Discursos 2006 82

A LA COMUNIDAD DEL COLEGIO "SANTA MARÍA DEL ÁNIMA"

Viernes 12 de mayo de 2006



Queridos hermanos en el sacerdocio;
estimados alumnos del Ánima;
queridos hermanos y hermanas:

La conmemoración de la erección canónica de Santa María del Ánima, acontecida hace 600 años, os trae hoy a la casa del Papa. Os doy una cordial bienvenida a todos aquí, en el Vaticano, y saludo en particular al rector y a los demás responsables de este Instituto pontificio. Lo que comenzó en 1406 con la bula Piae postulatio de mi predecesor Inocencio VII, ha producido abundantes frutos a lo largo de los siglos: el instituto Santa María del Ánima era y es un hogar para los católicos de lengua alemana en Roma, para quienes visitan la ciudad eterna y, sobre todo, para un gran número de fieles cristianos de lengua alemana que viven y trabajan aquí.
También se llama Ánima el colegio para sacerdotes, cuyos huéspedes completan sus estudios en alguna de las universidades pontificias de la Urbe o están al servicio de la Iglesia universal en la Curia romana. Os saludo cordialmente a todos y os doy las gracias por vuestra fidelidad al Sucesor de Pedro, que queréis confirmar con este encuentro.

Desde el comienzo, el Instituto del Ánima se ha distinguido por dos características: la veneración a María, Madre de Dios, y la particular adhesión a la Santa Sede, de la que depende. El hecho de que vuestro instituto y vuestra comunidad veneren a la santísima Virgen con el singular título de Santa María del Ánima, Madre del Alma, tiene un doble significado: María mantiene su mano protectora sobre las almas de los numerosos peregrinos que recorren el camino de la vida, y ha llegado a ser para Roma una importante estación, en muchos casos decisiva.

Al mismo tiempo, este título de María nos recuerda a los difuntos, a quienes en nuestra lengua llamamos "pobres almas" y cuya memoria nos hace tomar conciencia de que todos vamos a morir y de que tenemos una vocación eterna a una vida en la infinidad de la luz y del amor de Dios. Que María, nuestra Madre celestial, mantenga su mano protectora sobre la vida parroquial de la comunidad y del Instituto del Ánima.

Desde que, en el año 1859, mi predecesor el beato Papa Pío IX encomendó a la fundación del Ánima la dirección de un colegio para sacerdotes, este Instituto desempeña una peculiar función eclesiástica de conexión. Los sacerdotes y también los seminaristas que viven en el Ánima pueden percibir la grandeza y la belleza de la Iglesia universal, su catolicidad, y gustar la romanitas Ecclesiae. Confío en que la dirección de esta institución alemana y a la vez romana transmita a los alumnos y a los huéspedes un amor particular por el Sucesor del apóstol san Pedro y por la Santa Sede.

83 La comunidad de lengua alemana de Roma tiene su hogar en la iglesia de Santa María del Ánima, que da a los católicos de los países de lengua alemana la posibilidad de orar y cantar en su propia lengua, y de recibir los sacramentos. Invito a los sacerdotes y a todos los responsables a que en la comunidad del Ánima se dé siempre prioridad a la vida sacramental sobre todas las demás actividades. Aquí, donde los católicos de lengua alemana de Roma buscan y encuentran su hogar espiritual, Jesucristo, el Señor de la Iglesia, quiere habitar en su corazón. Si el Señor ocupa el centro de vuestra vida parroquial, llegaréis a ser cada vez más una comunidad apostólica y misionera, que se irradiará a su alrededor y, sobre todo, a los numerosos visitantes de esta iglesia.

Queridos amigos, que la celebración del 600° aniversario de la erección canónica de Santa María del Ánima sea para todos vosotros un fecundo jubileo espiritual. A la vez que os agradezco vuestro afecto, os imparto de corazón a todos, por intercesión de la santísima Virgen y Madre de Dios, María, mi bendición apostólica.


AL SEÑOR VALENTIN VASSILEV BOZHILOV


NUEVO EMBAJADOR DE BULGARIA ANTE LA SANTA SEDE

Sábado 13 de mayo de 2006



Señor embajador:

Me alegra acoger a su excelencia con ocasión de la entrega de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Bulgaria ante la Santa Sede.

A la vez que le agradezco su cordial felicitación con motivo del primer aniversario de mi pontificado, así como el saludo que me ha transmitido de parte de su excelencia el señor Georgi Parvanov, presidente de la República, le ruego que le exprese los cordiales deseos que formulo para su persona y para todo el pueblo búlgaro. Ruego al Señor en particular por las poblaciones damnificadas recientemente por grandes inundaciones, para que recuperen rápidamente condiciones de vida normales y cuenten con la ayuda de toda la comunidad nacional.

Como usted ha recordado, excelencia, el ejemplo de los hermanos san Cirilo y san Metodio, los primeros evangelizadores de su país, sigue siendo un modelo de diálogo entre las culturas. Gracias a su celo apostólico, la buena nueva de Cristo ha llegado a los habitantes de Europa central y oriental en su propia lengua, y una nueva cultura, alimentada por el Evangelio y la tradición cristiana, ha podido nacer y desarrollarse bajo su impulso, a través de la liturgia, el derecho y las instituciones, hasta convertirse en un bien común de los pueblos eslavos.

Estos dos apóstoles, superando las rivalidades y las discordias de la época, nos mostraron los caminos del diálogo y de la unidad que hay que construir siempre, y, por esta razón, se han convertido también ellos en santos patronos de Europa. Cada año, con ocasión de su fiesta, una delegación de su país visita al Obispo de Roma para recordarlos y seguir manteniendo vínculos de fraternidad y de paz, según su ejemplo y tras sus huellas.

Su país, señor embajador, se prepara actualmente para adherirse a la Unión europea. En razón de su historia y su cultura, el pueblo búlgaro, que sigue haciendo fructificar su herencia cristiana, está llamado a desempeñar un papel importante para contribuir a dar nuevamente a nuestro continente el impulso espiritual que muy a menudo le falta.

Pienso, sobre todo, en la situación de la juventud de nuestros países, que testimonia claramente sus nobles aspiraciones durante las grandes asambleas, como las Jornadas mundiales de la juventud, pero que difícilmente encuentra su lugar en nuestras sociedades, centradas demasiado exclusivamente en el consumo de bienes materiales y en la búsqueda a veces individualista del bienestar, mientras que los jóvenes necesitan valores espirituales y morales para fortalecer su personalidad y prepararse a participar en la construcción de la sociedad.

Su país ciertamente dará su contribución original al edificio común, para que no sea sólo un gran mercado de intercambio de bienes materiales cada vez más abundantes, sino que también tenga un alma, una verdadera dimensión espiritual, que refleje la herencia de tantos testigos del pasado y sea un terreno portador de vida y de creatividad, para suscitar al hombre europeo del futuro. Así, las generaciones jóvenes podrán recuperar la confianza en el porvenir y comprometerse sin temor en proyectos a largo plazo, formando nuevas familias, sólidamente edificadas sobre el matrimonio y abiertas a la acogida de los hijos, aprendiendo a ponerse al servicio del bien común de la sociedad mediante la actividad política, económica y social, y esforzándose por practicar la solidaridad con los menos favorecidos así como con los emigrantes que llegan de otros horizontes buscando un refugio o una nueva oportunidad.

84 En nuestro mundo incierto y agitado, Europa puede llegar a ser testigo y mensajera del diálogo necesario entre las culturas y las religiones. La historia del viejo continente, profundamente marcada por sus divisiones y guerras fratricidas, pero también por sus esfuerzos para superarlas, la invita efectivamente a cumplir esta misión, a fin de responder a las expectativas de tantos hombres y mujeres que aspiran aún, por el bien de los países del mundo, al desarrollo, a la democracia y a la libertad religiosa.

Como usted sabe, la Santa Sede no cesa de actuar para promover, en el lugar que le corresponde, un verdadero diálogo tanto entre las naciones como entre los responsables de las religiones. Ante todo, se trata de frenar la violencia, que se extiende hoy peligrosamente, derribando en especial los muros de la ignorancia y de la desconfianza, que pueden engendrarla. Y, puesto que Europa no puede encerrarse en sí misma, es conveniente asimismo favorecer una mejor distribución de las riquezas del mundo y suscitar un verdadero desarrollo de África, que permita corregir las injusticias del desequilibrio actual entre el Norte y el Sur, factor de tensiones y de amenazas para la paz. No dudo de que su gobierno se esforzará por ser también él mensajero de tolerancia y de respeto mutuo entre las naciones, como usted mismo ha señalado.

Señor embajador, me alegra poder saludar a través de usted a la comunidad católica que vive en Bulgaria, la cual conserva el valioso recuerdo del beato Papa Juan XXIII, que fue delegado apostólico apreciado en su país, y de la memorable visita de mi predecesor el Papa Juan Pablo II.
Conozco el papel importante que desempeña la Iglesia católica en el desarrollo del país, en especial gracias a las obras sociales bajo la guía de la Cáritas, y animo a cada uno a seguir prodigándose activamente al servicio del bien común del país. Invito a los fieles católicos, unidos en torno a sus pastores, a esforzarse por colaborar siempre que sea posible con sus hermanos de la Iglesia ortodoxa búlgara, a cuyos pastores saludo también, para que resplandezca el Evangelio de Dios.
Sepan que pueden contar con el apoyo y la oración del Sucesor de Pedro, para que en el testimonio que dan de Cristo encuentren una alegría y una vitalidad siempre renovadas.

Señor embajador, al comenzar oficialmente su misión ante la Santa Sede, le expreso mis mejores deseos para su feliz cumplimiento. Tenga la seguridad de que siempre encontrará en mis colaboradores una acogida atenta y una comprensión cordial.

Sobre su excelencia, sobre su familia, sobre sus colaboradores de la embajada y sobre todo el pueblo búlgaro invoco de corazón la abundancia de las bendiciones divinas.


A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA

Sábado 13 de mayo de 2006

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado;
queridos hermanos y hermanas:

Es para mí motivo de alegría encontrarme con vosotros al final de la sesión plenaria del Consejo pontificio para la familia, que celebra en estos días su 25° aniversario, pues fue creado por mi venerado predecesor Juan Pablo II el 9 de mayo de 1981. Dirijo a cada uno mi cordial saludo y, en particular, al cardenal Alfonso López Trujillo, a quien doy las gracias por haberse hecho intérprete de los sentimientos comunes.

85 La familia santuario de la vida

Vuestra reunión os ha permitido examinar los desafíos y los proyectos pastorales relacionados con la familia, considerada con razón como iglesia doméstica y santuario de la vida. Se trata de un campo apostólico amplio, complejo y delicado, al que dedicáis energías y entusiasmo con el objetivo de promover el "evangelio de la familia y de la vida". ¡Cómo no recordar, a este respecto, la visión amplia y clarividente de mis predecesores, especialmente de Juan Pablo II, que promovieron con valentía la causa de la familia, considerándola como una institución decisiva e insustituible para el bien común de los pueblos!

Patrimonio de la humanidad

La familia, fundada en el matrimonio, constituye un "patrimonio de la humanidad", una institución social fundamental; es la célula vital y el pilar de la sociedad y esto afecta tanto a creyentes como a no creyentes. Es una realidad por la que todos los Estados deben tener la máxima consideración, pues, como solía repetir Juan Pablo II, "el futuro de la humanidad se fragua en la familia" (Familiaris consortio
FC 86). Además, según la visión cristiana, el matrimonio, elevado por Cristo a la altísima dignidad de sacramento, confiere mayor esplendor y profundidad al vínculo conyugal, y compromete con mayor fuerza a los esposos que, bendecidos por el Señor de la alianza, se prometen fidelidad hasta la muerte en el amor abierto a la vida.

Para ellos, el centro y el corazón de la familia es el Señor, que los acompaña en su unión y los sostiene en la misión de educar a sus hijos hacia la edad madura. De este modo, la familia cristiana coopera con Dios no sólo engendrando para la vida natural, sino también cultivando las semillas de la vida divina donada en el bautismo. Estos son los principios, ya conocidos, de la visión cristiana del matrimonio y de la familia. Los recordé una vez más el jueves pasado en mi discurso a los miembros del Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia.

En el mundo actual, en el que se están difundiendo algunas concepciones equívocas sobre el hombre, sobre la libertad y sobre el amor humano, no debemos cansarnos nunca de volver a presentar la verdad sobre la familia, tal como ha sido querida por Dios desde la creación. Por desgracia, está aumentando el número de separaciones y divorcios, que rompen la unidad familiar y crean muchos problemas a los hijos, víctimas inocentes de estas situaciones.

En especial la estabilidad de la familia está hoy en peligro. Para salvaguardarla con frecuencia es necesario ir contracorriente con respecto a la cultura dominante, y esto exige paciencia, esfuerzo, sacrificio y búsqueda incesante de comprensión mutua. Pero también hoy los cónyuges pueden superar las dificultades y mantenerse fieles a su vocación, recurriendo a la ayuda de Dios con la oración y participando asiduamente en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía. La unidad y la firmeza de las familias ayudan a la sociedad a respirar los auténticos valores humanos y a abrirse al Evangelio. A esto contribuye el apostolado de muchos Movimientos, llamados a actuar en este campo en armonía con las diócesis y las parroquias.

El embrión humano es una persona

Asimismo, hoy un tema muy delicado es el respeto debido al embrión humano, que debería nacer siempre de un acto de amor y ser tratado ya como persona (cf. Evangelium vitae EV 60). Los progresos de la ciencia y de la técnica en el ámbito de la bioética se transforman en amenazas cuando el hombre pierde el sentido de sus límites y, en la práctica, pretende sustituir a Dios Creador. La encíclica Humanae vitae reafirma con claridad que la procreación humana debe ser siempre fruto del acto conyugal, con su doble significado de unión y de procreación (cf. HV 12). Lo exige la grandeza del amor conyugal según el proyecto divino, como recordé en la encíclica Deus caritas est: "El "eros", degradado a puro "sexo", se convierte en mercancía, en simple "objeto" que se puede comprar y vender; más aún, el hombre mismo se transforma en mercancía (...). En realidad, nos encontramos ante una degradación del cuerpo humano" ().

Gracias a Dios, especialmente entre los jóvenes, muchos están redescubriendo el valor de la castidad, que se presenta cada vez más como una garantía segura del amor auténtico. El momento histórico que estamos viviendo exige que las familias cristianas testimonien con valiente coherencia que la procreación es fruto del amor. Ese testimonio estimulará a los políticos y legisladores a salvaguardar los derechos de la familia. Como es sabido, se están acreditando soluciones jurídicas para las así llamadas "uniones de hecho" que, a pesar de rechazar las obligaciones del matrimonio, pretenden gozar de derechos equivalentes. Además, a veces se quiere llegar incluso a una nueva definición del matrimonio para legalizar las uniones homosexuales, atribuyéndoles también el derecho a la adopción de hijos.

El "invierno demográfico"

86 Amplias áreas del mundo están sufriendo el así llamado "invierno demográfico", con el consiguiente envejecimiento progresivo de la población. En ocasiones, las familias se ven amenazadas por el miedo ante la vida, la paternidad y la maternidad. Es necesario volverles a dar confianza para que puedan seguir cumpliendo su noble misión de procrear en el amor. Doy las gracias a vuestro Consejo pontificio pues, a través de encuentros continentales y nacionales, trata de dialogar con quienes tienen responsabilidades políticas y legislativas en este sentido, y se esfuerza por tejer una amplia red de coloquios con los obispos, ofreciendo a las Iglesias locales cursos abiertos a los responsables de la pastoral.

Aprovecho, además, la ocasión para reiterar la invitación a todas las comunidades diocesanas a participar con sus delegaciones en el V Encuentro mundial de las familias, que se celebrará el próximo mes de julio en Valencia, España, en el que, si Dios quiere, tendré la alegría de participar personalmente.

Gracias, una vez más, por el trabajo que realizáis. Que el Señor siga haciéndolo fecundo. Por esto os aseguro mi recuerdo en la oración. Invocando la maternal protección de María, os imparto a todos mi bendición, que extiendo a las familias, para que sigan construyendo su hogar a ejemplo de la Sagrada Familia de Nazaret.


A UN GRUPO DE ALPINISTAS BÁVAROS

Sábado 13 de mayo de 2006



Eminencia;
señor embajador;
queridos "Gebirgsschützen":

Es para mí un motivo de gran alegría recibiros aquí, en el Vaticano, con ocasión de vuestra peregrinación en honor de la Patrona Bavariae. En particular, le doy las gracias a usted, querido cardenal Wetter, a quien me une un vínculo particular al ser mi sucesor inmediato como arzobispo de Munich y Freising, por las cordiales palabras que me ha dirigido también en nombre de todos los presentes.

Hace 90 años, mi predecesor el Papa Benedicto XV, a petición del último rey de Baviera, Luis III, confirmó con la institución de la memoria litúrgica de la Patrona Bavariae la iniciativa del duque Maximiliano de Baviera que, ya 300 años antes, en 1616, había puesto su ducado bajo la protección de la Virgen María, Madre de Dios. El 14 de mayo de 1916 se celebró su fiesta litúrgica por primera vez en Munich. Fue un importante signo de aliento y de esperanza para un país que, en medio del torbellino de la primera guerra mundial, temía mucho por su valioso patrimonio religioso y cultural. Al mismo tiempo, por decirlo así, fue el coronamiento de doce siglos de devoción mariana en Baviera. En efecto, cuando en el año 724 llegó san Corbiniano, ya había una iglesia dedicada a María, que fue el origen de la actual catedral de Freising.

En la celebración anual de la fiesta en honor de la Patrona Bavariae, que tiene lugar el primer domingo de mayo, vosotros, como "Asociación de las compañías de los cuerpos de alpinistas bávaros de los Gebirsschützen" no sólo os ponéis bajo la protección de la gran Patrona de nuestra patria común, sino también a su servicio. Ahora no tenéis ya el deber, como en los siglos pasados, de defender con las armas el país de enemigos externos; sin embargo, hoy se ciernen nuevas amenazas, tal vez más graves aún, porque a menudo no se les reconoce como tales.

Después de dos guerras mundiales hay muchas personas en cierto modo "desarraigadas", que no han conocido nunca el sentido de la patria y no saben cuánta seguridad interior puede dar al hombre el hecho de tener una patria, porque es mucho más que un mero dato geográfico. Para nosotros significa al mismo tiempo un arraigo en la fe cristiana, que ha modelado profundamente Baviera y toda Europa y da a nuestra vida su verdadero sentido. Esta fe ha encontrado, tanto en nuestros Estados federados como en otras regiones, formas particulares de expresión: el esplendor barroco de nuestras iglesias, las humildes cruces de los caminos en medio de los campos, las solemnes procesiones del Corpus Christi, las pequeñas peregrinaciones a los numerosos santuarios, la gran música sacra, los cantos populares alpinos...

87 Habéis asumido la tarea de conservar y defender la cultura popular bávara. Con esta finalidad, estáis al servicio de la Patrona Bavariae. El patrimonio cultural que queréis proteger y cuidar no es un fin en sí mismo, sino que pretende mantener al hombre unido a sus raíces y, donde estas ya no están presentes, llevarlo de nuevo, a través de los signos, a los contenidos, es decir, a todo lo que pueda ser un punto de referencia y de orientación para su vida. La cultura popular bávara, mediante sus diversas formas de expresión, hace visible la alegría profunda e indestructible que Jesús quiso darnos cuando dijo: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10).

Deseo animaros a perseverar firmes en la fidelidad a los valores cristianos, que representan el fundamento de Baviera. Que la santísima Virgen y Madre de Dios, Patrona Bavariae, mantenga siempre su mano protectora sobre todos vosotros. Por su intercesión, os imparto de corazón la bendición apostólica.



A LA ASAMBLEA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA PASTORAL DE LOS EMIGRANTES E ITINERANTES

Lunes 15 de mayo de 2006



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado;
queridos hermanos y hermanas:

Me alegra acogeros con ocasión de la sesión plenaria del Consejo pontificio para la pastoral de los emigrantes e itinerantes. Saludo en primer lugar al señor cardenal Renato Raffaele Martino, al que agradezco las palabras con que ha introducido nuestro encuentro. Saludo asimismo al secretario, a los miembros y a los consultores de este Consejo pontificio, de modo especial a los nombrados recientemente, y dirijo a todos un cordial saludo con el deseo de un trabajo proficuo.

El tema elegido para esta sesión —"Migración e itinerancia desde y hacia los países de mayoría islámica"— concierne a una realidad social que resulta cada vez más actual. Por eso, la movilidad relativa a los países musulmanes merece una reflexión específica, no sólo por la relevancia cuantitativa del fenómeno sino sobre todo porque la identidad islámica es característica tanto desde el punto de vista religioso como cultural. La Iglesia católica es cada vez más consciente de que el diálogo interreligioso forma parte de su compromiso al servicio de la humanidad en el mundo contemporáneo. Esta convicción se ha convertido, como suele decirse, en "el pan de cada día", especialmente para quien trabaja en contacto con los emigrantes, con los refugiados y con las diversas clases de personas itinerantes.

Estamos viviendo tiempos en los que los cristianos están llamados a cultivar un estilo de diálogo abierto sobre el problema religioso, sin renunciar a presentar a los interlocutores la propuesta cristiana de un modo coherente con su propia identidad. Además, cada vez se percibe más la importancia de la reciprocidad en el diálogo, reciprocidad que la instrucción Erga migrantes caritas Christi define con razón como un "principio" de gran importancia. Se trata de una "relación basada en el respeto mutuo" y, antes aún, de una "actitud del corazón y del espíritu" (n. 64). Los esfuerzos que se están realizando en numerosas comunidades para entablar con los inmigrantes relaciones de mutuo conocimiento y estima, que son muy útiles para superar prejuicios y mentalidades cerradas, testimonian cuán importante y delicado es este compromiso.

En su acción de acogida y de diálogo con los emigrantes e itinerantes, la comunidad cristiana tiene como punto de referencia constante a Cristo, que ha dejado a sus discípulos, como regla de vida, el mandamiento nuevo del amor. Por su misma naturaleza, el amor cristiano es preveniente. Por eso todo creyente está llamado a abrir sus brazos y su corazón a cualquier persona, sea cual sea el país de donde provenga, dejando que las autoridades responsables de la vida pública establezcan al respecto las leyes que consideren oportunas para una sana convivencia.

Los cristianos, continuamente estimulados a testimoniar el amor que enseñó el Señor Jesús, deben abrir el corazón especialmente a los pequeños y a los pobres, en quienes Cristo mismo está presente de modo singular. Al obrar así, manifiestan el carácter más distintivo y propio de la identidad cristiana: el amor que Cristo vivió y continuamente transmite a la Iglesia mediante el Evangelio y los sacramentos. Obviamente, es de esperar que también los cristianos que emigran a los países de mayoría islámica encuentren allí acogida y respeto de su identidad religiosa.

88 Queridos hermanos y hermanas, aprovecho de buen grado esta ocasión para agradeceros lo que hacéis por una pastoral orgánica y eficaz en favor de los emigrantes e itinerantes, poniendo al servicio de esta tarea vuestro tiempo, vuestra competencia y vuestra experiencia. A nadie escapa que esta es una vanguardia significativa de la nueva evangelización en el actual mundo globalizado. Os animo a proseguir vuestro trabajo con renovado celo, a la vez que por mi parte os sigo con atención y os acompaño con la oración, para que el Espíritu Santo haga fecundas todas vuestras iniciativas para el bien de la Iglesia y del mundo.

Que vele sobre vosotros María santísima, que vivió su fe como peregrinación en las diversas circunstancias de su existencia terrena. Que la Virgen santísima ayude a todo hombre y a toda mujer a conocer a su Hijo Jesús y a recibir de él el don de la salvación. Con este deseo, os imparto mi bendición a todos vosotros y a vuestros seres queridos.


A LOS EMBAJADORES DE CHAD, INDIA, CABO VERDE, MOLDAVIA Y AUSTRALIA ANTE LA SANTA SEDE

Jueves 18 de mayo de 2006



Excelencias:

Con alegría os doy la bienvenida con motivo de la presentación de las cartas que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros países: Chad, India, Cabo Verde, Moldavia y Australia. Os doy las gracias por haberme transmitido las cordiales palabras de vuestros jefes de Estado, y os pido que les transmitáis mi saludo y mis mejores deseos para sus personas y para su elevada misión al servicio de sus países. A través de vosotros quiero saludar a las autoridades civiles y religiosas de vuestras naciones, así como a todos vuestros compatriotas, pensando de modo particular en las comunidades católicas.

Pertenecéis a la gran familia de diplomáticos que, en todo el mundo, se esfuerzan por tender puentes entre los países, con el objetivo de instaurar y consolidar la paz y fortalecer las relaciones entre los pueblos, tanto en el ámbito de la solidaridad fraterna como en el de los intercambios económicos y culturales con vistas al bienestar de todas las poblaciones del mundo. Esto supone, tanto por vuestra parte como por parte de las autoridades legítimas de los diferentes países del mundo y de las diversas instancias internacionales, una firme voluntad, así como amplitud de miras para no reducir las decisiones que hay que tomar a una respuesta a las urgencias del momento.

En efecto, no basta optar por la paz o por la colaboración entre las naciones para lograr estos objetivos. Hace falta, además, que cada uno se comprometa concretamente, aceptando no buscar únicamente los intereses de los más cercanos o de una clase particular de la sociedad, en detrimento del interés general, sino buscando ante todo el bien común de las poblaciones y de toda la humanidad. En la era de la globalización es importante que la gestión de la vida política no se rija de manera preponderante o únicamente por consideraciones de orden económico, por la búsqueda de una rentabilidad creciente, por una utilización desconsiderada de los recursos del planeta en detrimento de las poblaciones, en especial de las más desfavorecidas, corriendo el riesgo de hipotecar a largo plazo el futuro del mundo.

Asimismo, la paz se arraiga en el respeto de la libertad religiosa, que es un aspecto fundamental y primordial de la libertad de conciencia de las personas y de la libertad de los pueblos. Es importante que, en todo el mundo, cada persona pueda adherirse a la religión que quiera y practicarla libremente y sin miedo, pues nadie puede fundamentar su existencia únicamente en la búsqueda de un bienestar material. Aceptar esa dimensión personal y colectiva tendrá, sin duda alguna, efectos benéficos sobre la vida social, pues amar al Todopoderoso y acogerlo invita a todos a ponerse al servicio de sus hermanos y a construir la paz.

Así pues, aliento a los responsables de las naciones y a todos los hombres de buena voluntad a comprometerse cada vez con mayor decisión en la construcción de un mundo libre, fraterno y solidario, en el que la atención hacia las personas tenga prioridad sobre los meros aspectos económicos. Tenemos el deber de reconocer que somos responsables los unos de los otros, y de la marcha de todo el mundo, pues nadie puede responder, como Caín, a la pregunta de Dios en el libro del Génesis: "¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?".

Al comenzar vuestra misión ante la Santa Sede, permitidme, señores embajadores, expresaros mis mejores deseos. Pido al Todopoderoso que os llene de bendiciones divinas a vosotros, a vuestros seres queridos, a vuestros colaboradores y a todos los habitantes de vuestros países.


A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA

Jueves 18 de mayo de 2006



89 Queridos hermanos obispos italianos:

Me alegra verdaderamente encontrarme esta mañana con todos vosotros, reunidos en vuestra asamblea general. Saludo a vuestro presidente, el cardenal Camillo Ruini, y le agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido interpretando los sentimientos comunes. Saludo a los tres vicepresidentes, al secretario general y a cada uno de vosotros, y os expreso el afecto de mi corazón y la alegría de nuestra comunión recíproca.

Vuestra asamblea trata principalmente acerca de la vida y el ministerio de los sacerdotes, desde la perspectiva de una Iglesia que quiere orientarse cada vez más hacia su fundamental misión evangelizadora. Así continuáis la obra iniciada en la asamblea de noviembre del año pasado en Asís, durante la cual centrasteis vuestra atención en los seminarios y en la formación para el ministerio presbiteral.

En realidad, para nosotros, los obispos, es una tarea esencial estar constantemente cerca de nuestros sacerdotes que, por el sacramento del Orden, participan en el ministerio apostólico que el Señor nos ha encomendado. Es preciso ante todo realizar una atenta selección de los candidatos al sacerdocio, verificando su predisposición personal a asumir los compromisos relacionados con el futuro ministerio; luego, cultivar su formación, no sólo durante los años de seminario, sino también en las fases sucesivas de su vida; preocuparse por su bienestar material y espiritual; ejercer nuestra paternidad hacia ellos con corazón fraterno; y no dejarlos jamás solos en los compromisos del ministerio, en la enfermedad y en la ancianidad, así como en las inevitables pruebas de la vida.

Queridos hermanos en el episcopado, cuanto más cerca estemos de nuestros sacerdotes, tanto más tendrán afecto y confianza en nosotros, disculparán nuestros límites personales, acogerán nuestra palabra y se sentirán solidarios con nosotros en las alegrías y en las dificultades del ministerio.
Unión íntima con Cristo e identificación con él

En el centro de nuestra relación con los sacerdotes, así como de nuestra vida y de la suya, está con toda evidencia la relación con Cristo, la unión íntima con él, la participación en la misión que él recibió del Padre. El misterio de nuestro sacerdocio consiste en la identificación con él, en virtud de la cual nosotros, débiles y pobres seres humanos, por el sacramento del Orden podemos hablar y actuar in persona Christi capitis.

Todo el camino de nuestra vida de sacerdotes sólo puede orientarse a esta meta: configurarnos en la realidad de la existencia y en los comportamientos diarios con el don y el misterio que hemos recibido. En este camino deben guiarnos y confortarnos las palabras de Jesús: "No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (
Jn 15,15). El Señor se pone en nuestras manos, nos transmite su misterio más profundo y personal; quiere que participemos de su poder de salvación. Pero, como es evidente, esto requiere que nosotros, por nuestra parte, seamos de verdad amigos del Señor, que nuestros sentimientos se conformen a sus sentimientos, nuestra voluntad a su voluntad (cf. Ph 2,5), y este es un camino de cada día.

El horizonte de la amistad en la que Jesús nos introduce es la humanidad entera, pues quiere ser para todos el buen Pastor que da su vida (cf. Jn 10,11), y lo subraya con fuerza en el discurso del buen pastor que vino para reunir a todos, no sólo al pueblo elegido, sino a todos los hijos de Dios dispersos. Por eso, también nuestra solicitud pastoral no puede menos de ser universal.
Ciertamente, debemos preocuparnos ante todo por quienes, como nosotros, creen y viven con la Iglesia —es muy importante, aun en esta dimensión de universalidad, que veamos ante todo a los fieles que viven cada día su ser Iglesia con humildad y amor— y, sin embargo, no debemos cansarnos de salir, como nos pide el Señor, "a los caminos y cercas" (Lc 14,13), para invitar al banquete que Dios ha preparado también a los que hasta ahora no lo han conocido, o quizá han preferido ignorarlo.

Queridos hermanos obispos italianos, me uno a vosotros para agradecer a nuestros sacerdotes su entrega continua y a menudo oculta, y para pedirles, con corazón fraterno, que se fíen siempre del Señor y caminen con generosidad y valentía por la senda que conduce a la santidad, confortándonos y sosteniéndonos también a nosotros, los obispos, en el mismo camino.

90 En esta asamblea también os habéis ocupado de la ya próxima Asamblea eclesial nacional, que se celebrará en Verona y en la que también yo, si Dios quiere, tendré la alegría de intervenir. Esa Asamblea, que tiene por tema "Testigos de Jesús resucitado, esperanza del mundo", será un gran momento de comunión para todos los componentes de la Iglesia en Italia. Será posible hacer un balance del camino recorrido durante los últimos años y sobre todo mirar adelante, para afrontar juntos la tarea fundamental de mantener siempre viva la gran tradición cristiana, que es la principal riqueza de Italia.

Con este fin es particularmente acertada la decisión de poner en el centro de la Asamblea a Jesús resucitado, fuente de esperanza para todos: en efecto, a partir de Cristo y solamente a partir de él, de su victoria sobre el pecado y la muerte, es posible responder a la necesidad fundamental del hombre, que es necesidad de Dios, no de un Dios lejano y genérico, sino del Dios que en Jesucristo se manifestó como el amor que salva. Y también es posible proyectar una luz nueva y liberadora sobre los grandes problemas del tiempo actual. Pero esta prioridad de Dios —ante todo, tenemos necesidad de Dios— es de gran importancia.

Así pues, en Verona será preciso centrarse en primer lugar en Cristo, porque en Cristo Dios es concreto, está presente, se muestra; por tanto, centrarse en la misión prioritaria de la Iglesia de vivir en su presencia y de hacer visible al máximo para todos esta misma presencia. Precisamente sobre estas bases examinaréis los diversos ámbitos de la existencia diaria, dentro de los cuales el testimonio de los creyentes debe hacer operante la esperanza que viene de Cristo resucitado: en concreto, la vida afectiva y la familia, el trabajo y la fiesta, la enfermedad y las diferentes formas de pobreza, la educación, la cultura y las comunicaciones sociales, las responsabilidades civiles y políticas.

En efecto, no hay ninguna dimensión del hombre que sea ajena a Cristo. Vuestra atención, queridos hermanos en el episcopado, también en la asamblea actual, se dirige de modo particular a los jóvenes. Me complace recordar con vosotros la experiencia de agosto del año pasado, en Colonia, cuando los jóvenes italianos, acompañados por muchos de vosotros y de vuestros sacerdotes, participaron en grandísimo número e intensamente en la Jornada mundial de la juventud. Ahora se trata de iniciar un itinerario que conducirá a la cita de 2008 en Sydney, expresando el entusiasmo y el deseo de participación de los jóvenes. Así, podrán comprender cada vez mejor que la Iglesia es la gran familia en la que, viviendo la amistad de Cristo, llegamos a ser de verdad libres y amigos entre nosotros, superando las divisiones y las barreras que apagan la esperanza.

Por último, deseo compartir con vosotros la solicitud que os anima con respecto al bien de Italia. Como afirmé en la encíclica Deus caritas est (nn. ), la Iglesia es muy consciente de que "es propia de la estructura fundamental del cristianismo la distinción entre lo que es del César y lo que es de Dios" (cf.
Mt 22,21), es decir, entre el Estado y la Iglesia, o sea, la autonomía de las realidades temporales, como subrayó el concilio Vaticano II en la Gaudium et spes.

La Iglesia no sólo reconoce y respeta esta distinción y autonomía, sino que también se alegra de ella, porque constituyen un gran progreso de la humanidad y una condición fundamental para su misma libertad y el cumplimiento de su misión universal de salvación entre todos los pueblos. Al mismo tiempo, y precisamente en virtud de esa misma misión de salvación, la Iglesia no puede faltar a su deber de purificar la razón mediante la propuesta de su doctrina social, argumentada "a partir de lo que es conforme a la naturaleza de todo ser humano", y de despertar las fuerzas morales y espirituales, abriendo la voluntad a las auténticas exigencias del bien.

Por su parte, una sana laicidad del Estado implica sin duda que las realidades temporales se rijan según sus normas propias, a las cuales, sin embargo, pertenecen también las instancias éticas que encuentran su fundamento en la esencia misma del hombre y, por tanto, remiten en definitiva al Creador. Por consiguiente, en las circunstancias actuales, recordando el valor que tienen para la vida, no sólo privada sino también y sobre todo pública, algunos principios éticos fundamentales, arraigados en la gran herencia cristiana de Europa, y en particular de Italia, no cometemos ninguna violación de la laicidad del Estado, sino que más bien contribuimos a garantizar y promover la dignidad de la persona y el bien común de la sociedad.

Amadísimos obispos italianos, tenemos la obligación de dar un claro testimonio sobre estos valores a todos nuestros hermanos en la humanidad: con él no les imponemos cargas inútiles, sino que les ayudamos a avanzar por el camino de la vida y de la auténtica libertad. Os aseguro mi oración diaria por vosotros, por vuestras Iglesias y por toda la amada nación italiana, y os imparto con gran afecto la bendición apostólica a cada uno de vosotros, a vuestros sacerdotes y a cada familia italiana, especialmente a quienes más sufren y sienten con mayor fuerza la necesidad de la ayuda de Dios.



Discursos 2006 82