BENEDICTO XV - MAGISTERIO - 18. Una mirada al clero y las vocaciones

19. Sumisión a nuestros superiores


Una cosa hay sin embargo, que no debe pasarse en silencio: y es que queremos recordar a todos cuantos sacerdotes hay en el mundo, como hijos Nuestros muy amados, que es absolutamente necesario, ya para su propia santificación, ya para el fruto del ministerio sagrado, que esté cada uno estrechamente unido y enteramente adicto a su propio Obispo. Por cierto que, como arriba deploramos, no todos los ministros del Santuario están libres de insubordinación y de independencia, tan corriente en estos tiempos; ni sucede rara vez a los Pastores de la Iglesia, encontrar dolor y contradicción allí donde con derecho hubiesen esperado consuelo y ayuda. Ahora bien, los que tan desgraciadamente abandonan su deber, reflexionen una y otra vez que es divina la autoridad de aquellos a los cuales: "El Espíritu Santo ha constituido a los Obispos para que gobiernen la Iglesia de Dios"(Ac 20,28). Y que, si, como hemos visto, resisten a Dios los que resisten a cualquier potestad legítima, mucho más irreverente es la conducta de aquellos que rehúsan obedecer a los Obispos, a los cuales ha consagrado Dios con el sello de su potestad: Cum charitas, así escribía el santo mártir Ignacio, non sinnat me tacere de vobis, propterea anteverti vos admonere, ut unanimi sitis in sententia Dei. Etenim Jesus Christus, inseparabilis a nostra vita, sententia Patris est, ut et Episcopi per tractus terrae constituti, in sententia Patris sunt. Unde decet vos Episcopi sententiam concurrere (). Y como habló aquel mártir ilustre, así hablaron en todos los tiempos, los Padres y Doctores de la Iglesia. Añádase que ya es demasiado pesada la carga que llevan los Obispos, aun por la misma dificultad que ofrecen estos tiempos, y que es más grave todavía la ansiedad en que viven por la salud del rebaño que les ha sido confiado: "Obedeced a vuestros pastores y estadles sujetos que ellos velan sobre vuestras almas"(). ¿No han de llamarse crueles los que, negando el obsequio debido, aumentan esta carga y esta ansiedad? Esto no es conveniente, diría a los tales el Apóstol, porque, Ecclesia est plebs sacerdoti adunata, et pastori suo grex adhaerens(); de lo cual se sigue que no está con la Iglesia aquel que no está con el Obispo.

20. Que termine la guerra y la cuestión romana


Y ahora, Venerables Hermanos, al terminar esta carta, Nuestro corazón vuelve al mismo punto por donde empezásemos a escribir; y pedimos de nuevo, con fervientes e insistentes votos, el fin de esta desastrosísima guerra, tanto para el bien de la sociedad, como el de la Iglesia; de la sociedad, para que, obtenida la paz, progrese verdaderamente en todo género de cultura: de la Iglesia de Jesucristo, para que, libre ya de ulteriores impedimentos, siga llevando a los hombres el consuelo y la salvación hasta los últimos confines de la tierra. Desde hace mucho tiempo la Iglesia no goza de aquella independencia que necesita, esto es, desde que su cabeza, el Pontífice Rmano, empezó a carecer de aquel auxilio que por disposición de la divina Providencia, en el transcurso de los siglos, había obtenidos para defensa de su libertad. Quitado este auxilio, sobrevino, como no podía menos, una grave perturbación entre los católicos; porque cuantos se profesan hijos del Rmano Pontífice, todos, así los que están cerca como los que están lejos, exigen con pleno derecho, que no pueda ponerse duda que el Padre común de todos, en el ejercicio del ministerio apostólico, sea verdaderamente, ya así mismo aparezca, libre de todo poder humano.

21. La libertad de la Iglesia


Por lo tanto, mientras hacemos fervientes votos para que renazca la paz entre todas las naciones, deseamos, también que cese para la Cabeza de la Iglesia esta situación anormal que daña gravemente, por más de una razón, a la misma tranquilidad de los pueblos. Contra tal estado de cosas, Nos renovamos las protestas que Nuestros Predecesores hicieron repetidas veces, movidos, no por intereses humanos, sino por la santidad del deber; y las renovamos por las mismas causas, para defender los derechos y la dignidad de la Sede Apostólica.

Oración por la paz


Finalmente, Venerables Hermanos, ya que están en la mano de Dios los corazones de los príncipes y de todos aquellos que pueden dar fin a las atrocidades y a los daños de que hemos hecho mención, levantemos a Dios nuestra voz suplicante, y clamemos: Da pacem, Domine, in diebus nostris. "Da paz, Señor en nuestros días". Aquel que dijo de sí: "Soy yo, Yahvé, yo doy la paz"(), aplacado por nuestros ruegos, quiera sosegar cuanto antes las olas tempestuosas que agitan a la sociedad civil y a la religiosa. Séanos propicia la bienaventurada Virgen que engendró a Aquel que es Príncipe de la paz y acoja bajo su maternal protección Nuestra humilde Persona, Nuestro ministerio Pontifical, la Iglesia, y con ésta las almas de todos los hombres, redimidos con la sangre de su Hijo.

Bendición final


Como prenda de los dones celestiales y en testimonio de Nuestra benevolencia, Venerables Hermanos, os damos de todo corazón la bendición apostólica a vosotros, a vuestro clero y a vuestro pueblo.

Dado en Roma junto a San Pedro, en la fiesta de Todos los Santos, día 1º de Noviembre del año 1914, primero de Nuestro Pontificado.

Benedicto Papa XV



ANNO IAM EXEANTE (FRAGMENTO): Sobre los principios de la revolución francesa


BENEDICTO XV



7 de marzo de 1917

Introducción


Desde los tres primeros siglos y los orígenes de la Iglesia, en el curso de los cuales la sangre de los cristianos fecundó la tierra entera, puede decirse que jamás corrió la Iglesia un peligro mayor que el que se manifestó hacia fines del siglo XVIII. Es entonces, cuando una filosofía delirante, prolongación de la herejía y apostasía de los Innovadores, adquirió sobre los espíritus un poder universal de seducción y provocó una confusión total, con el determinado propósito de arruinar los fundamentos cristianos de la sociedad, no sólo en Francia sino poco a poco en todas las naciones.

Así como se hizo profesión de fe renegar públicamente de la autoridad de 1a Iglesia, se cesó de tener a la Religión como guardiana y salvaguarda del derecho, el deber y el orden en la ciudad, se consideró que el origen del poder estaba en el pueblo y no en Dios; pretendieron que entre los hombres la igualdad de naturaleza implica la igualdad de derechos: que el argumento del placer definía lo que estaba permitido, exceptuando lo que prohibía la ley; que nada tenía fuerza de ley si no emanaba de una decisión masiva; y lo que supera todo, autorizaba el uso de la libertad de pensamiento en materia religiosa y así mismo de publicar sin restricciones bajo el pretexto de que no se dañaba a nadie.

Estos son los elementos que, bajo la forma de principios, se encuentran desde entonces en la base de la teoría de los Estados. ¿Se quiere entonces saber cuántos desastres pueden acarrear estos elementos a la sociedad humana, allí donde las ciegas pasiones y la rivalidad de los partidos los ponen en manos de la multitud? Jamás fue esto más evidente que en la época en que se hizo la primera proclamación. Por otra parte aquí, como se podía prever, lo que se produjo desde que el populacho tomó la dirección de todos los asuntos y dio libre curso a los sentimiento de envidia, que tanto tiempo había abrigado, hacia las clases superiores que fue: todo hombre de condición elevada que tuviere la mala suerte de vivir o aún solamente de pensar, de una manera no aprobada por los hombres más criminales, corría desde entonces un peligro de muerte; nada era tan santo o tan augusto, que en nombre de la libertad y la justicia, que gozaban de una licencia sin freno, no fuera profanado; no había más que masacres y destrucción cuyo objetivo era la desolación y destrucción de la Francia cristiana; lo que se vio sobre todo a partir del momento en que en un rapto de temeridad y demencia, fue abolido el culto de la Divina Majestad y la Razón, invocada como Dios, recibió el homenaje de ritos sacrílegos.

Seguramente ese furor de destrucción, por la índole misma de su violencia y sus excesos, no duró mucho tiempo ni hubiera podido hacerlo. Inmediatamente después que las instituciones civiles hubieron recibido una forma inspirada en los nuevos principios, el culto divino, sin el cual ningún Estado podría mantenerse, fue restablecido. A pesar de esto, si se quisiera afianzar realmente la estabilidad y la cohesión del reencontrado orden público, sería necesario que una acción más profunda penetrase en los pueblos hasta la médula y que por todas partes fuesen creadas instituciones, fuentes de vida cristiana; y como no estaría asegurado en adelante que la antigua forma de régimen político fuera restablecida, sería necesario dedicar los máximos esfuerzos para hacer penetrar gradualmente en la nueva Constitución de ]a ciudad, el espíritu cristiano.


Aquí, nos es permitido admirar la misericordiosa providencia de Dios; con su permiso, Francia había olvidado su antigua gloria al punto de repudiar su herencia de sabiduría cristiana, rechazo mortal para ella y ejemplo funesto para las otras naciones. Gracias a la Providencia, Francia iluminó a sus hijos insignes por su celo y sus virtudes, quienes se dedicaron a reparar los daños que su madre había soportado o también causado.


QUOD IAM DIU: Se prescriben oraciones públicas por el Congreso de la Paz


CARTA ENCÍCLICA BENEDICTO XV

1/12/1918

1. Motivo: El término de la guerra


Lo que ansiosamente, tanto tiempo ha, venía pidiendo el mundo entero, lo que todo el pueblo cristiano suplicaba al cielo con fervientes plegarias, lo que tanto buscábamos Nos sin tregua ni descanso, como intérprete de los comunes dolores, por el amor paternal que hacia todos sentíamos, he aquí que en un momento se ha realizado. Ha cesado la lucha. Es cierto que aún no ha venido la paz solemne a poner término a la guerra, pero al menos el armisticio que ha interrumpido el derramamiento de sangre y la devastación en la tierra, en el aire y en el mar ha dejado felizmente abierto el camino para llegar a la paz. Muchas y variadas causas han contribuido a este repentino cambio de cosas, pero si queremos dar con la última y suprema razón menester será elevar el pensamiento hasta Aquel que movido a misericordia por la solícita oración de todos los justos ha permitido al fin al género humano respirar libre de tan largo y angustioso duelo. Por lo cual debemos dar gracias a la bondad divina por tan inmenso beneficio. Por Nuestra parte Nos alegramos de que el orbe católico haya con tal motivo realizado numerosas y célebres manifestaciones de pública piedad.

2. Oración por la paz.


Sin embargo, una cosa tenemos que pedir al benignísimo Dios, a saber que se digne completar en cierto modo y llevar a perfección el beneficio tan inmenso otorgado a la humanidad. Nos explicaremos: Muy pronto se van a reunir los que por voluntad popular deben concertar una paz justa y permanente entre todos los pueblos de la tierra. Los problemas que tendrán que resolver son tales que no se han presentado mayores ni más difíciles en ningún humano congreso. ¡Cuánto, pues, no necesitarán del auxilio de las divinas luces para llevar a feliz término su cometido!

3. Dispone preces públicas y promete colaboración a los esfuerzos de paz.


Siendo pues este un asunto de vital interés para todo el género humano, los católicos, sin excepción, quienes por su profesión de tales han de preocuparse del bien y de la tranquilidad de la sociedad, tienen el deber de alcanzar con sus ruegos la "sabiduría que asiste al trono del Señor" para los referidos delegados. Es Nuestra voluntad que todos los católicos queden advertidos de este deber. Por lo tanto, para que del próximo congreso salga aquel inestimable don de Dios de una paz ajustada a los principios de la justicia cristiana, os habéis de apresurar vosotros, Venerables Hermanos, a ordenar que en cada una de las parroquias de vuestra diócesis se realicen las preces públicas que bien os parecieren, para tornar propicio al "Padre de las luces". Por lo que a Nos toca, como Vicario, aunque sin merecerlo, de Jesucristo, "Rey pacífico", procuraremos con todo el poder y autoridad de Nuestro cargo apostólico, que todos los acuerdos tomado para la paz y concordia perpetuas del mundo, sean por todos los nuestros de buen grado recibidos e inevitablemente cumplidos.

4. Bendición.


Entre tanto, como prenda de celestiales gracias y en prueba de Nuestra benevolencia, no sólo a vosotros sino también a vuestro Clero y pueblo, os impartimos la bendición apostólica con el mayor afecto en el Señor.

Dado en Roma Sede de San Pedro, el día 1º de Diciembre del año 1918, quinto de Nuestro Pontificado

Benedicto Papa XV



MAXIMUM ILLUD (CARTA APOSTÓLICA): Sobre la propagación de la fe católica en todo el mundo


BENEDICTO XV

30/11/1919

INTRODUCCIÓN


1. El cumplimiento de la misión Apostólica


1. La grande y santísima misión confiada a sus discípulos por Nuestro Señor Jesucristo, al tiempo de su partida hacia el Padre, por aquellas palabras: «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a todas las naciones»(Mc 16,15), no había de limitarse ciertamente a la vida de los apóstoles, sino que se debía perpetuar en sus sucesores hasta el fin de los tiempos, mientras hubiera en la tierra hombres para salvar la verdad.

2. Pues bien: desde el momento en que los apóstoles «salieron y predicaron por todas partes»(Mc 16,20)la palabra divina, logrando que «la voz de su predicación repercutiese en todas las naciones, aun en las más apartadas de la tierra»(), ya en adelante nunca jamás la Iglesia, fiel al mandato divino, ha dejado de enviar a todas partes mensajeros de la doctrina revelada por Dios y dispensadores de la salvación eterna, alcanzada por Cristo para el género humano.

El avance del apostolado, obra de hombres de eminente santidad


3. Aun en los tres primeros siglos, cuando una en pos de otra suscitaba el infierno encarnizadas persecuciones para oprimir en su cuna a la Iglesia, y todo rebosaba sangre de cristianos, la voz de los predicadores evangélicos se difundió por todos los confines del Imperio romano.

4. Pero desde que públicamente se concedió a la Iglesia paz y libertad, fue mucho mayor en todo el orbe el avance del apostolado; obra que se debió sobre todo a hombres eminentes en santidad. Así, Gregorio el Iluminador gana para la causa cristiana a Armenia; Victoriano, a Styria; Frumencio, a Etiopía; Patricio conquista para Cristo a los irlandeses; a los ingleses, Agustín; Columbano y Paladio, a los escoceses. Más tarde hace brillar la luz del Evangelio para Holanda Clemente Villibrordo, primer obispo de Utretch, mientras Bonifacio y Anscario atraen a la fe católica los pueblos germánicos; como Cirilo y Metodio a los eslavos.

5. Ensanchándose luego todavía más el campo de acción misionera, cuando Guillermo de Rubruquis iluminó con los esplendores de la fe la Mongolia y el B. Gregorio X envió misioneros a la China, cuyos pasos habían pronto de seguir los hijos de San Francisco de Asís, fundando una Iglesia numerosa, que pronto había de desaparecer por completo al golpe de la persecución.

Era misional


6. Más aún: tras el descubrimiento de América, ejércitos de varones apostólicos, entre los cuales merece especial mención Bartolomé de las Casas, honra y prez de la Orden dominicana, se consagraron a aliviar la triste suerte de los indígenas, ora defendiéndolos de la tiranía despótica de ciertos hombres malvados, ora arrancándolos de la dura esclavitud del demonio.

7. A1 mismo tiempo, Francisco Javier, digno ciertamente de ser comparado con los mismos apóstoles, después de haber trabajado heroicamente por la gloria de Dios y salvación de las almas en las Indias Orientales y el Japón, expira a las puertas mismas del Celeste Imperio, adonde se dirigía, como para abrir con su muerte camino a la predicación del Evangelio en aquélla región vastísima, donde habían de consagrarse al apostolado, llenos de anhelos misioneros y en medio de mil vicisitudes, los hijos de tantas Ordenes religiosas e Instituciones misioneras.

8. Por fin, Australia, último continente descubierto, y las regiones interiores de África, exploradas recientemente por hombres de tesón y audacia, han recibido también pregoneros de la fe. Y casi no queda ya isla tan apartada en la inmensidad del Pacífico adonde no haya llegado el celo y la actividad de nuestros misioneros.

9. Muchos de ellos, en el desempeño de su apostolado, han llegado, a ejemplo de los apóstoles, al más alto grado de perfección en el ejercicio de las virtudes; y no son pocos los que han confirmado con su sangre la fe y coronado con el martirio sus trabajos apostólicos.

2. Los pueblos que yacen en las tinieblas. - Fin de la presente carta


10. Pues bien: quien considere tantos y tan rudos trabajos sufridos en la propagación de la fe, tantos afanes y ejemplos de invicta fortaleza, admitirá sin duda que, a pesar de ello, sean todavía innumerables los que yacen en las tinieblas y sombras de muerte, ya que, según estadísticas modernas, no baja aún de mil millones el número de los gentiles.

11. Nos, pues, llenos de compasión por la suerte lamentable de tan inmensa muchedumbre de almas, no hallando en la santidad de nuestro oficio apostólico nada más tradicional y sagrado que el comunicarles los beneficios de la divina Redención, vemos, no sin satisfacción y regocijo, brotar pujantes en todos los rincones del orbe católico los entusiasmos de los buenos para proveer y extender las Misiones extranjeras.

12. Y así, para encender y fomentar más y más esos mismos anhelos, en cumplimiento de nuestros más vivos deseos, después de haber implorado con reiteradas preces la luz y el auxilio del Señor, os mandamos, venerables hermanos, estas letras, con las que os exhortamos a vosotros y a vuestro clero y pueblo a cooperar en obra tan trascendental, indicándoos juntamente el modo como podéis favorecer a esta importantísima causa.

13. Nuestras palabras se dirigen ante todo a aquellos que, como obispos, vicarios y prefectos apostólicos, están al frente de las sagradas Misiones, ya que a ellos incumbe más de cerca el deber de propagar la fe; y en ellos, y más que en ningún otro, ha depositado la Iglesia la esperanza de la expansión del cristianismo.

14. No se nos oculta su ardiente celo ni las dificultades y peligros grandísimos por los que, sobre todo últimamente, han atravesado en su empeño no sólo de conservar sus puestos y residencias, sino aun de extender todavía más el Reino de Dios. Con todo, persuadidos de su mucha piedad filial y adhesión a esta Sede Apostólica, queremos descubrirles nuestro corazón con la confianza de un padre a sus hijos.

3. El deber del misionero y de los Superiores.


15. Tengan, pues, ante todo, muy presente que cada uno debe ser el alma, como se dice, de su respectiva Misión. Por lo cual, edifiquen a los sacerdotes y demás colaboradores de su ministerio con palabras, obras y consejos, e infúndanles bríos y alientos para tender siempre a lo mejor. Pues conviene que cuantos en la viña del Señor trabajan de un modo o de otro sientan por propia experiencia y palpen claramente que el superior de la Misión es padre vigilante y solícito, lleno de caridad, que abraza todo y a todos con el mayor afecto; que sabe alegrarse en sus prosperidades, condolerse de sus desgracias, infundir vida y aliento a sus proyectos y loables empresas, prestándoles su concurso, e interesarse por todo lo de sus súbditos como por sus propias cosas.

16. Como el diverso resultado de cada Misión depende de la manera de gobernarla, de ahí el peligro de poner al frente de ellas hombres ineptos o menos idóneos.

17. En efecto, el misionero novel que, inflamado por el celo de la propagación del hombre cristiano, abandona patria y parientes queridos, tiene que pasar de ordinario por largos y con mucha frecuencia peligrosos caminos; y su ánimo se halla siempre dispuesto a sufrir mil penalidades en el ministerio de ganar para Jesucristo el mayor número posible de almas.

18. Claro es que si este tal se encuentra con un superior diligente cuya prudencia y caridad le pueda ayudar en todas las cosas, sin duda que su labor habrá de resultar fructuosísima; pero, en caso contrario, muy de temer es que, fastidiado poco a poco del trabajo y de las dificultades, al fin, sin ánimo para nada, se entregue a la postración y abandono.

19. Además, el superior de la Misión debe cuidar primeramente de promover e impulsar la vitalidad de la misma, hasta que ésta haya alcanzado su pleno desarrollo. Porque todo cuanto entra dentro de los límites que ciñen el territorio a él confiado, en toda su extensión y amplitud, debe ser objeto de sus desvelos, y así deber suyo es también mirar por la salvación eterna de cuantos habitan en aquellas regiones.

20. Por lo cual, aunque logre reducir a la fe algunos millares de entre tan numerosa gentilidad, no por eso podrá descansar. Procure, sí, defender y confortar a aquellos que engendró ya para Jesucristo, no consintiendo que ninguno de ellos sucumba ni perezca.

21. Por esto es poco, y crea no haber cumplido su deber si no se esfuerza con todo cuidado, y sin darse tregua ni reposo, por hacer participantes de la verdad y vida cristiana a los que, en número sin comparación mayor, le quedan todavía por convertir.+

4. La subdivisión de las misiones; mayor número de colaboradores y obras de caridad.


22. Para que la predicación del Evangelio pueda más pronta y felizmente llegar a oídos de cada una de esas almas, aprovechará sobremanera fundar nuevos puestos y residencias, para que, en cuanto la oportunidad lo permita, pueda la Misión más tarde subdividirse en otros centros misioneros, gérmenes asimismo de otros tantos futuros Vicariatos y Prefecturas.

23. A1 llegar aquí hemos de tributar el debido elogio a aquellos Vicariatos Apostólicos que, conforme a esta norma que establecemos, han ido siempre preparando nuevos crecimientos para el Reino de Dios; y que, si para este fin vieron no les bastaba la ayuda de sus hermanos en religión, no dudaron en acudir siempre gustosos en demanda de auxilio a otras Congregaciones y familias religiosas.

24. Por el contrario, ¡qué digno de reprensión sería quien tuviese de tal manera como posesión propia y exclusiva la parte de la viña del Señor a él señalada, que obstacularizara el que otros pusieran mano en ella!

25. ¡Y cuán severo habría de pasar sobre él el juicio divino, sobre todo si, como recordamos haber sucedido no pocas veces, teniendo él tan sólo unos pocos cristianos, y éstos esparcidos entre muchedumbres de paganos, y no bastándole sus propios colaboradores para instruir a todos, se negara, no digo a pedir, pero ni aun a admitir para la conversión de aquellos gentiles la ayuda de otros misioneros!

26. Por eso, el superior de una Misión católica que no abriga en su corazón más ideal que la gloria de Dios y la salvación de las almas, en presencia de la necesidad, acude a todas partes en busca de colaboradores para el santísimo ministerio; ni se le da nada que éstos sean de su Orden y nación o de Orden y nación distintas, «con tal que de cualquier modo Cristo sea anunciado»().

27. No sólo busca toda clase de colaboradores, sino que se da traza para hacerse también con colaboradoras o hermanas religiosas para escuelas, orfanatos, hospitales, hospicios y demás instituciones de caridad, en las que sabe que la providencia de Dios ha puesto increíble eficacia para dilatar los dominios de la fe.

28. Para este mismo efecto, el superior de Misión no se ha de encerrar de tal modo dentro de su territorio, que tenga por cosa ajena todo lo que no entra dentro de su círculo de acción; sino que, en virtud de la fuerza expansiva del amor de Cristo, cuya gloria debe interesarle como propia en todas partes, debe procurar mantener trato y amistosas relaciones con sus colegas vecinos, toda vez que, dentro de una misma región, hay otros muchos asuntos comunes que naturalmente no pueden solucionarse sino de común acuerdo.

29. Por otro lado, ¡qué gran bien de la Religión sería que los Superiores de Misiones, en el mayor número posible y en determinados tiempos, tuviesen sus reuniones donde poder aconsejarse y animarse mutuamente!

5. El Clero Indígena. - Su formación.


30. Por último, es de lo más principal e imprescindible, para quienes tienen a su cargo el gobierno de las Misiones, el educar y formar para los sagrados ministerios a los naturales mismos de la región que cultivan; en ello se basa principalmente la esperanza de las Iglesias jóvenes.

31. Porque es indecible lo que vale, para infiltrar la fe en las almas de los naturales, el contacto de un sacerdote indígena del mismo origen, carácter, sentimientos y aficiones que ellos, ya que nadie puede saber como él insinuarse en sus almas. Y así, a veces sucede que se abre a un sacerdote indígena sin dificultad la puerta de una Misión cerrada a cualquier otro sacerdote extranjero.

32. Más, para que el clero indígena rinda el fruto apetecido, es absolutamente indispensable que esté dotado de una sólida formación. Para ello no basta en manera alguna un tinte de formación incipiente y elemental, esencialmente indispensable para poder recibir el sacerdocio.

33. Su formación debe ser plena, completa y acabada bajo todos sus aspectos, tal como suele darse hoy a los sacerdotes en los pueblos cultos.

34. No es el fin de la formación del clero indígena poder ayudar únicamente a los misioneros extranjeros, desempeñando los oficios de menor importancia, sino que su objeto es formarles de suerte que puedan el día de mañana tomar dignamente sobre sí el gobierno de su pueblo y ejercitar en él el divino ministerio.

35. Siendo la Iglesia de Dios católica y propia de todos los pueblos y naciones, es justo que haya en ella sacerdotes de todos los pueblos, a quienes puedan seguir sus respectivos naturales como a maestros de la ley divina y guías en el camino de la salud.

36. En efecto, allí donde el clero indígena es suficiente y se halla tan bien formado que no desmerece en nada de su vocación, puede decirse que la obra del misionero está felizmente acabada y la Iglesia perfectamente establecida. Y si, más tarde, la tormenta de la persecución amenaza destruirla, no habrá que temer que, con tal base y tales raíces, zozobre a los embates del enemigo.

Deficiencias lamentables en la formación del clero indígena y solución por la S. Congregación de Prop. Fide.

37. Siempre ha insistido la Sede Apostólica en que los superiores de Misiones den la importancia debida y se apliquen con frecuencia a este deber tan principal de su cargo. Prueba de esta solicitud son los colegios que ahora, como en tiempos antiguos, se han levantado en esta ciudad para formar clérigos de naciones extranjeras, especialmente de rito oriental.

38. Por eso es más de sentir que, después de tanta insistencia por parte de los Pontífices, haya todavía regiones donde, habiéndose introducido hace muchos siglos la fe católica, no se vea todavía clero indígena bien formado y que haya algunos pueblos, favorecidos tiempo ha con la luz y benéfica influencia del Evangelio, y que, habiendo dejado ya su retraso y subido a tal grado de cultura que cuentan con hombres eminentes en todo género de artes civiles, sin embargo, en cuestión de clero, no hayan sido capaces de producir ni obispos que los rijan ni sacerdotes que se impongan por su saber a sus conciudadanos. Ello es señal evidente de ser manco y deficiente el sistema empleado hasta el día de hoy en algunas partes en orden a la formación del clero indígena.

39. Con el fin de obviar este inconveniente, mandamos a la Sagrada Congregación de Propaganda Fide que apliquen las medidas que las diversas regiones reclamen, y que tome a su cuenta la fundación o, si ya están fundados, la debida dirección de seminarios que puedan servir para varias diócesis en cada región, con miras especiales a que en los Vicariatos y demás lugares de Misiones adquiera el clero nuevo y conveniente desarrollo.

6. Los Misioneros, su preparación.


40. Es ya hora, amadísimos hijos, de hablaros a vosotros, cuantos trabajáis en la viña del Señor, a cuyo celo, juntamente con la propagación de la verdad cristiana, está encomendada la salvación de innumerables almas.

41. Sea lo primero, y como base de todo, que procuréis formaros cabal concepto de la sublimidad de vuestra misión, la cual debe absorber todas vuestras energías.

42. Misión verdaderamente divina, cuya esfera de acción se remonta muy por encima de todas las mezquindades de los intereses humanos, ya que vuestro fin es llevar la luz a los pueblos sumidos en sombras de muerte y abrir la senda de la vida a quienes de otra suerte se despeñarían en la ruina.

7. El misionero debe poner la mira en lo sobrenatural.


43. Convencidos en el alma de que a cada uno de vosotros se dirigía el Señor cuando dijo: «Olvida tu pueblo y la casa de tu padre»(), recordad que no es vuestra vocación para dilatar fronteras de imperios humanos, sino las de Cristo; ni para agregar ciudadanos a ninguna patria de aquí abajo, sino a la patria de arriba.

44. Sería ciertamente de lamentar que hubiera misioneros tan olvidados de la dignidad de su ministerio que, con el ideal y el corazón puestos más en patrias terrenas que en la celestial, dirigiesen sus esfuerzos con preferencia a la dilatación y exaltación de su patria.

45. Sería ésa la más infecciosa peste para la vida de un apóstol, que, además de relajar en el misionero del Evangelio los nervios mismos de la caridad, pondría en peligro ante los ojos de los evangelizados su propia reputación, ya que los hombres, por incultos y degradados que sean, entienden muy bien lo que significa y lo que pretende de ellos el misionero, y disciernen con sagacísimo olfato si busca otra cosa que su propio bien espiritual.

46. Suponed, pues, que, en efecto, entren en la conducta del misionero elementos humanos, y que, en lugar de verse en él sólo al apóstol, se trasluzca también al agente de intereses patrios. Inmediatamente su trabajo se haría sospechoso a la gente, que fácilmente podría ser arrastrada al convencimiento de ser la religión cristiana propia de una determinada nación y, por lo mismo, de que el abrazarla sería renunciar a sus derechos nacionales para someterse a tutelas extranjeras.

Se condenan miras políticas y nacionalistas.


47. Ved por qué han producido en Nos honda amargura ciertos rumores y comentarios que, en cuestión de Misiones, van esparciéndose de unos años a esta parte, por los que se ve que algunos relegan a segundo término, posponiéndola a miras patrióticas, la dilatación de la Iglesia; y nos causa maravilla cómo no reparan en lo mucho que su conducta predispone las voluntades de los infieles contra la religión.

48. No obrará así quien se precie de ser lo que su nombre de misionero católico significa, pues este tal, teniendo siempre ante los ojos que su misión es embajada de Jesucristo y no legación patriótica, se conducirá de modo que cualquiera que examine su proceder, al punto reconozca en él al ministro de una religión que, sin exclusivismos de fronteras, abraza a todos los hombres que adoran a Dios en verdad y en espíritu, «donde no hay distinción de gentil y judío, de circuncisión e incircuncisión, de bárbaro y escita, de siervo y libre, porque Cristo lo es todo en todos»(Col 3,11).

El desprendimiento


49. El segundo escollo que debe evitarse con sumo cuidado es el de tener otras miras que no sean las del provecho espiritual. La evidencia de este mal nos ahorra el detenernos mucho en aclararlo.

50. En efecto, a quien está poseído de la codicia le será imposible que procure, como es su deber, mirar únicamente por la gloria divina; imposible que en la obra de la glorificación de Dios y salud de las almas se halle dispuesto a perder sus bienes y aun la misma vida, cuando así lo reclame la caridad.

51. Júntese a esto el desprestigio consiguiente de la autoridad del misionero ante los infieles, sobre todo si, como no sería extraño en materia tan resbaladiza, el afán de proveerse de lo necesario degenerase en el vicio de la avaricia, pasión abierta a los ojos de los hombres y muy ajena del Reino de Dios.

52. El buen misionero debe, pues, con todo empeño seguir también en este punto las huellas del Apóstol de las Gentes, quien, si no duda en escribir a Timoteo: «Estamos contentos, con tal de tener lo suficiente para nuestro sustento y vestido»(Col 1), en la práctica avanzó todavía tanto en su afán de aparecer desinteresado que, aun en medio de los gravísimos cuidados de su apostolado, quiso ganarse el mantenimiento con el trabajo de sus propias manos.


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