Discursos 2005 38

38 Por último, permítame renovar la expresión de mi alta estima hacia los ciudadanos de Malta, un país amado por mis venerados predecesores al igual que por mí. Le expreso de corazón mis mejores deseos de bienestar para toda la población, que acompaño con una especial bendición apostólica, avalada por la oración por usted, por las autoridades, por sus seres queridos y por todos los ciudadanos de su ilustre nación.


AL SEÑOR JOSEPH BONESHA,


NUEVO EMBAJADOR DE RUANDA ANTE LA SANTA SEDE

Jueves 16 de junio de 2005

. Señor embajador:

Me alegra acoger a su excelencia con ocasión de la presentación de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Ruanda ante la Santa Sede. Le doy las gracias a su excelencia por haberme transmitido el saludo de su excelencia el señor Paul Kagamé, presidente de la República. Le ruego que, al volver, le transmita mis mejores deseos para su misión y para todo el pueblo ruandés.

Señor embajador, ha destacado usted que su gobierno está dispuesto a desarrollar cada vez más las relaciones que existen entre la República de Ruanda y la Santa Sede, de cuyo establecimiento se conmemoró el cuadragésimo aniversario en el año 2004. Esta colaboración se funda en la voluntad común, dentro del respeto de las prerrogativas de cada uno, de ofrecer a todos los habitantes sin excepción las condiciones de una convivencia que les permita participar cada vez más en el progreso humano y espiritual de su país, marcado por su historia reciente.

En efecto, el año pasado se celebraron las ceremonias de conmemoración del genocidio, recordando a los ruandeses y al mundo entero el terrible drama acaecido en 1994, que ha dejado profundas heridas en el entramado social, económico, cultural y familiar del país. ¡Cómo no sentirse hoy llamados a trabajar sin descanso en favor de la paz y la reconciliación, a fin de preparar un futuro sereno para las generaciones presentes y futuras! Esto supone ante todo interrogarse en conciencia sobre las causas profundas de esa tragedia, para que arraigue en las mentes y en los corazones el imperioso deber de aprender a vivir como hermanos y rechazar la barbarie en todas sus formas.

Esto requiere también que se garanticen las condiciones de seguridad que permiten un armonioso funcionamiento de las instituciones democráticas. De igual modo, es importante garantizar los derechos fundamentales de todos los ciudadanos, haciendo que accedan a una justicia equitativa, ejercida en plazos convenientes, que sirva a la verdad y evite el miedo, la venganza, la impunidad y las desigualdades. Es de esperar que los esfuerzos actuales para poner en práctica una justicia verdaderamente reconciliadora contribuyan a la consolidación de la unidad nacional y determinen las opciones políticas, económicas y sociales, que favorezcan un desarrollo duradero del país, una dignidad recobrada para todos sus habitantes y una mayor estabilidad en la región de los Grandes Lagos.

He apreciado las palabras con las que su excelencia puso de relieve el papel positivo que ha desempeñado la Iglesia católica en el proceso de reconstrucción nacional. En efecto, la Iglesia está fuertemente implicada en el camino de reconciliación y perdón, mediante las intervenciones de sus obispos, con los que me encontré aquí recientemente, mediante sus numerosas instituciones en el campo caritativo, educativo y sanitario, así como mediante una pastoral orientada a sanar los corazones y ayudarles a descubrir la alegría de vivir como hermanos. En este año dedicado a la Eucaristía, los fieles y los pastores están particularmente interesados en celebrar, el domingo, el sacramento de la unidad, en el que encuentran un vigor nuevo para convertirse en artífices de comunión y de esperanza. Como recordé al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, la Iglesia "no pide ningún privilegio para sí, sino únicamente las condiciones legítimas de libertad y de acción para su misión" (Discurso del 12 de mayo de 2005: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de mayo de 2005, p. 10). Es de desear que un diálogo continuo con las autoridades de su país contribuya a hacer que se perciba cada vez mejor el deseo de la Iglesia católica de participar activamente en el desarrollo humano y espiritual de todos los ruandeses. Estos vínculos de colaboración confiada son necesarios para que cumpla cada vez con mayor eficacia su misión y para trabajar en favor de la fraternidad y la paz, respetando las características específicas de las comunidades humanas y religiosas que componen la nación. La actual elaboración de los acuerdos sobre la educación y sobre la sanidad testimonian la voluntad común de trabajar, dentro del respeto de la misión de cada uno, por la construcción de una nación más unida y solidaria.

En el momento en que inicia su misión ante la Santa Sede, le expreso mis mejores deseos para su feliz cumplimiento. Tenga la seguridad de que entre mis colaboradores encontrará siempre la acogida atenta y comprensiva que pueda necesitar.

Sobre su excelencia, sobre su familia, sobre sus colaboradores, así como sobre todo el pueblo ruandés y sus dirigentes, invoco de todo corazón la abundancia de las bendiciones divinas.


A LOS EMBAJADORES DE AZERBAIYÁN, GUINEA, MALTA,


NUEVA ZELANDA, RUANDA SUIZA Y ZIMBABUE


Jueves 16 de junio de 2005




Excelencias:

39 Me alegra acogeros para la presentación de las cartas que os acreditan como embajadores de vuestros respectivos países: Azerbaiyán, Guinea, Malta, Nueva Zelanda, Ruanda, Suiza y Zimbabue. Os pido que deis las gracias a vuestros jefes de Estado por sus cordiales mensajes y les transmitáis mi respetuoso saludo.

A través de vosotros, quiero saludar fraternalmente a todos los pueblos que representáis, expresándoles mis mejores y más fervientes deseos, y reafirmando a los hombres y a las mujeres de vuestros países que estoy cerca de ellos y oro por ellos. Los invito a comprometerse para crear una humanidad cada vez más fraterna, con una atención renovada a todos, en particular a las personas más pobres y a los excluidos de la sociedad.

En este sentido, nuestro mundo afronta numerosos desafíos, que debe superar para que el hombre prevalezca siempre sobre la técnica, y el justo destino de los pueblos constituya la preocupación primordial de los que han aceptado gestionar los asuntos públicos, no para sí mismos, sino con vistas al bien común. Nuestro corazón no puede estar en paz mientras veamos sufrir a hermanos nuestros por falta de alimento, de trabajo, de vivienda o de otros bienes fundamentales.

Para dar una respuesta concreta al llamamiento que nos hacen nuestros hermanos en la humanidad, debemos afrontar el primero de los desafíos: el de la solidaridad entre las generaciones, la solidaridad entre los países y entre los continentes, para una distribución cada vez más equitativa de las riquezas del planeta entre todos los hombres. Es uno de los servicios fundamentales que los hombres de buena voluntad deben prestar a la humanidad. En efecto, la tierra tiene la capacidad de alimentar a todos sus habitantes, a condición de que los países ricos no se queden con lo que pertenece a todos.

La Iglesia no dejará de recordar que todos los hombres deben estar atentos a una fraternidad humana hecha de gestos concretos, tanto en el ámbito de las personas como en el de los gobiernos y las instituciones internacionales. Por su parte, la Iglesia, que desde los tiempos apostólicos tiene puesta la comunión en el centro de su vida, seguirá ayudando a las poblaciones en todos los continentes, con el apoyo de sus comunidades locales y de todos los hombres de buena voluntad, principalmente en los campos de la educación, la sanidad y los bienes fundamentales. Sé que, por ser diplomáticos, sois particularmente sensibles a este aspecto de la vida social, y que la diplomacia tiene un papel importante que desempeñar.

Al comenzar vuestra misión ante la Sede apostólica, os expreso mis mejores deseos e invoco la abundancia de las bendiciones divinas sobre vosotros mismos, sobre vuestras familias, sobre vuestros colaboradores y sobre las naciones que representáis.


A UNA DELEGACIÓN DEL CONSEJO MUNDIAL DE IGLESIAS

Jueves 16 de junio de 2005



Querido secretario general:

"Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo" (Ph 1,2). Con estas palabras de san Pablo, le doy de buen grado la bienvenida a usted y a los miembros de la delegación del Consejo mundial de Iglesias. Después de tomar posesión como secretario general, usted pensaba visitar a mi amado predecesor el Papa Juan Pablo II. Aunque esta esperanza no se pudo realizar, le doy las gracias por haber representado al Consejo mundial de Iglesias en su funeral, y le expreso mi gratitud por el mensaje que me envió con ocasión de la solemne inauguración de mi ministerio como Obispo de Roma.

Las relaciones entre la Iglesia católica y el Consejo mundial de Iglesias se desarrollaron durante el concilio Vaticano II, en el que dos observadores de Ginebra estuvieron presentes durante las cuatro sesiones. Eso llevó, en 1965, a la creación del Grupo de trabajo conjunto como instrumento de contacto y cooperación permanentes, que promovería el compromiso común de la unidad como respuesta a la oración del Señor: "que todos sean uno" (Jn 17,21). El próximo mes de noviembre tendrá lugar una importante consulta sobre el futuro del Grupo de trabajo conjunto para celebrar el cuadragésimo aniversario de su creación. Espero y pido a Dios que sus objetivos y su metodología de trabajo se clarifiquen ulteriormente con vistas a una comprensión, cooperación y progreso ecuménicos cada vez más eficaces.

En los primeros días de mi pontificado afirmé que mi "compromiso prioritario es trabajar con el máximo empeño en el restablecimiento de la unidad plena y visible de todos los discípulos de Cristo". Esto requiere, además de buenas intenciones, "gestos concretos que penetren en los espíritus y sacudan las conciencias, impulsando a cada uno a la conversión interior, que es el fundamento de todo progreso en el camino del ecumenismo" (Missa pro Ecclesia, 20 de abril de 2005, n. 5: L'Ossevatore Romano, edición en lengua española, 22 de abril de 2005, p. 7).

40 El Papa Juan Pablo II recordó a menudo que el corazón de la búsqueda de la unidad de los cristianos es el "ecumenismo espiritual". Consideraba que su esencia era estar unidos en Cristo: «Creer en Cristo significa querer la unidad; querer la unidad significa querer la Iglesia; querer la Iglesia significa querer la comunión de gracia que corresponde al designio del Padre desde toda la eternidad. Este es el significado de la oración de Cristo: "Ut unum sint"» (Ut unum sint, UUS 9).

Espero que vuestra visita a la Santa Sede haya sido fructífera, fortaleciendo los vínculos de comprensión y amistad entre nosotros. El compromiso de la Iglesia católica de buscar la unidad de los cristianos es irreversible. Por eso, deseo aseguraros que quiere continuar la cooperación con el Consejo mundial de Iglesias. Una vez más, le dirijo una palabra especial de aliento a usted, secretario general, a los miembros del Comité central y a todo el personal, en su esfuerzo por guiar y renovar este importante organismo ecuménico. Os encomiendo en mis oraciones. Tened la seguridad de que contáis siempre con mi buena voluntad. "A vosotros, gracia y paz abundantes" (2P 1,2).


A LOS OBISPOS DE MADAGASCAR EN VISITA "AD LIMINA"

Sábado 18 de junio de 2005



Señor cardenal;
queridos hermanos en el episcopado:

Con alegría os acojo mientras realizáis vuestra visita ad limina a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, manifestando así vuestra comunión con la Sede apostólica. Agradezco al presidente de vuestra Conferencia episcopal, monseñor Fulgence Rabeony, arzobispo de Toliara, su presentación de la situación de la Iglesia en vuestro país. Deseo a todo el pueblo malgache que viva en la paz de Dios y que siga construyendo con valentía una sociedad cada vez más respetuosa del hombre y de su dignidad.

En la vida y el ministerio del obispo, la celebración del misterio pascual de Cristo ocupa un lugar central. En este Año de la Eucaristía, os invito en especial a renovar vuestra fidelidad a Cristo, que no cesa de entregarse a nosotros en este sacramento. Mediante vuestra vida ejemplar y vuestra enseñanza, colaborando activamente entre vosotros, llevad a los fieles a la amistad con Cristo, impulsándolos a vivir una caridad cada vez más generosa con sus hermanos. Así, sostendréis el compromiso de los laicos de vuestras diócesis en la vida pública, en fidelidad a la vocación que han recibido. En efecto, trabajando por el establecimiento de una sociedad más justa y luchando contra la corrupción, la inseguridad y todas las formas de explotación de los más pobres, expresan la solicitud de la Iglesia por el verdadero bien del hombre.

Nuestro ministerio episcopal exige que ayudemos a los fieles que nos han sido encomendados a adquirir una fe iluminada, arraigada en el encuentro íntimo con Cristo. Él debe ser la medida de todo, permitiendo discernir dónde se encuentra la verdad, para afrontar los problemas de hoy con auténtica fidelidad a su enseñanza. Desde esta perspectiva, la inculturación de la fe en la cultura malgache sigue siendo un objetivo importante. Aceptar la modernidad no excluye este arraigo; al contrario, lo exige. Apoyarse en una fe iluminada es indispensable para un progreso auténtico en la búsqueda de la unidad de los discípulos de Cristo. Sin embargo, el establecimiento de relaciones fraternas y confiadas entre ellos debe asumir las exigencias de la identidad católica en la verdad, evitando cualquier gesto que no sólo podría turbar a los fieles, sino también fomentar el relativismo religioso.

En vuestro ministerio, los sacerdotes son vuestros colaboradores más directos. Aun viviendo a veces en condiciones difíciles, muchos son generosos y están cercanos a la población. Tenéis el deber de sostenerlos en sus dificultades, siendo para cada uno un padre y un guía exigente. El anuncio del Evangelio requiere sacerdotes de calidad, tanto desde el punto de vista intelectual como espiritual y moral, que den durante toda su vida un testimonio de fidelidad sin reservas a la persona de Cristo y a su Iglesia. Así pues, os animo vivamente a dar prioridad a una seria formación en los seminarios y a tratar de desarrollar los medios de la formación permanente de los sacerdotes.

Al concluir nuestro encuentro, os pido que saludéis afectuosamente a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a todos los fieles de vuestras diócesis. Los aliento vivamente en el testimonio de fe y caridad que dan de Cristo, en condiciones a menudo muy difíciles, apreciando también el trabajo generoso de los misioneros. Que el Espíritu del Señor sea su esperanza y les conceda contribuir, cada uno según su vocación, al anuncio del Evangelio. Encomendándoos a la intercesión materna de la Virgen María y a la oración de vuestra compatriota beata Victoria Rasoamanarivo, imparto a todos la bendición apostólica.


A LOS MIEMBROS DE LA ROACO



Sala Clementina


Jueves 23 de junio de 2005




Beatitud;
41 venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos miembros y amigos de la ROACO:

Es para mí un placer acogeros hoy a todos vosotros, que habéis venido a Roma para la asamblea anual de la Reunión de las obras para la ayuda a las Iglesias orientales (ROACO). A cada uno le doy una cordial bienvenida. Saludo al cardenal Ignace Moussa Daoud, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales, al secretario, monseñor Antonio Maria Vegliò, y a los colaboradores del dicasterio. Dirijo un saludo especial al cardenal Lubomyr Husar, arzobispo mayor de Lvov, y a todos los que participan en la ROACO con motivo de la atención reservada a sus territorios, comunidades e instituciones.

Desde el inicio del anuncio cristiano, las comunidades cristianas necesitadas y pobres han vivido formas de apoyo por parte de las más favorecidas. En el tiempo presente, marcado con frecuencia por tendencias al individualismo, es aún más necesario que los cristianos den el testimonio de una solidaridad que supere todas las fronteras, para construir un mundo en el que todos se sientan acogidos y respetados. Quienes llevan a cabo esta misión de modo personal o comunitario difunden un amor auténtico, un amor que libera el corazón y lleva por doquier la alegría "que nadie podrá quitar", porque viene del Señor.

Queridos amigos de la ROACO, quisiera daros las gracias por todo lo que hacéis en favor de los hermanos que atraviesan dificultades y, en particular, por los esfuerzos que realizáis para hacer palpable la caridad que une a los cristianos de tradición latina y a los de tradición oriental. Intensificar estos vínculos significa prestar un servicio valiosísimo a la Iglesia universal. Por eso, proseguid ese admirable compromiso o mejor, ensanchad aún más las perspectivas de vuestra acción.

Durante estos días estáis examinando particularmente la situación de la Iglesia greco-católica en Ucrania, cuyo desarrollo continuo, después del triste invierno del régimen comunista, es motivo de alegría y esperanza, entre otras razones porque la antigua y noble herencia espiritual, que custodia la comunidad greco-católica, constituye un verdadero tesoro para el progreso de todo el pueblo ucranio. Por tanto, os digo: sostened su camino eclesial y favoreced todo lo que fomente la reconciliación y la fraternidad entre los cristianos de la amada Ucrania.

Durante vuestros trabajos habéis analizado asimismo la formación de los sacerdotes, los seminaristas y los religiosos pertenecientes a las diversas Iglesias orientales católicas, que estudian en Roma y en sus países de origen. La presencia junto a la Sede de Pedro de cerca de quinientos estudiantes orientales de las Iglesias católicas constituye una oportunidad que conviene valorar.

Al mismo tiempo, advertís justamente que es necesario aumentar al máximo la calidad de las instituciones formativas operantes en las Iglesias orientales; por eso, además del apoyo material, se ha de estimular la actividad formativa, que, por una parte, profundice la genuina tradición local, teniendo en cuenta, como es debido, el progreso orgánico de las Iglesias orientales (cf. Orientalium Ecclesiarum
OE 6) y, por otra, lleve a la auténtica actualización impulsada por el concilio Vaticano II, clausurado hace exactamente cuarenta años.

Queridos miembros de la ROACO, Jerusalén y Tierra Santa, con respecto a las cuales todos los cristianos tienen una deuda inolvidable (cf. Rm 15,27), gozan siempre de vuestra loable solicitud. Algunas señales positivas, que nos han llegado durante los últimos meses, fortalecen la esperanza de que se acerque pronto el día de la reconciliación entre las diversas comunidades existentes en Tierra Santa; y no cesamos de rezar con confianza por esa intención.

Antes de concluir, quisiera renovaros la expresión de mi gratitud por el valioso trabajo que realizáis. Que os acompañen, en vuestra actividad diaria, la constante asistencia divina y la protección materna de la Virgen María, Madre de la Iglesia. A la vez que os aseguro un recuerdo especial en la oración, imparto de corazón a todos la bendición apostólica, que extiendo de buen grado a los organismos eclesiales que representáis y a vuestras familias.


DURANTE LA VISITA AL PRESIDENTE DE ITALIA, CARLO AZEGLIO CIAMPI, EN EL PALACIO DEL QUIRINAL

Viernes 24 de junio de 2005



Señor presidente:

42 Tengo la alegría de devolverle, hoy, la visita cordialísima que usted, en su calidad de jefe del Estado italiano, quiso hacerme el pasado día 3 de mayo con ocasión del nuevo servicio pastoral al que el Señor me ha llamado. Por eso, deseo ante todo darle las gracias y, a través de usted, agradecer al pueblo italiano la cordial acogida que me ha reservado desde el primer día de mi servicio pastoral como Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal. Por mi parte, aseguro ante todo a los ciudadanos romanos, y también a toda la nación italiana, mi compromiso de trabajar con todas mis fuerzas por el bien religioso y civil de los que el Señor ha encomendado a mi solicitud pastoral.

El anuncio del Evangelio, que en comunión con los obispos italianos estoy llamado a realizar en Roma y en Italia, no sólo está al servicio del crecimiento del pueblo italiano en la fe y en la vida cristiana, sino también de su progreso por los caminos de la concordia y la paz. Cristo es el Salvador de todo el hombre, de su espíritu y de su cuerpo, de su destino espiritual y eterno, y de su vida temporal y terrena. Así, cuando su mensaje es acogido, la comunidad civil se hace también más responsable, más atenta a las exigencias del bien común y más solidaria con las personas pobres, abandonadas y marginadas.

Recorriendo la historia italiana, impresionan las innumerables obras de caridad que la Iglesia, con grandes sacrificios, ha puesto en marcha para aliviar todo tipo de sufrimientos. Por esta misma senda la Iglesia quiere proseguir hoy su camino, sin buscar el poder y sin pedir privilegios o posiciones de ventaja social o económica. El ejemplo de Jesucristo, que "pasó haciendo el bien y curando a todos" (
Ac 10,38), es para ella la norma suprema de conducta en medio de los pueblos.

Las relaciones entre la Iglesia y el Estado italiano se fundan en el principio enunciado por el concilio Vaticano II, según el cual "la comunidad política y la Iglesia son entre sí independientes y autónomas en su propio campo. Sin embargo, ambas, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social de los mismos hombres" (Gaudium et spes GS 76). Este principio ya estaba presente en los Pactos Lateraneses, y después fue confirmado en los Acuerdos de modificación del Concordato.

Así pues, es legítima una sana laicidad del Estado, en virtud de la cual las realidades temporales se rigen según sus normas propias, pero sin excluir las referencias éticas que tienen su fundamento último en la religión. La autonomía de la esfera temporal no excluye una íntima armonía con las exigencias superiores y complejas que derivan de una visión integral del hombre y de su destino eterno.

Me complace asegurarle a usted, señor presidente, y a todo el pueblo italiano, que la Iglesia desea mantener y promover un espíritu cordial de colaboración y entendimiento al servicio del crecimiento espiritual y moral del país, al que está unida por vínculos particularísimos, que sería gravemente dañoso, no sólo para ella sino también para Italia, intentar debilitar y romper.

La cultura italiana está íntimamente impregnada de valores cristianos, como se aprecia en las espléndidas obras maestras que la nación ha producido en todos los campos del pensamiento y del arte. Mi deseo es que el pueblo italiano, no sólo no reniegue de la herencia cristiana que forma parte de su historia, sino que la conserve celosamente y haga que continúe produciendo frutos dignos de su pasado. Confío en que Italia, bajo la guía sabia y ejemplar de quienes están llamados a gobernarla, siga cumpliendo en el mundo la misión civilizadora por la que tanto se ha distinguido a lo largo de los siglos. En virtud de su historia y de su cultura, Italia puede dar una contribución valiosísima especialmente a Europa, ayudándole a redescubrir las raíces cristianas que le han permitido ser grande en el pasado y que aún hoy pueden favorecer la unidad profunda del continente.

Como usted, señor presidente, puede comprender bien, no pocas preocupaciones acompañan este inicio de mi servicio pastoral en la cátedra de Pedro. Entre ellas quisiera señalar algunas que, por su carácter universalmente humano, no pueden dejar de interesar también a quien tiene la responsabilidad de los asuntos públicos. Aludo al problema de la protección de la familia fundada en el matrimonio, tal como la reconoce también la Constitución italiana (art. 29), al problema de la defensa de la vida humana desde su concepción hasta su fin natural y, por último, al problema de la educación y consiguientemente de la escuela, lugar indispensable para la formación de las nuevas generaciones.

La Iglesia, acostumbrada a escrutar la voluntad de Dios inscrita en la naturaleza misma de la criatura humana, ve en la familia un valor importantísimo que es preciso defender contra cualquier ataque encaminado a minar su solidez y a poner en tela de juicio su misma existencia.

Por otra parte, en la vida humana la Iglesia reconoce un bien primario, presupuesto de todos los demás bienes, y por eso pide que se respete tanto en su inicio como en su fin, aun destacando el deber de prestar adecuados cuidados paliativos que hagan que la muerte sea más humana.

Por lo que respecta a la escuela, su función se relaciona con la familia como expansión natural de la tarea formativa de esta. A este propósito, respetando la competencia del Estado para promulgar las normas generales sobre la instrucción, no puedo por menos de expresar el deseo de que se respete concretamente el derecho de los padres a una libre elección educativa, sin tener que soportar por eso el peso adicional de ulteriores gravámenes. Confío en que los legisladores italianos, con sabiduría, den a los problemas que acabo de recordar soluciones "humanas", es decir, respetuosas de los valores inviolables que entrañan.

43 Por último, expresando el deseo de un progreso continuo de la nación por el camino del bienestar espiritual y material, me uno a usted, señor presidente, al exhortar a todos los ciudadanos y a todos los componentes de la sociedad a vivir y trabajar siempre con espíritu de auténtica concordia, en un marco de diálogo abierto y de confianza mutua, en el empeño de servir y promover el bien común y la dignidad de todas las personas.

Señor presidente, deseo concluir recordando la estima y el afecto que el pueblo italiano siente por su persona, así como la plena confianza que tiene en el cumplimiento de los deberes que su altísimo cargo le impone. Tengo la alegría de unirme a esta estima afectuosa y a esta confianza, a la vez que lo encomiendo a usted y a su esposa, la señora Franca, así como a los responsables de la vida de la nación y a todo el pueblo italiano, a la protección de la Virgen María, tan intensamente venerada en los innumerables santuarios dedicados a ella. Con estos sentimientos, invoco sobre todos la bendición de Dios, portadora de todo bien deseado.


A LOS OBISPOS DE PAPÚA NUEVA GUINEA E ISLAS SALOMÓN EN VISITA "AD LIMINA"

Sábado 25 de junio de 2005



Queridos hermanos en el episcopado:

1. En el amor de nuestro Señor os doy una cordial bienvenida a vosotros, miembros de la Conferencia episcopal de Papúa Nueva Guinea e islas Salomón, y hago mío el saludo de san Pedro: "A vosotros gracia y paz abundantes" (1P 1,2). Agradezco a mons. Sarego los amables sentimientos que ha expresado en vuestro nombre. Los devuelvo afectuosamente, y os aseguro mis oraciones a vosotros y a los que han sido encomendados a vuestra solicitud pastoral. Recorriendo grandes distancias para visitar las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, "apreciáis cada vez más el inmenso patrimonio de valores espirituales y morales que toda la Iglesia, en comunión con el Obispo de Roma, ha difundido en el mundo entero" (Pastor bonus, Anexo I, 3).

2. Jesucristo sigue atrayendo a los pueblos de vuestras dos naciones isleñas a una fe y a una vida aún más profundas en él. Como obispos, respondéis a su voz preguntándoos cómo puede la Iglesia hacerse instrumento cada vez más eficaz de Cristo (cf. Ecclesia in Oceania, 4). La reciente "asamblea general" nacional en Papúa Nueva Guinea y el "seminario" en las islas Salomón han afrontado esta tarea. Estos dos acontecimientos han ofrecido claros signos de esperanza que incluyen la participación entusiasta de los jóvenes en la misión de la Iglesia, la generosidad excepcional de los misioneros y el florecimiento de vocaciones locales. Al mismo tiempo, no habéis dudado en reconocer las dificultades que siguen afligiendo a vuestras diócesis. Frente a ellas, los fieles esperan que seáis testigos valientes de Cristo, promoviendo la búsqueda de nuevos modos de transmitir la fe, para que la fuerza del Evangelio pueda impregnar los modos de pensar, los criterios de juicio y las normas de actuación (cf. Sapientia christiana, Proemio).

3. Como sabéis, los sacerdotes son y deben ser los colaboradores más íntimos del obispo (cf. Pastores gregis ). El significado particular de la comunión entre un obispo y sus presbíteros exige que os intereséis sinceramente por ellos. Esta relación especial se expresa de un modo más eficaz mediante vuestro esfuerzo continuo por sostener la identidad única de vuestros sacerdotes, impulsar su santificación personal en el ministerio y fomentar una profundización de su compromiso pastoral. La identidad sacerdotal no debe compararse jamás con un título secular o confundirse con un cargo civil o político. Antes bien, configurado a Cristo, que se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo (cf. Ph 2,7-8), el sacerdote vive una vida de sencillez, castidad y servicio humilde, que estimula a los demás con el ejemplo. En el centro del sacerdocio está la celebración diaria y fervorosa de la santa misa. En este Año de la Eucaristía, exhorto a vuestros sacerdotes: sed fieles a este compromiso, que es el centro y la misión de la vida de cada uno de vosotros (cf. Mensaje en la Misa pro Ecclesia, 20 de abril de 2005, n. 4).

La formación adecuada de los sacerdotes y los religiosos es de importancia fundamental para el futuro de la evangelización (cf. Pastores dabo vobis PDV 2). Sé que desde hace bastante tiempo estáis afrontando este asunto con la debida atención. Vuestro interés por el desarrollo humano, espiritual, intelectual y pastoral de vuestros seminaristas, así como de los religiosos y religiosas en formación, dará mucho fruto en vuestras diócesis. Por eso, os aliento a asegurar una esmerada selección de los candidatos, supervisar personalmente vuestros seminarios y trazar programas regulares de formación permanente, tan necesaria para profundizar la identidad sacerdotal y religiosa y para enriquecer el gozoso compromiso del celibato. Por último, a este respecto, ofrezco mis oraciones de profunda gratitud por los que trabajan en los seminarios y en las casas de formación. Decidles que el Santo Padre les agradece su generosidad.

4. Queridos hermanos, vuestros catequistas han hecho suya con gran celo la ardiente convicción de san Pablo: "¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1Co 9,16). Durante el Sínodo para Oceanía muchos de vosotros notasteis con satisfacción que un número cada vez mayor de fieles laicos apreciaban profundamente su deber de participar en la misión evangelizadora de la Iglesia (cf. Ecclesia in Oceania, 19). Para que este celo logre convencer a un número cada vez mayor de creyentes de que "la fe tiene realmente la fuerza de plasmar la misma cultura, penetrando en su mismo corazón" (ib., 20), las prioridades pastorales que habéis identificado, especialmente el matrimonio y la vida familiar estable, requieren oportunos y adecuados programas catequísticos para adultos. Por eso, espero que los fieles de vuestros pueblos profundicen su comprensión de la fe, incrementen su capacidad de expresar su verdad liberadora y den razón de su esperanza (cf. 1P 3,15).

5. Con afecto fraterno os ofrezco estas reflexiones, deseando apoyaros en vuestro deseo de acoger la llamada al testimonio y a la evangelización que brota del encuentro con Cristo, siempre intensificado y profundizado en la Eucaristía (cf. Mane nobiscum Domine, 24). Unidos en vuestro anuncio de la buena nueva de Jesucristo, proseguid con esperanza. Invocando sobre vosotros la intercesión del beato Pedro To Rot, os imparto cordialmente mi bendición apostólica a vosotros, a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos de vuestras diócesis.

PRESENTACIÓN DEL COMPENDIO DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

Martes 28 de junio de 2005




Discursos 2005 38