Discursos 2006 25

AL SEÑOR ALÍ ACHOUR, NUEVO EMBAJADOR DE MARRUECOS ANTE LA SANTA SEDE

Lunes 20 de febrero de 2006



Señor embajador:

Me agrada acoger a su excelencia con ocasión de la presentación de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de Marruecos ante la Santa Sede.

Le agradezco las amables palabras que me ha dirigido y el saludo cortés que su majestad el rey Mohamed VI me ha enviado a través de usted. Confirmando mi estima por la tradición de acogida y comprensión que desde hace siglos caracteriza las relaciones del reino de Marruecos con la Iglesia católica, le ruego que transmita a su majestad mis mejores deseos para su persona, así como mis augurios de felicidad y prosperidad para el noble pueblo marroquí.

26 Señor embajador, usted me ha informado de los esfuerzos realizados por su país, que acaba de celebrar el 50° aniversario de su independencia, encaminándose hacia un futuro moderno, democrático y próspero. No se puede por menos de alegrarse por estos progresos, que deberían permitir a todos los marroquíes vivir con seguridad y dignidad, de manera que cada uno pueda participar activamente en la vida social y política del país. En efecto, una democracia auténtica exige un consenso sobre algunos valores esenciales, como la dignidad trascendente de la persona humana, el respeto de los derechos del hombre, el "bien común" como fin y criterio de regulación de la vida política (cf. Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 407).

Por otra parte, una colaboración cada vez más estrecha entre los países de la cuenca del Mediterráneo, ya iniciada desde hace varios años, debe permitir afrontar con determinación y perseverancia no sólo las cuestiones concernientes a la seguridad y a la paz en la región, sino también el tema del desarrollo de las sociedades y de las personas, con una renovada toma de conciencia del deber de solidaridad y de justicia. Por ello, el Mediterráneo está llamado a ser, hoy más que nunca, un lugar de encuentro y de diálogo entre los pueblos y entre las culturas.

Entre los graves problemas que deben afrontar los países de la cuenca del Mediterráneo, el fenómeno migratorio constituye un dato importante en las relaciones entre los Estados. Los inmigrantes provenientes de regiones más pobres y en busca de mejores condiciones de vida vienen, cada vez en mayor número, a tocar a las puertas de Europa, lo cual convierte en ilegales a un número siempre creciente de ellos y crea a veces situaciones que ponen en serio peligro la dignidad y la seguridad de las personas. Por ello, es necesario que las instituciones de los países de acogida o de paso no los consideren como una mercancía o una simple fuerza de trabajo, y que respeten sus derechos fundamentales y su dignidad humana. La situación precaria de tantos extranjeros debería favorecer la solidaridad entre las naciones implicadas, para contribuir al desarrollo de los países de origen de los inmigrantes. En efecto, estos problemas no pueden resolverse únicamente con políticas nacionales. Sólo mediante una colaboración cada vez más intensa entre todos los países implicados se podrán buscar eficazmente soluciones para estas dolorosas situaciones.

Señor embajador, usted ha puesto de relieve la contribución de su país a la consolidación del diálogo entre las civilizaciones, las culturas y las religiones. Por su parte, la Iglesia católica, en el contexto internacional en que vivimos actualmente, está convencida de que, para favorecer la paz y la comprensión entre los pueblos y entre los hombres, es necesario y urgente que se respeten las religiones y sus símbolos, y que los creyentes no sean objeto de provocaciones que ofenden su práctica y sus sentimientos religiosos. Sin embargo, no pueden justificarse jamás la intolerancia y la violencia como respuestas a las ofensas, ya que no son respuestas compatibles con los principios sagrados de la religión; por eso, no se puede por menos de deplorar las acciones de quienes aprovechan deliberadamente la ofensa causada a los sentimientos religiosos para fomentar actos violentos, más aún cuando esto se produce con fines ajenos a la religión. Para los creyentes, como para todos los hombres de buena voluntad, el único camino que puede conducir a la paz y a la fraternidad es el respeto de las convicciones y de las prácticas religiosas ajenas, para que se garantice realmente de manera recíproca a cada uno en todas las sociedades la práctica de la religión libremente elegida.

A través de usted, señor embajador, quisiera dirigir también un afectuoso saludo a los miembros de la comunidad católica de Marruecos y a sus pastores. Deseo que se esfuercen por vivir con alegría su vocación cristiana, testimoniando cada vez con mayor generosidad el amor de Dios a todos los hombres, en una colaboración fecunda con todos.

Al comenzar su misión ante la Santa Sede, le expreso mis mejores deseos para la noble tarea que le espera. En mis colaboradores encontrará siempre la acogida atenta y la comprensión cordial que pueda necesitar.

Sobre su excelencia, sobre su familia, sobre sus colaboradores, sobre el pueblo marroquí y sobre sus dirigentes invoco de todo corazón la abundancia de las bendiciones del Altísimo.



A LOS MIEMBROS DE LA FUNDACIÓN «JUAN PABLO II PARA EL SAHEL»

Lunes 20 de febrero de 2006



Queridos amigos de la fundación Juan Pablo II para el Sahel:

Me alegra acogeros a vosotros y a todos los que colaboran en las diversas actividades de la Fundación; saludo en particular a monseñor Jean-Pierre Bassène, obispo de Kolda en Senegal, presidente del consejo de administración.

La fundación Juan Pablo II para el Sahel nació de la solidaridad de los fieles, sobre todo de Alemania, que respondieron generosamente al llamamiento de Uagadugu, hecho por mi venerado predecesor en favor de los pueblos del Sahel, que entonces afrontaban las consecuencias de una dramática sequía. Encomendada a la responsabilidad de los obispos de los países implicados para luchar contra la desertificación de esa región de África, la Fundación se ha desarrollado plenamente como una obra de la Iglesia, manifestando, a través de numerosísimos proyectos sostenidos y realizados desde hace más de veinte años, que el amor al prójimo, una tarea de cada fiel pero también de toda la comunidad eclesial (cf. Deus caritas est ), debe manifestarse con gestos concretos.

27 Os animo a proseguir con determinación, con el apoyo activo del Consejo pontificio Cor unum, esta obra de fraternidad cristiana, que es un servicio al hombre en su totalidad y contribuye también al diálogo interreligioso y a la revelación del amor de Dios a los habitantes de esta tierra. Por tanto, forma parte integrante de la acción evangelizadora.

Encomendándoos a la intercesión de la Virgen María, Reina de África, os imparto de todo corazón a vosotros, así como a todos los colaboradores de la Fundación y a los pueblos del Sahel, una particular y afectuosa bendición apostólica.


A LOS OBISPOS DE SENEGAL, MAURITANIA, CABO VERDE Y GUINEA BISSAU EN VISITA "AD LIMINA"

Lunes 20 de febrero de 2006



Queridos hermanos en el episcopado:

Me alegra acogeros mientras realizáis vuestra peregrinación a las tumbas de los Apóstoles, para reafirmar vuestra comunión con el Sucesor de Pedro y consolidar los vínculos de fe y de unidad entre vuestras Iglesias particulares y la Iglesia de Roma, así como con todo el cuerpo eclesial.
Agradezco al presidente de vuestra Conferencia episcopal, monseñor Jean Noël Diouf, obispo de Tambacounda, la presentación que ha hecho de la realidad de la Iglesia en vuestra región. A través de vosotros, pastores de la Iglesia que está en Senegal, Mauritania, Guinea Bissau y Cabo Verde, me uno con el corazón y la oración a los pueblos cuyo cuidado pastoral se os ha encomendado.
Que Dios bendiga a los artífices de paz y de fraternidad que, en vuestros países, construyen relaciones de confianza y de apoyo mutuo entre las comunidades humanas y religiosas.
Cultivar los vínculos de comunión

Vuestras Iglesias particulares presentan una gran diversidad de situaciones humanas y eclesiales que dificultan a veces una buena coordinación del trabajo de los pastores. Para cumplir la misión que habéis recibido del Señor y darle una fecundidad apostólica cada vez mayor, siguen siendo esenciales los vínculos efectivos de comunión. Así, al participar en los encuentros de vuestra Conferencia episcopal, no sólo encontráis un apoyo para el ejercicio del ministerio episcopal, sino que también manifestáis concretamente que el obispo no es un hombre solo, puesto que está siempre y continuamente con aquel a quien el Señor ha elegido como Sucesor de Pedro y con sus hermanos en el episcopado.

Caminando con su pueblo, el obispo debe suscitar, guiar y coordinar la acción evangelizadora, para que la fe aumente y se difunda entre los hombres. Desde esta perspectiva, el Evangelio debe estar plenamente arraigado en la cultura de vuestros pueblos. El regreso a ciertas prácticas de la religión tradicional, que constatáis a veces entre los cristianos, debe impulsar a buscar medios adecuados para renovar y fortalecer la fe a la luz del Evangelio, y para consolidar los fundamentos teológicos de vuestras Iglesias particulares, tomando lo mejor de la identidad africana.

En efecto, por su bautismo, el cristiano no debe considerarse excluido de la vida de su pueblo o de su familia, pero su existencia debe estar en total armonía con los compromisos que ha asumido; eso implica necesariamente una ruptura con las costumbres y los hábitos de su vida pasada, ya que el Evangelio es un don que se le hace, y que viene de lo alto. Para vivir con fidelidad a los compromisos bautismales, cada uno debe tener una sólida formación en la fe, con el fin de afrontar los nuevos fenómenos de la vida contemporánea, como el desarrollo de la urbanización, el desempleo de numerosos jóvenes, las seducciones materialistas de todo tipo o la influencia de ideas que provienen de todos los horizontes. El Compendio del Catecismo de la Iglesia católica ya ofrece a los fieles una exposición renovada y segura de las verdades de fe de la Iglesia católica, permitiendo que cada uno realice con toda claridad gestos acordes con el compromiso cristiano.

28 Queridos hermanos en el episcopado, en esta difícil obra de evangelización, vuestros sacerdotes son colaboradores generosos, a los que aliento cordialmente en sus compromisos apostólicos. Deseo vivamente que su formación inicial y permanente haga de ellos hombres equilibrados humana y espiritualmente, capaces de responder a los desafíos que deben afrontar tanto en su vida personal como en la pastoral.

Por tanto, dando a la formación humana e intelectual el lugar que le corresponde, se les debe proporcionar una sólida formación espiritual, para fortalecer su vida de intimidad con Dios en la oración y en la contemplación, y para permitirles discernir la presencia y la acción del Señor en las personas que están encomendadas a su cuidado pastoral. En la medida en que hagan una auténtica experiencia personal de Cristo, serán capaces de aceptar con generosidad la exigencia de la entrega de sí a Dios y a los demás, y de realizarla en el servicio humilde y desinteresado de la caridad.

Para favorecer la armonía en la Iglesia y contribuir a su dinamismo misionero, deseo que los miembros de los institutos de vida consagrada, cuyo constante servicio a la misión en vuestras diócesis alabo y agradezco, mantengan relaciones de confianza y colaboración con los pastores, viviendo una comunión profunda, no sólo dentro de cada comunidad, sino también con la Iglesia diocesana y universal. Ojalá que mediante la fidelidad a su vocación particular cada instituto manifieste siempre que sus obras son ante todo una expresión de la fe en el amor de Dios y que es poniendo este amor en el centro de la vida como responde realmente a las necesidades de los hombres.

Una de las tareas mediante las cuales la Iglesia en vuestra región manifiesta más visiblemente el amor al prójimo es su compromiso con vistas al desarrollo social. Numerosas estructuras eclesiales permiten a vuestras comunidades ponerse con eficacia al servicio de los más pobres, signo de su convicción de que el amor al prójimo, arraigado en el amor a Dios, es constitutivo de la vida cristiana. Así, "toda la actividad de la Iglesia es expresión de un amor que busca el bien integral del ser humano" (Deus caritas est ). Pero el cristianismo no debe reducirse a una sabiduría puramente humana, ni confundirse con un servicio social, pues se trata también de un servicio espiritual. Sin embargo, para el discípulo de Cristo el ejercicio de la caridad no puede ser un medio al servicio del proselitismo, dado que el amor es gratuito (cf. ib., ). Prestáis frecuentemente el servicio al hombre en colaboración con hombres y mujeres que no comparten la fe cristiana, sobre todo con musulmanes. Así, los esfuerzos realizados para un encuentro en la verdad de creyentes de diferentes tradiciones religiosas contribuyen a la realización concreta del bien auténtico de las personas y de la sociedad. Es necesario profundizar cada vez más las relaciones fraternas entre las comunidades, para favorecer un desarrollo armonioso de la sociedad, reconociendo la dignidad de cada persona y permitiendo a todos practicar libremente su religión.

Esta tarea de fomentar el desarrollo armonioso de la sociedad es especialmente urgente en Guinea Bissau, cuya población, en medio de grandes tensiones y laceraciones, aguarda aún una correcta orientación de las estructuras políticas y administrativas, consolidando su operatividad y su funcionamiento al servicio de una sociedad donde todos puedan ser artífices de un proyecto común. Sé que la Iglesia local se encuentra en primera línea en la promoción del diálogo y la cooperación entre todos los componentes de la nación; a través de la palabra iluminada por la fe, del testimonio constante de fidelidad al Evangelio y del generoso servicio pastoral, seguid siendo, amados pastores, puntos seguros de referencia y orientación para todos vuestros compatriotas.

Extendiendo ahora la mirada a los diversos países, veo que una de las prioridades pastorales de vuestras diócesis es, con razón, la familia cristiana. Sin ella, faltaría la unidad básica de vida y de construcción de la "familia de Dios", como la Iglesia en vuestro continente se reconoció y se propuso ser en la asamblea sinodal de 1994. No podrá considerarse realmente insertada o encarnada mientras el ideal cristiano de vida familiar no arraigue en el pueblo africano. El camino para ello no pasa por cambios que alteren el núcleo central de la doctrina sacramental y familiar de la Iglesia, sino por una fidelidad radical de los esposos a la vida nueva abrazada en el bautismo y por la reconducción al Evangelio de Jesucristo del matrimonio africano tradicional, elemento destacado de las culturas locales. Para alcanzar su grado más alto, estas culturas precisan del encuentro con Cristo, pero también él espera este encuentro para que el acontecimiento de la Encarnación llegue a su plenitud, dando la "estatura completa" (cf.
Ep 4,13) al Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Esta, asumiendo los valores de las diversas culturas, se transforma en la novia, adornada con sus joyas, de la que habla el profeta Isaías (cf. Is 61,10); y así también me complace veros, amadas diócesis de esta Conferencia episcopal. Adornaos con vuestras mejores joyas para Cristo Señor.

Queridos hermanos en el episcopado, al concluir nuestro encuentro, encomiendo a cada una de vuestras comunidades diocesanas a la Virgen María, Reina de África. Llevad el saludo cordial del Papa y su aliento a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a todos los fieles laicos de vuestras diócesis. Dios conceda a todos ser testigos fieles de su amor a los hombres. De corazón os imparto a todos una afectuosa bendición apostólica.

A LOS OBISPOS DE BOSNIA Y HERZEGOVINA EN VISITA "AD LIMINA"

Viernes 24 de febrero de 2006



Venerados hermanos en el episcopado:

"Bienaventurados los que trabajan por la paz" (Mt 5,9). Con estas palabras de Jesús os saludo cordialmente al final de vuestra visita ad limina Apostolorum. A través de vosotros deseo enviar mi saludo también a los fieles que el divino Maestro ha encomendado a vuestro cuidado pastoral. Gracias, señor cardenal Vinko Puljic, por las palabras que, también en nombre de los demás obispos de Bosnia y Herzegovina, ha querido dirigirme, expresando al mismo tiempo los sentimientos de las respectivas comunidades.

Al informarme sobre la situación de vuestros fieles, así como sobre las dificultades de su vida diaria, habéis destacado los elementos de esperanza que su compromiso justifica, y los programas pastorales que estáis llevando a cabo. Nuestros encuentros me han permitido percibir vuestro fuerte deseo de mantener viva la comunión de propósitos, para afrontar unidos los actuales desafíos que se plantean a vuestro pueblo.

29 Ciertamente, son numerosas las dificultades, pero es grande vuestra confianza, así como la de vuestros sacerdotes y fieles, en la divina Providencia. Después de los tristes años de la reciente guerra, hoy vosotros, como artífices de paz, estáis llamados a fortalecer la comunión y a difundir la misericordia, la comprensión y el perdón en nombre de Cristo tanto en el seno de las comunidades cristianas como en el complejo entramado social de Bosnia y Herzegovina.

Sé bien que vuestra misión no es fácil, pero sé también que mantenéis vuestra mirada fija siempre en Cristo, quien, habiendo amado a todos hasta el fin, asignó a sus discípulos una tarea fundamental, que resume todas las demás, la tarea de amar. Para ser fecundo en el ámbito espiritual, el amor no debe limitarse a seguir leyes terrenas; también debe dejarse iluminar por la verdad que es Dios y traducirse en la medida superior de justicia que es la misericordia. Si actuáis con este espíritu, podréis cumplir muy bien la misión que se os ha confiado, contribuyendo a cicatrizar las heridas aún abiertas y a resolver contrastes y divisiones, herencia de los años pasados.

Impulsados por el amor a Cristo, estáis decididos a no desalentaros, incluso ante los arduos problemas que os agobian. Me refiero a la situación de los exiliados, para los que deseo la elaboración de acuerdos oportunos que garanticen el respeto de los derechos de todos. En particular, pienso en la necesaria igualdad entre los ciudadanos de distinta religión, en la urgencia de medidas para responder a la creciente falta de trabajo para los jóvenes, en la disminución de las tensiones amenazadoras entre etnias, herencia de complejas vicisitudes históricas de vuestra tierra.

La Sede apostólica está a vuestro lado, como testimonia también el reciente nombramiento de un nuncio residente, que podrá mantener un contacto permanente con las diversas instituciones del país. Queridos y venerados hermanos, sentíos parte viva del Cuerpo místico de Cristo. Podéis contar con la solidaridad orante, concreta y afectuosa de la Santa Sede y de toda la Iglesia católica.

A la vez que os agradezco el atento ministerio que desempeñáis, quisiera referirme a algunas preocupaciones, que vosotros mismos habéis manifestado, sobre ciertos aspectos de la vida de vuestras diócesis. Ante todo, es importante hacer todo lo posible para que crezca cada vez más la unidad de la grey de Cristo: entre vosotros, pastores legítimos, y los religiosos, en especial los que desempeñan un ministerio pastoral en el territorio de la diócesis; entre el clero diocesano y las personas consagradas; y, por último, entre todos los que están al servicio del pueblo cristiano, superando, si es necesario, incomprensiones y dificultades vinculadas a acontecimientos del pasado.
La Iglesia persigue por doquier un único objetivo, el de edificar el reino de Dios en todas partes y en el corazón de cada persona. Los sucesores de los Apóstoles y sus colaboradores en el ministerio pastoral tienen encomendada la misión de preservar intacta la herencia del Señor, adhiriéndose fielmente al patrimonio doctrinal y espiritual de la Iglesia en su integridad.

Bienaventurados los que trabajan por la paz. Estas palabras no sólo se aplican bien a la misión de la Iglesia hacia el exterior, sino también a las relaciones entre sus miembros en su interior. Los diversos organismos eclesiales, en sus legítimas articulaciones, están regulados por normas canónicas que son expresión de una experiencia secular, en cuya maduración ha habido una asistencia de lo Alto. Al obispo, padre de la comunidad que Cristo le ha encomendado, corresponde discernir lo que contribuye a la edificación de la Iglesia de Cristo. En este sentido, el obispo es pontífice, es decir, "constructor de puentes" entre las diversas exigencias de la comunidad eclesial. Y esto constituye un aspecto del ministerio episcopal particularmente importante en el actual momento histórico, en el que Bosnia y Herzegovina reanuda el camino de la colaboración para construir su futuro de desarrollo social y de paz.

Venerados hermanos, el Sucesor de Pedro está a vuestro lado y os asegura su apoyo constante. Estos días que habéis pasado en Roma y los encuentros que habéis tenido conmigo y con mis colaboradores de la Curia romana os han permitido experimentar cuán sincera y fraterna es nuestra cercanía espiritual. Ruego al Señor que derrame la abundancia de sus gracias sobre vosotros, sobre vuestros sacerdotes, sobre los religiosos y las religiosas, así como sobre todo el pueblo de vuestro país. Encomiendo esta súplica a la intercesión de María, Madre de Dios y de la Iglesia, para que interceda en favor de todos sus hijos. Con estos sentimientos, os imparto mi bendición, que de corazón extiendo a vuestras comunidades, a los fieles católicos y a todas las personas de buena voluntad de la amada Bosnia y Herzegovina.


A UN GRUPO DE MIEMBROS DEL CÍRCULO DE SAN PEDRO

Sábado 25 de febrero de 2006



Queridos amigos:

Me alegra acogeros y dirigiros a cada uno mi cordial saludo. Saludo a todos los miembros de la presidencia general del Círculo de San Pedro, y en particular al presidente, don Leopoldo de los Duques Torlonia, al que agradezco las amables palabras con que ha introducido nuestro encuentro.
30 Esta cita tradicional, que tiene lugar inmediatamente después de la fiesta de la Cátedra del apóstol san Pedro, constituye un momento particularmente significativo, en el que vuestra benemérita asociación entrega al Papa el Óbolo de san Pedro, recogido en la diócesis de Roma durante el año pasado. Por consiguiente, es para mí una circunstancia propicia para manifestaros mi viva gratitud, pensando en el empeño que ponéis en esta obra y, más aún, en el espíritu de fe y de amor a la Iglesia con que la lleváis a cabo.

El "Óbolo de san Pedro" es la expresión más típica de la participación de todos los fieles en las iniciativas del Obispo de Roma en beneficio de la Iglesia universal. Es un gesto que no sólo tiene valor práctico, sino también fuertemente simbólico, como signo de comunión con el Papa y de solicitud por las necesidades de los hermanos; y por eso vuestro servicio posee un valor muy eclesial.

Todo esto cobra mayor relieve a la luz de mi encíclica sobre el amor cristiano Deus caritas est, cuya segunda parte, como sabéis, está dedicada precisamente al ejercicio de la caridad por parte de la Iglesia como "comunidad de amor". Por tanto, a vosotros, queridos responsables del Círculo de San Pedro, quisiera entregaros idealmente la encíclica, porque, como fieles laicos comprometidos fuertemente también en acciones caritativas, figuráis entre sus primeros destinatarios.

En efecto, pensando precisamente en todos los que, como vosotros, colaboran en lo que podríamos llamar el ministerio de la caridad de la comunidad cristiana, tracé un perfil que os podrá ser útil considerar tanto a nivel personal como de grupo (cf. nn. ). Recordé que la motivación principal de la acción debe ser siempre el amor a Cristo; que la caridad no se reduce a simple actividad y que implica el don de sí; que este don debe ser humilde, sin aires de superioridad; y que su fuerza proviene de la oración, como demuestra el ejemplo de los santos.

A los santos de la caridad que, desde el diácono Lorenzo, abundan en la historia de la Iglesia de Roma, deseo encomendar el Círculo de San Pedro. Queridos amigos, os agradezco nuevamente vuestra visita y el servicio que con empeño prestáis desde hace muchos años al ministerio del Papa.
Invoco sobre cada uno de vosotros la protección de María santísima, para que os acompañe y sostenga siempre. Por mi parte, os aseguro un recuerdo en mi oración, a la vez que os bendigo de corazón, juntamente con todos los socios y con vuestras familias.


AL CUERPO DE POLICÍA MUNICIPAL DE ROMA

Sábado 25 de febrero de 2006



Queridos amigos:

Bienvenidos y gracias por vuestra amable visita. Sé que teníais un gran deseo de encontraros conmigo, y también para mí es un placer acogeros. En mis largos años de estancia en Roma, viviendo cerca del Vaticano, muchas veces os he visto trabajando, solícitos y cordiales, ordenando el tráfico, no siempre fácil de gestionar, especialmente cuando se produce una gran afluencia de peregrinos a la plaza y a la basílica de San Pedro.

Hoy tengo la alegría de recibiros en audiencia especial como Sucesor del apóstol san Pedro, y aprovecho de buen grado la oportunidad para agradeceros el servicio que prestáis. Por tanto, con afecto os dirijo a cada uno mi saludo sincero y cordial, que extiendo a vuestras respectivas familias y a todos vuestros seres queridos. En particular, quisiera saludar al comandante general del Cuerpo de policía municipal, doctor Aldo Zanetti, y al comandante de vuestro Grupo, doctor Rolando Marinelli.

Vuestra actividad diaria exige un compromiso constante, porque es mucha la gente que frecuenta la zona en torno al Vaticano y el tráfico es intenso. En efecto, al movimiento vinculado a la actividad normal del barrio se une el flujo continuo de personas que entran o salen del Vaticano, las colas de visitantes de los Museos vaticanos, la afluencia de grupos que los miércoles llegan de todas las partes para la audiencia general, los peregrinos y romanos que llegan para participar en la plaza de San Pedro en el rezo del Ángelus dominical y en los otros días de fiesta, el ir y venir de devotos y turistas por la plaza y la basílica y, con frecuencia, las visitas oficiales de embajadores y demás autoridades.

31 Vosotros tratáis de prestar siempre vuestra asistencia a todos; y os lo agradezco, porque estoy seguro de que os esforzáis por hacerlo con profesionalidad y empeño. Mostrasteis vuestra profesionalidad y entrega, de modo particular, durante los memorables y agitados días de la enfermedad, la muerte y el funeral del amado Papa Juan Pablo II, así como con ocasión de mi elección como Sumo Pontífice, en el mes de abril del año pasado. También por esto os estoy sinceramente agradecido.

Queridos amigos, ejercéis una profesión que os pone en contacto con mucha gente, en gran parte dirigida a uno de los lugares más queridos por los católicos de todo el mundo, la tumba del apóstol san Pedro, sobre la que está edificada la basílica de Miguel Ángel. Además, asistís a menudo, aunque de lejos, a encuentros del Papa con los fieles o a celebraciones litúrgicas en la plaza de San Pedro.

Expreso de corazón el deseo de que esto os ayude a crecer espiritualmente y a sentir siempre junto a vosotros la presencia de Cristo. Con su ayuda podréis realizar serenamente vuestra actividad, conscientes de que prestáis un servicio a la comunidad. Que él vele con bondad sobre vosotros y sobre vuestras familias y colme todos vuestros deseos de bien. Invoco su ayuda, por intercesión de María, para que, como madre solícita, os proteja y acompañe constantemente.

Con estos sentimientos, os renuevo mi agradecimiento por vuestra visita, a la vez que os bendigo de corazón a vosotros y a todos vuestros seres queridos.


A LA COMUNIDAD DEL SEMINARIO ROMANO MAYOR


Sábado 25 de febrero de 2006




Queridos hermanos en el episcopado y en el presbiterado;
queridos seminaristas;
hermanos y hermanas:

Con gran placer me encuentro esta tarde entre vosotros, en el Seminario romano mayor, en una ocasión tan singular como es la fiesta de vuestra patrona, la Virgen de la Confianza. Os saludo con afecto a todos y os doy las gracias por haberme acogido con tanto cariño. De modo especial, saludo al cardenal vicario y a los obispos presentes; saludo al rector, monseñor Giovanni Tani, y le agradezco las palabras que me ha dirigido en nombre de los demás sacerdotes y de todos los seminaristas, a los que extiendo de buen grado mi saludo. Saludo asimismo a los jóvenes y a todos los que, desde las diversas parroquias de Roma, han venido a compartir con nosotros este momento de alegría.

Desde hacía tiempo esperaba la ocasión de venir personalmente a visitaros a vosotros, que formáis la comunidad del seminario, uno de los lugares más importantes de la diócesis. En Roma hay más seminarios, pero este es propiamente el seminario diocesano, como recuerda también su ubicación aquí, en Letrán, junto a la catedral de San Juan, la catedral de Roma. Por eso, siguiendo la tradición establecida por el amado Papa Juan Pablo II, he aprovechado esta fiesta para encontrarme con vosotros aquí, donde oráis, estudiáis y vivís fraternalmente, preparándoos para el futuro ministerio pastoral.

En verdad, es muy hermoso y significativo que veneréis a la Virgen María, Madre de los sacerdotes, con el singular título de Virgen de la Confianza. Esto hace pensar en un doble significado: en la confianza de los seminaristas, que con su ayuda realizan su camino de respuesta a Cristo, que los ha llamado; y en la confianza de la Iglesia de Roma, y especialmente de su Obispo, que invoca la protección de María, Madre de toda vocación, sobre este vivero sacerdotal. Con su ayuda vosotros, queridos seminaristas, podéis prepararos hoy para vuestra misión de presbíteros al servicio de la Iglesia.

32 Hace poco, cuando me arrodillé para orar ante la venerada imagen de la Virgen de la Confianza en vuestra capilla, que constituye el corazón del seminario, pedí por cada uno de vosotros. Mientras tanto, pensaba en los numerosos seminaristas que han pasado por el Seminario romano y que después han servido con amor a la Iglesia de Cristo; pienso, entre otros, en don Andrea Santoro, asesinado recientemente en Turquía mientras rezaba. Así, invoqué a la Madre del Redentor, para que os obtenga también a vosotros el don de la santidad. Que el Espíritu Santo, que forjó el Corazón sacerdotal de Jesús en el seno de la Virgen y después en la casa de Nazaret, actúe en vosotros con su gracia, preparándoos para las tareas futuras que se os encomendarán.

Asimismo, es hermoso y adecuado que, junto a la Virgen Madre de la Confianza, veneremos hoy de modo especial a su esposo san José, en quien monseñor Marco Frisina se ha inspirado este año para su Oratorio. Le agradezco su delicadeza, porque eligió honrar a mi santo patrono, y me congratulo por esta composición, a la vez que doy las gracias de corazón a los solistas, a los coristas, al organista y a todos los miembros de la orquesta.

Este Oratorio, significativamente titulado "Sombra del Padre", me brinda la ocasión de poner de relieve que el ejemplo de san José, "hombre justo" —como dice el evangelista—, plenamente responsable ante Dios y ante María, constituye para todos un estímulo en el camino hacia el sacerdocio. Se nos muestra siempre atento a la voz del Señor, que guía los acontecimientos de la historia, y dispuesto a seguir sus indicaciones; siempre fiel, generoso y abnegado en el servicio; maestro eficaz de oración y de trabajo en el ocultamiento de Nazaret. Queridos seminaristas, os puedo asegurar que cuanto más avancéis, con la gracia de Dios, por el camino del sacerdocio, tanto más experimentaréis cuán rico es en frutos espirituales referirse a san José e invocar su ayuda en el cumplimiento diario del deber.

Queridos seminaristas, os expreso mis mejores deseos para el presente y el futuro. Los pongo en las manos de María santísima, Virgen de la Confianza. Los que se forman en el Seminario romano mayor aprenden a repetir la hermosa invocación "Mater mea, fiducia mea", que mi venerado predecesor Benedicto XV definió como su fórmula distintiva. Pido a Dios que estas palabras se graben en el corazón de cada uno de vosotros, y os acompañen siempre durante vuestra vida y vuestro ministerio sacerdotal. Así, podréis difundir en vuestro entorno, dondequiera que estéis, el aroma de la confianza de María, que es confianza en el amor providente y fiel de Dios.

Os aseguro que todos los días estaréis presentes en mi oración, ya que constituís la esperanza de la Iglesia de Roma. Y ahora con gozo os imparto de corazón la bendición apostólica a vosotros y a todos los presentes, así como a vuestros familiares y a quienes os acompañan en el camino hacia el sacerdocio.



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