Discursos 2005 76

AL SEÑOR GERÓNIMO NARVÁEZ TORRES EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DEL PARAGUAY ANTE LA SANTA SEDE

Viernes 26 de agosto de 2005

Señor Embajador:

77 1. Me es grato darle la bienvenida en este acto en que me hace entrega de las Cartas Credenciales como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República del Paraguay ante la Santa Sede. Agradezco las amables palabras que me ha dirigido, así como el cordial saludo del Señor Presidente de la República, Dr. Nicanor Duarte Frutos, del que se ha hecho portador, rogándole al mismo tiempo que le transmita mis mejores deseos de paz y bienestar personal, así como mis votos por la prosperidad y desarrollo de la querida Nación paraguaya. Le ruego, además, que le haga llegar mi más sincero agradecimiento por el sentido gesto de respeto y cercanía mostrado hacia mi venerado predecesor al enviar a altos Representantes de instituciones estatales en la ceremonia de su entierro; y también hacia mí, por su presencia, como Supremo Mandatario, en la celebración litúrgica con que iniciaba solemnemente mi pontificado como Sucesor de Pedro.

2. A pocos años de la celebración del bicentenario de la independencia y de la creación del Paraguay como Nación soberana, ella tiene hoy –como usted ha destacado bien en sus palabras- la gran oportunidad de avanzar en el diálogo y en serena convivencia entre todos los ciudadanos y con los demás países para superar cualquier forma de conflicto y tensión. Qué mejor momento para hacerlo como el presente, en el que una vez restablecida la legitimidad de la Suprema Magistratura del Estado, como ha ocurrido en las últimas elecciones generales, se han creado las bases que hacen esperar en una mayor estabilidad institucional. Por eso, les animo al ejercicio de una verdadera democracia, es decir, aquella que, por la participación del pueblo, lleva a cabo el gobierno de una nación cuando se inspira en los valores supremos e inmutables y hace posible que el acervo cultural de las personas y el progresivo desarrollo de la sociedad responda a las exigencias de la dignidad humana. A este respecto conviene reafirmar que la paz “es el primero y sumo bien de una sociedad; supone la justicia, la libertad, el orden y hace posible todo otro bien de la vida humana” (Pablo VI, Mensaje navideño, 23 diciembre 1965).

En este sentido, en la encíclica Centesimus annus Juan Pablo II advertía que “una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia” (n.
CA 46), puesto que, sin una verdad última que guíe y oriente la acción política, “las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder” (ibid).

3. Tal y como expuse al Cuerpo Diplomático, el 12 de mayo pasado, la Iglesia proclama y defiende sin cesar los derechos fundamentales, por desgracia violados aún en diferentes partes de la tierra, y se esfuerza por lograr que se reconozcan los derechos de toda persona humana a la vida desde su concepción, a la alimentación, a una casa, al trabajo, a la asistencia sanitaria, a la protección de la familia y a la promoción del desarrollo social, en el pleno respeto de la dignidad del hombre y de la mujer, creados a imagen de Dios.

Los gobernantes, que han recibido el encargo de proteger y difundir estos mismos derechos, no deben cesar, por muy grandes que pudieran ser las dificultades, en su empeño de ponerlos en práctica. Lo requiere cada persona que forma parte de su nación.

4. La Iglesia en el Paraguay, a través de mis Hermanos Obispos, es consciente de la exigencia de responder fielmente al llamado de Cristo, para que todos puedan vivir, en un clima de esperanza y de paz, la experiencia del amor de Dios como distintivo de toda comunidad creyente. Con este fin se está promoviendo una consulta nacional que tiene como tema Habla Señor que tu Iglesia escucha, con la intención de fijar unas líneas comunes de acción pastoral, así como para tomar conciencia de que la construcción de la patria es un compromiso de cada ciudadano.

Todos deben sentirse involucrados en este maravilloso proyecto de transformación y construcción del propio País en un pueblo de hermanos. Por eso la Iglesia, con la experiencia que tiene de humanidad, sin buscar de ninguna manera inmiscuirse en la política de los Estados, “sólo pretende una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu Paráclito, la obra del mismo Cristo, que vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido” (Gaudium et spes GS 3).

5. Al concluir este grato encuentro, permítame, Señor Embajador, felicitarle y expresarle mis mejores votos para que su estancia en Roma sea agradable y su misión diplomática produzca copiosos frutos de mutuo entendimiento y de estrecha colaboración, acrecentando las buenas relaciones ya existentes entre su País y la Santa Sede.

Con estos deseos, que extiendo a su distinguida familia y a sus colaboradores, le ruego que transmita mi cordial saludo al Gobierno del Paraguay, especialmente a su Presidente, y que se haga portavoz de mi cercanía y afecto al pueblo paraguayo, para el cual imploro la maternal protección de Nuestra Señora de Caacupé, a la vez que invoco sobre todos abundantes bendiciones divinas.

BENEDICTO XVI



AL SEÑOR FRANCISCO SALAZAR ALVARADO EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DEL ECUADOR ANTE LA SANTA SEDE

Lunes 29 de agosto de 2005

Señor Embajador:

78 1. Recibo complacido de sus manos las Cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República del Ecuador ante la Santa Sede y, a la vez que le agradezco sinceramente las amables palabras que ha tenido a bien dirigirme, le doy mi más cordial bienvenida en este acto solemne con el que inicia la misión encomendada por su Gobierno, la cual ya ejerció con significativo acierto desde 1984 a 1988.

Aprecio particularmente la confianza depositada en usted por el Señor Presidente de la República, el Dr. Alfredo Palacio González, al cual le ruego que haga llegar mis mejores deseos de paz, bienestar y prosperidad para el desarrollo integral de tan querida Nación.

2. Al recibirle a usted no puedo menos de recordar la agradable visita que, siendo entonces Arzobispo de Munich y Freising, realicé a su País en el año 1978 para presidir, como Enviado Extraordinario, el III Congreso Mariano Nacional en Guayaquil. En aquella ocasión pude visitar también las circunscripciones eclesiásticas de Cuenca, Ambato y brevemente Quito. Fue una experiencia muy positiva que me permitió aquilatar el acervo de fe y de adhesión a la Iglesia católica que caracterizan al pueblo ecuatoriano, el cual me recibió con grandes muestras de fervor y respeto como representante del Papa.

3. El Ecuador, como otros muchos Países, se ve aquejado también por problemas de orden económico, social y político. La búsqueda de medios para resolverlos es una tarea ardua que requiere siempre la buena voluntad y la colaboración de todos los ciudadanos de los diferentes estratos sociales, sobre todo de los responsables de las diversas instancias políticas y socio-económicas. Urge, pues, esta unión de intentos y voluntades para hacer posible una continua acción de los gobernantes ante los desafíos de un mundo globalizado, los cuales es necesario afrontar con auténtica solidaridad.

Esta virtud, como decía mi predecesor Juan Pablo II de venerada memoria, ha de inspirar la acción de los individuos, de los gobiernos, de los organismos e instituciones internacionales y de todos los miembros de la sociedad civil, comprometiéndolos a trabajar para un justo crecimiento de los pueblos y de las naciones, teniendo como objetivo el bien de todos y de cada uno (cf. Sollicitudo rei socialis
SRS 40).

4. En sus palabras se ha referido usted, Señor Embajador, al deseo de su Gobierno de combatir la corrupción en todas sus formas, reducir la desigualdad entre quienes lo tienen todo y quienes carecen de bienes básicos como la educación, la salud y la vivienda, aunando iniciativas para seguir construyendo una nación mejor. En realidad, la transparencia y honradez en la gestión pública favorecen un clima de credibilidad y confianza de los ciudadanos en sus autoridades, y son la base para un desarrollo conveniente y justo. Conozco también las iniciativas que se están tomando a partir de las enseñanzas de la Doctrina Social de la Iglesia, la cual invita a las instancias administrativas a poner en práctica el principio de subsidiariedad como medio eficaz para afrontar tantas necesidades concretas.

En estas tareas los responsables de las entidades oficiales encontrarán en la Iglesia en el Ecuador, desde la pobreza de sus recursos pero con la fuerza de sus firmes convicciones, la colaboración adecuada para la búsqueda de soluciones justas, reconociendo los esfuerzos para hacer crecer la conciencia y responsabilidad de los ciudadanos y fomentar la participación de todos. El esfuerzo por atender las necesidades de los más desheredados debe considerarse una prioridad fundamental. Entre los que más sufren muchos pertenecen a las poblaciones indígenas, gran parte de la cuales están sumidas en la pobreza y la marginación.

5. Usted, Señor Embajador, sabe bien cómo la Iglesia católica ofrece sin reservas su asidua colaboración ante el lamentable problema de la emigración. Es de agradecer el reconocimiento y respeto que el Gobierno le ofrece en este campo. Pues la lejanía de la patria, debida al legítimo deseo de encontrar mejores condiciones de vida, lleva consigo toda una secuela de incertidumbres, dificultades y dolor de las familias, especialmente cuando se dejan atrás hijos de tierna edad. Por ello, además de ayudar a su mejora económica, es necesario conservar y acrecentar los ricos valores culturales y religiosos que forman parte del bagaje con el que un día partieron los emigrantes.

Entre esos valores, está muy arraigada en el corazón de los fieles ecuatorianos la devoción a la Madre de Dios. Precisamente, como ha recordado usted, el próximo año se celebrará el centenario del "milagro" de la imagen de la Dolorosa del Colegio en Quito. A lo largo de los años, varias personalidades de la política, de la cultura y del arte han manifestado públicamente su devoción a la Virgen bajo esta advocación. También deseo mencionar aquí el amor de sus conciudadanos a Mariana de Jesús, la primera Santa ecuatoriana, cuya estatua marmórea será colocada próximamente en un lugar ya determinado de la Basílica de San Pedro, como expresión de la firme adhesión del Ecuador a esta Sede Apostólica.

6. Señor Embajador, al final de este acto quiero formularle mis mejores votos por el feliz desempeño de sus funciones. Le ruego que transmita al Señor Presidente de la República mi saludo y a todo el pueblo ecuatoriano la seguridad de mi oración para que vaya progresando de manera serena y pacífica. Pido al Altísimo que lo asista siempre en la misión que hoy comienza, a la vez que invoco abundantes bendiciones sobre usted, su distinguida familia y sus colaboradores, así como sobre los gobernantes y ciudadanos del Ecuador.


Septiembre de 2005


AL PRIMER GRUPO DE OBISPOS DE MÉXICO EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

79

Jueves 8 de septiembre de 2005



Queridos hermanos en el episcopado:

Os manifiesto mi profunda alegría al recibiros, con motivo de la visita ad limina para venerar los sepulcros de los Apóstoles Pedro y Pablo y acrecentar también los lazos de comunión con el Sucesor de Pedro. Agradezco las palabras que monseñor José Fernández Arteaga, arzobispo de Chihuahua, me ha dirigido en nombre de todos vosotros, pastores de las provincias eclesiásticas de Chihuahua, Durango, Guadalajara y Hermosillo. Deseo ahora reflexionar sobre algunos puntos de especial interés para la Iglesia que peregrina en México.

Los momentos de encuentro entre los obispos son una valiosa ocasión para vivir y profundizar la unidad. En este sentido, la Conferencia del Episcopado mexicano también está llamada a ser un signo vivo de la comunión eclesial, orientada a facilitar el ministerio de los obispos y fortalecer la colegialidad. Hoy más que nunca es necesario aunar fuerzas e intercambiar experiencias pues, como ha puesto de relieve el concilio Vaticano II, "los obispos a menudo no pueden desempeñar su función adecuada y eficazmente si no realizan su trabajo de mutuo acuerdo y con mayor coordinación, en unión cada vez más estrecha con otros obispos" (Christus Dominus,, CD 37). Los aliento, por tanto, a proseguir por este camino de comunión de cara a una acción más eficaz y fructífera.

La nación mexicana ha surgido como encuentro de pueblos y culturas cuya fisonomía ha quedado marcada por la presencia viva de Jesucristo y la mediación de María, "Madre del Verdadero Dios por quien se vive" (Nican Mopohua). La riqueza del "Acontecimiento Guadalupano" unió en una realidad nueva a personas, historias y culturas diferentes, a través de las cuales México ha ido madurando su identidad y su misión.

Hoy México vive un proceso de transición caracterizado por la aparición de grupos que, a veces de manera más o menos ordenada, buscan nuevos espacios de participación y representación.
Muchos de ellos propugnan con particular fuerza la reivindicación en favor de los pobres y de los excluidos del desarrollo, particularmente de los indígenas. Los profundos anhelos de consolidar una cultura y unas instituciones democráticas, económicas y sociales que reconozcan los derechos humanos y los valores culturales del pueblo, deben encontrar un eco y una respuesta iluminadora en la acción pastoral de la Iglesia.

La preparación al gran jubileo contribuyó a que los católicos mexicanos conocieran, aceptaran y amaran su historia como pueblo y como comunidad creyente. Deseo recordar aquí la exhortación de mi predecesor: «Es necesaria, para cada uno y para los pueblos, una especie de "purificación de la memoria", a fin de que los males del pasado no vuelvan a producirse más. No se trata de olvidar todo lo que ha sucedido, sino de releerlo con sentimientos nuevos, aprendiendo, precisamente de las experiencias sufridas, que sólo el amor construye, mientras el odio produce destrucción y ruina» (Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, n. 3, 1 de enero de 1997).

Se trata de un reto que requiere una formación integral, en todos los ámbitos de la Iglesia, que ayude a cada fiel a vivir el Evangelio en las diversas dimensiones de la vida. Sólo así se puede dar razón de la propia esperanza (cf. 1P 3,15). Las formas tradicionales de vivir la fe, transmitidas de manera sincera y espontánea a través de las costumbres y enseñanzas familiares, han de madurar en una opción personal y comunitaria. Esta formación es particularmente necesaria para los jóvenes que, al dejar de frecuentar la comunidad eclesial tras los sacramentos de iniciación, se encuentran ante una sociedad marcada por un creciente pluralismo cultural y religioso. Además, se enfrentan, a veces muy solos y como desorientados, a corrientes de pensamiento según las cuales, sin necesidad de Dios e incluso contra Dios, el hombre alcanza su plenitud a través del poder tecnológico, político y económico. Por eso se ve la necesidad de acompañar a los jóvenes y convocarlos con entusiasmo para que, integrados de nuevo en la comunidad eclesial, asuman el compromiso de transformar la sociedad como exigencia fundamental del seguimiento de Cristo.

Asimismo, las familias requieren un acompañamiento adecuado para poder descubrir y vivir su dimensión de "iglesia doméstica". El padre y la madre necesitan recibir una formación que les ayude a ser los "primeros evangelizadores" de sus hijos; sólo así podrán realizarse como la primera escuela de la vida y de la fe. Pero el solo conocimiento de los contenidos de la fe no suple jamás la experiencia del encuentro personal con el Señor. La catequesis en las parroquias y la enseñanza de la religión y de la moral en las escuelas de inspiración cristiana, así como el testimonio vivo de quienes lo han encontrado y lo transmiten, con el fin de suscitar el anhelo de seguirlo y servirlo con todo el corazón y toda el alma, deben favorecer esta experiencia de conocimiento y de encuentro con Cristo.

Una manifestación de la riqueza eclesial es la existencia de más de cuatrocientos institutos de vida consagrada, sobre todo de mujeres, y muchos de ellos fundados en México, que evangelizan en todo el país y en los diversos ambientes, culturas y lugares. Muchos de ellos están dedicados a todos los niveles de la educación, particularmente en algunas universidades; otros trabajan entre los más pobres, uniendo la evangelización y la promoción humana; en hospitales; en medios de comunicación social; en el campo del arte y las humanidades; acompañando en la formación espiritual y profesional a profesionales del mundo de la economía y de la empresa. A esto hay que añadir una mayor participación de los fieles laicos a través de diversas iniciativas que ponen de manifiesto su vocación y misión en la sociedad. Hay también una presencia creciente de movimientos laicales nacionales e internacionales que promueven la renovación de la vida matrimonial y familiar, así como una mayor vivencia comunitaria.

80 La Iglesia en México refleja el pluralismo de la sociedad misma, plasmada en muchas y diversas realidades, algunas muy buenas y prometedoras y otras más complejas. Ante ello, y en el respeto de las realidades locales y regionales, los obispos han de favorecer unos procesos pastorales orgánicos que den un mayor sentido a las manifestaciones derivadas de una mera tradición o costumbre. Estos procesos han de buscar ante todo integrar las directrices del Concilio con los desafíos pastorales que presentan las diversas situaciones concretas.

La sociedad actual cuestiona y observa a la Iglesia, exigiendo coherencia e intrepidez en la fe. Signos visibles de credibilidad serán el testimonio de vida, la unidad de los creyentes, el servicio a los pobres y la incansable promoción de su dignidad. En la tarea evangelizadora hay que ser creativos, siempre en fidelidad a la Tradición de la Iglesia y de su magisterio. Por encontrarnos en una nueva cultura marcada por los medios de comunicación social, la Iglesia en México ha de aprovechar, a este respecto, la colaboración de sus fieles, la preparación de tantos hombres de cultura y las oportunidades que las instituciones públicas concedan en materia de dichos medios (cf. Juan Pablo II, Ecclesia in America ). Poner el rostro de Cristo en ese ambiente mediático requiere un serio esfuerzo formativo y apostólico que no puede postergarse, necesitando también para ello la aportación de todos.

Queridos hermanos: celebramos hoy la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María. Unidos en un solo corazón y una sola alma, os encomiendo bajo sus cuidados maternales, junto con los sacerdotes, comunidades religiosas y fieles de vuestras diócesis. Llevadles a todos el saludo y la expresión de amor del Papa, a la vez que os imparto con afecto mi bendición apostólica.


AL 31° ESCUADRÓN DE LA AERONÁUTICA MILITAR ITALIANA

Castelgandolfo, sábado 10 de septiembre de 2005



Queridos componentes del 31° escuadrón de la Aeronáutica militar italiana:

Esta es la primera ocasión en que me encuentro con todo vuestro grupo. Me alegra de verdad, y os agradezco vuestra visita y el servicio que prestáis. También saludo cordialmente a vuestros familiares que os acompañan. Agradezco al comandante saliente, coronel Giuseppe Coco, las amables palabras que me ha dirigido, y deseo expresarle mi profunda gratitud por el apreciado trabajo que ha llevado a cabo. Saludo al coronel Giuseppe Gimondo, que se prepara para asumir el mando del escuadrón, y le manifiesto mis mejores deseos para este nuevo encargo. Agradezco, asimismo, el hermoso obsequio de un interesante cuadro.

Desde que el Señor me llamó a desempeñar el ministerio de Obispo de Roma, ya me habéis prestado muchas veces vuestro servicio, y he comprobado la profesionalidad con que trabajáis y, al mismo tiempo, el espíritu cristiano que os anima. Como creyentes, se os ofrece la posibilidad de compartir los mismos ideales evangélicos que están en la base de la misión del Papa. En la realización de vuestro trabajo, podéis poner a disposición de la Iglesia vuestras capacidades, así como la competencia y la experiencia que habéis adquirido, cooperando, a vuestro modo, con el ministerio del Sucesor de Pedro.

Quiero expresar mi gratitud y la de mis colaboradores también mediante algunos signos de distinción, que en esta ocasión tengo la alegría de entregar. Pero, sobre todo, deseo aseguraros que estoy cerca de vosotros con la oración, encomendando a Dios todas vuestras intenciones y proyectos. Encontrarme hoy con vosotros y con vuestros seres queridos me impulsa a recordar ante el Señor a la familia de cada uno de vosotros, para que él ilumine con su gracia los momentos favorables y los difíciles, enriqueciendo unos y otros con valor sobrenatural. Encomiendo desde ahora esta intención, y las intenciones particulares que lleváis en vuestro corazón, a la intercesión de la Virgen María. Os deseo un trabajo sereno, y de corazón os imparto mi bendición a vosotros, aquí presentes, extendiéndola de buen grado a vuestros seres queridos que no han podido estar con vosotros en esta circunstancia.


AL SEGUNDO GRUPO DE OBISPOS DE MÉXICO EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Jueves 15 de septiembre de 2005



Queridos hermanos en el Episcopado:

Me llena de gran gozo recibiros con ocasión de la visita ad Limina, con la cual manifestáis vuestra comunión y amor al Sucesor de Pedro. Agradezco a Monseñor Alberto Suárez Inda, Arzobispo de Morelia, su cordial saludo en nombre vuestro, Pastores de las circunscripciones eclesiásticas de Monterrey, Morelia y San Luis Potosí.

81 México tiene ante sí el reto de transformar sus estructuras sociales para que sean más acordes con la dignidad de la persona y sus derechos fundamentales. A esta tarea están llamados a colaborar los católicos, que constituyen aún la mayor parte de su población, descubriendo su compromiso de fe y el sentido unitario de su presencia en el mundo. Pues, de lo contrario, “la separación entre la fe que profesan y la vida cotidiana de muchos debe ser considerada como uno de los errores más graves de nuestro tiempo” (Gaudium et spes GS 43).

Sigue siendo motivo de gran preocupación que en algunos ambientes, por el afán de poder, se hayan deteriorado las sanas formas de convivencia y la gestión de la cosa pública, y se hayan incrementado además los fenómenos de la corrupción, impunidad, infiltración del narcotráfico y del crimen organizado. Todo esto lleva a diversas formas de violencia, indiferencia y desprecio del valor inviolable de la vida. A este respecto, en la Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in America se denuncian claramente los “pecados sociales” de nuestra época, los cuales ponen de manifiesto “una profunda crisis debido a la pérdida del sentido de Dios y a la ausencia de los principios morales que deben regir la vida de todo hombre. Sin una referencia moral se cae en un afán ilimitado de riqueza y de poder, que ofusca toda visión evangélica de la realidad social” (n. ).

También en México se vive frecuentemente en una situación de pobreza. En muchos fieles se constata, sin embargo, una fe en Dios, un sentido religioso acompañado de expresiones ricas en humanidad, hospitalidad, hermandad y solidaridad. Estos valores se ponen en peligro con la migración al extranjero, donde muchos trabajan en condiciones precarias, en un estado de indefensión y afrontando con dificultad un contexto cultural distinto a su idiosincrasia social y religiosa. Donde los emigrantes encuentran buena acogida en una comunidad eclesial, que los acompaña en su inserción en la nueva realidad, este fenómeno es en cierto modo positivo e incluso favorece la evangelización de otras culturas.

Profundizando en el tema de la migración, la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para América ha ayudado a descubrir que, por encima de los factores económicos y sociales, existe una apreciable unidad que viene de una fe común, que favorece la comunión fraterna y solidaria. Esto es fruto de las diversas formas de presencia y de encuentro con Jesucristo vivo, que se han dado y se dan en la historia de América. La movilidad humana, pues, es una prioridad pastoral en las relaciones de cooperación con las Iglesias de Norteamérica.

Muchos bautizados, influenciados por innumerables propuestas de pensamiento y de costumbres, son indiferentes a los valores del Evangelio e incluso se ven inducidos a comportamientos contrarios a la visión cristiana de la vida, lo que dificulta la pertenencia a una comunidad eclesial. Aun confesándose católicos, viven de hecho alejados de la fe, abandonando las prácticas religiosas y perdiendo progresivamente la propia identidad de creyentes, con consecuencias morales y espirituales de diversa índole. Este desafío pastoral os ha movido, queridos Hermanos, a buscar soluciones no sólo para señalar los errores que contienen tales propuestas y defender los contenidos de la fe, sino sobre todo, para proponer la riqueza trascendental del cristianismo como acontecimiento que da un verdadero sentido a la vida y una capacidad de diálogo, escucha y colaboración con todos.

Todo esto, unido a la actividad de las sectas y de los nuevos grupos religiosos en América, lejos de dejaros indiferentes, ha de estimular a vuestras Iglesias particulares a ofrecer a los fieles una atención religiosa más personalizada, consolidando las estructuras de comunión y proponiendo una religiosidad popular purificada, a fin de hacer más viva la fe de todos los católicos (cf. ib., ).

Es una tarea apremiante que se forme de manera responsable la fe de los católicos, para ayudarlos a vivir con alegría y osadía en medio del mundo. “La perspectiva en que debe situarse el camino pastoral es el de la santidad” (Novo millennio ineunte NM 30). Éste es un quehacer prioritario de la evangelización permanente de los bautizados. Por ello, la catequesis, junto con la enseñanza de la religión y de la moral, ha de fundamentar cada vez mejor la experiencia y el conocimiento de Jesucristo a través del testimonio vivo de quienes lo han encontrado, con el fin de suscitar el anhelo de seguirlo y servirlo con todo el corazón y toda el alma. “Sin embargo, es importante que lo que nos propongamos, con la ayuda de Dios, esté fundado en la contemplación y en la oración. El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del ‘hacer por hacer’” (ib., NM 15).

Todo ello implica, en la práctica pastoral, la necesidad de revisar nuestras mentalidades, actitudes y conductas, y ampliar nuestros horizontes, comprometiéndonos a compartir y trabajar con entusiasmo para responder a los grandes interrogantes del hombre de hoy. Como Iglesia misionera, todos estamos llamados a comprender los desafíos que la cultura postmoderna plantea a la nueva evangelización del Continente. El diálogo de la Iglesia con la cultura de nuestro tiempo es vital para la Iglesia misma y para el mundo.

Antes de terminar, pido al Señor que este encuentro consolide vuestra unidad como Pastores de la Iglesia en México. Al mismo tiempo, os ruego que transmitáis mi afectuoso saludo a los sacerdotes, comunidades religiosas, agentes de pastoral y a todos los fieles diocesanos, animándolos a dar siempre auténtico testimonio de vida cristiana en la sociedad actual. A Nuestra Señora y Madre de Guadalupe encomiendo vuestra labor pastoral, a la vez que os imparto complacido mi Bendición Apostólica.


A LOS RABINOS JEFES DE ISRAEL

Jueves 15 de septiembre de 2005



Distinguidos señores:

82 Os doy una cordial bienvenida y os expreso mi aprecio porque vuestra visita quiere poner de relieve los resultados positivos que han derivado de la declaración Nostra aetate del concilio Vaticano II, cuyo cuadragésimo aniversario estamos conmemorando durante este año. Considero vuestra visita como un paso más en el proceso de establecer relaciones religiosas más profundas entre católicos y judíos, proceso que ha recibido nuevo impulso y energía de Nostra aetate y de las numerosas formas de contacto, diálogo y cooperación que han tenido su origen en los principios y en el espíritu de ese documento. La Iglesia sigue realizando todos los esfuerzos posibles para llevar a la práctica la concepción del Concilio de una nueva era de mayor comprensión mutua, respeto y solidaridad entre nosotros.

La declaración Nostra aetate ha sido un hito en el camino hacia la reconciliación de los cristianos con el pueblo judío. Pone de relieve que "los judíos siguen siendo todavía muy amados de Dios a causa de sus padres, porque Dios no se arrepiente ni de sus dones ni de su vocación" (
NAE 4).

Hoy, debemos seguir buscando el modo de asumir la responsabilidad de que hablé durante mi reciente visita a la sinagoga de Colonia: "Pasar a los jóvenes la antorcha de la esperanza que fue entregada por Dios tanto a los judíos como a los cristianos, para que las fuerzas del mal nunca más prevalezcan, y las generaciones futuras, con la ayuda de Dios, puedan construir un mundo más justo y pacífico en el que todos los hombres tengan el mismo derecho de ciudadanía" (Discurso, 19 de agosto de 2005: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 26 de agosto de 2005, p. 6).

Los ojos del mundo se vuelven constantemente a Tierra Santa, la tierra que consideran santa los judíos, los cristianos y los musulmanes. Por desgracia, también atraen a menudo nuestra atención los actos de violencia y terror, causa de inmensos sufrimientos para todos los que viven en ella. Debemos seguir insistiendo en que la religión y la paz van juntas.

En esta ocasión, mi pensamiento se dirige también a las comunidades cristianas de Tierra Santa, presencia viva y testimonio allí desde los albores del cristianismo en medio de todas las vicisitudes de la historia. Hoy, esos hermanos y hermanas en la fe afrontan nuevos y mayores desafíos. A la vez que nos alegramos de que las relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y el Estado de Israel hayan llevado a formas de cooperación más sólidas y estables, esperamos con ilusión el cumplimiento del Acuerdo fundamental sobre cuestiones aún pendientes.

Queridos rabinos jefes, como líderes religiosos, tenemos ante Dios una gran responsabilidad por nuestras enseñanzas y por nuestras decisiones. Que el Señor nos sostenga al servir a la gran causa de promover el carácter sagrado de la vida humana y defender la dignidad humana de toda persona, para que reinen en el mundo la justicia y la paz.


AL CONGRESO INTERNACIONAL EN EL XL ANIVERSARIO

DE LA CONSTITUCIÓN CONCILIAR "DEI VERBUM"

Viernes 16 de septiembre de 2005



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Os dirijo mi más cordial saludo a todos vosotros, que participáis en el congreso sobre "La sagrada Escritura en la vida de la Iglesia", convocado por iniciativa de la Federación bíblica católica y del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, con el fin de conmemorar el cuadragésimo aniversario de la promulgación de la constitución dogmática Dei Verbum sobre la divina revelación. Me congratulo por esta iniciativa, que trata sobre uno de los documentos más importantes del concilio Vaticano II.

83 Saludo a los señores cardenales y a los obispos, que son los principales testigos de la palabra de Dios; a los teólogos, que la investigan, la explican y la traducen al lenguaje de hoy; a los pastores, que buscan en ella las respuestas adecuadas para los problemas de nuestro tiempo. Doy las gracias de corazón a todos los que trabajan al servicio de la traducción y la difusión de la Biblia, proporcionando los medios para explicar, enseñar e interpretar su mensaje. En este sentido, un agradecimiento especial va a la Federación bíblica católica por su actividad, por la pastoral bíblica que promueve, por la adhesión fiel a las indicaciones del Magisterio y por el espíritu abierto a la colaboración ecuménica en el campo bíblico. Expreso mi profunda alegría por la presencia en el congreso de los "delegados fraternos" de las Iglesias y comunidades eclesiales de Oriente y de Occidente, y saludo con cordial deferencia a quienes han intervenido en representación de las grandes religiones del mundo.

La constitución dogmática Dei Verbum, de cuya elaboración fui testigo, participando personalmente como joven teólogo en los intensos debates que la acompañaron, empieza con una frase de profundo significado: "Dei Verbum religiose audiens et fidenter proclamans, Sacrosancta Synodus...". Son palabras con las que el Concilio indica un aspecto que distingue a la Iglesia: es una comunidad que escucha y anuncia la palabra de Dios. La Iglesia no vive de sí misma, sino del Evangelio, y en el Evangelio encuentra siempre de nuevo orientación para su camino. Es una consideración que todo cristiano debe hacer y aplicarse a sí mismo: sólo quien se pone primero a la escucha de la Palabra, puede convertirse después en su heraldo. En efecto, el cristiano no debe enseñar su propia sabiduría, sino la sabiduría de Dios, que a menudo se presenta como escándalo a los ojos del mundo (cf.
1Co 1,23).

La Iglesia sabe bien que Cristo vive en las sagradas Escrituras. Precisamente por eso, como subraya la Constitución, ha tributado siempre a las divinas Escrituras una veneración semejante a la que reserva al Cuerpo mismo del Señor (cf. Dei Verbum DV 21). Por ello, san Jerónimo, citado por el documento conciliar, afirmaba con razón que desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo (cf. ib., DV 25).

La Iglesia y la palabra de Dios están inseparablemente unidas. La Iglesia vive de la palabra de Dios, y la palabra de Dios resuena en la Iglesia, en su enseñanza y en toda su vida (cf. ib., DV 8). Por eso, el apóstol san Pedro nos recuerda que "ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia; porque nunca profecía alguna ha venido por voluntad humana, sino que hombres movidos por el Espíritu Santo han hablado de parte de Dios" (1P 1,20).

Damos gracias a Dios porque en estos últimos tiempos, también por el impulso que dio la constitución dogmática Dei Verbum, se ha vuelto a valorar más profundamente la importancia fundamental de la palabra de Dios. De esto ha derivado una renovación en la vida de la Iglesia, sobre todo en la predicación, en la catequesis, en la teología, en la espiritualidad e incluso en el camino ecuménico.

La Iglesia siempre debe renovarse y rejuvenecerse, y la palabra de Dios, que no envejece ni se agota jamás, es el medio privilegiado para este fin. En efecto, es la palabra de Dios la que, por la acción del Espíritu Santo, nos guía siempre de nuevo a la verdad completa (cf. Jn 16,13).

En este marco, quisiera recordar y recomendar sobre todo la antigua tradición de la Lectio divina: la lectura asidua de la sagrada Escritura acompañada por la oración realiza el coloquio íntimo en el que, leyendo, se escucha a Dios que habla y, orando, se le responde con confiada apertura del corazón (cf. Dei Verbum DV 25). Estoy convencido de que, si esta práctica se promueve eficazmente, producirá en la Iglesia una nueva primavera espiritual. Por eso, es preciso impulsar ulteriormente, como elemento fundamental de la pastoral bíblica, la Lectio divina, también mediante la utilización de métodos nuevos, adecuados a nuestro tiempo y ponderados atentamente. Jamás se debe olvidar que la palabra de Dios es lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro sendero (cf. Ps 119,105).

A la vez que invoco la bendición de Dios sobre vuestro trabajo, sobre vuestras iniciativas y sobre el congreso en el que participáis, me uno en el deseo que os anima: Que la palabra del Señor siga propagándose (cf. 2Th 3,1) hasta los confines de la tierra, para que, mediante el anuncio de la salvación, el mundo entero escuchando crea, creyendo espere, y esperando ame (cf. Dei Verbum DV 1). ¡Gracias de todo corazón!




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