Discursos 2006 50

A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE CAMERÚN EN VISITA "AD LIMINA"

Sábado 18 de marzo de 2006

Señor cardenal;
queridos hermanos en el episcopado:

51 Me alegra daros una cordial bienvenida, mientras realizáis vuestra peregrinación a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, saludando especialmente a los que este año realizan su primera visita ad limina. Habéis venido a reuniros con el Sucesor de Pedro para confirmar los vínculos de comunión que os unen a él. Durante nuestros encuentros he estado atento a vuestras alegrías y preocupaciones de pastores de la Iglesia en Camerún. Os aseguro mi oración por vuestro ministerio episcopal y por vuestras comunidades diocesanas. Ojalá que vuestra estancia fortalezca vuestro dinamismo misionero y acreciente entre vosotros la unidad en la caridad, para guiar con justicia y seguridad a los fieles encomendados a vuestra solicitud pastoral.

Agradezco al presidente de vuestra Conferencia episcopal, monseñor Simon-Victor Tonyé Bakot, arzobispo de Yaundé, sus cordiales palabras y su presentación de los desafíos que afronta hoy la Iglesia en Camerún. Al volver a vuestra patria, llevad a todos los fieles de vuestras diócesis el saludo afectuoso del Papa, que los invita a dejarse renovar interiormente por Cristo para dar un testimonio de fraternidad y comunión que interpele cada vez más a la sociedad actual.

La vida de la Iglesia en Camerún quedó marcada el año pasado por la celebración del décimo aniversario de la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Africa, firmada en Yaundé en septiembre de 1995 por el Papa Juan Pablo II. Ese momento de gracia, vivido en la fe y en la esperanza, reveló una real solidaridad pastoral orgánica en todo el continente africano, que se manifestó sobre todo en los trabajos fecundos y estimulantes de la Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos. Ojalá que las intuiciones eclesiológicas y espirituales contenidas en ese texto, verdaderos antídotos contra el desaliento y la resignación, susciten en vuestras comunidades, así como en el seno de la Conferencia episcopal, un impulso nuevo para cumplir la misión salvífica que la Iglesia recibió de Cristo. Se trata de hacer que el Evangelio penetre en lo más profundo de las culturas y las tradiciones de vuestro pueblo, caracterizadas por la riqueza de sus valores humanos, espirituales y morales, sin dejar de purificar estas culturas, mediante una conversión necesaria, de lo que en ellas se opone a la plenitud de verdad y de vida que se manifiesta en Cristo Jesús. Esto también requiere anunciar y vivir la buena nueva, entablando sin temor un diálogo crítico con las culturas nuevas vinculadas a la aparición de la globalización, para que la Iglesia les lleve un mensaje cada vez más pertinente y creíble, permaneciendo fiel al mandato que recibió de su Señor (cf.
Mt 28,19).

Vuestras relaciones quinquenales señalan el contexto económico y social desfavorable, que incrementa el número de personas en situación de gran precariedad, debilitando el vínculo social y causando la pérdida de cierto número de valores tradicionales, como la familia, la comunión, la atención a los niños y a los jóvenes, el sentido de gratuidad, el respeto a los ancianos. La ofensiva de las sectas, que se aprovechan de la credulidad de los fieles para alejarlos de Cristo y de la Iglesia, las diferentes prácticas de religiosidad popular que florecen en las comunidades y que conviene purificar sin cesar, así como la devastación del sida, son otros tantos desafíos actuales a los que estáis llamados a dar respuestas teológicas y pastorales precisas, para evangelizar a fondo el corazón de los hombres y despertar su conciencia. Desde esta perspectiva, conviene ayudar a todos los miembros de la Iglesia sin excepción a cultivar una intimidad cada vez mayor con Cristo, alimentada con la palabra de Dios, con una intensa vida de oración y una vida sacramental regular. Guiadlos por los caminos de una fe más madura y más sólida, capaz de transformar a fondo los corazones y las conciencias, para que se entablen relaciones cada vez más fraternas y solidarias entre todos.

Con la palabra y el testimonio de vida debéis exhortar a los hombres a descubrir a Cristo mediante la fuerza del Espíritu y confirmarlos en la fe viva. Deseo que la riqueza de vuestras predicaciones, vuestra preocupación por promover una catequesis estructurada y garantizar una formación inicial y permanente exigente para los catequistas, y vuestro apoyo a la investigación teológica, así como la solicitud por vuestro ministerio de santificación, susciten un nuevo impulso de santidad en las comunidades. Así, los cristianos podrán ocupar su lugar y actuar con competencia en los campos de la vida social, la política y la economía, proponiendo a sus compatriotas una visión del hombre y de la sociedad conforme a los valores humanos fundamentales y a las enseñanzas de la doctrina social de la Iglesia.

La Iglesia está llamada a transformarse cada vez más en casa y escuela de comunión. Desde esta perspectiva, el trabajo realizado juntos con espíritu de caridad en vuestra Conferencia episcopal, compuesta por obispos de lengua francesa e inglesa, ya es en sí mismo un signo elocuente de la unidad que vivís, y sirve para llevar a cabo la evangelización de vuestro pueblo, marcado por diferencias étnicas. Os animo a continuar en esta dirección, mostrando con vuestras palabras y escritos cómo la Iglesia católica se preocupa por la promoción del bienestar y la dignidad de todos los cameruneses, sin excepción, y por la realización de sus profundas aspiraciones a la unidad, la paz, la justicia y la fraternidad.

Me alegra constatar el número creciente de sacerdotes y seminaristas que hay en vuestro país, y doy gracias también por el trabajo paciente de los misioneros que los han precedido, entregándose con generosidad y espíritu apostólico para edificar comunidades capaces de suscitar en su seno vocaciones sacerdotales. La búsqueda de la unidad al servicio de la misión os invita a estar atentos a los vínculos de comunión fraterna con vuestros sacerdotes. Aliento también a vuestros sacerdotes a dejarse renovar por la caridad pastoral que debe guiarlos a ellos que, por la ordenación, están configurados con Cristo, Cabeza y Pastor. Que cada uno medite sobre la entrega total que ha hecho de sí mismo a Dios y a la Iglesia, a imagen de la entrega de Cristo, y sobre las exigencias de la caridad pastoral, especialmente sobre la necesidad de una vida casta vivida en el celibato, en conformidad con la ley de la Iglesia, sobre un ejercicio justo de la autoridad y sobre una relación sana con los bienes materiales. A vosotros os corresponde sostenerlos en su vida sacerdotal, con vuestra cercanía y vuestro ejemplo, recordando que "si el oficio episcopal no se apoya en el testimonio de santidad manifestado en la caridad pastoral, en la humildad y en la sencillez de vida, acaba por reducirse a un papel casi exclusivamente funcional y pierde fatalmente credibilidad ante el clero y los fieles" (Pastores gregis ). No son principalmente nuestras acciones pastorales, sino la entrega de nosotros mismos y nuestro testimonio de vida lo que revela el amor de Cristo a su grey.

En vuestras relaciones quinquenales destacáis los mayores desafíos que afronta la familia. Sufre directamente los efectos devastadores de una sociedad que propone modos de actuar que frecuentemente la debilitan. Por eso, es preciso promover una pastoral familiar que ofrezca a los jóvenes una educación afectiva y moral exigente, preparándolos para comprometerse a vivir el amor conyugal de manera responsable, condición tan importante para la estabilidad de las familias y de toda la sociedad. Ojalá que mediante una formación inicial y permanente ayudéis a las familias cristianas a percibir la grandeza y la importancia de su vocación, exhortándolas sin cesar a renovar su comunión a través de la fidelidad diaria a la promesa de la entrega mutua total, única y exclusiva, que implica el matrimonio.

La Iglesia en Camerún se esfuerza constantemente por manifestar de manera específica y eficaz la caridad de Cristo hacia todos en los campos del desarrollo, la promoción humana, la justicia, la paz y la sanidad, mostrando la íntima relación que existe entre evangelización y acción social. Aprecio las iniciativas promovidas en este sentido y felicito a los cristianos comprometidos en ellas, en especial en el ámbito de la pastoral de la salud, puesta recientemente de relieve con ocasión de la Jornada mundial del enfermo, que se celebró el año pasado en Yaundé. Ese acontecimiento habrá contribuido seguramente a hacer cada vez más patente en la opinión pública el compromiso pastoral y la misión de la Iglesia entre los enfermos y en la educación para la salud básica, a fin de suscitar una colaboración fecunda con los interlocutores que trabajan en el sector de la sanidad.

Queridos hermanos en el episcopado, al final de nuestro encuentro deseo animaros a proseguir la obra de evangelización en vuestro país. También os invito a continuar consolidando, con espíritu de diálogo sincero y paciente, vivido en la verdad y en la caridad, relaciones fraternas con las demás confesiones cristianas y con los creyentes de otras religiones, para manifestar el amor de Cristo Salvador, que suscita en los hombres el deseo de vivir en paz y formar un pueblo de hermanos. La Iglesia en Camerún, en esa región de África central tan ensangrentada por las guerras, ha de ser un signo cada vez más tangible de esta paz por edificar, una paz que supera el repliegue en la propia identidad o etnia, que rechaza la tentación de la venganza o del resentimiento, y que establece relaciones nuevas entre los hombres, fundadas en la justicia y en la caridad.

Os encomiendo a todos a la intercesión de la Virgen María, Estrella de la evangelización, y os imparto de buen grado a vosotros, así como a los sacerdotes, los diáconos, los religiosos, las religiosas y todos los fieles laicos de vuestras diócesis, una particular bendición apostólica.



A LOS REPRESENTANTES DE LA SANTA SEDE ANTE LOS ORGANISMOS INTERNACIONALES

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Sábado 18 de marzo de 2006



Señor cardenal
y queridos representantes de la Santa Sede ante los organismos internacionales:

Os acojo con afecto a todos en este encuentro, en el que tengo la alegría de ponerme en contacto por primera vez con vosotros, que habéis venido a Roma para reflexionar juntos sobre algunas cuestiones importantes del momento actual. Os dirijo a todos mi cordial saludo y, además, agradezco sinceramente al señor cardenal secretario de Estado las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre.

La creciente participación de la Santa Sede en las actividades internacionales constituye un valioso estímulo para que siga dando voz a la conciencia de todos los que componen la comunidad internacional. Se trata de un servicio delicado y arduo que, apoyándose en la fuerza aparentemente inerme, pero en definitiva decisiva de la verdad, quiere colaborar en la construcción de una sociedad internacional más atenta a la dignidad y a las verdaderas exigencias de la persona humana.
Desde esta perspectiva, la presencia de la Santa Sede ante los organismos internacionales intergubernativos representa una contribución fundamental al respeto de los derechos humanos y del bien común y, por tanto, de la libertad auténtica y de la justicia. Se trata de un compromiso específico e insustituible, que puede llegar a ser aún más eficaz si se unen las fuerzas de todos los que colaboran con dedicación fiel en la misión de la Iglesia en el mundo.

Las relaciones entre los Estados y en los Estados son justas en la medida en que respetan la verdad. En cambio, cuando la verdad es despreciada, se amenaza la paz, se pone en peligro el derecho y, como consecuencia lógica, se desencadenan las injusticias. Son fronteras que dividen a los países de manera mucho más profunda de lo que lo hacen los confines trazados en los mapas y, a menudo, no son sólo fronteras externas, sino también internas de los Estados. Estas injusticias presentan también muchos aspectos; por ejemplo, el aspecto del desinterés o desorden, que llega a dañar la estructura de la célula originaria de la sociedad, que es la familia; o el aspecto de la prepotencia o arrogancia, que puede llegar hasta la arbitrariedad, silenciando al que no tiene voz o no tiene la fuerza para hacerla oír, como sucede en el caso de la injusticia que hoy, quizá, es la más grave, o sea, la que suprime la vida humana naciente.

"Ha escogido Dios lo débil del mundo para confundir a lo fuerte" (1Co 1,27). Que este criterio de la acción divina, siempre actual, os impulse a no sorprenderos, y mucho menos a desanimaros, ante las dificultades y las incomprensiones. En efecto, sabéis que, a través de ellas, participáis con autoridad en la responsabilidad profética de la Iglesia, que quiere seguir elevando su voz en defensa del hombre, aun cuando la política de los Estados o la mayor parte de la opinión pública vayan en dirección contraria. En efecto, la verdad tiene fuerza en sí misma y no en el número de consensos que recibe.

Tened la seguridad de que acompaño vuestra misión, ardua e importante, con cordial atención y sincera gratitud, asegurándoos también mi recuerdo en la oración, a la vez que de buen grado os imparto a todos mi bendición apostólica.


A LOS MIEMBROS DEL SÍNODO PATRIARCAL ARMENIO

Lunes 20 de marzo de 2006



Beatitud;
53 venerados hermanos en el episcopado;
queridos hermanos y hermanas:

Con alegría os saludo y os doy mi cordial bienvenida. Habéis venido a Roma desde diversas partes del mundo, con la certeza de pertenecer a una Iglesia antigua y noble, que con sus tesoros espirituales contribuye a enriquecer la belleza de la Esposa de Cristo.

Gracias, Beatitud, por las fervientes palabras de comunión que me ha dirigido también en nombre del Sínodo de los obispos de la Iglesia armenio-católica y de todos los presentes. Usted ha querido recordar los numerosos signos de benevolencia y solicitud que mis predecesores han manifestado a vuestra antigua y venerable Iglesia. Al mismo tiempo, es preciso reconocer la profunda adhesión, a veces hasta el martirio, que vuestra comunidad ha mostrado siempre a la Sede de Pedro, a través de una relación recíproca y fecunda de fe y afecto. También por esto deseo manifestar mi profunda gratitud.

Ciertamente, la Iglesia armenia, que forma parte del patriarcado de Cilicia, participa plenamente en las vicisitudes históricas vividas por el pueblo armenio a lo largo de los siglos, y de modo especial en los sufrimientos que padeció en nombre de la fe cristiana durante los años de la terrible persecución que pasó a la historia con la expresión tristemente significativa de metz yeghèrn, el gran mal.

A este propósito, ¿cómo no recordar las numerosas invitaciones dirigidas por León XIII a los católicos para que ayudaran a las poblaciones armenias en su indigencia y sus sufrimientos? Y, como usted ha subrayado oportunamente, tampoco se pueden olvidar las decididas intervenciones del Papa Benedicto XV cuando, con profunda emoción, deploraba: "Miserrima Armeniorum gens prope ad interitum adducitur" (AAS 7 [1915] 510).

Los armenios, que siempre se han esforzado por integrarse con su laboriosidad y su dignidad en las sociedades en las que han vivido, siguen testimoniando también hoy su fidelidad al Evangelio. En realidad, la comunidad armenio-católica está esparcida en muchos países, incluso fuera del territorio patriarcal. Teniendo en cuenta esto, la Sede apostólica ha constituido donde ha sido necesario eparquías u ordinariatos para su atención pastoral. En Oriente Próximo, en Cilicia y, sucesivamente, en Líbano, la Providencia ha colocado el patriarcado de los armenio-católicos: todos los fieles armenio-católicos lo consideran un punto firme de referencia espiritual para su secular tradición cultural y litúrgica.

Además, constatamos que diversas Iglesias que reconocen como padre fundador común a san Gregorio el Iluminador están divididas entre sí, aunque durante los últimos años han reanudado un diálogo cordial y fructuoso, con el fin de redescubrir sus raíces comunes. Aliento esta renovada fraternidad y colaboración, deseando que de ella broten nuevas iniciativas con vistas a un camino común hacia la unidad plena. Y aunque los acontecimientos históricos han provocado la fragmentación de la Iglesia armenia, la divina Providencia hará que un día vuelva a estar unida, con una jerarquía propia, en fraterna sintonía interna y en plena comunión con el Obispo de Roma.

Un signo consolador de esta unidad deseada fue la celebración del XVII centenario de la fundación de la Iglesia armenia, con la participación de mi amado predecesor Juan Pablo II. El amor del Señor a la Iglesia peregrina en el tiempo ofrecerá a los cristianos —es nuestra confianza y esperanza—, los medios necesarios para realizar su ardiente deseo: "ut unum sint". Todos queremos ser instrumentos a disposición de Cristo; él, que es el camino, la verdad y la vida, nos conceda perseverar con toda nuestra fuerza, para que haya cuanto antes un solo rebaño bajo un solo Pastor.

Queridos hermanos y hermanas, con estos sentimientos invoco sobre vosotros, sobre vuestras comunidades y sobre el pueblo armenio la intercesión celestial de María santísima que, como solía decir san Nerses Shnorali, es "lugar ilimitado del Verbo, tierra sellada por todas partes, en la que habitó la Luz, aurora del Sol de justicia". Que os sostenga, además, la protección de san Gregorio el Iluminador y de los santos y mártires que a lo largo de los siglos han dado testimonio del Evangelio.

Por último, que os acompañe la bendición que de corazón os imparto a vosotros y a vuestro pueblo, como signo del constante afecto del Sucesor de Pedro por todos los armenios.

VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA

DE DIOS, PADRE MISERICORDIOSO

DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI

DURANTE SU VISITA A LA PARROQUIA


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Salón parroquial

IV Domingo de Cuaresma, 26 de marzo de 2006



Querido párroco;
queridos amigos:

Veo que sois realmente una parroquia viva donde todos colaboran, donde cada uno lleva la carga del otro —como dice san Pablo—, y así hacéis crecer el edificio vivo del Señor, que es la Iglesia.

La Iglesia no está hecha de piedras materiales, sino de piedras vivas, de personas bautizadas que sienten la responsabilidad de la fe con respecto a los otros, la alegría de estar bautizados y conocer a Dios en el rostro de Jesús. Por eso, vosotros os esforzáis por lograr que crezca realmente esta parroquia.

Nos encaminamos hacia la Pascua y se pueden destacar dos aspectos de la vida cristiana: una parte constituye una escalada, una ascensión, que puede ser incluso un poco difícil; la otra parte está siempre en la luz de Dios, en la luz de nuestro Señor.

Sólo quiero daros las gracias por vuestro compromiso. Ver en una parroquia a tantas personas activas que visitan a los enfermos, que ayudan a los que atraviesan dificultades, que colaboran con el párroco, que contribuyen a una buena celebración de la liturgia, es una alegría para el Obispo de Roma, que soy yo, aunque la actividad concreta la realiza el cardenal vicario.

Con todo, siento esta responsabilidad y realmente me alegra ver que Roma, la "antigua Roma" es una "joven Roma" y vive realmente en parroquias vivas. Es preciso cultivar la fe, porque fuera de Italia con frecuencia se piensa que en Roma sólo hay ceremonias y burocracia eclesiástica, pero que no hay una gran vida eclesial, la cual, en cambio, es visible precisamente también en los barrios de la periferia de Roma.

Roma es joven; la Iglesia es siempre joven de nuevo. Me alegra ver esta participación y quiero daros las gracias y animaros a continuar, bajo la guía de vuestro párroco.
Y ya desde ahora, os deseo una feliz Pascua a todos.


A LOS NUEVOS CARDENALES,


ACOMPAÑADOS DE SUS FAMILIARES Y AMIGOS


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Lunes 27 de marzo de 2006



Señores cardenales;
queridos hermanos en el episcopado y en el presbiterado;
queridos amigos:

Después de la solemne celebración del consistorio, que nos ofreció la posibilidad de vivir momentos de oración y de intensa fraternidad, me alegra reunirme con vosotros también hoy. Con corazón agradecido al Señor por este feliz acontecimiento, le pedimos que sostenga a los nuevos cardenales y los proteja en la realización de los diversos ministerios que desempeñan en la Iglesia. A Jesús, buen Pastor, en particular, le pedimos que siga acompañándolos con su gracia. A todos vosotros aquí presentes, familiares y fieles que habéis venido para compartir con los nuevos cardenales estos días de fiesta, os dirijo mi más cordial saludo.

Os saludo ante todo a vosotros, venerados cardenales italianos. Lo saludo a usted, señor cardenal Agostino Vallini, prefecto del Tribunal supremo de la Signatura apostólica; lo saludo a usted, señor cardenal Carlo Caffarra, arzobispo de Bolonia; lo saludo a usted, señor cardenal Andrea Cordero Lanza di Montezemolo, arcipreste de la basílica de San Pablo extramuros. Venerados hermanos, os encontráis hoy rodeados por numerosas personas queridas, cuya presencia, además de ser signo de amistad y afecto, es también una manifestación visible de la fecunda comunión de bien que anima a la Iglesia. Que el Señor haga de cada uno de vosotros un testigo cada vez más generoso de su amor.

Saludo cordialmente al nuevo cardenal Albert Vanhoye, así como a sus hermanos jesuitas, a sus familiares y a todos los peregrinos de lengua francesa que han venido con ocasión del consistorio, en el que también he creado cardenal a monseñor Jean-Pierre Ricard, arzobispo de Burdeos y apreciado presidente de la Conferencia episcopal de Francia. Doy gracias por el fecundo trabajo exegético del cardenal Vanhoye, que se ha dedicado a estudiar la palabra de Dios y a transmitir con paciencia su saber a numerosas generaciones de jóvenes, dándoles así los medios para vivir del Evangelio y ser sus testigos. Ojalá que todos dediquéis regularmente tiempo a alimentaros de la Escritura.

Dirijo un cordial saludo a los nuevos cardenales de lengua inglesa recién creados: al cardenal William Levada, prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe; al cardenal Gaudencio Rosales, arzobispo de Manila, Filipinas; al cardenal Nicholas Cheong Jinsuk, arzobispo de Seúl, Corea; al cardenal Sean O'Malley, o.f.m. cap., arzobispo de Boston, Estados Unidos; al cardenal Joseph Zen Ze-kiun, s.d.b., obispo de Hong Kong, China; y al cardenal Peter Dery, arzobispo emérito de Tamale, Ghana. Venerables y queridos hermanos, a la vez que os renuevo mi saludo fraterno y os ofrezco mis fervientes oraciones por la misión que se os ha confiado al servicio de la Iglesia universal, os encomiendo una vez más a la protección de María, Madre de la Iglesia.

También deseo saludar a los familiares y amigos de los cardenales recién creados, así como a los fieles laicos que los han acompañado a Roma para las solemnes celebraciones del viernes y el sábado pasados. Espero que durante vuestra estancia aquí, en la ciudad eterna, profundicéis vuestro amor a la Iglesia y fortalezcáis vuestra fe en Jesucristo, nuestro Salvador y Señor. Os animo a seguir orando por nuestros cardenales y a sostenerlos con amor y afecto. Dios os bendiga a todos.

Saludo a los nuevos cardenales de lengua española y a todos los fieles de Latinoamérica y de España que les acompañan. Saludo en particular a sus familiares, hermanos obispos, sacerdotes, religiosos y seminaristas, especialmente a los del seminario de Toledo.

Venezuela exulta por su cardenal Jorge Liberato Urosa Savino, arzobispo de Caracas, acompañado también por su anciana madre. Tanto en Valencia como ahora en la capital, él ha llevado a cabo muchas iniciativas pastorales para bien de su querida nación.

56 España se honra con el cardenal Antonio Cañizares Llovera, arzobispo de Toledo, que anteriormente ha desarrollado un fructuoso ministerio en Ávila y Granada, dando pruebas de su constante entrega a las respectivas comunidades eclesiales.

Vuestros pueblos se distinguen por la fidelidad al Sucesor de Pedro y por la devoción a la Virgen María. Que ella sea siempre la Estrella que guíe a vuestras Iglesias particulares en la tarea evangelizadora.

Saludo al querido cardenal Stanislaw Dziwisz, a su familia, amigos y huéspedes. Juntamente con vosotros expreso al nuevo cardenal mi gratitud por todos los años que pasó junto a Juan Pablo II y por todo el bien que ese servicio ha reportado a la Iglesia universal. Ruego para que su futuro ministerio sea igualmente fructuoso. Os bendigo de corazón a todos los presentes.

Doy una cordial bienvenida al cardenal Franc Rodé, a sus compatriotas y amigos, especialmente a los fieles de la archidiócesis de Liubliana, de la que, hasta hace poco tiempo, era pastor. Me complace constatar que también la Iglesia en Eslovenia da su contribución a la misión de la Sede apostólica en la persona del nuevo cardenal. Su cargo de prefecto de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica es de gran importancia. Seguid acompañándolo en su servicio con la oración, para que la Iglesia avance cada vez más por el camino de la santidad.

Queridos hermanos, gracias una vez más por vuestra visita. A la vez que os renuevo a vosotros, señores cardenales, mi saludo fraterno, deseo aseguraros que seguiré acompañándoos con la oración. Por mi parte, sé que puedo contar siempre con vuestra colaboración, que siento que necesito. Los encuentros de todo el Colegio cardenalicio con el Sucesor de Pedro, como sucedió también el jueves pasado, seguirán siendo ocasiones privilegiadas para esforzarnos juntos por servir mejor a la Iglesia, que Cristo ha encomendado a nuestra solicitud.

Que la Virgen María, Madre de la Iglesia, y san Pedro y san Pablo velen sobre cada uno de vosotros y sobre vuestro trabajo diario. Con estos sentimientos, os imparto de corazón la bendición apostólica, que de buen grado extiendo a todos los que os rodean con tanta alegría y afecto.


A LOS PARTICIPANTES EN UNAS JORNADAS DE ESTUDIO

SOBRE EUROPA ORGANIZADAS POR EL PARTIDO POPULAR EUROPEO

Jueves 30 de marzo de 2006

Honorables parlamentarios;
distinguidos señores y señoras:

Me complace recibiros con ocasión de las jornadas de estudio sobre Europa, organizadas por vuestro grupo parlamentario. Los Romanos Pontífices han prestado siempre una atención particular a este continente, como lo demuestra esta audiencia, que se inserta en la larga serie de encuentros mantenidos entre mis predecesores y los movimientos políticos de inspiración cristiana. Agradezco al honorable señor Pöttering las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre, y lo saludo cordialmente a él y a todos vosotros.

En la actualidad, Europa debe afrontar cuestiones complejas, de gran importancia, como el crecimiento y el desarrollo de la integración europea, la definición cada vez más precisa de una política de vecindad dentro de la Unión, y el debate sobre su modelo social. Para alcanzar estos objetivos, será importante inspirarse, con fidelidad creativa, en la herencia cristiana que ha contribuido en gran medida a forjar la identidad de este continente. Valorando sus raíces cristianas, Europa podrá dar una dirección segura a las opciones de sus ciudadanos y de sus pueblos, fortalecerá su conciencia de pertenecer a una civilización común y alimentará el compromiso de todos de afrontar los desafíos del presente con vistas a un futuro mejor.

57 Por tanto, me complace que vuestro grupo reconozca la herencia cristiana de Europa, que ofrece valiosas directrices éticas en la búsqueda de un modelo social que responda adecuadamente a las exigencias de una economía ya globalizada y a los cambios demográficos, garantizando crecimiento y empleo, protección de la familia, igualdad de oportunidades en la educación de los jóvenes y solicitud por los pobres.

Además, vuestro apoyo a la herencia cristiana puede contribuir significativamente a vencer la cultura, tan difundida en Europa, que relega a la esfera privada y subjetiva la manifestación de las propias convicciones religiosas. Las políticas elaboradas partiendo de esta base no sólo implican el rechazo del papel público del cristianismo; más generalmente, excluyen el compromiso con la tradición religiosa de Europa, que es muy clara, a pesar de las diversas confesiones, amenazando así a la democracia misma, cuya fuerza depende de los valores que promueve (cf. Evangelium vitae
EV 70).

Dado que esta tradición, precisamente en lo que puede llamarse su unidad polifónica, transmite valores que son fundamentales para el bien de la sociedad, la Unión europea no puede por menos de enriquecerse al comprometerse con ella. Sería un signo de inmadurez, o incluso de debilidad, optar por oponerse a ella o ignorarla, en vez de dialogar con ella. En este contexto, es preciso reconocer que cierta intransigencia secular es enemiga de la tolerancia y de una sana visión secular del Estado y de la sociedad.

Por tanto, me complace que el tratado constitucional de la Unión europea prevea una relación estructurada y continua con las comunidades religiosas, reconociendo su identidad y su contribución específica. Sobre todo, espero que la realización eficaz y correcta de esta relación empiece ahora, con la cooperación de todos los movimientos políticos, independientemente de las orientaciones de cada partido. No hay que olvidar que, cuando las Iglesias o las comunidades eclesiales intervienen en el debate público, expresando reservas o recordando ciertos principios, eso no constituye una forma de intolerancia o una interferencia, puesto que esas intervenciones sólo están destinadas a iluminar las conciencias, permitiéndoles actuar libre y responsablemente de acuerdo con las verdaderas exigencias de justicia, aunque esto pueda estar en conflicto con situaciones de poder e intereses personales.

Por lo que atañe a la Iglesia católica, lo que pretende principalmente con sus intervenciones en el ámbito público es la defensa y promoción de la dignidad de la persona; por eso, presta conscientemente una atención particular a principios que no son negociables. Entre estos, hoy pueden destacarse los siguientes:

— protección de la vida en todas sus etapas, desde el momento de la concepción hasta la muerte natural;
— reconocimiento y promoción de la estructura natural de la familia, como unión entre un hombre y una mujer basada en el matrimonio, y su defensa contra los intentos de equipararla jurídicamente a formas radicalmente diferentes de unión que, en realidad, la dañan y contribuyen a su desestabilización, oscureciendo su carácter particular y su irreemplazable papel social;
— protección del derecho de los padres a educar a sus hijos.

Estos principios no son verdades de fe, aunque reciban de la fe una nueva luz y confirmación. Están inscritos en la misma naturaleza humana y, por tanto, son comunes a toda la humanidad. La acción de la Iglesia en su promoción no es, pues, de carácter confesional, sino que se dirige a todas las personas, prescindiendo de su afiliación religiosa. Al contrario, esta acción es tanto más necesaria cuanto más se niegan o tergiversan estos principios, porque eso constituye una ofensa contra la verdad de la persona humana, una grave herida causada a la justicia misma.

Queridos amigos, a la vez que os exhorto a ser testigos creíbles y consecuentes de estas verdades fundamentales a través de vuestra actividad política y, más fundamentalmente, a través de vuestro compromiso de llevar una vida auténtica y coherente, invoco sobre vosotros y sobre vuestra actividad la asistencia continua de Dios, en prenda de la cual os imparto cordialmente mi bendición a vosotros y a los que os acompañan.


AL FINAL DE LA PROYECCIÓN DE LA PELÍCULA


"KAROL, UN PAPA QUE SIGUIÓ SIENDO HOMBRE"

Sala Pablo VI

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