Discursos 2005 122

122 Sucesivamente afirmó que debía ser tarea común de los obispos, de los sacerdotes, de los consagrados y de los seglares.

Hoy, junto con vosotros, queridos hermanos, quisiera reflexionar sobre este tema. Sabemos bien que el primer responsable de la obra de evangelización es el obispo, que ejerce los tria munera: profético, sacerdotal y pastoral. En su libro ¡Levantaos, vamos!, especialmente en los capítulos "Pastor", "Conozco mis ovejas" y "La administración de los sacramentos", Juan Pablo II, basándose en su propia experiencia, trazó el proyecto del camino del ministerio episcopal para que dé buenos frutos. No es necesario mencionar ahora los pasos de sus reflexiones. Todos podemos recurrir al patrimonio que nos ha dejado, y aprovechar abundantemente su testimonio. Que su sentido de responsabilidad por la Iglesia y por los creyentes encomendados a la solicitud del obispo sea para nosotros modelo y estímulo.

2. Los primeros colaboradores del obispo en la realización de sus tareas son los presbíteros; a ellos, antes que a todos los demás, debería dirigirse la solicitud del obispo. Juan Pablo II escribió: "Con su manera de vivir el obispo muestra que "el modelo Cristo" no está superado; también en las actuales condiciones sigue siendo muy actual. Se puede decir que una diócesis refleja el modo de ser de su obispo. Sus virtudes —la castidad, la práctica de la pobreza, el espíritu de oración, la sencillez, la finura de conciencia— se graban en cierto sentido en los corazones de los sacerdotes. Estos, a su vez, transmiten esos valores a sus fieles y así los jóvenes se sienten atraídos a responder generosamente a la llamada de Cristo" (¡Levantaos, vamos!, p. 118).

El ejemplo del obispo es sumamente importante: aquí no sólo se trata de un estilo de vida irreprensible, sino también de una intensa solicitud para que las virtudes cristianas, sobre las que escribió Juan Pablo II, penetren profundamente en el alma de los sacerdotes de su diócesis. Para ello, el obispo debería prestar una atención particular a la calidad de la formación en el seminario. No sólo es necesario tener presente la preparación intelectual de los futuros sacerdotes para sus tareas futuras, sino también su formación espiritual y humana. Durante el Sínodo de 1991 los obispos pidieron un mayor número de padres espirituales en los seminarios, que estuvieran bien preparados para llevar a cabo la exigente tarea de formar el espíritu y verificar la disponibilidad afectiva de los seminaristas a asumir las tareas sacerdotales. Vale la pena volver a esa petición. Recientemente se publicó el documento de la Congregación para la educación católica sobre la admisión de los candidatos a las órdenes sagradas. Os ruego, queridos hermanos, que apliquéis todo lo que se indica en él.

Es importante que el proceso de formación intelectual y espiritual no termine con el seminario. Es necesaria una formación sacerdotal constante. Sé que en las diócesis polacas se le atribuye una gran importancia. Se organizan cursos, días de retiro, ejercicios espirituales y otros encuentros, durante los cuales los sacerdotes pueden compartir sus problemas y sus logros pastorales, confirmándose recíprocamente en la fe y en el entusiasmo pastoral. Os ruego que continuéis esta práctica.

Por su parte, el obispo, como pastor, está llamado a manifestar a sus sacerdotes una solicitud paternal. Debería organizar sus compromisos de modo que tenga tiempo para los presbíteros, a fin de escucharlos atentamente y ayudarlos en sus dificultades. Cuando los sacerdotes afronten una crisis vocacional, el obispo debe hacer todo lo posible para sostenerlos y devolverles el impulso original, y el amor a Cristo y a la Iglesia. Incluso cuando es necesaria una advertencia, se debe hacer con amor paterno.

Doy gracias a Dios porque sigue concediendo a Polonia la gracia de numerosas vocaciones. Desde este punto de vista, queridos hermanos, la región meridional, que vosotros representáis, es especialmente rica. Teniendo presentes las enormes necesidades de la Iglesia universal, os ruego que animéis a vuestros presbíteros a emprender el servicio misionero, o el compromiso pastoral en los países donde hay escasez de clero. Hoy parece que esta es una tarea particular y, en cierto sentido, incluso un deber de la Iglesia en Polonia. Sin embargo, al enviar sacerdotes al extranjero, especialmente a las misiones, recordad que debéis asegurarles apoyo espiritual y una ayuda material suficiente.

3. Juan Pablo II escribió: "Las órdenes religiosas nunca me han hecho la vida difícil. Con todas tuve buenas relaciones, reconociendo en ellas una gran ayuda en la misión del obispo. Pienso también en la gran reserva de energía espiritual que son las órdenes contemplativas" (ib., pp. 111-112).

La diversidad de carismas y de servicios que realizan los religiosos y las religiosas, o los miembros de los institutos laicos de vida consagrada, es una gran riqueza de la Iglesia. El obispo puede y debe impulsarlos a insertarse en el programa diocesano de evangelización y a asumir las tareas pastorales, de acuerdo con su carisma, en colaboración con los sacerdotes y con las comunidades de laicos. Las comunidades religiosas y los consagrados, aunque por derecho estén sometidos a sus propios superiores, "en aquello que se refiere a la cura de almas, al ejercicio público del culto divino y a otras obras de apostolado", están "sujetos a la potestad del obispo" como afirma el Código de derecho canónico (can.
CIC 678, 1). Además, el Código invita a los obispos diocesanos y a los superiores religiosos a que "procedan de común acuerdo al dirigir las obras de apostolado de los religiosos" (can. CIC 678, 3).

Hermanos, os exhorto encarecidamente a mostrar gran solicitud por las comunidades religiosas femeninas que se encuentran en vuestras diócesis. Las religiosas que prestan diversos servicios en la Iglesia merecen sumo respeto, y su trabajo se debe reconocer y apreciar oportunamente. No se las debe privar de un adecuado apoyo espiritual y de la posibilidad de formarse intelectualmente y de crecer en la fe.

De modo especial, os recomiendo que os preocupéis por la suerte de las órdenes contemplativas. Su presencia en la diócesis, su oración y sus renuncias os sostendrán y ayudarán siempre. Por vuestra parte, procurad salir al encuentro de sus necesidades, incluso materiales.

123 Por desgracia, durante los últimos años se ha producido una disminución de vocaciones religiosas, particularmente de las femeninas. Por tanto, junto con los superiores religiosos responsables, es necesario reflexionar sobre las causas de esta situación y pensar de qué modo se pueden despertar y sostener nuevas vocaciones femeninas.

4. En nuestra reflexión sobre el papel de los laicos en la obra de evangelización nos introducen las palabras de mi gran predecesor: "Los laicos pueden realizar su vocación en el mundo y alcanzar la santidad no sólo comprometiéndose activamente a favor de los pobres y los necesitados, sino también animando con espíritu cristiano la sociedad mediante el cumplimiento de sus deberes profesionales y con el testimonio de una vida familiar ejemplar" (¡Levantaos, vamos!, p. 107).
En tiempos en que —como escribió Juan Pablo II— "la cultura europea da la impresión de ser una "apostasía silenciosa" por parte del hombre autosuficiente, que vive como si Dios no existiera" (Ecclesia in Europa, 9), la Iglesia no cesa de anunciar al mundo que Jesucristo es su esperanza.
En esta obra el papel de los laicos es insustituible. Su testimonio de fe es particularmente elocuente y eficaz, porque se da en la realidad diaria y en los ámbitos a los que un sacerdote accede con dificultad.

Uno de los principales objetivos de la actividad del laicado es la renovación moral de la sociedad, que no puede ser superficial, parcial e inmediata. Debería caracterizarse por una profunda transformación en el ethos de los hombres, es decir, por la aceptación de una oportuna jerarquía de valores, según la cual se formen las actitudes.

Tarea específica del laicado es la participación en la vida pública y en la política. En la exhortación apostólica Christifideles laici, Juan Pablo II recordó que "todos y cada uno tienen el derecho y el deber de participar en la política" (
CL 42). La Iglesia no se identifica con ningún partido, con ninguna comunidad política ni con ningún sistema político; en cambio, recuerda siempre que los laicos comprometidos en la vida política deben dar un testimonio valiente y visible de los valores cristianos, que hay que reafirmar y defender en el caso de que sean amenazados. Lo harán públicamente, tanto en los debates de carácter político como en los medios de comunicación social.

Una de las tareas importantes, derivadas del proceso de integración europea, es la valiente solicitud por conservar la identidad católica y nacional de los polacos. El diálogo mantenido por el laicado católico sobre cuestiones políticas será eficaz y servirá al bien común si en su base hay: amor a la verdad, espíritu de servicio y solidaridad en el compromiso en favor del bien común. Queridos hermanos, os exhorto a sostener este servicio del laicado, respetando una justa autonomía política.

Sólo he enumerado algunas de las formas de compromiso del laicado en la obra de evangelización. Las otras, como la pastoral familiar, la pastoral juvenil o la actividad caritativa serán tema de una reflexión ulterior durante el encuentro con el tercer grupo de obispos polacos. Ahora os deseo que una armoniosa colaboración de todos los estados de vida en la Iglesia, bajo vuestra guía iluminada, produzca frutos de transformación del mundo según el espíritu del Evangelio de Cristo.

A la vez que encomiendo a la Virgen vuestro ministerio episcopal, con afecto os bendigo a todos.
¡Alabado sea Jesucristo!


A LOS PRESIDENTES DE LAS COMISIONES EPISCOPALES PARA LA FAMILIA Y LA VIDA DE AMÉRICA LATINA

Sábado 3 de diciembre de 2005

124 Queridos hermanos en el episcopado:

1. Me complace recibiros con ocasión del tercer encuentro de los presidentes de las comisiones episcopales para la familia y la vida de América Latina. Deseo expresar mi gratitud por las palabras que me ha dirigido el señor cardenal Alfonso López Trujillo, presidente del Consejo pontificio para la familia. Soy testigo, junto con toda la Iglesia, de la solicitud con que el Papa Juan Pablo II se entregó a este tema tan importante. Por mi parte, asumo esta misma preocupación, que afecta en gran medida al futuro de la Iglesia y de los pueblos, ya que, como afirmaba mi predecesor en la exhortación apostólica Familiaris consortio, «el futuro de la humanidad se fragua en la familia. Por consiguiente es indispensable y urgente que todo hombre de buena voluntad se esfuerce por salvar y promover los valores y exigencias de la familia». Y añadía: «Corresponde también a los cristianos el deber de anunciar con alegría y convicción la "buena nueva" sobre la familia que tiene absoluta necesidad de escuchar siempre de nuevo y de entender cada vez mejor las palabras auténticas que le revelan su identidad, sus recursos interiores, la importancia de su misión en la ciudad de los hombres y en la de Dios» (
FC 86). La mencionada exhortación, junto con la Carta a las familias Gratissimam sane y la encíclica Evangelium vitae constituyen como un luminoso tríptico que debe inspirar vuestra tarea de pastores.

2. Quiero agradecer, de modo especial, vuestra solicitud pastoral en el intento por salvaguardar los valores fundamentales del matrimonio y de la familia, amenazados por el fenómeno actual de la secularización, que impide a la conciencia social llegar a descubrir adecuadamente la identidad y misión de la institución familiar, y últimamente por la presión de leyes injustas que desconocen los derechos fundamentales de la misma.

Frente a esta situación, contemplo con complacencia cómo crece y se consolida la labor de las Iglesias particulares en favor de esta institución humana, que hunde sus raíces en el designio amoroso de Dios y representa el modelo insustituible para el bien común de la humanidad. Son muchísimos los hogares que dan una respuesta generosa al Señor, y, además, abundan las experiencias pastorales, signo de una nueva vitalidad, en las que, a través de una mejor preparación para el matrimonio, se fortalece la identidad de la familia.

3. Vuestro deber de pastores es presentar en toda su riqueza el valor extraordinario del matrimonio que, como institución natural, es "patrimonio de la humanidad". Por otra parte, su elevación a la altísima dignidad de sacramento debe ser contemplada con gratitud y estupor, como ya lo expresé recientemente al afirmar que "el valor de sacramento que el matrimonio asume en Cristo significa, por tanto, que el don de la creación fue elevado a gracia de redención. La gracia de Cristo no se añade desde fuera a la naturaleza del hombre, no le hace violencia, sino que la libera y la restaura, precisamente al elevarla más allá de sus propios límites" (Discurso en la Ceremonia de apertura de la Asamblea Eclesial de la Diócesis de Roma, 6 de junio de 2005).

4. El amor y la entrega total de los esposos, con sus notas peculiares de exclusividad, fidelidad, permanencia en el tiempo y apertura a la vida, está en la base de esa comunidad de vida y amor, que es el matrimonio (cf. Gaudium et spes GS 48). Hoy es preciso anunciar con renovado entusiasmo que el evangelio de la familia es un camino de realización humana y espiritual, con la certeza de que el Señor está siempre presente con su gracia. Este anuncio a menudo es desfigurado por falsas concepciones del matrimonio y de la familia que no respetan el proyecto originario de Dios. En este sentido, se han llegado a proponer nuevas formas de matrimonio, algunas de ellas desconocidas en las culturas de los pueblos, en las que se altera su naturaleza específica.

También en el ámbito de la vida están surgiendo nuevos planteamientos, que ponen en tela de juicio este derecho fundamental. Como consecuencia, se facilita la eliminación del embrión o su uso arbitrario en aras del progreso de la ciencia que, al no reconocer sus propios límites y no aceptar todos los principios morales que permiten salvaguardar la dignidad de la persona, se convierte en una amenaza para el ser humano mismo, quedando reducido a un objeto o a un mero instrumento. Cuando se llega a estos niveles se resiente la misma sociedad y se estremecen sus fundamentos con toda clase de riesgos.

5. En América Latina, como en todas partes, los hijos tienen el derecho de nacer y crecer en el seno de una familia fundada sobre el matrimonio, donde los padres sean los primeros educadores de la fe de sus hijos, y éstos puedan alcanzar su plena madurez humana y espiritual.
Verdaderamente, los hijos son la mayor riqueza y el bien más preciado de la familia. Por eso es necesario ayudar a todas las personas a tomar conciencia del mal intrínseco del crimen del aborto que, al atentar contra la vida humana en su inicio, es también una agresión contra la sociedad misma. De ahí que los políticos y legisladores, como servidores del bien social, tienen el deber de defender el derecho fundamental a la vida, fruto del amor de Dios.

6. Es indudable que para la acción pastoral, en una materia tan delicada y compleja, y en la que intervienen diversas disciplinas y se tratan cuestiones tan fundamentales, se requiere una cuidadosa preparación de los agentes pastorales en las diócesis. Así, los sacerdotes, como colaboradores inmediatos de los obispos, han de poder recibir una sólida preparación en este campo, que les permita afrontar con competencia y convicción la problemática suscitada en su labor pastoral. En cuanto a los laicos, sobre todo los que dedican sus energías a este servicio de las familias, necesitan también una válida y elevada formación, que les ayude a testimoniar la grandeza y el valor permanente del matrimonio en la sociedad actual.

7. Queridos hermanos, como bien sabéis, está ya próximo el V Encuentro mundial de las familias, en Valencia, España, y que tendrá como tema: La transmisión de la fe en familia. A este respecto, deseo expresar mi cordial saludo al arzobispo de aquella ciudad, mons. Agustín García-Gasco, el cual participa en este Encuentro y que, con el Consejo pontificio para la familia, lleva a cabo la ardua tarea de su preparación. Os animo a todos para que numerosas delegaciones de las Conferencias episcopales, diócesis y movimientos de América Latina, puedan participar en tan importante evento eclesial. Por mi parte, apoyo decididamente la celebración de este Encuentro y lo pongo bajo la amorosa protección de la Sagrada Familia.

125 A vosotros, queridos pastores, y a todas las familias de América Latina imparto de corazón mi bendición apostólica.



HOMENAJE DEL SANTO PADRE A LA INMACULADA EN LA PLAZA DE ESPAÑA

ORACIÓN DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

Jueves 8 de diciembre de 2005



En este día dedicado a María he venido, por primera vez como Sucesor de Pedro, al pie de la estatua de la Inmaculada, aquí, en la plaza de España, recorriendo idealmente la peregrinación que han realizado tantas veces mis predecesores. Siento que me acompaña la devoción y el afecto de la Iglesia que vive en esta ciudad de Roma y en el mundo entero. Traigo conmigo los anhelos y las esperanzas de la humanidad de nuestro tiempo, y vengo a depositarlas a los pies de la Madre celestial del Redentor.

En este día singular, que recuerda el 40° aniversario de la clausura del concilio Vaticano II, vuelvo con el pensamiento al 8 de diciembre de 1965, cuando, precisamente al final de la homilía de la celebración eucarística en la plaza de San Pedro, el siervo de Dios Pablo VI dirigió su pensamiento a la Virgen, " la Madre de Dios y la Madre espiritual nuestra, (...) la criatura en la cual se refleja la imagen de Dios, con total nitidez, sin ninguna turbación, como sucede, en cambio, con las otras criaturas humanas". El Papa afirmó también: "Así, fijando nuestra mirada en esta mujer humilde, hermana nuestra, y al mismo tiempo celestial, Madre y Reina nuestra, espejo nítido y sagrado de la infinita Belleza, puede (...) comenzar nuestro trabajo posconciliar. De esa forma, esa belleza de María Inmaculada se convierte para nosotros en un modelo inspirador, en una esperanza confortadora". Y concluía: "Así lo pensamos para nosotros y para vosotros, y este es nuestro saludo más expresivo, y, Dios lo quiera, el más eficaz" (cf. Concilio ecuménico Vaticano II, Constituciones, Decretos, Declaraciones, BAC, Madrid 1993, p. 1184). Pablo VI proclamó a María "Madre de la Iglesia" y le encomendó con vistas al futuro la fecunda aplicación de las decisiones conciliares.

Recordando los numerosos acontecimientos que han marcado los cuarenta años transcurridos, ¿cómo no revivir hoy los diversos momentos que han caracterizado el camino de la Iglesia en este período? La Virgen ha sostenido durante estos cuatro decenios a los pastores y, en primer lugar, a los Sucesores de Pedro en su exigente ministerio al servicio del Evangelio; ha guiado a la Iglesia hacia la fiel comprensión y aplicación de los documentos conciliares. Por eso, haciéndome portavoz de toda la comunidad eclesial, quisiera dar las gracias a la Virgen santísima y dirigirme a ella con los mismos sentimientos que animaron a los padres conciliares, los cuales dedicaron precisamente a María el último capítulo de la constitución dogmática Lumen gentium, subrayando la relación inseparable que une a la Virgen con la Iglesia.

Sí, queremos agradecerte, Virgen Madre de Dios y Madre nuestra amadísima, tu intercesión en favor de la Iglesia. Tú, que abrazando sin reservas la voluntad divina, te consagraste con todas tus energías a la persona y a la obra de tu Hijo, enséñanos a guardar en nuestro corazón y a meditar en silencio, como hiciste tú, los misterios de la vida de Cristo.

Tú, que avanzaste hasta el Calvario, siempre unida profundamente a tu Hijo, que en la cruz te donó como madre al discípulo Juan, haz que siempre te sintamos también cerca de nosotros en cada instante de la existencia, sobre todo en los momentos de oscuridad y de prueba.

Tú, que en Pentecostés, junto con los Apóstoles en oración, imploraste el don del Espíritu Santo para la Iglesia naciente, ayúdanos a perseverar en el fiel seguimiento de Cristo. A ti dirigimos nuestra mirada con confianza, como "señal de esperanza segura y de consuelo, hasta que llegue el día del Señor" (Lumen gentium LG 68).

A ti, María, te invocan con insistente oración los fieles de todas las partes del mundo, para que, exaltada en el cielo entre los ángeles y los santos, intercedas por nosotros ante tu Hijo, "hasta el momento en que todas las familias de los pueblos, los que se honran con el nombre de cristianos, así como los que todavía no conocen a su Salvador, puedan verse felizmente reunidos en paz y concordia en el único pueblo de Dios, para gloria de la santísima e indivisible Trinidad" (ib., LG 69).
Amén.



A UNA DELEGACIÓN DEL CONSEJO METODISTA MUNDIAL

Viernes 9 de diciembre de 2005



126 Querido obispo Mbang;
queridos amigos en Cristo:

Me alegra acogeros a vosotros, representantes del Consejo metodista mundial, y daros las gracias por vuestra visita. Me siento profundamente agradecido por la presencia orante y el apoyo de los representantes metodistas durante el funeral del Papa Juan Pablo II y durante la celebración que marcó el inicio de mi pontificado.

En esta semana, hace cuarenta años, el Papa Pablo VI dirigió un discurso a los observadores ecuménicos al final del concilio Vaticano II. Durante ese encuentro expresó la esperanza de que las divergencias entre los cristianos se resolvieran "lenta, gradual, leal y generosamente". Ahora debemos reflexionar en las relaciones amistosas entre los católicos y los metodistas, y en el paciente y perseverante diálogo en el que estamos comprometidos. En efecto, hay muchas cosas por las que podemos dar gracias.

Desde 1967 nuestro diálogo ha afrontado algunos temas importantes como: revelación y fe, tradición y autoridad docente en la Iglesia. Estos esfuerzos han sido sinceros al afrontar los campos de divergencia. También han demostrado un notable grado de convergencia y merecen reflexión y estudio. Nuestro diálogo y los numerosos modos como los católicos y los metodistas han aprendido a conocerse mejor nos han permitido reconocer juntos algunos de los "tesoros cristianos de gran valor". En varias ocasiones este reconocimiento nos ha permitido hablar con una sola voz al afrontar cuestiones sociales y éticas en un mundo cada vez más secularizado.

Me complace la iniciativa que llevaría a las Iglesias miembros del Consejo metodista mundial a adherirse a la Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación, firmada por la Iglesia católica y la Federación luterana mundial en 1999. Si el Consejo metodista mundial se adhiriera a la Declaración conjunta, contribuiría a la curación y a la reconciliación que deseamos ardientemente, y sería un significativo paso adelante hacia el fin establecido: la plena y visible unidad en la fe.

Queridos amigos, bajo la guía del Espíritu Santo, y agradeciendo la gran y constante misericordia de Dios en todo el mundo, tratemos de promover un compromiso mutuo en favor de la palabra de Dios, el testimonio y la oración común. Mientras preparamos nuestro corazón y nuestra mente en este tiempo de Adviento para acoger al Señor, invoco las abundantes bendiciones de Dios sobre todos vosotros y sobre los metodistas del mundo entero.


A LAS PERSONAS CONSAGRADAS


PRESENTES EN LA DIÓCESIS DE ROMA

Sala Pablo VI, sábado 10 de diciembre de 2005



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado;
queridos hermanos y hermanas:

127 Es una gran alegría para mí encontrarme con vosotros hoy, en el clima espiritual del Adviento, mientras nos preparamos para la santa Navidad. Os saludo con afecto a cada uno de vosotros, religiosos y religiosas, miembros de institutos seculares y de nuevas formas de vida consagrada, presentes en la diócesis de Roma, donde realizáis un servicio muy apreciado, insertándoos bien en las diversas realidades sociales y pastorales. ¡Gracias de corazón por vuestro servicio!

Saludo en particular a los que viven en los monasterios de vida contemplativa, y que están espiritualmente unidos a nosotros, así como a las personas de vida consagrada procedentes de África, de América Latina y de Asia que estudian en Roma o que pasan aquí un período de su existencia, participando también ellos activamente en la misión de la Iglesia en esta ciudad.

Dirijo un saludo fraterno al cardenal Camillo Ruini, al que agradezco las palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros. Desde siempre los consagrados y las consagradas constituyen en la Iglesia de Roma una presencia valiosa, entre otras razones porque dan un testimonio peculiar de la unidad y la universalidad del pueblo de Dios. Os agradezco el trabajo que realizáis en la viña del Señor y el empeño que ponéis para afrontar los desafíos que plantea la cultura actual a la evangelización en una metrópoli ya cosmopolita como la nuestra.

El complejo contexto social y cultural de nuestra ciudad, en el que os encontráis inmersos, no sólo exige de vosotros una atención constante a los problemas locales, sino también una valiente fidelidad a vuestro carisma peculiar. En efecto, la vida consagrada, desde sus orígenes, se ha caracterizado por su sed de Dios: quaerere Deum. Por tanto, vuestro anhelo primero y supremo debe ser testimoniar que es necesario escuchar y amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas, antes que a cualquier otra persona o cosa. Este primado de Dios es de suma importancia precisamente en nuestro tiempo, en el que hay una gran ausencia de Dios. No tengáis miedo de presentaros, incluso de forma visible, como personas consagradas, y tratad de manifestar siempre vuestra pertenencia a Cristo, el tesoro escondido por el que lo habéis dejado todo. Haced vuestro el conocido lema que resumía el programa de san Benito: "No anteponer nada al amor de Cristo".

Ciertamente, son numerosos los desafíos y las dificultades que encontráis hoy en vuestro trabajo en varios frentes. En vuestras residencias y en las obras apostólicas estáis bien insertados en los programas de la diócesis, colaborando, como ha dicho el cardenal Ruini, en las diversas ramas de la acción pastoral, también gracias a la conexión que realizan los organismos de representación de la vida consagrada, como la Conferencia italiana de superiores mayores y la Unión de superioras mayores de Italia, el Grupo de institutos seculares y el Ordo Virginum. Proseguid por este camino, fortaleciendo vuestra fidelidad a los compromisos asumidos, al carisma de vuestros respectivos institutos y a las orientaciones de la Iglesia local. Esta fidelidad, como sabéis, es posible a quienes se mantienen firmes en las fidelidades diarias, pequeñas pero insustituibles: ante todo, fidelidad a la oración y a la escucha de la palabra de Dios; fidelidad al servicio de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo, de acuerdo con el propio carisma; fidelidad a la enseñanza de la Iglesia, comenzando por la enseñanza acerca de la vida consagrada; y fidelidad a los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía, que nos sostienen en las situaciones difíciles de la vida, día tras día.

Parte constitutiva de vuestra misión es, además, la vida comunitaria. Al esforzaros por formar comunidades fraternas, mostráis que gracias al Evangelio pueden cambiar también las relaciones humanas, que el amor no es una utopía, sino más bien el secreto para construir un mundo más fraterno. El libro de los Hechos de los Apóstoles, después de describir la fraternidad realizada en la comunidad de los cristianos, destaca, casi como consecuencia lógica, que "la palabra de Dios iba creciendo y se multiplicaba considerablemente el número de los discípulos" (
Ac 6,7). La difusión de la Palabra es la bendición que el Dueño de la mies da a la comunidad que se toma en serio el compromiso de hacer crecer la caridad en la fraternidad.

Queridos hermanos y hermanas, la Iglesia necesita vuestro testimonio; necesita una vida consagrada que afronte con valentía y creatividad los desafíos de nuestro tiempo. Ante el avance del hedonismo se os pide el testimonio valiente de la castidad, como expresión de un corazón que conoce la belleza y el precio del amor de Dios. Ante la sed de dinero, que hoy domina casi por doquier, vuestra vida sobria y consagrada al servicio de los más necesitados recuerda que Dios es la riqueza verdadera que no perece. Ante el individualismo y el relativismo, que inducen a las personas a ser norma única para sí mismas, vuestra vida fraterna, capaz de dejarse coordinar y por tanto capaz de obediencia, confirma que ponéis en Dios vuestra realización. No se puede por menos de desear que la cultura de los consejos evangélicos, que es la cultura de las Bienaventuranzas, crezca en la Iglesia, para sostener la vida y el testimonio del pueblo cristiano.

El decreto conciliar Perfectae caritatis, de cuya promulgación celebramos este año el cuadragésimo aniversario, afirma que las personas consagradas "evocan ante todos los cristianos aquel maravilloso matrimonio, fundado por Dios y que se ha de manifestar plenamente en el siglo futuro, por el que la Iglesia tiene como único esposo a Cristo" (PC 12). La persona consagrada vive en su tiempo, pero su corazón está proyectado más allá del tiempo y testimonia al hombre contemporáneo, a menudo absorbido por las cosas del mundo, que su verdadero destino es Dios mismo.

Queridos hermanos y hermanas, os agradezco el servicio que prestáis al Evangelio, vuestro amor a los pobres y a los que sufren, vuestro esfuerzo en el campo de la educación y la cultura, la incesante oración que se eleva desde los monasterios y la multiforme actividad que lleváis a cabo.
Que la Virgen santísima, modelo de vida consagrada, os acompañe y sostenga, a fin de que podáis ser para todos "signo profético" del reino de los cielos. Os aseguro mi recuerdo en la oración y de corazón os bendigo a todos.


AL COMITÉ DE COORDINACIÓN DE LA COMISIÓN INTERNACIONAL PARA EL DIÁLOGO ENTRE LA IGLESIA CATÓLICA Y LA ORTODOXA

Jueves 15 de diciembre de 2005


Queridos hermanos en Cristo:

128 Os doy una cordial bienvenida en nombre del Señor y me alegra nuestro encuentro fraternal. En este tiempo litúrgico de gozosa espera de la Navidad del Salvador, vuestra presencia aumenta nuestra alegría. Aviváis en mí el recuerdo de las Iglesias que representáis y de todo el mundo ortodoxo.

Me alegra también la reunión del comité mixto de coordinación de la Comisión internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa en su conjunto, signo del deseo de reanudar y proseguir el diálogo, que a lo largo de los últimos años ha atravesado serias dificultades internas y externas. Esta reanudación del diálogo se produce después de un acuerdo inter-ortodoxo, del que la Iglesia católica ha sido informada por Su Santidad Bartolomé I. Por eso, reviste una importancia particular y constituye una gran responsabilidad. En efecto, se trata de cumplir la voluntad del Señor, que quiere que sus discípulos formen una comunidad armónica y que testimonien juntos el amor fraterno que viene de él.

En esta nueva etapa del diálogo es preciso examinar juntos dos aspectos: por una parte, eliminar las divergencias que subsisten y, por otra, tener como deseo primordial hacer todo lo posible para restablecer la comunión plena, bien esencial para la comunidad de los discípulos de Cristo, como subrayó el documento preparatorio de vuestro trabajo.

La comunión plena ha de ser una comunión en la verdad y en la caridad. No podemos contentarnos con quedarnos en estadios intermedios; debemos buscar la voluntad de Jesucristo sin cesar, con valentía, lucidez y humildad, aunque no coincida con nuestros simples proyectos humanos. La realización de la unidad plena de la Iglesia y la reconciliación entre los cristianos sólo se logrará mediante la sumisión de nuestra voluntad a la voluntad del Señor.

Esta tarea compete a los pastores, a los teólogos y a todas nuestras comunidades, cada uno según la función que le corresponde. Para avanzar por este camino de unidad no bastan nuestras débiles fuerzas. Debemos implorar la ayuda del Señor, mediante una oración cada vez más insistente, pues la unidad es ante todo un don de Dios (cf. Unitatis redintegratio
UR 24), invitando al mismo tiempo a todos los cristianos a la oración común como "medio sumamente eficaz para pedir la gracia de la unidad" (ib., UR 8).

El decreto Unitatis redintegratio recomendaba también el conocimiento mutuo (cf. ib., UR 9) y el diálogo, por el que es preciso avanzar "con amor a la verdad, caridad y humildad" (ib., UR 11), para que se mantenga la pureza de la doctrina. Los pastores que tienen el mérito de haberlo puesto en marcha, Su Santidad el Papa Juan Pablo II y Su Santidad Dimitrios I, Patriarca de Constantinopla, con la declaración común que firmaron abrieron un camino que nosotros debemos proseguir para llevarlo a su término. El diálogo, haciéndonos progresar hacia la comunión plena entre católicos y ortodoxos, contribuirá también "a los diálogos múltiples que tienen lugar en el mundo cristiano con vistas a la búsqueda de su unidad" (Declaración común, 30 de noviembre de 1979: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 9 de diciembre de 1979, p. 16).

A la vez que os agradezco vuestro compromiso en el estudio de los caminos concretos para el progreso del diálogo entre católicos y ortodoxos, os aseguro mi oración ferviente. Os deseo también una feliz y santa Navidad. Que el año nuevo os colme de beneficios divinos y que sea un tiempo de gracia para el camino hacia la unidad plena.




Discursos 2005 122