Discursos 2005 83

A LOS OBISPOS NOMBRADOS EN EL ÚLTIMO AÑO

Lunes 19 de septiembre de 2005



Queridos hermanos en el episcopado:

Con gran afecto os saludo con el deseo de Cristo resucitado a los Apóstoles: "¡La paz con vosotros!". Al inicio de vuestro ministerio episcopal habéis venido en peregrinación a la tumba de san Pedro para renovar vuestra fe, reflexionar sobre vuestras responsabilidades como sucesores de los Apóstoles y expresar vuestra comunión con el Papa.

84 Las jornadas de estudio organizadas para los obispos nombrados recientemente son una cita ya tradicional y os ofrecen la oportunidad de reflexionar sobre algunos aspectos importantes del ministerio episcopal en un intercambio fraterno de pensamientos y experiencias. Este encuentro se inserta en las iniciativas de formación permanente del obispo, que recomendó la exhortación apostólica Pastores gregis. Si múltiples motivos exigen al obispo un esfuerzo de actualización, con mayor razón es útil que, desde el inicio de su misión, tenga la posibilidad de realizar una adecuada reflexión sobre los desafíos y los problemas que deberá afrontar. Estas jornadas también os permiten conoceros personalmente y hacer una experiencia concreta del afecto colegial que debe animar vuestro ministerio.

Doy las gracias al cardenal Giovanni Battista Re por haber interpretado vuestros sentimientos. Saludo cordialmente a monseñor Antonio Vegliò, secretario de la Congregación para las Iglesias orientales, y me alegra que los obispos de rito oriental se hayan adherido a esta iniciativa juntamente con los hermanos de rito latino, aun previendo tener momentos especiales de encuentro en el mencionado dicasterio para las Iglesias orientales.

Al haber dado los primeros pasos en el oficio episcopal, ya os habéis dado cuenta de cuán necesarias son la confianza humilde en Dios y la valentía apostólica, que nace de la fe y del sentido de responsabilidad del obispo. De ello era consciente el apóstol san Pablo, que ante el trabajo pastoral ponía su esperanza únicamente en el Señor, reconociendo que su fuerza provenía sólo de él. En efecto, afirmaba: "Todo lo puedo en Aquel que me conforta" (
Ph 4,13). Cada uno de vosotros, queridos hermanos, debe estar seguro de que en el desempeño del ministerio jamás está solo, porque el Señor está cerca de él con su gracia y su presencia, como nos recuerda la constitución dogmática Lumen gentium, en la que se reafirma la presencia de Cristo salvador en la persona y en la acción ministerial del obispo (cf. LG 21).

Entre vuestras tareas, quisiera subrayar la de ser maestros de la fe. El anuncio del Evangelio está en el origen de la Iglesia y de su desarrollo en el mundo, así como del crecimiento de los fieles en la fe. Los Apóstoles tuvieron plena conciencia de la importancia primaria de este servicio suyo: para poder estar totalmente a disposición del ministerio de la Palabra, eligieron a los diáconos y los destinaron al servicio de la caridad (cf. Ac 6,2-4). Queridos hermanos, como sucesores de los Apóstoles, sois doctores fidei, doctores auténticos que anuncian al pueblo, con la misma autoridad de Cristo, la fe que hay que creer y vivir. A los fieles encomendados a vuestra solicitud pastoral debéis ayudarles a redescubrir la alegría de la fe, la alegría de ser amados personalmente por Dios, que dio a su Hijo Jesús para nuestra salvación. En efecto, como bien sabéis, creer consiste sobre todo en ponerse en manos de Dios, que nos conoce y nos ama personalmente, y en acoger la verdad que reveló en Cristo con la actitud confiada que nos lleva a tener confianza en él, Revelador del Padre. A pesar de nuestras debilidades y nuestros pecados, él nos ama, y este amor suyo da sentido a nuestra vida y a la del mundo.

La respuesta a Dios exige el camino interior que lleva al creyente a encontrarse con el Señor. Este encuentro sólo es posible si el hombre es capaz de abrir su corazón a Dios, que habla en la profundidad de la conciencia. Esto exige interioridad, silencio, vigilancia, actitudes que os invito a vivir personalmente y a proponer a vuestros fieles, tratando de promover iniciativas oportunas de tiempos y lugares que ayuden a descubrir el primado de la vida espiritual.

En la pasada fiesta de San Pedro y San Pablo apóstoles, entregué a la Iglesia el Compendio del Catecismo de la Iglesia católica, síntesis fiel y segura del texto precedente más amplio. Hoy, os entrego idealmente a cada uno de vosotros estos dos documentos fundamentales de la fe de la Iglesia, para que sean punto de referencia de vuestra enseñanza y signo de la comunión de fe que vivimos. La forma de diálogo que tiene el Compendio del Catecismo de la Iglesia católica y el uso de las imágenes quieren ayudar a cada fiel a ponerse personalmente ante la llamada de Dios, que resuena en la conciencia, para entablar un coloquio íntimo y personal con él; un coloquio que se extiende a la comunidad en la oración litúrgica, traduciéndose en fórmulas y ritos provistos de una belleza que favorece la contemplación de los misterios de Dios. Así, la lex credendi se convierte en lex orandi.

Os exhorto a estar cerca de vuestros sacerdotes, pero también de los numerosos catequistas de vuestras diócesis, que colaboran en vuestro ministerio: a cada uno de ellos le envío, a través de vosotros, mi saludo y mi aliento. Trabajad para que el Año de la Eucaristía, que ya está a punto de terminar, deje en el corazón de los fieles el deseo de arraigar cada vez más toda su vida en la Eucaristía. Que la Eucaristía sea, también para vosotros, la fuerza inspiradora de vuestro ministerio pastoral. El modo mismo de celebrar la misa por parte del obispo alimenta la fe y la devoción de los sacerdotes y los fieles. Y en la diócesis, cada obispo, como "primer dispensador de los misterios de Dios", es el responsable de la Eucaristía, es decir, tiene la tarea de velar para que la celebración de la Eucaristía sea digna y decorosa, y promover el culto eucarístico. Asimismo, el obispo debe fomentar en especial la participación de los fieles en la misa dominical, en la que resuena la Palabra de vida y Cristo mismo se hace presente bajo las especies del pan y del vino.
Además, la misa permite a los fieles alimentar también el sentido comunitario de la fe.

Queridos hermanos, tened gran confianza en la gracia e infundid esta confianza en vuestros colaboradores, para que la perla preciosa de la fe siempre resplandezca, se conserve, se defienda y se transmita en su pureza. Sobre cada uno de vosotros y sobre vuestras diócesis invoco la protección de María, a la vez que de corazón imparto a cada uno mi bendición.




AL SEÑOR LUIS FELIPE BRAVO MENA EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE MÉXICO ANTE LA SANTA SEDE

Viernes 23 de septiembre de 2005


Señor Embajador:

85 Me complace recibirle en este acto en el que me presenta las Cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de México ante la Santa Sede. Al darle mi cordial bienvenida le agradezco las amables palabras que me ha dirigido, así como el deferente saludo del Señor Presidente, Lic. Vicente Fox, al que correspondo rogándole que le transmita mis mejores votos de paz y bienestar para todo el pueblo mexicano.

Desde que en 1992 se establecieron relaciones diplomáticas entre México y la Santa Sede, se han producido notables avances, en un clima de mutuo respeto y colaboración, que han beneficiado a ambas partes. Esto anima a seguir trabajando, desde la propia autonomía y las respectivas competencias, teniendo como objetivo prioritario la promoción integral de las personas, que son ciudadanos de la Nación y, la gran mayoría de ellos, hijos de la Iglesia católica.

En este sentido, como usted ha puesto de relieve, un Estado democrático laico es aquel que protege la práctica religiosa de sus ciudadanos, sin preferencias ni rechazos. Por otra parte, la Iglesia considera que en las sociedades modernas y democráticas puede y debe haber plena libertad religiosa. En un Estado laico son los ciudadanos quienes, en el ejercicio de su libertad, dan un determinado sentido religioso a la vida social. Además, un Estado moderno ha de servir y proteger la libertad de los ciudadanos y también la práctica religiosa que ellos elijan, sin ningún tipo de restricción o coacción, como lo han expresado muchos documentos del magisterio eclesiástico y, recientemente, el Episcopado mexicano en el comunicado "Por una auténtica libertad religiosa en México". "No se trata ?se ha dicho? de un derecho de la Iglesia como institución, se trata de un derecho humano de cada persona, de cada pueblo y de cada nación" (10-8-2005).

Ante el creciente laicismo, que pretende reducir la vida religiosa de los ciudadanos a la esfera privada, sin ninguna manifestación social y pública, la Iglesia sabe muy bien que el mensaje cristiano refuerza e ilumina los principios básicos de toda convivencia, como el don sagrado de la vida, la dignidad de la persona junto con la igualdad e inviolabilidad de sus derechos, el valor irrenunciable del matrimonio y de la familia que no se puede equiparar ni confundir con otras formas de uniones humanas. La institución familiar necesita un apoyo especial, porque en México, como en otros Países, va mermando progresivamente su vitalidad y su papel fundamental, no sólo por los cambios culturales, sino también por el fenómeno de la emigración, con las consiguientes y graves dificultades de diversa índole, sobre todo para las mujeres, los niños y los jóvenes.

Una atención especial merece el problema del narcotráfico, que causa un grave daño a la sociedad. A ese respecto, hay que reconocer el esfuerzo continuo realizado hasta ahora por el Estado y algunas organizaciones sociales en la lucha contra esta terrible plaga que afecta a la seguridad y a la salud pública. No debe olvidarse que una de las raíces del problema es la gran desigualdad económica, que no permite el justo desarrollo de una buena parte de la población, llevando a muchos jóvenes a ser las primeras víctimas de las adicciones, o bien atrayéndolos con la seducción del dinero fácil procedente del narcotráfico y del crimen organizado. Por ello, es urgente que todos aúnen esfuerzos para erradicar este mal mediante la difusión de los auténticos valores humanos y la construcción de una verdadera cultura de la vida. La Iglesia ofrece toda su colaboración en este campo

Al considerar la historia de México se constata la vasta pluralidad de sus poblaciones indígenas, que durante siglos se han esforzado por conservar sus valores y tradiciones ancestrales. Como expresó mi querido predecesor el Papa Juan Pablo II en la canonización del indio Juan Diego en la Basílica de Guadalupe, "¡México necesita a sus indígenas y los indígenas necesitan a México!". En efecto, es preciso favorecer, hoy más que nunca, su integración respetando sus costumbres y las formas de organización de sus comunidades, lo cual les permita el desarrollo de su propia cultura y les haga capaces de abrirse, sin renunciar a su identidad, a los desafíos del mundo globalizado. Por ello, aliento a los responsables de las instituciones públicas a favorecer, desde una efectiva igualdad de derechos, la participación activa de los pueblos indígenas en la marcha y el progreso del País. Es una justa e irrenunciable aspiración, cuya realización fundamentará la paz, que ha de ser fruto de la justicia.

No puedo dejar de referirme también a las próximas elecciones del 2006, que representan una oportunidad y un desafío para consolidar los significativos avances en la democratización del País. Es de esperar que el proceso electoral contribuya a seguir fortaleciendo el orden democrático, orientándolo decididamente hacia el desarrollo de políticas inspiradas en el bien común y en la promoción integral de todos los ciudadanos, atendiendo especialmente a los más débiles y desprotegidos. A ello se han referido los Obispos de México en su Mensaje ante el inicio del proceso electoral. El título del mismo, Fortalecer la democracia reconstruyendo la confianza ciudadana, indica muy bien las necesidades de la hora presente.

Ciertamente, la actividad política en México ha de continuar ejerciéndose como un servicio efectivo a la Nación, con el fin de promover y garantizar las condiciones necesarias para que los ciudadanos puedan desarrollar su vida en las mejores condiciones posibles. Se ha de fomentar el respeto a la verdad, la voluntad de favorecer el bien general, la defensa de la libertad, la justicia y la convivencia, en el marco del Estado de Derecho. Es largo el proceso a través del cual los pueblos se ejercitan en la corresponsabilidad propia de la democracia. Por ello son valiosos los esfuerzos gubernamentales, pero también los de tantas instituciones civiles y religiosas, universidades y asociaciones, orientados a fomentar una cultura de participación en la sociedad mexicana. La cohesión del tejido social se fortalece también cuando se presentan altos objetivos a los pueblos y se ponen a su alcance los medios para cumplirlos. Por eso, en el ámbito democrático, es urgente promover la creación de centros de formación ética y política en los que se aprendan y asimilen los derechos y deberes que incumben a cuantos quieren dedicarse al servicio de todos los ciudadanos.

Señor Embajador, al concluir este grato encuentro renuevo a usted y a su distinguida familia mi más cordial bienvenida, formulando los mejores votos por el éxito de la misión que ahora inicia en beneficio de las buenas relaciones existentes entre México y la Santa Sede. Pido fervientemente a Nuestra Señora de Guadalupe que proteja al querido pueblo mexicano para que siga progresando por los caminos de la solidaridad y de la paz.


AL TERCER GRUPO DE OBISPOS DE MÉXICO EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Viernes 23 de septiembre de 2005



Queridos hermanos en el Episcopado:

86 Me alegra recibiros hoy, Pastores de la Iglesia de Dios, venidos desde las sedes metropolitanas de Jalapa, México, Puebla y Tlalnepantla, y de las diócesis sufragáneas, para realizar la visita ad Limina, venerable institución que contribuye a mantener vivos los estrechos vínculos de comunión que unen a cada Obispo con el Sucesor de Pedro. Vuestra presencia aquí me hace sentir también cercanos a los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles de vuestras Iglesias particulares. Agradezco las amables palabras del Señor Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo de México, con las que ha expresado vuestro afecto y estima, haciéndome partícipe de las propias inquietudes y proyectos pastorales. A ello correspondo pidiendo al Señor que en vuestras diócesis y en todo México se acreciente siempre la fe, la esperanza, la caridad y el valiente testimonio de todos los cristianos.

Basados en la fuerza de las promesas del Señor y en la asistencia de su Espíritu, estáis llamados, como sucesores de los Apóstoles, a ser los primeros en llevar a cabo la misión confiada por Él a su Iglesia. Tanto individualmente como de manera colegial realizáis un análisis constante de la sociedad mexicana, porque sois conscientes de que el ministerio episcopal os impulsa a valorar las realidades temporales para iluminarlas desde la fe. A este respecto, el Obispo contempla vigilante a los fieles y a toda la sociedad desde la perspectiva del Evangelio. Al escuchar "lo que el Espíritu dice a las Iglesias" (
Ap 2,7), sentís el deber de hacer un sereno discernimiento sobre las diversas circunstancias, las iniciativas o la pasividad, que lamentablemente afecta a veces al pueblo de Dios, sin descuidar tampoco los graves problemas y las aspiraciones más profundas de la sociedad.

El centro de la República Mexicana es la región donde se asentaron los antiguos pueblos indígenas y donde empezó la acción misionera de la Iglesia, extendiéndose a las demás regiones. La vida urbana está marcada por la convivencia de múltiples culturas y costumbres de sus habitantes. En las grandes ciudades se encuentran importantes centros de la vida económica, universitaria y cultural, así como las instituciones políticas y legislativas, de donde irradian su influencia al resto de la nación. Al mismo tiempo, en ellas la vida es compleja por las diversas clases sociales a las que la pastoral diocesana debe atender sin discriminación, cuidando de manera prioritaria a quienes se encuentran en situación de gran pobreza, soledad o marginación. Todos estos grupos sociales forjan el rostro urbano y constituyen un continuo desafío para la tarea pastoral, cuya planificación debe atender también a los hermanos que emigran, cada vez en mayor número, del ambiente rural al urbano en busca de una vida más digna. Esta realidad, con sus problemas acuciantes, ha de suscitar la sensibilidad de sus Pastores. Como nos recuerda el Concilio Vaticano II, "es necesario, por tanto, conocer y comprender el mundo en el que vivimos, sus expectativas, sus aspiraciones y su índole muchas veces dramática" (Gaudium et spes GS 4).

En este contexto, el Obispo ha de fomentar y consolidar la comunión, de modo que los fieles se sientan llamados con mayor intensidad hacia la vida comunitaria, haciendo que la Iglesia sea "la casa y la escuela de la comunión" (Novo millennio ineunte NM 43). La Iglesia será así capaz de responder a las esperanzas del mundo con el testimonio de la experiencia cristiana de unidad. Os animo, pues, en tan delicada tarea, en la cual no se ha de olvidar nunca la comunión cristiana de bienes.

Vuestro ministerio pastoral se ha de dirigir a todos, tanto a los fieles que participan activamente en la vida de la comunidad diocesana como a las personas que se han alejado y que buscan el sentido de la propia vida. Por eso os invito a proseguir sin desaliento en la función de enseñar y anunciar a los hombres el Evangelio de Cristo (cf. Christus Dominus CD 11). El Obispo, al proponer la Palabra de Dios para iluminar la conciencia de los fieles, ha de hacerlo con un lenguaje y una forma apropiada a nuestro tiempo, "que dé una respuesta a las dificultades y problemas que más oprimen y angustian a los hombres" (ibíd. CD 13). En la sociedad actual, que da muestras tan visibles de secularismo, no debemos caer en el desánimo ni en la falta de entusiasmo en los proyectos pastorales. Recordad que el Espíritu os da las fuerzas necesarias. Tened confianza en Él, que es "Señor y dador de vida".

Los sacerdotes son los estrechos colaboradores en vuestro ministerio pastoral. Ellos participan de vuestra importantísima misión y, además, "en la celebración de todos los sacramentos, los presbíteros están unidos jerárquicamente con su obispo de diversas maneras. Así lo hacen presente, en cierto sentido, en cada una de las comunidades de los fieles" (Presbyterorum Ordinis PO 5). Tenéis que dedicar los mejores desvelos y energías a los sacerdotes. Por eso os aliento a estar siempre cerca de cada uno, a mantener con ellos una relación de amistad sacerdotal, al estilo del Buen Pastor. Ayudadles a ser hombres de oración asidua, tanto en el silencio contemplativo que nos aleja del ruido y de la dispersión de las múltiples actividades, como en la celebración devota y diaria de la Eucaristía y de la Liturgia de las Horas, que la Iglesia les ha encomendado para bien de todo el Cuerpo de Cristo. La oración del sacerdote es una exigencia de su ministerio pastoral, porque para la comunidad es imprescindible el testimonio del sacerdote orante, que proclama la trascendencia y se sumerge en el misterio de Dios. Preocupaos por la situación particular de cada sacerdote animándolo a proseguir con gozo y esperanza por el camino de la santidad sacerdotal, ofreciéndole la ayuda que necesite y fomentando también la fraternidad entre ellos. Que a ninguno le falten los medios necesarios para vivir dignamente su sublime vocación y ministerio. Cuidad también con particular esmero la formación de los seminaristas y promoved con entusiasmo la pastoral vocacional.

Ante un panorama cambiante y complejo como el actual, la virtud de la esperanza está sometida a dura prueba en la comunidad de los creyentes. Por eso mismo hemos de ser apóstoles esperanzados, que confían con alegría en las promesas de Dios. Él nunca abandona a su pueblo, sino que lo llama a conversión para que su Reino se haga realidad. Reino de Dios quiere decir no sólo que Dios existe y vive, sino que está presente y actúa en el mundo. Es la realidad más íntima y decisiva en cada acto de la vida humana, en cada momento de la historia. El diseño y realización de los programas pastorales deben reflejar, pues, esta confianza en la presencia amorosa de Dios en el mundo. Esto ayudará a los laicos católicos a ser capaces de afrontar el creciente secularismo y participar de manera responsable en los asuntos temporales, iluminados por la Doctrina Social de la Iglesia.

Queridos Hermanos, una vez más os aseguro mi profunda comunión en la oración, con una firme esperanza en el futuro de vuestras diócesis, en las que se manifiesta una gran vitalidad. Que el Señor os conceda la alegría de servirlo, guiando en su nombre a las Iglesias diocesanas que se os han confiado. Que Nuestra Señora de Guadalupe, Reina y Madre de México, os acompañe y proteja siempre. A vosotros y a vuestros fieles diocesanos imparto con gran afecto la Bendición Apostólica.


A LOS DEPENDIENTES DE LAS VILLAS PONTIFICIAS

Viernes 23 de septiembre de 2005



Queridos hermanos y hermanas:

Mi estancia estival en Castelgandolfo está a punto de concluir, y me alegra acogeros en este encuentro, que me ofrece la posibilidad de manifestaros mi cordial gratitud por el trabajo que realizáis diligentemente. Saludo al director general de las Villas pontificias, doctor Saverio Petrillo, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido. Saludo, asimismo, a los demás funcionarios y a todo el personal. Antes de volver al Vaticano deseo daros las gracias porque, también con la contribución de cada uno de vosotros, he podido pasar un sereno y relajante período de descanso.
87 Me llevo óptimos recuerdos y, ciertamente, este será también para mí un "segundo Vaticano".

Quisiera dirigir, asimismo, un saludo a vuestros familiares, que amablemente han querido acompañaros, junto con los niños, formando así una gran familia.

A Dios, manantial de todo bien, le pido que os bendiga a vosotros y a vuestras familias. Que Dios mismo sea vuestro apoyo en todo momento; recurrid siempre a su ayuda y no os canséis de darle, cada día de vuestra existencia, un testimonio coherente de fidelidad.

Os aseguro mi recuerdo en la oración, invocando sobre vosotros y sobre vuestros seres queridos la protección de san Pío de Pietrelcina, cuya memoria celebramos hoy.

Ojalá que su amor a la Eucaristía y al Crucificado, y su espíritu de docilidad a la Iglesia, que animaron toda su vida, os estimulen a vivir cada vez más unidos a Cristo.

Y ahora, deseándoos todo tipo de bienes, os imparto de corazón a todos vosotros, aquí presentes, y a vuestros seres queridos una especial bendición apostólica.

PALABRAS DE DESPEDIDA DEL PAPA BENEDICTO XVI


A LA COMUNIDAD DE CASTELGANDOLFO

Lunes 26 de septiembre de 2005



Queridos hermanos y hermanas:

Está a punto de concluir mi estancia aquí, en Castelgandolfo. Antes de volver al Vaticano, siento la necesidad de expresar mi gratitud a quienes durante estos meses me han acogido y se han prodigado para asegurarme una estancia serena. Por tanto, me alegra encontrarme con vosotros y saludaros a todos con afecto.

En primer lugar, deseo dirigir mi saludo cordial a la comunidad cristiana de Castelgandolfo y a toda la diócesis de Albano, que precisamente en estos días está celebrando su asamblea diocesana. En particular, saludo al obispo, monseñor Marcello Semeraro, al párroco de Castelgandolfo y a las comunidades religiosas masculinas y femeninas. A todos os deseo que trabajéis siempre unidos para difundir por doquier el amor y la alegría de Cristo.

Saludo, además, al señor alcalde y le agradezco la cortesía que ha querido demostrarme, así como los sentimientos que me ha manifestado también en nombre de la administración y del concejo municipal. Mi saludo se extiende a la comunidad ciudadana, que he sentido tan cercana en este período. Es siempre generosa con los peregrinos que, como en los años pasados con el amado Juan Pablo II, también este verano han venido en gran número a visitar al Papa. La tradicional hospitalidad de los habitantes de Castelgandolfo es bien conocida. ¡Gracias!

88 Dirijo un saludo agradecido también a los médicos y a los agentes de los varios servicios del Gobierno. Saludo asimismo a los funcionarios y a los agentes de las Fuerzas del orden italianas que, en colaboración con la Gendarmería vaticana y la Guardia suiza pontificia, me han asegurado a mí y a mis colaboradores una estancia tranquila y segura en esta hermosa localidad. A cada uno le expreso mi estima y mi aprecio, y uno un recuerdo afectuoso para sus familias y sus seres queridos.

Queridos amigos, antes de despedirme os aseguro que seguiré orando al Señor para que os bendiga a vosotros, a vuestros familiares, vuestro trabajo, los proyectos y las expectativas de toda la comunidad de Castelgandolfo. Sobre todos y cada uno invoco la protección materna de María. Con estos sentimientos, os imparto a vosotros, y a cuantos representáis, la bendición apostólica, signo de mi constante benevolencia.


AL CUARTO GRUPO DE OBISPOS DE MÉXICO EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Jueves 29 de septiembre de 2005



Queridos Hermanos en el Episcopado:

Me complace recibiros con ocasión de la visita ad Limina, saludaros a todos juntos y alentaros en la esperanza, tan necesaria para el ministerio que generosamente ejercéis en las respectivas arquidiócesis y diócesis de las provincias eclesiásticas de Acapulco, Antequera y Yucatán. Agradezco las palabras que me ha dirigido el Señor Cardenal Juan Sandoval Íñiguez, Arzobispo de Guadalajara, expresando vuestra adhesión y sincero afecto. En esto reflejáis también el profundo espíritu religioso del pueblo mexicano y el gran aprecio de vuestras comunidades por el Papa. Llevadles mi saludo agradecido, recordando que las tengo muy presentes en la oración.

Con la peregrinación a las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo habéis tenido oportunidad de robustecer los lazos que unen vuestro ministerio a la misión encomendada por Cristo a los Doce e inspiraros en su ejemplo de abnegada entrega a la evangelización de todos los pueblos. En éste y los demás encuentros con la Curia Romana se hace patente y efectiva la comunión con la Sede de Pedro y la solicitud de todos los Obispos por la Iglesia universal (cf. Lumen gentium LG 23).

“El Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20,28). Con estas palabras, el Señor nos ha enseñado cómo ejercer nuestra misión. De la íntima comunión con Él brota espontáneamente la participación en su amor a los hombres, haciendo llevadero incluso lo gravoso. Ella da alegría al servicio y lo hace fructificar. Lo esencial de nuestro ministerio es, pues, la unión personal con Cristo. Él nos enseña que la vida plena no está en el éxito (cf. Mt 16,25), sino en el amor y la entrega a los demás. El que trabaja por Cristo sabe, además, que “uno siembra y el otro siega” (Jn 4,37).

La función episcopal de enseñar consiste en la transmisión del Evangelio de Cristo, con sus valores morales y religiosos, considerando las diversas realidades y aspiraciones que surgen en la sociedad contemporánea, cuya situación deben conocer bien los Pastores. “Es importante hacer un gran esfuerzo para explicar adecuadamente los motivos de las posiciones de la Iglesia, subrayando sobre todo que no se trata de imponer a los no creyentes una perspectiva de fe, sino de interpretar y defender los valores radicados en la naturaleza misma del ser humano” (Novo millennio ineunte NM 51).

Al mismo tiempo, los Pastores de la Iglesia en México han de prestar una especial atención, como se hacía en las primeras comunidades cristianas, a los grupos más desprotegidos y a los pobres. Ellos siguen siendo un amplio sector de la población nacional, víctimas a veces de estructuras insuficientes e inaceptables. Desde el Evangelio, la respuesta adecuada es promover la solidaridad y la paz, que hagan realmente posible la justicia. Por eso la Iglesia trata de colaborar eficazmente para erradicar cualquier forma de marginación, orientando a los cristianos a practicar la justicia y el amor. En este sentido, animad a quienes disponen de más recursos a compartirlos, como nos exhorta el mismo Cristo, con los hermanos más necesitados (cf. Mt 25,35-40). Es necesario no sólo aliviar las necesidades más graves, sino que se ha de ir a sus raíces, proponiendo medidas que den a las estructuras sociales, políticas y económicas una configuración más ecuánime y solidaria. Así la caridad estará al servicio de la cultura, de la política, de la economía y de la familia, convirtiéndose en cimiento de un auténtico desarrollo humano y comunitario (cf. Novo millennio ineunte NM 51).

El pueblo mexicano, rico por sus culturas, historia, tradiciones y religiosidad, se caracteriza por su alegría y un profundo sentido de la fiesta. Ésta es una de las muestras del júbilo cristiano ya desde la primera evangelización, que da gran expresividad a las celebraciones y manifestaciones de la religiosidad popular. Corresponde a los Pastores orientar esta peculiaridad tan común en los fieles mexicanos hacia una fe sólida y madura, capaz de modelar una conducta de vida coherente con lo que se profesa con alegría. Ello avivará también el creciente impulso misionero de los mexicanos, que responden al mandato del Señor: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes” (Mt 28,19 cf. Ecclesia in America ).

En México, donde se manifiesta tantas veces el “genio” de la mujer, que asegura una fina sensibilidad por el ser humano (cf. Mulieris dignitatem MD 30) en la familia, en las comunidades eclesiales, en la asistencia social y en otros campos de la vida ciudadana, se da a veces la paradoja de una exaltación teórica y una depreciación práctica o discriminatoria de la misma. Por eso, tomando ejemplo de la delicadeza y respeto que Jesús mostró hacia ellas, sigue siendo un desafío de nuestro tiempo cambiar de mentalidad, para que sean tratadas con plena dignidad en todos los ambientes y se proteja también su insustituible misión de ser madres y primeras educadoras de los hijos.

89 Además, hoy es una tarea importante la pastoral con los jóvenes. Ellos, con sus preguntas e inquietudes y también con la alegría de su fe, siguen siendo para nosotros un estímulo en nuestro ministerio. En muchos de ellos existe el falso concepto de que comprometerse o tomar decisiones definitivas hace perder la libertad. Conviene recordarles, en cambio, que el hombre se hace libre cuando se compromete incondicionalmente con la verdad y el bien. Sólo así es posible encontrar un sentido a la vida y construir algo grande y duradero si tienen a Jesucristo como centro de su existencia.

Os invito una vez más, queridos Hermanos, a caminar y actuar concordes en un espíritu de comunión, que tiene su cumbre y su fuente inagotable en la Eucaristía. México ha tenido la gracia de celebrar de manera solemne este gran Sacramento durante el reciente Congreso Eucarístico Internacional de Guadalajara. Estoy seguro de que este acontecimiento eclesial ha dejado profundas huellas en el pueblo fiel, que conviene seguir manteniendo como un tesoro de fe celebrada y compartida.

Sed promotores y modelos de comunión. Así como la Iglesia es una, así también el episcopado es uno, siendo el Papa, como afirma el Concilio Vaticano II, “el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de fieles” (Lumen gentium
LG 23). La comunión tiene también una enorme importancia pastoral, pues las iniciativas apostólicas rebasan cada vez más los límites diocesanos y requieren mayor colaboración, proyectos comunes y coordinación en un País tan extenso. En él se acentúa la movilidad de la población y el incremento de grandes núcleos urbanos, que requieren una evangelización metódica y capilar (cf. Ecclesia in America ).

Queridos Hermanos, antes de concluir este encuentro os aseguro mi profunda comunión en la oración junto con mi firme esperanza en la renovación espiritual de vuestras diócesis. Encomiendo todos estos deseos y también vuestro ministerio pastoral a la maternal intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe. Llevad mi afectuoso saludo a vuestros sacerdotes, a los religiosos y religiosas, a los agentes de pastoral y a todos los fieles diocesanos. A vosotros y a todos ellos imparto con gran afecto la bendición apostólica.



Discursos 2005 83