Discursos 2007 27

A LOS MIEMBROS DE LA CONFEDERACIÓN DE LAS MISERICORDIAS DE ITALIA

Sábado 10 de febrero de 2007



28 Queridos amigos de las Misericordias de Italia:

Me alegra acogeros, y os doy mi cordial bienvenida a todos vosotros, aquí presentes, agradeciéndoos esta visita, que me ofrece la ocasión de conoceros mejor. Saludo al presidente de vuestra Confederación y agradezco al querido cardenal Antonelli las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros. Las Misericordias —conviene subrayarlo— son la forma más antigua de voluntariado organizado surgida en el mundo. En efecto, se remontan a la iniciativa de san Pedro mártir de Verona, el cual, en 1244, en Florencia, reunió a algunos ciudadanos, de todas las edades y clases sociales, deseosos de "honrar a Dios con obras de misericordia en favor del prójimo", en el más absoluto anonimato y con total gratuidad. Hoy la Confederación de las Misericordias de Italia reúne a más de 700 "cofradías" —como elocuentemente las llamáis—, concentradas especialmente en Toscana, pero presentes en todo el territorio nacional, sobre todo en las regiones centrales y meridionales. A estas es necesario añadir los numerosos grupos de donantes de sangre denominados "Fratres".

Por tanto, son más de cien mil los voluntarios reunidos en vuestra organización benéfica; están comprometidos de modo permanente en el ámbito socio-sanitario. La variedad de vuestras intervenciones, además de ser una respuesta a las necesidades que van surgiendo en la sociedad, es signo de un celo, de una "creatividad" de la caridad que deriva de un corazón vibrante, cuyo "motor" es el amor al hombre que se encuentra en dificultades.

Precisamente por esto merecéis aprecio: con vuestra presencia y vuestra acción contribuís a difundir el Evangelio del amor de Dios a todos los hombres. En efecto, ¿cómo no recordar la impresionante página evangélica en la que san Mateo nos presenta el encuentro definitivo con el Señor? Entonces, como nos dice Jesús mismo, el Juez del mundo nos preguntará si durante nuestra vida dimos de comer al hambriento, de beber al sediento; si acogimos al forastero y abrimos las puertas de nuestro corazón al necesitado. En una palabra, en el juicio final Dios nos preguntará si amamos, no de modo abstracto, sino concretamente, con hechos (cf.
Mt 25,31-46).

Cada vez que leo estas palabras, me conmueve realmente el corazón que Jesús, el Hijo del hombre y Juez final, nos precede con esta acción, haciéndose él mismo hombre, haciéndose pobre y sediento, y al final nos abraza estrechándonos contra su corazón. Así Dios hace lo que quiere que hagamos nosotros: estar abiertos a los demás y vivir el amor no con palabras sino con hechos.

Al final de la vida, solía repetir san Juan de la Cruz, seremos juzgados en el amor. ¡Cuán necesario es que también hoy, más aún, especialmente en nuestra época marcada por tantos desafíos humanos y espirituales, los cristianos proclamen con obras el amor misericordioso de Dios! Todo bautizado debería ser un "Evangelio viviente". En efecto, muchas personas que no acogen fácilmente a Cristo y sus exigentes enseñanzas son, sin embargo, sensibles al testimonio concreto de la caridad. El amor es un lenguaje que llega directamente al corazón y lo abre a la confianza. Os exhorto, pues, como san Pedro a los primeros cristianos, a estar siempre dispuestos "a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza" (1P 3,15).

Quisiera añadir otra reflexión: vuestra confederación constituye un ejemplo típico de la importancia que tiene conservar las propias "raíces cristianas" en Italia y en Europa. Vuestras cofradías, las Misericordias son una presencia viva y activa, muy realista, de estas raíces cristianas.

Hoy en día las Misericordias no son una asociación eclesial, pero sus raíces históricas son inequívocamente cristianas. Lo expresa su nombre mismo: "Misericordias", y lo manifiesta también el hecho, ya recordado, de que fueron fundadas por iniciativa de un santo. Ahora bien, las raíces, para seguir dando frutos, deben mantenerse vivas y firmes. Por eso proponéis oportunamente a vuestros socios momentos periódicos de cualificación y de formación, para profundizar cada vez más las motivaciones humanas y cristianas de vuestras actividades. En efecto, existe el riesgo de que el voluntariado se reduzca a mero activismo. En cambio, si la motivación espiritual sigue siendo vital, está en condiciones de comunicar a los demás mucho más que las cosas materiales necesarias: puede ofrecer al prójimo en dificultades la mirada de amor que necesita (cf. Deus caritas est ).

Por último, deseo manifestaros un tercer motivo de aprecio: juntamente con otras asociaciones de voluntariado, desempeñáis una importante función educativa, es decir, contribuís a mantener viva la sensibilidad con respecto a los valores más nobles, como la fraternidad y la ayuda desinteresada a quienes se encuentran en dificultades. En particular, los jóvenes pueden beneficiarse de la experiencia del voluntariado, porque, si se plantea bien, llega a ser para ellos una "escuela de vida", que les ayuda a dar a su existencia un sentido y un valor más alto y fecundo. Que las Misericordias los estimulen a crecer en la dimensión del servicio al prójimo y a descubrir una gran verdad evangélica, es decir, que "hay mayor felicidad en dar que en recibir" (Ac 20,35 cf. Deus caritas est ).

Queridos amigos, mañana, 11 de febrero, fiesta de la Virgen de Lourdes, se celebra la Jornada mundial del enfermo, que ya ha llegado a su XV edición. Este año la atención se dirige de modo especial a las personas afectadas por enfermedades incurables. A muchos de ellos también vosotros, queridos amigos, prestáis vuestro servicio. La Virgen Inmaculada, Madre de la Misericordia, vele sobre cada una de vuestras cofradías, más aún, sobre cada uno de los miembros de las Misericordias de Italia. Que os ayude a cumplir con auténtico amor vuestra misión, contribuyendo así a difundir en el mundo el amor de Dios, manantial de vida para todo ser humano.
A vosotros, aquí presentes, a todas las Misericordias de Italia y a los donantes de sangre "Fratres", imparto de corazón mi bendición.


AL SEÑOR LUIS PARÍS CHAVERRI, EMBAJADOR DE COSTA RICA ANTE LA SANTA SEDE

29

Sábado 10 de febrero de 2007

Señor Embajador:

1. Me es grato recibirlo en esta audiencia en la que me presenta las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Costa Rica ante la Santa Sede, y le agradezco sinceramente las amables palabras que me ha dirigido en este solemne acto con el que inicia la misión que su Gobierno le ha confiado. Le ruego que haga llegar mi deferente saludo al Señor Presidente de la República, Dr. Óscar Arias, correspondiendo al que usted me ha transmitido, y con el cual expresa la cercanía y el afecto del pueblo costarricense al Sucesor de Pedro.

2. Costa Rica tiene una fuerte impronta religiosa, que refleja la fe de su pueblo después de más de cinco siglos del inicio de la evangelización. En este sentido, la Iglesia católica, fiel a su misión de llevar el mensaje de salvación a todas las gentes, y de acuerdo con su doctrina social, trata de favorecer el desarrollo integral del ser humano y la defensa de su dignidad, ayudando a la consolidación de los valores fundamentales para que la sociedad pueda gozar de estabilidad y armonía, de acuerdo con su gran aspiración a vivir en paz, libertad y democracia.

Las diversas comunidades eclesiales, movidas por su deseo de mantener vivo el mensaje evangélico, cooperan en campos tan importantes como la enseñanza, la asistencia a los más desfavorecidos, los servicios sanitarios, así como la promoción de la persona en su condición de ciudadano e hijo de Dios. Por ello, los Obispos de Costa Rica miran con atención y preocupación las circunstancias sociales que vive el País, como son el creciente nivel de pobreza, la inseguridad pública y la violencia familiar, junto con una fuerte inmigración de países vecinos. Ante situaciones a veces conflictivas y para defender el bien común, ofrecen su colaboración con iniciativas que favorecen el entendimiento y la conciliación, y llevan a la promoción de la justicia y la solidaridad, fomentando si es preciso el diálogo nacional entre los responsables de la vida pública.

Por otra parte, y como Su Excelencia ha puesto de relieve, dicho diálogo debe excluir toda forma de violencia en sus diversas expresiones y ayudar a construir un futuro más humano con la colaboración de todos. A este respecto, es oportuno recordar que las mejoras sociales no se alcanzan aplicando sólo las medidas técnicas necesarias, sino promoviendo también reformas que tengan presente una consideración ética de la persona, de la familia y de la sociedad. Por ello, se han de cultivar los valores morales como la honestidad, la austeridad y la responsabilidad por el bien común. De este modo se podrá evitar el egoísmo personal y colectivo, así como la corrupción en cualquier ámbito, que impiden toda forma de progreso.

3. Es bien sabido que el futuro de una Nación se ha de basar en la paz, fruto de la justicia (cf. Jc 3,18), construyendo un tipo de sociedad que, empezando por los responsables de la vida política, parlamentaria, administrativa y judicial, favorezca la concordia, la armonía y el respeto de la persona, así como la defensa de sus derechos fundamentales. En este sentido, son de alabar las iniciativas que el Gobierno de Costa Rica ha llevado a cabo en el ámbito internacional para promover en el mundo la paz y los derechos humanos, así como la tradicional cercanía con las posiciones mantenidas por la Santa Sede en diversos foros internacionales sobre cuestiones tan importantes como la defensa de la vida humana y la promoción del matrimonio y la familia.

Todos los costarricenses, con las cualidades que les distinguen, han de ser protagonistas y artífices del progreso del país, cooperando a una estabilidad política que permita que todos puedan participar en la vida pública. Cada uno, según su capacidad y posibilidades personales, está llamado a dar su propia contribución al bien de la Patria, basado en un orden social más justo y participativo. Para ello, las enseñanzas morales de la Iglesia ofrecen unos valores y orientaciones que, tomados en consideración especialmente por quienes trabajan al servicio de la Nación, son de gran ayuda para afrontar de manera adecuada las necesidades y aspiraciones de los ciudadanos.

El doloroso y vasto problema de la pobreza, con graves consecuencias en el campo de la educación, de la salud y de la vivienda, es un apremiante desafío para los gobernantes y responsables de la administración pública de cara al futuro de la Nación. Se requiere una toma de conciencia más profunda que permita afrontar firmemente la presente situación en todas sus dimensiones, cooperando así a un verdadero empeño por el bien de todos. Al igual que en otras partes, los pobres carecen de bienes primarios y no encuentran los medios indispensables que permiten su promoción y desarrollo integral. Esto afecta, sobre todo, a los inmigrados en busca de un mejor nivel de vida. Ante ello, la Iglesia, a la luz de su doctrina social, trata de impulsar y favorecer iniciativas encaminadas a superar situaciones de marginación que afectan a tantos hermanos necesitados, pues la preocupación por lo social forma también parte de su acción evangelizadora (cf. Sollicitudo rei socialis SRS 41).

4. Señor Embajador, antes de concluir este encuentro deseo expresarle mis mejores deseos para que la misión que hoy inicia sea fecunda en frutos y éxitos. Le ruego, de nuevo, que se haga intérprete de mis sentimientos y esperanzas ante el Señor Presidente de la República y demás Autoridades de su País, a la vez que invoco la bendición de Dios y la protección de su Patrona, Nuestra Señora de los Ángeles, sobre usted, sobre su distinguida familia y colaboradores, y sobre todos los amadísimos hijos e hijas de Costa Rica.

XV JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO - A LOS ENFERMOS Y AGENTES SANITARIOS EN LA BASÍLICA DE SAN PEDRO

Domingo 11 de febrero de 2007 - Memoria de la Virgen de Lourdes

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Queridos hermanos y hermanas:

Con gran alegría me encuentro con vosotros aquí, en la basílica vaticana, con ocasión de la fiesta de la Virgen de Lourdes y de la Jornada mundial del enfermo, al final de la celebración eucarística presidida por el cardenal Camillo Ruini. A él, en primer lugar, dirijo mi cordial saludo, que extiendo a todos vosotros, aquí presentes: al arcipreste de la basílica, mons. Angelo Comastri; a los demás obispos, a los sacerdotes, así como a los religiosos y a las religiosas.

Saludo a los responsables y a los miembros de la Unitalsi, que se encargan del traslado y de la atención a los enfermos en las peregrinaciones y en otros momentos significativos. Saludo a los responsables y a los peregrinos de la Obra romana de peregrinaciones, así como a los que van a participar en el XV Congreso nacional teológico-pastoral, en el que se darán cita numerosas personas procedentes de Italia y del extranjero. Saludo, asimismo, a la delegación de los representantes de los "Caminos de Europa".

Pero el saludo más cordial quisiera dirigirlo a vosotros, queridos enfermos, a vuestros familiares y a los voluntarios que con amor os cuidan y acompañan también hoy. Juntamente con todos vosotros, deseo unirme a los que en este mismo día participan en los diversos momentos de la Jornada mundial del enfermo que se celebra en la ciudad de Seúl, en Corea. Allí, en nombre mío, preside las celebraciones el cardenal Javier Lozano Barragán, presidente del Consejo pontificio para la pastoral de la salud.

Por tanto, hoy es la fiesta de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes, que hace poco menos de ciento cincuenta años se apareció a una muchacha sencilla, santa Bernardita Soubirous, manifestándose como la Inmaculada Concepción. También en aquella aparición la Virgen se mostró tierna madre con respecto a sus hijos, recordando que los pequeños, los pobres, son los predilectos de Dios y que a ellos ha sido revelado el misterio del reino de los cielos.

Queridos amigos, María, que con fe acompañó a su Hijo hasta la cruz y que por un designio misterioso fue asociada a los sufrimientos de Cristo, su Hijo, nunca se cansa de exhortarnos a vivir y a compartir con serena confianza la experiencia del dolor y la enfermedad, ofreciéndola con fe al Padre, completando así en nuestra carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo (cf.
Col 1,24).

A este respecto, me vienen a la mente las palabras con las que mi venerado predecesor Pablo VI concluyó la exhortación apostólica Marialis cultus: "Al hombre contemporáneo, frecuentemente atormentado entre la angustia y la esperanza, postrado por la sensación de su limitación y asaltado por aspiraciones sin límite (...), la Virgen, contemplada en su vicisitud evangélica y en la realidad ya conseguida en la ciudad de Dios, ofrece una visión serena y una palabra tranquilizadora: la victoria de la esperanza sobre la angustia, de la comunión sobre la soledad, de la paz sobre la turbación, de la alegría y de la belleza sobre el tedio y la náusea, de las perspectivas eternas sobre las temporales, de la vida sobre la muerte" (n. 57).

Son palabras que iluminan nuestro camino, incluso cuando parece que hemos perdido el sentido de la esperanza y la certeza de la curación; son palabras que quisiera que sirvieran de consuelo especialmente a los que se encuentran afectados por enfermedades graves y dolorosas.

Y precisamente a estos hermanos nuestros particularmente probados dedica su atención esta Jornada mundial del enfermo. Quisiéramos que sintieran la cercanía material y espiritual de toda la comunidad cristiana. Es importante no dejarlos en el abandono y en la soledad mientras afrontan un momento tan delicado de su vida.

Por tanto, son dignos de elogio los que con paciencia y amor ponen a su servicio su competencia profesional y su calor humano. Pienso en los médicos, en los enfermeros, en los agentes sanitarios, en los voluntarios, en los religiosos y las religiosas, en los sacerdotes que, sin escatimar esfuerzos, los atienden, como el buen samaritano, independientemente de su condición social, del color de su piel o de su religión, pendientes sólo de lo que necesitan. En el rostro de cada ser humano, sobre todo en el que está probado y desfigurado por la enfermedad, brilla el rostro de Cristo, el cual dijo: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40).

31 Queridos hermanos y hermanas, dentro de poco una sugestiva procesión de antorchas hará revivir el clima que se crea en Lourdes, entre los peregrinos y los devotos, al atardecer. Nuestro pensamiento va a la gruta de Massabielle, donde se entrecruzan el dolor humano y la esperanza, el miedo y la confianza. ¡Cuántos peregrinos, confortados por la mirada de la Madre, encuentran en Lourdes la fuerza para cumplir más fácilmente la voluntad de Dios, incluso cuando cuesta renuncia y dolor, conscientes de que, como afirma el apóstol san Pablo, todo contribuye al bien de los que aman al Señor! (cf. Rm 8,28).

Que la vela que tenéis encendida en vuestra mano sea también para vosotros, queridos hermanos y hermanas, signo de un sincero deseo de caminar con Jesús, fulgor de paz que ilumina las tinieblas y nos impulsa a ser también nosotros luz y apoyo para las personas de nuestro entorno. Que nadie, especialmente quien se encuentra en condiciones de duro sufrimiento, se sienta nunca solo y abandonado. A todos os encomiendo esta tarde a la Virgen María. Ella, después de pasar por sufrimientos indecibles, fue elevada al cielo, donde nos espera y donde también nosotros esperamos poder compartir un día la gloria de su Hijo divino, la alegría sin fin.

Con estos sentimientos, os imparto mi bendición a todos vosotros, aquí presentes, y a vuestros seres queridos.


A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO SOBRE LA LEY MORAL NATURAL ORGANIZADO POR LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD LATERANENSE

Sala Clementina

Lunes 12 de febrero de 2007



Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
estimados profesores;
amables señoras y señores:

Me alegra daros la bienvenida al inicio de los trabajos de vuestro congreso, en los que estudiaréis durante los próximos días un tema de notable importancia para el actual momento histórico: la ley moral natural. Agradezco a monseñor Rino Fisichella, rector magnífico de la Pontificia Universidad Lateranense, los sentimientos expresados en las palabras con las que ha introducido este encuentro.
No cabe duda de que vivimos un momento de extraordinario desarrollo en la capacidad humana de descifrar las reglas y las estructuras de la materia y en el consiguiente dominio del hombre sobre la naturaleza. Todos vemos las grandes ventajas de este progreso, pero también vemos las amenazas de una destrucción de la naturaleza por la fuerza de nuestra actividad. Hay un peligro menos visible, pero no menos inquietante: el método que nos permite conocer cada vez más a fondo las estructuras racionales de la materia nos hace cada vez menos capaces de ver la fuente de esta racionalidad, la Razón creadora. La capacidad de ver las leyes del ser material nos incapacita para ver el mensaje ético contenido en el ser, un mensaje que la tradición ha llamado lex naturalis, ley moral natural. Hoy esta palabra para muchos es casi incomprensible a causa de un concepto de naturaleza que ya no es metafísico, sino sólo empírico. El hecho de que la naturaleza, el ser mismo ya no sea transparente para un mensaje moral crea un sentido de desorientación que hace precarias e inciertas las opciones de la vida de cada día. El extravío, naturalmente, afecta de modo particular a las generaciones más jóvenes, que en este contexto deben encontrar las opciones fundamentales para su vida.

Precisamente a la luz de estas constataciones aparece en toda su urgencia la necesidad de reflexionar sobre el tema de la ley natural y de redescubrir su verdad común a todos los hombres. Esa ley, a la que alude también el apóstol san Pablo (cf. Rm 2,14-15), está escrita en el corazón del hombre y, en consecuencia, también hoy no resulta simplemente inaccesible. Esta ley tiene como principio primero y generalísimo: "hacer el bien y evitar el mal". Esta es una verdad cuya evidencia se impone inmediatamente a cada uno. De ella brotan los demás principios más particulares, que regulan el juicio ético sobre los derechos y los deberes de cada uno.

32 Uno de esos principios es el del respeto a la vida humana desde su concepción hasta su término natural, pues este bien no es propiedad del hombre sino don gratuito de Dios. También lo es el deber de buscar la verdad, presupuesto necesario de toda auténtica maduración de la persona. Otra instancia fundamental del sujeto es la libertad. Sin embargo, teniendo en cuenta que la libertad humana siempre es una libertad compartida con los demás, es evidente que sólo se puede lograr la armonía de las libertades en lo que es común a todos: la verdad del ser humano, el mensaje fundamental del ser mismo, o sea, precisamente la lex naturalis.

¿Y cómo no mencionar, por una parte, la exigencia de justicia, que se manifiesta en dar unicuique suum, y, por otra, la expectativa de solidaridad, que en cada uno, especialmente en el necesitado, alimenta la esperanza de ayuda por parte de quienes han tenido mejor suerte que él?

En estos valores se expresan normas inderogables y obligatorias, que no dependen de la voluntad del legislador y tampoco del consenso que los Estados pueden darles, pues son normas anteriores a cualquier ley humana y, como tales, no admiten intervenciones de nadie para derogarlas.

La ley natural es la fuente de donde brotan, juntamente con los derechos fundamentales, también imperativos éticos que es preciso cumplir. En una actual ética y filosofía del derecho están muy difundidos los postulados del positivismo jurídico. Como consecuencia, la legislación a veces se convierte sólo en un compromiso entre intereses diversos: se trata de transformar en derechos intereses privados o deseos que chocan con los deberes derivados de la responsabilidad social. En esta situación, conviene recordar que todo ordenamiento jurídico, tanto a nivel interno como a nivel internacional, encuentra su legitimidad, en último término, en su arraigo en la ley natural, en el mensaje ético inscrito en el mismo ser humano.

La ley natural es, en definitiva, el único baluarte válido contra la arbitrariedad del poder o los engaños de la manipulación ideológica. El conocimiento de esta ley inscrita en el corazón del hombre aumenta con el crecimiento de la conciencia moral. Por tanto, la primera preocupación para todos, y en especial para los que tienen responsabilidades públicas, debería consistir en promover la maduración de la conciencia moral. Este es el progreso fundamental sin el cual todos los demás progresos no serían auténticos. La ley inscrita en nuestra naturaleza es la verdadera garantía ofrecida a cada uno para poder vivir libre y respetado en su dignidad.

Todo lo que he dicho hasta aquí tiene aplicaciones muy concretas si se hace referencia a la familia, es decir, a la "íntima comunidad de vida y amor conyugal, fundada por el Creador y provista de leyes propias" (Gaudium et spes
GS 48). Al respecto, el concilio Vaticano II reafirmó oportunamente que el matrimonio es "una institución estable por ordenación divina" y, por eso, "este vínculo sagrado, con miras al bien tanto de los cónyuges y de la prole como de la sociedad, no depende del arbitrio humano" (ib.).

Por tanto, ninguna ley hecha por los hombres puede subvertir la norma escrita por el Creador, sin que la sociedad quede dramáticamente herida en lo que constituye su mismo fundamento basilar. Olvidarlo significaría debilitar la familia, perjudicar a los hijos y hacer precario el futuro de la sociedad.

Por último, siento el deber de afirmar una vez más que no todo lo que es científicamente factible es también éticamente lícito. La técnica, cuando reduce al ser humano a objeto de experimentación, acaba por abandonar al sujeto débil al arbitrio del más fuerte. Fiarse ciegamente de la técnica como única garante de progreso, sin ofrecer al mismo tiempo un código ético que hunda sus raíces en la misma realidad que se estudia y desarrolla, equivaldría a hacer violencia a la naturaleza humana, con consecuencias devastadoras para todos.

La aportación de los hombres de ciencia es de suma importancia. Juntamente con el progreso de nuestras capacidades de dominio sobre la naturaleza, los científicos también deben ayudarnos a comprender a fondo nuestra responsabilidad con respecto al hombre y a la naturaleza que le ha sido encomendada. Sobre esta base es posible desarrollar un diálogo fecundo entre creyentes y no creyentes; entre teólogos, filósofos, juristas y hombres de ciencia, que pueden ofrecer también al legislador un material valioso para la vida personal y social.

Por tanto, deseo que estas jornadas de estudio no sólo susciten una mayor sensibilidad de los estudiosos con respecto a la ley moral natural, sino que también impulsen a crear las condiciones para que sobre este tema se llegue a una conciencia cada vez más plena del valor inalienable que la ley natural posee para un progreso real y coherente de la vida personal y del orden social.

Con este deseo, aseguro mi recuerdo en la oración por vosotros y por vuestro compromiso académico de investigación y reflexión, e imparto a todos con afecto la bendición apostólica.


DURANTE LA AUDIENCIA A LOS NUNCIOS PONTIFICIOS EN AMÉRICA LATINA

33 Sala del Consistorio

Sábado 17 de febrero de 2007



Venerados hermanos:

Me alegra acogeros, al final de vuestra reunión como preparación para la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano. Doy a cada uno mi cordial saludo, comenzando por el señor cardenal Tarcisio Bertone, mi secretario de Estado, al que agradezco las palabras con que se ha hecho intérprete de los sentimientos comunes. Expreso mi agradecimiento a los señores cardenales presidentes de la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y a los responsables de los dicasterios de la Curia romana, que han dado su contribución a vuestros trabajos.

Aprovecho esta ocasión, sobre todo, para renovaros a vosotros, nuncios apostólicos presentes, y a todos los representantes pontificios, la expresión de mi aprecio por el importante servicio eclesial que realizáis, a menudo entre no pocas dificultades debidas a la lejanía de la patria de origen, a los frecuentes desplazamientos y, a veces, también a las tensiones sociopolíticas presentes en los lugares donde actuáis. En el cumplimiento de vuestro delicado oficio, que ciertamente está animado siempre por un profundo espíritu de fe, cada uno de vosotros siéntase acompañado por la estima, por el afecto y por la oración del Papa.

Todo nuncio apostólico está llamado a consolidar los vínculos de comunión entre las Iglesias particulares y el Sucesor de Pedro. A él se le ha encomendado la responsabilidad de promover, juntamente con los pastores y con todo el pueblo de Dios, el diálogo y la colaboración con la sociedad civil para realizar el bien común.

Los representantes pontificios son la presencia del Papa, que mediante ellos está cerca de las personas con quienes no puede encontrarse personalmente y, en especial, de quienes viven en condiciones de dificultad y sufrimiento. Vuestro ministerio, queridos hermanos, es un ministerio de comunión eclesial y un servicio a la paz y a la concordia en la Iglesia y entre los pueblos. Sed siempre conscientes de la importancia, de la grandeza y de la belleza de esta misión vuestra, y tended sin cansaros a realizarla con entrega generosa.

La divina Providencia os ha llamado a vosotros, aquí presentes, a prestar vuestro servicio en América Latina, definida por el amado Juan Pablo II —que la visitó en diversas ocasiones— "continente de la esperanza", como ya se ha dicho. Si Dios quiere, tendré la alegría de tomar contacto personalmente con la realidad de esos países al intervenir, Dios mediante, en la apertura de la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano, en Aparecida, Brasil, el próximo mes de mayo.

En cierto sentido, esa asamblea recapitula y es continuación de las Conferencias generales anteriores, mientras que se enriquece con numerosos dones "posconciliares" del Magisterio pontificio —pienso de modo particular en la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in America—, así como con los frutos del camino sinodal de la Iglesia católica.

Se propone definir las grandes prioridades y dar nuevo impulso a la misión de la Iglesia al servicio de los pueblos latinoamericanos en las circunstancias concretas del inicio de este siglo XXI. Esa recapitulación remite a la tradición de la catolicidad, la cual, gracias a una extraordinaria epopeya misionera, se ha hecho presente y ha marcado con su huella la estructura cultural que caracteriza hasta hoy la identidad latinoamericana.

Esa es la vocación original —como dijo mi recordado predecesor Juan Pablo II en Santo Domingo— "de unos pueblos a quienes la misma geografía, la fe cristiana, la lengua y la cultura han unido definitivamente en el camino de la historia" (Discurso en la inauguración de la IV Conferencia general del Episcopado latinoamericano, 12 de octubre de 1992, n. 15: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de octubre de 1992, p. 10).

34 Precisamente partiendo del tema de esa importante reunión: "Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en él tengan vida", también vosotros, en estos días, habéis puesto de relieve algunos desafíos que la Iglesia afronta en la vasta área latinoamericana, insertada en las dinámicas mundiales y cada vez más condicionada por los efectos de la globalización. Ante este desafío, las naciones que la componen tratan de afirmar, de diversas maneras, su identidad y su peso en el camino histórico del mundo de hoy; a menudo en medio de muchas dificultades, tratan de consolidar la paz interna de su nación. Sintiéndose como "hermanas" quieren llegar a ser también una comunidad, unida en la paz y en el desarrollo cultural y económico.

Naturalmente, la Iglesia, signo e instrumento de unidad para todo el género humano (cf. Lumen gentium
LG 1), se encuentra en sintonía con toda legítima aspiración de los pueblos a una mayor armonía y cooperación, y aporta su contribución propia, es decir, el Evangelio. Desea que en los países latinoamericanos, donde las Constituciones se limitan a "conceder" libertad de credo y de culto, pero no "reconocen" aún la libertad religiosa, se puedan definir cuanto antes las relaciones recíprocas fundadas en los principios de autonomía y de sana y respetuosa colaboración. Eso permitirá a la comunidad eclesial desarrollar todas sus potencialidades en beneficio de la sociedad y de toda persona humana, creada a imagen de Dios. Una correcta formulación jurídica de esas relaciones no podrá por menos de tener en cuenta el papel histórico, espiritual, cultural y social que ha desempeñado la Iglesia católica en América Latina.

Este papel sigue siendo primario, también gracias a la feliz fusión entre la antigua y rica sensibilidad de los pueblos indígenas con el cristianismo y con la cultura moderna. Como sabemos, algunos ambientes afirman un contraste entre la riqueza y profundidad de las culturas precolombinas y la fe cristiana presentada como una imposición exterior o una alienación para los pueblos de América Latina. En verdad, el encuentro entre estas culturas y la fe en Cristo fue una respuesta interiormente esperada por esas culturas. Por tanto, no hay que renegar de ese encuentro, sino que se ha de profundizar: ha creado la verdadera identidad de los pueblos de América Latina.

En efecto, la Iglesia católica es la institución que goza de mayor prestigio entre las poblaciones latinoamericanas. Está activa en la vida de la gente; es estimada por la labor que realiza en los ámbitos de la educación, la salud y la solidaridad con los necesitados. La ayuda a los pobres y la lucha contra la pobreza son y siguen siendo una prioridad fundamental en la vida de las Iglesias en América Latina. La Iglesia también está activa por las intervenciones de mediación que no raramente se le solicita con ocasión de conflictos internos.

Con todo, hoy, una presencia tan consolidada debe tener en cuenta, entre otras cosas, el proselitismo de las sectas y el influjo creciente del secularismo hedonista posmoderno. Sobre las causas de la atracción de las sectas debemos reflexionar seriamente para encontrar las respuestas adecuadas. Ante los desafíos del actual momento histórico, nuestras comunidades están llamadas a fortalecer su adhesión a Cristo para testimoniar una fe madura y llena de alegría y, verdaderamente, a pesar de todos los problemas, son enormes las potencialidades.

Realmente son enormes las potencialidades espirituales que tiene América Latina, donde los misterios de la fe se celebran con ferviente devoción, y el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas alimenta la confianza en el futuro. Naturalmente, es necesario acompañar con gran atención a los jóvenes en el camino de la vocación, y ayudar a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, a perseverar en su vocación.

Asimismo, los jóvenes, que constituyen más de dos tercios de la población, representan un inmenso potencial misionero y evangelizador; y la familia sigue siendo "una característica primordial de la cultura latinoamericana", como dijo mi venerado predecesor Juan Pablo II en el encuentro de Puebla, en México, en enero de 1979.

Precisamente la familia merece una atención prioritaria, pues muestra síntomas de debilitamiento bajo las presiones de lobbies capaces de influir negativamente en los procesos legislativos. Los divorcios y las uniones libres están aumentando, mientras que el adulterio se contempla con injustificable tolerancia. Es necesario reafirmar que el matrimonio y la familia tienen su fundamento en el núcleo más íntimo de la verdad sobre el hombre y sobre su destino; una comunidad digna del ser humano sólo se puede edificar sobre la roca del amor conyugal, fiel y estable, entre un hombre y una mujer.

Quisiera destacar otros temas religiosos y sociales sobre los que habéis reflexionado. Me limito a citar el fenómeno de la emigración, íntimamente relacionado con la familia; la importancia de la escuela y la atención a los valores y a la conciencia, para formar laicos maduros que sean capaces de dar una contribución cualificada en la vida social y civil; la educación de los jóvenes con proyectos vocacionales apropiados que acompañen, de modo especial, a los seminaristas y a los aspirantes a la vida consagrada en su camino de formación; el compromiso de informar adecuadamente a la opinión pública sobre las grandes cuestiones éticas según los principios del magisterio de la Iglesia y una presencia eficaz en el campo de los medios de comunicación social, también para responder a los desafíos de las sectas.

Ciertamente, los movimientos eclesiales constituyen un recurso válido para el apostolado, pero es necesario ayudarles a mantenerse siempre fieles al Evangelio y a la enseñanza de la Iglesia, también cuando actúan en el campo social y político. En particular, siento el deber de reafirmar que no compete a los eclesiásticos encabezar grupos sociales o políticos, sino a los laicos maduros y profesionalmente preparados.

Queridos hermanos, en estos días habéis pensado y dialogado juntos; y sobre todo habéis orado juntos. Pidamos al Señor, por intercesión de María, que los frutos de esta reunión vuestra y de la próxima Conferencia general del Episcopado latinoamericano redunden en beneficio de toda la Iglesia.

35 A vosotros os doy una vez más las gracias por el trabajo que habéis realizado. Al volver a vuestros países, haceos intérpretes de mis sentimientos cordiales ante los pastores y las comunidades cristianas, los Gobiernos y las poblaciones. Asegurad la cercanía espiritual del Papa de modo especial a vuestros colaboradores, a las religiosas y a todos los que cooperan para el buen funcionamiento de las sedes de vuestras nunciaturas.

A todos y cada uno imparto de corazón una bendición apostólica especial.



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