Discursos 2006 19


Febrero de 2006


AL SEGUNDO GRUPO DE OBISPOS DE LA REPÚBLICA DEMOCRÁTICA DEL CONGO

Lunes 6 de febrero de 2006


Queridos hermanos en el episcopado:

Con alegría os acojo, mientras venís en peregrinación a los lugares donde los apóstoles san Pedro y san Pablo dieron testimonio de Cristo Salvador hasta el martirio. Deseo vivamente que vuestros encuentros con el Papa y con sus colaboradores, expresión de comunión de vuestras Iglesias locales con la Sede de Pedro, acrecienten vuestro impulso apostólico al servicio del pueblo de Dios que se os ha encomendado. Os agradezco todo lo que me habéis transmitido durante nuestros encuentros. Asegurad a vuestros diocesanos mi cercanía espiritual, ahora que están invitados, juntamente con todos los habitantes del país, a movilizarse para lograr la paz y la reconciliación, después de años de guerra que han provocado millones de víctimas, especialmente en vuestra región. Es necesario que sean valientes defensores de la dignidad de todo ser humano y testigos audaces de la caridad de Cristo, para construir una sociedad cada vez más justa y fraterna.

El imperativo de la caridad

El compromiso en favor de la paz es un desafío planteado a la misión evangelizadora del obispo. Vuestros informes quinquenales describen las difíciles condiciones en las que ejercéis vuestro ministerio. Los conflictos pasados y los focos de inseguridad que perduran, dejan profundas heridas en la población, provocando cansancio y desaliento. Durante este año, que vuestra Iglesia local dedica a la beata Anuarite Nengapeta, deseo que el imperativo de la caridad os movilice y que, mediante la santidad de vuestra vida y el dinamismo misionero que os anima, seáis vosotros mismos profetas de justicia y de paz.

20 En efecto, "para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia" (Deus caritas est ). Me alegra el trabajo pastoral de cercanía realizado en las comunidades eclesiales vivas por los sacerdotes y las personas consagradas, así como por los diferentes organismos caritativos, para compartir esta preocupación por la caridad vivida al servicio de los más humildes, convirtiéndose en testigos creíbles del amor que Cristo siente por ellos. Promoved la unidad del pueblo de Dios y prodigaos generosamente para constituirlo como pueblo de hermanos, congregados por Cristo y enviados por él.

Proseguir la ardua tarea de la evangelización

Es importante que prosigáis la ardua tarea de implantación del Evangelio en vuestra cultura, respetando los ricos y auténticos valores africanos, pero también purificándolos de todo lo que podría hacerlos incompatibles con la verdad del Evangelio. También es de desear que se revitalice el sacramento de la Penitencia, por el que Dios libera al hombre del pecado, permitiéndole ser cada vez más fermento de reconciliación y de paz en la Iglesia y en la sociedad. Los sacerdotes y los fieles deben redescubrir en la Eucaristía el centro de su existencia, acogiendo en esta gran escuela de paz el sentido profundo de sus compromisos y una apremiante exhortación a convertirse en artífices de diálogo y de comunión (cf. Mane nobiscum Domine, 27).

Edificar la Iglesia familia de Dios en vuestro país, como en otras partes, es una tarea ardua, pero conozco el dinamismo apostólico que os anima. Me alegra que la Conferencia episcopal nacional del Congo, con sus múltiples intervenciones, no haya escatimado esfuerzos para abrir en los corazones y en las conciencias caminos de reconciliación y de comunión fraterna. A este propósito, es de desear que la campaña de sensibilización puesta en marcha en colaboración con los responsables de las demás confesiones religiosas para proponer a todos los ciudadanos una educación cívica dé buenos frutos. La Iglesia está llamada a participar en esta obra, en el lugar que le corresponde y según su vocación propia, y a aportar una contribución específica al bien común y a la consolidación del Estado de derecho, manifestando su compromiso diario por el bienestar material y espiritual de todos los congoleños. Para ello es importante proponer a los responsables políticos del país una formación específica. Profundizando en el rico patrimonio de la doctrina social de la Iglesia, podrán reflexionar en su compromiso al servicio del bien común y valorar sus exigencias morales, para promover instituciones justas, al servicio de la renovación de la sociedad.

Para que la palabra del Evangelio se escuche en todos los puntos del país y la enseñanza de la Iglesia influya profundamente en las conciencias, en las mentalidades y en las costumbres, el uso de los medios de comunicación social, en especial la radio y la televisión, resulta más necesario que nunca, y sigue siendo para vosotros una preocupación constante. También gracias a estos medios la Iglesia podrá cumplir mejor su ministerio profético, en particular para limitar la acción de las sectas, que utilizan abundantemente las nuevas tecnologías para atraer y confundir a los fieles. Los medios modernos de comunicación permiten una actividad educativa, animada por el amor a la verdad, pero también una acción encaminada a defender la libertad y el respeto de la dignidad de la persona, y a favorecer la cultura auténtica de vuestro pueblo (cf. Christifideles laici
CL 44).

La familia

La evangelización de la familia constituye asimismo una prioridad pastoral. Los movimientos de personas refugiadas o desplazadas, la pandemia del sida, pero también los importantes cambios de la sociedad contemporánea, han desmembrado a numerosas familias, debilitando la institución familiar, con el peligro de perjudicar la cohesión de la sociedad misma. Es importante alentar a los católicos, en todos los niveles de la vida diocesana y social, a perseverar y promover los valores fundamentales de la familia. Con este espíritu, conviene prestar atención a la preparación humana y espiritual de las parejas y al seguimiento pastoral de las familias, recordando la dignidad eminente del matrimonio cristiano, único e indisoluble, y proponiendo una espiritualidad conyugal sólida, para que las familias crezcan en santidad.

La vida consagrada

La vida consagrada está presente en la República democrática del Congo con sus múltiples formas. Saludo afectuosamente a todas las personas consagradas, las cuales se esfuerzan por testimoniar el amor de Cristo entre sus hermanos. Sobre todo, rindo homenaje a las que, en condiciones extremas, han elegido permanecer en medio de las poblaciones probadas para brindarles la asistencia, el consuelo y el apoyo espiritual que necesitan. Invito a todas las personas consagradas, signos insustituibles del Reino que viene, a dar un testimonio profético en la Iglesia y en la sociedad congoleña, exhortándolas de modo especial a rechazar, con una fidelidad perfecta a los consejos evangélicos, toda tentación de encerrarse en sí mismas y a difundir un verdadero espíritu de fraternidad entre todos.

Los jóvenes

Los jóvenes manifiestan una gran vitalidad; son una verdadera riqueza para la Iglesia y para todo el país. Sin embargo, constituyen una población debilitada por la inseguridad ante el futuro, por la experiencia de la precariedad y por los inquietantes estragos del sida. A vosotros os corresponde alimentar su fe y su esperanza, proponiéndoles una formación cristiana sólida. En particular, pienso en las iniciativas pastorales destinadas a permitir a los niños de la calle y a los niños soldados reconstruirse humana y espiritualmente. Exhorto también a las escuelas católicas, así como a todas las personas que se ocupan de la formación y la educación de los jóvenes, a proporcionarles los medios para crecer en la caridad, cultivar el gusto del esfuerzo y entrenarse en el respeto mutuo, el aprendizaje del diálogo y el servicio a la comunidad, a fin de que sean miembros activos de la evangelización y de la renovación del entramado social.

Promover la paz

21 Queridos hermanos en el episcopado, al final de nuestro encuentro, ¡cómo no reafirmaros la esperanza fundada, que comparto con vosotros, de ver que la reconciliación y la paz triunfen en vuestro país y en toda la región de los Grandes Lagos! Ojalá que todos los que gobiernan el destino de la nación actúen de manera concertada y responsable para llegar a una paz duradera. Exhorto también a la comunidad internacional a no olvidar a África, realizando sobre todo acciones valientes y decididas para consolidar la estabilidad política y económica en vuestro país.
Por último, exhorto a vuestras comunidades a comprometerse "en una labor intensa y capilar de educación y de testimonio, que ayude a cada uno a tomar conciencia de que urge descubrir cada vez más a fondo la verdad de la paz" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2006, 8 de diciembre de 2005, n. 16: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de diciembre de 2005, p. 4).

Al volver a vuestras diócesis, llevad a todos vuestros sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, catequistas y fieles laicos el afecto del Sucesor de Pedro, que los exhorta a vivir diariamente el servicio de la caridad cada vez más unidos a Cristo, y que les imparte a ellos, así como a vosotros, una particular bendición apostólica


A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA DE LA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE

Viernes 10 de febrero de 2006

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado;
queridos hermanos y hermanas:

Me alegra reunirme, al final de su sesión plenaria, con la Congregación para la doctrina de la fe, Congregación que tuve la alegría de presidir durante más de veinte años, por mandato de mi predecesor, el venerado Papa Juan Pablo II. Vuestros rostros me traen a la memoria también los de todos aquellos que durante estos años han colaborado con el dicasterio: pienso en todos con gratitud y afecto. No puedo menos de recordar, con cierta emoción, ese período tan intenso y fecundo que pasé en la Congregación, que tiene la misión de promover y defender la doctrina sobre la fe y las costumbres en toda la Iglesia católica (cf. Pastor bonus ).

En la vida de la Iglesia la fe tiene una importancia fundamental, porque es fundamental el don que Dios hace de sí mismo en la Revelación, y esta autodonación de Dios se acoge en la fe. Aparece aquí la relevancia de vuestra Congregación que, en su servicio a toda la Iglesia, y en particular a los obispos como maestros de la fe y pastores, está llamada, con espíritu de colegialidad, a favorecer y recordar precisamente la centralidad de la fe católica, en su expresión auténtica. Cuando se debilita la percepción de esta centralidad, también el entramado de la vida eclesial pierde su vivacidad original y se gasta, cayendo en un activismo estéril o reduciéndose a astucia política de sabor mundano. En cambio, si la verdad de la fe se sitúa con sencillez y determinación en el centro de la existencia cristiana, la vida del hombre se renueva y reanima gracias a un amor que no conoce pausas ni confines, como recordé también en mi reciente carta encíclica Deus caritas est.

La caridad, desde el corazón de Dios, a través del corazón de Jesucristo, se derrama mediante su Espíritu en el mundo, como amor que lo renueva todo. Este amor nace del encuentro con Cristo en la fe: "No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva" (Deus caritas est ). Jesucristo es la Verdad hecha Persona, que atrae hacia sí al mundo. La luz irradiada por Jesús es resplandor de verdad. Cualquier otra verdad es un fragmento de la Verdad que es él y a él remite. Jesús es la estrella polar de la libertad humana: sin él pierde su orientación, puesto que sin el conocimiento de la verdad, la libertad se desnaturaliza, se aísla y se reduce a arbitrio estéril. Con él, la libertad se reencuentra, se reconoce creada para el bien y se expresa mediante acciones y comportamientos de caridad.

Por eso Jesús dona al hombre la plena familiaridad con la verdad y lo invita continuamente a vivir en ella. Es una verdad ofrecida como realidad que conforta al hombre y, al mismo tiempo, lo supera y rebasa; como Misterio que acoge y excede al mismo tiempo el impulso de su inteligencia. Y nada mejor que el amor a la verdad logra impulsar la inteligencia humana hacia horizontes inexplorados. Jesucristo, que es la plenitud de la verdad, atrae hacia sí el corazón de todo hombre, lo dilata y lo colma de alegría. En efecto, sólo la verdad es capaz de invadir la mente y hacerla gozar en plenitud.
22 Esta alegría ensancha las dimensiones del alma humana, librándola de las estrecheces del egoísmo y capacitándola para un amor auténtico. La experiencia de esta alegría conmueve, atrae al hombre a una adoración libre, no a un postrarse servil, sino a inclinar su corazón ante la Verdad que ha encontrado.

Por eso el servicio a la fe, que es testimonio de Aquel que es la Verdad total, es también un servicio a la alegría, y esta es la alegría que Cristo quiere difundir en el mundo: es la alegría de la fe en él, de la verdad que se comunica por medio de él, de la salvación que viene de él. Esta es la alegría que experimenta el corazón cuando nos arrodillamos para adorar a Jesús en la fe. Este amor a la verdad inspira y orienta también el acercamiento cristiano al mundo contemporáneo y el compromiso evangelizador de la Iglesia, temas que habéis estudiado durante los trabajos de la plenaria. La Iglesia acoge con alegría las auténticas conquistas del conocimiento humano y reconoce que la evangelización exige también afrontar realmente los horizontes y los desafíos que plantea el saber moderno. En realidad, los grandes progresos del saber científico realizados en el siglo pasado han ayudado a comprender mejor el misterio de la creación, marcando profundamente la conciencia de todos los pueblos. Sin embargo, los progresos de la ciencia han sido a veces tan rápidos que ha sido bastante complejo descubrir si eran compatibles con las verdades reveladas por Dios sobre el hombre y sobre el mundo. A veces, algunas afirmaciones del saber científico se han contrapuesto incluso a estas verdades. Esto ha podido provocar cierta confusión en los fieles y también ha constituido una dificultad para el anuncio y la recepción del Evangelio. Por eso, es de vital importancia todo estudio que se proponga profundizar el conocimiento de las verdades descubiertas por la razón, con la certeza de que no existe "competitividad alguna entre la razón y la fe" (Fides et ratio
FR 17).

No debemos tener ningún temor de afrontar este desafío: en efecto, Jesucristo es el Señor de toda la creación y de toda la historia. El creyente sabe bien que "todo fue creado por él y para él, (...) y todo tiene en él su consistencia" (Col 1,16 Col 1,17). Profundizando continuamente el conocimiento de Cristo, centro del cosmos y de la historia, podemos mostrar a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo que la fe en él tiene relevancia para el destino de la humanidad: más aún, es la realización de todo lo que es auténticamente humano. Sólo desde esta perspectiva podremos dar respuestas convincentes al hombre que busca. Este compromiso es de importancia decisiva para el anuncio y la transmisión de la fe en el mundo contemporáneo. En realidad, ese compromiso constituye una prioridad urgente en la misión de evangelizar. El diálogo entre la fe y la razón, entre la religión y la ciencia, no sólo ofrece la posibilidad de mostrar al hombre de hoy, de modo más eficaz y convincente, la racionalidad de la fe en Dios, sino también la de mostrar que en Jesucristo reside la realización definitiva de toda auténtica aspiración humana. En este sentido, un serio esfuerzo evangelizador no puede ignorar los interrogantes que plantean también los descubrimientos científicos y las cuestiones filosóficas actuales.

El deseo de verdad pertenece a la naturaleza misma del hombre, y toda la creación es una inmensa invitación a buscar las respuestas que abren la razón humana a la gran respuesta que desde siempre busca y espera: "La verdad de la revelación cristiana, que se manifiesta en Jesús de Nazaret, permite a todos acoger el "misterio" de la propia vida. Como verdad suprema, a la vez que respeta la autonomía de la criatura y su libertad, la obliga a abrirse a la trascendencia. Aquí la relación entre libertad y verdad llega al máximo y se comprende en su totalidad la palabra del Señor: "Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8,32)" (Fides et ratio FR 15).

La Congregación encuentra aquí el motivo de su compromiso y el horizonte de su servicio. Vuestro servicio a la plenitud de la fe es un servicio a la verdad y, por eso, a la alegría, una alegría que proviene de lo más íntimo del corazón y brota de los abismos de amor que Cristo ha abierto de par en par con su corazón traspasado en la cruz y que su Espíritu difunde con inagotable generosidad en el mundo. Desde este punto de vista, vuestro ministerio doctrinal puede definirse, de modo apropiado, "pastoral". En efecto, vuestro servicio es un servicio a la plena difusión de la luz de Dios en el mundo. Que la luz de la fe, expresada en su plenitud e integridad, ilumine siempre vuestro trabajo y sea la "estrella" que os guíe y os ayude a dirigir el corazón de los hombres a Cristo. Este es el difícil y fascinante compromiso que compete a la misión del Sucesor de Pedro, en la cual estáis llamados a colaborar. Gracias por vuestro trabajo y por vuestro servicio. Con estos sentimientos, os imparto a todos mi bendición.


A LOS ENFERMOS Y AGENTES SANITARIOS

Basílica de San Pedro

Sábado 11 de febrero, memoria de Nuestra Señora de Lourdes



Queridos hermanos y hermanas:

Con gran alegría he venido a vosotros, y os agradezco vuestra afectuosa acogida. Os dirijo mi saludo de modo especial a vosotros, queridos enfermos, que estáis reunidos aquí, en la basílica de San Pedro, y quisiera extenderlo a todos los enfermos que nos están siguiendo mediante la radio y la televisión, y a los que no tienen esta posibilidad, pero se encuentran unidos a nosotros con los vínculos más profundos del espíritu, en la fe y en la oración. Saludo al cardenal Camillo Ruini, que ha presidido la Eucaristía, y al cardenal Francesco Marchisano, arcipreste de esta basílica vaticana.
Saludo a los demás obispos y sacerdotes presentes. Doy las gracias a la UNITALSI y a la Obra romana de peregrinaciones, que han preparado y organizado este encuentro, con la participación de numerosos voluntarios. Mi pensamiento se dirige también a la otra parte del planeta, a Australia, donde, en la ciudad de Adelaida, tuvo lugar hace algunas horas la celebración conclusiva de la Jornada mundial del enfermo, presidida por mi enviado, el cardenal Javier Lozano Barragán, presidente del Consejo pontificio para la pastoral de la salud.

Desde hace catorce años, el 11 de febrero, memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes, se celebra también la Jornada mundial del enfermo. Todos sabemos que, en la gruta de Massabielle, la Virgen manifestó la ternura de Dios hacia los que sufren. Esta ternura, este amor solícito se hace sentir de modo particularmente vivo en el mundo precisamente el día de Nuestra Señora de Lourdes, actualizando en la liturgia, y especialmente en la Eucaristía, el misterio de Cristo Redentor del hombre, cuya primicia es la Virgen Inmaculada.

23 Al aparecerse a Bernardita como la Inmaculada Concepción, María santísima vino para recordar al mundo moderno la primacía de la gracia divina, más fuerte que el pecado y la muerte, pues corría el riesgo de olvidarla. Y el lugar de su aparición, la gruta de Massabielle, en Lourdes, se ha convertido en un punto de atracción para todo el pueblo de Dios, especialmente para todos los que se sienten oprimidos y sufren en el cuerpo y en el espíritu. "Venid a mí todos los que estáis cansados y fatigados, y yo os aliviaré" (Mt 11,28), dijo Jesús. En Lourdes sigue repitiendo esta invitación, con la mediación materna de María, a todos los que acuden allí con confianza.

Queridos hermanos, este año, junto con mis colaboradores del Consejo pontificio para la pastoral de la salud, hemos querido poner en el centro de la atención a las personas afectadas por enfermedades mentales. "Salud mental y dignidad humana" fue el tema del congreso que se celebró en Adelaida, profundizando al mismo tiempo aspectos científicos, éticos y pastorales. Todos sabemos que Jesús consideraba al hombre en su totalidad para curarlo completamente, en el cuerpo, en la psique y en el espíritu. En efecto, la persona humana es una, y sus diversas dimensiones pueden y deben distinguirse, pero no separarse. Así también la Iglesia se propone siempre considerar a las personas como tales, y esta concepción distingue a las instituciones sanitarias católicas, así como el estilo de los agentes sanitarios que trabajan en ellas.

En este momento, pienso de modo particular en las familias que tienen un enfermo mental y afrontan la carga y los diversos problemas que esto plantea. Nos sentimos cercanos a todas estas situaciones, con la oración y con las innumerables iniciativas que la comunidad eclesial realiza en todo el mundo, especialmente donde no existe una legislación al respecto, donde las instituciones públicas son insuficientes, y donde calamidades naturales o, por desgracia, guerras y conflictos armados producen graves traumas psíquicos a las personas. Son formas de pobreza que atraen la caridad de Cristo, buen samaritano, y de la Iglesia, indisolublemente unida a él al servicio de la humanidad que sufre.

A todos los médicos, los enfermeros y demás agentes sanitarios, a todos los voluntarios comprometidos en este campo quisiera entregarles hoy simbólicamente la encíclica Deus caritas est, con el deseo de que el amor de Dios esté siempre vivo en su corazón, para que anime su trabajo diario, sus proyectos, sus iniciativas y sobre todo sus relaciones con las personas enfermas. Actuando en nombre de la caridad y con el estilo de la caridad, vosotros, queridos amigos, también contribuís eficazmente a la evangelización, porque el anuncio del Evangelio necesita signos coherentes que lo confirmen. Y estos signos hablan el lenguaje del amor universal, un lenguaje comprensible a todos.

Dentro de poco, creando el clima espiritual de Lourdes, se apagarán las luces de la basílica y encenderemos nuestras velas, símbolo de fe y de ardiente invocación a Dios. El canto del Ave María de Lourdes nos invitará a ir espiritualmente a la gruta de Massabielle, a los pies de la Virgen Inmaculada. A ella, con profunda fe, queremos presentarle nuestra condición humana, nuestras enfermedades, signo de la necesidad que todos tenemos, mientras estamos en camino en esta peregrinación terrena, de que su Hijo Jesucristo nos salve.

Que María mantenga viva nuestra esperanza, para que, fieles a la enseñanza de Cristo, renovemos el compromiso de aliviar a los hermanos en sus enfermedades. Que el Señor haga que nadie se sienta solo y abandonado en los momentos de necesidad, sino que, al contrario, afronte, incluso la enfermedad, con dignidad humana. Con estos sentimientos, os imparto de corazón la bendición apostólica a todos vosotros, enfermos, agentes sanitarios y voluntarios.



AL COLEGIO DE ESCRITORES DE LA REVISTA ITALIANA


"LA CIVILTÀ CATTOLICA"


Viernes 17 de febrero de 2006




Queridos escritores del Colegio de La Civiltà Cattolica:

Me alegra acogeros junto con todos los que, de diversas formas, colaboran con vosotros. Conozco y aprecio la obra que la Revista realiza al servicio de la Iglesia desde 1850, cuando mi predecesor, de venerada memoria, el beato Pío IX la instituyó "de modo perpetuo", dotándola de un Estatuto particular, en el que se establece un vínculo especial con la Santa Sede. Es la expresión de una particular confianza en la Revista por parte de los Pontífices que me han precedido, pero también una exhortación a vuestra fidelidad con respecto a las directrices de la Santa Sede. A pesar del tumultuoso cambio de las contingencias históricas, este vínculo no se ha debilitado jamás, como lo demuestran los testimonios de benevolencia que los Pontífices romanos han dado a la Revista en sus 155 años de vida. En efecto, dichos documentos manifiestan el interés con que han seguido y siguen el trabajo de La Civiltà Cattolica, reconociendo su utilidad para el bien de la Iglesia y apreciando su constante fidelidad a las directrices del Magisterio.

Sin embargo, en nuestro tiempo, en el que el Señor Jesús llama a su Iglesia a anunciar con nuevo impulso el Evangelio de salvación, no se puede dejar de buscar nuevos modos de analizar la situación histórica en la que viven hoy los hombres y mujeres, para presentarles de forma eficaz el anuncio de la buena nueva. Por tanto, La Civiltà Cattolica, para ser fiel a su naturaleza y a su tarea, debe renovarse sin cesar, leyendo correctamente los "signos de los tiempos". En realidad, hoy se está consolidando cada vez más una cultura caracterizada por el relativismo individualista y el cientificismo positivista; por consiguiente, una cultura que tiende a cerrarse a Dios y a su ley moral, aunque no siempre es por prejuicio contraria al cristianismo. Por eso, los católicos están llamados a realizar un gran esfuerzo para desarrollar el diálogo con la cultura actual y abrirla a los valores perennes de la trascendencia.

Es un esfuerzo en el que el creyente se vale de los instrumentos que le ofrecen la fe y la razón: instrumentos a primera vista poco adecuados, pero cuya eficacia deriva de la fuerza de Dios, que sigue caminos alejados del poder y del éxito. Por otra parte, no hay que olvidar que hoy en el mundo existen también numerosos signos de esperanza, fruto de la acción del Espíritu en la historia.
24 Estos signos son, por ejemplo, la nueva sensibilidad a los valores religiosos por parte de gran número de hombres y mujeres, la atención renovada a la sagrada Escritura, el respeto a los derechos humanos en medida mucho mayor de lo que sucedía incluso en el pasado reciente, y la voluntad de diálogo con las demás religiones. En particular, la fe en Jesús puede ayudar a muchos a captar el sentido de la vida y de la aventura humana, ofreciéndoles los puntos de referencia que a menudo faltan en un mundo tan frenético y desorientado.

Por consiguiente, es aquí donde se sitúa la misión de una revista de cultura como La Civiltà Cattolica: participar en el debate cultural contemporáneo, tanto para proponer, de modo serio y al mismo tiempo divulgativo, las verdades de la fe cristiana con claridad y a la vez con fidelidad al magisterio de la Iglesia, como para defender sin espíritu polémico la verdad, a veces deformada incluso con acusaciones carentes de fundamento contra la comunidad eclesial.

Como faro en el camino que La Civiltà Cattolica está llamada a recorrer, quisiera indicar el concilio Vaticano II. Las riquezas doctrinales y pastorales que contiene, y sobre todo la inspiración de fondo, aún no han sido asimiladas plenamente por la comunidad cristiana, aunque hayan pasado 40 años desde su conclusión. Indudablemente, el Concilio dio a la Iglesia un impulso capaz de renovarla y prepararla para responder de modo adecuado a los problemas nuevos que la cultura contemporánea plantea a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo.

Por otra parte, el Vaticano II ha sido complementado por numerosos documentos doctrinales y pastorales, que la Santa Sede y las Conferencias episcopales de muchas naciones han publicado sobre problemas surgidos recientemente. Constituyen una fuente siempre viva a la que La Civiltà Cattolica puede recurrir en su trabajo. Se trata de divulgar y sostener la acción de la Iglesia en todos los campos de su misión. La Revista debe poner particular empeño en la difusión de la doctrina social de la Iglesia, uno de los temas que durante sus 155 años de vida ha tratado más ampliamente.

Deseo concluir nuestro encuentro confirmando la confianza de la Santa Sede en vuestra Revista, con la certeza de que todos sus redactores y colaboradores, siguiendo el ejemplo de quienes los han precedido, corresponderán a esta confianza con gozosa fidelidad y espíritu de servicio. A la vez que encomiendo a María, Sede de la Sabiduría, la obra de La Civiltà Cattolica, os imparto a todos vosotros, redactores y colaboradores de la Revista, así como a todos sus queridos lectores, una especial bendición apostólica.


A LOS DIÁCONOS PERMANENTES DE LA DIÓCESIS DE ROMA

Sábado 18 de febrero de 2006



Queridos diáconos romanos:

Me alegra particularmente este encuentro, que tiene lugar en el 25° aniversario del restablecimiento del diaconado permanente en la diócesis de Roma. Saludo con afecto al cardenal vicario, al que agradezco las palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Saludo asimismo al obispo monseñor Vincenzo Apicella, hasta ahora encargado del Centro diocesano para el diaconado permanente, y a monseñor Francesco Peracchi, delegado del cardenal vicario, que desde hace varios años sigue vuestra formación. Doy mi más cordial bienvenida a cada uno de vosotros y a vuestras familias.

El apóstol san Pablo, en un famoso pasaje de la carta a los Filipenses, afirma que Cristo "se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo" (Ph 2,7). Cristo es el ejemplo que debemos contemplar. En el evangelio dijo a sus discípulos que no había venido "a ser servido, sino a servir" (cf. Mt 20,28). En particular, durante la última Cena, después de explicar nuevamente a los Apóstoles que estaba en medio de ellos "como el que sirve" (Lc 22,27), realizó el gesto humilde, reservado a los esclavos, de lavar los pies a los Doce, dando así ejemplo para que sus discípulos lo imitaran en el servicio y en el amor recíproco. La unión con Cristo, que es preciso cultivar a través de la oración, la vida sacramental y, en particular, la adoración eucarística, es de suma importancia para vuestro ministerio, a fin de que pueda testimoniar realmente el amor de Dios.
En efecto, como escribí en la encíclica Deus caritas est, «el amor puede ser "mandado"» por Dios «porque antes es dado» (n. ).

Queridos diáconos, acoged con alegría y gratitud el amor que el Señor siente por vosotros y derrama en vuestra vida, y dad con generosidad a los hombres lo que gratuitamente habéis recibido. La Iglesia de Roma tiene una larga tradición de servicio a los pobres de la ciudad.
25 Durante estos años han aparecido nuevas formas de pobreza: en efecto, muchas personas han perdido el sentido de la vida y no poseen una verdad sobre la cual construir su existencia; numerosos jóvenes piden encontrar hombres que sepan escucharlos y aconsejarlos en las dificultades de la vida. Junto a la pobreza material, encontramos también una pobreza espiritual y cultural. Nuestra diócesis, consciente de que el encuentro con Cristo "da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva" (ib., ), está dedicando particular atención al tema de la transmisión de la fe.

Queridos diáconos, os agradezco los servicios que con gran generosidad prestáis en numerosas comunidades parroquiales de Roma, dedicándoos en especial a la pastoral bautismal y familiar. Al enseñar el Evangelio de Cristo, que os entregó el obispo el día de vuestra ordenación, ayudáis a los padres que piden el bautismo para sus hijos a profundizar el misterio de la vida divina que se nos ha dado y el de la Iglesia, la gran familia de Dios, mientras a los novios que desean celebrar el sacramento del matrimonio les anunciáis la verdad sobre el amor humano, explicando así que "el matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo se convierte en el icono de la relación de Dios con su pueblo y, viceversa" (ib., ).

Muchos de vosotros trabajáis en oficinas, hospitales y escuelas: en estos ambientes estáis llamados a ser servidores de la Verdad. Al anunciar el Evangelio, podréis presentar la Palabra capaz de iluminar y dar sentido al trabajo del hombre, al sufrimiento de los enfermos, y ayudaréis a las nuevas generaciones a descubrir la belleza de la fe cristiana. De este modo, seréis diáconos de la Verdad que hace libres, y guiaréis a los habitantes de esta ciudad hacia el encuentro con Jesucristo. Acoger al Redentor en su vida es para el hombre fuente de profunda alegría, una alegría que puede infundir paz también en los momentos de prueba. Por consiguiente, sed servidores de la Verdad, para ser portadores de la alegría que Dios quiere dar a cada hombre.

Pero no basta anunciar la fe sólo con palabras, porque, como recuerda el apóstol Santiago, la fe "si no tiene obras, está realmente muerta" (
Jc 2,17). Por tanto, es necesario que el anuncio del Evangelio vaya acompañado con el testimonio concreto de la caridad, que "para la Iglesia (...) no es una especie de actividad de asistencia social (...), sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia" (Deus caritas est ). El ejercicio de la caridad pertenece desde el inicio al ministerio diaconal: los Siete, de los que hablan los Hechos de los Apóstoles, fueron elegidos para servir a las mesas. Vosotros, que pertenecéis a la Iglesia de Roma, sois los herederos de una larga tradición, en la que el diácono Lorenzo constituye una figura singularmente hermosa y luminosa.

Son muchos los pobres; a menudo provienen de países muy lejanos de Italia; llaman a la puerta de las comunidades parroquiales para pedir una ayuda necesaria a fin de superar momentos de grave dificultad. Acoged a estos hermanos con gran cordialidad y disponibilidad, y en la medida de vuestras posibilidades tratad de ayudarles en sus necesidades, recordando siempre las palabras del Señor: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40). Expreso mi gratitud a los que estáis comprometidos en este silencioso y diario testimonio de la caridad. En efecto, a través de vuestro servicio también los pobres perciben que forman parte de la gran familia de los hijos de Dios, que es la Iglesia.

Queridos diáconos romanos, ojalá que, viviendo y testimoniando la infinita caridad de Dios, vuestro ministerio esté siempre al servicio de la edificación de la Iglesia como comunión. En vuestro trabajo os sostiene el afecto y la oración de vuestras familias. Vuestra vocación es una gracia particular para vuestra vida familiar, que de este modo está llamada a abrirse cada vez más a la aceptación de la voluntad del Señor y a las necesidades de la Iglesia. El Señor recompense la disponibilidad con la que vuestras esposas y vuestros hijos os acompañan en vuestro servicio a toda la comunidad eclesial.

María, la humilde sierva del Señor, que dio al mundo al Salvador, y el diácono Lorenzo, que amó al Señor hasta dar la vida por él, os acompañen siempre con su intercesión. Con estos sentimientos, os imparto a cada uno la bendición apostólica, que de buen grado extiendo a todos vuestros seres queridos y a todas las personas con quienes os encontréis en vuestro ministerio.



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