Discursos 2005 59

SALUDO DEL PAPA BENEDICTO XVI


A LA POBLACIÓN DE CASTELGANDOLFO

Jueves 28 de julio de 2005



Queridos hermanos y hermanas:

Acabo de llegar del Valle de Aosta. He pasado en la montaña dos semanas bellísimas, pero ahora me alegra estar con vosotros aquí, en la residencia de los Papas.

Ahora, durante más de un mes, seré vuestro conciudadano y para mí es una alegría estar en esta ciudad pequeña pero bellísima, vivir con vosotros y ver todas las bellezas situadas en los alrededores de la antigua Roma.

Gracias por vuestro afecto y por vuestra amistad. Os imparto mi bendición apostólica.

Después de bendecir a los fieles presentes, añadió:

Gracias por vuestra acogida. Nos veremos a menudo. Gracias y hasta la vista.

Agosto de 2005VIAJE APOSTÓLICO A COLONIA


CON MOTIVO DE LA XX JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD


CEREMONIA DE BIENVENIDA


EN EL AEROPUERTO INTERNACIONAL DE COLONIA/BONN

Jueves 18 de agosto de 2005

: Señor presidente del República;
ilustres autoridades políticas y civiles;
60 señores cardenales y venerados hermanos en el episcopado;
queridos ciudadanos de la República federal,
queridísimos jóvenes:

Con inmensa alegría me encuentro hoy, por vez primera después de mi elección a la Cátedra de Pedro, en mi querida patria, Alemania. Sólo puedo repetir lo que afirmé durante una entrevista concedida a Radio Vaticano: considero un amoroso gesto de reconciliación que, sin que yo lo haya querido, mi primer viaje fuera de Italia se realice a mi patria, a Colonia, en un momento, en un lugar y en una ocasión en que se reúnen jóvenes de todo el mundo, de todos los continentes, en que desaparecen las fronteras entre los continentes, entre las culturas, entre las razas y entre las naciones, porque todos somos uno gracias a la estrella que ha brillado para nosotros: la estrella de la fe en Jesucristo, que nos une y nos muestra el camino, de forma que todos podamos constituir una gran fuerza de paz más allá de todos los confines y de todas las divisiones. Por eso, agradezco de corazón a Dios que me haya concedido comenzar aquí mis viajes pastorales, en mi patria y en una ocasión tan propiciadora de paz.

Así pues, como ha dicho usted, señor presidente, llego a Colonia con una continuidad más profunda con mi grande y amado predecesor, Juan Pablo II, que tuvo la intuición ?podría decir, la inspiración? de las Jornadas mundiales de la juventud, y que así no sólo creó una ocasión de excepcional significado religioso y eclesial, sino también humano, que acerca a los hombres entre sí, más allá de los confines, y contribuye a edificar un futuro común.

Estoy sinceramente agradecido a todos los aquí presentes por la cordial acogida que se me ha dispensado. Saludo con deferencia ante todo al presidente de la República federal, señor Horst Köhler, al que agradezco las corteses palabras de bienvenida que me ha dirigido con todo el corazón. No sabía que un economista podía ser también filósofo y teólogo. ¡Gracias de corazón!
Extiendo mi respetuoso reconocimiento a los representantes del Gobierno, a los miembros del Cuerpo diplomático y a las autoridades civiles y militares; al canciller federal, al presidente de Renania del norte-Westfalia, y a todas las autoridades aquí presentes.

Saludo también con afecto fraterno al pastor de la archidiócesis de Colonia, el cardenal Joachim Meisner, así como a los demás prelados, al presidente de la Conferencia episcopal alemana, el cardenal Lehmann, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a todos los que prestan su valiosa colaboración en las diversas actividades pastorales en las diócesis de lengua alemana. Quisiera abrazar espiritualmente y con afecto en este momento a todos los habitantes de los diversos Länder de la República federal de Alemania.

En estos días de preparación más inmediata para la Jornada mundial de la juventud, las diócesis de Alemania, y en particular la diócesis y la ciudad de Colonia, se han animado con la presencia de tantos jóvenes, procedentes de las diversas partes del mundo. Doy las gracias a todos los que han prestado una colaboración eficiente y generosa para organizar este acontecimiento eclesial de alcance mundial. Pienso en las parroquias, los institutos religiosos, las asociaciones, las organizaciones civiles y las personas privadas, apreciando la sensibilidad demostrada al dar una cálida y adecuada hospitalidad a los millares de peregrinos que han venido desde todos los continentes. Es hermoso que en estas ocasiones reviva la virtud ?casi desaparecida? de la hospitalidad, que pertenece a las virtudes originarias del hombre, y así puedan reunirse personas de todas las condiciones.

La Iglesia que vive en Alemania, así como toda la población de la República federal alemana, pueden enorgullecerse de una amplia y enraizada tradición de apertura mundial, como lo demuestran también las numerosas iniciativas de solidaridad, especialmente en favor de los países en vías de desarrollo.

Con este espíritu de sensibilidad y de acogida para con los que provienen de tradiciones y culturas diferentes, nos preparamos para vivir en Colonia la Jornada mundial de la juventud. El encuentro de tantos jóvenes con el Sucesor de Pedro es un signo de la vitalidad de la Iglesia. Me siento dichoso de estar entre los jóvenes, de apoyar su fe y, si Dios quiere, de animar su esperanza. Al mismo tiempo, estoy seguro de recibir algo de los jóvenes: su entusiasmo, su sensibilidad y su disponibilidad me sostendrán y me infundirán valentía para proseguir mi camino al servicio de la Iglesia como Sucesor de Pedro y para afrontar los desafíos del futuro. A todos vosotros, aquí presentes, y a cuantos en estas jornadas ricas de acontecimientos han acogido a personas de otras partes del mundo, les envío desde ahora mi más cordial saludo.

61 Además de los intensos momentos de oración, de reflexión y de fiesta con los jóvenes y con cuantos participarán en las múltiples manifestaciones programadas, tendré la oportunidad de encontrarme con los obispos, a los cuales dirijo ya desde ahora mi saludo fraterno. Me reuniré luego con los representantes de las otras Iglesias y comunidades eclesiales. Visitaré la Sinagoga para encontrarme con la comunidad judía, y acogeré también a los representantes de algunas comunidades islámicas. Se trata de encuentros importantes para impulsar el camino de diálogo y cooperación en el empeño común de construir un futuro más justo y fraterno, que sea realmente digno del ser humano. Todos sabemos cuán necesario es buscar este camino, cuánta necesidad tenemos de este diálogo y de esta cooperación.

En el curso de esta Jornada mundial de la juventud reflexionaremos juntos sobre el tema: "Hemos venido a adorarlo" (
Mt 2,2). No se puede desaprovechar esta oportunidad para profundizar en el sentido de la existencia humana como "peregrinación" realizada, como camino recorrido con la guía de la "estrella" en busca de Dios. Nos fijaremos juntos en los Magos, los cuales nunca se imaginaron que un día serían peregrinos incluso después de su muerte, que sus reliquias serían llevadas en peregrinación a Colonia.

Contemplaremos a estos personajes que, viniendo de tierras diferentes y lejanas, fueron de los primeros en reconocer en Jesucristo, en el Hijo de la Virgen María, al Mesías prometido, y en postrarse ante él (cf. Mt 2,1-12). La comunidad eclesial y la ciudad de Colonia están especialmente vinculadas a la memoria de estos personajes emblemáticos. Como los Magos, todos los creyentes, y particularmente los jóvenes, están llamados a afrontar el camino de la vida buscando la verdad, la justicia y el amor. Debemos buscar esta estrella, debemos seguirla.

Es un camino cuya meta definitiva sólo se puede alcanzar mediante el encuentro con Cristo, un encuentro que no se realiza sin la fe. En este camino interior pueden ayudar los múltiples signos que la amplia y rica tradición cristiana ha dejado de manera indeleble en esta tierra de Alemania: desde los grandes monumentos históricos hasta las innumerables obras de arte diseminadas por su territorio, desde los documentos conservados en las bibliotecas hasta las tradiciones vividas con gran participación popular, desde los conceptos filosóficos hasta la reflexión teológica de tantos pensadores, desde la herencia espiritual hasta la experiencia mística de multitud de santos. Es un rico patrimonio cultural y espiritual que, todavía hoy, da testimonio en el corazón de Europa de la fecundidad de la fe y de la tradición cristiana, que debemos hacer revivir, porque encierra una nueva fuerza para el futuro.

En particular, la diócesis y la región de Colonia conservan la memoria viva de grandes testigos, que, por decirlo así, están presentes en la peregrinación iniciada por los tres Magos. Pienso en san Bonifacio, en santa Úrsula, en san Alberto Magno y, en tiempos más recientes, en santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) y el beato Adolph Kolping. Estos ilustres hermanos nuestros en la fe, que han mantenido en alto la antorcha de la santidad a lo largo de los siglos, son personas que han visto la estrella y la han mostrado a los demás. Que estos santos sean "modelos" y "patronos" de este encuentro nuestro, de la Jornada mundial de la juventud.

Mientras renuevo a todos los presentes mi más sentido agradecimiento por la atenta acogida, ruego a Dios por el camino futuro de la Iglesia y de toda la sociedad en esta República federal de Alemania, a la que tanto quiero. Que su larga historia y los grandes logros sociales, económicos y culturales alcanzados impulsen a proseguir con renovado vigor vuestro camino en un momento de nuevos problemas y dificultades también para los demás pueblos del continente.

Que la Virgen María, que mostró al Niño Jesús a los Magos cuando llegaron a Belén para adorar al Salvador, continúe intercediendo por nosotros, así como desde siglos vela sobre el pueblo de Alemania en tantos santuarios esparcidos por los Länder alemanes. Que Dios bendiga a los aquí presentes, y también a todos los peregrinos y a los habitantes del país. Que Dios proteja a la República federal de Alemania.



VIAJE APOSTÓLICO A COLONIA

CON MOTIVO DE LA XX JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD


FIESTA DE ACOGIDA DE LOS JÓVENES EN EL EMBARCADERO DEL POLLER RHEINWIESEN, COLONIA

Jueves 18 de agosto de 2005



Queridos jóvenes:

Es una dicha encontrarme con vosotros aquí, en Colonia, a orillas del Rhin. Habéis venido desde varias partes de Alemania, de Europa, del mundo, haciéndoos peregrinos tras los Magos de Oriente. Siguiendo sus huellas, queréis descubrir a Jesús. Habéis aceptado emprender el camino para llegar también vosotros a contemplar, personal y comunitariamente, el rostro de Dios manifestado en el niño acostado en el pesebre. Como vosotros, también yo me he puesto en camino para arrodillarme, con vosotros, ante la blanca Hostia consagrada, en la que los ojos de la fe reconocen la presencia real del Salvador del mundo. Todos juntos seguiremos meditando sobre el tema de esta Jornada mundial de la juventud: "Hemos venido a adorarlo" (Mt 2,2).

Os saludo y os recibo con inmensa alegría, queridos jóvenes, tanto si venís de cerca como de lejos, caminando por las sendas del mundo y los derroteros de vuestra vida. Saludo particularmente a los que han venido de Oriente, como los Magos. Representáis a las incontables muchedumbres de nuestros hermanos y hermanas de la humanidad que esperan, sin saberlo, que aparezca en su cielo la estrella que los conduzca a Cristo, Luz de las gentes, para encontrar en él la respuesta que sacie la sed de sus corazones. Saludo con afecto también a los que estáis aquí y no habéis recibido el bautismo, a los que no conocéis todavía a Cristo o no os reconocéis en la Iglesia. Precisamente a vosotros os invitaba de modo particular a este encuentro el Papa Juan Pablo II; os agradezco que hayáis decidido venir a Colonia.

62 Alguno de vosotros podría tal vez identificarse con la descripción que Edith Stein hizo de su propia adolescencia, ella, que vivió después en el Carmelo de Colonia: "Había perdido consciente y deliberadamente la costumbre de rezar". Durante estos días podréis recobrar la experiencia vibrante de la oración como diálogo con Dios, del que sabemos que nos ama y al que, a la vez, queremos amar. Quisiera decir a todos insistentemente: Abrid vuestro corazón a Dios. Dejaos sorprender por Cristo. Dadle el "derecho a hablaros" durante estos días. Abrid las puertas de vuestra libertad a su amor misericordioso. Presentad vuestras alegrías y vuestras penas a Cristo, dejando que él ilumine con su luz vuestra mente y toque con su gracia vuestro corazón. En estos días bendecidos con la alegría y el deseo de compartir, haced la experiencia liberadora de la Iglesia como lugar de la misericordia y de la ternura de Dios para con los hombres. En la Iglesia y mediante la Iglesia llegaréis a Cristo, que os espera.

A llegar hoy a Colonia para participar con vosotros en la XX Jornada mundial de la juventud, me viene espontáneamente el recuerdo emocionado y agradecido del siervo de Dios, tan querido por todos nosotros, Juan Pablo II, que tuvo la idea brillante de convocar a los jóvenes de todo el mundo para celebrar juntos a Cristo, único Redentor del género humano. Gracias al diálogo profundo que se ha desarrollado durante más de veinte años entre el Papa y los jóvenes, muchos de ellos han podido profundizar la fe, establecer lazos de comunión, apasionarse por la buena nueva de la salvación en Jesucristo y proclamarla en muchas partes de la tierra. Este gran Papa supo entender los desafíos que se presentan a los jóvenes de hoy y, confirmando su confianza en ellos, no dudó en impulsarlos a proclamar con valentía el Evangelio y ser constructores intrépidos de la civilización de la verdad, del amor y de la paz.

Ahora me corresponde a mí recoger esta extraordinaria herencia espiritual que nos ha dejado el Papa Juan Pablo II. Él os ha querido, vosotros le habéis entendido y habéis correspondido con el entusiasmo de vuestra edad. Ahora, todos juntos tenemos el cometido de llevar a la práctica sus enseñanzas. Con este compromiso estamos aquí, en Colonia, peregrinos tras las huellas de los Magos. Según la tradición, en griego sus nombres eran Melchor, Gaspar y Baltasar. Mateo refiere en su Evangelio la pregunta que ardía en el corazón de los Magos: "¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?" (
Mt 2,2). Su búsqueda era el motivo por el cual emprendieron el largo viaje hasta Jerusalén. Por eso soportaron fatigas y sacrificios, sin ceder al desaliento y a la tentación de volver atrás. Esta era la única pregunta que hacían cuando estaban cerca de la meta.

También nosotros hemos venido a Colonia porque hemos sentido en el corazón, si bien de forma diversa, la misma pregunta que inducía a los hombres de Oriente a ponerse en camino. Es cierto que hoy ya no buscamos a un rey; pero estamos preocupados por la situación del mundo y preguntamos: ¿Dónde encuentro los criterios para mi vida, los criterios para colaborar de modo responsable en la edificación del presente y del futuro de nuestro mundo? ¿De quién puedo fiarme? ¿A quién confiarme? ¿Dónde está el que puede darme la respuesta satisfactoria a los anhelos del corazón?

Plantearse dichas cuestiones significa reconocer, ante todo, que el camino no termina hasta que se ha encontrado a Aquel que tiene el poder de instaurar el Reino universal de justicia y paz, al que los hombres aspiran, aunque no lo sepan construir por sí solos. Hacerse estas preguntas significa además buscar a Alguien que ni se engaña ni puede engañar, y que por eso es capaz de ofrecer una certidumbre tan firme, que merece la pena vivir por ella y, si fuera preciso, también morir por ella.
Hay que saber tomar las decisiones necesarias

Cuando se perfila en el horizonte de la existencia una respuesta como esta, queridos amigos, hay que saber tomar las decisiones necesarias. Es como alguien que se encuentra en una bifurcación: ¿Qué camino tomar? ¿El que sugieren las pasiones o el que indica la estrella que brilla en la conciencia? Los Magos, una vez que oyeron la respuesta "en Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta" (Mt 2,5), decidieron continuar el camino y llegar hasta el final, iluminados por esta palabra. Desde Jerusalén fueron a Belén, es decir, desde la palabra que les había indicado dónde estaba el Rey de los judíos que buscaban, hasta el encuentro con aquel Rey, que es al mismo tiempo el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. También a nosotros se nos dice aquella palabra.

También nosotros hemos de hacer nuestra opción. En realidad, pensándolo bien, esta es precisamente la experiencia que hacemos al participar en cada Eucaristía. En efecto, en cada misa, el encuentro con la palabra de Dios nos introduce en la participación en el misterio de la cruz y resurrección de Cristo y de este modo nos introduce en la Mesa eucarística, en la unión con Cristo.
En el altar está presente aquel a quien los Magos vieron acostado entre pajas: Cristo, el Pan vivo bajado del cielo para dar la vida al mundo, el verdadero Cordero que da su vida para la salvación de la humanidad. Iluminados por la Palabra, siempre es en Belén ?la "Casa del pan"? donde podremos tener ese encuentro sobrecogedor con la indecible grandeza de un Dios que se ha humillado hasta el punto de hacerse ver en el pesebre y de darse como alimento sobre el altar.

Podemos imaginar el asombro de los Magos ante el Niño en pañales. Sólo la fe les permitió reconocer en la figura de aquel niño al Rey que buscaban, al Dios al que la estrella los había guiado. En él, cubriendo el abismo entre lo finito y lo infinito, entre lo visible y lo invisible, el Eterno ha entrado en el tiempo, el Misterio se ha dado a conocer, mostrándose ante nosotros en los frágiles miembros de un niño recién nacido. "Los Magos están asombrados ante lo que allí contemplan: el cielo en la tierra y la tierra en el cielo; el hombre en Dios y Dios en el hombre; ven encerrado en un pequeñísimo cuerpo aquello que no puede ser contenido en todo el mundo" (san Pedro Crisólogo, Sermón 160, 2). Durante estas jornadas, en este "Año de la Eucaristía", contemplaremos con el mismo asombro a Cristo presente en el Tabernáculo de la misericordia, en el Sacramento del altar.

Queridos jóvenes, la felicidad que buscáis, la felicidad que tenéis derecho de saborear, tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de Nazaret, oculto en la Eucaristía. Sólo él da plenitud de vida a la humanidad. Decid, con María, vuestro "sí" al Dios que quiere entregarse a vosotros. Os repito hoy lo que dije al principio de mi pontificado: "Quien deja entrar a Cristo (en la propia vida) no pierde nada, nada, absolutamente nada de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren de par en par las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera" (Homilía en el solemne inicio del ministerio petrino, 24 de abril de 2005: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de abril de 2005, p. 6). Estad plenamente convencidos: Cristo no quita nada de lo que hay de hermoso y grande en vosotros, sino que lleva todo a la perfección para la gloria de Dios, la felicidad de los hombres y la salvación del mundo.

63 Os invito a que os esforcéis estos días por servir sin reservas a Cristo, cueste lo que cueste. El encuentro con Jesucristo os permitirá gustar interiormente la alegría de su presencia viva y vivificante, para testimoniarla después en vuestro entorno. Que vuestra presencia en esta ciudad sea el primer signo del anuncio del Evangelio mediante el testimonio de vuestro comportamiento y alegría de vivir. Elevemos de nuestro corazón un himno de alabanza y acción de gracias al Padre por tantos bienes que nos ha dado y por el don de la fe que celebraremos juntos, manifestándolo al mundo desde esta tierra del centro de Europa, de una Europa que debe mucho al Evangelio y a los que han dado testimonio de él a lo largo de los siglos.

Ahora iré en peregrinación a la catedral de Colonia para venerar allí las reliquias de los santos Magos, que decidieron abandonar todo para seguir la estrella que los condujo al Salvador del género humano. También vosotros, queridos jóvenes, habéis tenido o tendréis ocasión de hacer la misma peregrinación. Estas reliquias no son más que el signo frágil y pobre de lo que ellos fueron y vivieron hace tantos siglos. Las reliquias nos conducen a Dios mismo; en efecto, es él quien, con la fuerza de su gracia, da a seres frágiles la valentía de testimoniarlo ante el mundo. Cuando la Iglesia nos invita a venerar los restos mortales de los mártires y de los santos, no olvida que, en definitiva, se trata de pobres huesos humanos, pero huesos que pertenecían a personas en las que se ha posado la potencia viva de Dios. Las reliquias de los santos son huellas de esa presencia invisible pero real que ilumina las tinieblas del mundo, manifestando el reino de los cielos que está dentro de nosotros. Proclaman, con nosotros y por nosotros: "Maranatha" ?"Ven, Señor Jesús"?. Queridos jóvenes, con estas palabras os saludo y os cito para la vigilia del sábado por la tarde.

A todos, ¡hasta luego!

VIAJE APOSTÓLICO A COLONIA


CON MOTIVO DE LA XX JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD


VISITA A LA CATEDRAL DE COLONIA


SALUDO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Jueves 18 de agosto de 2005



Queridos hermanos y hermanas:

Es para mí una gran alegría estar esta tarde con vosotros, en esta ciudad de Colonia a la que me unen tantos recuerdos hermosos. En Bonn viví los primeros años de mi carrera académica, años inolvidables, de mi despertar, de mi juventud, de esperanzas antes del Concilio, años en los que vine a menudo a Colonia y aprendí a amar a esta Roma del norte. Aquí se respira la gran historia, y la corriente del río invita a abrirse al mundo. Es un lugar de encuentro, de cultura. Siempre he amado el espíritu, el humorismo, la alegría y la inteligencia de sus habitantes. Además, debo decir, he amado la catolicidad que los habitantes de Colonia llevan en la sangre, pues aquí hay cristianos casi desde hace dos mil años y así la catolicidad ha penetrado en el carácter de sus habitantes, en el sentido de una religiosidad gozosa. Por eso hoy nos alegramos. Colonia puede dar a los jóvenes algo de esta gozosa catolicidad, que es antigua y a la vez joven.

Para mí fue muy hermoso que el arzobispo de entonces, cardenal Frings, me concediera toda su confianza, entablando conmigo una relación de amistad auténticamente paterna. Luego, aunque era yo joven e inexperto, me hizo el gran don de llamarme como teólogo suyo y de llevarme a Roma, para que pudiera, de este modo, participar activamente a su lado en el concilio Vaticano II y vivir de cerca ese acontecimiento extraordinario, un gran acontecimiento histórico, al que contribuí un poco.

También conocí al cardenal Höffner, entonces arzobispo de Munich, con quien también me unió una profunda y viva amistad.

Gracias a Dios, esta red de amistades no se ha roto. También el cardenal Meisner es amigo mío desde hace mucho tiempo, de modo que, comenzando con el cardenal Frings, y continuando con Höffner y Meisner, en Colonia siempre me he sentido en casa.

Ahora quiero expresar mi más profundo agradecimiento a muchas otras personas. En primer lugar, demos gracias a Dios, que nos da este hermoso cielo azul y bendice notablemente estos días.
Demos gracias a la Madre de Dios, que ha tomado en su mano la dirección de la Jornada mundial de la juventud.

64 Manifiesto mi gratitud al cardenal Meisner y a todos sus colaboradores; al cardenal Lehmann, presidente de la Conferencia episcopal alemana, y a todos los obispos de las diócesis de Alemania, en particular al comité organizador de la Jornada, así como a las diócesis y a las comunidades locales que han acogido a los jóvenes en estos últimos días. Puedo imaginar lo que todo esto significa, la energía empleada y los sacrificios que ha costado, y espero que redunden en el éxito espiritual de esta Jornada mundial de la juventud. Finalmente, he de manifestar mi profunda gratitud a las autoridades civiles y militares, a los responsables municipales y regionales, a los cuerpos de policía y a los agentes de seguridad de Alemania y del Land Renania del norte-Westfalia. En la persona del alcalde de esta ciudad doy las gracias a toda la población de Colonia por la comprensión demostrada ante la "invasión" de tantos jóvenes procedentes de todas las partes del mundo.

La ciudad de Colonia no sería lo que es sin los Reyes Magos, que tanto han influido en su historia, su cultura y su fe. En cierto sentido, la Iglesia celebra aquí todo el año la fiesta de la Epifanía. Por eso, antes de saludaros a vosotros, queridos habitantes de Colonia, he querido recogerme unos instantes en oración ante el relicario de los tres Reyes Magos, dando gracias a Dios por su testimonio de fe, de esperanza y de amor.

Como sabéis, en 1164, las reliquias de estos Sabios de Oriente saliendo de Milán y, escoltadas por el arzobispo de Colonia Reinald von Dassel, atravesaron los Alpes hasta llegar a Colonia, donde fueron acogidas con grandes manifestaciones de júbilo. En su peregrinación por Europa, esas reliquias han dejado huellas evidentes, que aún hoy permanecen en los nombres de lugares y en la devoción popular. Los habitantes de Colonia fabricaron para las reliquias de los Reyes Magos el relicario más precioso de todo el mundo cristiano y, como si no bastara, levantaron sobre él un relicario mayor todavía: la catedral de Colonia. Junto con Jerusalén la "ciudad santa", con Roma la "ciudad eterna", con Santiago de Compostela en España, gracias a los Magos, Colonia se ha ido convirtiendo a lo largo de los siglos en uno de los lugares de peregrinación más importantes del occidente cristiano.

No voy a seguir ensalzando a la ciudad de Colonia, aunque sería posible y significativo hacerlo: llevaría mucho tiempo, porque de Colonia se podrían decir muchísimas cosas grandes y hermosas. Sin embargo, quisiera recordar que aquí veneramos a santa Úrsula y a sus compañeras; que en el año 745 el Santo Padre nombró arzobispo de Colonia a san Bonifacio; que aquí actuó san Alberto Magno, uno de los mayores eruditos de la Edad Media, y que sus restos se veneran en la iglesia de San Andrés; que aquí estudió y enseñó santo Tomás de Aquino, el mayor teólogo de Occidente; que en el siglo XIX Adolfo Kolping fundó numerosas obras sociales; que Edith Stein, judía convertida, vivió aquí en el Carmelo de Colonia, antes de huir al Carmelo de Echt, en Holanda, y de ser deportada a Auschwitz, donde murió mártir.

Con estas figuras, y todas las demás, conocidas o desconocidas, Colonia posee un gran patrimonio de santos. Ahora quisiera decir, al menos, que, por lo que sé, aquí en Colonia, uno de los tres Magos fue identificado como un rey negro de África, de forma que un representante del continente africano fue considerado uno de los primeros testigos de Jesucristo. Además, quisiera añadir que aquí en Colonia han surgido grandes iniciativas ejemplares, cuya acción se ha extendido por todo el mundo, como "Misereor", "Adveniat" y "Renovabis".

Ahora estáis aquí vosotros, jóvenes del mundo entero, representantes de aquellos pueblos lejanos que reconocieron a Cristo a través de los Magos y que fueron reunidos en el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, que acoge a hombres y mujeres de todas las culturas. Hoy os corresponde a vosotros la tarea de vivir la dimensión universal de la Iglesia. Dejaos inflamar por el fuego del Espíritu, para que se realice entre nosotros un nuevo Pentecostés, que renueve a la Iglesia. Que por vuestra mediación, vuestros coetáneos de todas las partes de la tierra lleguen a reconocer en Cristo la verdadera respuesta a sus esperanzas y se abran a acoger al Verbo de Dios encarnado, que murió y resucitó, para que Dios esté en medio de nosotros y nos dé la verdad, el amor y la alegría que todos anhelamos. Dios bendiga estas jornadas.


VISITA A LA SINAGOGA DE COLONIA

SALUDO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A LA COMUNIDAD JUDÍA

Viernes 19 de agosto de 2005



Distinguidas autoridades judías;
amables señoras;
ilustres señores:

Saludo a todos los que han sido ya nombrados. ¡Schalom lêchém! Tras la elección como sucesor del apóstol Pedro, deseaba ardientemente, con ocasión de mi primera visita a Alemania, encontrarme con la comunidad judía de Colonia y los representantes del judaísmo alemán. Quisiera enlazar esta visita con lo ocurrido el 17 de noviembre de 1980, cuando mi venerado predecesor, el Papa Juan Pablo II, en su primer viaje a Alemania, se encontró en Maguncia con el Comité central judío en Alemania y la Conferencia rabínica. Deseo confirmar también en esta circunstancia mi intención de continuar con empeño el camino hacia una mejora de las relaciones y de la amistad con el pueblo judío, en el que el Papa Juan Pablo II dio pasos decisivos (cf. Discurso a la delegación del Comité judío para consultas interreligiosas, 9 de junio de 2005: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 17 de junio de 2005, p. 5).

65 La comunidad judía de Colonia puede sentirse realmente "en casa" en esta ciudad. En efecto, esta es la sede más antigua de una comunidad judía en territorio alemán: como sabemos con precisión, se remonta a la Colonia de la época romana. La historia de las relaciones entre la comunidad judía y la comunidad cristiana es compleja y a menudo dolorosa. Ha habido períodos benditos de buena convivencia, aunque también se ha producido la expulsión de los judíos de Colonia en el año 1424. Después, en el siglo XX, en el tiempo más oscuro de la historia alemana y europea, una demencial ideología racista, de matriz neopagana, dio origen al intento, planeado y realizado sistemáticamente por el régimen, de exterminar el judaísmo europeo: se produjo así lo que ha pasado a la historia como la Shoá. Sólo en Colonia, las víctimas de este crimen inaudito, y hasta aquel momento también inimaginable, conocidas por su nombre, se elevan a once mil; en realidad, seguramente fueron muchas más. No se reconocía la santidad de Dios, y por eso se menospreció también el carácter sagrado de la vida humana.

Este año se celebra el 60° aniversario de la liberación de los campos de concentración nazis, en los que millones de judíos ?hombres, mujeres y niños? fueron llevados a la muerte en las cámaras de gas e incinerados en los hornos crematorios. Hago mías las palabras escritas por mi venerado Predecesor con ocasión del 60° aniversario de la liberación de Auschwitz y digo también: "Me inclino ante todos los que experimentaron aquella manifestación del mysterium iniquitatis". Los acontecimientos terribles de entonces han de "despertar incesantemente las conciencias, extinguir los conflictos y exhortar a la paz" (Mensaje con ocasión del 60° aniversario de la liberación de los prisioneros de Auschwitz, 15 de enero de 2005: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 4 de febrero de 2005, p. 7). Hemos de recordar a la vez a Dios y su sabio proyecto para el mundo por él creado: él, afirma el libro de la Sabiduría, es "amante de la vida" (
Sg 11,26).

Se cumple también este año el 40° aniversario de la promulgación de la declaración Nostra aetate del concilio ecuménico Vaticano II, que abrió nuevas perspectivas en las relaciones judeocristianas en un clima de diálogo y solidaridad. Esta declaración, en el capítulo cuarto, recuerda nuestras raíces comunes y el rico patrimonio espiritual que comparten judíos y cristianos. Tanto los judíos como los cristianos reconocen en Abraham a su padre común en la fe (cf. Ga 3,7 Rm 4,11 s), y hacen referencia a las enseñanzas de Moisés y los profetas. La espiritualidad de los judíos, al igual que la de los cristianos, se alimenta de los Salmos. Como el apóstol san Pablo, los cristianos están convencidos de que "los dones y la vocación de Dios son irrevocables" (Rm 11,29 cf. Rm 9,6 Rm 9,1 Rm 11,1 s). Teniendo en cuenta la raíz judía del cristianismo (cf. Rm 11,16 Rm 11,24), mi venerado Predecesor, confirmando una afirmación de los obispos alemanes, dijo: "Quien se encuentra con Jesucristo se encuentra con el judaísmo" (Discurso a los representantes de la comunidad judía, 17 de noviembre de 1980, n. 1: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de noviembre de 1980, p. 15).

La declaración conciliar Nostra aetate, por tanto, "deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de que han sido objeto los judíos de cualquier tiempo y por parte de cualquier persona" (n. NAE 4). Dios nos ha creado a todos "a su imagen" (cf. Gn 1,27), honrándonos así con una dignidad trascendente. Ante Dios, todos los hombres tienen la misma dignidad, independientemente del pueblo, la cultura o la religión a que pertenezcan. Por esta razón, la declaración Nostra aetate también habla con gran consideración de los musulmanes (cf. n. NAE 3), y de los que pertenecen a otras religiones (cf. n. NAE 2). Fundándose en la dignidad humana común a todos, la Iglesia católica "reprueba, como ajena al espíritu de Cristo, cualquier discriminación o vejación por motivos de raza o color, de condición o religión" (n. NAE 5). La Iglesia es consciente de que tiene el deber de trasmitir, tanto en la catequesis a los jóvenes como en cada aspecto de su vida, esta doctrina a las nuevas generaciones que no han visto los terribles acontecimientos ocurridos antes y durante la segunda guerra mundial. Es una tarea especialmente importante porque, desafortunadamente, hoy resurgen nuevos signos de antisemitismo y aparecen diversas formas de hostilidad generalizada hacia los extranjeros. ¿Cómo no ver en eso un motivo de preocupación y cautela? La Iglesia católica se compromete ?lo reafirmo también en esta ocasión? por la tolerancia, el respeto, la amistad y la paz entre todos los pueblos, las culturas y las religiones.

En los cuarenta años transcurridos desde la declaración conciliar Nostra aetate, tanto en Alemania como en el ámbito internacional se ha hecho mucho para mejorar y ahondar las relaciones entre judíos y cristianos. Además de las relaciones oficiales, y gracias sobre todo a la colaboración entre los especialistas en ciencias bíblicas, se han entablado muchas amistades. A este propósito, recuerdo las diversas declaraciones de la Conferencia episcopal alemana y la actividad benéfica de la "Sociedad para la colaboración cristiano-judía de Colonia", que han contribuido a que la comunidad judía, desde el año 1945, pudiera sentirse nuevamente "en su casa" en Colonia y se estableciera una buena convivencia con las comunidades cristianas. Pero queda aún mucho por hacer. Debemos conocernos recíprocamente mucho más y mejor. Por eso aliento a un diálogo sincero y confiado entre judíos y cristianos: sólo de este modo será posible llegar a una interpretación compartida sobre cuestiones históricas aún discutidas y, sobre todo, avanzar en la valoración, desde el punto de vista teológico, de la relación entre judaísmo y cristianismo. Este diálogo, para ser sincero, no debe ocultar o minimizar las diferencias existentes: también en lo que, por nuestras íntimas convicciones de fe, nos distinguen unos de otros y, precisamente en ello, hemos de respetarnos y amarnos recíprocamente.

Finalmente, no debemos mirar sólo hacia atrás, hacia el pasado, sino también hacia adelante, hacia las tareas de hoy y de mañana. Nuestro rico patrimonio común y nuestra relación fraterna inspirada en una confianza creciente, nos obligan a dar conjuntamente un testimonio todavía más concorde, colaborando prácticamente en favor de la defensa y la promoción de los derechos del hombre y el carácter sagrado de la vida humana, de los valores de la familia, de la justicia social y de la paz en el mundo. El Decálogo (cf. Ex 20 Dt 5) es nuestro patrimonio y compromiso común. Los diez mandamientos no son una carga, sino la indicación del camino hacia una vida en plenitud. Lo son particularmente para los jóvenes, que encuentro en estos días y que tengo muy presentes en el corazón. Es mi deseo que sepan reconocer en el Decálogo este fundamento común, la lámpara para sus pasos, la luz en su camino (cf. Ps 119,105). Los adultos tienen la responsabilidad de pasar a los jóvenes la antorcha de la esperanza que fue entregada por Dios tanto a los judíos como a los cristianos, para que las fuerzas del mal "nunca más" prevalezcan, y las generaciones futuras, con la ayuda de Dios, puedan construir un mundo más justo y pacífico en el que todos los hombres tengan el mismo derecho de ciudadanía.

Concluyo con las palabras del salmo 29, que son un deseo y también una oración: "El Señor dé fuerza a su pueblo, el Señor bendiga a su pueblo con la paz".

¡Que él nos escuche!




Discursos 2005 59