Discursos 2005 44

44 Amadísimos hermanos y amigos:

1. "Que Dios (...) ilumine los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por él; cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos" (
Ep 1,18).

Este es el deseo que san Pablo eleva al Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, en el pasaje de la carta a los Efesios que acabamos de proclamar.

Nunca agradeceremos suficientemente a Dios, nuestro Padre, este inmenso tesoro de esperanza y de gloria que nos ha regalado en su Hijo Jesús. Debemos dejarnos iluminar continuamente por él, para conocer cada vez más profundamente este misterioso don suyo.

El Compendio del Catecismo de la Iglesia católica, que hoy tengo la gran alegría de presentar a la Iglesia y al mundo en esta celebración orante, puede y debe constituir un instrumento privilegiado para que crezcamos en el conocimiento y en la acogida gozosa de ese don divino.

2. Se presenta después de la publicación del Catecismo de la Iglesia católica, que tuvo lugar en 1992. Desde entonces, se sentía de forma cada vez más generalizada e insistente la exigencia de un catecismo en síntesis, breve, que contuviera todos y únicamente los elementos esenciales y fundamentales de la fe y de la moral católica, formulados de una manera sencilla, accesible a todos, clara y sintética. Precisamente para responder a esta exigencia, durante los últimos veinte años se han realizado, en diversas lenguas y países, numerosos intentos, más o menos logrados, de síntesis del mencionado Catecismo, que han planteado varios problemas no sólo con respecto a la fidelidad y al respeto de su estructura y de sus contenidos, sino también con respecto a la totalidad y la integridad de la doctrina católica.

Por tanto, se sentía cada vez más la necesidad de un texto autorizado, seguro y completo sobre los aspectos esenciales de la fe de la Iglesia, en plena armonía con el citado Catecismo, aprobado por el Papa y destinado a toda la Iglesia.

3. De esa exigencia generalizada se hicieron intérpretes en particular, en octubre de 2002, los participantes en el Congreso catequístico internacional, que presentaron una petición explícita en este sentido al siervo de Dios Juan Pablo II.

Han pasado poco más de dos años desde que mi venerado predecesor decidió, en febrero de 2003, la preparación de dicho Compendio, reconociendo que correspondía no sólo al bien de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares, sino también al del mundo de hoy, sediento de verdad. Han sido dos años de intenso y fructuoso trabajo, en el que han participado también todos los cardenales y los presidentes de las Conferencias episcopales, los cuales, consultados sobre uno de los últimos proyectos del Compendio, dieron, con amplísima mayoría, una valoración muy positiva.

4. Hoy, en esta víspera de la solemnidad de San Pedro y San Pablo, a cuarenta años de la conclusión del concilio ecuménico Vaticano II, siento una gran alegría al entregar este Compendio, aprobado por mí, no sólo a todos los miembros de la Iglesia, significativamente representados aquí, en sus diversos componentes, por todos los que participáis en este solemne encuentro. A través de vosotros, venerados hermanos cardenales, obispos, sacerdotes, catequistas y fieles laicos, deseo entregar idealmente este Compendio también a todas las personas de buena voluntad que deseen conocer las insondables riquezas del misterio salvífico de Jesucristo.

Ciertamente, no se trata de un nuevo Catecismo, sino del Compendio que refleja fielmente el Catecismo de la Iglesia católica, el cual, por tanto, sigue siendo la fuente a la que hay que acudir para comprender mejor el Compendio mismo, y el modelo que hay que contemplar incesantemente para encontrar la exposición armoniosa y auténtica de la fe y de la moral católica, así como el punto de referencia que debe estimular el anuncio de la fe y la elaboración de los catecismos locales. Por consiguiente, el Catecismo de la Iglesia católica mantiene intacta toda su autoridad e importancia, y podrá encontrar, en esa síntesis, un valioso estímulo para que se lo conozca mejor y se lo use como instrumento fundamental de educación en la fe.

45 5. Este Compendio es un anuncio renovado del Evangelio hoy. También por medio de este texto autorizado y seguro, "conservamos con esmero la fe que hemos recibido de la Iglesia -como afirma también san Ireneo, cuya memoria litúrgica celebramos hoy-, porque bajo la acción del Espíritu de Dios, ella, como un perfume de gran valor, contenido en un frasco excelente, rejuvenece continuamente y mantiene siempre joven el mismo frasco en que se conserva" (Adversus haereses, III, 24, 1: SC 264,158-160).

El Compendio presenta la fe de la Iglesia en Cristo Jesús. En efecto, siguiendo la estructura del Catecismo de la Iglesia católica, dividido en cuatro partes, presenta a Cristo profesado como Hijo unigénito del Padre, como perfecto Revelador de la verdad de Dios y como Salvador definitivo del mundo; a Cristo celebrado en los sacramentos, como fuente y apoyo de la vida de la Iglesia; a Cristo escuchado y seguido en obediencia a sus mandamientos, como manantial de existencia nueva en la caridad y en la concordia; y a Cristo imitado en la oración, como modelo y maestro de nuestra actitud orante ante el Padre.

6. Esta fe se expone, en el Compendio, en forma de diálogo. De este modo, como escribí en la introducción al Compendio, se quiere "volver a proponer un diálogo ideal entre el maestro y el discípulo, mediante una estimulante secuencia de preguntas que implican al lector, invitándolo a proseguir el descubrimiento de aspectos siempre nuevos de la verdad de su fe. Este género ayuda también a abreviar notablemente el texto, reduciéndolo a lo esencial y favoreciendo de este modo la asimilación y la eventual memorización de los contenidos" (n. 4). La brevedad de las respuestas favorece la síntesis esencial y la claridad de la comunicación.

7. En el texto también se han insertado imágenes al inicio de la parte o sección respectiva. Se ha hecho así para ilustrar el contenido doctrinal del Compendio: en efecto, las imágenes "proclaman el mismo mensaje que la sagrada Escritura transmite mediante la palabra, y ayudan a despertar y alimentar la fe de los creyentes" (Compendio, n. 240).

Así, la imagen y la palabra se iluminan recíprocamente. El arte "habla" siempre, al menos implícitamente, de lo divino, de la belleza infinita de Dios, reflejada en el Icono por excelencia: Cristo, nuestro Señor, Imagen del Dios invisible.

Las imágenes sagradas, con su belleza, son también anuncio evangélico y manifiestan el esplendor de la verdad católica, mostrando la suprema armonía entre el bien y la belleza, entre la via veritatis y la via pulchritudinis. A la vez que testimonian la secular y fecunda tradición del arte cristiano, estimulan a todos, creyentes y no creyentes, a descubrir y contemplar el fascinante e inagotable misterio de la Redención, dando siempre nuevo impulso al intenso proceso de su inculturación en el tiempo.

Las mismas imágenes se encuentran en las diversas traducciones del Compendio.Esto servirá también para identificar fácilmente y reconocer este texto en la variedad de las lenguas: cada uno de los fieles profesa la única fe en la multiplicidad de los contextos eclesiales y culturales.

8. Al final, el texto incluye también un Apéndice, que contiene algunas oraciones comunes para la Iglesia universal y algunas fórmulas catequísticas de la fe católica.

La oportuna decisión de añadir al final del Compendio algunas oraciones invita a encontrar en la Iglesia un modo común de rezar, no sólo personalmente, sino también en comunidad.

En cada una de las traducciones, la mayor parte de las oraciones se presentarán también en lengua latina. Su aprendizaje, también en esta lengua, facilitará la oración en común de los fieles cristianos pertenecientes a lenguas diversas, especialmente cuando se reúnan en circunstancias particulares.
Como ya dije en 1997, con ocasión de la presentación de la edición típica latina del Catecismo de la Iglesia católica a mi venerado predecesor, "precisamente en la multiplicidad de las lenguas y de las culturas, el latín, durante tantos siglos vehículo e instrumento de la cultura cristiana, no sólo garantiza la continuidad con nuestras raíces, sino que también es muy importante para consolidar los vínculos de la unidad de la fe en la comunión de la Iglesia".

46 9. Doy las gracias, de corazón, a todos los que han trabajado en la realización de esta importante obra, en particular a los cardenales miembros de la Comisión especial, a los redactores y a los expertos: todos han colaborado con gran dedicación y competencia. El Señor Dios, que lo ve todo, los recompense y los bendiga en su infinita benevolencia.

Ojalá que este Compendio, fruto de su esfuerzo, pero sobre todo don que Dios hace a la Iglesia en este tercer milenio, dé nuevo impulso a la evangelización y a la catequesis, de las que dependen "no sólo la extensión geográfica y el aumento numérico de la Iglesia, sino también y más aún su crecimiento interior, su correspondencia con el designio de Dios" (Catecismo de la Iglesia católica
CEC 7).

María santísima y los apóstoles san Pedro y san Pablo sostengan con su intercesión este deseo para el bien de la Iglesia y de la humanidad.

A todos os imparto de corazón mi bendición apostólica.


A LOS MIEMBROS DE LA FAMILIA RELIGIOSA ORIONINA

Martes 28 de junio de 2005



Queridos hermanos y hermanas:

Con gran placer me encuentro con vosotros, la víspera de la solemnidad de San Pedro y San Pablo, apóstoles, y os saludo a todos cordialmente. Gracias por vuestra presencia. Saludo, en primer lugar, a los señores cardenales, a los obispos, a los sacerdotes, a las autoridades y a las diversas personalidades presentes. Saludo, en particular, a don Flavio Peloso, que durante algunos años trabajó en la Congregación para la doctrina de la fe y ahora es superior general de los Hijos de la Divina Providencia, y a sor Maria Irene Bazzotto, madre general de las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad, así como a los representantes del Instituto secular y del Movimiento laical orionino, que forman la familia orionina, organizadora de esta manifestación querida en años lejanos por su mismo fundador, san Luis Orione, quien afirmó: "La fiesta de san Pedro es la fiesta del Papa" (Cartas II, 488).

Saludo, asimismo, al señor Ernesto Olivero, fundador del SERMIG-Arsenal de la paz, al doctor Guido Bertolaso, jefe del departamento de la Protección civil italiana, y a cuantos, también mediante la televisión, se unen a este testimonio de devoción filial al Pastor de la Iglesia de Roma llamado a "presidir en la caridad" (san Ignacio de Antioquía, Carta a los Rom. 1,1).

Queridos amigos, esta tarde habéis organizado una singular "fiesta del Papa" para llevar, como decía don Orione, "a numerosos corazones al corazón del Papa", renovando así vuestro acto de fe y de amor al que la divina Providencia ha querido que fuera Vicario de Cristo en la tierra. Además de la intervención de don Flavio Peloso, a quien doy las gracias cordialmente, he escuchado con gran atención las palabras de san Luis Orione. Habla con mucho afecto de la persona del Papa, reconociendo su papel no sólo en el seno de la Iglesia, sino también al servicio de toda la familia humana.

"Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16,18). Con estas palabras Jesús se dirige a Pedro después de su profesión de fe. Es el mismo discípulo que después lo negará. Entonces, ¿por qué, lo llama "roca"? Desde luego, no por su solidez personal. "Roca" es más bien nomen officii; es decir, no se trata de un título de mérito, sino de servicio, que define una llamada y un cargo de origen divino, para el que nadie está habilitado simplemente en virtud de su carácter y de sus propias fuerzas.

Pedro, que al dudar se hunde en las aguas del lago de Tiberíades, se transforma en la roca sobre la que el divino Maestro funda su Iglesia. Esta es la fe que queréis reafirmar renovando vuestra adhesión al Sucesor de Pedro. Estoy seguro de que también esta gozosa y multiforme manifestación artística y espiritual, para la que habéis venido de varias naciones del mundo, os ayudará a crecer en el amor y en la fidelidad a la Iglesia y en la dócil obediencia a sus pastores, siguiendo las enseñanzas y el ejemplo de vuestro santo fundador. El Papa os agradece vuestras oraciones -las necesito-, y vuestro afecto, y os expresa su aprecio por las numerosas obras de bien que, en Italia y en el mundo, realizáis con espíritu eclesial. "Hacen falta obras de caridad -afirmaba san Luis Orione-; son la mejor apología de la fe católica" (Escritos 4, 280). En efecto, esas obras traducen, y en cierto modo revelan, en la historia humana, la gracia de la salvación, de la que la Iglesia es sacramento para todo el género humano.

47 Esta tarde habéis querido centrar vuestra atención en un aspecto particular del ministerio del Sucesor de Pedro, el de ser "mensajero de paz". Es una tarea específica, que guarda relación con la consigna de Jesús a sus Apóstoles en el Cenáculo: "Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo" (Jn 14,27). El compromiso de la Iglesia en favor de la paz es, ante todo, de índole espiritual. Consiste en indicar que Jesús, el Resucitado, el Príncipe de la paz, está presente, y en educar en la fe, de cuyos manantiales brotan fecundas energías de paz y reconciliación. Debemos dar gracias a Dios por los proyectos y las obras de paz que las comunidades cristianas, los institutos religiosos y las asociaciones de voluntariado realizan con tanta vitalidad en todas las partes del mundo.

¡Cómo no aprovechar vuestra presencia para rendir homenaje a los numerosos y silenciosos "constructores de paz" que, con su testimonio y su sacrificio, se esfuerzan por promover el diálogo entre los hombres, por superar todas las formas de conflicto y división, y por hacer de nuestra tierra una patria de paz y fraternidad para todos los hombres! "Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt 5,9). ¡Cuán actual y necesaria es esta bienaventuranza!

Queridos amigos, seguid ofreciendo, cada uno en su campo y según sus posibilidades, vuestra colaboración a la salvaguardia de la dignidad de todo hombre, a la defensa de la vida humana y al servicio de una firme acción de auténtica paz en todos los ámbitos sociales. Os dirijo esta invitación especialmente a vosotros, queridos jóvenes, que habéis venido en gran número: gracias por vuestro compromiso.

Mi amado predecesor Juan Pablo II, cuya causa de beatificación se inicia precisamente en este momento, solía repetir que los jóvenes sois la esperanza y el futuro de la Iglesia y de la humanidad. Por tanto, ojalá que en el corazón de cada uno crezca cada vez más la voluntad de construir un mundo de paz verdadera y estable.

Encomiendo estos sentimientos a la intercesión de san Luis Orione y sobre todo de la Virgen María, Reina de la paz. Que ella bendiga y apoye los esfuerzos generosos de cuantos se dedican incansablemente a la edificación de la paz sobre los sólidos pilares de la verdad, la justicia, la libertad y el amor. Acompaño estos deseos con la seguridad de un recuerdo especial en la oración, a la vez que de corazón imparto a todos la bendición apostólica



A LOS MIEMBROS DE LA DELEGACIÓN ENVIADA POR EL PATRIARCADO ECUMÉNICO DE CONSTANTINOPLA

Jueves 30 de junio de 2005



Queridos hermanos:

Al acogeros hoy por primera vez, después del inicio de mi pontificado, me alegra saludar en vosotros a la delegación que todos los años Su Santidad Bartolomé I, Patriarca ecuménico, envía para la fiesta de los santos patronos de la Iglesia de Roma. Me dirijo a vosotros con las palabras de san Pablo a los Filipenses: "Colmad mi alegría, siendo todos del mismo sentir, con un mismo amor, un mismo espíritu, unos mismos sentimientos. (...) Tened en vosotros los mismos sentimientos que Cristo" (Ph 2,2-5). El Apóstol, consciente de lo fácil que es sucumbir a la amenaza siempre latente de conflictos y discordias, exhorta a la joven comunidad de Filipos a la concordia y a la unidad. A los Gálatas les recordará con fuerza que toda la ley tiene su plenitud en el único mandamiento del amor; y los exhortará a caminar según el Espíritu, para evitar las obras de la carne -discordias, celos, rencillas, divisiones, disensiones, envidias-, obteniendo así el fruto del Espíritu que es, en cambio, el amor (cf. Ga 5,14-23).

Por tanto, la feliz tradición de asegurar una presencia recíproca en la basílica de San Pedro y en la catedral de San Jorge para las fiestas de San Pedro y San Pablo y de San Andrés es expresión de esta voluntad común de combatir las obras de la carne, que tienden a separarnos, y de vivir según el Espíritu, que promueve el crecimiento de la caridad entre nosotros.

Vuestra visita de hoy y la que la Iglesia de Roma devolverá dentro de algunos meses, testimonian que en Cristo Jesús la fe obra por medio de la caridad (cf. Ga 5,6). Es la experiencia del "diálogo de la caridad", inaugurado en el Monte de los Olivos por el Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras, experiencia que no ha sido vana. En efecto, son numerosos y significativos los gestos realizados hasta ahora: pienso en la abrogación de las condenas recíprocas de 1054, en los discursos, en los documentos y en los encuentros organizados por las Sedes de Roma y Constantinopla. Estos gestos han marcado el camino de los últimos decenios.

¡Cómo no recordar aquí que el Papa Juan Pablo II, de venerada memoria, pocos meses antes de su muerte, en la basílica de San Pedro, intercambió un abrazo fraterno con el Patriarca ecuménico precisamente para dar un fuerte signo espiritual de nuestra comunión en los santos, que ambos invocamos, y para reafirmar el firme compromiso de trabajar sin descanso con vistas a la unidad plena! Ciertamente, nuestro camino es largo y difícil; al inicio estaba marcado por temores y vacilaciones, pero se ha hecho cada vez más ágil y consciente. En este camino ha crecido la esperanza de un sólido "diálogo de la verdad" y de un proceso de clarificación teológica e histórica, que ya ha dado frutos apreciables.

48 Con palabras del apóstol san Pablo debemos preguntarnos: "¿Habéis pasado en vano por tales experiencias?" (Ga 3,4). Se siente la necesidad de unir las fuerzas, sin escatimar energías, para que el diálogo teológico oficial, iniciado en 1980, entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas en su conjunto, se reanude con renovado vigor.

A este propósito, queridos hermanos, quisiera expresar mis sentimientos de gratitud a Su Santidad Bartolomé, que se está prodigando para reactivar los trabajos de la Comisión mixta internacional católico-ortodoxa. Deseo asegurarle que tengo la firme voluntad de apoyar y estimular esta acción. La investigación teológica, que debe afrontar cuestiones complejas y encontrar soluciones no restrictivas, es un compromiso serio, al que no podemos renunciar.

Si es verdad que el Señor llama con fuerza a sus discípulos a construir la unidad en la caridad y en la verdad; si es verdad que la llamada ecuménica constituye una apremiante invitación a reedificar, en la reconciliación y en la paz, la unidad, gravemente dañada, entre todos los cristianos; si no podemos ignorar que la división hace menos eficaz la santísima causa del anuncio del Evangelio a todas las gentes (cf. Unitatis redintegratio UR 1), ¿cómo podemos renunciar a la tarea de examinar con claridad y buena voluntad nuestras diferencias, afrontándolas con la íntima convicción de que hay que resolverlas? La unidad que buscamos no es ni absorción ni fusión, sino respeto de la multiforme plenitud de la Iglesia, la cual, de acuerdo con la voluntad de su fundador, Jesucristo, debe ser siempre una, santa, católica y apostólica.

Esta consigna tuvo plena resonancia en la intangible profesión de fe de todos los cristianos, el Símbolo elaborado por los padres de los concilios ecuménicos de Nicea y Constantinopla (cf. Slavorum Apostoli, 15). El concilio Vaticano II reconoció con lucidez el tesoro que posee Oriente y del que Occidente "ha tomado muchas cosas"; recordó que los dogmas fundamentales de la fe cristiana fueron definidos por los concilios ecuménicos celebrados en Oriente; exhortó a no olvidar cuántos sufrimientos ha padecido Oriente por conservar su fe. La enseñanza del Concilio ha inspirado el amor y el respeto a la tradición oriental, ha impulsado a considerar al Oriente y al Occidente como teselas que forman juntas el rostro resplandeciente del Pantocrátor, cuya mano bendice toda la oikoumene. El Concilio fue aún más allá, al afirmar: "No hay que admirarse de que a veces unos hayan captado mejor que otros y expongan con mayor claridad algunos aspectos del misterio revelado, de manera que hay que reconocer que con frecuencia las varias fórmulas teológicas, más que oponerse, se complementan entre sí" (Unitatis redintegratio UR 17).

Queridos hermanos, os pido que transmitáis mi saludo al Patriarca ecuménico, informándole de mi propósito de proseguir con firme determinación en la búsqueda de la unidad plena entre todos los cristianos. Queremos continuar juntos por la senda de la comunión, y juntos realizar nuevos pasos y gestos, que lleven a superar las incomprensiones y divisiones que aún perduran, recordando que "para restaurar la comunión y la unidad es preciso "no imponer ninguna otra carga más que la necesaria" (Ac 15,28)" (ib., UR 18).

Gracias, de corazón, a cada uno de vosotros por haber venido de Oriente a rendir homenaje a san Pedro y san Pablo, a los que veneramos juntamente. Que su constante protección y, sobre todo, la intercesión materna de la Theotókos, guíen siempre nuestros pasos.

"Hermanos, que la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu" (Ga 6,18).


Julio 2005



A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE ZIMBABUE EN VISITA "AD LIMINA"

Sábado 2 de julio de 2005



Queridos hermanos en el episcopado:

"Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo" (Ep 1,2). Os doy una afectuosa bienvenida, obispos de Zimbabue, con ocasión de vuestra visita quinquenal ad limina Apostolorum.Quiera Dios que vuestra peregrinación a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, y este encuentro con el Sucesor de Pedro, sean para todos vosotros un impulso a una unidad cada vez mayor en la causa del Evangelio y en el servicio al reino de Cristo. Ojalá que estos días también os brinden una valiosa oportunidad de apartaros de vuestras urgentes preocupaciones pastorales, para dedicar tiempo al Señor (cf. Mt 6,31) en la oración y en el discernimiento espiritual, de modo que podáis reanudar con renovado entusiasmo vuestro ministerio de heraldos de la palabra de Dios y pastores de su pueblo en vuestra patria.

Las recientes elecciones en Zimbabue han puesto las bases para lo que espero sea un nuevo comienzo en el proceso de reconciliación nacional y de reconstrucción moral de la sociedad. Aprecio la significativa contribución al proceso electoral que habéis dado a los fieles católicos y a todos vuestros compatriotas con vuestra Declaración pastoral conjunta publicada el año pasado.
49 Como habéis afirmado con acierto en dicha Declaración, la responsabilidad por el bien común exige que todos los miembros de la comunidad política colaboren a fin de poner firmes cimientos morales y espirituales para el futuro de la nación. Con la publicación de la Declaración y de vuestra más reciente Carta pastoral "El grito de los pobres", habéis hecho que la sabiduría del Evangelio y la rica herencia de la doctrina social de la Iglesia influyeran en el modo de pensar y en los criterios prácticos de los fieles laicos, tanto en su vida diaria como en sus esfuerzos por actuar como miembros honrados de la comunidad.

En el ejercicio de vuestro ministerio episcopal de enseñanza y gobierno, os animo a seguir teniendo un liderazgo claro y unido, fundado en una fe inquebrantable en Jesucristo y en la obediencia a "la palabra de la verdad, el evangelio de la salvación" (
Ep 1,13). En vuestra predicación y en vuestra enseñanza los fieles deberían poder escuchar la voz del Señor mismo, una voz que habla con autoridad de lo que es justo y verdadero, de paz y justicia, de amor y reconciliación, una voz que puede consolarlos en medio de sus problemas y mostrarles el camino de la esperanza.

En medio de las dificultades del momento presente, la Iglesia en Zimbabue puede alegrarse nuevamente de la presencia de tantas comunidades fervientes en la fe, de un notable número de vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa, y de la presencia de un laicado comprometido, que se dedica a diversas obras de apostolado. Estos dones de la gracia de Dios son un consuelo y a la vez un desafío con vistas a una catequesis cada vez más profunda e integrada, orientada a formar a los fieles para que vivan plenamente su vocación cristiana. "En todos los sectores de la vida eclesial la formación es de capital importancia" para el futuro de la Iglesia en África (Ecclesia in Africa ). Por esta razón, os aliento a trabajar juntos para garantizar una preparación catequística adecuada y completa a todos los fieles, y a dar los pasos necesarios para impartir una educación más sistemática a los catequistas.

Asimismo, es preciso ayudar a los futuros sacerdotes a presentar la plenitud de la fe católica de un modo que afronte y responda verdaderamente a las dificultades, a los interrogantes y a los problemas de la gente. Los seminarios nacionales necesitan un apoyo concreto en su ardua tarea de proporcionar a los seminaristas una adecuada formación humana, espiritual, doctrinal y pastoral; y al clero más joven, en los primeros años de su ministerio sacerdotal, le ayudaría mucho un programa de acompañamiento espiritual, pastoral y humano, bajo la dirección de sacerdotes expertos y ejemplares. Vuestra solicitud por una correcta catequesis y una educación religiosa integral debe extenderse también al sistema de las escuelas católicas, cuya identidad religiosa debe fortalecerse, no sólo por el bien de sus alumnos, sino también de toda la comunidad católica en vuestro país.

Queridos hermanos en el episcopado, en unión con el Sucesor de Pedro y el Colegio de los obispos, habéis sido enviados como testigos de la esperanza que nos ofrece el Evangelio de Jesucristo (cf. Pastores gregis ). Al volver a vuestra patria fortalecidos en la fe y en el vínculo de la comunión eclesial, os pido que cooperéis generosamente al servicio del Evangelio, para que la luz de la palabra de Dios resplandezca cada vez más en la mente y en el corazón de los católicos de Zimbabue, infundiéndoles un amor más profundo a Cristo y un compromiso más firme en favor de la extensión de su reino de santidad, justicia y verdad.

Con gran afecto os encomiendo a vosotros, a los sacerdotes, a los religiosos y a los laicos de vuestras diócesis a la intercesión amorosa de María, Madre de la Iglesia, y de corazón os imparto mi bendición apostólica como prenda de alegría y paz en el Señor.



A UNA PEREGRINACIÓN DE LA ARCHIDIÓCESIS DE MADRID

Lunes 4 de julio de 2005



Queridos hermanos y hermanas:

Os doy mi más cordial bienvenida a este encuentro, en primer lugar al Señor Cardenal Antonio María Rouco Varela, Arzobispo de Madrid, a sus Obispos Auxiliares y demás miembros de la asamblea sinodal, acompañados de tantos fieles laicos que han participado en los grupos de oración y reflexión sobre el gran tema y objetivo del Sínodo: La transmisión de la fe, vivida y realizada en la comunión de la Iglesia.

En la solemnidad de Pentecostés de este Año dedicado a la Eucaristía se ha clausurado el tercer Sínodo Diocesano, que se ha propuesto renovar la fe y la comunión entre los miembros de la Iglesia en Madrid. La comunidad eclesial ha tomado conciencia de ser “familia en la fe”, una familia unida por un vínculo profundo y misterioso que congrega a las más diversas realidades y se convierte, por la presencia de Dios en ella, en signo de unidad para toda la sociedad. Es una comunidad católica, y católica quiere decir precisamente que es una asamblea abierta, depositaria de un mensaje con vocación universal, destinado a todo ser humano. Es una comunidad que armoniza y hace concordes a personas de distintas proveniencias y formas de vida. Y esta comunidad católica peregrina hoy a Roma como signo de comunión con el sucesor de Pedro y, por tanto, con la Iglesia universal.

Como en un nuevo Pentecostés, el Espíritu Santo ha infundido en los corazones un nuevo ardor misionero, una intensa solicitud por quienes hoy viven en vuestra comunidad diocesana; personas con nombres y apellidos, con sus inquietudes y esperanzas, sus sufrimientos y dificultades. A partir de la experiencia sinodal, habéis sido enviados para “dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista” (Lc 4,18). En una sociedad sedienta de auténticos valores humanos y que sufre tantas divisiones y fracturas, la comunidad de los creyentes ha de ser portadora de la luz del Evangelio, con la certeza de que la caridad es ante todo comunicación de la verdad.

50 Con este fin, la Iglesia en Madrid quiere estar presente en todos los campos de la vida cotidiana, y también a través de los medios de comunicación social. Es un aspecto importante porque el Espíritu nos impulsa a hacer llegar a cada hombre y cada mujer el Amor que Dios Padre mostró en Jesucristo. Este amor es solícito, generoso, incondicional, y se ofrece no sólo a los que escuchan al mensajero, sino también a los que lo ignoran o rechazan. Cada uno de los fieles tiene que sentirse llamado para ir, como enviado de Cristo, en busca de quienes se han alejado de la comunidad, como aquellos discípulos de Emaús que habían cedido al desencanto (cf. Lc 24,13-35). Hay que ir hasta los confines de la sociedad para llevar a todos la luz del mensaje de Cristo sobre el sentido de la vida, de la familia y de la sociedad, llegando a las personas que viven en el desierto del abandono y de la pobreza, y amándoles con el Amor de Cristo Resucitado. En todo apostolado, y en el anuncio del Evangelio, como dice San Pablo, “si no tengo amor, nada soy” (1Co 13,2).

Queridos hermanos y hermanas, siguiendo las pautas del Sínodo, procurad alimentaros espiritualmente con la oración y con una intensa vida sacramental; profundizad en el conocimiento personal de Cristo y caminad con todas vuestras fuerzas hacia la santidad, el “alto grado de vida cristiana”, como decía el querido Juan Pablo II.

Que María santísima obtenga como don para todos los miembros de la archidiócesis de Madrid la fidelidad total a Cristo y a su Iglesia, y que ella os guíe siempre en vuestro camino postsinodal. Por mi parte, os acompaño en la oración, a la vez que con afecto os imparto la Bendición Apostólica, que hago extensiva a toda la comunidad diocesana.


A LOS SOCIOS DEL CÍRCULO DE SAN PEDRO

Jueves 7 de julio de 2005



Queridos amigos:

Me alegra acogeros y os saludo de corazón. Extiendo mi cordial saludo a vuestros familiares y a los que cooperan con vosotros en las diversas actividades del Círculo de San Pedro. En particular, saludo a vuestro presidente, el marqués Marcello Sacchetti, al que agradezco las palabras que me ha dirigido amablemente en nombre de todos vosotros, así como a vuestro consiliario, monseñor Franco Camaldo, recientemente llamado a este encargo. La misión que cumplís con admirable empeño es valiosa. Además del servicio litúrgico, os preocupáis por ir al encuentro de los pobres y llevar alivio a los enfermos y a los que sufren. Al obrar así, imitáis al "buen samaritano" y testimoniáis de manera concreta el impulso misionero y el amor evangélico, que debe distinguir a todo auténtico discípulo de Cristo. Como cada año, habéis venido hoy a entregar al Papa el óbolo de San Pedro, que constituye un signo ulterior de vuestra generosa apertura a los hermanos en dificultades. Al mismo tiempo, es una significativa participación en el esfuerzo de la Sede apostólica por responder a las necesidades cada vez mayores de la Iglesia, especialmente en los países más pobres.

Queridos hermanos y hermanas, es la primera vez que me encuentro con vosotros desde que Dios me llamó a desempeñar en la Iglesia el ministerio petrino, pero conozco bien y desde hace tiempo vuestro servicio, animado por una fidelidad convencida y una dócil adhesión al Sucesor de Pedro.
Os pido que me acompañéis, ante todo, con la oración. Haced que la oración sea el alimento diario de vuestra vida, con frecuentes pausas de meditación y de escucha de la palabra de Dios, y con la participación activa en la santa misa. Es importante que la existencia del cristiano se centre en la Eucaristía. A esto nos invita el Año de la Eucaristía que, por voluntad de mi amado predecesor el siervo de Dios Juan Pablo II, se está celebrando en todas las comunidades eclesiales. En efecto, no debemos olvidar nunca que el secreto de la eficacia de todos nuestros proyectos es Cristo, y nuestra vida debe estar animada por su acción renovadora. Debemos poner bajo su mirada todas las expectativas y las necesidades del mundo. Queridos amigos, es preciso presentar en particular a Jesús, a quien adoramos en la Eucaristía, los sufrimientos de los enfermos que vais a visitar, la solicitud por los jóvenes y ancianos con los que os encontráis, los temores, las esperanzas y las perspectivas de toda la existencia. Así, con esta actitud interior, os será más fácil realizar vuestra vocación cristiana y salir al encuentro de cuantos viven en condiciones de pobreza o abandono, testimoniándoles la presencia consoladora de Cristo.

Queridos amigos, os expreso mi aprecio por el servicio que prestáis a la Iglesia y os encomiendo a vosotros y a vuestras familias a la protección celestial de la Virgen María y de vuestros santos protectores. Por mi parte, os aseguro que oro por vosotros, aquí presentes, por cuantos os apoyan en las diversas iniciativas, y por aquellos con quienes os encontráis en vuestro apostolado, a la vez que con afecto imparto a todos una especial bendición apostólica.


A LOS SACERDOTES DE LA DIÓCESIS DE AOSTA,


EN LA IGLESIA PARROQUIAL DE INTROD

Lunes 25 de julio de 2005



Excelencia;
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