Discursos 2006 6

A LOS ADMINISTRADORES DE LA REGIÓN DEL LACIO, DE LA PROVINCIA Y DEL AYUNTAMIENTO DE ROMA

Jueves 12 de enero de 2006



Ilustres señores y amables señoras:

Me alegra recibiros para el tradicional intercambio de felicitaciones al inicio de este nuevo año, que es también el primero de mi ministerio de Obispo de Roma y Pastor universal de la Iglesia. En efecto, esta es la ocasión propicia para confirmar y fortalecer los vínculos, madurados y consolidados a través de dos milenios de historia, que existen entre el Sucesor de Pedro y la ciudad de Roma, su provincia y la región del Lacio. Dirijo mi cordial y deferente saludo al presidente de la Junta regional del Lacio, señor Pietro Marrazzo, al alcalde de Roma, honorable Walter Veltroni, y al presidente de la provincia de Roma, señor Enrico Gasbarra, agradeciéndoles las amables palabras que me han dirigido, también en nombre de las administraciones presididas por ellos. Saludo, asimismo, a los presidentes de los respectivos concejos y a todos vosotros.

Ante todo, siento la necesidad de enviar, a través de vosotros, la expresión de mi afecto y mi solicitud pastoral a todos los ciudadanos y a los habitantes de Roma y del Lacio. Lo hago recurriendo a las palabras que pronunció mi amado predecesor el siervo de Dios Juan Pablo II con ocasión de su visita al Capitolio, el 15 de enero de 1998: "El Señor te ha confiado, Roma, la misión de ser en el mundo "prima inter urbes", faro de civilización y de fe. Sé digna de tu glorioso pasado, del Evangelio que te han anunciado, de los mártires y de los santos que han hecho grande tu nombre. Abre, Roma, las riquezas de tu corazón y de tu historia milenaria a Cristo. No temas, él no humilla tu libertad y tu grandeza. Él te ama y desea hacerte digna de tu vocación civil y religiosa, para que sigas brindando los tesoros de fe, de cultura y de humanidad a tus hijos y a los hombres de nuestro tiempo" (n. 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de enero de 1998, p. 3).

Durante los meses de la enfermedad y muerte de Juan Pablo II, las poblaciones de Roma y del Lacio mostraron con extraordinaria y conmovedora evidencia la intensidad de su respuesta de amor al amor del Papa. En esta circunstancia, deseo manifestaros mi más viva gratitud a vosotros, distinguidas autoridades, y a las instituciones que representáis, por la gran contribución que disteis a la acogida de millones de personas, que vinieron a Roma de todas las partes del mundo para despedir al fallecido Pontífice y también con ocasión de mi elección a la Sede de Pedro.

En verdad, Roma y el Lacio, como por lo demás Italia y toda la humanidad, vivieron en aquellos días una profunda experiencia espiritual de fe y de oración, de fraternidad y de redescubrimiento de los bienes que dignifican y enriquecen el significado de nuestra vida. Esa experiencia debe dar fruto también en el ámbito de la comunidad civil, de sus tareas y de sus múltiples responsabilidades y relaciones.

En particular, pienso en el ámbito, tan sensible y decisivo para la formación y la felicidad de las personas así como para el futuro de la sociedad, que representa la familia. Desde hace tres años, la diócesis de Roma ha puesto a la familia en el centro de su compromiso pastoral, para ayudarle a afrontar los motivos de crisis y desconfianza ampliamente presentes en nuestro contexto cultural, tomando conciencia de modo más claro y convencido de su naturaleza y de sus tareas.

En efecto, como dije el 6 de junio del año pasado, hablando a la asamblea que la diócesis dedicó a estos temas, "el matrimonio y la familia no son, en realidad, una construcción sociológica casual, fruto de situaciones históricas y económicas particulares. Al contrario, la cuestión de la correcta relación entre el hombre y la mujer hunde sus raíces en la esencia más profunda del ser humano y sólo a partir de ella puede encontrar su respuesta". Por eso, añadí: "El matrimonio como institución no es una injerencia indebida de la sociedad o de la autoridad, una forma impuesta desde fuera, (...) sino una exigencia intrínseca del pacto de amor conyugal" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 10 de junio de 2005, p. 3).

7 Aquí no se trata de normas peculiares de la moral católica, sino de verdades elementales que conciernen a nuestra humanidad común: respetarlas es esencial para el bien de la persona y de la sociedad. Por consiguiente, interpelan también vuestra responsabilidad de administradores públicos y vuestras competencias normativas, en dos vertientes. Por una parte, son muy oportunas todas las medidas que apoyen a las parejas jóvenes en la formación de una familia, y a la familia misma en la generación y educación de los hijos: al respecto, vienen enseguida a la memoria problemas como el coste de las viviendas, de las guarderías y de los jardines de infancia para los niños más pequeños. Por otra parte, es un grave error oscurecer el valor y las funciones de la familia legítima fundada en el matrimonio, atribuyendo a otras formas de unión reconocimientos jurídicos impropios, de los cuales no existe, en realidad, ninguna exigencia social efectiva.

Igual atención y compromiso requiere la protección de la vida humana naciente: es preciso proporcionar ayudas concretas a las mujeres embarazadas que se encuentran en condiciones difíciles y evitar introducir medicamentos que escondan en cierto modo la gravedad del aborto, como elección contra la vida. En una sociedad que envejece son cada vez más importantes la asistencia a los ancianos y todas las complejas problemáticas relativas al cuidado de la salud de los ciudadanos. Deseo alentaros en los esfuerzos que estáis realizando en estos ámbitos y subrayar que, en el campo sanitario, hay que promover los continuos avances científicos y tecnológicos, así como el compromiso de contener los costes, de acuerdo con el principio superior de la centralidad de la persona del enfermo.

Una atención peculiar merecen los numerosos casos de sufrimiento y enfermedad psíquica, entre otras finalidades, para no dejar sin ayudas adecuadas a las familias que a menudo deben afrontar situaciones bastante difíciles. Me alegra el desarrollo que han alcanzado durante estos años las diversas formas de colaboración entre las administraciones públicas de Roma, de la provincia y de la región y los organismos del voluntariado eclesial, en la obra destinada a aliviar las formas antiguas y nuevas de pobreza, que por desgracia afligen a gran parte de la población y, en particular, a muchos inmigrantes.

Distinguidas autoridades, os aseguro mi cercanía y mi oración diaria por vuestras personas y por el ejercicio de vuestra alta responsabilidad. El Señor ilumine vuestros propósitos de bien y os dé fuerza para cumplirlos. Con estos sentimientos, os imparto de corazón a cada uno la bendición apostólica, que extiendo de buen grado a vuestras familias y a cuantos viven y trabajan en Roma, en su provincia y en todo el Lacio.


A UN GRUPO NUMEROSO DE MIEMBROS


DEL CAMINO NEOCATECUMENAL

Sala Pablo VI

Jueves 12 de enero de 2006



Queridos hermanos y hermanas:

Gracias de corazón por vuestra visita, que me brinda la oportunidad de enviar un saludo especial también a los demás miembros del Camino Neocatecumenal esparcidos en muchas partes del mundo. Dirijo mi saludo a cada uno de los presentes, comenzando por los venerados cardenales, obispos y sacerdotes. Saludo a los responsables del Camino Neocatecumenal: al señor Kiko Argüello, al que agradezco las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre; a la señora Carmen Hernández y al padre Mario Pezzi. Saludo a los seminaristas, a los jóvenes y especialmente a las familias que se disponen a recibir un especial "envío" misionero para ir a varias naciones, sobre todo en América Latina.

Esta tarea se sitúa en el contexto de la nueva evangelización, en la que precisamente la familia desempeña un papel muy importante. Habéis pedido que la confiera el Sucesor de Pedro, como ya sucedió con mi venerado predecesor Juan Pablo II el 12 de diciembre de 1994, porque vuestra acción apostólica quiere colocarse en el corazón de la Iglesia, en total sintonía con sus directrices y en comunión con las Iglesias particulares a las que iréis a trabajar, valorando plenamente la riqueza de los carismas que el Señor ha suscitado a través de los iniciadores del Camino.

Queridas familias, el crucifijo que vais a recibir será vuestro inseparable compañero de camino, mientras proclamáis con vuestra acción misionera que sólo en Jesucristo, muerto y resucitado, hay salvación. De él seréis testigos mansos y alegres, recorriendo con sencillez y pobreza los caminos de todos los continentes, sostenidos por la oración incesante y la escucha de la palabra de Dios, y alimentados por la participación en la vida litúrgica de las Iglesias particulares a las que sois enviados.

Mis predecesores han puesto de relieve muchas veces la importancia de la liturgia, y en particular de la santa misa, en la evangelización, y vuestra larga experiencia puede confirmar bien cómo la centralidad del misterio de Cristo, celebrado en los ritos litúrgicos, constituye un camino privilegiado e indispensable para construir comunidades cristianas vivas y perseverantes. Precisamente para ayudar al Camino Neocatecumenal a hacer aún más eficaz su acción evangelizadora en comunión con todo el pueblo de Dios, la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos os ha impartido recientemente en mi nombre algunas normas concernientes a la celebración eucarística, después del período de experiencia que había concedido el siervo de Dios Juan Pablo II. Estoy seguro de que cumpliréis atentamente estas normas, que recogen lo previsto en los libros litúrgicos aprobados por la Iglesia. Gracias a la adhesión fiel a todas las directrices de la Iglesia, haréis aún más eficaz vuestro apostolado, en sintonía y comunión plena con el Papa y con los pastores de cada diócesis. Al hacerlo así, el Señor seguirá bendiciéndoos con abundantes frutos pastorales.

8 En efecto, durante estos años habéis podido realizar mucho, y en el seno de vuestras comunidades han surgido numerosas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Sin embargo, hoy vuestra atención se dirige particularmente a las familias. Más de doscientas están a punto de ser enviadas en misión; son familias que parten sin grandes apoyos humanos, pero contando ante todo con la ayuda de la divina Providencia.

Queridas familias, podéis testimoniar con vuestra historia que el Señor no abandona a los que se encomiendan a él. Seguid difundiendo el evangelio de la vida. Dondequiera que os conduzca vuestra misión, dejaos iluminar por las consoladoras palabras de Jesús: "Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura", y también: "No os preocupéis del mañana: el mañana ya tendrá sus propias inquietudes" (
Mt 6,33-34). En un mundo que busca certezas humanas y seguridades terrenas, mostrad que Cristo es la roca firme sobre la cual construir el edificio de la propia existencia, y que la confianza depositada en él jamás queda defraudada.

La Sagrada Familia de Nazaret os proteja y sea vuestro modelo. Aseguro mi oración por vosotros y por todos los miembros del Camino Neocatecumenal, a la vez que con afecto imparto a cada uno la bendición apostólica.


AL COLEGIO DE LOS "SEDIARIOS" PONTIFICIOS

Sala del Consistorio

Viernes 13 de enero de 2006



Queridos amigos:

Me alegra acogeros y os dirijo a cada uno mi cordial saludo, que extiendo a vuestras amables esposas, junto con mis mejores deseos para el año recién iniciado. Os veo casi diariamente durante el desempeño de mi ministerio, especialmente cuando recibo a personalidades y grupos. Pero hoy es una ocasión propicia para reunirme con todos vosotros en un clima familiar, y expresaros mi aprecio y gratitud por la contribución que dais al desarrollo ordenado de las audiencias y las celebraciones pontificias. Solicitud, amabilidad y discreción son los rasgos que deben distinguiros en vuestro trabajo, manifestando concretamente vuestro amor a la Iglesia y vuestra entrega al servicio del Sucesor de Pedro.

El oficio de "sediario" pontificio es un oficio antiguo, que a lo largo de los siglos ha evolucionado según diversas modalidades, vinculadas a las costumbres y necesidades de los tiempos, y se ha ido consolidando a medida que se reafirmaba la función singular de la Iglesia de Roma y de su Obispo.
Como recuerda su misma denominación, vuestra tarea está relacionada desde siempre con la Sede de Pedro. En efecto, desde el siglo XIV se tiene noticia del Colegio de "sediarios". Desempeñaron diversas funciones, dependiendo del prefecto de los sagrados Palacios apostólicos o del mayordomo, funciones que, aunque de modo diverso, perduran en lo fundamental hasta hoy.

Todo esto, queridos amigos, debe llevaros a ver en vuestra actividad, más allá de sus aspectos transitorios y caducos, el valor del vínculo con la Sede de Pedro. Por tanto, vuestro trabajo se inserta en un contexto donde todo debe hablar a todos de la Iglesia de Cristo, y debe hacerlo de modo coherente, imitando a Aquel que "no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10,45). Desde esta perspectiva hay que ver las recientes reformas llevadas a cabo por mis venerados predecesores, especialmente por el Papa Pablo VI, a quien correspondió la aplicación de las nuevas disposiciones conciliares. Se ha simplificado el ceremonial, para darle mayor sobriedad, más en sintonía con el mensaje cristiano y con las exigencia de los tiempos.

Queridos amigos, os deseo que seáis siempre, tanto en el Vaticano como en vuestra casa, en la parroquia o en cualquier ambiente, personas serviciales y atentas al prójimo. Esta es una enseñanza valiosa para vuestros hijos y nietos, los cuales aprenderán de vuestro ejemplo que estar al servicio de la Santa Sede implica ante todo una mentalidad y un estilo de vida cristiano. En el clima familiar de nuestro encuentro, deseo aseguraros una oración especial por vuestras intenciones y por las de vuestros seres queridos, invocando sobre todos la protección maternal de María santísima y de san Pedro. El Señor os ayude a realizar siempre vuestro trabajo con espíritu de fe y de sincero amor a la Iglesia. A vosotros, aquí presentes, y a vuestros seres queridos imparto de corazón la bendición apostólica.


AL PERSONAL DE LA COMISARÍA DE POLICÍA


QUE SE HALLA JUNTO AL VATICANO


9

Sábado 14 de enero de 2006



Señor prefecto;
señor jefe de policía;
señor director;
queridos funcionarios y agentes:

El encuentro del Papa con vosotros, que todos los años se renueva, representa una hermosa tradición, queridos amigos, que con esmero y profesionalidad estáis al servicio de los peregrinos y os encargáis de garantizar la seguridad en la plaza de San Pedro y en torno al Vaticano. Además, es una ocasión oportuna para intercambiarnos cordiales felicitaciones al inicio del nuevo año, que deseo sea para todos sereno y provechoso.

Tengo la alegría de acogeros por primera vez como Sucesor del apóstol san Pedro, aunque en el pasado casi diariamente me encontraba con vosotros en la plaza o en los alrededores, y siempre pude constatar personalmente cuán meritorio es vuestro arduo trabajo. Por tanto, os doy con afecto a cada uno mi sincera bienvenida y mi saludo, que de buen grado extiendo a vuestras respectivas familias y a todos vuestros seres queridos.

En particular, quisiera saludar a vuestro director general, doctor Vincenzo Caso, que desde hace pocos meses está al frente de la Comisaría, agradeciéndole las amables palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes y de cuantos forman parte de vuestra singular comunidad laboral. También quisiera saludar cordialmente al prefecto Salvatore Festa.

Os encargáis de mantener el orden y la seguridad. Esta tarea requiere preparación técnica y profesional, así como mucha paciencia, vigilancia constante, amabilidad y espíritu de sacrificio. Los que trabajan en las diversas oficinas de la Santa Sede, los peregrinos y los turistas que vienen a encontrarse con el Papa o a rezar en San Pedro, saben que pueden contar con vuestra asistencia discreta y eficiente. Sois para ellos silenciosos y atentos "ángeles custodios" que velan día y noche sobre la zona.

¿Cómo no recordar, por ejemplo, el gran esfuerzo realizado por vuestra Comisaría y por la policía, con el apoyo de diversos componentes de las Fuerzas armadas italianas y otros organismos, en los difíciles días de la enfermedad, la muerte y el funeral del amado Papa Juan Pablo II? Igualmente eficientes fuisteis con ocasión de mi elección a la Sede de Pedro. Aprovecho este encuentro para renovar mi agradecimiento más sincero y el de mis colaboradores a todos los que en aquellas circunstancias históricas contribuyeron a que todo se desarrollara con orden y tranquilidad, y el mundo entero pudo admirar la eficiencia de la organización desplegada.

Esto lleva a considerar cuán importante es trabajar siempre en armonía y con sincera cooperación por parte de todos. Las familias, las comunidades, las diferentes organizaciones, las naciones y el mundo mismo serían mejores si, como en un cuerpo sano y bien articulado, cada miembro desarrollara con conciencia y altruismo su propia tarea, sea grande o pequeña.

10 Queridos amigos, abramos el corazón a Cristo y acojamos con confianza su Evangelio, valiosa regla de vida para quienes buscan el sentido verdadero de la existencia humana. Pidamos ayuda a la Virgen María para que, como Madre solícita, os proteja a cada uno de vosotros, a vuestras familias, vuestro trabajo, y vele sobre Italia durante el año 2006, recién iniciado.

Con estos sentimientos, invoco sobre vosotros y sobre vuestros seres queridos la abundancia de los dones celestiales, a la vez que de corazón imparto a todos una especial bendición apostólica.



AL RABINO JEFE DE ROMA, RICCARDO DI SEGNI

Biblioteca privada del apartamento pontificio

Lunes 16 de enero de 2006



Ilustre rabino jefe;
queridos amigos:

¡Shalom!

"El Eterno es mi fortaleza y mi canción. Él es mi salvación" (Ex 15,2): así cantó Moisés con los hijos de Israel, cuando el Señor salvó a su pueblo a través del mar. Del mismo modo cantó Isaías: "He aquí a Dios mi Salvador: estoy seguro y sin miedo, pues el Señor es mi fuerza y mi canción, él es mi salvación" (Is 12,2). Vuestra visita me da gran alegría y me impulsa a renovar con vosotros este mismo cántico de acción de gracias por la salvación obtenida. El pueblo de Israel fue liberado varias veces de las manos de sus enemigos, y durante los siglos del antisemitismo, en los momentos dramáticos de la Shoah, la mano del Omnipotente lo sostuvo y guió. Siempre lo ha acompañado la predilección del Dios de la Alianza, dándole fuerza para superar las pruebas. De esta amorosa atención divina puede dar testimonio también vuestra comunidad judía, presente en la ciudad de Roma desde hace más de dos mil años.

La Iglesia católica está a vuestro lado y es vuestra amiga. Sí, nosotros os amamos y no podemos dejar de amaros, a causa de los Padres: para ellos sois hermanos nuestros amadísimos y predilectos (cf. Rm 11,28). Después del concilio Vaticano II, ha ido creciendo esta estima y confianza recíproca. Se han desarrollado contactos cada vez más fraternos y cordiales, que se intensificaron durante el pontificado de mi venerado predecesor Juan Pablo II.

En Cristo, nosotros participamos en vuestra misma herencia de los Padres, para servir al Omnipotente "bajo un mismo yugo" (So 3,9), injertados en el único tronco santo (cf. Is 6,13 Rm 11,16) del pueblo de Dios. Esto nos hace conscientes a los cristianos de que, juntamente con vosotros, tenemos la responsabilidad de cooperar al bien de todos los pueblos, en la justicia y en la paz, en la verdad y en la libertad, en la santidad y en el amor. A la luz de esta misión común no podemos por menos de denunciar y combatir con decisión el odio y las incomprensiones, las injusticias y las violencias que siguen sembrando preocupaciones en el corazón de los hombres y de las mujeres de buena voluntad. En este contexto, ¿cómo no sentirnos dolidos y preocupados por las renovadas manifestaciones de antisemitismo que se producen a veces?

Distinguido señor rabino jefe, recientemente se le ha encomendado la guía espiritual de la comunidad judía romana; usted ha asumido esta responsabilidad con su experiencia de estudioso y de médico, que ha compartido alegrías y sufrimientos de mucha gente. Le expreso de corazón mis mejores deseos para su misión, y le aseguro mi estima y mi amistad cordial, así como las de mis colaboradores. Además, son muchas las urgencias y los desafíos, en Roma y en el mundo, que nos impulsan a unir nuestras manos y nuestros corazones en iniciativas concretas de solidaridad, de tzedek (justicia) y de tzedekah (caridad). Juntos podemos colaborar para pasar a las generaciones jóvenes la antorcha del Decálogo y de la esperanza.

11 Que el Eterno vele sobre usted y sobre toda la comunidad judía de Roma. En esta singular circunstancia, hago mía la oración del Papa Clemente I, invocando las bendiciones del cielo sobre todos vosotros: "Dona la concordia y la paz a todos los habitantes de la tierra, como las has dado a nuestros padres, cuando te invocaban devotamente en la fe y en la verdad" (Carta a los Corintios 60, 4). ¡Shalom!


A UNA DELEGACIÓN ECUMÉNICA DE FINLANDIA

Jueves 19 de enero de 2006



Querido obispo Heikka;
querido obispo Wróbel;
distinguidos amigos de Finlandia:

Con gran alegría os doy la bienvenida a vosotros, miembros de la delegación ecuménica de Finlandia, con ocasión de la celebración de hoy, fiesta de san Enrique, vuestro santo patrono.

Me complace recordar que durante muchos años mi amado predecesor el Papa Juan Pablo II recibió con alegría y gratitud a los participantes en la peregrinación anual a Roma, que se ha convertido en una expresión de nuestros estrechos contactos y de nuestro fructífero diálogo ecuménico. Estas visitas son una ocasión para promover un trabajo más fructífero y para profundizar el "ecumenismo espiritual" (cf. Ut unum sint UUS 21), que impulsa a los cristianos divididos a apreciar lo que ya los une.

La actual Comisión para el diálogo católico-luterano en Finlandia y Suecia construye fundamentalmente sobre la aplicación de la Declaración común sobre la justificación. En el contexto específico de los países nórdicos, la Comisión sigue estudiando los logros y las implicaciones prácticas de la Declaración común. De este modo, trata de afrontar las diferencias que aún existen entre luteranos y católicos con respecto a ciertas cuestiones de fe y de vida eclesial, dando un ferviente testimonio de la verdad del Evangelio.

En especial durante estos días de la Semana de oración por la unidad de los cristianos, somos conscientes de que la unidad es una gracia y que debemos pedir continuamente al Señor este don. Confiamos firmemente en su promesa: "Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,19-20).

Demos gracias a Dios por todo lo que se ha hecho hasta ahora en las relaciones entre católicos y luteranos, y oremos para que nos llene de su Espíritu, a fin de que nos guíe hacia la plenitud de la verdad y del amor.



A LA COMUNIDAD DEL ALMO COLEGIO CAPRÁNICA

Viernes 20 de enero de 2006



Señor cardenal;
12 venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado;
queridos alumnos del Almo Colegio Capránica:

Me alegra acogeros en esta audiencia especial, en la víspera de la memoria litúrgica de santa Inés, vuestra patrona celestial. Me encuentro con vosotros por primera vez después de mi elección a la cátedra del apóstol san Pedro, y de buen grado aprovecho la ocasión para dirigiros a todos un cordial saludo. Deseo saludar en primer lugar al cardenal Camillo Ruini y a los demás prelados, que componen la comisión episcopal encargada de vuestro colegio; saludo al rector, monseñor Ermenegildo Manicardi, y a los demás formadores; os saludo a vosotros, queridos jóvenes, que os preparáis para desempeñar el ministerio sacerdotal. Os encontráis en un período muy importante de la vida, el de vuestra formación, un tiempo propicio para crecer humana, cultural y espiritualmente.

Queridos jóvenes, en la organización del Colegio todo os ayuda a prepararos bien para vuestra futura misión pastoral: la oración, el recogimiento, el estudio, la vida comunitaria y el apoyo de los formadores. Podéis beneficiaros del hecho de que vuestro seminario, rico en historia, está insertado en la vida de la diócesis de Roma, y la comunidad del Capránica ha tenido siempre el compromiso y se ha sentido orgullosa de cultivar un fuerte vínculo de fidelidad al Obispo de Roma.

La posibilidad de cursar los estudios teológicos en la ciudad de Roma os brinda también una singular oportunidad de crecimiento y de apertura a las exigencias de la Iglesia universal. Durante estos años, debéis esforzaros por aprovechar todas las ocasiones para testimoniar eficazmente el Evangelio en medio de los hombres de nuestro tiempo.

Para responder a las expectativas de la sociedad moderna y para cooperar en la vasta acción evangelizadora que implica a todos los cristianos, hacen falta sacerdotes preparados y valientes que, sin ambiciones ni temores, sino convencidos de la verdad evangélica, se preocupen ante todo de anunciar a Cristo y, en su nombre, estén dispuestos a ayudar a las personas que sufren, haciendo experimentar el consuelo del amor de Dios y la cercanía de la familia eclesial a todos, especialmente a los pobres y a cuantos se encuentran en dificultades.

Como sabéis bien, esto exige no sólo una maduración humana y una adhesión diligente a la verdad revelada, que el magisterio de la Iglesia propone fielmente, sino también un serio compromiso de santificación personal y de ejercicio de las virtudes, especialmente de la humildad y la caridad; también es necesario alimentar la comunión con los diversos miembros del pueblo de Dios, para que crezca en cada uno la conciencia de que forma parte del único Cuerpo de Cristo, en el que unos somos miembros de los otros (cf.
Rm 12,4-6).

Para que todo esto pueda realizarse, os invito, queridos amigos, a mantener la mirada fija en Cristo, autor y perfeccionador de la fe (cf. He 12,2). En efecto, cuanto más permanezcáis en comunión con él, tanto más podréis seguir fielmente sus pasos, de modo que, "revestidos del amor, que es el vínculo de la perfección" (Col 3,14), madure vuestro amor al Señor, bajo la guía del Espíritu Santo. Tenéis ante vuestros ojos el testimonio de sacerdotes celosos, que a lo largo de los años vuestro "Almo" Colegio ha contado entre sus alumnos, sacerdotes que han difundido tesoros de ciencia y de bondad en la viña del Señor. Seguid su ejemplo.

Queridos amigos, el Papa os acompaña con la oración, pidiendo al Señor que os fortalezca y os colme de abundantes dones. Que interceda por vosotros santa Inés, la cual, muy joven, resistiendo a lisonjas y amenazas, eligió como su tesoro la "perla" preciosa del Reino y amó a Cristo hasta el martirio. La Virgen María os conceda que deis abundantes frutos de obras buenas, para alabanza del Señor y bien de la santa Iglesia. En prenda de estos deseos, os imparto con afecto a vosotros y a toda la comunidad del Capránica la bendición apostólica, que de buen grado extiendo a vuestros seres queridos.


A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO INTERNACIONAL ORGANIZADO POR EL CONSEJO PONTIFICIO "COR UNUM"

Lunes 23 de enero de 2006



Eminencias; excelencias;
13 señores y señoras:

La excursión cósmica, en la que Dante en su Divina Comedia quiere implicar al lector, termina ante la Luz perenne que es Dios mismo, ante la Luz que es a la vez "el amor que mueve el sol y las demás estrellas" (Paraíso, XXXIII, v. 145). Luz y amor son una sola cosa. Son la fuerza creadora primordial que mueve el universo. Aunque estas palabras del Paraíso de Dante reflejan el pensamiento de Aristóteles, que veía en el eros la fuerza que mueve el mundo, la mirada de Dante vislumbra algo totalmente nuevo e inimaginable para el filósofo griego. No sólo que la Luz eterna se presenta en tres círculos a los que él se dirige con los densos versos que conocemos: "Oh Luz eterna, que en ti solamente resides, que sola te comprendes, y que siendo por ti a la vez inteligente y entendida, te amas y te complaces en ti misma" (Paraíso, XXXIII, vv. 124-126).

En realidad, más conmovedora aún que esta revelación de Dios como círculo trinitario de conocimiento y amor es la percepción de un rostro humano, el rostro de Jesucristo, que se le presenta a Dante en el círculo central de la Luz. Dios, Luz infinita, cuyo misterio inconmensurable el filósofo griego había intuido, este Dios tiene un rostro humano y —podemos añadir— un corazón humano. Esta visión de Dante muestra, por una parte, la continuidad entre la fe cristiana en Dios y la búsqueda realizada por la razón y por el mundo de las religiones; pero, al mismo tiempo, destaca también la novedad que supera toda búsqueda humana, la novedad que sólo Dios mismo podía revelarnos: la novedad de un amor que ha impulsado a Dios a asumir un rostro humano, más aún, a asumir carne y sangre, el ser humano entero. El eros de Dios no es sólo una fuerza cósmica primordial; es amor, que ha creado al hombre y se inclina hacia él, como se inclinó el buen samaritano hacia el hombre herido y despojado, tendido al borde del camino que bajaba de Jerusalén a Jericó.

La palabra "amor" hoy está tan devaluada, tan gastada, y se ha abusado tanto de ella, que casi se quiere evitar nombrarla. Sin embargo, es una palabra primordial, expresión de la realidad primordial; no podemos simplemente abandonarla; debemos retomarla, purificarla y devolverle su esplendor originario, para que pueda iluminar nuestra vida y guiarla por el camino recto. Esta es la convicción que me ha impulsado a escoger el amor como tema de mi primera encíclica.

Mi intención era expresar, para nuestro tiempo y para nuestra existencia, algo de lo que Dante, en su visión, sintetizó de modo audaz. Narra una "visión" que se "reforzaba" mientras él la contemplaba y que lo transformaba interiormente (cf. Paraíso, XXXIII, vv. 112-114). Se trata precisamente de que la fe se convierta en una visión-comprensión que nos transforme. Yo deseaba destacar la centralidad de la fe en Dios, en el Dios que asumió un rostro humano y un corazón humano. La fe no es una teoría que se puede seguir o abandonar. Es algo muy concreto: es el criterio que decide nuestro estilo de vida.

En una época en la que la hostilidad y la avidez son sumamente fuertes; en una época en la que asistimos al abuso de la religión hasta la apoteosis del odio, la sola racionalidad neutra no es capaz de protegernos. Necesitamos al Dios vivo, que nos ha amado hasta la muerte.

Así, en esta encíclica, los temas "Dios", "Cristo" y "Amor" se funden como guía central de la fe cristiana. Quería mostrar la humanidad de la fe, de la que forma parte el eros, el "sí" del hombre a su corporeidad creada por Dios, un "sí" que en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer encuentra su forma enraizada en la creación. Y allí sucede también que el eros se transforma en agapé, que el amor al otro ya no se busca a sí mismo, sino que se transforma en preocupación por el otro, en disposición al sacrificio por él y también en apertura al don de una nueva vida humana. El agapé cristiano, el amor al prójimo en el seguimiento de Cristo no es algo extraño, puesto al lado del eros o incluso contra él; más bien, en el sacrificio de sí mismo que Cristo realizó por el hombre ha encontrado una nueva dimensión que, en la historia del servicio de caridad de los cristianos a los pobres y a los que sufren, se ha desarrollado cada vez más.

Una primera lectura de la encíclica, quizá, podría dar la impresión de que se divide en dos partes poco vinculadas entre sí: una primera parte teórica, que habla de la esencia del amor; y una segunda, que trata de la caridad eclesial, de las organizaciones caritativas. Pero a mí me interesaba precisamente la unidad de los dos temas que, sólo se comprenden bien si se ven como una unidad. Primeramente, era preciso tratar de la esencia del amor como se nos presenta a la luz del testimonio bíblico. Partiendo de la imagen cristiana de Dios, era necesario mostrar cómo el hombre ha sido creado para amar y cómo este amor, que inicialmente aparece sobre todo como eros entre un hombre y una mujer, debe transformarse luego interiormente en agapé, en don de sí al otro, y esto precisamente para responder a la verdadera naturaleza del eros.

Sobre esta base, después se debía aclarar que la esencia del amor a Dios y al prójimo descrito en la Biblia es el centro de la existencia cristiana, es el fruto de la fe. Pero, sucesivamente, en una segunda parte era necesario poner de relieve que el acto totalmente personal del agapé no puede ser nunca algo solamente individual, sino que debe ser también un acto esencial de la Iglesia como comunidad: es decir, requiere también la forma institucional, que se expresa en el actuar comunitario de la Iglesia. La organización eclesial de la caridad no es una forma de asistencia social que se añade casualmente a la realidad de la Iglesia, una iniciativa que se podría dejar también a otros; forma parte de la naturaleza de la Iglesia.

Del mismo modo que al Logos divino corresponde el anuncio humano, la palabra de fe, así al Agapé, que es Dios, debe corresponder el agapé de la Iglesia, su actividad caritativa. Esta actividad, además de su primer significado, muy concreto, de ayuda al prójimo, posee esencialmente también el de comunicar a los demás el amor de Dios, que nosotros mismos hemos recibido. Debe hacer visible, de algún modo, al Dios vivo. Dios y Cristo no deben ser palabras extrañas en la organización caritativa; en realidad, indican la fuente originaria de la caridad eclesial. La fuerza de la Caritas depende de la fuerza de la fe de todos los miembros y colaboradores.

El espectáculo del hombre que sufre toca nuestro corazón. Pero el compromiso caritativo tiene un sentido que va mucho más allá de la simple filantropía. Es Dios mismo quien nos impulsa, en lo más íntimo de nuestro ser, a aliviar la miseria. Así, en definitiva, es a él mismo a quien llevamos al mundo que sufre. Cuanto más consciente y claramente lo llevemos como don, tanto más eficazmente nuestro amor transformará el mundo y suscitará la esperanza, una esperanza que va más allá de la muerte, y sólo así es verdadera esperanza para el hombre. Invoco la bendición del Señor sobre vuestro simposio.



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