BENEDICTO XV - MAGISTERIO - El Papa reclama su independencia política

III. La sociedad de las Naciones

Conveniencia de su creación

a) evita nuevas guerras

La urgencia de esa sociedad.


Restablecida así la situación, reconocido de nuevo el orden de la justicia y de la caridad y reconciliados los pueblos entre sí, es de desear, venerables hermanos, que todos los Estados olviden sus mutuos recelos y constituyan una sola sociedad o, mejor, una familia de pueblos, para garantizar la independencia de cada uno y conservar el orden en la sociedad humana.

b) reduce presupuesto militar y asegura independencia.


Son motivos para crear esta sociedad de pueblos, entre otros muchos que omitimos, la misma necesidad, universalmente reconocida, de suprimir o reducir al menos los enormes presupuestos militares, que resultan ya insoportables para los Estados, y acabar de esta manera para siempre con las desastrosas guerras modernas, o por lo menos alejar lo más remotamente posible el peligro de la guerra, y asegurar a todos los pueblos, dentro de sus justos límites, la independencia y la integridad de sus propios territorios.

2) La Iglesia prestará su concurso

a) porque es modelo de sociedad universal

La Iglesia apoya


Unidas de este modo las naciones según los principios de la ley cristiana, todas las empresas que acometan en pro de la justicia y de la caridad tendrán la adhesión y la colaboración activa de la Iglesia, la cual es ejemplar perfectísimo de sociedad universal y posee, por su misma naturaleza y sus instituciones, una eficacia extraordinaria para unir a los hombres, no sólo en lo concerniente a la eterna salvación de éstos, sino también en todo lo relativo a su felicidad temporal, pues la Iglesia sabe llevar a los hombres a través de los bienes temporales de tal manera que no pierdan los bienes eternos.

Saludable influjo de la Iglesia


La historia demuestra que los pueblos bárbaros de la antigua Europa, desde que empezaron a recibir el penetrante influjo del espíritu de la Iglesia, fueron apagando poco a poco las múltiples y profundas diferencias y discordias que los dividían, y, constituyendo, finalmente, una única sociedad; dieron origen a la Europa cristiana, la cual, bajo la guía segura de la Iglesia, respetó y conservó las características propias de cada nación y logró establecer, sin embargo, una unidad creadora de una gloriosa prosperidad.

San Agustín sobre el acercamiento de corazones y pueblos.


Con toda razón dice San Agustín: «Esta ciudad celestial, mientras camina por este mundo, llama a su seno a ciudadanos de todos los pueblos, y con todas las lenguas reúne una sociedad peregrinante, sin preocuparse por las diversidades de las leyes, costumbres e instituciones que sirven para lograr y conservar la paz terrena, y sin anular o destruir, antes bien, respetando y conservando todas las diferencias nacionales que están ordenadas al mismo fin de la paz terrena, con tal que no constituyan un impedimento para el ejercicio de la religión que ordena adorar a Dios como a supremo y verdadero Señor»(an Agustín, De civitate Dei XIX 17; PL 41,645). El mismo santo Doctor apostrofa a la Iglesia con estas palabra: «Tú unes a los ciudadanos, a los pueblos y a los hombres con el recuerdo de unos primeros padres comunes, no sólo con el vínculo de la unión social, sino también con el lazo del parentesco fraterno»(San Agusín, De moribus Ecclesiae catholicae I 30: PL 32,1336)


EPÍLOGO

1) Exhorta a la concordia de individuos y naciones.

El Papa propicia la armonía


Por lo cual, volviendo al punto de partida de esta nuestra carta, exhortamos en primer lugar, con afecto de Padre, a todos nuestros hijos y les conjuramos, en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, para que se decidan a olvidar voluntariamente toda rivalidad y toda injuria recíproca y a unirse con el estrecho vínculo de la caridad cristiana, para la cual no hay nadie extranjero. En segundo lugar exhortamos encarecidamente a todas las naciones para que, bajo el influjo de la benevolencia cristiana, establezcan entre sí una paz verdadera, constituyendo una alianza que, bajo los auspicios de la justicia, sea duradera. Por último, hacemos un llamamiento a todos los hombres y a todas las naciones para que de alma y corazón se unan a la Iglesia católica, y por medio de ésta a Cristo, Redentor del género humano.

2) Propone a Jesucristo como auxilio

Palabras de San Pablo


De esta manera, con toda verdad podremos dirigirles las palabras de San Pablo a los Efesios: "Ahora, por Cristo Jesús, los que en un tiempo estabais lejos, habéis sido acercados por la sangre de Cristo; pues El es nuestra paz, que hizo de los dos pueblos uno, derribando el muro de la separación... dando muerte en sí mismo a la enemistad. Y viniendo nos anunció la paz a los de lejos y la paz a los de cerca"(Ep 2,13). Igualmente oportunas son las palabras que el mismo Apóstol dirige a los Colosenses: "No os engañéis unos a otros; despojaos del hombre viejo con todas sus obras y vestíos del nuevo, que sin cesar se renueva para lograr el perfecto conocimiento según la imagen de su Creador, en quien no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro o escita, siervo o libre, porque Cristo lo es todo en todos"(Col 3,9-11)

3) Por la intercesión de la Santísima Virgen

Invocación


Entre tanto, confiados en el patrocinio de la Inmaculada Virgen María, que hace poco hemos ordenado fuese invocada universalmente como Reina de la Paz, y en el de los tres nuevos santos (San Gabriel de la Dolorosa, Santa Margarita María Alacoque y Santa Juana de Arco) que hemos canonizado recientemente, suplicamos con humildad al Espíritu consolador que "conceda propicio a la Iglesia el don de la unidad y de la paz"(Secreta de la misa de la fiesta del Corpus Christi) y renueve la faz de la tierra con una nueva efusión de su amor para la común salvación de todos.

Bendición Apostólica

Como auspicio de este don celestial, y como prenda de nuestra paterna benevolencia, con todo el corazón damos a vosotros, venerables hermanos, al clero y a vuestro pueblo la bendición apostólica.

Dado en Roma junto a San Pedro, el 23 de mayo, fiesta de Pentecostés de 1920, año sexto de nuestro pontificado.

NOTAS




BONUM SANE ET SALUTARE:50º aniversario de la declaración de San José

como Patrono de la Iglesia Católica


Motu proprio

BENEDICTO XV



25 de julio de 1920

Motivo: 50º aniversario del Patronato de San José y aumento de su culto


Bueno y saludable para el nombre cristiano fue que Nuestro predecesor de inmortal memoria, Pío IX, declarara Patrono de la Iglesia Católica a José, castísimo esposo de la Madre de Dios y padre nutricio del Verbo Encarnado; y, p or cuanto en el próximo mes de Diciembre harán 50 años que auspiciosamente se efectuara esa proclamación, creímos de mucha utilidad el que en todo el orbe se celebrase la solemne conmemoración de este acontecimiento.

Al tender la mirada retrospectiva sobre ese lapso del pasado, salta a la vista la aparición de una no interrumpida serie de Institutos que indican que el culto al santísimo Patriarca está sensiblemente creciendo entre los fieles cristianos hasta nuestros días. Mas al contemplar de cerca las acerbas penalidades que afligen hoy al género humano parece que debemos fomentar mucho más intensamente en el pueblo este culto y propagarlo más extensamente.

2. Mayor motivo de recurrir a San José: el naturalismo


En Nuestra Encíclica "De Pacis Reconciliatione Christiana"(Se refiere a la Encíclica: Pacem Dei munus) en que considerábamos principalmente, las relaciónes tanto entre los pueblos como entre los individuos, señalábamos cuánto aún falta para lograr restablecer la tranquilidad general del orden después de esa grave contienda de la guerra pasada. Pero ahora debemos atender a otra causa de perturbación mucho más grave por cuanto se infiltró en las mismas venas y entrañas sociedad humana; pues, se comprende que en ese tiempo en que la calamidad de la guerra absorbía la atención de los hombres, el naturalismo, esa peste perniciosísima del siglo, los corrompiera totalmente y que, donde se desarrol laba bien, debilitaba el deseo de los bienes celestiales, ahogaba las llamas de la caridad divina, sustraía al hombre de la gracia de Cristo que sana y eleva y, despojándolo finalmente de la luz de la fe y abandonándolo a las solas fuerzas enfermas y corrompidas de la na turaleza, permitía las desenfrenadas concupiscencias del corazón. Por cuanto d emasiados hombres acariciaban ansias dirigidas exclusivamente a las cosas ca ducas, y que entre los proletarios y ri cos reinaban celos y odios muy enconad os, la duración y magnitud de la guerra aumentó las mutuas enemistades de clases y las hacía más agudas, especialmente porque por un lado, para las masas causó una intolerable carestía de víveres y por el otro, proporcionó a un grupo muy reducido una súbita abundan cia de bienes de fortuna.

3. Relajación moral.


Sumóse a eso que por la guerra en muchísimos hombres había sufrido no poco detrimento la santidad de la fidelidad conyugal y el respeto a la patria potestad, por cuanto l a larga separación de los cónyuges relajó los lazos de sus mutuas obligaciones y la ausencia del que las había de custodiar empujó, especialmente a los jóvenes a la temeridad de lanzarse a una conducta más licenciosa.

Por lo tanto, hemos de deplorar mucho más que antes que las costumbres sean más libres y depravadas y que, por la misma razón, se agrave cada día más la que llaman causa social, de modo que debemos temer males de gravedad extrema.

4. El comunismo extiende sus amenazas.


Pues, en los deseos y la expectativa de cualquier desvergonzado se presenta como inminente ]a aparición de cierta República Universal que como en principios fijos se basa en la per fecta igualdad de los hombres y la co mún posesión de bienes, y en la cual no habría diferencia alguna de nacio nalidades ni se acataría la autoridad de los padres sobre los hijos, ni la del po der público sobre los ciudadanos, ni la de Dios sobre los hombres unidos en sociedad.

Si esto se llevara a cabo no podría menos de haber una secuela de horrores espantosos; hoy día ya existe esto en una no exigua parte de Europa que los experimenta y siente. Ya vemos que se pretende producir esa misma situación en los demás pueblos; y que, por eso, ya existen aquí y allá grandes turbas revolucionarias porque las excitan el furor y la audacia de unos pocos.

5. San José remedio contra estos males.


Nos ante todo, preocupados, naturalmente, por el curso de los acon tecimientos, no omitimos, ocasional mente, recordar sus deberes a los hijos de la Iglesia, como en las recientes cartas al Obispo de Bérgamo y a los obispos de la región véneta. Por la misma razón, para retener en su deber a todos los hombres que se ganan el sustento por sus fuerzas y su trabajo donde quiera vivan, y conservarlos inmunes del contagio del socialismo que es el enemigo más acérrimo de la sabiduría cristiana, ante todo les proponemos fervorosamente a SAN JOSÉ para que lo elijan como guía particular de su vida y lo veneren como patrono.

Pues, él pasó, sus años llevando un género de vida similar al de ellos; y por esta misma razón, Cristo-Dios, siendo como era el Unigénito del eterno Padre, quiso ser llamado Hijo del Carpintero. Pero con ¡ cuántas y cuán eximias vir tudes adornó la humildad del lugar y de la fortuna, especialmente con aqué llas que correspondían a aquel que era esposo de MARÍA Inmaculada y que se tenía por el padre de Jesús, Nuestro Señor!


6. Elevar la mirada a las cosas imperecederas.


Por esto, aprendan todos en la escuela de SAN JOSÉ a mirar todas las cosas que pasan bajo la luz de las cosas futuras que permanecen y, consolándo se, por las incomodidades de la humana condición, con la esperanza de los bie nes celestiales, a encaminarse hacia ellos, obedeciendo a la voluntad de Dios, conviene a saber: viviendo sobria, recta y piadosamente(Tt 2,12).

7. Cita de León XIII sobre el respeto al orden establecido por Dios.


Por lo que respecta propiamente a los obreros, plácenos citar lo que Nuestro predece sor de feliz recordación, LEÓN XIII dijo en una ocasión similar(Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889): Los obreros y cuantos se ganan el sustento con el salario de sus manos, pensando en estas cosas, deben levantar los ánimos y sentir rectamente; que, aunque estén en su derecho, (cuando no se opone la justi cia), de salir de la pobreza y de lograr una mejor situación, la razón y la justicia no permiten trastrocar el orden establecido por la providencia de Dios. Insensato, empero, sería el propósito recurrir a la fuerza y emprender algo semejante, mediante la sedición y el desorden, lo cual en la mayoría de 1os casos causaría males mayores que aque llos que se tratan de aliviar. No se fíen pues, los pobres, si quieren ser pruden tes, de las promesas de los hombres sediciosos sino que confíen en el ejemplo y el patrocinio de San José, y así mismo en la maternal caridad de la Iglesia la cual en verdad se preocupa de ellos cada día más solícitamente.

8. Frutos de la devoción a San José para la vida del hogar y de la sociedad


Si crece la devoción a SAN JOSÉ, el ambiente se hace al mismo tiempo más propicio a un incremento de la devoción a la Sagrada Familia, cuya augusta cabeza fuera: una devoción brotará espontáneamente de la otra. Pues, JOSÉ nos lleva derecho a MARÍA, y por MARÍA llegamos a la fuente de toda santidad, a JESÚS, quien por su obediencia a JOSÉ y MARÍA consagró las virtudes del hogar.

Deseamos que las familias cristianas se renueven a fondo y se hagan confor mes a tantos ejemplos de virtudes como ellos practicaron. Por cuanto la comu nidad del género humano se ha fun dado sobre la familia se inyectará, bajo la universal influencia de la virtud de Cristo, cierto nuevo vigor y una como nueva sangre en todos los miembros de la sociedad humana, cuando la sociedad doméstica, munida, pues, más religiosamente de castidad, concordia y fideli dad, goce de una mayor firmeza; y de allí no sólo seguirá la enmienda de la costumbres de los particulares sino también la de la vida común y del orden civil.

9. Exhortación papal a una mayor devoción a San José.


Nos, pues, total mente confiados en el patrocinio de aquel a cuya vigilancia y previsión qui so Dios encomendar a su Unigénito encarnado y a la Virgen y Madre de Dios, propiciamos que todos los Obis pos del orbe católico exhorten a todos los fieles a implorar el auxilio de SAN JOSÉ, tanto más insistentemente cuanto es más adverso el tiempo a la causa cristiana.

Dado que esta Sede Apostólica ha aprobado varios modos de venerar al Santo Patriarca, ante todo, cada miér coles del año y por un mes entero determinado, deseamos que, bajo la in sistente admonición del Obispo, se prac tiquen todos ellos de ser posible, en todas las Diócesis, en especial, empero, incumbe a Nuestros Venerables Hermanos apoyar y fomentar con todo el peso de su autoridad e interés las asociaciones piadosas, como la de la Buena Muerte, la del Tránsito de San José y la de los Agonizantes, las cuales fueron fundadas para implorar a SAN JOSÉ por los agonizantes, porque con razón se considera a aquel como eficacísimo protector de los moribundos a cuya muerte asistieron el mismo JESÚS y MARÍA.

10. Plegaria e indulgencia.


Para perpetua memoria, empero, del De creto Pontificio que arriba menciona mos, ordenamos y mandamos que den tro del año que comienza a correr el 8 de Diciembre próximo, se hagan en todo el orbe católico solemnes súplicas, en el tiempo y modo que parezca mejor a cada Obispo, en honor de SAN JOSÉ, Esposo de la Santísima Virgen y Patro no de la Iglesia Católica.

Todos cuantos asistan a ellas podrán ganar para sí una indulgencia de sus pecados, bajo las acostumbradas con diciones.

Dado en Roma junto a San Pedro, el día 25 de julio, en la fiesta de San tiago Apóstol, en el año 1920, sexto de Nuestro pontificado.

BENEDICTO PAPA XV.

NOTAS


SPIRITUS PARACLITUS: Sobre la lectura, estudio y meditación asidua de la Sagrada Biblia

por el clero y fieles sin excepción


, con motivo del 15º centenario de la muerte de San Jerónimo.

CARTA ENCÍCLICA , BENEDICTO XV

20/9/1920

INTRODUCCIÓN: A propósito del 15º Centenario de San Jerónimo, el Papa da orientaciones para los estudios bíblicos


1. La Divina Consolación viene de las Escrituras


Habiendo enriquecido al género humano en las Sagradas Letras para instruirlo en los secretos de la divinidad, suscitó en el transcurso de los siglos numerosos expositores santísimos y doctísimos, los cuales no sólo no dejarían infecundo este "celestial tesoro" (onc. Trid., ses.5, decr.: de reform. c.l.), sino que habían de procurar a los fieles cristianos, con sus estudios y sus trabajos, la abundantísima consolación de las Escrituras. El primer lugar entre ellos, por consentimiento unánime, corresponde a San Jerónimo, a quien la Iglesia católica reconoce y venera como el Doctor Máximo concedido por Dios en la interpretación de las Sagradas Escrituras.

San Jerónimo eximio comentarista


Próximos a celebrar el decimoquinto centenario de su muerte, no querernos, venerables hermanos, dejar pasar una ocasión tan favorable sin hablaros detenidamente de la gloria y de los méritos de San Jerónimo en la ciencia de las Escrituras.

El Papa renueva orientaciones


Nos sentimos movido por la conciencia de nuestro cargo apostólico a proponer a la imitación, para el fomento de esta nobilísima disciplina, el insigne ejemplo de varón tan eximio, y a confirmar con nuestra autoridad apostólica y adaptar a los tiempos actuales de la Iglesia las utilísimas advertencias y prescripciones que en esta materia dieron nuestros predecesores, de feliz memoria, León XIII y Pío X.

En efecto, San Jerónimo, «hombre extraordinariamente católico y muy versado en la ley sagrada» (Sulp. Sev., Dial. 1,7), «maestro de católicos» ((Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889) Cassian., De inc. 7,26.9), «modelo de virtudes y maestro del mundo entero» (S. Prosp., Carmen de ingratis V 57), habiendo ilustrado maravillosamente y defendido con tesón la doctrina católica acerca de los libros sagrados, nos suministra muchas e importantes enseñanzas que emplear para inducir a todos los hijos de la Iglesia, y especialmente a los clérigos, el respeto a la Escritura divina, unido a su piadosa lectura y meditación asidua.

I. LA VIDA Y LOS TRABAJOS DE SAN JERÓNIMO

1) Nacimiento. Estudios en Roma Primer retiro en Oriente


2. Bosquejo histórico: vida y trabajos de San Jerónimo


Como sabéis, venerables hermanos, San Jerónimo nació en Estridón, «aldea en otro tiempo fronteriza entre Dalmacia y Pannonia» (De viris ill. 1Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. 5), y se crió desde la cuna en el catolicismo (); desde que recibió aquí mismo en Rma la vestidura de Cristo por el bautismo (), empleó a lo largo de su vida todas sus fuerzas en investigar, exponer y defender los libros sagrados. Iniciado en las letras latinas y griegas en Roma apenas había salido de las aulas de los retóricos cuando, joven aún, acometió la interpretación del profeta Abdías: con este ensayo «de ingenio pueril»(In Abd., praefat), de tal manera creció en él el amor de las Escrituras, que, como si hubiera encontrado el tesoro de que habla la parábola evangélica, consideró que debía despreciar por él «todas las ventajas de este mundo»(In Mt 1Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. ,44).



Por lo cual, sin arredrarse por las dificultades de semejante proyecto, abandonó su casa, sus padres, su hermana y sus allegados; renunció a su abastecida mesa y marchó a los Sagrados Lugares de Oriente, para adquirir en mayor abundancia las riquezas de Cristo y la ciencia del Salvador en la lectura y estudio de la Biblia (Ep. 22,Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. 0 1)

Más de una vez refiere él mismo cuánto hubo de sudar en el empeño: «Me consumía por un extraño deseo de saber, y no fui yo, como algunos presuntuosos, mi propio maestro. Oí frecuentemente y traté en Antioquía a Apolinar de Laodicea, y cuando me instruía en las Sagradas Escrituras, nunca le escuché su reprobable opinión sobre los sentidos de la misma» (Ep. 84 Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. ,1). De allí marchó a la región desierta de Cálcide, en la Siria oriental, para penetrar más a fondo el sentido de la palabra divina y refrenar al mismo tiempo, con la dedicación al estudio, los ardores de la juventud; allí se hizo discípulo de un cristiano convertido del judaísmo, para aprender hebreo y caldeo. «Cuánto trabajo empleé, cuántas dificultades hube de pasar, cuántas veces me desanimé, cuántas lo dejé para comenzarlo de nuevo, llevado de mi ansia de saber; sólo yo, que lo sufrí, podría decirlo, y los que convivieron conmigo. Hoy doy gracias a Dios, porque percibo los dulces frutos de la amarga semilla de las letras» ()

2) Constantinopla y Roma

Encargo del Papa Dámaso de corregir el texto del N. T.


Mas como las turbas de los herejes no lo dejaron tranquilo ni siquiera en aquella soledad, marchó a Constantinopla, donde casi por tres años tuvo como guía y maestro para la interpretación de las Sagradas Letras a San Gregorio el Teólogo, obispo de aquélla sede y famosísimo por su ciencia; en esta época tradujo al latín las Homilías de Orígenes sobre los Profetas y la Crónica de :Eusebio, y comentó la visión de los serafines de Isaías.

4. En Roma El Papa Dámaso y la versión latina del N. T.


Vuelto a Roma por las dificultades de la cristiandad, fue familiarmente acogido y empleado en los asuntos de la Iglesia por el Papa San Dámaso (1Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. ) Ep. 12Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. ,9 al. 10; 122,2,1. Aunque muy ocupado en esto, no dejó por ello de revolver los libros divinos (), de transcribir códices (Ep. Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. 6,1; Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. 2,1) y de informar en el conocimiento de la Biblia a discípulos de uno y otro sexo (Ep. 45,2; 126,Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. ; 127, 7), y realizó el laboriosísimo encargo que el Pontífice le hizo de enmendar la versión latina del Nuevo Testamento, con tal diligencia y agudeza de juicio, que los modernos conocedores de estas materias cada día estiman y admiran más la obra jeronimiana.

Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. ) Vuelta a Belén y viajes por Palestina


Pero, como su atracción máxima eran los Santos Lugares de Palestina, muerto San Dámaso, Jerónimo se retiró a Belén, donde, habiendo construido un cenobio junto a la cuna de Cristo, se consagró todo a Dios, y el tiempo que le restaba después de la oración lo consumía totalmente en el estudio y enseñanza de la Biblia. Pues, como él mismo certificaba de sí, «ya tenía la cabeza cubierta de canas, y más me correspondía ser maestro que discípulo, y, no obstante, marché a Alejandría, donde oí a Dídimo. Le estoy agradecido por muchas cosas. Aprendí lo que no sabía; lo que sabía no lo perdí, aunque él enseñara lo contrario. Pensaban todos que ya había terminado de aprender; pero, de nuevo en Jerusalén y en Belén, ¡con cuánto esfuerzo y trabajo escuché las lecciones nocturnas de Baranías! Temía éste a los judíos y se me presentaba como otro Nicodemo» (Ep. 84,Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. , l s.)

Ni se conformó con la enseñanza y los preceptos de estos y de otros maestros, sino que empleó todo género de ayudas útiles para su adelantamiento; aparte de que, ya desde el principio, se había adquirido los mejores códices y comentarios de la Biblia, manejó también los libros de las sinagogas y los volúmenes de la biblioteca de Cesarea, reunidos por Orígenes y Eusebio, para sacar de la comparación de dichos códices con los suyos la forma original del texto bíblico y su verdadero sentido.

5. Viajes de estudio por Palestina


Para mejor conseguir esto último, recorrió Palestina en toda su extensión, persuadido como estaba de lo que escribía a Domnión y a Rogaciano: «Más claramente entenderá la Escritura el que haya contemplado con sus ojos la Judea y conozca los restos de las antiguas ciudades y los nombres conservados o cambiados de los distintos lugares. Por ello me he preocupado de realizar este trabajo con los hebreos mejor instruidos, recorriendo la región cuyo nombre resuena en todas las Iglesias de Cristo». (d. Domnionem et Rogat. In I Paral. Praef)

Jerónimo, pues, alimentó continuamente su ánimo con aquel manjar suavísimo, explicó las epístolas de San Pablo, enmendó según el texto griego los códices latinos del Antiguo Testamento, tradujo nuevamente casi todos los libros del hebreo al latín, expuso diariamente las Sagradas Letras a los hermanos que junto a él se reunían, contestó las cartas que de todas partes le llegaban proponiéndole cuestiones de la Escritura, refutó duramente a los impugnadores de la unidad y de la doctrina católica; y pudo tanto el amor de la Biblia en él, que no cesó de escribir o dictar hasta que la muerte inmovilizó sus manos y acalló su voz. Así, no perdonando trabajos, ni vigilias, ni gastos, perseveró hasta la extrema vejez meditando día y noche la ley del Señor junto al pesebre de Belén, aprovechando más al nombre católico desde aquella soledad, con el ejemplo de su vida y con sus escritos, que si hubiera consumido su carrera mortal en la capital del mundo, Roma

Saboreados a grandes rasgos la vida y hechos de Jerónimo, vengamos ya, venerables hermanos, a la consideración de su doctrina sobre la dignidad divina y la verdad absoluta de las criaturas.

II. DOCTRINAS BÍBLICAS DE S. JERÓNIMO

1) La naturaleza de la inspiración




6. Lo que es la Biblia. El mismo Espíritu Santo la redactó

En lo cual, ciertamente, no encontraréis una página en los escritos del Doctor Máximo por donde no aparezca que sostuvo firme y constantemente con la Iglesia católica universal: que los Libros Sagrados, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor y como tales han sido entregados a la Iglesia (Conc. Vat. I, ses.Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. , const.: de fide catholica c.2). Afirma, en efecto, que los libros de la Sagrada Biblia fueron compuestos bajo la inspiración, o sugerencia, o insinuación, o incluso dictado del Espíritu Santo; más aún, que fueron escritos y editados por El mismo; sin poner en duda, por otra parte, que cada uno de sus autores, según la naturaleza e ingenio de cada cual, hayan colaborado con la inspiración de Dios.

No sólo afirma, en general, lo que a todos los hagiógrafos es común: el haber seguido al Espíritu de Dios al escribir, de tal manera que Dios deba ser considerado como causa principal de todo sentido y de todas las sentencias de la Escritura; sino que, además, considera cuidadosamente lo que es propio de cada uno de ellos. Y así particularmente muestra cómo cada uno de ellos ha usado de sus facultades y fuerzas en la ordenación de las cosas, en la lengua y en el mismo género y forma de decir, de tal manera que de ahí deduce y describe su propia índole y sus singulares notas y características, principalmente de los profetas y del apóstol San Pablo.

Esta comunidad de trabajo entre Dios y el hombre para realizar la misma obra, la ilustra Jerónimo con la comparación del artífice que para hacer algo emplea algún órgano o instrumento; pues lo que los escritores sagrados dicen «son palabras de Dios y no suyas, y lo que por boca de ellos dice lo habla Dios como por un instrumento» (Tract. de Ps. 88)

7. Mecanismo psicológico de la inspiración


Y si preguntamos que de qué manera ha de entenderse este influjo y acción de Dios como causa principal en el hagiógrafo, se ve que no hay diferencia entre las palabras de Jerónimo y la común doctrina católica sobre la inspiración: Dios, afirma, Jesús mismo por un don de su gracia, ilumina el espíritu del escritor en lo que respecta a la verdad que éste debe transmitir a los hombres "por la virtud de Dios"; mueve, además, su voluntad y le impele a escribir; finalmente, le asiste de manera especial y continua hasta que acaba el libro.

De aquí principalmente deduce el Santo la suma importancia y dignidad de las Escrituras, cuyo conocimiento compara a un tesoro precioso (Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. ,44; Tract. de Ps. 77) y a una rica margarita (In Mt 1Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. 45ss), y afirma encontrarse en ellas las riquezas de Cristo (Quaest. in Gen., praef. 2) y «la plata que adorna la casa de Dios» (In Agg. 2,lss.; cf. In Gal. 2,10, etc).

2) Autoridad suprema de la Escritura


8. Las consecuencias de la inspiración: autoridad divina.


De tal manera exaltaba con la palabra y el ejemplo la suprema autoridad de las Escrituras, que en cualquier controversia que surgiera recurría a la Biblia como a la más surtida armería, y empleaba para refutar los errores de los adversarios los testimonios de ellas deducidos como los argumentos más sólidos e irrefragables.

Así, a Helvidio, que negaba la virginidad perpetua de la Madre de Dios, decía lisa y llanamente: «Así como admitimos lo que dice la Escritura, desechamos lo que no dice. Si creemos que Dios nació de la Virgen, es porque lo leemos, (en la Escritura). Pero que María perdiese la virginidad después del parto, no lo creemos, porque no lo leemos (en la Escritura)» (Adv. Hel. 19). Y con las mismas armas promete luchar acérrimamente contra Joviniano en favor de la doctrina católica sobre el estado virginal, sobre la perseverancia, sobre la abstinencia y sobre el mérito de las buenas obras: «Contra cada una de sus proposiciones me apoyaré principalmente en los testimonios de las Escrituras, para que no se ande quejando de que se le vence más con la elocuencia que con la verdad»(Adv. Iovin. 1,4)

En la defensa de sus que escribió de sus obras contra el mismo hereje agrega: «Parecería ser que se le hubiese suplicado que se rindiese a mí, mientras que sólo se rindió a disgusto y debatiéndose contra la verdad» ()

Sobre la Escritura en general, leemos, en su comentario a Jeremías, que la muerte le impidió terminar: «Ni se ha de seguir el error de los padres o de los antepasados, sino la autoridad de las Escrituras y la voluntad de Dios, que nos enseña» (In Ier. 9, l2ss). Ved cómo indica a Fabiola la forma y manera de pelear contra los enemigos: «Cuando estés instruido en las Escrituras divinas y sepas que sus leyes y testimonios son ligaduras de la verdad, lucharás con los adversarios, los atarás y llevarás presos a la cautividad y harás hijos de Dios a los en otro tiempo enemigos y cautivos»(Ep. 78,Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. 0 (al. 28) mansio)

Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. ) Inerrancia absoluta. Lo que San Jerónimo enseña recoge León XIII

Absolutamente libre de todo error toda la Biblia


Ahora bien: San Jerónimo enseña que con la divina inspiración de los libros sagrados y con la suma autoridad de los mismos va necesariamente unida la inmunidad y ausencia de todo error y engaño; lo cual había aprendido en las más célebres escuelas de Occidente y de Oriente, como recibido de los Padres y comúnmente aceptado. Y, en efecto, como, después de comenzada por mandato del pontífice Dámaso la corrección del Nuevo Testamento, algunos «espíritus de cortos alcances» le echaran en cara que había intentado «enmendar algunas cosas en los Evangelios contra la autoridad de los mayores y la opinión de todo el mundo», respondió en pocas palabras que no era de mente tan obtusa ni de ignorancia tan crasa que pensara habría en las palabras del Señor algo que corregir o no divinamente inspirado ()

Completando la primera visión de Ezequiel sobre los cuatro Evangelios, advierte: «Admitirá que todo el cuerpo y el dorso están llenos de ojos quien haya visto que no hay nada en los Evangelios que no luzca e ilumine con su resplandor el mundo, de tal manera que hasta las cosas consideradas pequeñas y despreciables brillen con la majestad del Espíritu Santo»(1Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. In Ez. 1,15ss)

Y lo que allí afirma de los Evangelios confiesa de las demás «palabras de Dios» en cada uno de sus comentarios, como norma y fundamento de la exégesis católica; y por esta nota de verdad se distingue, según San Jerónimo, el auténtico profeta del falso (In Mich. 2,Ils; Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. ,5ss). 1 Porque «las palabras del Señor son verdaderas, y su decir es hacer» (In Mich. 4,lss). Y así, «la Escritura no puede mentir» (In Ier. Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. 1,Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. 5ss) y no se puede decir que la Escritura engañe () ni admitir siquiera en sus palabras el solo error de nombre (). Añade asimismo el santo Doctor que «considera distintos a los apóstoles de los demás escritores» profanos; «que aquellos siempre dicen la verdad, y éstos en algunas cosas, como hombres, suelen errar»(), y aunque en las Escrituras se digan muchas cosas que parecen increíbles, con todo, son verdaderas (); en esta «palabra de verdad» no se pueden encontrar ni cosas ni sentencias contradictorias entre sí, «nada discrepante, nada diverso»(; cf. ), por lo cual, «cuando las Escrituras parezcan entre sí contrarias, lo uno y lo otro es verdadero aunque sea diverso»(Ep. Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. 6,11,2)

Estando como estaba firmemente adherido a este principio, si aparecían en los libros sagrados discrepancias, Jerónimo aplicaba todo su cuidado y su inteligencia a resolver la cuestión; y si no consideraba todavía plenamente resuelta la dificultad, volvía de nuevo y con agrado sobre ella cuando se le presentaba ocasión, aunque no siempre con mucha fortuna. Pero nunca acusaba a los hagiógrafos de error ni siquiera levísimo, «porque esto decía es propio de los impíos, de Celso, de Porfirio, de Juliano» (2Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. Ep. 57,9,1 ). En lo cual coincide plenamente con San Agustín, quien, escribiendo al mismo Jerónimo, dice que sólo a los libros sagrados suele conceder la reverencia y el honor de creer firmemente que ninguno de sus autores haya cometido ningún error al escribir, y que, por lo tanto, si encuentra en las Escrituras algo que parezca contrario a la verdad, no piensa eso, sino que o bien el códice está equivocado, o que está mal traducido, o que él no lo ha entendido; y añade: «¡Y no creo que tú, hermano mío, pienses de otro modo; no puedo en manera alguna pensar que tú quieras que se lean tus libros, como los de los profetas y apóstoles, de cuyos escritos sería un crimen dudar que estén exentos de todo error»(S. Aug., Ad Hieron., inter epist. S. Hieron. 116,Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889)


BENEDICTO XV - MAGISTERIO - El Papa reclama su independencia política