BENEDICTO XV - MAGISTERIO - El fruto del cariño de San Jerónimo por los Santos Lugares.

40. Conclusión e invocación del Santo


El voto del santo varón se realizó de distinta manera de como él pensaba, y de ello Nos y los romanos con Nos debemos alegrarnos; porque los restos del Doctor Máximo, depositados en aquella gruta que él por tanto tiempo había habitado, y que la noble ciudad de David se gloriaba de poseer en otro tiempo, tiene hoy la dicha de poseerlos Roma en la Basílica de Santa María la Mayor, junto al pesebre del Señor.

El Papa elogia e invoca al gran Doctor.


Calló la voz cuyo eco, salido del desierto, escuchó en otro tiempo todo el orbe católico; pero por sus escritos, que «como antorchas divinas brillan por el mundo entero» (Cassian., De incarn. 7,26), San Jerónimo habla todavía. Proclama la excelencia, la integridad y la veracidad histórica de las Escrituras, así como los dulces frutos que su lectura y meditación producen. Proclama para todos los hijos de la Iglesia la necesidad de volver a una vida digna del nombre de cristianos y de conservarse inmunes de las costumbres paganas, que en nuestros días parecen haber resucitado. Proclama que la cátedra de Pedro, gracias sobre todo a la piedad y celo de los italianos, dentro de cuyas fronteras lo estableció el Señor, debe gozar de aquel prestigio y libertad que la dignidad y el ejercicio mismo del oficio apostólico exigen. Proclama a las naciones cristianas que tuvieron la desgracia de separarse de la Iglesia Madre el deber de refugiarse nuevamente en ella, en quien radica toda esperanza de eterna salvación. Ojalá presten oídos a esta invitación, sobre todo, las Iglesias orientales, que hace ya demasiado tiempo alimentan sentimientos hostiles hacia la cátedra de Pedro. Cuando vivía en aquellas regiones y tenía por maestros a Gregorio Nacianceno y a Dídimo Alejandrino, Jerónimo sintetizaba en esta fórmula, que se ha hecho clásica, la doctrina de los pueblos orientales de su tiempo: «El que no se refugie en el arca de Noé perecerá anegado en el diluvio» (1Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. ). El oleaje de este diluvio, ¿acaso no amenaza hoy, si Dios no lo remedia, con destruir todas las instituciones humanas? ¿Y qué no se hundirá, después de haber suprimido a Dios, autor y conservador de todas las cosas? ¿Qué podrá quedar en pie después de haberse apartado de Cristo, que es la vida? Pero el que de otro tiempo, rogado por sus discípulos, calmó el mar embravecido, puede todavía devolver a la angustiada humanidad el precioso beneficio de la paz.

Interceda en esto San Jerónimo en favor de la Iglesia de Dios, a la que tanto amó y con tanto denuedo defendió contra todos los asaltos de sus enemigos; y alcance con su valioso patrocinio que, apaciguadas todas las discordias conforme al deseo de Jesucristo, se haga un solo rebaño y un solo Pastor.

Exhortación a los obispos de dar a conocer y practicar las enseñanzas recibidas.

Llevad sin tardanza, venerables hermanos, al conocimiento de vuestro clero y de vuestros fieles las instrucciones que con ocasión del decimoquinto centenario de la muerte del Doctor Máximo acabamos de daros, para que todos, bajo la guía y patrocinio de San Jerónimo, no solamente mantengan y defiendan la doctrina católica acerca de la inspiración divina de las Escrituras, sino que se atengan escrupulosamente a las prescripciones de la encíclica Providentissimus Deus y de la presente carta.

Lo que el Papa espera de "todos los hijos de la Iglesia"


Entretanto, deseamos a todos los hijos de la Iglesia que, penetrados y fortalecidos por la suavidad de las Sagradas Letras, lleguen al conocimiento perfecto de Jesucristo.

Bendición Apostólica


En prenda de este deseo y como testimonio de nuestra paterna benevolencia, os concedemos afectuosamente en el Señor, a vosotros, venerables hermanos, y a todo el clero y pueblo que os está confiado, la bendición apostólica.

Dado en Roma junto a San Pedro, a 15 de septiembre de 1920, año séptimo de nuestro pontificado.


(1Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. ) Ep. 15,2,1.


PRINCIPI APOSTOLORUM, CARTA ENCÍCLICA


BENEDICTO XV

Sobre la proclamación de Doctor de la Iglesia de San Efrén Sirio, monje de Edesa


5/10/1920

1. El primado Rmano reconocido desde los primeros años de la Iglesia.


El Fundador divino de la Iglesia, además de mantener al Príncipe de los Apóstoles, Pedro, firmemente adherido a Dios por medio de una fe inmune de todo error (Lc 22,Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. 2), le otorgó el insigne atributo de apacentar, como "corifeo del Apostólico coro" (S. Theod. Stud.,ep. II ad Michaelem Imp) y en calidad de común Maestro y Jefe de todos (Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. S. Cyr. Alex. De Trinitate, dial. IV ), el rebaño de Aquel que edificó (Mt 16,18)su Iglesia sobre la autoridad del sólido, perenne y visible magisterio (S. Theod, Stud., ep. II ad Michaelem Imp) de Pedro y de sus Sucesores. Sobre esta mística piedra, base de todo el edificio eclesiástico ((6) S. Cyr. Alex., Comment. in Lucam, 22, Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. 2.), como sobre quicio y centro fundamental, quiso que descansara el armonioso conjunto tanto de la fe católica como de la cristiana caridad.

Ya en tiempos muy próximos a los apóstoles, lo expresó con bien cortada pluma Ignacio Teóforo; en efecto, en esas nobles cartas que escribió a la Iglesia en Roma durante su viaje, anunciando su llegada a Roma para su martirio por Cristo, dio testimonio del primado de esa Iglesia por encima de las demás llamándola "Presidente de la universal congregación de la caridad" (S. Ign. Epist. ad Rm). Esto quería decir no sólo que la Iglesia Universal es la imagen visible de la caridad divina sino también que San Pedro, junto con su primado y su amor por Cristo (afirmado por su triple confesión), permanece como heredero de la Sede Rmana. Así pues, las almas de todos los fieles deben ser encendidas por el mismo fuego.

Los antiguos Padres, especialmente aquellos que ocuparon las más ilustres sedes del Oriente, puesto que entendieron estos privilegios como propios de la autoridad pontificia, se refugiaban en la Sede Apostólica cada vez que herejías o conflictos internos los aquejaban. Porque sólo ella había prometido seguridad en las crisis extremas. Así lo hizo San Basilio Magno,

(S. Basil. Magno, Epist. Cl. II, ep. 69.) como también el renombrado defensor del Credo Niceno, Atanasio, (S. Felicis II Epist. ad Innoc. ep. Rm). Así pues, estos inspirados Padres de la fe ortodoxa apelaban desde los concilios episcopales al supremo juicio de los Rmanos Pontífices, de acuerdo a las prescripciones de los cánones eclesiásticos (Sardic, can Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. , 4 y 5). ¿Quién puede decir que lo querían así de conformidad con el mandato que habían recibido de Cristo? En efecto, para no ser encontrados infieles en su misión, algunos fueron sin miedo al exilio, como por ejemplo Librio, Silverio y Martino. Otros suplicaron vigorosamente por la causa de la fe ortodoxa y por sus defensores que habían apelado al Papa, o por vindicar la memoria de los que habían muerto. Inocencio I (Theod., P. 5, c. Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. 4) es un ejemplo. El mandó a los obispos de Oriente que insertasen el nombre de San Juan Crisóstomo en la lista litúrgica de los Padres ortodoxos que deben ser mencionados durante la misa.

2. En prueba de amor a los pueblos Orientales que salen de la guerra, les da como modelo y Doctor a San Efren.


Sin embargo, Nos, que acogemos a la Iglesia Oriental con no menor solicitud y caridad que nuestros predecesores, nos regocijamos sinceramente, ahora que la horrorosa guerra ha terminado (1Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. El Papa se refiere a la primera guerra mundial que sio libertad del yugo musulmán a algunos de los pueblos orientales). Nos alegramos de que muchos en la comunidad oriental hayan conseguido la libertad y hayan arrancado sus posesiones del control de los legos. Ellos están ahora luchando por poner en orden a la nación, de acuerdo con el carácter de su pueblo y las costumbres establecidas de sus antepasados. A ellos proponemos, apropiadamente, un espléndido ejemplo de santidad, erudición, y amor paternal que imitar y cultivar diligentemente. Hablamos de San Efrén de Siria, a quien Gregorio de Nisa comparó con el río Eufrates porque "irrigó con sus aguas la comunidad cristiana para cosechar frutos de fe por cientos" (S. Greg. Nys. Vita S. Ephrem. c. 1, n. 4). Hablamos de Efrén, a quien alaban todos los inspirados Padres y Doctores ortodoxos, incluyendo a Basilio, Crisóstomo, Jerónimo, Francisco de Sales y Alfonso de Ligorio. Estamos complacidos de unirnos a estos heraldos de la verdad, quienes pese a estar separados uno de otro en cuanto al talento, al tiempo y al espacio, aún así forman una perfecta armonía modulada por "un único y mismo espíritu".

San Efrén y Jerónimo.


Esta carta sale a la luz tan poco tiempo después de Nuestra Encíclica que recuerda el decimoquinto centenario del nacimiento de San Jerónimo pues estos dos ilustres hombres tienen mucho en común. Son casi contemporáneos, ambos fueron monjes, ambos vivieron en Siria, y ambos fueron sobresalientes por su estudio y conocimiento de las Escrituras. Con justicia pueden ser comparados con "dos candelabros encendidos" (Ap 11,4), una iluminando hacia Occidente, la otra hacia Oriente. Sus escritos, siendo del mismo espíritu, son igualmente valiosos. Tanto los Padres latinos como los orientales han estado de acuerdo con ambos y los alabado similarmente.

4. Biografía de San Efrén.


El lugar de nacimiento de San Efrén puede haber sido Nisibi o Edesa. Lo que es cierto es que estaba unido por la sangre a los mártires de la última persecución (S. Greg. Nys. Vita S. Ephrem. c. 1, n. 4). Sus padres lo criaron como cristiano. Si no tuvieron las comodidades de una vida acaudalada, sí tuvieron la mucho mayor y más espléndida distinción de que "habían profesado a Cristo en el juicio" (S. Ephrem Confessio, n. 9). En su juventud Efrén, según narra en su pequeño libro de confesiones, era lánguido y negligente al resistir las tentaciones por las que esa edad es usualmente afectada. Era de ánimo impulsivo, fácil a la ira, agresivo, e inmoderado de mente y lenguaje. Pero mientras estuvo en prisión por un cargo falso, empezó a despreciar las cosas humanas y los vacíos goces de este mundo. Por eso, en cuanto fue liberado, Efrén tomó el hábito de monje y por el resto de su vida se dedicó completamente a los ejercicios de piedad y al estudio de las Sagradas Escrituras. Santiago, obispo de Nisibi, uno de los trescientos dieciocho Padres del Concilio de Nicea, quien había establecido una renombrada escuela de exégesis en la ciudad episcopal, se convirtió en su patrono. Él no sólo llenó las expectativas de Santiago con sus diligentes y agudos comentarios a la Biblia, sino que incluso las sobrepasó. Como consecuencia, se convirtió pronto en el más grande comentador de esa escuela, ganándose el título de Doctor de los Sirios. Al poco tiempo tuvo que interrumpir su estudio de la Literatura Sagrada debido a que tropas persas amenazaban la ciudad. Él exhortó a los ciudadanos a una vigorosa resistencia ante los persas. Con el auxilio de las oraciones del obispo Santiago, éstos fueron vencidos; sin embargo, a su muerte, los persas sitiaron nuevamente la ciudad. Esta vez, en el año Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. 6Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. , la ciudad cayó. Puesto que Efrén prefirió el exilio a servir a los infieles, migró a Edesa. Allí ejerció diligentemente las responsabilidades de un doctor eclesiástico.

NOTAS



La modestísima casa en una colina de las afueras de la ciudad en la que vivía parecía una ilustre academia por el gran concurso de hombres ansiosos de estudiar los libros divinos. A ella acudieron eruditos intérpretes y estudiantes de Escritura, incluyendo a Zenobio, Maraba y San Isaac de Amidea, quien adquirió el título de el Grande debido a la profusión e importancia de sus escritos (Sozom., Hist. Eccles., 1. III, c. 15). A causa de su erudición y santidad, la fama de Efrén se difundió desde su retiro. Por ello, cuando viajó a Cesarea a ver a Basilio el Grande, Basilio, sabiendo de su dedicación a la divina revelación, lo recibió reverentemente y habló con él sobre cuestiones divinas (S. Greg. Nys., Vita S. Ephr. C. 4, n. 12). Según lo que se sabe, fue entonces que Basilio consagró a Efrén como diácono (Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. Vit. S. Basil Magni quae atrib. S. Amphilochio. ).

Efrén no dejaba nunca la soledad en Edesa salvo en los días en que tocaba predicar. Durante su prédica, defendía los dogmas de la fe de las crecientes herejías. Si, consciente de su bajeza, no se atrevía a aspirar al presbiterado, se mostró a sí mismo como el más perfecto imitador de San Esteban en el rango menor del diaconado. Dedicó todo su tiempo a enseñar la Escritura, a predicar y a instruir a las monjas en la sagrada salmodia. Diariamente escribía comentarios a la Biblia para ilustrar la fe ortodoxa; iba en ayuda de sus conciudadanos, especialmente de los pobres y afligidos. Lo que quería enseñar a otros, él primero lo vivía absoluta y perfectamente. Así, el podía servir como el ejemplo que Ignacio Teóforo propone a los diáconos cuando los llama "cargas de Cristo" (S. Ignat. Epist. ad Thrall., n. Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889) y afirma que ellos expresan "el misterio de la fe en una conciencia pura"

¡Oh cuán grande y cuán activa fue la caridad que mostró a sus hermanos en un tiempo de hambruna, incluso estando desgastado ya por la edad y la fatiga! Dejó la casa donde había vivido por muchos años una vida celestial más bien que humana, y se dirigió a Edesa. Por medio de esa elocuencia que Gregorio Niseno describió como "una llave labrada por virtud divina" (S. Greg. Nys. Vita S. Ephr. c. 4 n. 2Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889), para abrir las mentes y los cofres de los ricos, castigó a aquellos que estaban atesorando el grano y demandó vehementemente que alimentasen a los pobres con sus excedentes. Y fueron tocados no tanto por el hambre de los ciudadanos como por la sinceridad de Efrén. Con el dinero que mendigaba, él mismo proveyó de camas a aquellos torturados por el hambre, repartiéndolas en los pórticos de la ciudad de Edesa. Allí cuidaba de los enfermos y recibía a los peregrinos que venían a la ciudad desde los alrededores en busca de alimentos (Sozom., Hist. Ecles., 1. Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. , c. 15). ¡Verdaderamente este hombre fue puesto ahí por la providencia divina para ayudar a su país! Y no regresó a la soledad hasta que el siguiente tiempo de cosecha los proveyó en abundancia.

El testamento que dejó a sus conciudadanos --memorable por su fe, humildad, y singular patriotismo-- es el siguiente: "Yo, Efrén, estoy muriendo. Con miedo, pero también con reverencia, les suplico, ciudadanos de Edesa, que no me entierren bajo el altar o cualquier otro lugar en la casa de Dios. No corresponde que un gusano hormigueando con la corrupción sea enterrado en el templo y santuario de Dios. Entiérrenme vistiendo la túnica y el manto que usé diariamente. Acompáñenme con salmos y oraciones. No tuve ni bolsa ni bastón, ni cartera ni plata ni oro; tampoco compré o poseí nada más en esta tierra. Trabajen diligentemente según mis preceptos y doctrinas; como discípulos míos, no se aparten de la fe Católica. En lo que se refiere a la fe, sean especialmente constantes. Estén en guardia ante los adversarios, es decir, los que obran el mal, los jactanciosos y los que tientan al pecado. Y que sea bendita su ciudad; pues Edesa es la ciudad y madre del sabio". Y así murió Efrén, pero su memoria pervive, para bendición de la Iglesia Universal. Por eso cuando su nombre empezó a ser mencionado en la sagrada liturgia, Gregorio Niseno pudo decir: "El esplendor de su doctrina y vida iluminó toda la tierra, pues es conocido en casi todo lugar en el que brilla el sol".

5. Obras de San Efrén.


No hace falta enumerar sus muchos escritos. "Se dice que escribió tres mil poemas si se los cuenta todos juntos (Sozom., Hist. Ecles., 1. Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. , c. 15). Sus escritos abarcan casi todas las doctrinas eclesiásticas. Existen comentarios a la Sagrada Escritura y a los misterios de la fe; sermones sobre las obligaciones de la vida interior; estudios sobre la sagrada liturgia, himnos para las fiestas de nuestro Señor y de la Santísima Virgen y de los santos, para las procesiones de los días penitenciales y de oración, para los funerales de quienes han partido. En todos estos, la pureza de su espíritu brilla como la lámpara evangélica que "arde y alumbra"(Jn 5, Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. 5). Al explicar la verdad nos hace amarla y abrazarla. En efecto, cuando Jerónimo dio en sus días su testimonio acerca de los escritos de Efrén, nos cuenta que eran leídos en las asambleas litúrgicas públicas junto con los trabajos de los Padres y Doctores ortodoxos. También afirma que reconocía "la sublimidad del genio de Efrén incluso en las traducciones" (S. Hier. De Script. eccles., c. 115) de estos mismos trabajos del siríaco al griego.

6. Supo aprovecharse del arte para el apostolado: la liturgia, la música y cánticos


Efectivamente, es justo honrar al santo diácono de Edesa por su deseo de que la predicación de la palabra divina y la preparación de sus discípulos se apoyasen en la pureza de la Sagrada Escritura. También adquirió honor como un músico y poeta cristiano. Era tan diestro en ambas artes que fue llamado la "lira del Espíritu Santo". A partir de eso, Venerables Hermanos, pueden aprender qué artes promueven lo sagrado. Efrén vivió entre gente cuya naturaleza era atraída por la dulzura de la poesía y de la música. Los herejes del segundo siglo después de Cristo usaban estos mismos atractivos para hábilmente diseminar sus errores. Por ello Efrén, a semejanza del joven David matando al gigante Goliat con su propia espada, opuso arte con arte y revistió la doctrina católica de melodía y ritmo. Estas las enseñó a niños y niñas, de modo que de pronto todo el pueblo las aprendió. De esta forma no sólo renovó la educación de los fieles en la doctrina cristiana y apoyó su piedad con el espíritu de la sagrada liturgia, sino que también alegremente mantuvo a raya a la herejía.

El desarrollo artístico introducido por San Efrén añadió dignidad a los asuntos sagrados, como resalta Teodoreto (Theod. I. 4, c. 27. volver). El ritmo métrico, que nuestro santo popularizó, fue ampliamente propagado tanto entre los griegos como entre los latinos. En efecto, ¿parece probable que el antifonario litúrgico con sus canciones y procesiones, introducido en Constantinopla por obra del Crisóstomo (Sozom., Hist. Ecles., 1. Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. S. Aug. Confess., I. 9, c. 7) y en Milán por Ambrosio (1Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. ) (desde donde se difundió a lo largo de toda Italia) fuese obra de otro autor? Puesto que la "costumbre del ritmo oriental" movió profundamente al catecúmeno Agustín en el norte de Italia, Gregorio el Grande lo mejoró y ahora lo usamos en una forma más avanzada. Los críticos reconocen que ese "mismo ritmo oriental" tuvo sus orígenes en el antifonario sirio de Efrén.

7. Autoridad de San Efrén. Se nos presenta como Doctor y modelo.


No es pues sorpresa que muchos de los Padres de la Iglesia acentúen la autoridad de San Efrén. El Niseno dice de sus escritos: "Estudiando el las Escrituras Antiguas y Nuevas con la mayor minuciosidad, las interpretó con precisión, palabra por palabra; y lo que estaba escondido y encubierto, desde la misma creación del mundo hasta el último libro de gracia, lo iluminó con comentarios, valiéndose de la luz del Espíritu" (S. Greg. Nys. Vita S. Ephr). Y Crisóstomo: "El gran Efrén (es) azote del perezoso, consuelo del afligido, educador, instructor y exhortador de la juventud, espejo de monjes, guía de penitentes, aguijón para los herejes, reservorio de virtudes, y hogar y alojamiento del Espíritu Santo" (S. Juan Chrys., Orat. de consum. saec). Ciertamente nada más grande puede ser dicho en alabanza de un hombre que, sin embargo, se veía tan pequeño a sus propios ojos que decía ser el menor de todos y el pecador más vil.

Por eso, Dios, quien ha "exaltado al humilde", otorga gran gloria a San Efrén y lo propone a su época como un doctor de sabiduría celestial y ejemplo de las más selectas virtudes. Y este ejemplo es apropiado hoy de una manera verdaderamente singular. La horrorosa guerra ha terminado y hay un cierto nuevo orden para muchas naciones, especialmente en Oriente. Nos, junto con ustedes y con todos los hombres de buena voluntad, hemos de esforzarnos por restaurar en Cristo lo que queda de la cultura humana y civil, y atraer a la equivocada sociedad de los hombres a Dios y a su Santa Iglesia. Pese a que las instituciones de nuestros antepasados fracasaron, los asuntos públicos están en tumulto, y todo lo humano se halla confundido, sólo la Iglesia Católica no vacila nunca, sino que por el contrario mira confiadamente al futuro. Sólo Ella ha nacido para la inmortalidad, confiando en las palabras dirigidas a San Pedro: "sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mt 16,18).

Modelo de los maestros de la verdad.


¡Ojalá que aprendan de él los maestros eclesiásticos cuán diestramente, cuán diligentemente deben trabajar para predicar la doctrina de Cristo! Y en efecto la piedad de los fieles no tiene nada estable y provechoso excepto adherirse enteramente a los misterios y preceptos de la fe. Aquellos que legítimamente enseñan las Sagradas Escrituras son advertidos por el ejemplo del edesino a no distorsionar las Sagradas Escrituras según el capricho de sus propias inclinaciones, ni separarse ni por un dedo de la interpretación constante de la Iglesia al investigarlas. "Ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia; porque nunca profecía alguna ha venido por voluntad humana, sino que hombres movidos por el Espíritu Santo, han hablado de parte de Dios" (2P 1,20-21). Y el Espíritu que ha hablado a los hombres por medio de los profetas es el mismo que a los Apóstoles "abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras" (Lc 24,45) y el mismo que constituyó su Iglesia para que anuncie, interprete y preserve la revelación, para que sea "columna y fundamento de la verdad".

El modelo de todos los religiosos.


Honorables hombres, en la tradición de Efrén --hijo ilustre de las órdenes monásticas-- preservemos la dignidad que surgió en Oriente con Antonio y Basilio. Esta fue propagada luego por sus hijos en Occidente, y de muchas maneras ha sido notable para la comunidad cristiana. Por eso, que estos buscadores de la perfección evangélica no cesen nunca de mirar e imitar al anacoreta de Edesa. Pues un monje aprovechará más a la Iglesia cuando ejemplifique lo que su hábito significa para Dios y para los hombres, esto es, de acuerdo a un dicho de los antiguos Padres de Oriente, debe ser "un hijo de la alianza", y también "un Ángel cuya misión es misericordia, paz, y el sacrificio de alabanza", como San Nilo el Joven hermosamente lo define (S. Barthol. Crypt. abb. in Vita s. Nili Iun).

Amor a la patria terrenal y amor a la patria celestial.


Finalmente, Venerables Hermanos, de toda condición, tanto los clérigos como los demás fieles, aprendan esto de San Efrén: el amor a la patria, cuyas necesidades en efecto son parte de la profesión de la sabiduría cristiana misma, no debe estar separado del amor a la patria celestial, ni ser preferido a éste. Hablamos de la patria que no es otra cosa que la más íntima ley de Dios en los espíritus de los justos, iniciada aquí, perfeccionada en el cielo. En efecto, la Iglesia Católica exhibe una imagen mística de ella, pues, trascendiendo toda diferencia de nacionalidad y de lenguaje, acoge a todos los hijos del Señor en una única familia con un padre y pastor común. Efrén enseña también que las fuentes de la vida espiritual están en los sacramentos, en la observancia de los preceptos evangélicos, y en los múltiples ejercicios de piedad que la liturgia provee y la autoridad de la Iglesia propone. Sobre este asunto, noten lo que nuestro santo tiene que decir acerca del sacrificio del Altar: "Con sus manos el sacerdote pone a Cristo en el altar para que se haga comida. Se dirige al Padre como un miembro de la familia diciendo: 'Dame tu Espíritu, para que con su venida descienda sobre el altar y bendiga el pan puesto allí para convertirse en el cuerpo de tu unigénito Hijo'. Le habla de la pasión y muerte de Cristo y le expone sus bofetadas; pero su divinidad no se avergüenza de esas bofetadas. Le dice al Padre invisible: 'mira, tu Hijo está clavado en la cruz, sus vestidos están rociados de sangre, su costado ha sido atravesado por una lanza'. Le recuerda la pasión y muerte de su Amado, como si lo hubiese olvidado, y el Padre, escuchándolo, escucha su pedido" (Cf. Rahmani, I Festi della Chiesa Patriarcale Antiochena, 8-9). También habla del estado del justo después de la muerte. De un modo singular, estas observaciones enriquecen la doctrina constante de la Iglesia, luego definida en el concilio de Florencia. "El fallecido ha sido tomado por el Señor y ya ha sido introducido al reino celestial. El alma del fallecido es recibida en el cielo e insertada como una perla en la corona de Cristo. El fallecido incluso ahora habita con Dios y con sus santos" (Carm. Nisib. c. 6, pp. 24-28)

Su gran amor a la Santísima Virgen.


Con respecto a su devoción a la Virgen Madre de Dios, ¿quién podrá decir lo suficiente? "Tú, oh Señor y tu Madre", dice en un poema de Nisibi, "son los únicos perfectamente bellos desde todo punto de vista; en ti, mi Señor, no hay mancha, como tampoco hay en tu Madre deshonra alguna" (Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889. Carm. Nisib., n. 27). "La lira del Espíritu Santo" nunca sonó más dulcemente que cuando se le pidió que cante las alabanzas de María o que celebrase su perfecta virginidad, su divina maternidad, o toda su obra de misericordia hace el hombre.

Reconocimiento del primado de Pedro


Y tampoco es menos entusiasta cuando, desde la lejana Edesa, mira hacia Roma para ensalzar el Primado de Pedro: "Salve, santos reyes, Apóstoles de Cristo", y al coro de los Apóstoles: "Salve, luz del mundo... Cristo es la luz y Pedro la lámpara; el aceite, sin embargo, es la acción del Espíritu Santo. Salve, oh Pedro, puerta de pecadores, lengua de los discípulos, voz de los predicadores, ojo de los Apóstoles, guardián del cielo, el primogénito de los custodios de las llaves" (S. Ephrem. Encom. in Petrum et Paulum). Y en otro lugar: "Bendito eres, oh Pedro, la cabeza y la lengua del cuerpo de tus hermanos, el cuerpo que está unido junto con los discípulos, en el cual ambos hijos de Zebedeo son el ojo. En efecto, benditos son ellos que, contemplando el trono del Maestro, buscan un trono para ellos mismos. La verdadera revelación del Padre distingue a Pedro, quien se convierte en la roca firme" (Cf. Rahmani, Hymni S. Eprem. De virginitate, p. 45). En otro himno presenta al Señor Jesús hablando a su primer vicario en la tierra: "Simón, mi discípulo, te he hecho el fundamento de la santa Iglesia. Te he llamado "roca" para que sostengas todo mi edificio. Tú eres el supervisor de aquellos que construyen una iglesia para mí en la tierra. Si deseasen construir algo prohibido, prevénlos, porque tú eres el fundamento. Tú eres la cabeza de la fuente de la que brota mi doctrina. Tú eres la cabeza de mis discípulos. A través tuyo han de beber todas las naciones. Tuya es esa vivificante dulzura que concedo. Te he escogido para ser el primogénito en mi institución y heredero de todos mis tesoros. Las llaves del reino te las he dado, y he aquí que te hago príncipe sobre todos mis tesoros" (Lamy, S. Ephr. Hymn. et Serm., vol. 5, p. 411)

8. Motivos de esta designación: unión con los Orientales.


Al haber recordado estas cosas, Nos hemos suplicado humildemente a Dios que la Iglesia oriental finalmente regrese al seno y abrazo de Roma Su larga separación, contraria a las enseñanzas de sus antiguos Padres, los mantiene lamentablemente lejos de esta Sede de Pedro. Ireneo da testimonio (y él recibió esta doctrina de San Juan Apóstol por su maestro Policarpo) que "es necesario que todos se adhieran a la Iglesia a causa de su gran autoridad, esta es, la de todos los fieles" (S. Iren. Adv. haeres., P. Epistola Encicl. Quamquam pluries, de agosto de 1889). Mientras tanto, hemos recibido cartas de los Venerables Hermanos Ignacio Efrén II Rahmani, Patriarca de Siria en Antioquía; Elías Pedro Huayek, Patriarca Maronita en Antioquía; y José Emanuel Tomás, Patriarca Caldeo en Babilonia. Ellos han presentado argumentos de peso suplicándonos encarecidamente que otorguemos a Efrén, el Diácono sirio de Edesa, el título y los honores de Doctor de la Iglesia Universal. Sumándose a esos pedidos, un número de Cardenales, Obispos, Abades y Generales de órdenes religiosas de los ritos griego y latino enviaron sus peticiones con su apoyo. Rápidamente decidimos considerar un asunto tan conforme con nuestros propios deseos. Recordamos que esos Padres Orientales han considerado siempre a San Efrén como un maestro de la verdad y un inspirado doctor de la Iglesia Católica. Y no pasamos por alto que su autoridad tuvo un gran peso desde los primeros inicios, no sólo entre los sirios, sino también entre los vecinos caldeos, armenios, maronitas y griegos. De hecho, todos ellos hicieron traducir los escritos del Diácono de Edesa a sus propias lenguas, y los leían ansiosamente tanto en las celebraciones litúrgicas como en sus hogares. Incluso hoy sus cantos pueden encontrarse entre los eslavos, los coptos, los etíopes, e incluso los jacobitas y nestorianos. También recordamos que la Iglesia romana lo ha honrado ya antes. Desde tiempos antiguos conmemoró a San Efrén en el Martirologio de febrero en primer lugar y no sin especial alabanza por su santidad y erudición. Durante el siglo XVI, se construyó una iglesia en la colina Viminal en Roma misma para honrar a la Santísima Virgen y a San Efrén. Nuestros predecesores Gregorio XIII y Benedicto XIV instruyeron primero a Vosio y luego a Asemano a que recolectasen, editasen y publicasen los trabajos de San Efrén en orden a ilustrar la fe Católica y a cultivar la piedad de los fieles. Más recientemente, en 1909, San Pío X aprobó para los monjes benedictinos del priorato de San Benito y San Efrén en Jerusalén, una misa y oficios propios en honor de este mismo santo y diácono de Edesa, con fragmentos en su mayoría tomados de la liturgia siria. Por ello, para dar mayor gloria al gran anacoreta, y a la vez para gratificar a los pueblos cristianos del Oriente, Nos hemos enviado a la Sagrada Congregación para los Ritos una recomendación para proceder en este asunto, en concordancia con las prescripciones de los sagrados cánones y la actual disciplina. El resultado ha sido de lo más gratificante, puesto que los cardenales a cargo de esta misma congregación respondieron a través de su prefecto, Nuestro Venerable Hermano S.E.R. Antonio Cardenal Vico, Obispo de Portuensis y Santa Rufina, que ellos también querían y humildemente nos pedían lo mismo que los otros habían pedido en sus cartas de apoyo.

9. Concesión solemne de su fiesta universal y del título de Doctor.


Por ello, habiendo invocado al Espíritu Santo, por Nuestra Suprema Autoridad, Nos conferimos a San Efrén de Siria, Diácono de Edesa, el título y los honores de Doctor de la Iglesia Universal. Nos decretamos que esta día de fiesta, que es el 18 de junio, sea celebrado en todo lugar en que son celebrados los aniversarios de nacimiento de los otros doctores de la Iglesia Universal.

Por ello, Venerables Hermanos, dado que nos alegramos por este incremento de honor y gloria para nuestro santo Doctor, a la vez confiamos que será un cada vez más presente e incansable intercesor para toda la familia cristiana en estos difíciles tiempos. Que este sea también un nuevo testimonio para los católicos de Oriente del especial cuidado que los Rmanos Pontífices dan a esas iglesias separadas. Nos deseamos, tal como lo hicieron nuestros predecesores, que sus legítimas costumbres litúrgicas y prescripciones canónicas permanezcan siempre en completa seguridad. Que por la gracia de Dios y el auxilio de San Efrén desaparezcan esos obstáculos que separan una parte tan grande de la grey cristiana de la roca mística sobre la cual Cristo fundó su Iglesia. Que ese feliz día venga tan pronto sea posible, en el cual las palabras de la verdad evangélica serán como "aguijones y clavos hincados profundamente" en todas las mentes, palabras que "por consejo de maestros son dadas por el pastor único" (Qo 12,11)

Mientras tanto, como signo de los dones celestiales y testimonio de nuestra paternal caridad, Nos les impartimos afectuosamente, Venerables Hermanos, a todo el clero y al pueblo confiado a cada uno de ustedes, la Bendición Apostólica.

Dado en Roma en San Pedro, el 5 de octubre de 1920, séptimo año de nuestro pontificado.





BENEDICTO XV - MAGISTERIO - El fruto del cariño de San Jerónimo por los Santos Lugares.