Discursos 2006 42


VISITA A LA SEDE DE RADIO VATICANO EN EL 75° ANIVERSARIO DE SU FUNDACIÓN


A LOS DIRECTORES Y COLABORADORES

Palacio Pío, viernes 3 de marzo de 2006

Señor cardenal;
43 venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado;
queridos hermanos y hermanas:

De buen grado he venido a visitaros en esta hermosa sede del palacio Pío, que el siervo de Dios Pablo VI puso a disposición de Radio Vaticano. Os saludo cordialmente a todos y os agradezco vuestra acogida. En particular, saludo al reverendo prepósito general de la Compañía de Jesús, padre Peter-Hans Kolvenbach, y le agradezco el servicio que, desde los orígenes de Radio Vaticano, prestan los jesuitas a la Santa Sede, fieles al carisma ignaciano de plena dedicación a la Iglesia y al Romano Pontífice.

Saludo al cardenal Roberto Tucci y al padre Antonio Stefanizzi, así como al padre Pasquale Borgomeo, que no ha podido asistir por compromisos precedentes, los cuales durante varios años fueron directores generales de Radio Vaticano. Saludo al padre Federico Lombardi, actual director general, y le doy las gracias por las palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros. Expreso mi gratitud también al señor Candi, que ha interpretado los sentimientos de los empleados laicos.

Dirijo, asimismo, mi saludo en este momento a los empleados que se hallan en las otras sedes de la emisora -el Centro de transmisiones de Santa María de Galeria, el palacete León XIII y el palacete Marconi- y participan en este encuentro en conexión por audio y vídeo. Saludo a vuestros compañeros ya jubilados, a los numerosos colaboradores, a los familiares y amigos, y a todos los que habrían querido estar presentes, pero no han podido por motivo de espacio. Extiendo, además, mi saludo a los radioyentes de vuestras transmisiones, esparcidos por todo el mundo.

Las sugestivas imágenes de hace 75 años nos presentan la primera estación de Radio Vaticano, que hoy puede parecer modesta. Pero Guillermo Marconi sabía que el camino abierto por la ciencia y la técnica ejercería un gran influjo en la vida de la humanidad. También mi venerado predecesor Pío XI era muy consciente de la importancia que el nuevo instrumento de comunicación, del que la Iglesia estaba dotándose, tendría para la difusión del magisterio pontificio en el mundo. Su primer radiomensaje, que el 12 de febrero de 1931 inauguró la historia de vuestra emisora, estaba dirigido con original solemnidad "a todas las naciones y a toda criatura".

En los años siguientes, durante la segunda guerra mundial, el siervo de Dios Pío XII, con sus históricos radiomensajes, pudo llegar a todos los pueblos con palabras de consuelo, advertencias y apremiantes llamamientos a la esperanza y a la paz. Y cuando el comunismo extendió su dominio sobre diversas naciones de Europa central y oriental, y sobre otras partes del mundo, Radio Vaticano multiplicó los programas y las lenguas de transmisión, para que llegara a las comunidades cristianas oprimidas por los regímenes totalitarios el testimonio de la cercanía y de la solidaridad del Papa y de la Iglesia universal.

Con el concilio Vaticano II se tomó aún mayor conciencia de la importancia que los medios de comunicación tendrían en la difusión del mensaje evangélico en nuestra época, y vuestra emisora, con idóneos y modernos medios técnicos, comenzó a desarrollar una programación radiofónica cada vez más rica y articulada. Por último, hoy, gracias a las tecnologías más avanzadas, en particular satélites e internet, estáis en condiciones de producir programas en diversas lenguas, que numerosas emisoras en todos los continentes reciben y transmiten, llegando así a un área aún más vasta de radioyentes.

Queridos amigos, no podemos por menos de dar gracias al Señor por todo esto y, al mismo tiempo, pedirle que siga asistiéndoos en vuestro trabajo. Invocadlo con las palabras escritas en la fachada principal de vuestra sede: "Adsis Christe, eorumque aspira laboribus, qui pro tuo nomine certant", "Ayúdanos, Cristo, e inspira los trabajos de quienes combaten por tu nombre". Sí, vosotros libráis "el buen combate de la fe", según las palabras del apóstol san Pablo (cf.
1Tm 6,12), para difundir el Evangelio de Cristo. Ese combate, como se lee en vuestro Estatuto, consiste en "anunciar con libertad, fidelidad y eficacia el mensaje cristiano y unir el centro de la catolicidad con los diversos países del mundo: difundiendo la voz y las enseñanzas del Romano Pontífice; informando sobre la actividad de la Santa Sede; haciéndose eco de la vida católica en el mundo; orientando para valorar los problemas del momento a la luz del magisterio eclesiástico y con constante atención a los signos de los tiempos" (n. 1. 3).

Esta es una misión que sigue siendo siempre actual, aunque con el tiempo cambien las circunstancias y las modalidades para cumplirla. En efecto, Radio Vaticano ya no es una sola voz que se irradia desde un único lugar, como sucedía con la primera estación de Marconi. Es, más bien, un coro de voces, que resuena en más de cuarenta lenguas y puede dialogar con diferentes culturas y religiones; un coro de voces que recorre los caminos del éter gracias a las ondas electromagnéticas y se difunde extensamente para quedar grabado a lo largo de los nudos y las mallas de la red telemática cada vez más densa que envuelve el planeta.

Queridos amigos, seguid actuando en el gran areópago de la comunicación moderna, aprovechando la extraordinaria experiencia vivida durante el gran jubileo del año 2000 y, más aún, con ocasión de la muerte del amado Papa Juan Pablo II, un acontecimiento que mostró cuán grande es el deseo que tiene la humanidad de conocer la realidad de la Iglesia. Pero no olvidéis que, para cumplir la misión que se os ha confiado, ciertamente debéis tener una adecuada formación técnica y profesional, pero sobre todo debéis cultivar incesantemente un espíritu de oración y de fiel adhesión a las enseñanzas de Cristo y de su Iglesia.

44 Que la Virgen María, Estrella de la nueva evangelización, os ayude y proteja siempre.

Renovándoos mis sentimientos de gratitud, de buen grado os imparto a vosotros, queridos hermanos y hermanas aquí presentes, mi bendición, que extiendo a vuestros seres queridos y a todos los radioyentes de Radio Vaticano.


PALABRAS DE SU SANTIDAD, EN DIRECTO, DESDE LOS MICRÓFONOS DE RADIO VATICANA


Queridos hermanos y hermanas:

Saludo de corazón a todos los radioyentes y las radioyentes de Radio Vaticano y les deseo la paz y la alegría del Señor. Para mí es una gran alegría estar aquí. Somos conscientes de que hace 75 años el Papa Pío XI inauguró Radio Vaticano y dio así una nueva voz a la Santa Sede, más aún, a la Iglesia y al Señor; una voz con la que se pudiera cumplir realmente el mandato del Señor: "Anunciad el Evangelio a todas las naciones hasta los confines de la tierra".

Mientras tanto, veo que en estos 75 años la técnica se ha perfeccionado mucho. Hoy, la voz de Radio Vaticano puede llegar a todas las partes del mundo, a numerosos hogares y, como se ha subrayado, existe sobre todo una hermosa reciprocidad, no sólo hablando sino también acogiendo las respuestas, en un verdadero diálogo para comprender, responder y construir así la familia de Dios. Me parece que el sentido de un medio de comunicación como este es ayudar a construir esta gran familia que no conoce fronteras, en la que, en la multiplicidad de las culturas y las lenguas, todos son hermanos y hermanas, y así representan una fuerza en favor de la paz.

Desearía que todos los que me escuchan en este momento se sientan realmente implicados en este gran diálogo de la verdad. Como sabemos, en el mundo de los medios de comunicación no faltan tampoco voces opuestas. Por eso, es muy importante que exista esta voz, que quiere ponerse realmente al servicio de la verdad, de Cristo, y así ponerse al servicio de la paz y la reconciliación en el mundo.

A los colaboradores les deseo que sean instrumentos eficaces de esta gran obra de paz del Señor. Os agradezco todo lo que hacéis día a día, quizá incluso noche tras noche. A los radioyentes, implicados ellos mismos en este gran diálogo, les deseo que sean también ellos testigos de la verdad y de la fuerza de la paz en el mundo.


A LOS SOCIOS DE LA UNIÓN CRISTIANA DE EMPRESARIOS DIRIGENTES

Sala Pablo VI, sábado 4 de marzo



Señores cardenales;
queridos amigos de la Unión cristiana de empresarios dirigentes:

Me alegra acogeros y dirigiros a cada uno mi cordial saludo. Saludo en particular al cardenal Ennio Antonelli, que ha interpretado los sentimientos comunes. Le doy las gracias por su discurso; agradezco también al presidente de la Unión las amables palabras con las que ha introducido nuestro encuentro, presentando las motivaciones y el estilo de vuestro compromiso personal y asociativo. De modo especial, me ha impresionado el propósito que habéis manifestado de tender a una ética que vaya más allá de la simple deontología profesional, aunque en el contexto actual eso ya sería bastante.

45 Esto me ha hecho pensar en la relación entre justicia y caridad, a la que dediqué una reflexión específica en la segunda parte de la encíclica Deus caritas est (cf. nn. ). El cristiano está llamado a buscar siempre la justicia, pero lleva en sí el impulso del amor, que va más allá de la misma justicia. El camino realizado por los laicos cristianos, desde mediados del siglo XIX hasta hoy, los ha llevado a tomar conciencia de que las obras de caridad no deben sustituir el compromiso en favor de la justicia social. La doctrina social de la Iglesia, y sobre todo la acción de numerosas asociaciones de inspiración cristiana, como la vuestra, muestran cuán largo ha sido el camino recorrido por la comunidad eclesial a este respecto.

En estos últimos tiempos, también gracias al magisterio y al testimonio de los Romanos Pontífices, y en especial del amado Papa Juan Pablo II, a todos nos resulta más claro que la justicia y la caridad son dos aspectos inseparables del único compromiso social del cristiano. De modo particular, a los fieles laicos les compete trabajar por un orden justo en la sociedad, participando personalmente en la vida pública, cooperando con los demás ciudadanos bajo su responsabilidad personal (cf. Deus caritas est ). Precisamente al obrar así, están animados por la "caridad social", que los impulsa a estar atentos a las personas en cuanto tales, a las situaciones de mayor dificultad y soledad, y también a las necesidades no materiales (cf. ib., ).

Hace dos años, gracias al Consejo pontificio Justicia y paz, se publicó el Compendio de la doctrina social de la Iglesia. Se trata de un instrumento formativo muy útil para todos los que quieren dejarse guiar por el Evangelio en su actividad laboral y profesional. Estoy seguro de que ya ha sido objeto de atento examen también por vuestra parte, y deseo que, tanto para cada uno de vosotros como para las secciones locales de la UCID, se convierta en un punto de referencia constante al examinar las cuestiones, al elaborar los proyectos, al buscar las soluciones para los complejos problemas del mundo del trabajo y de la economía. En efecto, precisamente en este ámbito realizáis una parte irrenunciable de vuestra misión de laicos cristianos y, por tanto, de vuestro camino de santificación.

Además, he leído con interés la "Carta de valores" de los jóvenes de la UCID, y me complace el espíritu positivo y de confianza en la persona humana que la anima. Cada "creo" va acompañado de un "me comprometo", buscando así la coherencia entre una fuerte convicción y un consiguiente esfuerzo operativo. En particular, he apreciado el propósito de valorar a toda persona por lo que es y por lo que puede dar, según sus talentos, rechazando toda forma de explotación; así como la importancia reconocida a la familia y a la responsabilidad personal.

Se trata de valores que, por desgracia, también a causa de las actuales dificultades económicas, a menudo corren el riesgo de no ser puestos en práctica por los empresarios que carecen de una sólida inspiración moral. Por eso es indispensable la aportación de todos los que toman su inspiración moral de su formación cristiana, que, con mayor razón, jamás se ha de considerar ya plenamente adquirida, sino que debe alimentarse y renovarse siempre.

Queridos amigos, dentro de pocos días celebraremos la solemnidad de san José, patrono de los trabajadores. Seguramente siempre ha sido venerado por vuestra asociación a lo largo de su historia. Yo, que también llevo su nombre, me alegro hoy de poder presentároslo no sólo como protector e intercesor celestial de toda iniciativa benemérita, sino también como confidente de vuestra oración, de vuestro compromiso ordinario, en el que ciertamente se alternan satisfacciones y desilusiones, de vuestra diaria y —diría— tenaz búsqueda de la justicia de Dios en las cosas humanas.

Precisamente san José os ayudará a poner en práctica la exigente exhortación de Jesús: "Buscad primero el reino de Dios y su justicia" (
Mt 6,33). Que también os asista siempre la Virgen María, así como los grandes testigos de la caridad social, que han difundido con su enseñanza y su acción el evangelio de la caridad. Por último, que os acompañe la bendición apostólica, que de corazón os imparto a vosotros, aquí presentes, y de buen grado extiendo a todos los socios y a vuestros familiares.


A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO CON OCASIÓN DEL 40 ANIVERSARIO DEL DECRETO AD GENTES

Sábado 11 de marzo de 2006





Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado;
queridos hermanos y hermanas:

46 Os saludo con afecto a todos vosotros, que habéis participado en el congreso internacional organizado por la Congregación para la evangelización de los pueblos y la Pontificia Universidad Urbaniana, con ocasión del 40° aniversario del decreto conciliar Ad gentes. Saludo en primer lugar al cardenal Crescenzio Sepe, prefecto de la Congregación para la evangelización de los pueblos, y le agradezco las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Saludo a los obispos y a los sacerdotes presentes, y a todos los que han participado en esta iniciativa tan oportuna, porque responde a la exigencia de seguir profundizando las enseñanzas del Vaticano II, para mostrar la fuerza propulsora dada por dicho concilio a la vida y a la misión de la Iglesia.

En efecto, con la aprobación, el 7 de diciembre de 1965, del decreto Ad gentes, se dio un renovado impulso a la misión de la Iglesia. Se pusieron de relieve mejor los fundamentos teológicos del compromiso misionero; su valor y su actualidad ante las transformaciones del mundo y frente a los desafíos que la modernidad plantea al anuncio del Evangelio (cf. n.
AGD 1). La Iglesia ha adquirido una conciencia aún más clara de su innata vocación misionera, reconociendo en ella un elemento constitutivo de su misma naturaleza. En obediencia al mandato de Cristo, que envió a sus discípulos a anunciar el Evangelio a todas las gentes (cf. Mt 28,18-20), también en nuestra época la comunidad cristiana se siente enviada a los hombres y a las mujeres del tercer milenio, para darles a conocer la verdad del mensaje evangélico y abrirles de este modo el camino de la salvación. Y esto —como decía— no es algo facultativo, sino la vocación propia del pueblo de Dios, un deber que le incumbe por mandato del mismo Señor Jesucristo (cf. Evangelii nuntiandi EN 5). Más aún, el anuncio y el testimonio del Evangelio son el primer servicio que los cristianos pueden dar a cada persona y a todo el género humano, por estar llamados a comunicar a todos el amor de Dios, que se manifestó plenamente en el único Redentor del mundo, Jesucristo.

La publicación del decreto conciliar Ad gentes, sobre el que habéis reflexionado oportunamente, ha permitido poner mejor de relieve la raíz originaria de la misión de la Iglesia, es decir, la vida trinitaria de Dios, de quien proviene el movimiento de amor que, desde las Personas divinas, se difunde por la humanidad. Todo brota del corazón del Padre celestial, que tanto amó al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no muera, sino que tenga vida eterna (cf. Jn 3,16).
Con el misterio de la Encarnación, el Hijo unigénito fue constituido auténtico y supremo mediador entre el Padre y los hombres. En él, muerto y resucitado, la ternura providente del Padre alcanza a todo hombre de modos y por caminos que sólo él conoce. La tarea de la Iglesia consiste en comunicar incesantemente este amor divino, gracias a la acción vivificante del Espíritu Santo. En efecto, el Espíritu es quien transforma la vida de los creyentes, liberándolos de la esclavitud del pecado y de la muerte, y capacitándolos para testimoniar el amor misericordioso de Dios, que en su Hijo, quiere hacer de la humanidad, una única familia (cf. Deus caritas est ).

Desde sus orígenes, el pueblo cristiano percibió con claridad la importancia de comunicar, a través de una incesante acción misionera, la riqueza de este amor a todos los que todavía no conocían a Cristo. Más aún, durante estos últimos años se ha sentido la necesidad de reafirmar este compromiso, porque —como observó mi amado predecesor Juan Pablo II— en la época moderna la missio ad gentes parece sufrir a veces una fase de mayor lentitud debido a las dificultades del nuevo marco antropológico, cultural, social y religioso de la humanidad. Hoy la Iglesia está llamada a afrontar desafíos nuevos, y está dispuesta a dialogar con culturas y religiones diversas, tratando de construir con toda persona de buena voluntad la convivencia pacífica de los pueblos. Así, el campo de la missio ad gentes se ha ampliado notablemente, y no se puede definir sólo basándose en consideraciones geográficas o jurídicas; en efecto, los verdaderos destinatarios de la actividad misionera del pueblo de Dios no son sólo los pueblos no cristianos y las tierras lejanas, sino también los ámbitos socioculturales y, sobre todo, los corazones.

Se trata de un mandato cuya fiel realización exige paciencia y clarividencia, valentía y humildad, escucha de Dios y discernimiento vigilante de los "signos de los tiempos". El decreto conciliar Ad gentes muestra cómo la Iglesia es consciente de que, para que "lo que una vez se obró para todos en orden a la salvación alcance su efecto en todos a través de los tiempos" (AGD 3), es necesario recorrer el mismo camino de Cristo, camino que conduce hasta la muerte en la cruz. En efecto, la acción evangelizadora "debe avanzar por el mismo camino por el que avanzó Cristo: esto es, el camino de la pobreza, la obediencia, el servicio y la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la que surgió victorioso por su resurrección" (ib., AGD 5). Sí, la Iglesia está llamada a servir a la humanidad de nuestro tiempo, confiando únicamente en Jesús, dejándose iluminar por su Palabra e imitándolo en su entrega generosa a los hermanos. Ella es instrumento en sus manos, y por eso hace lo que puede, consciente de que es siempre el Señor quien realiza todo.

Queridos hermanos y hermanas, gracias por la reflexión que habéis desarrollado durante estos días, profundizando los contenidos y las modalidades de la actividad misionera en nuestra época, en particular, poniendo de relieve la tarea de la teología, que es también exposición sistemática de los diversos aspectos de la misión de la Iglesia. Con la aportación de todos los cristianos el anuncio del Evangelio resultará ciertamente cada vez más comprensible y eficaz.

Que María, Estrella de la evangelización, ayude y sostenga a los que en numerosas regiones del mundo trabajan en la vanguardia de la misión. A este propósito, ¿cómo no recordar a todos los que, también recientemente, han dado la vida por el Evangelio? Que su sacrificio obtenga una renovada primavera, rica en frutos apostólicos para la evangelización. Oremos por esto, encomendando al Señor a todos los que, de diversos modos, trabajan en la gran viña del Señor. Con estos sentimientos, os imparto a vosotros aquí presentes la bendición apostólica, extendiéndola de corazón a vuestros seres queridos y a las comunidades eclesiales a las que pertenecéis.


AL CONCLUIR LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES


EN LA CAPILLA REDEMPTORIS MATER

Sábado 11 de marzo de 2006



Señor cardenal;
queridos hermanos:

47 Al final de estos días de gracia, es obligado y hermoso por parte del Papa decir: ¡gracias! Gracias, ante todo, al Señor, que nos concedió este período de renovación física y espiritual. Gracias a usted, señor cardenal, que, siguiendo el itinerario de san Marcos, nos guió a lo largo del camino con Jesús hacia Jerusalén.

Al comienzo, usted nos hizo comprender inmediatamente el carácter profundamente eclesial de este "sacramentum exercitii". Nos hizo comprender que no se trataba de un retiro individual, privado. Con el "sacramentum exercitii", realizamos nuestra solidaridad con la Iglesia en el "exercitium" sacramental común, y así asumimos nuestra responsabilidad de pastores. No podemos llevar al mundo la buena nueva, que es Cristo mismo, si no estamos nosotros mismos en profunda unión con Cristo, si no lo conocemos en profundidad y de modo personal, si no vivimos de su Palabra.

Además del carácter eclesiástico y eclesial de estos ejercicios, usted mostró también su carácter cristológico. Nos hizo estar atentos al Maestro interior; nos ayudó a escuchar al Maestro que habla con nosotros y en nosotros; nos ayudó a responder, a hablar con el Señor, escuchando su palabra.
Nos guió por ese camino "catecumenal" que caracteriza el evangelio de san Marcos, en una peregrinación común junto con los discípulos hacia Jerusalén, y nos dio de nuevo la certeza de que en nuestra barca —a pesar de todas las tempestades de la historia— está Cristo. Nos enseñó de nuevo a ver en el rostro sufriente de Cristo, en su cabeza coronada de espinas, la gloria del Resucitado. Le estamos agradecidos por esto, señor cardenal, y con nueva fuerza y nueva alegría podemos peregrinar con Cristo y con los discípulos hacia la Pascua.

Durante todos estos días mi mirada se dirigió necesariamente a esta representación del anuncio a María. Lo que me fascinó fue ver que el arcángel Gabriel tiene en la mano un rollo, que pienso que es el símbolo de la Escritura, de la palabra de Dios. Y María está de rodillas dentro del rollo. María está en el rollo, es decir, vive en la palabra de Dios, con toda su existencia vive dentro de la Palabra. Está como impregnada de la Palabra. Así, todo su pensamiento, toda su voluntad y todas sus acciones están impregnados y formados por la Palabra. Al habitar ella misma en la Palabra, puede convertirse también en la "Morada" nueva de la Palabra en el mundo.

Señor cardenal, al final, silenciosamente, sólo con estas alusiones, nos guió por un camino mariano. Este camino mariano nos llama a insertarnos en la palabra de Dios, a poner nuestra vida dentro de la palabra de Dios, y a dejar que esta Palabra impregne nuestro ser, para que después podamos ser testigos de la Palabra viva, de Cristo mismo en nuestro tiempo.

Así, con nueva valentía, con nueva alegría nos encaminamos hacia la Pascua, hacia la celebración del misterio de Cristo, que es siempre más que una celebración o un rito: es presencia y verdad. Y pidamos al Señor que nos ayude a seguirlo, para ser así también guías y pastores de la grey que se nos ha encomendado.

Gracias, señor cardenal. Gracias, queridos hermanos.


A LOS PARTICIPANTES EN LA IV JORNADA EUROPEA


DE LOS UNIVERSITARIOS DURANTE UNA VIGILIA MARIANA

Sábado 11 de marzo de 2006



Queridos jóvenes universitarios:

Al final del rezo del santo rosario, con gran alegría os dirijo mi cordial saludo a todos vosotros, reunidos aquí, en el Vaticano, y simultáneamente en Madrid, Nairobi, Owerri, Abiyán, Dublín, Salamanca, Munich, Friburgo, San Petersburgo y Sofía, así como en Antananarivo y Bonn. Saludo y doy las gracias, además, a los venerados pastores que están con vosotros y guían vuestra oración en conexión con nosotros. Este es un hermoso signo de comunión de la Iglesia católica. También doy las gracias al coro y a la orquesta, así como a los varios organismos que han colaborado en este acontecimiento: el Centro televisivo vaticano, Radio Vaticano, Telespacio, los Ministerios de Asuntos exteriores y de la Universidad, la provincia y el ayuntamiento de Roma.

48 Esta vigilia mariana, tan apreciada por el Papa Juan Pablo II, construye puentes de fraternidad entre los jóvenes universitarios de Europa, y esta tarde los prolonga hacia el gran continente africano, para que crezca la comunión entre las nuevas generaciones y se difunda la civilización del amor. Por eso, a los amigos que están en conexión con nosotros desde África deseo enviarles un abrazo particularmente afectuoso, que quisiera extender a todas las queridas poblaciones africanas.

¡Queridos jóvenes universitarios reunidos en Madrid y Salamanca! Que la Virgen María os ayude a dar testimonio del amor de Dios entre vuestros amigos y compañeros.

Queridos amigos reunidos en Nairobi, Owerri y Dublín, que María, Sede de la Sabiduría, os enseñe a integrar siempre verdad y amor en vuestros estudios y en vuestra vida.

Queridos jóvenes en Munich y Bonn, recibid siempre el amor divino del Corazón de Cristo y manifestadlo con obras concretas de servicio a vuestros hermanos y hermanas. Para ello os acompañe y ayude la Virgen María.

Queridos estudiantes de Friburgo y Abiyán, bajo la guía materna de María seguid siempre a Jesús por el camino del amor, haciendo de vuestra vida un don generoso.

Queridos amigos de San Petersburgo, que la santa Madre de Dios acompañe vuestro itinerario de formación, para que podáis emprender la actividad profesional animados por el amor cristiano.
Queridos jóvenes de Sofía, Dios es amor: que esta verdad fundamental de la fe cristiana ilumine siempre vuestro estudio y toda vuestra vida.

Queridos amigos, a continuación entregaré mi encíclica Deus caritas est a algunos de vuestros representantes. De este modo pretendo entregarla simbólicamente a todos los universitarios de Europa y África, con el deseo de que la verdad fundamental de la fe cristiana —Dios es amor— ilumine el camino de cada uno de vosotros y se irradie a través de vuestro testimonio a vuestros compañeros de estudio. Esta verdad sobre el amor de Dios, origen, sentido y fin del universo y de la historia, fue revelada por Jesucristo con sus palabras y su vida, especialmente en su Pascua de muerte y resurrección. Ella es el fundamento de la sabiduría cristiana que, como levadura, es capaz de hacer fermentar toda cultura humana, para que manifieste lo mejor de sí y coopere en el crecimiento de un mundo más justo y pacífico.

Queridos universitarios, al entregaros la encíclica, os propongo también mi Mensaje para la XXI Jornada mundial de la juventud, que celebraremos el próximo domingo de Ramos. Dediqué este Mensaje a la importancia de la palabra de Dios, y por eso tomé su título del versículo del salmo 118, que dice: "Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero". Como preparación para la jornada de Ramos, os invito a la tradicional cita con todos los jóvenes, que tendrá lugar la tarde del jueves 6 de abril, en la plaza de San Pedro. Acogeremos la cruz peregrina proveniente de Colonia y recordaremos con corazón agradecido, un año después de su muerte, a mi gran predecesor Juan Pablo II.

María, Sede de la Sabiduría, os obtenga en esta Cuaresma una profunda renovación espiritual, para que podáis vivir y ofrecer siempre vuestro estudio para gloria de Dios. Con este fin, os aseguro que seguiré recordándoos en mis oraciones, a la vez que os bendigo de corazón a vosotros y a vuestros familiares.


A UNA DELEGACIÓN DEL COMITÉ JUDÍO AMERICANO

Jueves 16 de marzo de 2006



49 Distinguidos miembros del Comité judío americano:

De buen grado os doy la bienvenida al Vaticano, y confío en que este encuentro impulse ulteriormente vuestros esfuerzos por incrementar la amistad entre el pueblo judío y la Iglesia católica.

La reciente celebración del 40° aniversario de la declaración Nostra aetate del concilio Vaticano II ha acrecentado nuestro deseo común de conocernos mejor recíprocamente y desarrollar un diálogo caracterizado por el respeto mutuo y el amor. En efecto, los judíos y los cristianos tienen un rico patrimonio común. En cierto modo, esto hace que nuestra relación sea única entre las religiones del mundo. La Iglesia no puede olvidar nunca al pueblo elegido con el que Dios estableció una santa alianza (cf. Nostra aetate
NAE 4).

Judaísmo, cristianismo e islam creen en un solo Dios, creador del cielo y de la tierra. De aquí se sigue que las tres religiones monoteístas están llamadas a cooperar entre sí con vistas al bien común de la humanidad, sirviendo a la causa de la justicia y la paz en el mundo. Esto es especialmente importante hoy que se debe prestar una atención particular a la enseñanza del respeto a Dios, a las religiones y a sus símbolos, así como a los sitios sagrados y lugares de culto. Los líderes religiosos tienen la responsabilidad de trabajar por la reconciliación con un diálogo genuino y gestos de solidaridad humana.

Queridos amigos, pido a Dios que esta visita os confirme en vuestro esfuerzo por construir puentes de comprensión por encima de todas las barreras. Sobre todos vosotros invoco los dones divinos de fortaleza y consuelo.


A LA ASAMBLEA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Viernes 17 de marzo de 2006


Eminencias;
excelencias;
queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Me alegra daros la bienvenida al Vaticano hoy, con ocasión de la asamblea plenaria anual del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales. Ante todo, deseo agradecer al arzobispo Foley, presidente del Consejo, sus amables palabras de introducción; os doy las gracias también a todos vosotros por vuestro compromiso en este importante apostolado de las comunicaciones sociales, como forma directa de evangelización y como contribución a la promoción de todo lo que es bueno y verdadero para toda sociedad humana.

En mi primer Mensaje para la Jornada mundial de las comunicaciones sociales reflexioné sobre los medios de comunicación social como red que facilita la comunicación, la comunión y la cooperación. Recordé que el decreto Inter mirifica del concilio Vaticano II reconocía ya el enorme poder de los medios de comunicación social para informar la mente de las personas y plasmar su pensamiento. Cuarenta años después somos más conscientes que nunca de la necesidad urgente de aprovechar este poder en beneficio de toda la humanidad.

50 San Pablo nos recuerda que por Cristo ya no somos extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, hasta formar un templo santo, una morada de Dios (cf. Ep 2,19-22). Esta sublime imagen de una vida de comunión implica todos los aspectos de nuestra vida como cristianos, y a vosotros, de modo particular, os indica el desafío de impulsar las comunicaciones sociales y la industria del espectáculo a ser protagonistas de la verdad y promotores de la paz que deriva de la vida vivida de acuerdo con esa verdad liberadora. Como sabéis bien, dicho compromiso exige una valentía y una determinación basadas en firmes principios por parte de quienes poseen y trabajan en la influyente industria de los medios de comunicación social, para garantizar que la promoción del bien común no se sacrifique nunca a la búsqueda egoísta del lucro o a un programa ideológico con poca responsabilidad pública. Confío en que el estudio de la carta apostólica El rápido desarrollo, de mi amado predecesor, os sirva de gran ayuda para reflexionar sobre estas cuestiones.

En mi Mensaje de este año también presté particular atención a la urgente necesidad de sostener y apoyar el matrimonio y la vida familiar, fundamento de toda cultura y sociedad.
Las comunicaciones sociales y la industria del espectáculo pueden ayudar a los padres en su difícil pero gratificante vocación de educar a los hijos, presentándoles modelos edificantes de vida y de amor humano.

¡Qué desalentador y destructivo es para todos nosotros cuando ocurre lo contrario! ¿No se aflige nuestro corazón muy especialmente cuando nuestros jóvenes se ven sometidos a expresiones degradantes o falsas de amor que ridiculizan la dignidad de la persona humana, otorgada por Dios, y minan los intereses familiares?

Al concluir, os exhorto a renovar vuestros esfuerzos para ayudar a los que trabajan en el mundo de los medios de comunicación social a promover lo que es bueno y verdadero, especialmente con respecto al sentido de la existencia humana y social, y a denunciar lo que es falso, especialmente las tendencias perniciosas que erosionan el entramado de una sociedad civil digna de la persona humana.

Nos deben animar las palabras de san Pablo: Cristo es nuestra paz: en él somos uno (cf. Ep 2,14).

Trabajemos juntos para construir la comunión de amor acorde con los designios del Creador, conocidos gracias a su Hijo.

A todos vosotros, a vuestros compañeros y a los miembros de vuestras familias, imparto cordialmente mi bendición apostólica.



Discursos 2006 42