Discursos 2006 58

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Jueves 30 de marzo de 2006



Señores cardenales;
queridos hermanos en el episcopado y en el presbiterado;
ilustres señores y señoras:

Mientras permanecen grabadas en la mente y en el corazón las imágenes de esta interesante representación del pontificado de Juan Pablo II, dirijo mi saludo cordial a quienes han contribuido a la realización de esta película, cuyo título significativo es "Karol, un Papa que siguió siendo hombre". Esta tarde hemos revivido las emociones que experimentamos en mayo del año pasado, cuando, poco después de la muerte del amado Pontífice, asistimos, en esta misma sala, a la proyección de la primera parte del filme. Manifiesto mi gratitud al director y escenógrafo, Giacomo Battiato, y a sus colaboradores, que con gran maestría nos han propuesto de nuevo los momentos centrales del ministerio apostólico de mi venerado predecesor; doy gracias de corazón al actor Piotr Adamczyk, que como protagonista lo personificó con realismo, así como a los demás intérpretes; deseo expresar mi sincero aprecio al productor Pietro Valsecchi y a los dirigentes, aquí presentes, de las casas productoras Taodue y Mediaset.

Con esta segunda parte de la película se concluye el relato de la vida terrena del amado Pontífice. Hemos vuelto a escuchar la exhortación inicial de su pontificado, que resonó tantas veces a lo largo de los años: "¡Abrid las puertas a Cristo! ¡No tengáis miedo!". La secuencia de las imágenes nos ha mostrado a un Papa sumergido en el contacto con Dios y, precisamente por eso, siempre sensible a las expectativas de los hombres. El filme nos ha ayudado a recordar sus viajes apostólicos a todas las partes del mundo; nos ha permitido revivir sus encuentros con numerosas personas, con los grandes de la tierra y con ciudadanos sencillos, con personajes ilustres y con personas desconocidas.

Entre todos, merece una mención especial el abrazo con la madre Teresa de Calcuta, unida a Juan Pablo II por una íntima sintonía espiritual. Petrificados, como si estuviéramos presentes, hemos oído nuevamente los disparos del trágico atentado perpetrado en la plaza de San Pedro el 13 de mayo de 1981. En conjunto, ha destacado la figura de un profeta incansable de esperanza y de paz, que recorrió los senderos del mundo para anunciar el Evangelio a todos. Han vuelto a la memoria las vibrantes palabras con que condenó la opresión de los regímenes totalitarios, la violencia homicida y la guerra; las palabras llenas de consuelo y de esperanza con que manifestó su cercanía a los familiares de las víctimas de conflictos y atentados dramáticos, como el de las Torres Gemelas de Nueva York; palabras de aliento y de denuncia contra la sociedad consumista y la cultura hedonista, orientada a construir un bienestar simplemente material que no puede colmar las profundas expectativas del corazón humano.

Estos son los sentimientos que brotan espontáneamente del corazón esta tarde, y que he querido compartir con vosotros, queridos hermanos y hermanas, al repasar, con la ayuda de las secuencias de este filme, las fases del pontificado del inolvidable Juan Pablo II. Que nos acompañe desde lo alto el amado Pontífice y nos obtenga del Señor la gracia de ser, como él, siempre fieles a nuestra misión. Os imparto mi bendición a todos vosotros, aquí presentes, y a vuestros seres queridos.


Abril de 2006


A UN SEMINARIO ORGANIZADO POR LA CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA

Sábado 1 de abril de 2006


Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado;
ilustres señores y amables señoras:

59 Me alegra acogeros y saludo cordialmente a todos los que participáis en el seminario sobre el tema: «El patrimonio cultural y los valores de las universidades europeas como base para la atracción del "Espacio europeo de instrucción superior"». Provenís de cerca de cincuenta países europeos afiliados al llamado "Proceso de Bolonia", al que también ha contribuido la Santa Sede.
Saludo al cardenal Zenon Grocholewski, prefecto de la Congregación para la educación católica, que me ha dirigido en vuestro nombre palabras deferentes, ilustrándome al mismo tiempo los objetivos de vuestra reunión, y le doy las gracias por haber organizado este encuentro en el Vaticano, en colaboración con la Conferencia de los rectores de las universidades pontificias, con la Academia pontificia de ciencias, con la UNESCO-CEPES, con el Consejo de Europa y con el patrocinio de la Comisión europea. Dirijo un saludo especial a los señores ministros y a los representantes de los diversos organismos internacionales que han querido estar presentes.

Durante estos días vuestra reflexión se ha centrado en la contribución que las universidades europeas, que cuentan con una larga tradición, pueden dar a la construcción de la Europa del tercer milenio, teniendo en cuenta que toda realidad cultural es al mismo tiempo memoria del pasado y proyecto para el futuro. A esta reflexión la Iglesia quiere dar su aportación, como ya ha hecho a lo largo de los siglos. En efecto, ha sido constante su solicitud por los centros de estudio y las universidades de Europa, que con su "servicio intelectual" han transmitido y siguen transmitiendo a las generaciones jóvenes los valores de un peculiar patrimonio cultural, enriquecido por dos milenios de experiencia humanística y cristiana (cf. Ecclesia in Europa, 59).

Al inicio tuvo considerable influencia el monaquismo, cuyos méritos no sólo afectaron al ámbito espiritual y religioso, sino también al económico e intelectual. En tiempos de Carlomagno, con la aportación de la Iglesia se fundaron verdaderas escuelas, de las que el emperador deseaba que se beneficiara el mayor número posible de personas.

Algunos siglos después nació la universidad, que recibió de la Iglesia un impulso esencial. Numerosas universidades europeas, como las de Bolonia, París, Cracovia, Salamanca, Colonia, Oxford y Praga, por citar sólo algunas, se desarrollaron rápidamente y desempeñaron un papel importante en la consolidación de la identidad de Europa y en la formación de su patrimonio cultural. Las instituciones universitarias se han distinguido siempre por el amor a la sabiduría y la búsqueda de la verdad, como verdadera finalidad de la universidad, con referencia constante a la visión cristiana que reconoce en el hombre la obra maestra de la creación, en cuanto formado a imagen y semejanza de Dios (cf.
Gn 1,26-27).

Siempre ha sido característica de esta visión la convicción de que existe una unidad profunda entre la verdad y el bien, entre los ojos de la mente y los del corazón: "Ubi amor, ibi oculos", decía Ricardo de San Víctor (cf. Beniamin minor, c. 13): el amor hace ver. La universidad nació del amor al saber, de la curiosidad por conocer, por saber qué es el mundo, el hombre. Pero también de un saber que lleva a actuar, que en definitiva lleva al amor.

Ilustres señores y amables señoras, echando una rápida mirada al "viejo" continente, es fácil constatar los desafíos culturales que debe afrontar hoy Europa, al estar comprometida en el redescubrimiento de su identidad, que no es sólo de orden económico y político. La cuestión fundamental hoy, como ayer, sigue siendo antropológica. ¿Qué es el hombre? ¿De dónde viene? ¿A dónde debe ir? ¿Cómo debe ir? Es decir, se trata de aclarar cuál es la concepción del hombre que está en la base de los nuevos proyectos. Y con razón vosotros os preguntáis, ¿al servicio de qué hombre, de qué imagen del hombre, quiere estar la universidad: de una persona enrocada en la defensa de sus intereses, sólo en una perspectiva de intereses, una perspectiva materialista, o de una persona abierta a la solidaridad con los demás, en busca del verdadero sentido de la existencia, que debe ser un sentido común, que trasciende a la persona?

Además, nos preguntamos cuál es la relación entre la persona humana, la ciencia y la técnica. Si en los siglos XIX y XX la técnica experimentó un crecimiento asombroso, al inicio del siglo XXI se han dado pasos ulteriores: el desarrollo tecnológico, gracias a la informática, también se ha apoderado de una parte de nuestras actividades mentales, con consecuencias que influyen en nuestro modo de pensar y pueden condicionar nuestra misma libertad.

Es preciso decir con fuerza que el ser humano no puede, no debe ser sacrificado jamás a los éxitos de la ciencia o de la técnica: precisamente por eso cobra gran importancia la así llamada cuestión antropológica, que nosotros, herederos de la tradición humanística fundada en los valores cristianos, debemos afrontar a la luz de los principios inspiradores de nuestra civilización, que han encontrado en las universidades europeas auténticos laboratorios de investigación y de profundización.

"De la concepción bíblica del hombre -afirmó Juan Pablo II en la exhortación postsinodal Ecclesia in Europa-, Europa ha tomado lo mejor de su cultura humanista (...) y ha promovido la dignidad de la persona, fuente de derechos inalienables" (n. 25). De este modo, la Iglesia -añadió mi venerado predecesor-, ha contribuido a difundir y consolidar los valores que han hecho universal la cultura europea.

Pero el hombre no puede comprenderse plenamente a sí mismo si prescinde de Dios. Por esta razón no puede descuidarse la dimensión religiosa de la existencia humana en el momento en que se está construyendo la Europa del tercer milenio. Aquí emerge el papel peculiar de las universidades como universo científico y no sólo como conjunto de diversas especializaciones: en la situación actual se les pide que no se contenten con instruir, con transmitir conocimientos técnicos y profesionales, que son muy importantes, pero no bastan, sino que se comprometan también a desempeñar un atento papel educativo al servicio de las nuevas generaciones, recurriendo al patrimonio de ideales y valores que han marcado los milenios pasados. Así, la universidad podrá ayudar a Europa a conservar y a recuperar su "alma", revitalizando las raíces cristianas que la originaron.

60 Ilustres señores y amables señoras, que Dios haga fecundo el trabajo que lleváis a cabo y los esfuerzos que hacéis en favor de tantos jóvenes, en los que Europa tiene puesta su esperanza.
Acompaño este deseo con la seguridad de una oración particular por cada uno de vosotros, implorando para todos la bendición divina.



SANTO ROSARIO ORGANIZADO POR LA DIÓCESIS DE ROMA EN EL PRIMER ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL SIERVO DE DIOS JUAN PABLO II

PALABRAS DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

Plaza de San Pedro

Domingo 2 de abril de 2006



Queridos hermanos y hermanas:

Nos hemos reunido esta noche, en el primer aniversario de la muerte del amado Papa Juan Pablo II, para esta vigilia mariana organizada por la diócesis de Roma. Saludo con afecto a todos los presentes en la plaza de San Pedro, comenzando por el cardenal vicario Camillo Ruini y los obispos auxiliares. Saludo en particular a los cardenales, a los obispos, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a todos los fieles laicos, especialmente a los jóvenes. En realidad, para este emotivo momento de reflexión y oración está aquí congregada simbólicamente toda la ciudad de Roma. Saludo en especial al cardenal Stanislaw Dziwisz, arzobispo metropolitano de Cracovia, durante muchos años fiel colaborador del recordado Pontífice, y que está unido a nosotros en conexión televisiva.

Ya ha transcurrido un año desde la muerte del siervo de Dios Juan Pablo II, acaecida casi a esta misma hora —eran las 21.37—, pero su recuerdo sigue estando muy vivo, como lo atestiguan las numerosas manifestaciones programadas para estos días en todo el mundo. Sigue estando presente en nuestra mente y en nuestro corazón; sigue comunicándonos su amor a Dios y su amor al hombre; sigue suscitando en todos, y de modo especial en los jóvenes, el entusiasmo del bien y la valentía para seguir a Jesús y sus enseñanzas.

¿Cómo resumir la vida y el testimonio evangélico de este gran Pontífice? Podría intentar hacerlo utilizando dos palabras: "fidelidad" y "entrega"; fidelidad total a Dios y entrega sin reservas a su misión de Pastor de la Iglesia universal. Fidelidad y entrega que fueron aún más convincentes y conmovedoras en sus últimos meses, cuando encarnó en sí lo que escribió en 1984 en la carta apostólica Salvifici doloris: "El sufrimiento está presente en el mundo para provocar amor, para hacer nacer obras de amor al prójimo, para transformar toda la civilización humana en la "civilización del amor"" (n. 30).

Su enfermedad, afrontada con valentía, logró que todos estuviéramos más atentos al dolor humano, a todo dolor físico y espiritual; confirió al sufrimiento dignidad y valor, testimoniando que el hombre no vale por su eficiencia, por su apariencia, sino por sí mismo, por haber sido creado y amado por Dios.

Con las palabras y los gestos, el querido Juan Pablo II no se cansó de advertir al mundo que si el hombre se deja abrazar por Cristo, no menoscaba la riqueza de su humanidad; si se adhiere a él con todo su corazón, no le falta nada. Al contrario, el encuentro con Cristo hace nuestra vida más apasionante. Nuestro amado Papa, precisamente porque se acercó cada vez más a Dios en la oración, en la contemplación, en el amor a la Verdad y a la Belleza, pudo hacerse compañero de viaje de cada uno de nosotros y hablar con autoridad también a los que están alejados de la fe cristiana.

Esta noche, en el primer aniversario de su vuelta a la casa del Padre, somos invitados a acoger nuevamente la herencia espiritual que nos ha dejado; nos sentimos estimulados, entre otras cosas, a vivir buscando incansablemente la Verdad, la única que puede colmar nuestro corazón. Nos sentimos impulsados a no tener miedo de seguir a Cristo, para llevar a todos el anuncio del Evangelio, que es levadura de una humanidad más fraterna y solidaria.

61 Que Juan Pablo II nos ayude desde el cielo a proseguir nuestro camino, como dóciles discípulos de Jesús, para ser, como él mismo solía repetir a los jóvenes, "centinelas de la mañana" en este inicio del tercer milenio cristiano. Para esto invocamos a María, la Madre del Redentor, a la que él tuvo siempre una tierna devoción.

Me dirijo ahora a los fieles que desde Polonia están en conexión con nosotros.

Nos unimos en espíritu a los polacos que están reunidos en Cracovia, en Varsovia y en los demás lugares para la vigilia. Sigue vivo en nosotros el recuerdo de Juan Pablo II y no se apaga el sentido de su presencia espiritual. El recuerdo del gran amor que sentía por sus compatriotas sea siempre para vosotros la luz en vuestro camino hacia Cristo. "Permaneced fuertes en la fe". Os bendigo de corazón.

Ahora imparto de corazón a todos mi bendición.


A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE COSTA DE MARFIL EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Lunes 3 de abril de 2006



Señor cardenal;
queridos hermanos en el episcopado:

Os acojo con alegría en estos días en que realizáis vuestra visita ad limina Apostolorum, manifestando así vuestro vínculo indefectible con el Sucesor de Pedro y con la Iglesia universal. En efecto, el obispo, que "es principio visible y fundamento de la unidad en la propia Iglesia particular, es también el vínculo visible de la comunión eclesial entre su Iglesia particular y la Iglesia universal" (Pastores gregis ). Agradezco al presidente de vuestra Conferencia episcopal, monseñor Laurent Akran Mandjo, las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre, bosquejando un vasto panorama de la situación de la Iglesia en Costa de Marfil. A vuestro regreso, transmitid a todos el afectuoso saludo del Papa y la seguridad de su oración ferviente para que la nación recobre la unidad y la paz en una auténtica fraternidad entre todos sus hijos.

En efecto, por desgracia, la crisis que vive vuestro país ha puesto de manifiesto las divisiones, que constituyen una herida profunda en las relaciones entre los diferentes componentes de la sociedad. Las violencias que han derivado han minado gravemente la confianza entre las personas y la estabilidad del país, dejando tras de sí muchos sufrimientos difíciles de sanar. El restablecimiento de una paz verdadera sólo será posible mediante el perdón generosamente dado y mediante la reconciliación efectivamente realizada entre las personas y entre los grupos implicados. Para lograrlo, todas las partes involucradas deben aceptar proseguir valientemente el diálogo, a fin de examinar de manera profunda y leal las causas que han llevado a la situación actual y para encontrar la manera de llegar a una solución aceptable para todos, en la justicia y la verdad. El camino de la paz es largo y difícil, pero nunca es imposible.

Queridos hermanos en el episcopado, en este esfuerzo común, los católicos han ocupado su lugar, pues la construcción de un mundo reconciliado también les corresponde a ellos. Tienen el deber de contribuir a que se instauren relaciones armoniosas y fraternas entre las personas y entre las comunidades. Para que la realización plena de este objetivo sea creíble, es necesario en primer lugar volver a suscitar la confianza entre los discípulos de Cristo, a pesar de las divergencias de opinión que pueden manifestarse entre ellos, ya que es ante todo en el seno de la Iglesia donde debe vivirse un amor auténtico, en la unidad y la reconciliación, siguiendo así la enseñanza del Señor: "En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13,35).

Por tanto, los cristianos deben dejarse transformar por la fuerza del Espíritu, para ser verdaderos testigos del amor del Padre, que quiere hacer de todos los hombres una única familia. Su actividad, que los impulsa al encuentro de los sufrimientos y las necesidades de sus hermanos, será entonces una expresión convincente. En vuestras Iglesias diocesanas, ante las tensiones políticas o étnicas, los obispos, los sacerdotes y las personas consagradas deben ser para todos modelos de fraternidad y caridad, y contribuir con sus palabras y actitudes a la edificación de una sociedad unida y reconciliada.

62 Desde esta perspectiva, la formación inicial y permanente de los sacerdotes ha de ser siempre una de vuestras principales preocupaciones. Para afrontar las situaciones difíciles del mundo actual, y sobre todo para permitir a los sacerdotes edificar plenamente su ser sacerdotal, esta formación ha de privilegiar la vida espiritual. En efecto, el sacerdote tiene por misión ayudar a los fieles a descubrir el misterio de Dios y a abrirse a los demás. Para ello, debe buscar auténticamente a Dios, permaneciendo al mismo tiempo cercano a las preocupaciones de los hombres. Una vida espiritual intensa, que le permita entrar en una comunión más profunda con el Señor, le ayudará a dejarse poseer por el amor de Dios, para poder anunciar a los hombres que este amor no se detiene ante nada.

Por otra parte, viviendo fielmente la castidad en el celibato, el sacerdote manifestará que todo su ser es entrega de sí mismo a Dios y a sus hermanos. Así pues, os invito a velar con solicitud paterna sobre vuestros sacerdotes, y a fomentar la unidad y la vida fraterna entre ellos. Ojalá encuentren en vosotros a un hermano que los escuche, que los sostenga en los momentos difíciles, y a un amigo que los anime a progresar en su vida personal y en el anuncio del Evangelio.

En vuestras relaciones quinquenales habéis puesto de relieve la urgencia de la formación de los laicos. En efecto, profundizar en la fe es una necesidad para poder resistir a la tentación de volver a las prácticas antiguas o al atractivo de las sectas y, sobre todo, para dar razón de la esperanza cristiana en un mundo complejo en el que es preciso afrontar problemas nuevos y graves. Os exhorto sobre todo a dar a los catequistas, cuya dedicación al servicio de la Iglesia es digna de alabanza, una formación sólida que los capacite para cumplir la misión que se les ha confiado, viviendo su fe de una manera coherente. Los fieles, en especial los que están comprometidos en los ambientes intelectuales, políticos y económicos, encontrarán en el Compendio de la doctrina social de la Iglesia un instrumento fundamental para la formación y la evangelización, con vistas a su crecimiento humano y espiritual, y a su misión en el mundo.

Para que la Iglesia sea un signo cada vez más comprensible de lo que es y cumpla cada vez mejor su misión, la tarea de inculturación de la fe es una necesidad. Este proceso, tan importante para el anuncio del Evangelio a todas las culturas, no debe poner en peligro la especificidad y la integridad de la fe, sino que debe ayudar a los cristianos a comprender y a vivir mejor el mensaje evangélico en su propia cultura, y a saber renunciar a las prácticas que van en contra de los compromisos bautismales.

Como habéis mencionado en vuestras relaciones, a menudo el peso de la mentalidad tradicional es un obstáculo para la acogida del Evangelio. Por eso, entre las numerosas cuestiones que se plantean a los fieles, la del compromiso en el sacramento del matrimonio es una de las más importantes. Con frecuencia, la poligamia o la cohabitación de hecho, sin celebración religiosa, son los obstáculos mayores. Así pues, es necesario proseguir sin descanso el esfuerzo que habéis emprendido para hacer que se acepte mejor, sobre todo por los jóvenes, que para el cristiano el matrimonio es un camino de santidad. "El matrimonio exige un amor indisoluble; gracias a esta estabilidad, puede contribuir eficazmente a realizar totalmente la vocación bautismal de los esposos" (Ecclesia in Africa ).

Por último, quisiera destacar también con interés el desarrollo en vuestras diócesis de los movimientos eclesiales, que contribuyen a dar un nuevo impulso misionero a las comunidades cristianas. Invito a los miembros de esos grupos a profundizar cada vez más su conocimiento personal de Cristo, para entregarse con generosidad a él, permaneciendo profundamente arraigados en la fe de la Iglesia. Sin embargo, esos movimientos deben ser objeto de un discernimiento iluminado y constante por parte de los obispos, para garantizar la eclesialidad de su camino y mantener una comunión auténtica con la Iglesia universal y diocesana.

Queridos hermanos en el episcopado, al concluir este encuentro, deseo reafirmaros el afecto del Sucesor de Pedro por el pueblo marfileño, dirigiéndole de nuevo con insistencia "una invitación a proseguir el diálogo constructivo, con vistas a la reconciliación y a la paz" (Ángelus, 22 de enero de 2006). Os encomiendo a la intercesión de Nuestra Señora, Reina de la paz, a vosotros así como a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, a los catequistas y a todos vuestros diocesanos. A todos imparto de corazón la bendición apostólica.


ENCUENTRO DEL SANTO PADRE CON LOS JÓVENES DE ROMA Y DEL LACIO COMO PREPARACIÓN PARA LA XXI JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD

RESPUESTAS DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI A LOS JÓVENES

Jueves 6 de abril de 2006



Santidad, soy Simone, de la parroquia de San Bartolomé; tengo 21 años y estudio ingeniería química en la universidad "La Sapienza" de Roma.

Ante todo, quiero darle las gracias por habernos dirigido el Mensaje para la XXI Jornada mundial de la juventud sobre el tema de la palabra de Dios que ilumina los pasos de la vida del hombre. Ante las preocupaciones, las incertidumbres con respecto al futuro e incluso simplemente cuando afronto la rutina de la vida diaria, también yo siento la necesidad de alimentarme de la palabra de Dios y conocer mejor a Cristo, a fin de encontrar respuestas a mis interrogantes. A menudo me pregunto qué haría Jesús si estuviera en mi lugar en una situación determinada, pero no siempre logro comprender lo que me dice la Biblia. Además, sé que los libros de la Biblia fueron escritos por hombres diversos, en épocas diversas y todas muy lejos de mí. ¿Cómo puedo reconocer que lo que leo es, en cualquier caso, palabra de Dios que interpela mi vida? Muchas gracias.


Respondo subrayando por ahora un primer punto: ante todo se debe decir que es preciso leer la sagrada Escritura no como un libro histórico cualquiera, por ejemplo como leemos a Homero, a Ovidio o a Horacio. Hay que leerla realmente como palabra de Dios, es decir, entablando una conversación con Dios. Al inicio hay que orar, hablar con el Señor: "Ábreme la puerta". Es lo que dice con frecuencia san Agustín en sus homilías: "He llamado a la puerta de la Palabra para encontrar finalmente lo que el Señor me quiere decir". Esto me parece muy importante. La Escritura no se lee en un clima académico, sino orando y diciendo al Señor: "Ayúdame a entender tu palabra, lo que quieres decirme en esta página".

63 Un segundo punto es: la sagrada Escritura introduce en la comunión con la familia de Dios. Por tanto, la sagrada Escritura no se puede leer de forma individual. Desde luego, siempre es importante leer la Biblia de un modo muy personal, en una conversación personal con Dios, pero al mismo tiempo es importante leerla en compañía de las personas con quienes se camina. Hay que dejarse ayudar por los grandes maestros de la "lectio divina". Por ejemplo, tenemos muchos libros buenos del cardenal Martini, un auténtico maestro de la "lectio divina", que ayuda a penetrar en el sentido de la sagrada Escritura. Él, que conoce bien todas las circunstancias históricas, todos los elementos característicos del pasado, siempre trata de explicar que muchas palabras aparentemente del pasado son también muy actuales. Estos maestros nos ayudan a comprender mejor y también a aprender cómo se debe leer la sagrada Escritura. Por lo general, conviene leerla también en compañía de los amigos que están en camino conmigo y buscan, juntamente conmigo, cómo vivir con Cristo, qué vida nos viene de la palabra de Dios.

Un tercer punto: si es importante leer la sagrada Escritura con la ayuda de maestros, acompañados de los amigos, de los compañeros de camino, es importante de modo especial leerla en la gran compañía del pueblo de Dios peregrino, es decir, en la Iglesia. La sagrada Escritura tiene dos sujetos. Ante todo el sujeto divino: es Dios quien habla. Pero Dios ha querido implicar al hombre en su palabra. Mientras que los musulmanes están convencidos de que el Corán fue inspirado oralmente por Dios, nosotros creemos que para la sagrada Escritura es característica -como dicen los teólogos- la "sinergia", la colaboración de Dios con el hombre. Dios implica a su pueblo con su palabra y así el segundo sujeto -como he dicho, el primer sujeto es Dios- es humano. Están los escritores, pero también está la continuidad de un sujeto permanente: el pueblo de Dios que camina con la palabra de Dios y está en diálogo con Dios. Escuchando a Dios se aprende a escuchar la palabra de Dios y luego también a interpretarla. Así se hace presente la palabra de Dios, porque las personas mueren, pero el sujeto vital, el pueblo de Dios, está siempre vivo y es idéntico a lo largo de los milenios: es siempre el mismo sujeto vivo, en el que vive la Palabra.

Así se explican también muchas estructuras de la sagrada Escritura, sobre todo la así llamada "relectura". Un texto antiguo es releído en otro libro, -pongamos- cien años después, y entonces se entiende plenamente lo que no era perceptible en aquel momento anterior, aunque ya estaba contenido en el texto precedente. Y es releído otra vez algún tiempo después, y de nuevo se comprenden otros aspectos, otras dimensiones de la Palabra; y así, en esta permanente relectura y reescritura en el contexto de una continuidad profunda, mientras se sucedían los tiempos de la espera, fue desarrollándose la sagrada Escritura. Por último, con la venida de Cristo y con la experiencia de los Apóstoles, la Palabra se hizo definitiva, de forma que ya no puede haber más reescrituras, pero siguen siendo necesarias nuevas profundizaciones de nuestra comprensión. El Señor dijo: "El Espíritu Santo os introducirá en una profundidad que ahora no podéis tener".
Así pues, la comunión de la Iglesia es el sujeto vivo de la Escritura. Pero también ahora el sujeto principal es el mismo Señor, el cual sigue hablando en la Escritura que está en nuestras manos. Creo que debemos aprender estos tres elementos: leerla en conversación personal con el Señor; leerla acompañados por maestros que tienen la experiencia de la fe, que han penetrado en el sentido de la sagrada Escritura; leerla en la gran compañía de la Iglesia, en cuya liturgia estos acontecimientos se hacen siempre presentes de nuevo, en la que el Señor nos habla ahora a nosotros, de forma que poco a poco penetramos cada vez más en la sagrada Escritura, en la que Dios habla realmente con nosotros hoy.

Santo Padre, soy Anna, tengo 19 años; estudio literatura y pertenezco a la parroquia de la Virgen del Carmen.

Uno de los principales problemas que debemos afrontar es el afectivo. A menudo tenemos dificultad para amar, porque es fácil confundir amor con egoísmo, sobre todo hoy, donde gran parte de los medios de comunicación social nos imponen una visión individualista, secularizada, de la sexualidad; donde todo parece lícito y todo se permite en nombre de la libertad y de la conciencia de las personas. La familia fundada en el matrimonio parece ya prácticamente una invención de la Iglesia, por no hablar de las relaciones prematrimoniales, cuya prohibición se presenta, incluso a muchos de los que somos creyentes, como algo incomprensible o pasado de moda... Sabiendo que somos muchos los que queremos vivir responsablemente nuestra vida afectiva, ¿quiere explicarnos qué nos dice al respecto la palabra de Dios? Muchas gracias.

Se trata de un gran problema y, ciertamente, no es posible responder en pocos minutos, pero trataré de decir algo. Ya Anna dio una respuesta al decir que hoy el amor a menudo es mal interpretado cuando se presenta como una experiencia egoísta, mientras que en realidad consiste en abandonarse y así se transforma en encontrarse. Ella dijo también que una cultura consumista falsifica nuestra vida con un relativismo que parece concedernos todo y en realidad nos vacía. Pero entonces escuchamos la palabra de Dios a este respecto. Anna, con razón, quería saber qué dice la palabra de Dios.

Para mí es muy hermoso constatar que ya en las primeras páginas de la sagrada Escritura, inmediatamente después del relato de la creación del hombre, encontramos la definición del amor y del matrimonio. El autor sagrado nos dice: "El hombre abandonará a su padre y a su madre, seguirá a su mujer y ambos serán una sola carne", una única existencia. Estamos al inicio y ya se nos da una profecía de lo que es el matrimonio; y esta definición permanece idéntica también en el Nuevo Testamento. El matrimonio es este seguir al otro en el amor y así llegar a ser una sola existencia, una sola carne, y por eso inseparables; una nueva existencia que nace de esta comunión de amor, que une y así también crea futuro.

Los teólogos medievales, interpretando esta afirmación que se encuentra al inicio de la sagrada Escritura, decían que el matrimonio fue el primero de los siete sacramentos en ser instituido por Dios, dado que lo instituyó ya en el momento de la creación, en el Paraíso, al inicio de la historia, y antes de toda historia humana. Es un sacramento del Creador del universo; por tanto, ha sido inscrito precisamente en el ser humano mismo, que está orientado hacia este camino, en el que el hombre deja a sus padres y se une a su mujer para formar una sola carne, para que los dos lleguen a ser una sola existencia.

Por tanto, el sacramento del matrimonio no es una invención de la Iglesia; en realidad, fue creado juntamente con el hombre como tal, como fruto del dinamismo del amor, en el que el hombre y la mujer se encuentran mutuamente y así encuentran también al Creador que los llamó al amor.

Es verdad que el hombre cayó y fue expulsado del Paraíso o, por decirlo de otra forma, con palabras más modernas, es verdad que todas las culturas están contaminadas por el pecado, por los errores del hombre en su historia, y así queda oscurecido el plan inicial inscrito en nuestra naturaleza. De hecho, en las culturas humanas hallamos este oscurecimiento del plan original de Dios. Sin embargo, al mismo tiempo, observando las culturas, toda la historia cultural de la humanidad, constatamos también que el hombre nunca ha podido olvidar del todo este plan inscrito en lo más profundo de su ser. En cierto sentido, siempre ha sabido que las demás formas de relación entre el hombre y la mujer no correspondían realmente al plan original sobre su ser. De este modo, vemos cómo las culturas, sobre todo las grandes culturas, siempre de nuevo se orientan hacia esta realidad, la monogamia, el ser hombre y mujer una carne sola. Así en la fidelidad puede crecer una nueva generación, puede continuarse una tradición cultural, renovándose y realizando, en la continuidad, un auténtico progreso.

64 El Señor, que habló de esto mediante la voz de los profetas de Israel, aludiendo a la concesión del divorcio por parte de Moisés, dijo: "Moisés os lo concedió "por la dureza de vuestro corazón"". El corazón después del pecado "se endureció", pero este no era el plan del Creador; y los profetas, cada vez con mayor claridad, insistieron en ese plan originario. Para renovar al hombre, el Señor, aludiendo a esas voces proféticas que siempre guiaron a Israel hacia la claridad de la monogamia, reconoció con Ezequiel que, para vivir esta vocación, necesitamos un corazón nuevo; en vez del corazón de piedra -como dice Ezequiel- necesitamos un corazón de carne, un corazón realmente humano.

Y en el bautismo, mediante la fe, el Señor "implanta" en nosotros este corazón nuevo. No es un trasplante físico, pero tal vez precisamente esta comparación nos puede servir: después de un trasplante el organismo necesita cuidados, necesita recibir las medicinas necesarias para poder vivir con el nuevo corazón, de forma que llegue a ser "su corazón" y no "el corazón de otro". En este "trasplante" espiritual, en el que el Señor nos implanta un corazón nuevo, un corazón abierto al Creador, a la vocación de Dios, para poder vivir con este corazón nuevo hacen falta cuidados adecuados, hay que recurrir a las medicinas oportunas para que el nuevo corazón llegue a ser realmente "nuestro corazón". Viviendo así en la comunión con Cristo, con su Iglesia, el nuevo corazón llega a ser realmente "nuestro corazón" y se hace posible el matrimonio. El amor exclusivo entre un hombre y una mujer, la vida en común de dos personas tal como la diseñó el Creador resulta posible, aunque el ambiente de nuestro mundo la haga tan difícil que parezca imposible.

El Señor nos da un corazón nuevo y nosotros debemos vivir con este corazón nuevo, usando la terapias convenientes para que sea realmente "nuestro". Así es como vivimos lo que el Creador nos ha dado y esto crea una vida verdaderamente feliz. De hecho, podemos verlo también en este mundo, a pesar de tantos otros modelos de vida: hay muchas familias cristianas que viven con fidelidad y alegría la vida y el amor indicados por el Creador; así crece una nueva humanidad.
Por último, quisiera añadir: todos sabemos que para llegar a una meta en el deporte y en la profesión hacen falta disciplina y renuncias, pero todo eso contribuye al éxito, ayuda a alcanzar la meta que se buscaba. Así, también la vida misma, es decir, el llegar a ser hombres según el plan de Jesús, exige renuncias; pero esas renuncias no son algo negativo; al contrario, ayudan a vivir como hombres con un corazón nuevo, a vivir una vida verdaderamente humana y feliz.

Dado que existe una cultura consumista que quiere impedirnos vivir según el plan del Creador, debemos tener la valentía de crear islas, oasis, y luego grandes terrenos de cultura católica, en los que se viva el plan del Creador.

Santo Padre, soy Inelida, tengo 17 años; soy ayudante del jefe scout de los lobatos en la parroquia de San Gregorio Barbarigo y estudio en el instituto "Mario Mafai".

En su Mensaje para la XXI Jornada mundial de la juventud, usted nos dijo que "es urgente que surja una nueva generación de apóstoles arraigados en la palabra de Cristo". Son palabras tan fuertes y comprometedoras que casi dan miedo. Ciertamente, también nosotros quisiéramos ser nuevos apóstoles, pero ¿quiere explicarnos con más detalle cuáles son, según usted, los mayores desafíos de nuestro tiempo, y cómo sueña usted que deben ser estos nuevos apóstoles? En otras palabras, ¿qué espera de nosotros, Santidad?

Todos nos preguntamos qué espera el Señor de nosotros. Me parece que el gran desafío de nuestro tiempo -así me dicen también los obispos que realizan la visita "ad limina", por ejemplo los de África- es el secularismo, es decir, un modo de vivir y presentar el mundo como "si Deus non daretur", es decir, como si Dios no existiera. Se quiere relegar a Dios a la esfera privada, a un sentimiento, como si él no fuera una realidad objetiva; y así cada uno se forja su propio proyecto de vida. Pero esta visión, que se presenta como si fuera científica, sólo acepta como válido lo que se puede verificar con experimentos. Con un Dios que no se presta al experimento de lo inmediato, esta visión acaba por perjudicar también a la sociedad, pues de ahí se sigue que cada uno se forja su propio proyecto y al final cada uno se sitúa contra el otro. Como se ve, una situación en la que realmente no se puede vivir.

Debemos hacer que Dios esté nuevamente presente en nuestras sociedades. Esta me parece la primera necesidad: que Dios esté de nuevo presente en nuestra vida, que no vivamos como si fuéramos autónomos, autorizados a inventar lo que son la libertad y la vida. Debemos tomar conciencia de que somos criaturas, constatar que Dios nos ha creado y que seguir su voluntad no es dependencia sino un don de amor que nos da vida.

Por tanto, el primer punto es conocer a Dios, conocerlo cada vez más, reconocer en mi vida que Dios existe y que Dios cuenta para mí. El segundo punto es el siguiente: si reconocemos que Dios existe, que nuestra libertad es una libertad compartida con los demás y que por tanto debe haber un parámetro común para construir una realidad común, surge la pregunta: ¿qué Dios? En efecto, hay muchas imágenes falsas de Dios: un Dios violento, etc. La segunda cuestión, por consiguiente, es reconocer al Dios que nos mostró su rostro en Jesús, que sufrió por nosotros, que nos amó hasta la muerte y así venció la violencia.

Hay que hacer presente, ante todo en nuestra "propia" vida, al Dios vivo, al Dios que no es un desconocido, un Dios inventado, un Dios sólo pensado, sino un Dios que se ha manifestado, que se reveló a sí mismo y su rostro. Sólo así nuestra vida llega a ser verdadera, auténticamente humana; y sólo así también los criterios del verdadero humanismo se hacen presentes en la sociedad. También aquí, como dije en la primera respuesta, es verdad que no podemos construir solos esta vida justa y recta, sino que debemos caminar en compañía de amigos justos y rectos, de compañeros con los que podamos hacer la experiencia de que Dios existe y que es hermoso caminar con Dios. Y caminar en la gran compañía de la Iglesia, que nos presenta a lo largo de los siglos la presencia del Dios que habla, que actúa, que nos acompaña. Por tanto, podría decir: encontrar a Dios, encontrar al Dios que se reveló en Jesucristo, caminar en compañía de su gran familia, con nuestros hermanos y hermanas que forman la familia de Dios, esto me parece el contenido esencial de este apostolado del que he hablado.

65 Santidad, me llamo Vittorio; soy de la parroquia de San Juan Bosco en Cinecittà; tengo 20 años y estudio ciencias de la educación en la universidad de Tor Vergata.

En ese mismo Mensaje nos invita a no tener miedo de responder con generosidad al Señor, especialmente cuando propone seguirlo en la vida consagrada o en la vida sacerdotal. Nos dice que no tengamos miedo, que nos fiemos de él y que no quedaremos defraudados. Estoy convencido de que muchos de los que estamos aquí, y muchos de los que nos siguen desde su casa a través de la televisión, están pensando en seguir a Jesús por un camino de especial consagración, pero no siempre es fácil descubrir si ese es el camino correcto. ¿Nos quiere decir cómo descubrió usted cuál era su vocación? ¿Puede darnos consejos para comprender mejor si el Señor nos llama a seguirlo en la vida consagrada o sacerdotal? Muchas gracias.

Por lo que a mí se refiere, crecí en un mundo muy diferente del actual, pero, en definitiva, las situaciones son semejantes. Por una parte, existía aún la situación de "cristiandad", en la que era normal ir a la iglesia y aceptar la fe como la revelación de Dios y tratar de vivir según la revelación; por otra, estaba el régimen nazi, que afirmaba con voz muy fuerte: "En la nueva Alemania no habrá ya sacerdotes, no habrá ya vida consagrada, no necesitamos ya a esta gente; buscaos otra profesión".

Pero precisamente al escuchar esas "fuertes" voces, ante la brutalidad de aquel sistema tan inhumano, comprendí que, por el contrario, había una gran necesidad de sacerdotes. Este contraste, el ver aquella cultura antihumana, me confirmó en la convicción de que el Señor, el Evangelio, la fe, nos indicaban el camino correcto y nosotros debíamos esforzarnos por lograr que sobreviviera ese camino.

En esa situación, la vocación al sacerdocio creció casi naturalmente junto conmigo y sin grandes acontecimientos de conversión. Además, en este camino me ayudaron dos cosas: ya desde mi adolescencia, con la ayuda de mis padres y del párroco, descubrí la belleza de la liturgia y siempre la he amado, porque sentía que en ella se nos presenta la belleza divina y se abre ante nosotros el cielo. El segundo elemento fue el descubrimiento de la belleza del conocer, el conocer a Dios, la sagrada Escritura, gracias a la cual es posible introducirse en la gran aventura del diálogo con Dios que es la teología. Así, fue una alegría entrar en este trabajo milenario de la teología, en esta celebración de la liturgia, en la que Dios está con nosotros y hace fiesta juntamente con nosotros.

Como es natural, no faltaron dificultades. Me preguntaba si tenía realmente la capacidad de vivir durante toda mi vida el celibato. Al ser un hombre de formación teórica y no práctica, sabía también que no basta amar la teología para ser un buen sacerdote, sino que es necesario estar siempre disponible con respecto a los jóvenes, a los ancianos, a los enfermos, a los pobres; es necesario ser sencillos con los sencillos. La teología es hermosa, pero también es necesaria la sencillez de la palabra y de la vida cristiana. Así pues, me preguntaba: ¿seré capaz de vivir todo esto y no ser unilateral, sólo un teólogo? Pero el Señor me ayudó; y me ayudó, sobre todo, la compañía de los amigos, de buenos sacerdotes y maestros.

Volviendo a la pregunta, pienso que es importante estar atentos a los gestos del Señor en nuestro camino. Él nos habla a través de acontecimientos, a través de personas, a través de encuentros; y es preciso estar atentos a todo esto. Luego, segundo punto, entrar realmente en amistad con Jesús, en una relación personal con él; no debemos limitarnos a saber quién es Jesús a través de los demás o de los libros, sino que debemos vivir una relación cada vez más profunda de amistad personal con él, en la que podemos comenzar a descubrir lo que él nos pide.

Luego, debo prestar atención a lo que soy, a mis posibilidades: por una parte, valentía; y, por otra, humildad, confianza y apertura, también con la ayuda de los amigos, de la autoridad de la Iglesia y también de los sacerdotes, de las familias. ¿Qué quiere el Señor de mí? Ciertamente, eso sigue siendo siempre una gran aventura, pero sólo podemos realizarnos en la vida si tenemos la valentía de afrontar la aventura, la confianza en que el Señor no me dejará solo, en que el Señor me acompañará, me ayudará.

Santo Padre, soy Giovanni, tengo 17 años, estudio en el instituto "Giovanni Giorgi" de Roma y pertenezco a la parroquia de Santa María, Madre de la Misericordia.

Le pido que nos ayude a entender mejor cómo pueden armonizarse la revelación bíblica y las teorías científicas en la búsqueda de la verdad. A menudo nos hacen creer que la ciencia y la fe son enemigas; que la ciencia y la técnica son lo mismo; que la lógica matemática lo ha descubierto todo; que el mundo es fruto de la casualidad; y que si la matemática no ha descubierto el teorema-Dios es simplemente porque Dios no existe. Es decir, sobre todo cuando estudiamos, no siempre es fácil descubrir en todas las cosas un proyecto divino, inscrito en la naturaleza y en la historia del hombre. Así, a veces, la fe flaquea o se reduce a un acto sentimental. También yo, Santo Padre, como todos los jóvenes, tengo hambre de Verdad, pero ¿cómo puedo hacer para armonizar ciencia y fe?


El gran Galileo dijo que Dios escribió el libro de la naturaleza con la forma del lenguaje matemático. Estaba convencido de que Dios nos ha dado dos libros: el de la sagrada Escritura y el de la naturaleza. Y el lenguaje de la naturaleza -esta era su convicción- es la matemática; por tanto, la matemática es un lenguaje de Dios, del Creador. Reflexionemos ahora sobre qué es la matemática: de por sí, es un sistema abstracto, una invención del espíritu humano que como tal, en su pureza, no existe. Siempre es realizado de forma aproximada, pero, como tal, es un sistema intelectual, es una gran invención -una invención genial- del espíritu humano. Lo sorprendente es que esta invención de nuestra mente humana es realmente la clave para comprender la naturaleza, que la naturaleza está realmente estructurada de modo matemático, y que nuestra matemática, inventada por nuestro espíritu, es realmente el instrumento para poder trabajar con la naturaleza, para ponerla a nuestro servicio, para servirnos de ella mediante la técnica.

66 Me parece casi increíble que coincidan una invención del intelecto humano y la estructura del universo: la matemática inventada por nosotros nos da realmente acceso a la naturaleza del universo y nos permite utilizarlo. Por tanto, coinciden la estructura intelectual del sujeto humano y la estructura objetiva de la realidad: la razón subjetiva y la razón objetivada en la naturaleza son idénticas. Creo que esta coincidencia entre lo que nosotros hemos pensado y el modo como se realiza y se comporta la naturaleza, son un enigma y un gran desafío, porque vemos que, en definitiva, es "una" la razón que las une a ambas: nuestra razón no podría descubrir la otra si no hubiera una idéntica razón en la raíz de ambas.

En este sentido, me parece que precisamente la matemática -en la que, como tal, Dios no puede aparecer- nos muestra la estructura inteligente del universo. Ahora hay también teorías basadas en el caos, pero son limitadas, porque si hubiera prevalecido el caos, toda la técnica sería imposible. La técnica es fiable sólo porque nuestra matemática es fiable. Nuestra ciencia, que en definitiva permite trabajar con la energía de la naturaleza, supone la estructura fiable, inteligente, de la materia.

Así, vemos que hay una racionalidad subjetiva y una racionalidad objetiva en la materia, que coinciden. Naturalmente, ahora nadie puede probar -como se prueba con experimentos, en las leyes técnicas- que ambas tuvieron su origen en una única inteligencia, pero me parece que esta unidad de inteligencia, detrás de las dos inteligencias, es realmente manifiesta en nuestro mundo. Y cuanto más podamos servirnos del mundo con nuestra inteligencia, tanto más manifiesto será el plan de la Creación.

Por último, para llegar a la cuestión definitiva, yo diría: Dios o existe o no existe. Hay sólo dos opciones. O se reconoce la prioridad de la razón, de la Razón creadora que está en el origen de todo y es el principio de todo -la prioridad de la razón es también prioridad de la libertad- o se sostiene la prioridad de lo irracional, por lo cual todo lo que funciona en nuestra tierra y en nuestra vida sería sólo ocasional, marginal, un producto irracional; la razón sería un producto de la irracionalidad. En definitiva, no se puede "probar" uno u otro proyecto, pero la gran opción del cristianismo es la opción por la racionalidad y por la prioridad de la razón. Esta opción me parece la mejor, pues nos demuestra que detrás de todo hay una gran Inteligencia, de la que nos podemos fiar.

Pero a mí me parece que el verdadero problema actual contra la fe es el mal en el mundo: nos preguntamos cómo es compatible el mal con esta racionalidad del Creador. Y aquí realmente necesitamos al Dios que se encarnó y que nos muestra que él no sólo es una razón matemática, sino que esta razón originaria es también Amor. Si analizamos las grandes opciones, la opción cristiana es también hoy la más racional y la más humana. Por eso, podemos elaborar con confianza una filosofía, una visión del mundo basada en esta prioridad de la razón, en esta confianza en que la Razón creadora es Amor, y que este amor es Dios.
* * *


Al final, Benedicto XVI entregó a un grupo de jóvenes, en representación de todos, la sagrada Escritura y les dijo:

A fin de que, escuchándola con atención, sea cada vez más lámpara para vuestros pasos y luz en vuestro camino. Queridos jóvenes, amad la palabra de Dios y amad a la Iglesia, que os permite acceder a un tesoro de tanto valor, ayudándoos a apreciar sus riquezas. Permaneced fieles a la Palabra que esta tarde la Iglesia, a través del Sucesor de Pedro, os entrega, seguros de lo que nos dice el evangelista san Juan: "Si permanecéis fieles a mi palabra, seréis verdaderamente discípulos míos; conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (
Jn 8,31-32).

Benedicto XVI impartió la bendición y prosiguió:

Y ahora, como conclusión de este encuentro, queridos amigos, deseamos recordar a un testigo de la palabra de Dios, mi venerado predecesor el siervo de Dios Juan Pablo II. De acuerdo con la exhortación de la carta a los Hebreos, también nosotros queremos recordarlo como el que nos ha anunciado la palabra de Dios y considerando atentamente el final de su vida, queremos comprometernos a imitar su fe. Por eso, con algunos de vosotros iré ahora a su tumba, a donde llevaremos la cruz del Año santo, que os entregó al comienzo de las Jornadas mundiales de la juventud, y el icono de María santísima, Salus Populi Romani. Os pido que me acompañéis en esta peregrinación uniéndoos a mi plegaria. Pidamos al Señor que recompense al Papa Juan Pablo II por su gran obra de difusión del Evangelio en el mundo y pidamos para nosotros su mismo celo apostólico, a fin de que la Palabra de salvación, por obra de la Iglesia, se difunda en todos los ambientes de vida y llegue a todo hombre hasta los extremos confines de la tierra.




Discursos 2006 58