cada vez más sólidamente arraigada en un humanismo auténtico, inspirado por el Evangelio y fiel a los valores más altos de la herencia cívica y cultural estadounidense. En el momento actual de la historia de vuestra nación, este es el desafío y la oportunidad que espera a toda la comunidad católica y que las instituciones educativas de la Iglesia deberían ser las primeras en reconocer y abrazar.

Al concluir estas breves reflexiones, deseo expresar una vez más mi gratitud, y la de toda la Iglesia, por el generoso compromiso, a menudo acompañado por el sacrificio personal, demostrado por tantos profesores y administradores que trabajan en la vasta red de escuelas católicas en vuestro país. A vosotros, queridos hermanos, y a todos los fieles encomendados a vuestra solicitud pastoral, imparto de corazón mi bendición apostólica como prenda de sabiduría, alegría y paz en el Señor resucitado.




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