Agustin - Confesiones 1326

Capítulo 20: Mística producción de las aguas.


1326 26. Conciba también el mar y dé a luz obras vuestras, y las aguas produzcan reptiles de almas vivientes (Gn 1,20). Porque separando lo precioso de lo vil, os habéis hecho boca de Dios (Jr 15,19), por la cual dijese Él: Produzcan las aguas -no el alma viviente, que la tierra producirá (Gn 1,24), sino- reptiles de alma viviente y volátiles que vuelen sobre la tierra. Porque es así que vuestros sacramentos, oh Dios, por obra de vuestros santos (Apóstoles) se deslizaron como reptiles en medio de las olas de las tentaciones del siglo, para imbuir a las gentes en vuestro nombre con vuestro bautismo. Y con esto se obraron grandiosidades maravillosas, como grandes cetáceos, y las voces de vuestros mensajeros, aleteando sobre la tierra junto al firmamento de vuestro Libro, que tenían delante como autoridad bajo el cual volasen a donde quiera que fuesen. Porque no son lenguajes ni palabras cuya voz no se entienda, cuando a toda la tierra llegó su sonido, y hasta los confines del orbe de la tierra sus palabras (Ps 18,4), porque Vos, Señor, bendiciéndolas, las multiplicasteis.

1327 27. ¿Acaso miento, o confundo y mezclo y no distingo el lúcido conocimiento de estas cosas en el firmamento del cielo, y las obras corporales en el proceloso mar y bajo el firmamento del cielo? Porque aquellas cosas cuyo conocimiento es firme y acabado, sin que reciba aumento en las generaciones, como son las lumbreras de la sabiduría y de la ciencia; estas mismas cosas tienen operaciones corporales muchas y variadas; y procediendo las unas de las otras, se multiplican por vuestra bendición, oh Dios, que habéis consolado el fastidio de los sentidos mortales, de suerte que una cosa única en el conocimiento del alma, sea por los movimientos del cuerpo de muchas maneras figurada y expresada. Las aguas produjeron estas cosas, pero por vuestra palabra; las necesidades de los pueblos produjeron estos efectos, pero por vuestro Evangelio: porque las echaron de sí las mismas aguas, cuya amarga languidez fue causa de que con vuestra palabra tuviesen efecto.

1328 28. Hermosas son todas las cosas, como hechas por Vos; mas he aquí que Vos, que todas las hicisteis, sois inenarrablemente más hermoso. Si de Vos no se apartara Adán con su caída, no se difundiera de su vientre el salitre del mar, esto es, el linaje humano, profundamente curioso, tempestuosamente hinchado e inestablemente movedizo; y así no fuera menester que vuestros ministros obrasen corporal y sensiblemente en las muchas aguas místicas acciones y palabras -que así se me representan ahora los reptiles y volátiles-, con las cuales acciones y palabras imbuidos e iniciados los hombres sometidos a los sacramentos corporales, no avanzarían más allá, si el alma no se esforzase a otro grado de vida espiritual, y si después de la palabra de iniciación no pusiese los ojos en la consumación (He 6,1).


Capítulo 21: Mística producción de la tierra.


1329 29. Y por eso, en vuestra palabra, no la profundidad del mar, sino la tierra separada de la amargura de las aguas, produce, no reptiles de almas vivientes y volátiles, sino el alma viviente. Porque ya no tiene necesidad del bautismo, que es necesario para los gentiles, como la tenía cuando estaba cubierta por las aguas; puesto que no de otra suerte se entra en el reino de los Cielos, desde que Vos instituisteis que se entre de esta manera (Jn 35). Ni busca grandiosas maravillas de donde nazca su fe, pues no es de aquellos que si no ven señales y prodigios no creen (Jn 4,48); porque es ya tierra fiel, separada de las aguas del mar, amargas por la infidelidad; y las lenguas como señal, no para los fieles, sino para los infieles (1Co 14,22).

Esta tierra que Vos fundasteis sobre las aguas (Ps 135,6) tampoco tiene necesidad de este género de volátiles que las aguas, por vuestra palabra, produjeron. Arrojad sobre ella vuestra palabra por medio de vuestros mensajeros -puesto que sus obras narramos, pero sois Vos el que en ellos obráis- para que ellos produzcan el alma viviente. La tierra es quien la produce pero la tierra es la causa de que vuestros mensajeros produzcan estos efectos en ella; como el mar fue la causa de que ellos produjesen los reptiles de alma viviente y los volátiles bajo el firmamento del Cielo; de quienes la tierra ya no necesita, por más que coma el Pez extraído del profundo, en aquella mesa que preparasteis delante de los creyentes (Ps 22,5); pues para esto fue extraído del profundo, para que alimente a la tierra (a la Iglesia).

También las aves son hijas del mar (Gn 1,20); pero, no obstante, se multiplican sobre la tierra. Porque la infidelidad de los hombres fue la causa de las primeras voces evangelizadoras; pero con ellas también son cada día exhortados los fieles, y de muchas maneras bendecidos.

Mas el alma viviente toma su origen de la tierra; porque no aprovecha sino a los que ya son fieles contenerse del amor de este siglo, a fin de que viva para Vos el alma de ellos, que estaba muerta viviendo en delicias (1Tm 5,6), en delicias mortíferas, Señor, porque las delicias vitales del corazón puro sois Vos.

1330 30. Obren ya, pues, en la tierra vuestros ministros, no como en las aguas de la infidelidad, predicando y hablando por medio de milagros y sacramentos y de místicas palabras, con que atraen la atención de la ignorancia, madre de la admiración, por el temor de los prodigios misteriosos -porque tal es la entrada a la fe para los hijos de Adán, olvidados de Vos, mientras se esconden de vuestro rostro (Gn 3,8) y se tornan abismo-, sino obren también como en la tierra seca, separada de las profundidades del abismo; y sean dechado para los fieles (1Th 1,7), viviendo delante de ellos y excitándolos a la imitación. Porque de este modo, no sólo para oírlo, sino también para obrarlo, oyen los fieles: Buscad a Dios y vivirá vuestra alma (Ps 68,38), para que la tierra produzca el alma viviente (Gn 1,24). No os conforméis con este siglo (Rm 12,2): absteneos de él. Vive el alma evitando aquellas cosas por cuya apetencia muere. Absteneos de la cruel fiereza de la soberbia, de la indolente voluptuosidad de la lujuria y de la falsamente llamada ciencia (1Tm 6,20), a fin de que las fieras se amansen y las bestias se domen y las serpientes sean inofensivas; porque eso son, en alegoría, los movimientos del alma. Pero la fastuosidad y el deleite de la libídine y el veneno de la curiosidad son movimientos del alma muerta; que no muere ella de suerte que carezca de todo movimiento; porque separándose de la fuente de la vida es como muere (Jr 2,13) y es arrebatada por la corriente del siglo, que pasa, y a él se conforma.

1331 31. Pero vuestra palabra, ¡oh Dios!, es la fuente de la vida eterna y no pasa; y por eso, con vuestra palabra se cohíbe nuestro apartamiento de Vos cuando se nos dice: No os conforméis con este siglo; para que La tierra produzca, en la fuente de la vida, el alma viviente: con vuestra palabra, por medio de vuestros evangelistas, el alma continente, imitando a los imitadores de vuestro Cristo (1Co 11,1). Porque eso quiere decir según su género (Gn 1,24), puesto que el hombre se estimula a imitar al amigo: Sed, dice, como yo, pues también yo me hice como vosotros (Ga 4,12).

De esta suerte, en el alma viviente habrá fieras buenas por la mansedumbre de sus acciones; porque Vos así lo mandasteis, diciendo: Perfecciona tu obra con la mansedumbre, y amado serás de todo hombre (). Y habrá bestias buenas, que no abundarán si comen, ni escasearán si no comen (1Co 8,8), y serpientes buenas, no perniciosas para dañar, sino astutas para cautelar, y exploradoras de la naturaleza temporal, tanto cuanto basta para que por el conocimiento de las cosas creadas se vislumbre la eternidad (Rm 1,20). Porque sirven a la razón estos animales cuando, refrenados en sus avances mortíferos, viven y son buenos (Gn 1,25).


Capítulo 22: A imagen y semejanza de Dios.


1332 32. Porque he aquí, Señor Dios nuestro, Creador nuestro, que cuando estuvieren cohibidas del amor del siglo las afecciones con que, viviendo malamente, morimos, y comenzáremos a ser el alma viviente, viviendo bien, y se cumpliere vuestra palabra que por vuestro Apóstol dijisteis: No os conformáis con este siglo, se seguirá lo que a continuación añadisteis, diciendo: Mas reformaos con la renovación de vuestra mente (Rm 12,2), no ya según su género, como imitando al prójimo que va delante, ni viviendo según la autoridad de un hombre mejor. Porque no dijisteis Vos: Hágase el hombre según su género, sino: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza (Gn 1,26), para que sepamos cuál sea vuestra voluntad. Pues por eso aquel ministro vuestro que por medio del Evangelio engendraba los hijos (1Co 4,5), para no tenerlos siempre pequeños y haber de alimentarlos con leche (1Co 3,2) y, como la madre que cría, calentarlos en su regazo (1Th 2,7), dijo: Reformaos con la renovación de vuestra mente, para que sepáis discernir cuál sea la voluntad de Dios, lo que es bueno y agradable y perfecto. Y por eso no dijisteis Vos: Hágase el hombre, sino: Hagamos al hombre. Ni dijisteis: según su género, sino: a nuestra imagen y semejanza. Porque es así que, renovado en la mente y contemplando vuestra verdad conocida, no necesita que otro hombre se la muestre para imitar a su linaje, sino que mostrándoselo Vos, él mismo discierne cuál sea vuestra voluntad, lo bueno y agradable y perfecto; y, ya capaz, le enseñáis a ver la Trinidad de la Unidad y la Unidad de la Trinidad. Y por eso, habiéndose dicho en plural: Hagamos al hombre, se dice a continuación en singular: E hizo Dios al hombre; y habiéndose dicho en plural: A nuestra imagen, se añade en singular: A imagen de Dios. Así se renueva el hombre para el conocimiento de Dios, conforme a la imagen de Aquel que lo creó (Col 3,10); y trocado en espiritual, juzga todas las cosas, es, a saber, las que deben ser juzgadas; mas él de nadie es juzgado (1Co 2,15).


Capítulo 23: De qué juzga y de qué no el hombre espiritual.


1333 33. Y que juzga de todas las cosas quiere decir que tiene poder sobre los peces del mar y las aves del cielo, y sobre todos los ganados y las fieras, y sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que repta sobre la tierra (Gn 1,26); pues lo ejerce por el entendimiento del alma, con que percibe las cosas que son del Espíritu de Dios (1Co 2,14). Por lo demás, el hombre constituido en honor, no tuvo discernimiento; se asemejó a los jumentos irracionales, y se hizo como uno de ellos (Ps 48,13). En vuestra Iglesia, pues, Dios nuestro, según la gracia que les disteis (puesto que hechura vuestra somos creados para buenas obras), no sólo aquellos que espiritualmente presiden, sino también aquellos que espiritualmente se someten a los que presiden -porque varón y hembra hicisteis al hombre (Gn 1,27) de esta manera según vuestra gracia espiritual, donde según el sexo del cuerpo no hay varón ni hembra, pues tampoco hay judío ni gentil, esclavo ni libre (Ga 3,28)-, los espirituales, pues, tanto los que presiden como los que obedecen, juzgan espiritualmente: no de los conocimientos espirituales que resplandecen en el firmamento, pues no conviene juzgar de tan sublime autoridad; ni tampoco de vuestro mismo Libro, aunque haya en él algo que no resplandezca; porque sometemos a él nuestro entendimiento, y tenemos por cierto que aun lo que está cerrado a nuestras miradas está dicho con rectitud y veracidad. Porque así es como el hombre, bien que ya espiritual y renovado para el conocimiento de Dios conforme a la imagen de Aquél que lo creó (Col 3,10), ha de ser, sin embargo, cumplidor de la Ley, no juez.

Ni tampoco juzga de aquella distinción entre hombres espirituales y carnales (1Co 1,6) que a vuestros ojos, Dios nuestro, son manifiestos, y que todavía no se han manifestado a nosotros por sus obras para que por sus frutos los conozcamos (Mt 7,20); pero Vos, Señor, ya los conocéis y en secreto los separasteis y nombrasteis antes que fuese hecho el firmamento.

Ni tampoco el hombre, aunque espiritual, juzga de los pueblos turbulentos de este siglo; pues ¿qué le va a él en juzgar a los que están fuera (1Co 5,12), ignorando cuál de ellos habrá de venir a la dulzura de vuestra gracia, y cuál habrá de permanecer perpetuamente en la amargura de la impiedad?

1334 34. Y por esto el hombre que Vos hicisteis a vuestra imagen, no recibió poder sobre las lumbreras del cielo, ni sobre el mismo cielo oculto, ni sobre el día y la noche, que Vos llamasteis al ser antes de la formación del cielo, ni sobre la aglomeración de las aguas, que es el mar; sino recibió poder sobre los peces del mar, y sobre las aves del cielo, y sobre todos los ganados y sobre toda la tierra. Porque él juzga: y aprueba lo que encuentra recto, y reprueba lo que encuentra vicioso; ora en la solemnidad de los sacramentos con que son iniciados los que vuestra misericordia va buscando entre las muchas aguas; ora en las ceremonias con que se exhibe aquel Pez extraído del profundo, de que la tierra piadosa se alimenta; ora en los signos y voces de palabras sujetas a la autoridad de vuestro Libro, cual aves que vuelan bajo el firmamento, interpretando, exponiendo, disertando, disputando, bendiciéndoos e invocándoos a Vos con los signos que brotan de la boca y suenan para que él pueda responder: «Amén».

La causa de que todas estas cosas sean corporalmente pronunciadas es el abismo del siglo y la ceguera de la carne, por la cual los pensamientos no pueden ser vistos, y es necesario hablar recio a sus oídos: y así aunque las aves se multiplican sobre la tierra, traen, sin embargo, origen de las aguas.

Juzga también el espiritual, aprobando lo que encuentra recto y reprobando lo que encuentra vicioso en las obras y en las costumbres de los fieles; de las limosnas como tierra fructífera, y del alma viviente, amansadas ya las afecciones por la castidad, por los ayunos, por las piadosas meditaciones: finalmente, de las cosas que se perciben por el sentido del cuerpo. Pues ahora decimos que juzga de aquellas cosas en las cuales tiene también poder para corregir.


Capítulo 24: «Creced y multiplicaos». Por qué se dijo esto solamente al hombre y a los peces y volátiles.


1335 35. Pero ¿qué es esto, y qué misterio hay en ello? He aquí que bendecís, oh Señor, a los hombres, para que crezcan y se multipliquen y llenen la tierra (Gn 1,28). ¿Nada nos indicasteis en esto, para que algo entendamos por qué no bendijisteis del mismo modo a la luz, que llamasteis día, ni al firmamento del cielo, ni a sus lumbreras, ni a las estrellas ni a la tierra ni al mar?

Yo diría, Señor Dios nuestro, que nos criasteis a vuestra imagen; yo diría que Vos quisisteis otorgar particularmente al hombre este don de la bendición, si no hubieseis de esta manera bendecido a los peces, y cetáceos para que creciesen y se multiplicasen, e hínchense las aguas del mar, y las aves se multiplicasen sobre la tierra (Gn 1,22).

Asimismo diría yo que esta bendición pertenece a los géneros de los seres que se propagan engendrando de sí mismos, si la hallase en los arbustos y frutales y en las bestias de la tierra. Ahora bien: ni a las hierbas y árboles se dijo, ni a las bestias ni a las serpientes: Creced y multiplicaos, siendo así que todos estos seres, lo mismo que los peces y las aves y los hombres, por generación se aumentan y conservan su especie.

1336 36. ¿Qué diré, pues, oh Luz mía, oh Verdad? ¿Qué huelgan estas palabras, porque fueron dichas sin objeto? ¡De ninguna manera, oh Padre de piedad! Lejos esté de decir esto el siervo de vuestra palabra. Y si yo no entiendo lo que con esta expresión significáis, usen mejor de ella otros mejores, esto es, más inteligentes que yo, según el tanto de saber que a cada cual disteis.

Pero sea agradable a vuestros ojos mí confesión con que os confieso que creo que Vos no en vano hablasteis así; y no callaré lo que la ocasión de esta lectura me sugiere.

Porque ello es verdad y nada veo que me impida entender así las expresiones figuradas de vuestros Libros. Porque sé que de muchas maneras se expresa por signos corporales lo que de un solo modo se entiende por la mente; y, al contrario, de muchas maneras entiende la mente lo que de un solo modo expresan los signos corporales. Ved la simple dilección de Dios y del prójimo con cuánta multiplicidad de símbolos, y en innumerables lenguas, y en cada lengua con innumerables maneras de locuciones es corporalmente enunciada. ¡Así crecen y se multiplican las generaciones de las aguas! Atiende de nuevo, quienquiera que esto lees: repara lo que de un solo modo expresa la Escritura y la voz pronuncia: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra, ¿acaso no se entiende de muchas maneras (Lib. XII, § 24-29), no por falacia de los errores, sino por diversidad de interpretaciones verdaderas? ¡Así crecen y se multiplican las generaciones de los hombres!

1337 37. Ahora, pues, si consideramos, no alegóricamente, sino en su sentido propio, la naturaleza de las cosas, a todas las que por simientes son engendradas conviene la palabra: Creced y multiplicaos. Pero si consideramos estas cosas tomándolas en sentido figurado -y éste pienso más bien que fue el intento de la Escritura, que no en vano, sin duda, atribuyó esta bendición a las generaciones de los acuáticos y de los hombres-, hallamos, ciertamente, multitudes en las criaturas espirituales, y en las corporales, como en el cielo y la tierra y en las almas justas y en las inicuas, como en la luz y en las tinieblas; y en los santos autores por los cuales nos fue comunicada la Ley, como en el firmamento que entre las aguas fue afirmado; y en la sociedad de los pueblos amargantes, como en el mar; y en el deseo de las almas piadosas, como en la tierra seca; y en las obras de misericordia según la vida presente, como en las hierbas de sementera y en los árboles frutales; y en los dones del Espíritu, manifestados para utilidad, como en las lumbreras del cielo; y en las pasiones reguladas por la templanza, como en el alma viviente. En todas estas cosas hallamos multitudes y fecundidad e incrementos; pero algo que crezca y se multiplique de suerte que una misma cosa sea enunciada de muchas maneras, y una sola enunciación sea da muchas maneras entendida, eso no lo hallamos sino en los signos corporalmente expresados y en los conceptos inteligiblemente excogitados. Por las generaciones de las aguas entendemos los signos corporalmente expresados, necesarios por causa de nuestra profunda carnalidad; y por las generaciones humanas entendemos los conceptos inteligiblemente excogitados por la fecundidad de la razón.

Y por eso hemos creído que a uno y a otro de estos géneros dijisteis Vos, Señor: Creced y multiplicaos; pues en esta bendición recibo la facultad y poder que por Vos se nos concede, ya para enunciar de muchas maneras lo que de una sola tenemos entendido, ya para entender de muchas maneras lo que leemos oscuramente enunciado de una sola. Así es como se hinchen de peces las aguas del mar, que no son movidas sino por los diversos signos corporales. Así también se hinche de seres humanos la tierra, cuya avidez se manifiesta en el afán da saber, dominado empero por la razón.


Capítulo 25: Los frutos de la tierra, debidos a los ministros del Evangelio.


1338 38. Deseo también decir, Señor Dios mío, lo que a continuación me amonesta vuestra Escritura; y lo diré y no temeré, porque diré la verdad, inspirándome Vos lo que sobre aquellas palabras habéis querido que yo diga. Porque inspirándome otro que Vos, no creo que dice la verdad, pues Vos sois la verdad (Jn 14,6), y todo hombre es mentiroso (Rm 3 Rm 4). Y por eso, quien habla mentira habla de su cosecha (Jn 8,44). Para decir, pues, verdad, hablo por cuenta vuestra.

He aquí que nos disteis para mantenimiento toda hierba de siembra que produce semilla que existe sobre la tierra, y todo árbol que lleva en sí fruto de semilla para sembrar. Y no para nosotros solos, sino también para todas las aves del cielo, y para las bestias de la tierra, y para los reptiles (Gn 1,29 Gn 30); pero a los peces y grandes cetáceos no les disteis este alimento.

Decíamos, pues, que estos frutos de la tierra significaban y figuraban en alegoría las obras de misericordia que en las necesidades de la vida nos ofrece la tierra fructífera (Vid. § 21). Una tierra así era el piadoso Onesíforo, con cuya casa hicisteis misericordia, porque él frecuentemente ofreció alivio a vuestro Pablo y no se avergonzó de su cadena (2Tm 1,16). Esto hicieron también, y con igual fruto fructificaron, los hermanos que, viniendo de Macedonia, suplieron lo que a Pablo le faltaba (2Co 11,3). ¡Cómo se duele él, en cambio, de ciertos árboles que no le dieron el fruto que le debían, donde dice: En mí primera defensa nadie me patrocinó, antes todos me desampararon: que no se les tome en cuenta (2Tm 4,16). Porque estos frutos son debidos a los que ministran la doctrina racional mediante las inteligencias de los divinos misterios: y así les son debidos como a hombres (Vid. § 37). Además, les son debidos como a alma viviente, por cuanto se nos ofrecen para ser imitados en toda continencia (§ 32). Asimismo les son debidos como a volátiles por sus bendiciones, que se multiplican sobre la tierra (§ 36); porque a toda la tierra llegó el sonido de su palabra (Ps 18,5).


Capítulo 26: No el don, sino la voluntad.


1339 39. Aliméntanse con estos manjares los que en ellos se gozan. Mas no se gozan en ellos aquellos cuyo dios es el vientre (Ph 3,19). Porque tampoco en aquellos que los ofrecen son el fruto los dones que ofrecen, sino el espíritu con que los ofrecen. Y así, aquel Apóstol que servía a Dios, no a su vientre (Rm 16,18), veo claramente de qué se goza; lo veo, y con él me congratulo en extremo. Porque había recibido de los filipenses lo que por Epafrodito le habían enviado; pero con todo, veo de qué se goza; y aquello de que se goza es lo mismo de que se alimenta; porque hablando en verdad, dice: Magníficamente me gocé en el Señor de que ya por fin ha retoñado el interés que por mí sentís, como ya lo sentíais, pero habíais tomado hastío (Ph 4,10). Los filipenses, pues, por el largo hastío se habían marchitado y casi secado, sin dar este fruto de la buena obra; y Pablo se goza por ellos, porque han rebrotado, no por sí mismo, porque socorrieran su indigencia. Por eso añade a continuación: No lo digo porque algo me falte, pues yo aprendí a bastarme con lo que tengo. Sé tener menos y sé también tener abundancia; en todo caso y en todas las cosas he aprendido a estar harto y a estar hambriento, a estar sobrado y a padecer penuria. Todo lo puedo en Aquel que me conforta (Ph 4,89).

1340 40. ¿De qué, pues, te alegras, oh gran Pablo? ¿De qué te alegras y de qué te alimentas, oh hombre renovado para el conocimiento de Dios conforme a la imagen del que te creó (Col 3,10), y alma viviente con tan gran continencia, y lengua alada que habla misterios? (1Co 14,2). Porque a tales vivientes tal manjar se les debe. ¿Qué es lo que te alimenta? La alegría. Oiré lo que sigue: Sin embargo, hicisteis bien tomando parte en mí tribulación (Ph 4,141) De esto se goza, de esto se alimenta: porque ellos hicieron bien, no porque fue aliviada la angustia de aquel que os dice: En la tribulación me ensanchasteis (Ps 4,2); porque no sólo abundar, sino padecer penuria sabe en Vos que le confortáis. Porque sabéis también vosotros, filipenses -dice-, que en los comienzos del Evangelio, cuando salí de Macedonia, ninguna Iglesia abrió conmigo cuentas de Haber y Debe, sino vosotros solos; pues ya en Tesalónica una vez y otra vez me enviasteis con qué atender a mis necesidades (Ph 4,15 Ph 16). Gózase, pues, de que ahora hayan vuelto a estas buenas obras, y se alegra de que hayan retoñado, como barbecho que renueva su fertilidad.

1341 41. ¿No será por causa de su propia utilidad, puesto que dice: Me enviasteis para mis necesidades? ¿No será acaso por esto por lo que se alegra?

-No es por esto.

-Y ¿cómo lo sabemos?

-Porque él mismo continúa diciendo: No porque yo busco el don, sino porque deseo el fruto. He aprendido de Vos, Dios mío, a distinguir entre el don y el fruto. Don es la cosa misma que da el que comunica estas cosas necesarias, como es dinero, comida, bebida, vestido, techo, socorro; fruto, empero, es la buena y recta voluntad del donante. Porque no dice solamente el Maestro bueno (
Mt 10,41 Mt 42): El que recibe a un profeta; sino añadió: a título de profeta. Ni dice solamente: El que recibe a un justo; sino añadió: a título de justo: puesto que así es como aquél recibirá recompensa de profeta, y éste recompensa de justo. Ni solamente dice: Quien diere de beber un vaso de agua fría a uno de mis pequeñuelos; sino añadió: sólo que sea a título de discípulo; y así agrega: En verdad os digo que no perderá su recompensa.

El don es recibir a un profeta, recibir a un justo, ofrecer un vaso de agua fría a un discípulo; el fruto es hacerlo a título de profeta, a título de justo, a titulo de discípulo.

Con el fruto es alimentado Elías por la viuda, sabedora de que alimentaba a un varón de Dios; pero con el don era alimentado por el cuervo (); y no el Elías interior, sino el exterior, que también era el que, por falta de tal manjar, podría fenecer.


Capítulo 27: Por qué los peces no se alimentan de los frutos de la tierra.


1342 42. Y por eso diré una cosa que es verdadera en vuestra presencia, Señor. Cuando hombres idiotas e infieles (1Co 14,23) -que para ser iniciados y ganados tienen necesidad de los sacramentos iniciadores y de grandiosos milagros que yo creo designados con el nombre de peces y grandes cetáceos- reciben a vuestros siervos para alimentarlos corporalmente o para ayudarles en alguna necesidad de la vida presente, comoquiera que ignoran por qué motivo se ha de hacer y a qué fin se ordena, ni aquellos les ofrecen, ni éstos reciben mantenimiento; porque ni aquellos lo hacen con santa y recta intención, ni éstos se gozan en sus dones, donde todavía no ven fruto. Porque es así que el alma se mantiene de aquello en que se goza.

Y por eso los peces y cetáceos no comen los alimentos que solamente produce la tierra, ya separada y apartada de la amargura de las ondas marinas.


Capítulo 28: Todas las cosas que hizo Dios eran muy buenas.


1343 43. Y visteis, oh Dios, todas las cosas que hicisteis, y he aquí que eran muy buenas (Gn 1,31); porque también nosotros las vemos, y hallamos que todas son muy buenas. En cada uno de los géneros de vuestras obras, cuando hubisteis dicho que se hiciesen, y fueron hechas, esto y aquello visteis que era bueno. He contado que siete veces está escrito que Vos visteis ser bueno lo que habíais hecho; y esta octava es que visteis las obras todas que hicisteis, y hallasteis que no sólo eran buenas, sino muy buenas, como el conjunto de todas. Porque una por una eran solamente buenas; pero todas juntas son buenas y muy buenas.

Esto dicen también todos los cuerpos hermosos: porque incomparablemente más hermoso es el cuerpo que se compone de miembros todos hermosos, que no cada uno de esos miembros de cuyo ordenadísimo conjunto se completa el todo, por más que singularmente cada uno de ellos sea también hermoso.


Capítulo 29: Dios ve las criaturas en su eternidad.


1344 44. Y puse atención para hallar si siete u ocho veces visteis que eran buenas vuestras obras cuando os agradaron; y en vuestra visión no hallé tiempos por los que entendiese que tantas veces visteis lo que hicisteis; y dije: ¡Oh Señor!, ¿acaso no es verdadera esta vuestra Escritura, siendo así que Vos, veraz y verdad (Jn 3,33 Jn 14,6), la habéis dictado? ¿Por qué, pues, me decís Vos que en vuestra visión no hay tiempos, y esta Escritura vuestra me dice que día por día visteis que las cosas que hicisteis eran buenas; y yo, habiéndolas contado, he hallado cuántas veces?

A esto me decís Vos, porque Vos sois mi Dios (Ps 49,7), y lo decís con voz recia al oído interior de vuestro siervo, rompiendo mí sordera y clamando: ¡Oh hombre!, sin duda lo que mí escritura dice, lo digo Yo; sino que ella habla temporalmente, pero a mí Verbo no tiene acceso el tiempo, porque subsiste en la misma eternidad que Yo. De esta suerte, las cosas que por mí Espíritu veis vosotros, Yo las veo; así como aquellas que por mí Espíritu decís vosotros, Yo las digo. De modo que viéndolas temporalmente vosotros, Yo no las veo temporalmente, así como diciéndolas temporalmente vosotros, Yo no las digo temporalmente.


Capítulo 30: Origen del mundo, según los maniqueos.


1345 45. Y oí, Señor Dios mío, y gusté una gota de la dulzura de vuestra verdad. Y entendí que hay algunos a quienes desagradan vuestras obras; y muchas de ellas afirman que las hicisteis Vos compelido por la necesidad, como la fábrica de los cielos y el ordenamiento de los astros; y eso no de materia creada por Vos, sino que ya habían sido creados en otro lugar y de otro origen; y que Vos los redujisteis y los ajustasteis y coordinasteis cuando de los enemigos vencidos construisteis las murallas de este mundo, para que, aprisionados en esta construcción, no pudiesen rebelarse de nuevo contra Vos. Y que las otras cosas, como son todos los compuestos de carne, y todos los animales diminutos, y todo lo que echa raíces en la tierra, ni lo hicisteis Vos, ni de ninguna manera lo organizasteis, sino una inteligencia enemiga, de naturaleza diversa, no creada por Vos y contraria a Vos, engendró y formó estas cosas en las partes inferiores del mundo. Insensatos, dicen esto porque no por vuestro Espíritu ven vuestras obras ni os conocen en ellas.


Capítulo 31: Las obras de Dios se han de ver con el Espíritu de Dios.


1346 46. Mas aquellos que por vuestro Espíritu las ven, Vos las veis en ellos. Por consiguiente, cuando ellos ven que son buenas, Vos veis que son buenas; y cualesquiera de ellas que por Vos les agradan, Vos os agradáis en ellas; y las que por el Espíritu vuestro nos agradan, a Vos agradan en nosotros. Porque ¿quién de los hombres conoce las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así también las cosas de Dios nadie las conoce sino el Espíritu de Dios. Mas nosotros, dice, no hemos recibido el espíritu de este mundo, sino el espíritu que viene de Dios, para que conozcamos las cosas que Dios graciosamente nos dio (1Co 2,10-12). Y soy amonestado a decir: Ciertamente, ninguno sabe las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios; ¿cómo, pues, sabemos también nosotros las cosas que Dios graciosamente nos dio? Se me responde que las cosas que por su Espíritu sabemos, aun así ninguno las sabe sino el Espíritu de Dios. Porque así como a los que habían de hablar por el Espíritu de Dios se dijo rectamente: No sois vosotros los que habláis (Mt 10,20), así también a los que conocen las cosas por el Espíritu de Dios, rectamente se dice: No sois vosotros los que sabéis. Y, por tanto, a los que ven en el Espíritu de Dios, no menos rectamente se dice: No sois vosotros los que veis; así, todo cuanto en el Espíritu de Dios ven que es bueno, no ellos, sino Dios ve que es bueno.

Una cosa, pues, es que uno piense que es malo lo que es bueno, como los maniqueos mencionados arriba; otra, que lo que es bueno vea el hombre que es bueno, como a muchos agrada vuestra creación porque es buena; a los cuales, sin embargo, no agradáis Vos en ella, por lo cual quieren gozar más de ella que de Vos; y otra, que cuando el hombre ve que una cosa es buena, Dios vea en él que es buena, a fin de que Él sea amado en su obra; y no fuera amado sino por el Espíritu Santo que Él dio; porque la caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (Rm 5,5); por el cual vemos que es bueno lo que de alguna manera es; porque proviene de Aquel que es, no de alguna manera, sino que es, es.



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