Basilio ES 300


LA EMBRIAGUEZ

400
Disgusto y desaliento del santo por los excesos cometidos


Los espectáculos que ayer por la tarde tuvieron lugar (1) me inducen por una parte a dirigiros la palabra. Pero por otra, reprime mi deseo y apaga todo mi entusiasmo la inutilidad de mis exhortaciones anteriores (2). Desmaya el labrador si no crece la primera semilla que siembra, mostrándose tardo y desalentado para sembrar de nuevo sobre la misma tierra. Ahora bien, ¿con qué esperanza voy a hablaros hoy, si después de tantas exhortaciones, como las que días pasados os hicimos incesantemente, y después de haber estado día y noche, durante estas siete semanas de los ayunos, anunciándoos sin parar la buena nueva de la gracia del Señor, ningún fruto, ninguna utilidad se ha conseguido? ¡Oh!, ¡cuántas noches habéis velado en vano! ¡Cuántos días os habéis congregado en vano! ¡Si es que es vano! Porque quien comienza una vez el camino de las buenas obras y vuelve después a sus antiguas costumbres, no solo pierde el fruto de sus desvelos, sino que se hace digno de un mayor castigo. Habiendo gustado la suavidad de la palabra de Dios, habiendo sido digno de conocer los misterios de nuestra fe, todo lo perdió, seducido por un pasajero deleite.

"El humilde, dice el sabio, es digno de perdón y de misericordia, pero el poderosa, poderosamente será atormentado" (3). Con una sola tarde, con un solo ataque del enemigo se arruina y se destruye todo aquel trabajo. ¿Qué animo puedo tener yo para volver a hablaros? Hubiera callado, creedme, si no me hiciese temblar el ejemplo de Jeremias a quien por no querer hablar a un pueblo perverso, le sobrevino el castigo que él mismo nos cuenta: un fuego devorador se apodero de sus entrañas y le consumía por todas partes, y no podía soportarlo (4).

Descripción de los excesos cometidos


Unas mujeres lascivas, olvidadas del temor de Dios, despreciando el fuego eterno del infierno, en aquel mismo día en que debían haber estado quietas en sus casas en memoria de la resurrección, recordando el día en que se abran los cielos y aparezca el Juez de los hombres, día en el que, al sonido de la trompeta divina, resucitaran los muertos, compareciendo el justo Juez que juzgara a cada uno según sus obras: estas mujeres, digo, en lugar de estar pensando en estas cosas y de purgar sus almas de los malos pensamientos, borrando con lágrimas sus pecados anteriores y preparándose para recibir a Cristo en el día grande de su aparición, sacudieron el yugo de su divino servicio (5). Arrojaron de sus sienes el velo de la honestidad, despreciaron a Dios y a sus ángeles. Se portaron indecorosamente ante toda mirada de los hombres, agitando sus cabellos, y sus túnicas. Durante el baile, con sus ojos lascivos, con risas desenfrenadas, impulsadas como por la locura, provocaban en sí mismas toda la liviandad de los jóvenes. E hicieron el baile nada menos que en la basílica de los mártires, fuera de los muros de la ciudad, convirtiendo los lugares sagrados en lugares de corrupción. Corrompieron la atmosfera con sus cantares livianos. Mancharon la tierra, al bailar sobre ella con sus inmundos pies. Desvergonzadas, locas, no omitieron ningún género de manía. Se hicieron a sí mismas, espectáculo, delante de una turba de jóvenes.

¿Cómo callar esto? ¿Cómo lo lamentaré como merece?

El vino es el que ha causado tantos estragos en estas almas. El vino, don de Dios, dado para alivio de la debilidad del cuerpo, y para usarlo con sobriedad, se ha convertido en aliciente para lascivia, por usarlo sin templanza.

Efectos de la embriaguez. El santo no tiene confianza de ser escuchado

La embriaguez, ese demonio voluntario (6) que penetra en el alma por medio del placer; la embriaguez madre de la maldad, enemiga de la virtud, al hombre fuerte le hace débil, al casto lascivo; no conoce la justicia y, rebasa los límites de la prudencia. De la misma manera que el agua es contraria al fuego, así el vino, usado en demasía, extingue la razón. Por eso me resistía yo a hablar contra la embriaguez: no porque se tratase de un mal poco considerable, sino porque nada habían de aprovechar mis palabras.

Porque si el ebrio ha perdido el juicio, y no sabe donde está, en vano habla quien le reprocha, pues él no le escucha. ¿A quién pues hablaré? Ciertamente que los que tienen necesidad de amonestaciones no oyen lo que se les dice. Los prudentes y los sobrios no tienen necesidad de mis palabras, pues están libres de este vicio. ¿Qué partido he de tomar en la presente condición de cosas si ni mis palabras han de ser útiles, ni mi silencio seguro? ¿Abandonaremos la cura? Pero es peligrosa la negligencia. ¿Hablaré contra los ebrios? Pero es tronar en oídos sordos. Pero quizás, así como cuando aparece una peste, los médicos aplican remedios aptos para prevenir el mal en los sanos, mas no osan tocar a los que ya están infestados, así también en nuestro caso, la palabra tiene una mediana utilidad; la de tutelar y precaver a los fieles todavía sanos, pero no servirá para curar a los que están ya atacados por la enfermedad.

La embriaguez, fuente de daños físicos

¿En qué te diferencias, oh hombre, de los animales irracionales? ¿No es en el don de la razón, don que recibiste del Creador, don por el cual eres constituido príncipe y señor de todas las criaturas? Pues quien se priva a sí mismo de la razón y del juicio por la embriaguez, "se hace semejante a las bestias irracionales y se pone a la par de ellas" (7). Más aun: yo diría que los que están embriagados son más irracionales que los mismos brutos, puesto que todos los cuadrúpedos, todas las bestias tienen en cierta manera ordenada su concupiscencia; pero los entregados al vino, tienen sus cuerpos animados por un ardor que supera al querido por la naturaleza. A todas horas y constantemente son impelidos a los deleites impuros y torpes. Y esto no solo los embrutece y los atonta, sino que la privación de sus sentidos hace al embriagado el más abominable de todos. Porque ¿qué animal pierde el sentido de la vista y del oído, como lo pierde el que se embriaga? Pero los ebrios lo pierden, porque no conocen a sus parientes, y tratan muchas veces con desconocidos creyendo que son sus amigos, allegados. ¿No pasan muchas veces saltando por las sombras, creyendo que atraviesan arroyos y valles? Sus oídos están continuamente percibiendo ruidos y estrépitos, como furor de mar tempestuoso. Les parece que la tierra se levanta hacia arriba, y que los montes giran a su alrededor. Unas veces ríen sin cesar. Otras, se lamentan y lloran sin consuelo. Ora se muestran intrépidos y audaces, ora tímidos y temblorosos. El sueño les es pesado, difícil de sacudir, sofocante y parecido a la muerte. En las vigilias permanecen más estúpidos que en los mismos sueños. Su vida es una especie de sueño continuado. No teniendo quizás ni con qué vestirse, ni qué comer para mañana, se imaginan ser reyes, capitanean ejércitos, edifican ciudades, y reparten dinero. Es el vino el que llena sus cabezas de semejantes locuras y visiones.

En otros, en cambio, produce efectos contrarios. Pierden el coraje, están tristes, doloridos, llorosos, tímidos y consternados. Un mismo vino, según la distinta constitución produce distintos y diferentes efectos en los ánimos. A los ardorosos y llenos de sangre, les pone alegres y gozosos. A los que ya han gastado las fuerzas con su peso, y les ha corrompido la sangre, les excita a los efectos contrarios (8). ¿Qué necesidad hay de enumerar la turba de los demás trastornos? La pesadez de su carácter, el irritarse con facilidad, el ser quejumbrosos, el ser de ánimo mudable, los gritos, los tumultos, el ser inclinados a las acciones criminales, el ser incapaces de refrenar y disimular la ira.

La embriaguez, fuente de impureza

Además, la incontinencia en los goces y placeres, tiene su origen en el vino como en su fuente. A una con el vino, brota la enfermedad de la impureza, que es menor en los brutos que en los embriagados. Las bestias conocen los términos de la naturaleza. Pero los ebrios pierden todo el control de su persona. Van hasta contra la naturaleza. Mas no es fácil decir y ponderar con palabras todos los males que se encierran en la embriaguez. Los daños que trae la peste, afligen de tiempo en tiempo a los hombres. El aire inyecta poco a poco su misma corrupción en los cuerpos. Pero los daños que trae el vino lo invaden todo a un mismo tiempo. Porque pierden el alma con todo género de vicios. Corrompen al propio cuerpo con los inmoderados placeres, a que son arrastrados por una especie de furor. Más aun; los mismos vapores del vino hinchan de tal manera el cuerpo qué le hace perder su vigor vital con tales excesos. Tienen los ojos, lívidos, pálido el semblante, embotado el Espíritu, atada la lengua. Sus gritos son confusos, sus pies titubeantes como los del niño, espontáneos sus vómitos de lo superfluo que allá tienen, como si saliesen de las bocas de unas bestias.

Son desgraciados por sus lascivias, más desgraciados aun que los que en el mar son agitados por una tempestad. A éstos las olas, sucediéndose unas a otras, no les permiten salir a flote. De modo semejante, las almas de aquellos quedan ahogadas y sumergidas en el vino. Por eso, así como a la nave muy llena de mercancías, cuando es agitada por la tempestad, es necesario que le alivien el peso, arrojando parte de su carga al mar, así a éstos es necesario aliviarles de lo que les hacen tan pesados. Y aun apenas con el vomito quedan libres de sus cargas.


Son tanto más desgraciados que los navegantes; cuanto que aquellos son acometidos por los vientos, por el mar, y por fuerzas exteriores que no pueden impedir. Pero éstos levantan voluntariamente en sí mismos la tempestad de la embriaguez.

El que es atacado por el demonio es digno de lastima. Pero el ebrio ni siquiera es digno de compasión, pues lucha con un enemigo voluntario. Llegan al colmo de componer ciertas medicinas, cuyo efecto no es atajar el mal que produce el vino, sino hacer que la embriaguez, sea constante y continua.


Y por lo que hace al tiempo de la bebida, les parece pequeño el día; breve la noche, y corto el invierno.

El ansia de beber

No tiene fin este mal. Porque el mismo vino les abre el deseo de beber más. No alivia la necesidad, sino que una bebida induce a la necesidad de otra bebida, abrasando a los embriagados, y despertando siempre el deseo de beber más. Cuando piensan que van a saciar su sed insaciable, les sucede lo contrario. Porque con el continuo uso de este placer, se embotan y languidecen sus sentidos. Y así como la excesiva luz daña a la vista, y así como pierden sus sentidos los oídos que son heridos con golpes y estrépitos muy grandes de manera que después ya no oyen nada; así éstos, dejándose arrastrar imprudente e incautamente por la afición de este placer, llegan a perderle completamente. El vino más puro dicen que es insípido, y parece agua. El frio les parece caliente, y aunque esté helado, aunque esté como la nieve, no pueden apagar la hoguera que en tu pecho ha encendido el inmoderado uso del vino.

¡Ay de los ebrios!


"¿Para qué son los ayes? ¿Para quién los alborotos? ¿Para quién los tribunales? ¿Para quién los disgustos y las riñas? ¿Para quién las heridas inútiles? ¿Quién trae los ojos encendidos? ¿No son éstos los dados al vino, y los que andan explorando donde hay bebidas?" (9).

¡Ay! es palabra de lamentación, y de lamentación son dignos los que se embriagan, porque no han de alcanzar el reino de Dios 9 (10).

Vienen después los alborotos, porque el vino turba sus mentes. Los disgustos y las riñas se deben al amargo placer que el beber les ha acarreado.

Quedan atados sus pies, atadas sus manos, por los vapores del vino, que se extienden por todo su cuerpo. Y aun antes de todos estos padecimientos, en el mismo tiempo en que están bebiendo, se apodera de ellos el furor de los frenéticos. Porque después que el vino se les sube a la cabeza, sienten en ella dolores insufribles. No pudiendo mantenerla recta sobre sus hombros, la dejan caer a un lado y otro balanceándola sobre las vértebras. Llaman entretenimiento al inmoderado y disputador hablar en los convites. Finalmente, los ebrios reciben heridas sin causa alguna. Por la embriaguez no pueden tenerse en pie. Caen hacia diversos lados. Necesariamente y sin causa se han de llenar de heridas sus cuerpos.

Es inútil amonestar a los ebrios acerca de los daños de la embriaguez. Tendrán la maldición de Caín

Pero ¿quién va a decir esto a los que están llenos de vino? Pesada como tienen la cabeza por los vapores, dormitan, bostezan, ven nieblas delante de sus ojos, sienten nauseas. No oyen a sus maestros que les están clamando por todas partes: "No os llenéis de vino, porque en él está la lujuria" (11). Y en otra parte: "El vino es lujurioso y contumeliosa la embriaguez" (12).

Y al mismo tiempo que hacen oídos sordos, están mostrando el fruto de su embriaguez. Su cuerpo esta pesado por la hinchazón, sus ojos humedecidos, su boca seca y hecha una llama. Y así como las concavidades, donde desembocan los torrentes, mientras éstos se despenan en ellas, parecen estar llenas de agua, pero tan pronto como la corriente cesa, quedan secas y áridas; así, mientras en la boca del ebrio, está cayendo el vino, parece estar húmeda y llena; pero apenas cesa, queda seca y árida. Y viciado como esta, por el uso inmoderado del vino, aun la fuerza vital llega a perder. Porque, ¿quién habrá tan fuerte que pueda resistir a los males de la embriaguez? ¿Qué arte podrá evitar el que un cuerpo que siempre se abrasa, que está siempre anegado en vino, no se haga enfermizo, desgastado y flojo?

De aquí los temblores y las debilidades. Por el inmoderado vino se les corta la respiración, pierden los nervios su fortaleza, y todo el cuerpo, queda tembloroso por la falta de fuerza.

¿Por qué atraes sobre ti la maldición de Caín, que toda su vida anduvo tembloroso y vagabundo?

El cuerpo que pierde su natural base es inevitable que vacile y tiemble.

El exceso en el beber hace olvidar las grandezas del Creador. Todo es discordia y vanidad

¿Hasta dónde arrastra el vino? ¿hasta dónde la embriaguez? El peligro está en que te conviertas en cieno y lodo en lugar de hombre. Por las embriagueces cotidianas tan mezclado estas con el vino, tan acabado estas por él, que solo hueles a vino. Como vaso corrompido no sirves para nada. A éstos llora Isaías: "¡Ay de aquellos que se levantan por la mañana, y se lanzan a la sidra, y esperan la tarde porque el vino les abrasa. Beben vino al son de la citara y del pandero (13) y no miran las obras del Señor, ni consideran las obras del Señor!" (14)

Tienen los ebrios costumbre de llamar sidra a toda bebida que pueda embriagar. Pues a los que, apenas comienza el día, andan en busca de los sitios donde se dan bebidas; a los que frecuentan las bodegas y las tabernas, a los que reúnen para beber, a los que agotan todos los cuidados de su alma en tales ocupaciones, a esos llora el profeta. Porque ningún tiempo les queda para considerar las maravillas de Dios. No tienen tiempo para levantar los ojos al cielo, y embelesarse con su hermosura y ponderar el orden de todo lo creado, para conocer por este orden al Creador. Apenas comienza el día, adornan con variados tapices y con floridas alfombras el lugar del convite. Todo su empeño y cuidado está en preparar las copas y los vasos para refrescar el vino. Sacan las copas adornadas con piedras preciosas y las de oro, como para un público y pomposo banquete, a fin de que su variedad les entretenga el fastidio, y para que mientras alternan unas y otras puedan beber durante más largo tiempo.

Discordia y vanidad

Y aun están presentes maestros para el convite, y otros que sirven la copa, y architriclinos. Se simula orden en medio de la confusión, y armonía en medio del alboroto. Así como a los magistrados seculares les dan autoridad sus satélites, así también haciéndose acompañar de sirvientes, la embriaguez, cual una reina, pretende ocultar lo mejor que puede, su deshonra.

Además, las coronas, las flores, embotan más y más a los dados a la perdición.

En el transcurso del convite nacen por el vino las disputas, los encuentros, los litigios, mientras que luchan por aventajarse mutuamente en la embriaguez. El que preside estas luchas es el diablo, y como premio de la victoria el pecado. Quien se echa más vino, ese obtiene la victoria: "Su gloria consiste en su propia deshonra" (15). Luchan entre sí, dañándose a sí mismos.

¿Qué palabras podrán declarar las torpezas de las cosas que allí se hacen? Todas están llenas de necedad, todas de confusión. Los vencidos están ebrios, ebrios los vencedores. Los sirvientes se mofan de ellos. Vacila la mano, la boca no recibe más alimento. El vientre se agita y el mal no se amansa. El miserable cuerpo, despojado de natural vigor, se inclina a una y otra parte, sin poder dominar la violencia que ejerce el excesivo vino.

Espectáculo lamentable

¡Oh espectáculo lamentable para los ojos de un cristiano! Un hombre que está en la flor de la edad, de complexión robusta, que sobresale entre los guerreros, tiene que ser llevado a su casa, porque no puede levantarse ni andar con sus propios pies. Un hombre que debía ser el terror de los enemigos, es en la plaza objeto de diversión para cualquier muchacho. Es derribado sin armas, y matado sin enemigos. Hábil en las armas; cuando está en la flor de su edad es consumido por el vino; dispuesto a que los enemigos hagan de él lo que quieran.

La embriaguez embota el entendimiento, destruye el vigor, trae una vejez prematura y prepara para la muerte en poco tiempo.

¿Qué son los ebrios sino los ídolos de los gentiles? Tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen (16). Sus manos están desmadejadas, sus pies muertos. ¿Quién ha puesto tales acechanzas? ¿Quién ha causado este mal? ¿Quién nos mezclo este veneno de la locura?

Mirad, oh hombre, hiciste del convite un campo de batalla. De él salen los jóvenes conducidos por manos ajenas, como heridos en el combate. Mataste con el vino a la flor de la juventud. Le invitas a un convite como a amigo, y le despides muerto, apagada su vida con el vino.

Cuando creían que estaban ya hastiados de vino, comienzan a beber, y beben a la manera de los animales, como de una fuente que mana, ofreciendo a los convidados sendas corrientes. Porque cuando están a la mitad del banquete entra un joven de lucidos hombros que aun no está ebrio. Presenta en medio una gran vasija de vino fresco. Despide al copero, y de pie va repartiendo a los convidados unos tubos oblicuos, por los que se comunica la embriaguez a todos. Peregrina invención en tal desorden, para que recibiendo todos en igual proporción aquel deleite, ninguno pueda vencer al otro en la bebida. Distribuidos los tubos, y tomando cada uno el suyo, beben todos a la vez como los bueyes en los lagos, apresurándose por traer a sus gargantas cuanto les viene de la vasija refrigerante, por los plateados canos.


Mira tú miserable vientre. Fíjate en la grandeza del vaso que llenas, que apenas cabe en él una cotila. No mires a la vasija para agotarla, sino a tu vientre que ya está lleno. Por eso, ¡ay de los que se levantan por la mañana y se arrojan a la sidra! ¡ay de los que esperan la tarde (17), y pasan todo el día en la embriaguez. ¡Ningún tiempo les queda para mirar las obras del Señor y considerar sus maravillas! El vino les abrasa (18), porque el calor del vino, comunicándose a las carnes, se convierte en ascua para las encendidas saetas del enemigo.

El vino sumerge en tinieblas a la razón y al entendimiento. Excita las pasiones y las lascivias como a un enjambre de abejas. ¿Qué carroza es arrastrada por un tronco sin auriga tan temerariamente? ¿Qué nave sin piloto no es agitada por las olas con más seguridad que el embriagado?

Contraste entre la embriaguez y la severidad cristiana. El juicio de Dios

Por estos males, hombres mezclados con mujeres, entregando sus almas al Espíritu de la embriaguez, formando todos juntos una danza, se hirieron mutuamente con el aguijón de las pasiones. Las risas de una y otra parte, los cantares livianos, los gestos lascivos, todo era un llamado a la impureza. ¿Te ríes? Dime, ¿y te gozas, con gozo impuro, cuando te era mejor estar llorando y gimiendo los pecados pasados?

¿Entonas cantos de meretriz, olvidándote de los himnos y salmos que aprendiste? ¿Mueves los pies y saltas como los locos y bailas, cuando debieras hincar tus rodillas para adorar? ¿A quién lloraré? ¿A las doncellas aun no casadas o a las que están ya sujetas al yugo del matrimonio? Aquéllas volvieron sin la virginidad, éstas sin la fidelidad a sus maridos. Qué si algunas evitaron por ventura el pecado en sus cuerpos, recibieron por completo el mal en sus almas.

Lo mismo digo de los hombres. Si miro con malicia, malicia tiene. El que mira a una mujer para desearla, ha fornicado (19). Si tienen tanto peligro los que de paso e inadvertidamente miran a una mujer, ¿qué peligros no han de tener los que de propósito asisten a tales espectáculos para ver a unas mujeres que por la embriaguez se portan indecorosamente; que componen sus gestos para provocar la lascivia; que canten canciones muelles, que solo con ser oídas pueden excitar la pasión de la carne en los lascivos? ¿Qué van a decir, qué excusa van a presentar quienes de tales espectáculos volvieron cargados de un enjambre de tantos males? ¿No se ven obligados a confesar que miraron para excitar su concupiscencia? Por lo tanto, son reos de adulterio, según el inevitable juicio de Dios.

¿Cómo os va a recibir el Espíritu Santo el día de Pentecostés, habiéndole tratado con tal desprecio el día de la Pascua?

La venida de este Espíritu fue clara y manifiesta a todos, pero tú has preferido hacerte habitación del Espíritu contrario, y te has convertido en templo de ídolos (20), siendo así que deberías ser templo de Dios, donde habitase el Espíritu Santo. Has traído sobre ti la maldición del Profeta, que dice en nombre de Dios: Convertiré sus solemnidades en luto (21). ¿Cómo vais a mandar a vuestros siervos, cuando vosotros sois esclavos de vuestros brutales apetitos y de vuestra liviandad?

¿Cómo vais a aconsejar a vuestros hijos, si vosotros lleváis una vida escandalosa y desarreglada?

Remedios contra el exceso de la bebida. Exhortaciones

¿Pues qué? ¿Os abandonaré? Temo que el díscolo, tome de aquí ocasión para hacerse más desvergonzado (22); y que el compungido quede anegado en mayor tristeza.

La medicina, dice la Escritura, remediara grandes pecados (23). Cúrese con el ayuno, la embriaguez; con los Salmos, los cantares obscenos. Sean las lágrimas remedio de la risa. En vez de la danza, dóblese la rodilla. Al aplauso de las manos, sucedan los golpes de pecho. En lugar de la elegancia en el vestir, muéstrese la humildad. Sobre todo, redímete del pecado la limosna (24). Porque el precio de la redención del hombre, son sus riquezas (25). Haz que muchos de los que yacen en la desgracia, sean tus compañeros en la oración, a no ser que todavía estés determinado a darte al mal.

Cuando el pueblo se sentó para comer y beber, y se levantaron para jugar (y su juego era la idolatría (26), los levitas, armados contra sus hermanos, consagraron sus manos al sacerdocio.

Así, que a todos los que teméis al Señor, a todos los que os habéis lamentado de la vileza de estos hechos execrables, os mandamos que os compadezcáis como de vuestros miembros enfermos, de los que se arrepientan de la locura de sus acciones. Pero si algunos se mantienen obstinados, y se burlan de vuestra tristeza por su causa salid de entre ellos y separaos, y no toquéis lo inmundo (27), para que avergonzados conozcan su maldad, y vosotros recibáis el premio del cielo de Finés (28), en el justo juicio de Nuestro Dios y Salvador Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.



(1) El Sábado Santo.
(2) Se alude a las exhortaciones con que el Santo había querido disponer a los fieles a festejar santamente la Pascua.
(3)
Sg 6,7.
(4) Jr 20,9.
(5) Is 3,16.
(6) Demonio voluntario es aquel que el hombre se elige por sí mismo, a quien voluntariamente abre las puertas siendo atormentado por su propio querer.
(7) Ps 118,13.
(8) El Santo, sigue, en estas explicaciones fisiológicas, el estado de la ciencia de su tiempo.

(9) Pr 23,29.

(10) 1Co 6,10.

(11) Ep 5,18.

(12) Pr 20,1.

(13) En la actualidad diríamos que beben al son de la guitarra y del acordeón.

(14) Is 5,11.

(15) Ph 3,19.

(16) Ps 113,5.

(17) Is 5,11.

(18) Is 5,11.

(19) Mt 5,28.


(20) Rm 8,11.

(21) Am 8,10.

(22) 2Co 11,7.

(23) Si 10,4.

(24) Da 4,24.

(25) Pr 13,8.

(26) Ex 32,6.

(27) 2Co 6,17.

(28) Nb 25,11.



LA ENVIDIA

500
Descripción de la envidia

Bueno es Dios. Comunica El sus bienes a quienes los merecen. Malo es el diablo, autor de todas las maldades. Y así como el bueno sigue siempre el amor hacia el prójimo, de la misma manera el demonio acompaña siempre la envidia. Estemos prevenidos, pues, hermanos, contra el vicio de la envidia. No participemos de las obras del adversario, no sea que nos encontremos condenados con él a la misma pena. Pues si el soberbio cae en la pena del demonio, ¿cómo escapara el envidioso del castigo del diablo?

En las almas ningún vicio se arraiga más funesto que la envidia, el cual sin hacer lo más mínimo a los de afuera, es principal y propio mal para quien lo posee. Pues va consumiendo el alma como el orín al hierro. Así como, según cuentan, las víboras horadan al nacer el vientre de la madre que las engendro, así la envidia suele devorar el corazón que la ha criado.

Es la envidia un pesar de la prosperidad del prójimo. De ahí que las tristezas ni las congojas abandonan jamás al envidioso. ¿Es fértil el campo del vecino? ¿Abunda en su casa todo lo necesario para vivir? Todo esto, es alimento para esta enfermedad y aumenta el dolor en el envidioso. De suerte que en nada se diferencia de un hombre desnudo a quien todas las cosas le lastiman. ¿Es alguno valiente? ¿Es de buen parecer? Todo hiere al envidioso.

¿Es otro más elegante en su forma? Otra llaga más para el envidioso.

¿Sobresale uno, entre muchos, por las dotes de su alma? ¿Es admirado y emulado por su cordura y elocuencia? ¿Es otro rico y espléndidamente dadivoso en sus limosnas y en su trato con los necesitados, y es muy alabado por aquellos a quien hace beneficios? Pues bien, todas estas cosas son llagas y heridas que le hieren en medio del corazón. Y lo más terrible de la enfermedad, es, que ni siquiera se descubre. El envidioso anda con la vista baja y esta melancólico y se inquieta; y se irrita poco a poco y perece bajo este mal. Si se le pregunta sobre su pasión, se avergüenza de declarar su desgracia y de decir: soy envidioso y cruel; me afligen los bienes del amigo y lamento la alegría de mi hermano; y no tolero la presencia de los bienes ajenos, sino que tengo por calamidad la dicha de mi prójimo. Así debía expresarse si quisiera decir la verdad. Mas prefiriendo no descubrir nada, tiene apresada en su pecho la enfermedad que abraza y roe ocultamente sus entrañas.

El envidioso goza con la desgracia de los demás

No halla el envidioso médico para su mal, ni puede encontrar alguna medicina, que calme la pasión, siendo que la Sagrada Escritura está llena de tales remedios. Quédale un remedio para su mal; la ruina de alguno de los que envidia.


Este es el límite del odio; ver caer de la felicidad al que envidiaba; observar la desgracia de aquel que era tenido por dichoso. Entonces hace las paces y se hace su amigo: cuando le ve llorando, cuando le contempla arrasado en lágrimas. No se goza con el que es feliz, y si se alegra con el que llora. Se compadece de aquella mudanza de vida, lamenta las desgracias en que ha caído desde la altura de la felicidad, y alaba la dicha pasada; no por misericordia y compasión, sino para hacerle sentir más hondamente su desgracia. Alaba al hijo pequeño después de muerto y le llena de lisonjas: ¡cuan, hermoso era!, ¡cuán despierto! ¡cuán apto para todo!; y mientras vivía, ni una palabra se había dignado proferir en su alabanza. Pero si ve que su alabanza es de todos aprobada, mudando nuevamente, siente envidia del muerto. Admira la riqueza después de perdida. Alaba y aprueba la hermosura del cuerpo, la fuerza y el buen parecer, cuando las ves dañadas por las enfermedades. En una palabra, es enemigo de los bienes presentes, y finge ser amigo de los que se han perdido.

Ejemplos: Satanás y Caín

¿Qué cosa hay, pues, más terrible que está enfermedad? La envidia es destrucción de la vida, peste de la naturaleza, enemiga de los bienes que Dios nos comunica, contraria del mismo Dios.

¿Qué es lo que impulso al príncipe del mal, al diablo, a hacer la guerra a los hombres? ¿No fue acaso la envidia? Por ella declaro abiertamente la guerra a Dios; se enemisto con El, por la munificencia con que trataba a los hombres. Y se venga en el hombre, ya que no puede hacerlo en Dios.

Y esto es asimismo lo que hizo Caín. El fue el primer discípulo del demonio, pues de él aprendió la envidia y el homicidio, pasiones hermanas a las que San Pablo pone juntas cuando dice: "Llenos de envidia y de homicidio" (1).

¿Qué hizo, pues? Vio la honra que su hermano recibía de Dios y sintió emulación. Mato al que recibía el honor para herir al que le honraba. Se sintió débil para luchar contra Dios. Cayó sobre su hermano y le mato.

Huyamos, hermanos, de esta enfermedad que nos induce hacer la guerra a Dios; Madre es este mal de los homicidios, deshonra de la naturaleza, desconocedora de la amistad, la más irracional desgracia. ¿Por qué te afliges, hombre, sin haber padecido nada? ¿Por qué haces la guerra al que posee algún bien sin que disminuya en nada los tuyos? ¿Y si gozando tú de algunos bienes, te indignas contra el otro, no envidias abiertamente tu misma comodidad?

Saúl

Así era Saúl; de los grandes beneficios que de David recibía, tomaba ocasión para hacerle la guerra. Pues, en primer lugar, libre de la locura por medio de aquella música melodiosa y divina, intento traspasar con su lanza al bienhechor. Después, salvado con todo su ejército de las manos de sus enemigos, libertado de los vergonzosos insultos que Goliat profería; como quiera que las vírgenes que danzaban atribuían a David una parte diez veces mayor de las hazañas, cantando: "Hirió Saúl a mil y David a diez mil" (2), únicamente por este cantico y por el testimonio de la verdad misma, intento primero matarle con sus mismas manos y quitarle de en medio valiéndose de acechanzas. Cuando huía David, no por eso, depuso su enemistad, sino que al fin empleando contra él un ejército de tres mil hombres escogidos, le buscaba afanosamente (3). Si entonces se le hubiera preguntado, cual era la causa de la guerra, hablaría, lamentándose de los beneficios que aquel hombre recibía. Y sorprendido cuando dormía, por aquel mismo tiempo de la persecución, en una buena oportunidad para haber perecido a manos de su enemigo; salvado otra vez por el justo que se guardaba de poner en él sus manos; no por eso se doblego ante tan grande beneficio; sino que reúne otro ejército, le persigue nuevamente, hasta que, sorprendido por él mismo en una cueva (4) hizo que resplandeciese más la virtud de David y quedase más patente su propia maldad.

Es la envidia un género de odio y el más fiero, porque los beneficios doblegan a los que por otra causa son enemigos nuestros, pero el bien que se hace al envidioso le irrita más; y cuando más recibe, tanto más se indigna, se entristece y se exacerba. Porque la desrazón que tiene por el poder del bienhechor es mayor que el agradecimiento por los bienes que de él recibe.

¿A qué fiera no superan en la brutalidad de sus costumbres? ¿A qué irracional no vencen en la crueldad? Los perros se hacen mansos, si se les da de comer; si se cuida a los leones, se domestican; pero los envidiosos acrecientan su mal con los beneficios.

Los hermanos de José

¿Qué fue lo que hizo esclavo al generoso José sino la envidia de sus hermanos? (5). Es digno de considerar aquí la sin razón de este mal. Porque temiendo que se realizaran sus sueños, entregan a su hermano, sin saber que con el tiempo deberían postrarse ante un esclavo. Pero si son verdaderas las cosas que sonó, ¿qué artificio podrá impedir que se efectúen las predicciones? Y si es falso lo que vio en sueños, ¿porqué envidiáis a uno que se engaña? Mas, por disposición de Dios, su determinación se volvió contra ellos mismos. Pues por los mismos medios con que creyeron impedir el vaticinio, por esos mismos prepararon el camino para que se llevasen a cabo. Si José no hubiera sido vendido, no hubiera venido a Egipto; su pureza no sería motivo de las acechanzas de una mujer lasciva, no hubiera sido aherrojado en la cárcel, no se hubiera familiarizado con los criados del Faraón, ni hubiera declarado los sueños, por lo cual recibió el mando de Egipto y fue reverenciado por aquellos sus hermanos, cuando acudieron a él debido a la carestia de trigo.

Los enemigos de Jesucristo

Pasemos ahora con nuestra consideración a aquella envidia, la mayor de todas, que se ensañó en las cosas más grandes: la que se levantó contra el Salvador por la locura de los judíos. ¿Por qué era envidiado? Por los milagros. Y, ¿qué milagros eran éstos? La salud de quienes la suplicaban. Alimentaba a los pobres, y el que les daba alimento era perseguido. Ahuyentaba los demonios, y el que los arrojaba era injuriado. Quedaban limpios los leprosos, los cojos andaban, oían los sordos y los ciegos veían; y el que hacia estos, beneficios era arrojado fuera con despecho. Y por fin entregaron a la muerte al autor de la vida y azotaron al Libertador de los hombres, y condenaron al Juez del universo.

Y con esta sola arma, comenzando desde la formación del mundo, hasta la consumación de los siglos, el destructor de nuestra vida, vale decir, el demonio, que se goza con nuestra perdición y que cayó por la envidia, nos persigue y derriba también a nosotros, queriendo llevarnos con él al precipicio, por medio de un mal semejante.

La envidia se dirige preferentemente contra quienes están más unidos a nosotros

Sabio era a la verdad el que ni siquiera permitía que se comiese con un hombre envidioso (6), queriendo significar con la reunión en la comida, toda otra sociedad de la vida. Porque, así como tenemos cuidado de alejar el fuego todo lo posible de la materia que fácilmente puede quemarse, así conviene alejarse en cuanto sea posible de la conversación y amistad de los envidiosos, poniéndonos fuera del alcance de los dardos de la envidia. No suele acontecer que caigamos en las redes de la envidia, sino es acercándonos a ella por la familiaridad. Porque según el dicho de Salomón: "Al hombre le viene la envidia de su compañero" (7). Y así es, en efecto. No envidia el escita al egipcio, sino cada uno al de su nación. Y entre los de su nación, no envidia a los que no conoce, sino a aquellos a quienes más trata. Y entre los que trata, a los vecinos y a los que tienen el mismo oficio; y a los que de alguna manera le están más allegados. Y aun entre otros, a los de la misma edad, a los parientes, a los hermanos. En una palabra, así como el gorgojo es enfermedad propia del trigo, así la envidia es debilidad de la amistad.

Solo una cosa Podría alguno alabar en este mal, el que cuanto más vehementemente se excita, tanto más daño hace al que le posee. Porque así como las saetas arrojadas con fuerza, si vienen a dar contra una cosa dura y resistente, vuelven contra el que las arrojo; así los movimientos de la envidia, sin hacer ningún daño al envidiado, terminan por ser llagas para el envidioso. Porque, ¿quién, al acongojarse de los bienes del prójimo, consiguió que se disminuyesen? Ciertamente que solo a sí mismo se atormenta y se consume por las tristezas. No obstante a los enfermos de envidia se los considera más perjudiciales que los mismos animales venenosos. Porque estos inyectan el veneno por la herida que hacen y poco a poco es devorada por la pobre la parte mordida; pero de los envidiosos creen algunos que inyectan el daño con sola su mirada; de tal manera que los cuerpos bien dispuestos y florecientes en plena juventud, por el vigor de la edad, quedan macilentos, dominados por ellos, y cae por tierra toda la lozanía, como socavada por el pernicioso rio que saliendo de los ojos del envidioso todo lo destruye y lo corrompe. Yo, sin embargo, rechazo este dicho popular inventado por las viejecitas en las reuniones de mujeres. Pero lo que digo es, que los demonios, que aborrecen lo bueno, una vez que encuentran voluntades amigas suyas, las manejan en todos los sentidos para sus intentos. Se valen hasta de los ojos de los envidiosos para que sirvan a su propio arbitrio. ¿Y no te horrorizas en hacerte compañero del malvado demonio? ¿Cómo es que das cabida en ti a un mal por el que te haces enemigo de quienes no te han hecho injuria alguna? ¿No te horrorizas en hacerte enemigo de Dios, que es bueno y está libre de toda envidia?

Semblanza del envidioso

¡Huyamos de un tal insoportable vicio! Es mordedura de serpiente, invención de los demonios, cosecha del enemigo, señal de perdición, obstáculo para la piedad, camino para el infierno, privación del reino celestial. ¡Como se conoce manifiestamente por su mismo rostro, a los envidiosos! Su mirada lánguida y obscura, rostro triste, entrecejo arrugado, perturbado su ánimo por la pasión, privado de recto criterio en la verdad de las cosas. No tienen paz. Para ellos no es laudable ninguna obra de virtud, ni la elocuencia, aunque esté adornada con la gravedad y la gracia, ni cosa alguna de las que se alaban y se admiran. Como los buitres, dejando atrás en su vuelo prados deliciosos y paisajes de suavísimas fragancias, se lanzan sobre los sitios donde hay mal olor. Así como las moscas dejan lo sano y se arrojan sobre las heridas, así los envidiosos ni siquiera ven lo bueno de la vida y la grandeza de las buenas obras; se fijan en las debilidades. Y si en algo hay un desliz, y por cierto son muchos los de los hombres, lo publican, y quieren que de él se enteren los hombres. Justamente como hacen los malos pintores (8), quienes o de una nariz torcida o de una cicatriz u otra mutilación corporal, o de cualquier otro defecto que uno tiene por naturaleza o por ¡in accidente que le ha sobrevenido, deforman las facciones de la persona que pintan. Los envidiosos son pues, astutos en despreciar lo que merece alabanza, echándolo a mala parte; y en imputar a la virtud lo que es propio del vicio contrario a ella. Llaman temerario al valiente, necio al prudente, cruel al justo, falaz al sabio. Al que es magnánimo le tienen por hombre que hace gastos inútiles. Al liberal le tienen por derrochador y al económico por parco. En una palabra, todo género de virtud tiene para ellos cambiado su nombre en el del vicio contrario (9).

Remedio contra la envidia: no hay que estimar las cosas terrenas más de lo que valen

Pero, ¿qué? ¿Voy a emplear todo mi discurso en reprender este vicio? Esto es tan solo la mitad de la cura. El mostrar al enfermo la gravedad de la enfermedad, para que tenga el debido cuidado de arrojarla de si, no es inútil. Pero dejarle en este estado sin llevarle de la mano a la salud, no es otra cosa que abandonar al desesperado en manos de la enfermedad. Pues bien; ¿cómo hemos de precavernos para no contraer la enfermedad? ¿Cómo la sanaremos si una vez por desdicha, la contraemos? Primeramente, si ninguna cosa de este mundo tenemos por grande, ni por magnifica: ni las humanas riquezas, ni la gloria pasajera, ni la hermosura del cuerpo. Nuestro bien no está limitado a estas cosas caducas y perecederas. Somos llamados a participar de los bienes eternos y verdaderos. Y por esto no hay que envidiar al rico por sus riquezas; ni al poderoso por la grandeza de su dignidad y autoridad; ni al valiente, por la fuerza de su cuerpo; ni al sabio, por su facilidad en el hablar. Pues todas estas cosas son medios de virtud para los que usan bien de ellas, pero no contienen en si la felicidad. Por lo tanto, el que usa mal de ellas, es digno de compasión; como lo sería el que tomando una espada para vengarse de sus enemigos, se matase voluntariamente con ella a sí mismo. Pero si usa bien y según la recta razón de las cosas que posee, y es administrador de los bienes que de Dios ha recibido, y no los amontona por su propia comodidad, es digno de alabanza y de amor por la caridad que tiene con sus hermanos y por la generosidad de su carácter.

¿Sobresale alguno por su prudencia, y ha recibido el don de poder hablar de Dios, y es expositor de las Sagradas Escrituras? No le envidies, ni desees que calle el intérprete de las Sagradas Letras solo porque la gracia que ha recibido del Espíritu Santo, es acompañada de aprobación y alabanza de sus oyentes. Es bien tuyo, y es bien que ha sido enviado para ti (el don de enseñar de tu hermano), si es que quieres recibirle. Nadie obstruye la fuente que mana en abundancia. Cuando resplandece el sol, nadie se cubre los ojos, ni envidia a los que gozan de su luz, ni desea tan solo para sí este placer. Pues bien, brotando en la Iglesia el manantial de la divina palabra, y difundiéndose en los corazones piadosos por los dones del Espíritu Santo, ¿no escuchas con gozo? ¿No recibes con agradecimiento este favor? Pero te hieren los aplausos de los oyentes, y querrías que no hubiese quien sacase fruto y quien alabase.


¿Qué excusa va a tener esto delante del juez de nuestras conciencias?

Estímese, pues, como hermoso por naturaleza el bien del alma. Y al que florece por sus riquezas y al que goza de poder y buena disposición corporal y usa bien de lo que tiene, es justo también que se le estime y respete, por cuanto posee los medios comunes para vivir, y distribuye estas cosas con rectitud. Por su generosidad en repartirlas es liberal con los pobres, da socorro corporal a los enfermos. Todo lo demás que le queda cree ser tanto suyo como de cualquiera que lo necesitase. Quien no procede así, más que digno de envidia lo es de compasión, pues tiene mayores ocasiones para ser malo. Porque esto es perderse con mayores riquezas y mercancías. Por lo tanto, si la riqueza es apoyo de la injusticia, digno de compasión es el rico. Si es medio para la virtud, no tiene lugar la envidia; pues su utilidad común se pone al alcance de todos; a no ser que haya alguno tan perverso que envidie sus mismos bienes.

En una palabra; si elevas tus pensamientos sobre las cosas humanas, y pones tu vista en la hermosura y gloria verdadera, muy lejos estarás de tener por dignas de apetecerse y ser envidiadas las cosas perecederas y terrenas. El que está en esta disposición y no admira las cosas mundanas como grandes, jamás será poseído por la envidia.

Si a todo trance ansias la gloria y quieres sobresalir entre todos y por eso no sufres ser el segundo (porque también esto es ocasión de envidia), dirige esa tu pasión cual si fuera un torrente, hacia la adquisición de la virtud. No quieras enriquecerte y buscar la gloria en las cosas de este mundo. No está esto en tus manos. Mas si debes ser justo, sobrio, prudente, valeroso y sufrido en los padecimientos y trabajos por causa de la virtud. De esta manera te salvaras a ti mismo y por mejores bienes, adquirirás más gloria. Porque la virtud está en nuestra mano, y puede adquirirla todo aquel que sea amante del trabajo. La abundancia de riquezas y la hermosura del cuerpo y la honra de las dignidades, no están a nuestro alcance. Por lo tanto, si la virtud es un bien mejor y más duradero, y que sin controversias goza ante todos del primer puesto, a ella debemos aspirar. Pero es muy difícil que la virtud se posesione de un alma, si ésta no está limpia de todo vicio y, sobre todo, libre de la envidia.

¿No ves tú qué gran mal es la hipocresía? Pues también es fruto de la envidia. Porque la doble cara del carácter, nace en los hombres, principalmente de la envidia, puesto que teniendo el odio escondido dentro del corazón, muestran exteriormente una falsa capa de caridad. Son semejantes a los escollos del mar, que cubiertos con poca agua son un mal imprevisto para los incautos navegantes.

Por consiguiente, siendo verdad, que mana para nosotros de este vicio, como de una fuente, la muerte, la pérdida de los bienes, el alejamiento de Dios, la transgresión de los mandamientos y la ruina total de todos los bienes naturales, obedezcamos al Apóstol y "no nos hagamos ambiciosos de la gloria vana provocándonos unos a otros, envidiándonos mutuamente" (10), sino seamos más bien "benignos, misericordiosos, perdonándonos los unos a los otros, como también Dios nos perdono en Cristo" (11) Jesús, Señor Nuestro, por Quien sea la gloria al Padre y al Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Así sea.



(1)
Rm 1,29.

(2) 1R 18,7.

(3) 1R 24,3.

(4) 1R 26,7.

(5) Gn 37,28.

(6) Pr 23,6.

(7) Si 4,4.

(8) Con esto quiero hacer alusión a las caricaturistas, para quienes un defecto puesto a la vista, constituye mérito, mientras que un pintor serio, como fue Apelle, hubiera velado todo defecto, como lo hizo con el ojo de Alejandro. Es célebre su respuesta a quien preguntaba: "¿Y dónde está el ojo ciego?". "Donde está más bien vuestro juicio", le dijo.

(9) En los ejemplos aducidos no se trata de vicios opuestos a las virtudes, sino de vicios que son la exageración viciosa de la respectiva virtud.

(10) Ga 5,26.

(11) Ep 4,32.




Basilio ES 300