Discursos 2012 1 7512

A los nuevos reclutas de la Guardia Suiza Pontificia y a sus familiares con ocasión del Juramento (7 de mayo de 2012)

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Sala Clementina

Lunes 7 de mayo de 2012




Señor comandante,
monseñor capellán,
queridos oficiales y miembros de la Guardia Suiza,
ilustres huéspedes,
queridos hermanos y hermanas:

Deseo dirigiros a todos vosotros un cordial saludo. En particular doy mi bienvenida a los reclutas, hoy rodeados de sus padres, familiares y amigos; así como a los representantes de las autoridades suizas, llegados para esta feliz circunstancia. Vosotros, queridos guardias, tenéis el privilegio de trabajar durante algunos años en el corazón de la cristiandad y vivir en la «Ciudad Eterna». Vuestros familiares, y cuantos han querido compartir con vosotros estos días de fiesta, han asociado su participación en la ceremonia de juramento a una peregrinación a la tumba de los Apóstoles. A todos deseo que tengáis aquí, en Roma, la singular experiencia de la universalidad de la Iglesia y que os fortalezcáis y profundicéis en la fe, sobre todo con los momentos de oración y los encuentros que caracterizan esta jornada.

Las funciones que cumple la Guardia Suiza constituyen un servicio directo al Sumo Pontífice y a la Sede Apostólica. Por ello es motivo de vivo aprecio el hecho de que haya jóvenes que elijan consagrar algunos años de su existencia en total disponibilidad al Sucesor de Pedro y a sus colaboradores. Vuestro trabajo se sitúa en el surco de una indiscutida fidelidad al Papa, que fue heroica en el «Saqueo de Roma» en 1527, cuando, el 6 de mayo, vuestros predecesores sacrificaron su vida. El peculiar servicio de la Guardia Suiza no podía entonces ni puede tampoco hoy llevarse a cabo sin aquellas características que distinguen a cada miembro del cuerpo: solidez en la fe católica, fidelidad y amor hacia la Iglesia de Jesucristo, diligencia y perseverancia en las pequeñas y grandes tareas cotidianas, valentía y humildad, altruismo y disponibilidad. De estas virtudes debe estar lleno vuestro corazón cuando prestáis el servicio de honor y de seguridad en el Vaticano.

Sed atentos los unos con los otros, para sosteneros en el trabajo cotidiano y edificaros recíprocamente, y conservad el estilo de caridad evangélica con las personas que encontréis cada día. En la Sagrada Escritura la llamada al amor del prójimo está vinculada al mandamiento de amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas (cf. Mc
Mc 12,29-31). Para dar amor a los hermanos es necesario sacarlo de la forja de la caridad divina, gracias a pausas prolongadas de oración, a la constante escucha de la Palabra de Dios y a una existencia totalmente centrada en el misterio de la Eucaristía.

El secreto de la eficacia de vuestro trabajo aquí, en el Vaticano, así como de cada proyecto vuestro es, por lo tanto, la continua referencia a Cristo. Este es también el testimonio de no pocos de vuestros predecesores, que se caracterizaron no sólo en el cumplimiento de su trabajo, sino también en el compromiso de vida cristiana. Algunos han sido llamados a seguir al Señor en el camino del sacerdocio o de la vida consagrada, y han respondido con prontitud y entusiasmo. Otros coronaron felizmente con el sacramento del Matrimonio su vocación conyugal. Doy gracias a Dios, fuente de todo bien, por los diversos dones y las distintas misiones que él os confía, y ruego para que también vosotros, que iniciáis vuestro servicio, respondáis plenamente a la llamada de Cristo siguiéndole con fiel generosidad.

Queridos amigos, aprovechad el tiempo que paséis aquí, en Roma, para crecer en la amistad con Cristo, amar cada vez más a su Iglesia y caminar hacia la meta de toda verdadera vida cristiana: la santidad.

Que os ayude la Virgen María, a quien honramos de modo especial en el mes de mayo, a experimentar cada día más la comunión profunda con Dios, que para nosotros, creyentes, empieza en la tierra y será completa en el cielo. De hecho estamos llamados, como recuerda san Pablo, a ser «conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios» (Ep 2,19). Con estos sentimientos os aseguro mi constante recuerdo en la oración y de corazón os imparto a cada uno la bendición apostólica.



A una delegación del Congreso Judío Latinoamericano (10 de mayo de 2012)

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Sala de los Papas

Jueves 10 de mayo de 2012




Queridos amigos judíos:

Mucho me complace dar la bienvenida a esta delegación del Congreso Judío Latinoamericano.Nuestro encuentro es particularmente significativo, pues ustedes son el primer grupo que representa a organizaciones y comunidades judías en América Latina con el que me he encontrado aquí en el Vaticano. En toda Latinoamérica hay comunidades judías dinámicas, especialmente en Argentina y Brasil, que viven junto a una gran mayoría de católicos. A partir de los años del Concilio Vaticano II, las relaciones entre judíos y católicos se han fortalecido también en su región, y hay diversas iniciativas que siguen profundizando la mutua amistad.

Como ustedes saben, el próximo mes de octubre se celebra el cincuentenario del comienzo del Concilio Vaticano II, cuya Declaración Nostra Aetate sigue siendo la base y guía en nuestros esfuerzos por promover mayor comprensión, respeto y cooperación entre nuestras dos comunidades. Esta Declaración no sólo asumió una neta posición contra toda forma de antisemitismo, sino que sentó también las bases para una nueva valoración teológica de la relación de la Iglesia con el judaísmo, y manifestó su confianza en que el aprecio de la herencia espiritual compartida por judíos y cristianos llevaría a una comprensión y estima mutua cada vez mayor (n. 4)

Al considerar el progreso adquirido en los últimos cincuenta años de relaciones judeo-católicas en todo el mundo, no podemos por menos que dar gracias al Todopoderoso por este signo evidente de su bondad y providencia. Con el crecimiento de la confianza, el respeto y la buena voluntad, grupos que inicialmente se relacionaban con cierta desconfianza, se han convertido paso a paso en socios de confianza y amigos, buenos amigos incluso, capaces de hacer frente juntos a la crisis y superar los conflictos de manera positiva. Ciertamente, aún queda mucho por hacer en la superación de los lastres del pasado, en el fomento de mejores relaciones entre nuestras dos comunidades, y en la respuesta a los desafíos que afrontan cada vez más los creyentes en el mundo actual. Sin embargo, es un motivo para dar gracias el que estemos comprometidos a recorrer juntos el camino del diálogo, la reconciliación y la cooperación.

Queridos amigos, en un mundo cada vez más amenazado por la pérdida de los valores espirituales y morales, que son los que pueden garantizar el respeto de la dignidad humana y la paz duradera, un diálogo sincero y respetuoso entre religiones y culturas es crucial para el futuro de nuestra familia humana. Tengo la esperanza de que esta visita de hoy sea una fuente de aliento y confianza renovada a la hora de afrontar el reto de construir lazos cada vez más fuertes de amistad y colaboración, y de dar testimonio profético de la fuerza de la verdad de Dios, la justicia y el amor reconciliador, para el bien de toda la humanidad.

Con estos sentimientos, queridos amigos, pido al tres veces Santo que les bendiga a ustedes y a sus familias con abundantes dones espirituales, y que guíe sus pasos por el camino de la paz.

Shalom elichém.



A la comunidad del Pontificio Colegio Español de Roma (10 de mayo de 2012)

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Sala Clementina

Jueves 10 de mayo de 2012




Señores cardenales,
Venerados hermanos en el episcopado,
Querido señor rector, superiores, religiosas,
alumnos del Pontificio Colegio Español de San José de Roma:

Es para mí un motivo de alegría recibiros en la conmemoración de los cincuenta años de la sede actual del Pontificio Colegio Español de San José, y precisamente en la memoria litúrgica de san Juan de Ávila, patrono del clero secular español, y al que próximamente declararé Doctor de la Iglesia universal. Saludo al señor cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, al que agradezco sus amables palabras, así como a los señores arzobispos miembros del Patronato, al señor rector, a los formadores, religiosas y a vosotros, queridos alumnos.

Esta efeméride marca una relevante etapa del ya dilatado itinerario de este convictorio, que comenzó a finales del siglo diecinueve, cuando el beato Manuel Domingo y Sol, fundador de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, se lanzó a la aventura de crear un colegio en Roma, con la bendición de mi venerado predecesor, León XIII, y el interés del episcopado español.

Por vuestro colegio han pasado miles de seminaristas y sacerdotes que han servido a la Iglesia en España con amor entrañable y fidelidad a su misión. La formación específica de los sacerdotes es siempre una de las mayores prioridades de la Iglesia. Al ser enviados a Roma para profundizar en vuestros estudios sacerdotales debéis pensar sobre todo, no tanto en vuestro bien particular, cuanto en el servicio al pueblo santo de Dios, que necesita pastores que se entreguen al hermoso servicio de la santificación de los fieles con alta preparación y competencia.

Pero recordad que el sacerdote renueva su vida y saca fuerzas para su ministerio de la contemplación de la divina Palabra y del diálogo intenso con el Señor. Es consciente de que no podrá llevar a Cristo a sus hermanos ni encontrarlo en los pobres y en los enfermos, si no lo descubre antes en la oración ferviente y constante. Es necesario fomentar el trato personal con Aquel al que después se anuncia, celebra y comunica. Aquí está el fundamento de la espiritualidad sacerdotal, hasta llegar a ser signo transparente y testimonio vivo del Buen Pastor. El itinerario de la formación sacerdotal es, también, una escuela de comunión misionera: con el Sucesor de Pedro, con el propio obispo, en el propio presbiterio, y siempre al servicio de la Iglesia particular y universal.

Queridos sacerdotes, que la vida y doctrina del Santo Maestro Juan de Ávila iluminen y sostengan vuestra estancia en el Pontificio Colegio Español de San José. Su profundo conocimiento de la Sagrada Escritura, de los santos padres, de los concilios, de las fuentes litúrgicas y de la sana teología, junto con su amor fiel y filial a la Iglesia, hizo de él un auténtico renovador, en una época difícil de la historia de la Iglesia. Precisamente por ello, fue «un espíritu clarividente y ardiente, que a la denuncia de los males, a la sugerencia de remedios canónicos, ha añadido una escuela de intensa espiritualidad» (Pablo VI, Homilía durante la canonización de san Ávila, 31 mayo 1970).

La enseñanza central del Apóstol de Andalucía es el misterio de Cristo, Sacerdote y Buen Pastor, vivido en sintonía con los sentimientos del Señor, a imitación de san Pablo (cf. Flp
Ph 2,5). «En este espejo sacerdotal se ha de mirar el sacerdote para conformarse en los deseos y oración con Él» (Tratado sobre el sacerdocio,10). El sacerdocio requiere esencialmente su ayuda y amistad: «Esta comunicación del Señor con el sacerdote… es trato de amigos», dice el Santo (ibíd., 9).

Animados por las virtudes y el ejemplo de san Juan de Ávila, os invito, pues, a ejercer vuestro ministerio presbiteral con el mismo celo apostólico que lo caracterizaba, con su misma austeridad de vida, así como con el mismo afecto filial que tenía a la santísima Virgen María, Madre de los sacerdotes.

Bajo la entrañable advocación de «Mater clementissima», han sido innumerables los alumnos que han confiado a ella su vocación, sus estudios, sus afanes y proyectos más nobles, como también sus tristezas y preocupaciones. No dejéis de invocarla cada día, ni os canséis de repetir su nombre con devoción. Escuchad a san Juan de Ávila, cuando exhortaba a los sacerdotes a imitarla: «Mirémonos, padres, de pies a cabeza, alma y cuerpo, y nos veremos hechos semejables a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trujo a Dios a su vientre... Y el sacerdote le trae con las palabras de la consagración» (Plática 1ª a los sacerdotes). La Madre de Cristo es modelo de aquel amor que lleva a dar la vida por el Reino de Dios, sin esperar nada a cambio.

Que, bajo el amparo de Nuestra Señora, la comunidad del Pontificio Colegio Español de Roma pueda seguir cumpliendo sus objetivos de profundización y actualización de los estudios eclesiásticos, en el clima de honda comunión presbiteral y alto rigor científico que lo distingue, con vistas a realizar, ya desde ahora, la íntima fraternidad pedida por el concilio Vaticano II «en virtud de la común ordenación sagrada y de la común misión» (Lumen gentium LG 28). Así se formarán pastores que, como reflejo de la vida de Dios Amor, uno y trino, sirvan a sus hermanos con rectitud de intención y total dedicación, promoviendo la unidad de la Iglesia y el bien de toda la sociedad humana.

Con estos sentimientos, os imparto una especial Bendición Apostólica, que complacido hago extensiva a vuestros familiares, comunidades de origen y a cuantos colaboran en vuestro itinerario formativo durante vuestra estancia en Roma. Muchas gracias.













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