Discursos 2005 128

A LOS ALUMNOS DE LAS UNIVERSIDADES Y ATENEOS ROMANOS

Jueves 15 de diciembre de 2005




Queridos hermanos;
distinguidas autoridades académicas,
queridos estudiantes:

129 Con gran alegría os dirijo a todos mi cordial saludo, al final de la tradicional celebración eucarística pre-navideña para los universitarios de los ateneos romanos, que tanto estimaba mi amado predecesor Juan Pablo II. Saludo en primer lugar al cardenal vicario, que ha presidido la santa misa, así como a los demás eclesiásticos presentes. Os doy las gracias a cada uno de vosotros, queridos amigos, por haber aceptado la invitación a participar en este encuentro; y expreso mi agradecimiento, en particular, a la ministra de Educación, universidades e investigación, así como a los rectores de los ateneos de Roma y de Italia, a los directores de los Conservatorios, a los capellanes universitarios y a las delegaciones de estudiantes procedentes de algunos países de Europa y África.

Además, me alegra acoger, en esta circunstancia, también a los participantes en el Congreso mundial de pastoral para estudiantes extranjeros, organizado por el Consejo pontificio para la pastoral de los emigrantes e itinerantes. A todos doy una afectuosa bienvenida.

Aprovecho, de buen grado, esta ocasión para expresar mi gran complacencia por la creciente colaboración que se va instaurando entre los diversos ateneos romanos. Queridos amigos, continuad realizando juntos la reflexión sobre el nuevo humanismo, teniendo en cuenta los grandes desafíos de la época contemporánea y tratando de conjugar de modo armónico la fe y la cultura.
¡Cuán necesario resulta en este momento histórico cultivar una esmerada investigación cultural y espiritual!

Asimismo, me ha complacido saber que las cinco facultades de medicina de la ciudad han acordado comprometerse en algunos campos a colaborar en los temas de la vida. Y, en el ámbito más específicamente pastoral, he apreciado la decisión de profundizar en el tema de la transmisión de la fe, con un camino formativo que involucre tanto a los alumnos como a los profesores.

A vosotros, queridos jóvenes, que participáis en gran número, os deseo que realicéis con alegría vuestro itinerario de formación cristiana, conjugándolo con el esfuerzo diario de profundización en los conocimientos propios de vuestros respectivos campos académicos. Es necesario redescubrir la belleza de tener a Cristo como Maestro de vida y renovar así de modo libre y consciente la propia profesión de fe.

Quisiera dirigir ahora mi atención a los estudiantes extranjeros. Su presencia constituye un fenómeno cada vez mayor y representa para la Iglesia un campo importante de acción pastoral. En efecto, los jóvenes que salen de su país por motivos de estudio deben afrontar no pocos problemas y sobre todo corren el riesgo de sufrir una crisis de identidad, una pérdida de los valores espirituales y morales. Por otra parte, la posibilidad de estudiar en el extranjero es para muchos jóvenes una oportunidad única de capacitarse para poder contribuir mejor al desarrollo de sus respectivos países, y también para participar de modo activo en la misión de la Iglesia. Es importante proseguir el camino emprendido para salir al encuentro de las necesidades de estos hermanos y hermanas nuestros.

Queridos amigos universitarios, nos acercamos a la grande y sugestiva celebración de la santa Navidad. El clima típico de esta fiesta nos invita a la intimidad y a la alegría. A la vez que deseo, a quienes les sea posible, que pasen las festividades navideñas serenamente con su familia, os invito a captar plenamente el mensaje espiritual que nos vuelve a proponer esta solemnidad. Dios se hizo hombre, puso su morada entre nosotros. Preparemos nuestro corazón para acoger a Aquel que viene a salvarnos con el don de su vida, que se hace uno de nosotros, se acerca a nosotros y se convierte en hermano nuestro.

Que os guíe en esta espera María santísima, Sedes sapientiae. Su icono, que está visitando varias naciones, pasa ahora de la delegación de Polonia a la de Bulgaria, para proseguir en ese país su peregrinación por las ciudades universitarias. Que ella, la Virgen fiel, la Madre de Cristo, os obtenga a cada uno de vosotros y a vuestros ambientes académicos la luz de la Sabiduría divina, Cristo nuestro Señor.

¡Feliz Navidad a todos!



A UNA REPRESENTACIÓN DE LAS FUERZAS ARMADAS DE ITALIA

Viernes 16 de diciembre de 2005

130 . Venerados hermanos;
distinguidas autoridades civiles y militares,
queridos amigos:

Con gran alegría he venido a encontrarme con vosotros al final de la santa misa celebrada aquí, en esta basílica, que conserva los vivos recuerdos del apóstol san Pedro. Ya se aproxima la solemnidad de la santa Navidad y esta es una ocasión muy propicia para expresaros mi felicitación a todos vosotros, que representáis a las Fuerzas armadas italianas. A cada uno de vosotros dirijo un afectuoso saludo. En particular, saludo a vuestro pastor, el Ordinario militar mons. Angelo Bagnasco, a quien agradezco las palabras con las que ha interpretado los sentimientos comunes. Saludo, asimismo, a los capellanes militares, vuestros guías espirituales, que han querido acompañaros también en este momento de intensa comunión eclesial.

Saludo cordialmente también al ministro de Defensa, a los subsecretarios, a los jefes de Estado mayor y a los comandantes generales, que con su adhesión han dado mayor relieve a este encuentro.

Aquel a quien adoramos en el Sacramento del altar es el Emmanuel, Dios con nosotros, que vino al mundo para nuestra redención. En la novena de Navidad, que hemos comenzado precisamente hoy, a medida que nos aproximamos a la Noche santa, la liturgia nos hace repetir cada vez con mayor intensidad: "Maranatha!", "¡Ven, Señor Jesús!". Esta invocación se eleva desde el corazón de los creyentes en todos los rincones de la tierra y resuena de modo incesante en todas las comunidades eclesiales.

En Navidad vendrá el Mesías esperado, Aquel que en la sinagoga de Nazaret se aplicó a sí mismo las antiguas palabras proféticas: "El Señor me ha enviado (...) a proclamar la liberación a los prisioneros" (
Lc 4,18). Vendrá a liberarnos el Redentor del hombre y romperá las cadenas del error, del egoísmo, del pecado, que nos tienen prisioneros. Vendrá Cristo a liberar con su amor el corazón del hombre. ¡Cuán importante es prepararse para acogerlo con humildad y sinceridad!

En el misterio del Nacimiento de Cristo el Padre celestial manifiesta a la humanidad su misericordia.
No quiso abandonar al hombre a sí mismo y a su pecado; al contrario, salió a su encuentro, ofreciéndole el perdón que libra de la opresión del pecado con la fuerza de su gracia. Ojalá que estos últimos días del Adviento fortalezcan aún más en cada uno de vosotros, queridos militares, el deseo del encuentro con Cristo, el Príncipe de la paz, fuente de nuestra auténtica alegría.

Cada día experimentamos la precariedad y la provisionalidad de la vida terrena, pero, gracias a la encarnación del Hijo unigénito del Padre, nuestra mirada logra captar siempre el amor providencial de Dios, que da sentido y valor a toda nuestra existencia. La liturgia de este tiempo de Adviento nos invita a la confianza, nos estimula a confiar en Aquel que puede satisfacer plenamente las expectativas de nuestro corazón.

María, con su "sí" al ángel Gabriel, se adhirió totalmente a la voluntad de Dios y dio inicio al gran misterio de la Redención. Que ella nos acompañe al encuentro con el Emmanuel, Dios con nosotros. Con estos sentimientos, queridos militares, os renuevo mi felicitación más cordial con ocasión de la santa Navidad ya cercana, a la vez que de buen grado os imparto a todos mi bendición, que extiendo a las comunidades de donde venís y a vuestras familias.


AL TERCER GRUPO DE OBISPOS POLACOS EN VISITA "AD LIMINA"

131

Sábado 17 de diciembre de 2005



Queridos hermanos en el ministerio episcopal:

Con alegría os doy la bienvenida a todos vosotros, que constituís el tercer grupo de obispos de Polonia, venidos en visita "ad limina Apostolorum".

En los discursos anteriores traté numerosos temas relacionados con la tarea de la evangelización en el mundo moderno. También anuncié que en la tercera parte de mi mensaje centraría mi reflexión en la función de los fieles laicos en la Iglesia.

1. Comencemos, pues, por el ámbito más fundamental en la estructura de la Iglesia: el ámbito de la parroquia. En el decreto conciliar sobre el apostolado de los laicos leemos: "La parroquia ofrece un modelo preclaro de apostolado comunitario al congregar en unidad todas las diversidades humanas que en ella se encuentran, insertándolas en la universalidad de la Iglesia. Acostúmbrense los laicos a trabajar en la parroquia íntimamente unidos con sus sacerdotes, a presentar a la comunidad de la Iglesia sus propios problemas y los del mundo, así como aquellas cuestiones que se refieran a la salvación de los hombres, para, aportando las diversas opiniones, examinarlos y resolverlos; y a colaborar, según sus posibilidades, en todas las iniciativas apostólicas y misioneras de su familia eclesial" (Apostolicam actuositatem AA 10).

La exigencia primera y más importante es que la parroquia constituya una "comunidad eclesial" y una "familia eclesial". Aun cuando se trate de parroquias muy numerosas, es necesario hacer todo lo posible para que no se conviertan en una masa de fieles anónimos. Naturalmente, en la realización de esta tarea es insustituible la función de los sacerdotes y, de modo especial, de los párrocos.
Ellos, en primer lugar, deben conocer a las ovejas de su redil, mantener los contactos pastorales con todos los ambientes y esforzarse por conocer las necesidades espirituales y materiales de los feligreses.

Es importante también la participación activa de los laicos en la formación de la comunidad. Pienso, ante todo, en los consejos pastorales y en los consejos de asuntos económicos (cf. Código de derecho canónico CIC 537). Aunque sólo tengan voto consultivo, y no deliberativo, pueden ayudar eficazmente a los pastores a discernir las necesidades de la comunidad y a descubrir las maneras de afrontarlas. La colaboración de los consejos con los pastores debe realizarse siempre con espíritu de solicitud común por el bien de los fieles.

Es necesario también un continuo contacto de los pastores con las diversas comunidades de apostolado que actúan en el ámbito de la parroquia. Tampoco se puede olvidar la necesidad de colaboración entre las comunidades mismas. Nunca debe haber rivalidades entre ellas; al contrario, debe existir entre ellas una cooperación mutua y cordial para afrontar las tareas apostólicas. Especialmente los líderes de esos grupos deben tener presente que, actuando sobre el terreno y en una comunidad parroquial, están llamados a realizar un programa de pastoral común, bajo la dirección de los pastores responsables.

Con respecto a la evangelización, ya he hablado de la necesidad de la catequesis de los adultos. Aunque se base en la sagrada Escritura y en el magisterio de la Iglesia, debe centrarse luego en la experiencia sacramental y, de modo especial, en el esfuerzo por vivir el misterio de la Eucaristía. Los padres conciliares no dudaron en reconocer que la Eucaristía es "fuente y cumbre de toda la evangelización" (Presbyterorum ordinis PO 5 cf. Sacrosanctum Concilium SC 10).

Como escribió mi amado predecesor Juan Pablo II, "la Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad, así como de su obra de salvación" (Ecclesia de Eucharistia EE 11). Por eso, los pastores de la Iglesia deben hacer todo lo posible para que el pueblo que les ha sido encomendado sea consciente de la grandeza de ese don y se acerque con la mayor frecuencia posible a este Sacramento del amor tanto en la celebración eucarística y en la Comunión como en la adoración.

132 En la carta apostólica Novo millennio ineunte, Juan Pablo II recordó que la eucaristía dominical es "el lugar privilegiado donde la comunión se anuncia y se cultiva constantemente" (NM 36). Sé que en la Iglesia en Polonia la participación de los fieles en la santa misa dominical es numerosa. Con todo, los pastores, impulsados por sus obispos, hagan todo lo posible para que el número de los participantes en la liturgia dominical no disminuya, sino que crezca.

Queridos hermanos, os pido encarecidamente que animéis a vuestros sacerdotes a formar a los niños y jóvenes que se acercan al altar del Señor como monaguillos y lectores. También deben tener solicitud pastoral con respecto a las muchachas que participan activamente en la liturgia, de acuerdo con su función. Este servicio pastoral puede dar muchos frutos para las vocaciones sacerdotales y religiosas.

2. En el siglo pasado, especialmente después del Concilio, se desarrollaron en la Iglesia varios movimientos que tienen como fin la evangelización. Esos movimientos no pueden existir, por decirlo así, "al lado de" la comunidad universal de la Iglesia. Por eso, una de las tareas del obispo diocesano consiste en mantener un contacto directo con ellos, estimulándolos a actuar de acuerdo con el carisma reconocido por la Iglesia y, al mismo tiempo, a evitar encerrarse ante la realidad de su entorno.

Muchos de estos movimientos han mantenido un contacto constante con las Iglesias no católicas y pueden dar una contribución importante a la construcción de relaciones ecuménicas: la oración común y las obras realizadas juntamente alimentan la esperanza de que se pueda acelerar el acercamiento también en el campo de la doctrina y de la vida de la Iglesia. Sin embargo, es preciso que también aquí los obispos se esfuercen por hacer que se entienda correctamente el ecumenismo. Debe consistir siempre en la búsqueda de la verdad y no de fáciles componendas que puedan llevar a los movimientos católicos a perder su identidad.

Además de los movimientos eclesiales, existen muchas asociaciones de laicos que se unen en un ámbito determinado, o según la profesión que desempeñan, y se dirigen a los obispos para solicitar una pastoral específica, que corresponda a su realidad. Queridos hermanos, os invito a sostener esas iniciativas, dando a cada uno la posibilidad de desarrollar su espiritualidad sobre la base de sus desafíos diarios.

Entre estos laicos Juan Pablo II dedicó una atención particular a los que "ocupan puestos de primer plano en la vida de la sociedad" (¡Levantaos! ¡Vamos!, Plaza & Janés, Barcelona 2004, p. 107), pero que al mismo tiempo desean vivir su vida de fe y dar un testimonio cristiano. El Concilio los exhortó con estas palabras: "Los que son o pueden llegar a ser idóneos para el difícil y al mismo tiempo tan noble arte de la política deben prepararse para él y procurar ejercerlo olvidándose de su propio interés y del beneficio venal. Deben actuar con integridad de costumbres y con prudencia contra la injusticia y la opresión, contra el dominio arbitrario y la intolerancia de un solo hombre o un solo partido político; se deben consagrar con sinceridad y equidad, más aún, con amor y fortaleza política, al bien de todos" (Gaudium et spes GS 75).

En la realización de esta tarea, los políticos cristianos necesitan contar con la ayuda de la Iglesia. Aquí se trata, en particular, de la ayuda a tomar conciencia de su identidad cristiana y de los valores morales universales que se fundan en la naturaleza del hombre, a fin de que se comprometan, con una conciencia recta, a promoverlos en los ordenamientos civiles, con vistas a la edificación de una convivencia que respete al hombre en todas sus dimensiones.

Con todo, nunca se ha de olvidar que es "de gran importancia, sobre todo en una sociedad pluralista, que se tenga un recto concepto de la relación entre comunidad política e Iglesia, y que se distinga claramente entre aquello que los fieles cristianos hacen, individual o colectivamente, en su nombre en cuanto ciudadanos, guiados por la conciencia cristiana, y lo que hacen en nombre de la Iglesia juntamente con sus pastores" (ib., GS 76).

3. Para concluir, quisiera referirme a otra dimensión del compromiso de los laicos en la Iglesia. En el mundo actual, juntamente con la globalización y el rápido intercambio de informaciones, en muchos ambientes existe una mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás y una disponibilidad a prestar ayuda donde se produzca alguna desgracia.

Juntamente con las iniciativas internacionales y nacionales, se están desarrollando también varias formas de voluntariado, que tienen como fin la ayuda a los necesitados presentes en su ambiente. En los centros de acogida, en los dormitorios para los que no tienen casa, para las personas dependientes, para las madres solas y víctimas de la violencia, colaboran personas dispuestas a dedicar gran parte de su tiempo al servicio de los demás. También ayudan a los enfermos, a las personas solas, a las familias numerosas y a las que viven en la indigencia, a las personas con discapacidades físicas o mentales. Se organizan centros de intervención en casos de crisis, unidades operativas al servicio de las personas que atraviesan cualquier tipo de dificultad que la vida puede reservar. Es inapreciable la labor de estas personas, que se inspiran en el ejemplo del samaritano evangélico. Es preciso sostenerla y animarla.

Sé que en Polonia se está desarrollando también el voluntariado que se propone como finalidad la defensa de la vida humana. Merecen gratitud todos los que llevan a cabo una obra de educación, de preparación para la vida matrimonial y familiar, y defienden el derecho a la vida de todo ser humano desde la concepción hasta la muerte natural. Muchos comprometen en esa actividad sus medios materiales, otros su tiempo; otros colaboran con su oración. Todos ellos esperan el aliento y el apoyo moral de los obispos, de los sacerdotes y de toda la comunidad de los creyentes. ¡Ojalá que nunca les falte!

133 Las misiones son otro campo de la vida de la Iglesia en el que trabajan los voluntarios. Son cada vez más numerosos los laicos que parten hacia los países de misión, para colaborar allí según su preparación profesional y sus talentos, y al mismo tiempo para dar un testimonio de amor cristiano a los habitantes de las regiones más pobres del mundo. Es una actividad digna de admiración y de reconocimiento. Os exhorto, queridos hermanos, a aceptar con apertura y benevolencia, aunque siempre con la debida prudencia, a los laicos que están dispuestos a trabajar en las misiones. La gran obra misionera de toda la Iglesia debe ser sostenida espiritual y materialmente por todos, según la vocación cristiana de cada uno, en virtud del compromiso que brota del bautismo, a llevar a todos los pueblos el mensaje evangélico del amor de Cristo.

Queridos hermanos, en los documentos del Concilio y de mis predecesores en esta Sede apostólica encontraréis muchos otros pensamientos valiosos sobre el tema de la actividad de los laicos en la Iglesia y en el mundo. Vale la pena volver a reflexionar sobre este magisterio. Vosotros, amados hermanos, sabéis discernir bien las necesidades de las comunidades encomendadas a vuestra solicitud pastoral y crear las mejores condiciones para una buena colaboración de los laicos con el clero en la misma obra de la evangelización, de la santificación y de la edificación del reino de Dios.
Que os sostenga en esta obra María, Madre de la Iglesia.

¡Que Dios os bendiga!


A UN GRUPO DE PEREGRINOS DE LA ALTA AUSTRIA CON MOTIVO DE LA ENTREGA DEL ÁRBOL DE NAVIDAD

Sábado 17 de diciembre de 2005



Queridos amigos:

¡Sed bienvenidos! Me alegra acogeros muy cordialmente, con ocasión de la presentación del abeto colocado en la plaza de San Pedro, que procede de los bosques de Eferding, en la alta Austria.
Os dirijo mi cordial saludo a cada uno de vosotros, comenzando por el presidente de la alta Austria, doctor Josef Pühringer, al que agradezco las amables palabras que acaba de dirigirme en nombre de los presentes. Saludo asimismo a las autoridades civiles de la región y, en particular, a los administradores del municipio de Eferding. Saludo también con afecto fraterno al obispo de Linz, mons. Ludwig Schwarz, y al obispo emérito, mons. Maximilian Aichern. Igualmente saludo con afecto a los miembros del coro y de la capilla (Stadtkapelle) de Eferding, así como al grupo folclórico femenino "Goldhaubenfrauen".

Esta tarde, al final de la ceremonia de entrega oficial, se encenderán las luces que embellecen el árbol de Navidad. Este majestuoso abeto permanecerá al lado del belén hasta que concluyan las festividades navideñas, y será admirado por numerosos peregrinos que vienen de todas las partes del mundo al Vaticano.

Gracias, queridos amigos, por este gran árbol y por los otros más pequeños, que adornarán el palacio apostólico y diversos ambientes del Vaticano. Con estos dones, tan gratos, habéis querido manifestar la cercanía espiritual y la amistad que desde hace mucho tiempo une a Austria con la Santa Sede, siguiendo la noble tradición cristiana que ha fecundado con sus valores espirituales la cultura, la literatura y el arte de vuestra nación y de Europa entera. Quisiera aseguraros que el Papa está cerca de vosotros y con su oración acompaña el camino de las comunidades cristianas y de todo el pueblo de Austria.

Aprovecho también esta ocasión para desearos de corazón a todos vosotros, aquí presentes, que viváis con serenidad la Navidad del Señor. Extiendo este deseo a vuestros conciudadanos que han quedado en la patria y a los habitantes de vuestra región que por diversos motivos viven fuera de su tierra. En Navidad resuena en todas las partes del mundo la buena nueva del nacimiento del Redentor: el Mesías esperado se ha hecho hombre y ha venido a habitar entre nosotros. Con su luminosa presencia, Jesús ha disipado las tinieblas del error y del pecado, y ha traído a la humanidad la alegría de la deslumbrante luz divina, de la que el árbol de Navidad es signo y recuerdo.

134 Os deseo que acojáis en vuestro corazón el don de su alegría, de su paz y de su amor. Creer en Cristo significa dejarse envolver por la luz de su verdad, que da pleno significado, valor y sentido a nuestra existencia, pues precisamente revelándonos el misterio del Padre y de su amor, revela también plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación (cf. Gaudium et spes GS 22).

Os renuevo de corazón a cada uno mi más sincera felicitación navideña, y os pido que la transmitáis a vuestras familias y a todos vuestros compatriotas. Os aseguro mi oración por vosotros y por vuestros seres queridos, y de buen grado os imparto a todos una especial bendición.


AL SEÑOR BERNARD KESSEDJIAN, NUEVO EMBAJADOR DE FRANCIA ANTE LA SANTA SEDE

Lunes 19 de diciembre de 2005



Señor embajador:

Con alegría recibo de sus manos las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de Francia ante la Santa Sede. A la vez que le agradezco las corteses palabras que me ha dirigido, le doy una cordial bienvenida con ocasión de este encuentro solemne, con el que inicia la misión que le ha sido encomendada. Agradezco los buenos sentimientos de su excelencia el señor Jacques Chirac, presidente de la República francesa, y le ruego que le transmita mis mejores deseos para él y para todo el pueblo de Francia.

Ya conoce usted la atención particular que la Iglesia y la Santa Sede prestan a la nación francesa. Y también conoce el compromiso de la Iglesia católica en la sociedad, en todos los niveles. Permítame, señor embajador, enviar a través de usted mi saludo fraterno a los pastores y a los fieles católicos de su país, animándolos a proseguir su misión apostólica y sus obras de solidaridad fraterna en las parroquias, los movimientos y las asociaciones; se trata de actitudes que pertenecen a la tradición cristiana y que encuentran su fundamento en el amor de Cristo a cada persona, digna de ser amada por sí misma.

Su país celebra este año el centenario de la ley de separación de las Iglesias y del Estado. Como recordó mi predecesor el Papa Juan Pablo II en la carta que dirigió el 11 de febrero pasado a los obispos de Francia, el principio de laicidad consiste en una sana distinción de los poderes, que no es en absoluto una oposición y que permite a la Iglesia "participar cada vez más activamente en la vida de la sociedad, respetando las competencias de cada uno" (n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de febrero de 2005, p. 3). Esa concepción también debe permitir promover más la autonomía de la Iglesia, tanto en su organización como en su misión. A este propósito, me complace la existencia y los encuentros de las instancias de diálogo entre la Iglesia y las autoridades civiles, en todos los niveles. Estoy seguro de que eso permitirá que todas las fuerzas existentes contribuyan al bien de los ciudadanos y dará frutos en la vida social.

Como usted ha recordado, su país acaba de vivir un período difícil en el campo social, al ponerse de manifiesto la profunda insatisfacción de una parte de la juventud; esa situación parece haber afectado no solamente a los suburbios de las grandes ciudades, sino más profundamente a todos los estratos de la población. Las violencias internas que marcan a las sociedades y que no se puede por menos de condenar constituyen, sin embargo, un mensaje, especialmente de parte de la juventud, que nos invita a tomar en cuenta las demandas de los jóvenes y, como recordó monseñor Jean-Pierre Ricard, arzobispo de Burdeos y presidente de la Conferencia episcopal de Francia, al final de la asamblea de Lourdes en el pasado mes de noviembre, a dar "una respuesta a la altura de estas tensiones dramáticas de nuestra sociedad". Permítame saludar aquí a todos los que están comprometidos, especialmente mediante el diálogo y la cercanía fraterna a los jóvenes, para que el clima social sea nuevamente pacífico, pues se trata de una responsabilidad de todos los ciudadanos.

Su país ha acogido a numerosos trabajadores extranjeros y a sus familias, que han contribuido en gran medida al desarrollo de la nación desde el fin de la segunda guerra mundial. Hoy hay que darles gracias a ellos y a sus descendientes por esta riqueza económica, cultural y social en la que han participado. La mayoría de ellos se han convertido así en ciudadanos franceses de pleno derecho.

El desafío consiste hoy en vivir los valores de igualdad y fraternidad, que forman parte de los valores incluidos en el lema de Francia, procurando que todos los ciudadanos puedan realizar, en el respeto de las diferencias legítimas, una verdadera cultura común, portadora de los valores morales y espirituales fundamentales.

También es necesario proponer a los jóvenes un ideal de sociedad y un ideal personal, para que conserven razones de vivir y de esperar, y tengan más confianza en un porvenir mejor que les permita edificar su existencia, encontrar trabajo para afrontar sus necesidades y las de su familia, y para alcanzar el bienestar al que naturalmente tienen derecho.

135 Así pues, en último término, vuestro país, al igual que las otras naciones del continente, está invitado a dar un paso suplementario hacia la integración de todos en la sociedad, en nombre de la dignidad intrínseca de toda persona y de su carácter central en la sociedad, que recordaba el concilio ecuménico Vaticano II (cf. Gaudium et spes GS 9), como usted mismo evocó. A este precio, en gran parte, se logra la paz social.

También conviene prestar atención muy especial a la institución conyugal y familiar, a la que no puede equipararse ninguna otra forma de organización relacional, pues es el fundamento de la vida social y desempeña un papel insustituible en la educación de la juventud, conjugando autoridad y apoyo afectivo, dando a todos los jóvenes los valores indispensables para su maduración personal y el sentido del bien común, así como todos los elementos necesarios para la vida social. Para ello, hay que ayudarla y sostenerla, de modo que no dimita de su misión educativa dejando a los jóvenes abandonados a sí mismos.

Quiero felicitar aquí a los educadores, al personal de los centros escolares y a todos los movimientos que se dedican a sostener a los padres en su labor educativa, ayudándoles a formar la conciencia de los jóvenes, para que estos puedan ser el día de mañana adultos responsables no sólo de sí mismos sino también de sus hermanos los hombres y de la buena marcha de la sociedad. Sepan todos que la Iglesia, que está comprometida por doquier en la defensa de la familia, quiere ayudarles en su tarea.

Por otra parte, es necesario acompañar a los jóvenes para que puedan tomar su camino y sentirse miembros de pleno derecho de la sociedad. Todo ello contribuirá en gran medida a la cohesión nacional entre las generaciones y a la creación de un entramado social más fuerte. Con este mismo espíritu, también deseo llamar la atención de todos los hombres de buena voluntad hacia las decisiones y las acciones en materia de bioética, que muestran una tendencia cada vez más marcada a considerar al ser humano, especialmente en los primeros instantes de su existencia, como un simple objeto de investigación. Las cuestiones éticas no se han de afrontar ante todo desde el punto de vista de la ciencia, sino desde el punto de vista del ser humano, que debe ser respetado imperativamente. Si no se acepta este criterio moral fundamental, será difícil crear una sociedad verdaderamente humana, que respete a todos los seres que la componen, sin distinción alguna.

Por múltiples razones, su país está atento a los países emergentes y a los que se esfuerzan por logar un verdadero desarrollo económico y social. Lo demuestra la reciente cumbre África-Francia, que se celebró en Malí. Los países ricos tienen una gran responsabilidad en el crecimiento de las sociedades y en el desarrollo de los ciudadanos de las naciones que atraviesan dificultades, no sólo para proporcionarles ayudas económicas, sino también para formar técnicamente a los cuadros y al personal que harán a esas naciones cada vez más autónomas y protagonistas en la economía mundial.

Están llamados a participar especialmente en la creación de estructuras locales autosuficientes que permitan a los habitantes obtener los recursos necesarios para su subsistencia. En efecto, hoy resulta más urgente que nunca proseguir e intensificar las actividades más concretas posibles, apoyándose en las poblaciones locales, especialmente en las mujeres y los jóvenes, que, sobre todo en las sociedades africanas, ocupan un lugar primordial y pueden dar en gran medida un nuevo impulso a la economía y a la vida social.

Al final de nuestro encuentro, quiero expresarle, excelencia, mis mejores deseos para la misión que comienza hoy. Tenga la seguridad de que siempre encontrará en mis colaboradores la atención y la ayuda que necesite.

Encomendando al pueblo de Francia y a sus autoridades a la benevolencia de Nuestra Señora de Lourdes y a los numerosos santos y santas de su tierra, tan venerados por gran número de sus compatriotas, pido al Señor que los sostenga a todos, para que, apoyándose en su patrimonio y en su larga tradición espirituales, puedan edificar una sociedad de paz y de justicia, y contribuir a una solidaridad cada vez mayor entre las personas y entre los pueblos.

De buen grado le imparto, excelencia, la bendición apostólica a usted, así como a sus colaboradores y a sus seres queridos.



A LOS MUCHACHOS DE LA ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA

Lunes 19 de diciembre de 2005



Amadísimos muchachos y muchachas de la Acción católica italiana:

136 Desde hace muchos años los niños y muchachos de la Acción católica vienen a felicitar al Papa por la Navidad. Es un encuentro querido a su tiempo por el Papa Pablo VI y vivido cada año con gran alegría por mi predecesor Juan Pablo II, a quien habéis conocido todos. Con la misma alegría os acojo también yo. Os saludo con afecto a cada uno de vosotros, así como a vuestro consiliario general, mons. Francesco Lambiasi, y al presidente, profesor Luigi Alici, y os agradezco sinceramente la felicitación que me habéis expresado con motivo de la próxima Navidad.

En la Navidad de Jesús celebramos el infinito amor de Dios a todos los hombres: "Tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo unigénito" (
Jn 3,16) y de tal manera se unió íntimamente a nuestra humanidad, que quiso compartirla hasta hacerse hombre entre los hombres, uno de nosotros. En el Niño de Belén la pequeñez de Dios hecho hombre nos revela la grandeza del hombre y la belleza de nuestra dignidad de hijos de Dios, de hermanos de Jesús. Al contemplar a este Niño, vemos cuán grande es la confianza que Dios pone en cada uno de nosotros y cuán amplia es la posibilidad que se nos brinda de hacer cosas hermosas y grandes en nuestra existencia, viviendo con Jesús y como Jesús.

Este año, vuestro camino formativo tiene como lema: "Estás con nosotros". Queridos muchachos, el Señor Jesús siempre está con nosotros y siempre camina con su Iglesia, la acompaña y la protege. No dudéis nunca de su presencia. Aquel que viene a nuestro encuentro como el Emmanuel, "Dios con nosotros", nos asegura que está siempre en medio de los suyos: "He aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).

Buscad siempre al Señor Jesús; creced en la amistad con él; aprended a escuchar y a conocer su palabra y a reconocerlo en los pobres que hay en vuestras comunidades. Vivid vuestra vida con alegría y entusiasmo, seguros de su presencia y de su amistad gratuita, generosa, fiel hasta la muerte de cruz.

"Estás con nosotros". El Señor Jesús está verdaderamente con nosotros. Testimoniad a todos, comenzando por vuestros coetáneos, la alegría de su presencia fuerte y dulce. Decidles que es hermoso ser amigos de Jesús y que vale la pena seguirlo. Mostrad con vuestro entusiasmo que entre las muchas maneras de vivir que parece ofrecernos el mundo de hoy, todas aparentemente en el mismo nivel, sólo siguiendo a Jesús se encuentra el verdadero sentido de la vida y, por eso, la alegría verdadera y duradera.

Así, también el compromiso en favor de la paz, que asumís juntamente con los hermanos de Sarajevo, es realmente un signo de vuestra amistad con Jesús, al que las sagradas Escrituras llaman "Príncipe de la paz". Vuestros grupos de Acción católica han de ser la semilla de la alegría en vuestras parroquias, en vuestras familias y en las escuelas donde estudiáis. Gracias, una vez más, queridos muchachos, por vuestra visita. Os bendigo con afecto, juntamente con vuestros seres queridos, educadores, consiliarios y todos los amigos de la Acción católica de muchachos.

¡Feliz Navidad!



Discursos 2005 128