Discursos 2005 89

DURANTE SU VISITA AL HOSPITAL INFANTIL DEL "NIÑO JESÚS"

Viernes 30 de septiembre de 2005



Señores administradores del hospital y distinguidas autoridades;
queridos niños:

Al final de mi visita, me alegra entretenerme con vosotros, agradeciéndoos vuestra cordial acogida.
Doy las gracias al señor presidente de este hospital pediátrico "Niño Jesús" por las palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros, palabras de fe y de verdadera caridad cristiana. Saludo a los presidentes de la región y de la provincia, al alcalde de Roma y a las demás autoridades aquí reunidas. Mi gratitud va también a los administradores, a los directores y a los coordinadores de los departamentos del hospital, así como a los médicos, a los enfermeros y a todo el personal. Con afecto me dirijo sobre todo a vosotros, queridos niños, y a vuestros familiares, que están junto a vosotros con mucha solicitud. Gracias de corazón a vuestro representante, que me ha ofrecido un hermoso regalo en nombre de toda la familia del "Niño Jesús". Estoy cerca de cada uno de vosotros y quisiera haceros sentir el consuelo y la bendición de Dios. El mismo deseo quiero expresar a quienes se encuentran en las sucursales de Palidoro y Santa Marinella, igualmente tan cerca de mí.

Para mi primera visita a un hospital, he elegido el "Niño Jesús" por dos motivos: ante todo, porque este centro pertenece a la Santa Sede, y lo sigue con solicitud el cardenal secretario de Estado, que está aquí presente. Al pasar por algunas salas y encontrarme con tantos niños que sufren he pensado espontáneamente en Jesús, que amaba tiernamente a los niños y quería que los dejaran acercarse a él. Sí, como Jesús, también la Iglesia manifiesta una predilección particular por la infancia, especialmente cuando se trata de niños que sufren. Este es, pues, el segundo motivo por el que he venido a visitaros: para testimoniar también yo el amor de Jesús a los niños, un amor que fluye espontáneamente del corazón y que el espíritu cristiano acrecienta y refuerza. El Señor dijo: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40 Mt 25,45). En toda persona que sufre, más aún si es pequeña e indefensa, Jesús nos acoge y espera nuestro amor.

Por tanto, queridos amigos, es importante el trabajo que realizáis aquí. Pienso en las operaciones de vanguardia, que dan renombre al "Niño Jesús"; pero pienso también y sobre todo en el trabajo ordinario, de cada día: la acogida, la hospitalización y la asistencia solícita a los pequeños pacientes -¡y son tantos!-, que se dirigen a vuestras estructuras sanitarias. Esto requiere una gran disponibilidad, una búsqueda constante para multiplicar los recursos disponibles; exige atención, espíritu de sacrificio, paciencia y amor desinteresado, para que las madres y los padres puedan encontrar aquí un lugar donde se respire esperanza y serenidad incluso en los momentos de mayor aprensión.

90 Permitidme expresar aún unas palabras precisamente sobre la calidad de la acogida y de la atención que se reserva a los enfermos. Aquí vuestra preocupación es asegurar un tratamiento excelente no sólo bajo el perfil sanitario, sino también bajo el aspecto humano. Tratáis de dar una familia a los pacientes y a sus acompañantes, y esto requiere la contribución de todos: de los dirigentes, de los médicos, de los enfermeros y de los agentes sanitarios en las diferentes unidades, del personal y de las numerosas y beneméritas organizaciones de voluntarios, que diariamente prestan su valioso servicio. Este estilo, que vale para toda clínica, debe caracterizar de modo especial a las que se inspiran en los principios evangélicos. Además, para los niños no hay que escatimar ningún recurso. Por tanto, en el centro de todo proyecto y programa debe estar siempre el bien del enfermo, el bien del niño enfermo.

Queridos amigos, gracias por vuestra colaboración en esta obra de gran valor humano, que representa también un apostolado muy eficaz. Rezo por vosotros, sabiendo que esta misión vuestra es ardua. Pero estoy seguro de que todo resultará más fácil si, al dedicar vuestras energías a todos los pequeños huéspedes, sabéis reconocer en su rostro el rostro de Jesús. Al recogerme en la capilla, me he encontrado con los sacerdotes, las religiosas y cuantos acompañan vuestro trabajo con su dedicación, en particular asegurando una oportuna animación espiritual. Que la Iglesia sea precisamente el corazón del hospital: de Jesús realmente presente en la Eucaristía, del dulce Médico de los cuerpos y de las almas, sacad la fuerza espiritual para confortar y curar a cuantos están internados aquí.

Por último, permitidme una reflexión exquisitamente pastoral, como Obispo de Roma. El hospital "Niño Jesús", además de ser una obra inmediata y concreta de ayuda de la Santa Sede a los niños enfermos, representa una vanguardia de la acción evangelizadora de la comunidad cristiana en nuestra ciudad. Aquí se puede dar un testimonio concreto y eficaz del Evangelio en contacto con la humanidad que sufre; aquí se proclama con los hechos el poder de Cristo, que con su espíritu cura y transforma la existencia humana. Oremos para que, junto con la asistencia, se comunique a los pequeños huéspedes el amor de Jesús. Que María santísima, Salus infirmorum ?Salud de los enfermos?, a quien sentimos aún más cerca, como Madre del Niño Jesús y de todos los niños, os proteja a vosotros, queridos enfermos, y a vuestras familias, a los dirigentes, a los médicos y a toda la comunidad del hospital. A todos imparto con afecto la bendición apostólica.

Octubre de 2005



BEATIFICACIÓN DEL CARDENAL CLEMENS AUGUST GRAF VON GALEN

PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

AL FINAL DE LA CELEBRACIÓN



Altar de la Confesión, Basílica Vaticana


Domingo 9 de octubre de 2005




Al concluir esta celebración, durante la cual ha sido inscrito en el catálogo de los beatos el cardenal Clemens August Graf von Galen, me alegra unirme a vosotros, que habéis venido en gran número a la basílica de San Pedro, para rendir homenaje al nuevo beato. Saludo cordialmente a los venerados hermanos cardenales y obispos, a las distinguidas autoridades y a todos los presentes.

Con gran afecto saludo a los obispos y a los sacerdotes, a los representantes de la vida pública y a los peregrinos que han venido a Roma desde Münster y toda Alemania. Todos nosotros, y en particular los alemanes, nos sentimos agradecidos al Señor por habernos dado este gran testigo de la fe, que en tiempos oscuros hizo brillar la luz de la verdad y tuvo la valentía de enfrentarse al poder de la tiranía. Pero debemos preguntarnos: ¿cómo le llegó esta intuición en un tiempo en que muchas personas inteligentes estaban como ciegas? ¿De dónde sacó la fuerza para oponerse en un momento en que incluso los fuertes se mostraron débiles y viles?

Sacó su intuición y su valentía de la fe, que le mostró la verdad, le abrió el corazón y los ojos. Más que a los hombres, temía a Dios, que le concedió el valor para hacer y decir lo que otros no se atrevían a decir y hacer. Así él nos infunde valentía, nos exhorta a vivir de nuevo la fe hoy y nos muestra también que esto es posible tanto en las cosas sencillas y humildes como en las grandes y profundas.

Recordemos que se dirigió a menudo en peregrinación al santuario de la Madre de Dios en Telgte, que introdujo la adoración perpetua en San Servacio, que a menudo pidió y obtuvo la gracia del perdón en el sacramento de la Penitencia.

Así pues, nos muestra esa catolicidad sencilla, en la que el Señor se encuentra con nosotros, en la que abre nuestro corazón y nos da el discernimiento de espíritus, la valentía de la fe y la alegría por ser salvados.

Demos gracias a Dios por este gran testigo de la fe y pidámosle que nos ilumine y nos guíe. ¡Beato cardenal von Galen, precisamente en esta hora, ruega por nosotros, por la Iglesia que está en Alemania y por todo el mundo! Amén.



APERTURA DE LA PRIMERA CONGREGACIÓN GENERAL DEL SÍNODO

MEDITACIÓN DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI TRAS LA LECTIO BREVIS DE LA HORA TERCIA

Lunes 3 de octubre de 2005



Queridos hermanos:

91 Este texto de la hora Tercia de hoy implica cinco imperativos y una promesa. Tratemos de comprender un poco mejor qué quiere decirnos el Apóstol con estas palabras.

El primer imperativo es muy frecuente en las cartas de san Pablo, más aún, se podría decir que es casi el "cantus firmus" de su pensamiento: "gaudete".

En una vida tan atormentada como la suya, una vida llena de persecuciones, de hambre, de sufrimientos de todo tipo, siempre está presente, sin embargo, una palabra clave: "gaudete".
Surge aquí la pregunta: ¿es posible mandar a la alegría? Queremos decir que la alegría viene o no viene, pero no puede imponerse como un deber. Y aquí nos ayuda pensar en el texto sobre la alegría más conocido de las cartas paulinas, el del domingo "Gaudete", en el corazón de la liturgia de Adviento: "Gaudete, iterum dico, gaudete, quia Dominus prope est".

Aquí vemos el motivo por el cual san Pablo en todos sus sufrimientos, en todas sus tribulaciones, sólo podía decir a los demás "gaudete"; podía decirlo, porque en él mismo estaba presente la alegría: "Gaudete, Dominus enim prope est".

Si el amado, el amor, el mayor don de mi vida, está cerca de mí; si estoy convencido de que aquel que me ama está cerca de mí, incluso en las situaciones de tribulación, en lo hondo del corazón reina una alegría que es mayor que todos los sufrimientos.

El Apóstol puede decir "gaudete" porque el Señor está cerca de cada uno de nosotros. Y así, en realidad, este imperativo es una invitación a sentir la presencia del Señor cerca de nosotros. Es una sensibilización ante la presencia del Señor. El Apóstol quiere que percibamos esta presencia, oculta pero muy real, de Cristo cerca de cada uno de nosotros. A cada uno de nosotros se dirigen las palabras del Apocalipsis: "llamo a tu puerta, óyeme, ábreme".

Por tanto, es también una invitación a ser sensibles a esta presencia del Señor que llama a nuestra puerta. No debemos ser sordos a él; los oídos de nuestro corazón están tan llenos de muchos ruidos del mundo, que no podemos percibir esta presencia silenciosa que llama a nuestra puerta. Al mismo tiempo, analicemos si estamos realmente dispuestos a abrir las puertas de nuestro corazón; o, quizá, este corazón está tan lleno de otras muchas cosas, que no hay lugar en él para el Señor, y por el momento no tenemos tiempo para el Señor. Así, insensibles, sordos a su presencia, llenos de otras cosas, no percibimos lo esencial: él llama a nuestra puerta, está cerca de nosotros y así está cerca la verdadera alegría, que es más fuerte que todas las tristezas del mundo, de nuestra vida.
Por tanto, en el contexto de este primer imperativo, oremos así: "Señor, haznos sensibles a tu presencia; ayúdanos a escucharte, a no ser sordos a ti; ayúdanos a tener un corazón libre, abierto a ti".

El segundo imperativo, "perfecti estote", tal como se lee en el texto latino, parece coincidir con las palabras finales del sermón de la Montaña: "Perfecti estote sicut Pater vester caelestis perfectus est".

Estas palabras nos invitan a ser lo que somos: imágenes de Dios, seres creados en relación con el Señor, "espejo" en el que se refleja la luz del Señor. No vivir el cristianismo según la letra, no escuchar la sagrada Escritura según la letra es a menudo difícil, históricamente discutible; debemos ir más allá de la letra, de la realidad presente, hacia el Señor que nos habla y, así, a la unión con Dios. Pero si vemos el texto griego, encontramos otro verbo, «catartizesthe», y esta palabra significa rehacer, reparar un instrumento, hacer que de nuevo funcione bien. El ejemplo más frecuente para los Apóstoles es arreglar una red de pesca que ya no está en buenas condiciones, que ya casi no sirve; arreglar la red de modo que pueda servir de nuevo para la pesca, hacer que vuelva a ser un buen instrumento para esa labor.

92 Otro ejemplo: con un instrumento musical de cuerdas, que tiene una cuerda rota, no se puede tocar bien una pieza musical. Así, en este imperativo nuestra alma es como una red apostólica que, sin embargo, a menudo casi no sirve, porque está desgarrada por nuestras intenciones; o como un instrumento musical en el que, por desgracia, alguna cuerda está rota y, por tanto, la música de Dios, que debería sonar en lo más hondo de nuestra alma, ya no resuena bien. Arreglar este instrumento, conocer las laceraciones, las destrucciones, las negligencias, lo descuidado que está, y tratar de que este instrumento sea perfecto, sea completo, de modo que cumpla el fin para el que el Señor lo ha creado.

Y así este imperativo puede ser también una invitación al examen regular de conciencia, para ver cómo está mi instrumento, hasta qué punto está descuidado, o ya no funciona, para tratar de que vuelva a funcionar. Es también una invitación al sacramento de la Reconciliación, en el que Dios mismo arregla este instrumento y nos da de nuevo la plenitud, la perfección, la funcionalidad, para que en esta alma pueda resonar la alabanza a Dios.

Luego, "exhortamini invicem". La corrección fraterna es una obra de misericordia. Ninguno de nosotros se ve bien a sí mismo, nadie ve bien sus faltas. Por eso, es un acto de amor, para complementarnos unos a otros, para ayudarnos a vernos mejor, a corregirnos. Pienso que precisamente una de las funciones de la colegialidad es la de ayudarnos, también en el sentido del imperativo anterior, a conocer las lagunas que nosotros mismos no queremos ver ?"ab occultis meis munda me", dice el Salmo?, a ayudarnos a abrirnos y a ver estas cosas.

Naturalmente, esta gran obra de misericordia, ayudarnos unos a otros para que cada uno pueda recuperar realmente su integridad, para que vuelva a funcionar como instrumento de Dios, exige mucha humildad y mucho amor. Sólo si viene de un corazón humilde, que no se pone por encima del otro, que no se cree mejor que el otro, sino sólo humilde instrumento para ayudarse recíprocamente. Sólo si se siente esta profunda y verdadera humildad, si se siente que estas palabras vienen del amor común, del afecto colegial en el que queremos juntos servir a Dios, podemos ayudarnos en este sentido con un gran acto de amor.

También aquí el texto griego añade algún matiz; la palabra griega es «paracaleisthe»e; es la misma raíz de la que viene también la palabra «Paracletos, paraclesis», consolar. No sólo corregir, sino también consolar, compartir los sufrimientos del otro, ayudarle en sus dificultades. Y también esto me parece un gran acto de verdadero afecto colegial. En las numerosas situaciones difíciles que se presentan hoy en nuestra pastoral, hay quien se encuentra realmente un poco desesperado, no ve cómo puede salir adelante. En ese momento necesita consuelo, necesita a alguien que le acompañe en su soledad interior y realice la obra del Espíritu Santo, del Consolador: darle ánimo, estar a su lado, apoyarnos recíprocamente, con la ayuda del Espíritu Santo mismo, que es el gran Paráclito, el Consolador, nuestro Abogado que nos ayuda. Por tanto, es una invitación a realizar nosotros mismos "ad invicem" la obra del Espíritu Santo Paráclito.

"Idem sapite": esta expresión deriva de la palabra latina "sapor", sabor: Tened el mismo sabor por las cosas, tened la misma visión fundamental de la realidad, con todas las diferencias, que no sólo son legítimas, sino también necesarias; pero tened "eundem saporem", tened la misma sensibilidad. El texto griego dice «froneite» lo mismo, es decir, tened fundamentalmente el mismo pensamiento. Para tener fundamentalmente un pensamiento común que nos ayude a guiar juntos la santa Iglesia, debemos compartir la fe, que ninguno de nosotros ha inventado, sino que es la fe de la Iglesia, nuestro fundamento común, sobre el que estamos y trabajamos.

Por tanto, es una invitación a insertarnos siempre de nuevo en este pensamiento común, en esta fe que nos precede. "Ne respicias peccata nostra sed fidem Ecclesiae tuae": lo que el Señor busca en nosotros es la fe de la Iglesia, y también el perdón de los pecados. Tener esta misma fe común. Podemos, debemos vivir esta fe, cada uno con su originalidad, pero sabiendo siempre que esta fe nos precede. Y debemos comunicar a todos los demás la fe común. Este elemento nos lleva ya a hablar del último imperativo, que nos da la paz profunda entre nosotros.

Y en este punto podemos pensar también en «touto froneite», en otro texto de la carta a los Filipenses, al inicio del gran himno sobre el Señor, donde el Apóstol nos dice: "Tened entre vosotros los mismos sentimientos de Cristo", entrad en la «fronesis», en el «fronein», en el pensar de Cristo. Así pues, podemos tener todos juntos la fe de la Iglesia, porque con esta fe entramos en los pensamientos, en los sentimientos del Señor. Pensar con Cristo.

Esta es la última consideración de esa exhortación del Apóstol: pensar con el pensamiento de Cristo. Y podemos hacerlo leyendo la sagrada Escritura, en la que los pensamientos de Cristo son Palabra, nos hablan. En este sentido, deberíamos ejercitarnos en la "lectio divina", descubrir en las Escrituras el pensamiento de Cristo, aprender a pensar con Cristo, a pensar con el pensamiento de Cristo para tener los mismos sentimientos de Cristo, para poder dar a los demás también el pensamiento de Cristo, los sentimientos de Cristo.

Así el último imperativo: "Pacem habete" (en griego, eireneuete), es casi la síntesis de los cuatro imperativos anteriores. Estando en unión con Dios, que es nuestra paz, con Cristo, que nos dijo: "pacem dabo vobis", estamos en paz interior, porque estar en el pensamiento de Cristo unifica nuestro ser. Las dificultades, los contrastes de nuestra alma se unen; estamos unidos al original, a Aquel de quien somos imagen con el pensamiento de Cristo. Así nace la paz interior, y sólo si tenemos una profunda paz interior podemos ser también personas de paz para los demás en el mundo.

Aquí nos preguntamos: ¿Esa promesa está condicionada por los imperativos?; es decir, ¿este Dios de la paz está con nosotros sólo en la medida en que podemos realizar los imperativos? ¿Cómo es la relación entre imperativo y promesa?

93 Yo diría que es bilateral; es decir, la promesa precede a los imperativos, hace realizables los imperativos y sigue también a esa realización de los imperativos. Antes de que nosotros hagamos algo, el Dios del amor y de la paz se ha abierto a nosotros, está con nosotros. En la Revelación que comenzó en el Antiguo Testamento, Dios vino a nosotros con su amor, con su paz.

Y, finalmente, en la Encarnación se hizo Dios con nosotros, Emmanuel. Con nosotros está este Dios de la paz que se hizo carne con nuestra carne, sangre de nuestra sangre. Es hombre con nosotros y abraza todo el ser humano. En la crucifixión, y en el descenso al lugar de la muerte, se hizo totalmente uno con nosotros, nos precede con su amor, abraza ante todo nuestro obrar. Y este es nuestro gran consuelo. Dios nos precede. Ya lo ha hecho todo. Nos ha dado paz, perdón y amor. Está con nosotros. Y sólo porque está con nosotros, porque en el bautismo hemos recibido su gracia, en la confirmación el Espíritu Santo y en el sacramento del Orden su misión, podemos ahora actuar nosotros, cooperar con su presencia que nos precede. Todo este actuar nuestro del que hablan los cinco imperativos es cooperar, colaborar con el Dios de la paz, que está con nosotros.

Pero, por otra parte, vale en la medida en que realmente entramos en esta presencia que ha donado, en este don ya presente en nuestro ser. Crece naturalmente su presencia, su estar con nosotros.

Pidamos al Señor que nos enseñe a colaborar con su gracia precedente y que así esté realmente siempre con nosotros. Amén.

ENCUENTRO DE CATEQUESIS Y DE ORACIÓN

DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

CON LOS NIÑOS DE PRIMERA COMUNIÓN

Plaza de San Pedro

Sábado 15 de octubre de 2005

CATEQUESIS DEL SANTO PADRE



Andrés: Querido Papa, ¿qué recuerdo tienes del día de tu primera Comunión?

Ante todo, quisiera dar las gracias por esta fiesta de fe que me ofrecéis, por vuestra presencia y vuestra alegría. Saludo y agradezco el abrazo que algunos de vosotros me han dado, un abrazo que simbólicamente vale para todos vosotros, naturalmente. En cuanto a la pregunta, recuerdo bien el día de mi primera Comunión. Fue un hermoso domingo de marzo de 1936; o sea, hace 69 años. Era un día de sol; era muy bella la iglesia y la música; eran muchas las cosas hermosas y aún las recuerdo. Éramos unos treinta niños y niñas de nuestra pequeña localidad, que apenas tenía 500 habitantes. Pero en el centro de mis recuerdos alegres y hermosos, está este pensamiento -el mismo que ha dicho ya vuestro portavoz-: comprendí que Jesús entraba en mi corazón, que me visitaba precisamente a mí. Y, junto con Jesús, Dios mismo estaba conmigo. Y que era un don de amor que realmente valía mucho más que todo lo que se podía recibir en la vida; así me sentí realmente feliz, porque Jesús había venido a mí. Y comprendí que entonces comenzaba una nueva etapa de mi vida —tenía 9 años— y que era importante permanecer fiel a ese encuentro, a esa Comunión. Prometí al Señor: "Quisiera estar siempre contigo" en la medida de lo posible, y le pedí: "Pero, sobre todo, está tú siempre conmigo". Y así he ido adelante por la vida. Gracias a Dios, el Señor me ha llevado siempre de la mano y me ha guiado incluso en situaciones difíciles. Así, esa alegría de la primera Comunión fue el inicio de un camino recorrido juntos. Espero que, también para todos vosotros, la primera Comunión, que habéis recibido en este Año de la Eucaristía, sea el inicio de una amistad con Jesús para toda la vida. El inicio de un camino juntos, porque yendo con Jesús vamos bien, y nuestra vida es buena.

Livia: Santo Padre, el día anterior a mi primera Comunión me confesé. Luego, me he confesado otras veces. Pero quisiera preguntarte: ¿debo confesarme todas las veces que recibo la Comunión? ¿Incluso cuando he cometido los mismos pecados? Porque me doy cuenta de que son siempre los mismos.

Diría dos cosas: la primera, naturalmente, es que no debes confesarte siempre antes de la Comunión, si no has cometido pecados tan graves que necesiten confesión. Por tanto, no es necesario confesarse antes de cada Comunión eucarística. Este es el primer punto. Sólo es necesario en el caso de que hayas cometido un pecado realmente grave, cuando hayas ofendido profundamente a Jesús, de modo que la amistad se haya roto y debas comenzar de nuevo. Sólo en este caso, cuando se está en pecado "mortal", es decir, grave, es necesario confesarse antes de la Comunión. Este es el primer punto. El segundo: aunque, como he dicho, no sea necesario confesarse antes de cada Comunión, es muy útil confesarse con cierta frecuencia. Es verdad que nuestros pecados son casi siempre los mismos, pero limpiamos nuestras casas, nuestras habitaciones, al menos una vez por semana, aunque la suciedad sea siempre la misma, para vivir en un lugar limpio, para recomenzar; de lo contrario, tal vez la suciedad no se vea, pero se acumula.
Algo semejante vale también para el alma, para mí mismo; si no me confieso nunca, el alma se descuida y, al final, estoy siempre satisfecho de mí mismo y ya no comprendo que debo esforzarme también por ser mejor, que debo avanzar. Y esta limpieza del alma, que Jesús nos da en el sacramento de la Confesión, nos ayuda a tener una conciencia más despierta, más abierta, y así también a madurar espiritualmente y como persona humana. Resumiendo, dos cosas: sólo es necesario confesarse en caso de pecado grave, pero es muy útil confesarse regularmente para mantener la limpieza, la belleza del alma, y madurar poco a poco en la vida.

94 Andrés: Mi catequista, al prepararme para el día de mi primera Comunión, me dijo que Jesús está presente en la Eucaristía. Pero ¿cómo? Yo no lo veo.

Sí, no lo vemos, pero hay muchas cosas que no vemos y que existen y son esenciales. Por ejemplo, no vemos nuestra razón; y, sin embargo, tenemos la razón. No vemos nuestra inteligencia, y la tenemos. En una palabra, no vemos nuestra alma y, sin embargo, existe y vemos sus efectos, porque podemos hablar, pensar, decidir, etc. Así tampoco vemos, por ejemplo, la corriente eléctrica y, sin embargo, vemos que existe, vemos cómo funciona este micrófono; vemos las luces.
En una palabra, precisamente las cosas más profundas, que sostienen realmente la vida y el mundo, no las vemos, pero podemos ver, sentir sus efectos. No vemos la electricidad, la corriente, pero vemos la luz. Y así sucesivamente. Del mismo modo, tampoco vemos con nuestros ojos al Señor resucitado, pero vemos que donde está Jesús los hombres cambian, se hacen mejores. Se crea mayor capacidad de paz, de reconciliación, etc. Por consiguiente, no vemos al Señor mismo, pero vemos sus efectos: así podemos comprender que Jesús está presente. Como he dicho, precisamente las cosas invisibles son las más profundas e importantes. Por eso, vayamos al encuentro de este Señor invisible, pero fuerte, que nos ayuda a vivir bien.

Julia: Santidad, todos nos dicen que es importante ir a misa el domingo. Nosotros iríamos con mucho gusto, pero, a menudo, nuestros padres no nos acompañan porque el domingo duermen. El papá y la mamá de un amigo mío trabajan en un comercio, y nosotros vamos con frecuencia fuera de la ciudad a visitar a nuestros abuelos. ¿Puedes decirles una palabra para que entiendan que es importante que vayamos juntos a misa todos los domingos?

Creo que sí, naturalmente con gran amor, con gran respeto por los padres que, ciertamente, tienen muchas cosas que hacer. Sin embargo, con el respeto y el amor de una hija, se puede decir: querida mamá, querido papá, sería muy importante para todos nosotros, también para ti, encontrarnos con Jesús. Esto nos enriquece, trae un elemento importante a nuestra vida. Juntos podemos encontrar un poco de tiempo, podemos encontrar una posibilidad. Quizá también donde vive la abuela se pueda encontrar esta posibilidad. En una palabra, con gran amor y respeto, a los padres les diría: "Comprended que esto no sólo es importante para mí, que no lo dicen sólo los catequistas; es importante para todos nosotros; y será una luz del domingo para toda nuestra familia".

Alejandro: ¿Para qué sirve, en la vida de todos los días, ir a la santa misa y recibir la Comunión?

Sirve para hallar el centro de la vida. La vivimos en medio de muchas cosas. Y las personas que no van a la iglesia no saben que les falta precisamente Jesús. Pero sienten que les falta algo en su vida. Si Dios está ausente en mi vida, si Jesús está ausente en mi vida, me falta una orientación, me falta una amistad esencial, me falta también una alegría que es importante para la vida. Me falta también la fuerza para crecer como hombre, para superar mis vicios y madurar humanamente. Por consiguiente, no vemos enseguida el efecto de estar con Jesús cuando vamos a recibir la Comunión; se ve con el tiempo. Del mismo modo que a lo largo de las semanas, de los años, se siente cada vez más la ausencia de Dios, la ausencia de Jesús. Es una laguna fundamental y destructora. Ahora podría hablar fácilmente de los países donde el ateísmo ha gobernado durante muchos años; se han destruido las almas, y también la tierra; y así podemos ver que es importante, más aún, fundamental, alimentarse de Jesús en la Comunión. Es él quien nos da la luz, quien nos orienta en nuestra vida, quien nos da la orientación que necesitamos.

Ana: Querido Papa, ¿nos puedes explicar qué quería decir Jesús cuando dijo a la gente que lo seguía: "Yo soy el pan de vida"?

En este caso, quizá debemos aclarar ante todo qué es el pan. Hoy nuestra comida es refinada, con gran diversidad de alimentos, pero en las situaciones más simples el pan es el fundamento de la alimentación, y si Jesús se llama el pan de vida, el pan es, digamos, la sigla, un resumen de todo el alimento. Y como necesitamos alimentar nuestro cuerpo para vivir, así también nuestro espíritu, nuestra alma, nuestra voluntad necesita alimentarse. Nosotros, como personas humanas, no sólo tenemos un cuerpo sino también un alma; somos personas que pensamos, con una voluntad, una inteligencia, y debemos alimentar también el espíritu, el alma, para que pueda madurar, para que pueda llegar realmente a su plenitud. Así pues, si Jesús dice "yo soy el pan de vida", quiere decir que Jesús mismo es este alimento de nuestra alma, del hombre interior, que necesitamos, porque también el alma debe alimentarse. Y no bastan las cosas técnicas, aunque sean importantes.
Necesitamos precisamente esta amistad con Dios, que nos ayuda a tomar las decisiones correctas. Necesitamos madurar humanamente. En otras palabras, Jesús nos alimenta para llegar a ser realmente personas maduras y para que nuestra vida sea buena.

Adriano: Santo Padre, nos han dicho que hoy haremos adoración eucarística. ¿Qué es? ¿Cómo se hace? ¿Puedes explicárnoslo? Gracias.

95 Bueno, ¿qué es la adoración eucarística?, ¿cómo se hace? Lo veremos enseguida, porque todo está bien preparado: rezaremos oraciones, entonaremos cantos, nos pondremos de rodillas, y así estaremos delante de Jesús. Pero, naturalmente, tu pregunta exige una respuesta más profunda: no sólo cómo se hace, sino también qué es la adoración. Diría que la adoración es reconocer que Jesús es mi Señor, que Jesús me señala el camino que debo tomar, me hace comprender que sólo vivo bien si conozco el camino indicado por él, sólo si sigo el camino que él me señala. Así pues, adorar es decir: "Jesús, yo soy tuyo y te sigo en mi vida; no quisiera perder jamás esta amistad, esta comunión contigo". También podría decir que la adoración es, en su esencia, un abrazo con Jesús, en el que le digo: "Yo soy tuyo y te pido que tú también estés siempre conmigo".



PALABRAS DEL SANTO PADRE


AL FINAL DEL ENCUENTRO


Queridos niños y niñas, hermanos y hermanas, al final de este hermosísimo encuentro, sólo quiero deciros una palabra: ¡Gracias!

Gracias por esta fiesta de fe.

Gracias por este encuentro entre nosotros y con Jesús.

Y gracias, naturalmente, a todos los que han hecho posible esta fiesta: a los catequistas, a los sacerdotes, a las religiosas; a todos vosotros.

Repito al final las palabras que decimos cada día al inicio de la liturgia: "La paz esté con vosotros", es decir, el Señor esté con vosotros; la alegría esté con vosotros; y que así la vida sea feliz.

¡Feliz domingo! ¡Buenas noches!; hasta la vista, todos juntos con el Señor.

¡Muchas gracias!


EN EL ACTO DE ENTREGA DEL PREMIO


"JUAN PABLO II PARA LOS DERECHOS HUMANOS"

Domingo 16 de octubre de 2005



Estimados señores y señoras:

Os saludo cordialmente y me alegra recibir hoy a los miembros del Instituto para los derechos del hombre, de Auschwitz, que dirige el cardenal Macharski. Me alegra de modo muy particular poder entregar el premio "Juan Pablo II para los derechos humanos" a su excelencia el obispo Václav Malý y al profesor Stefan Wilkanowicz.

96 Este premio, que se concede a personalidades extraordinarias que se comprometen en diferentes partes del mundo en favor de los derechos del hombre, pretende contribuir a atraer la atención hacia todas las situaciones en las que se ofende la dignidad del hombre y reinan la violencia y la opresión. Este llamamiento adquiere mayor fuerza porque proviene de una ciudad que debió experimentar el terror y el dolor de millones de víctimas inocentes del odio.

Mi amado predecesor, el Papa Juan Pablo II, jamás se cansó de denunciar con firmeza la injusticia, la desigualdad y las necesidades materiales y espirituales que sufren hombres y pueblos enteros. Por eso este premio lleva su nombre.

Os saludo cordialmente. Felicitaciones sinceras a los premiados. Os bendigo de corazón a todos.


Discursos 2005 89