Discursos 2005 96

ENTREVISTA DEL PAPA BENEDICTO XVI


A LA TELEVISIÓN POLACA

Domingo 16 de octubre de 2005



Gracias de todo corazón, Padre Santo, por habernos concedido esta breve entrevista, con ocasión de la Jornada del Papa que se celebra en Polonia.

El 16 de octubre de 1978, el Card. Karol Wojtyla se convirtió en Papa y desde aquel día en Juan Pablo II, durante más de 26 años, como Sucesor de San Pedro, y como Usted ha dicho, ha guiado a la Iglesia junto con los obispos y los cardenales. Entre los cardenales estaba también Vuestra Santidad, persona singularmente apreciada y estimada por su predecesor; persona de la que el pontífice Juan Pablo II escribió en el libro «Alzaos y vamos» - y aquí cito - «Doy gracias a Dios por la presencia y la ayuda del cardenal Ratzinger. Es un amigo seguro», ha escrito Juan Pablo II.

Santo Padre ¿cómo comenzó esta amistad y cuándo conoció Su Santidad al cardenal Karol Wojtyla?

R: Personalmente le conocí sólo en los dos pre-cónclaves y cónclaves de 1978. Naturalmente había oído hablar del cardenal Wojtyla, al principio sobre todo en el contexto de la correspondencia entre los obispos polacos y alemanes en el 65. Los cardenales alemanes me han informado del enorme mérito y la contribución del arzobispo de Cracovia, que era el alma de esta correspondencia realmente histórica. Había oído también hablar a mis amigos universitarios sobre su filosofía y su gran figura como pensador. Pero, como he dicho, el primer encuentro personal tuvo lugar en el cónclave del 78. Desde el comienzo he sentido una gran simpatía por él y, gracias a Dios, el cardenal de aquel tiempo me otorgó desde el principio su amistad, inmerecida por mi parte. Estoy agradecido por la confianza que me dio, sin mérito mío alguno. Sobre todo, viéndole rezar, comprendí, no sólo vi, que era un hombre de Dios. Esta era la impresión fundamental: un hombre que vive con Dios, más aún en Dios. Además me ha impresionado la cordialidad, sin prejuicios, con la que se ha encontrado conmigo. En estos encuentros del pre-cónclave de los cardenales tomó la palabra en diversas ocasiones y ahí tuve también la posibilidad de percibir su estatura de pensador. Sin grandes palabras así surgió una amistad, desde el corazón y, nada más producirse su elección, el Papa me llamó en diversas ocasiones a Roma para charlar y al final me nombró Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

P: ¿Por lo tanto no fue una sorpresa el nombramiento, ni su convocación a Roma?

R: Para mí era un poco difícil, porque desde el comienzo de mi episcopado en Munich, con la solemne consagración como obispo en la catedral de Munich, era para mí una obligación, casi un matrimonio con esta diócesis y habían subrayado que desde hacía varios decenios yo era el primer obispo originario de la diócesis. Me sentía, por tanto, muy obligado y ligado con esta diócesis. Además existían problemas difíciles que todavía no habían sido resueltos y no quería dejar a la diócesis con ellos. De todo esto hablé con el Santo Padre con gran apertura, y con esa confianza que tenía el Santo Padre, que era muy paterno conmigo. Me dio tiempo para reflexionar y él mismo también lo quería pensar. Al final me convenció, porque esa era la voluntad de Dios. Así pude aceptar esa llamada y esa gran responsabilidad, nada fácil, que de por sí superaba mis capacidades. Pero con la confianza en la paterna benevolencia del Papa y con la guía del Espíritu Santo, pude decir que sí.

P: Esta experiencia duró más de 20 años...

97 R: Sí, llegué en febrero de 1982 y ha durado hasta la muerte del Papa en el 2005.

P: ¿Cuáles son, según usted, Santo Padre, los puntos más significativos del Pontificado de Juan Pablo II?

R: Yo diría que podemos tener dos puntos de vista: uno ad extra —al mundo— y uno ad intra —a la Iglesia—. Respecto del mundo, me parece que el Santo Padre, con sus discursos, su persona, su presencia, su capacidad de convencer, ha creado una nueva sensibilidad hacia los valores morales, a la importancia de la religión en el mundo. Esto ha hecho que se crease una nueva apertura, una nueva sensibilidad para los problemas de la religión, para la necesidad de la dimensión religiosa del hombre y, sobre todo, ha crecido —de forma inimaginable— la importancia del obispo de Roma. Todos los cristianos han reconocido —no obstante las diferencias y no obstante su no reconocimiento del sucesor de Pedro–– que él es el portavoz de la cristiandad.
Nadie más que él, a nivel mundial, puede hablar así en nombre de la cristiandad y dar voz y fuerza, en la actualidad del mundo, a la realidad cristiana. Pero también para los no cristianos y para las otras religiones, él fue el portavoz de los grandes valores de la humanidad. También hay que mencionar que consiguió crear un clima de diálogo entre las grandes religiones y un sentido de responsabilidad común que todos tenemos para con el mundo, pero que también las violencias y las religiones son incompatibles y que juntos hemos de buscar el camino para la paz, en una responsabilidad común hacia la humanidad. Traslademos la atención ahora hacia la situación de la Iglesia. Debo decir, ante todo, que supo entusiasmar a la juventud con Cristo. Esto es nuevo si pensamos en la juventud del 68 y de los años setenta. Que la juventud se haya entusiasmado por Cristo y por la Iglesia y también por valores difíciles sólo podía conseguirlo una personalidad con aquel carisma; sólo él podía movilizar a la juventud del mundo por la causa de Dios y por el amor de Cristo, de la manera como él lo hizo. En la Iglesia ha creado ––pienso– un nuevo amor por la Eucaristía. Estamos todavía en el Año de la Eucaristía, querido por él, con tanto amor; ha dado un nuevo sentido a la grandeza de la Misericordia Divina; y también ha profundizado mucho en el amor a la Virgen y nos ha guiado así hacia una interiorización de la fe y, al mismo tiempo, a una mayor eficacia. Es necesario mencionar naturalmente, como todos sabemos, lo esencial que ha sido también su contribución a los grandes cambios del mundo en el año 89, por la caída del así llamado socialismo real.

P: ¿A lo largo de sus encuentros personales y de los coloquios con Juan Pablo II, cual fue lo que más impactó a Vuestra Santidad? ¿Podría contarnos sus últimos encuentros, tal vez de este año, con Juan Pablo II?

R: Sí. Los últimos dos encuentros los tuve, el primero, en el Policlínico Gemelli, en torno al 5-6 de febrero; y el segundo, el día anterior a su muerte, en su habitación. En el primer encuentro el Papa sufría visiblemente, pero estaba totalmente lúcido y muy presente. Yo había ido sólo para un encuentro de trabajo, porque necesitaba alguna decisión suya. El Santo Padre, aunque sufriendo, seguía con gran atención cuanto le decía. Me comunicó en pocas palabras sus decisiones, me dio su bendición, me saludó en alemán, concediéndome toda su confianza y amistad. Para mi fue muy conmovedor ver, por una parte, cómo su sufrimiento estaba unido al Señor sufriente, cómo llevaba su sufrimiento con el Señor y por el Señor; y, por otra parte, ver cómo resplandecía su serenidad interior y su completa lucidez. El segundo encuentro fue el día antes de que muriera: estaba, obviamente, más dolorido, se notaba, rodeado de médicos y amigos. Estaba todavía muy lucido y me dio su bendición. Ya no podía hablar mucho. Para mi, esta paciencia suya en el sufrir, ha sido una gran enseñanza, sobre todo el llegar a ver y sentir cómo estaba en las manos de Dios y cómo se abandonaba a su voluntad. A pesar de los dolores visibles, estaba sereno, porque estaba en las manos del Amor Divino.

P: Usted, Santo Padre, en sus discursos evoca a menudo la figura de Juan Pablo II, y de Juan Pablo II dice que era un gran Papa, un llorado y venerado predecesor. Siempre recordamos las palabras de Su Santidad, pronunciadas en la Misa del 20 de abril pasado, palabras dedicadas justamente a Juan Pablo II. Ha sido Usted, Santo Padre, quien dijoy aquí cito“parece como si él me tuviera agarrado fuerte de la mano, veo sus ojos sonrientes y escucho sus palabras, que en aquel momento me dirige a mí de forma particular: “¡no tengas miedo!”. Santo Padre, por fin una pregunta muy personal ¿sigue sintiendo usted la presencia de Juan Pablo II? Y si es así, ¿de qué manera?

R: Ciertamente. Comienzo respondiendo a la primera parte de su pregunta. En un principio, hablando de la herencia del Papa, había olvidado hablar de tantos documentos que nos ha dejado —14 encíclicas, muchas Cartas Pastorales y otros muchos— y todo esto representa un patrimonio riquísimo que todavía no ha sido suficientemente asimilado en la Iglesia. Considero justamente una misión esencial y personal mía el no producir tantos documentos nuevos como el conseguir que aquellos documentos sean asimilados, porque son un tesoro riquísimo, son la auténtica interpretación del Vaticano II. Sabemos que el Papa era el hombre del Concilio, que había asimilado interiormente el espíritu y la letra del Concilio y con estos textos nos hace comprender qué es lo que realmente quería y no quería el Concilio. Nos ayuda a ser verdaderamente Iglesia de nuestro tiempo y del tiempo venidero. Ahora vengo a la segunda parte de su pregunta. El Papa me resulta siempre cercano a través de sus textos: le oigo y le veo hablar, y puedo estar en diálogo continuo con el Santo Padre porque con estas palabras habla siempre conmigo, conozco también el origen de muchos textos, recuerdo los diálogos que tuvimos sobre cada uno de ellos. Puedo continuar el diálogo con el Santo Padre. Naturalmente esta cercanía a través de las palabras es una cercanía no sólo de textos sino con la persona, más allá de los textos escucho al Papa mismo. Un hombre que va con el Señor no se aleja: cada vez siento más que un hombre que va con el Señor se acerca todavía más y siento que con el Señor está cercano a mí, en cuanto yo estoy cercano al Señor, estoy cercano al Papa y él ahora me ayuda a estar cercano al Señor y trato de entrar en su atmósfera de oración, de amor al Señor, de amor a la Virgen y me encomiendo a sus oraciones. Hay así un diálogo permanente y también un estar cerca, de una forma nueva, pero de una forma muy profunda.

P: Padre Santo ahora le esperamos en Polonia. Tanta gente pregunta ¿cuándo vendrá el Papa a Polonia?

R: Sí, tengo intención de venir a Polonia, si Dios quiere, si el tiempo me lo permite. He hablado con Mons. Dziwisz respecto a la fecha, y me dicen que el mes de junio sería el periodo más apropiado. Naturalmente todo está por organizar con las instancias competentes. En este sentido es una palabra provisional, pero parece que posiblemente el próximo junio pueda venir a Polonia, si el Señor me lo concede.

Santo Padre, en nombre de todos los telespectadores, le agradezco de corazón esta entrevista. Gracias, Padre Santo.

Gracias a usted.


A LOS OBISPOS DE ETIOPÍA Y ERITREA EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

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Lunes 17 de octubre de 2005



Queridos hermanos en el episcopado:

Os saludo con alegría a vosotros, obispos de Etiopía y Eritrea, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum, y os agradezco las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre el arzobispo Berhaneyesus Souraphiel, presidente de vuestra Conferencia episcopal. Es muy apropiado que este encuentro tenga lugar aquí, en el Pontificio Colegio Etiópico, mientras celebráis el 75° aniversario de la inauguración de este edificio. La ubicación del Colegio, aquí en el Vaticano, es un signo elocuente de los estrechos vínculos de comunión que unen a la Iglesia que está en vuestros países con la Sede de Roma. Sois herederos de una antigua y venerable tradición de testimonio cristiano, cuyas semillas fueron sembradas cuando el ministro de la reina de Etiopía pidió ser bautizado (cf. Ac 8,36). En los últimos siglos, los pueblos del Cuerno de África han recibido misioneros europeos, cuya obra ha fortalecido los vínculos entre la Sede de Pedro y la Iglesia local. Me alegra constatar que hoy los católicos en vuestros territorios siguen anunciando al unísono la fe apostólica, transmitida "para que el mundo crea" (Jn 17,21).

En efecto, el testimonio unánime que dais, trascendiendo todas las diferencias políticas y étnicas, desempeña un papel vital para llevar la salvación y la reconciliación a la agitada región en la que vivís. Cuando existe un auténtico compromiso de seguir a Cristo, "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6), se puede superar cualquier tipo de dificultades e incomprensiones, porque en él Dios ha reconciliado al mundo consigo (cf. 2Co 5,19) y en él todos los pueblos pueden encontrar la respuesta a sus aspiraciones más profundas. En particular, os animo a expresar solidaridad, de todos los modos que podáis, a vuestros hermanos y hermanas que sufren en Somalia, donde a causa de la inestabilidad política es casi imposible vivir con la dignidad que es propia de toda persona humana. Como auténticos maestros de la fe, ayudad a vuestro pueblo a comprender que no puede haber paz sin justicia, ni justicia sin perdón (cf. Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2002). De este modo, seréis verdaderos hijos de vuestro Padre celestial (cf. Mt 5,45).

En vuestros países, donde los católicos son una pequeña minoría, la tarea del diálogo ecuménico reviste particular urgencia, y me alegra que vuestra Conferencia episcopal esté afrontando este desafío. Cualesquiera que sean los obstáculos que encontréis, no deben disuadiros de realizar esta tarea vital. Entre los cristianos, la fraternidad auténtica no es un mero sentimiento, ni implica indiferencia ante la verdad. Está arraigada en el sacramento del bautismo, que nos hace miembros del Cuerpo de Cristo (cf. 1Co 12,13 Ep 4,4-6). Puesto que el progreso ecuménico también depende de una buena formación teológica, sería muy útil crear una universidad católica en Etiopía.

Doy gracias a Dios porque las largas negociaciones sobre este proyecto han dado fruto recientemente. El ecumenismo práctico, en forma de esfuerzos humanitarios comunes también contribuirá a afianzar los vínculos de comunión cuando ayudéis, con la misma compasión de Cristo, a los enfermos, a los que tienen hambre, a los refugiados, a los desplazados y a las víctimas de la guerra.

Como sabéis, recientemente tuve la alegría de celebrar la Jornada mundial de la juventud con una gran multitud de jóvenes de todo el mundo. En vuestros países, donde alrededor de la mitad de la población tiene menos de veinte años de edad, también vosotros tenéis numerosas oportunidades de aprovechar la vitalidad y el entusiasmo de la nueva generación. Con sus ideales, su energía y su deseo de comprometerse a fondo en todo lo que es bueno y verdadero, los jóvenes necesitan ayuda para descubrir que la amistad con Cristo les ofrece todo lo que buscan (cf. Homilía en la inauguración del pontificado, 24 de abril de 2005). Impulsadlos a emprender la aventura del seguimiento de Cristo, y ayudadles a reconocer generosamente la llamada de Dios a servirlo en el sacerdocio y en la vida religiosa, y a responder a ella. A la vez que rindo homenaje a la obra de generaciones de misioneros, incluyendo a algunos de vosotros aquí presentes, oro a Dios para que las semillas plantadas sigan dando fruto en una rica cosecha de vocaciones autóctonas.

Vuestra visita a Roma tiene lugar durante los últimos días de este Año de la Eucaristía. Al concluir mis reflexiones, os animo a profundizar vuestra devoción personal a este gran misterio, mediante el cual Cristo se entrega a sí mismo totalmente a nosotros para alimentarnos y transformarnos en su imagen. Vuestro pueblo ha experimentado el hambre, la opresión y la guerra. Ayudadle a descubrir en la Eucaristía el acto central de la única conversión que puede renovar verdaderamente el mundo, transformando la violencia en amor, la esclavitud en libertad y la muerte en vida (cf. Homilía en la Jornada mundial de la juventud, 21 de agosto de 2005). Os encomiendo a vosotros, a vuestros sacerdotes, diáconos, religiosos y fieles laicos a la intercesión de María, Mujer eucarística, y de corazón os imparto mi bendición apostólica como prenda de gracia y fortaleza en nuestro Señor y Salvador Jesucristo




AL FINAL DEL CONCIERTO


DE LA ORQUESTA FILARMÓNICA DE MUNICH

Sala Pablo VI

Jueves 20 de octubre de 2005



Señores cardenales;
99 venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amables señores y señoras:

Al final del concierto, deseo saludar cordialmente a todos los que lo han preparado y ejecutado, así como a cuantos han honrado con su presencia esta interesante manifestación artística y musical. Quisiera expresar mi viva gratitud a cuantos nos han ofrecido este don, apreciado por todos.

Ante todo, doy las gracias al señor Christian Thielemann, director general, y a todos los miembros de la Orquesta filarmónica de Munich, cuyo virtuosismo musical es siempre motivo de entusiasmo. Asimismo, expreso mi gratitud al coro Athestis, formado por cantores profesionales, constantemente seleccionados según los repertorios que se deben interpretar, para corresponder siempre a las mayores exigencias de calidad musical. Por último, doy las gracias de corazón a los cantores de la catedral de Ratisbona y a su director, el maestro del coro Roland Büchner. Me siento orgulloso y agradecido de que este magnífico coro, que cuenta con una ininterrumpida tradición milenaria, haya sido dirigido con empeño durante treinta años por mi hermano Georg, y que ahora, con Roland Büchner, esté de nuevo en muy buenas manos.

Expreso también mi agradecimiento a quienes han contribuido a la organización y al éxito de este importante acontecimiento musical, que ha sido grabado por las radios de Baviera y Sarre, en colaboración con Columbia Artists y Unitel.

En un gran arco, desde Palestrina hasta Richard Wagner, desde Wolfgang Amadeus Mozart hasta Giuseppe Verdi y Hans Pfitzner, este concierto nos ha permitido experimentar algo de la amplitud de la creatividad musical que se ha alimentado siempre, en definitiva, de las raíces cristianas de Europa. Aunque Wagner, Pfitzner y Verdi nos llevan a nuevas zonas de la experiencia de la realidad, sigue estando presente, y de forma eficaz, el fundamento común del espíritu europeo puesto por el cristianismo. En este concierto hemos comprobado de nuevo cómo una música de alto nivel nos purifica y eleva y, en última instancia, nos hace sentir la grandeza y la belleza de Dios.

Precisamente por habernos ayudado también a nosotros a elevar nuestro espíritu a Dios, renuevo en nombre de los presentes un cordial agradecimiento a los artistas que componen la orquesta, a los cantores y a quienes programaron y realizaron esta velada. Expreso mis mejores deseos de que la armonía del canto y de la música, que no conoce barreras sociales y religiosas, represente una constante invitación a los creyentes y a todas las personas de buena voluntad a buscar juntos el lenguaje universal del amor, que capacita a los hombres para construir un mundo de justicia y solidaridad, de esperanza y paz. Con estos deseos, invoco sobre cada uno de vosotros la asistencia divina, a la vez que os bendigo de corazón a vosotros, aquí presentes, y a cuantos siguen el concierto a través de la radio y la televisión.


AL FINAL DE LA COMIDA CON LOS PADRES SINODALES

Sábado 22 de octubre de 2005


Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
hermanos y hermanas:

Con esta comida solemne hemos llegado, por decirlo así, al momento del "Ite, missa est" de nuestro Sínodo, aunque la verdadera conclusión la celebraremos mañana con la sagrada Eucaristía. En cierto sentido, aquí termina nuestro estar juntos, nuestro debate, nuestros momentos de convivencia.

100 Las palabras "ite, missa est", antes del cristianismo, constituían sólo una fórmula para decir: "se disuelve la asamblea", "hemos concluido". La liturgia romana eligió estas palabras tan sobrias para decir: "nuestra asamblea ha concluido". Luego, poco a poco, fue cobrando un significado más profundo. Para la antigua Roma sólo quería decir: "hemos concluido". "Missa" significaba "dimisión". Ahora ya no significa "dimisión" sino "misión", porque aquí no se trata de una asamblea técnica, burocrática, sino de estar juntos con el Señor que toca nuestro corazón y nos da una nueva vida.

Así también nosotros, después de este Sínodo, volvemos a casa no sólo con muchas hojas de papel impresas, aunque sean muy útiles, sino sobre todo con un amor renovado y profundizado al Señor, a la Iglesia y, en este sentido, también con un nuevo compromiso: hacer que la misión del Señor se cumpla y el Evangelio llegue a todos.

Pero en este momento no sólo conviene hablar de estas cosas elevadas, que ocupan el centro de nuestra convivencia; también hay que expresar nuestra alegría y gratitud por las cosas de este mundo, por decirlo así. El Señor no habría elegido la imagen del banquete para hablar del cielo, si no hubiera aprobado también el gozo de una comida, de estar juntos, de comer juntos, la alegría también de las cosas de este mundo, que han sido creadas por él. Así, expreso mi agradecimiento a todos los que han organizado esta comida, a todos los que la han preparado y a los que la han servido. Me parece que puedo decir, en nombre de todos, que ha sido una comida realmente digna de este Sínodo.

Renuevo mi gratitud a todos, comenzando por los presidentes delegados, los relatores, el secretario general, y todos los padres que han dado su contribución al Sínodo, así como a todos los que han trabajado detrás de los bastidores. Muchas gracias por todo. Llevamos en nuestro corazón esta gratitud también por la experiencia de fraternidad.

Vuelvo una vez más al "Ite, missa est". Muchas traducciones modernas han añadido a estas sobrias palabras del rito romano las palabras de conclusión del rito bizantino: "Id en paz". Hago mías esas palabras en este momento. Queridos hermanos y hermanas, "id en paz". Somos conscientes de que esta paz de Cristo no es una paz estática, sólo una especie de descanso, sino una paz dinámica, que quiere transformar el mundo para que sea un mundo de paz, animado por la presencia del Creador y Redentor. En este sentido, juntamente con la expresión de mi gratitud, digo: "Vayamos en paz".



AL FINAL DEL CONCIERTO DEL CORO DOMSPATZEN DE RATISBONA

Capilla Sixtina, sábado 22 de octubre de 2005



Queridos amigos:

Al final de esta hermosa ejecución musical, estoy seguro de interpretar el pensamiento de todos los presentes expresando viva gratitud a los componentes del coro Domspatzen de Ratisbona guiados magistralmente por su director Roland Büchner y acompañados por el organista Franz Josef Stoiber. Hemos podido gustar algunas estupendas piezas musicales, mientras nuestra mirada recorría las obras maestras de Miguel Ángel y de otros pintores famosos, cuyas creaciones artísticas se conservan aquí.

Al escuchar, venía de forma espontánea a la mente el salmo 84: "¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos! (...) Hasta el gorrión ha encontrado una casa —en alemán la palabra para decir gorriones es "spatzen"—, y la golondrina, un nido donde colocar sus polluelos: tus altares, Señor de los ejércitos, rey mío y Dios mío. Dichosos los que viven en tu casa alabándote siempre" (vv. Ps 84,2 Ps 84,4-5). ¡Dichosos los muchachos de este famoso coro, que han podido cantar las alabanzas de Dios en el estupendo escenario de la capilla Sixtina! Y ¡dichosos también nosotros que, escuchando su canto, hemos sintonizado con su alabanza!

En nombre de todos quisiera expresar una vez más al director del coro y al organista, así como a todos los Domspatzen mi felicitación por este hermosísimo concierto, que nos han brindado hoy en el sugestivo escenario de la capilla Sixtina. Interpretando en esta velada sobre todo a maestros del siglo XVIII, no sólo grandes nombres, sino también compositores poco conocidos fuera del ámbito eclesial, nos habéis dado una gran alegría precisamente con la variedad del programa. Todas las piezas que habéis interpretado pertenecen a una clase de música que, inspirada por la fe, lleva de nuevo a la fe y a la oración; es una música que despierta en nosotros la alegría en Dios. Al escucharla, recordaba mis años de Ratisbona, hermosos tiempos cuando, juntamente con mi hermano, también yo pude integrarme un poco en la familia de los Domspatzen.

Después de dirigir vuestro coro durante treinta años, mi hermano dijo: "Dios no hubiera podido encomendarme una tarea más hermosa". Esto no fue sólo una acción de gracias personal por una llamada maravillosa, sino también la expresión de un deseo: que los Domspatzen sigan siendo mensajeros de la belleza, mensajeros de la fe, mensajeros de Dios en este mundo, y que encuentren siempre, de acuerdo con su vocación principal, el centro de su actividad en el servicio litúrgico para gloria de Dios.

101 El orante del salmo 84 se ve a sí mismo como un gorrión que ha encontrado en los altares de Dios el lugar donde establecerse, el lugar donde poder vivir y ser "feliz". La imagen del gorrión es alegre; con ella el salmista quiere decir que toda su vida se ha transformado en un canto. Puede cantar y volar. El cantar mismo es casi volar, elevarse hacia Dios, anticipar de algún modo la eternidad, cuando podremos "cantar eternamente las alabanzas de Dios".

En esta perspectiva expreso a todos los presentes mi deseo más cordial, invocando sobre cada uno la bendición de Dios.


A LOS DIVERSOS GRUPOS DE PEREGRINOS


QUE HABÍAN PARTICIPADO EN LA CANONIZACIÓN



Lunes 24 de octubre de 2005




Queridos hermanos y hermanas:

Después de la solemne celebración de ayer, me alegra encontrarme nuevamente con vosotros. Habéis venido para rendir homenaje a los cinco nuevos santos: José Bilczewski, Segismundo Gorazdowski; Alberto Hurtado Cruchaga, Cayetano Catanoso y Félix de Nicosia. Os saludo cordialmente a todos y os agradezco el afecto que me habéis manifestado. Saludo a los cardenales presentes, a los obispos, a los sacerdotes, así como a las distinguidas autoridades civiles; saludo a las religiosas y a los religiosos, y a todos los fieles laicos.

Doy la bienvenida a los pastores y a los fieles que han venido de Ucrania. Saludo a los representantes de las autoridades estatales. Hoy damos gracias por la canonización de dos grandes santos: el obispo Józef Bilczewski y el sacerdote Segismundo Gorazdowski. Ambos vivieron su sacerdocio unidos a Cristo y dedicados totalmente a los hermanos. La oración, el amor a la Eucaristía y la práctica de la caridad fue el camino de su santidad. A la protección de estos santos patronos encomiendo a la Iglesia en Ucrania y a todo el pueblo ucranio. Que Dios, mediante su intercesión, bendiga abundantemente a todos.

Saludo cordialmente a los polacos presentes. Me alegra que juntos podamos glorificar a los nuevos santos. La santidad de José Bilczewski puede describirse con tres palabras: oración, trabajo, abnegación. "Ser todo para todos, para salvar al menos a uno", era el deseo de san Segismundo Gorazdowski. Ambos, sacando fuerzas de la oración y de la Eucaristía, se entregaron totalmente a Dios y llevaron eficazmente una ayuda material y espiritual a los más necesitados. A su protección encomiendo a todos los fieles de la Iglesia que está en Polonia y, de modo particular, a los obispos y a los sacerdotes. Dios os bendiga.

Una figura insigne de la nación chilena es el padre Alberto Hurtado Cruchaga, sacerdote de la Compañía de Jesús, que ayer he tenido el gozo de canonizar. Al encontrarme aquí con vosotros, queridos hermanos y hermanas, me siento muy cercano a todo el pueblo de Chile. Deseo que mi saludo llegue también a los que están espiritualmente unidos a esta gran fiesta de acción de gracias y de alabanza al Señor por la proclamación del nuevo santo. El objetivo de su vida fue ser otro Cristo. Así se comprende mejor su conciencia filial ante el Padre, su espíritu de oración, su hondo amor a María, su generosidad en darse totalmente, su entrega y servicio a los pobres. A la luz de la verdad del Cuerpo místico, experimentó el dolor ajeno como propio y esto lo impulsó a una mayor dedicación a los pobres, fundando para ellos el "Hogar de Cristo". Es hermoso que hoy esté aquí un grupo representativo de ese centro, dando testimonio del ambiente familiar que le imprimió nuestro santo y que sigue contando con la colaboración de tantas personas de buena voluntad. La vida del padre Hurtado invita a todos a la responsabilidad, pero especialmente a la santidad. Que san Alberto Hurtado interceda por todos, para que llevéis a vuestros hogares, comunidades eclesiales y ámbitos sociales, la luz que dio esplendor a su vida y gozo a su corazón.

Os dirijo mi saludo ahora a vosotros, queridos amigos devotos de san Cayetano Catanoso. De modo especial, pienso en los fieles de la archidiócesis de Reggio Calabria-Bova, a la que pertenecía, así como a las religiosas Verónicas de la Santa Faz. El padre Cayetano vivió con plenitud su ministerio presbiteral: desde el día de su ordenación, en 1902, hasta su muerte, ocurrida en 1963, fue un auténtico servidor del pueblo de Dios a él confiado, primero en una pequeña aldea del Aspromonte y después en una gran parroquia urbana. Anunció el reino de Dios con celo apostólico y con la convicción del testigo; administró los sacramentos y, sobre todo, la divina Eucaristía, sumergiéndose cada día en el misterio del amor oblativo de Cristo. Se puso al servicio de los últimos, de los más alejados, a los que abrió su corazón e infundió esperanza; se dedicó a los niños pobres y abandonados, con una intensa obra de evangelización y de promoción humana. Para ir al encuentro de las personas necesitadas, fundó una congregación inspirada en la figura de la "Verónica", es decir, con el don de reconocer el rostro santo del Señor en el de los hermanos, para amarlos y servirlos.

Os saludo ahora a vosotros, que habéis venido para participar en la canonización de Félix de Nicosia y, en particular, a los Frailes Menores Capuchinos y al numeroso grupo de peregrinos provenientes de Sicilia. Queridos hermanos y hermanas, el nuevo santo no sólo representa las características más notables y arraigadas de vuestra tierra, sino que también enriquece, con su existencia impregnada totalmente por el Evangelio, la larga tradición de santidad y de cultura cristiana que ha florecido desde la antigüedad en la isla. En un mundo fuertemente tentado por la búsqueda de la apariencia y del bienestar egoísta, san Félix recuerda a todos que la alegría verdadera se esconde a menudo en las pequeñas cosas, y se alcanza cumpliendo el deber diario con espíritu de servicio. Deseo de corazón que, con su ayuda y su intercesión, hagáis vuestro el gran mensaje de fe y de espiritualidad que aún hoy el santo de Nicosia sigue enviando a sus hermanos y a todos los fieles: adherirse cada vez más profundamente a la voluntad de Dios, para encontrar en ella paz verdadera, realización plena de sí mismo y alegría perfecta.

Todos juntos, queridos hermanos y hermanas, demos gracias a Dios, que no cesa de suscitar en la Iglesia ejemplos luminosos, siempre nuevos, de santidad. Invocamos a los santos y beatos como protectores y contamos con su ayuda celestial. Pero, al mismo tiempo, su testimonio nos estimula a imitarlos para crecer en la fe, en la esperanza y en la caridad. Os encomiendo a todos a la intercesión de estos nuevos santos, para que cada uno de vosotros lleve en el corazón un destello de la santidad de Dios y lo refleje en todas las circunstancias de la vida. Que vele por vosotros sobre todo María santísima, Reina de los santos, y os acompañe mi bendición, que extiendo de corazón a vuestras familias y a todos vuestros seres queridos.



BEATIFICACIÓN DE JOSEP TÀPIES Y SEIS COMPAÑEROS SACERDOTES Y DE MARÍA DE LOS ÁNGELES GINARD MARTÍ

PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI AL FINAL DE LA CELEBRACIÓN

Altar de la Confesión, Basílica Vaticana


Sábado 29 de octubre de 2005

Queridos hermanos y hermanas:


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