Discursos 2007 48

A LOS PARTICIPANTES EN AL ASAMBLEA GENERAL DE LA ACADEMIA PONTIFICIA PARA LA VIDA

Sábado 24 de febrero de 2007


Queridos hermanos y hermanas:

Es para mí una verdadera alegría recibir en esta audiencia tan numerosa a los miembros de la Academia pontificia para la vida, reunidos con ocasión de la XIII asamblea general; y a los que han querido participar en el congreso que tiene por tema: "La conciencia cristiana en apoyo del derecho a la vida". Saludo al señor cardenal Javier Lozano Barragán, a los arzobispos y obispos presentes, a los hermanos sacerdotes, a los relatores del congreso, y a todos vosotros, que habéis venido de diversos países.

Saludo en particular al arzobispo Elio Sgreccia, presidente de la Academia pontificia para la vida, al que agradezco las amables palabras que me ha dirigido, así como el trabajo que lleva a cabo, junto con el vicepresidente, el canciller y los miembros del consejo directivo, para realizar las delicadas y vastas tareas de la Academia pontificia.

El tema que habéis propuesto a la atención de los participantes, y por tanto también de la comunidad eclesial y de la opinión pública, es de gran importancia, pues la conciencia cristiana tiene necesidad interna de alimentarse y fortalecerse con las múltiples y profundas motivaciones que militan en favor del derecho a la vida. Es un derecho que debe ser reconocido por todos, porque es el derecho fundamental con respecto a los demás derechos humanos. Lo afirma con fuerza la encíclica Evangelium vitae: "Todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, aun entre dificultades e incertidumbres, con la luz de la razón y no sin el influjo secreto de la gracia, puede llegar a descubrir en la ley natural escrita en su corazón (cf. Rm 2,14-15) el valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término, y afirmar el derecho de cada ser humano a ver respetado totalmente este bien primario suyo. En el reconocimiento de este derecho se fundamenta la convivencia humana y la misma comunidad política" (EV 2).

La misma encíclica recuerda que "los creyentes en Cristo deben, de modo particular, defender y promover este derecho, conscientes de la maravillosa verdad recordada por el concilio Vaticano II: "El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (Gaudium et spes GS 22). En efecto, en este acontecimiento salvífico se revela a la humanidad no sólo el amor infinito de Dios, que "tanto amó al mundo que dio a su Hijo único" (Jn 3,16), sino también el valor incomparable de cada persona humana" (ib.).

Por eso, el cristiano está continuamente llamado a movilizarse para afrontar los múltiples ataques a que está expuesto el derecho a la vida. Sabe que en eso puede contar con motivaciones que tienen raíces profundas en la ley natural y que por consiguiente pueden ser compartidas por todas las personas de recta conciencia.

Desde esta perspectiva, sobre todo después de la publicación de la encíclica Evangelium vitae, se ha hecho mucho para que los contenidos de esas motivaciones pudieran ser mejor conocidos en la comunidad cristiana y en la sociedad civil, pero hay que admitir que los ataques contra el derecho a la vida en todo el mundo se han extendido y multiplicado, asumiendo nuevas formas.

Son cada vez más fuertes las presiones para la legalización del aborto en los países de América Latina y en los países en vías de desarrollo, también recurriendo a la liberalización de las nuevas formas de aborto químico bajo el pretexto de la salud reproductiva: se incrementan las políticas del control demográfico, a pesar de que ya se las reconoce como perniciosas incluso en el ámbito económico y social.

Al mismo tiempo, en los países más desarrollados aumenta el interés por la investigación biotecnológica más refinada, para instaurar métodos sutiles y extendidos de eugenesia hasta la búsqueda obsesiva del "hijo perfecto", con la difusión de la procreación artificial y de diversas formas de diagnóstico encaminadas a garantizar su selección. Una nueva ola de eugenesia discriminatoria consigue consensos en nombre del presunto bienestar de los individuos y, especialmente en los países de mayor bienestar económico, se promueven leyes para legalizar la eutanasia.

49 Todo esto acontece mientras, en otra vertiente, se multiplican los impulsos para legalizar convivencias alternativas al matrimonio y cerradas a la procreación natural. En estas situaciones la conciencia, a veces arrollada por los medios de presión colectiva, no demuestra suficiente vigilancia sobre la gravedad de los problemas que están en juego, y el poder de los más fuertes debilita y parece paralizar incluso a las personas de buena voluntad.

Por esto, resulta aún más necesario apelar a la conciencia y, en particular, a la conciencia cristiana. Como dice el Catecismo de la Iglesia católica, "la conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la calidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho. En todo lo que dice y hace, el hombre está obligado a seguir fielmente lo que sabe que es justo y recto" (
CEC 1778).

Esta definición pone de manifiesto que la conciencia moral, para poder guiar rectamente la conducta humana, ante todo debe basarse en el sólido fundamento de la verdad, es decir, debe estar iluminada para reconocer el verdadero valor de las acciones y la consistencia de los criterios de valoración, de forma que sepa distinguir el bien del mal, incluso donde el ambiente social, el pluralismo cultural y los intereses superpuestos no ayuden a ello.

La formación de una conciencia verdadera, por estar fundada en la verdad, y recta, por estar decidida a seguir sus dictámenes, sin contradicciones, sin traiciones y sin componendas, es hoy una empresa difícil y delicada, pero imprescindible. Y es una empresa, por desgracia, obstaculizada por diversos factores. Ante todo, en la actual fase de la secularización llamada post-moderna y marcada por formas discutibles de tolerancia, no sólo aumenta el rechazo de la tradición cristiana, sino que se desconfía incluso de la capacidad de la razón para percibir la verdad, y a las personas se las aleja del gusto de la reflexión.

Según algunos, incluso la conciencia individual, para ser libre, debería renunciar tanto a las referencias a las tradiciones como a las que se fundamentan en la razón. De esta forma la conciencia, que es acto de la razón orientado a la verdad de las cosas, deja de ser luz y se convierte en un simple telón de fondo sobre el que la sociedad de los medios de comunicación lanza las imágenes y los impulsos más contradictorios.

Es preciso volver a educar en el deseo del conocimiento de la verdad auténtica, en la defensa de la propia libertad de elección ante los comportamientos de masa y ante las seducciones de la propaganda, para alimentar la pasión de la belleza moral y de la claridad de la conciencia. Esta delicada tarea corresponde a los padres de familia y a los educadores que los apoyan; y también es una tarea de la comunidad cristiana con respecto a sus fieles.

Por lo que atañe a la conciencia cristiana, a su crecimiento y a su alimento, no podemos contentarnos con un fugaz contacto con las principales verdades de fe en la infancia; es necesario también un camino que acompañe las diversas etapas de la vida, abriendo la mente y el corazón a acoger los deberes fundamentales en los que se basa la existencia tanto del individuo como de la comunidad.

Sólo así será posible ayudar a los jóvenes a comprender los valores de la vida, del amor, del matrimonio y de la familia. Sólo así se podrá hacer que aprecien la belleza y la santidad del amor, la alegría y la responsabilidad de ser padres y colaboradores de Dios para dar la vida. Si falta una formación continua y cualificada, resulta aún más problemática la capacidad de juicio en los problemas planteados por la biomedicina en materia de sexualidad, de vida naciente, de procreación, así como en el modo de tratar y curar a los enfermos y de atender a las clases débiles de la sociedad.

Ciertamente, es necesario hablar de los criterios morales que conciernen a estos temas con profesionales, médicos y juristas, para comprometerlos a elaborar un juicio competente de conciencia y, si fuera el caso, también una valiente objeción de conciencia, pero en un nivel más básico existe esa misma urgencia para las familias y las comunidades parroquiales, en el proceso de formación de la juventud y de los adultos.

Bajo este aspecto, junto con la formación cristiana, que tiene como finalidad el conocimiento de la persona de Cristo, de su palabra y de los sacramentos, en el itinerario de fe de los niños y de los adolescentes es necesario promover coherentemente los valores morales relacionados con la corporeidad, la sexualidad, el amor humano, la procreación, el respeto a la vida en todos los momentos, denunciando a la vez, con motivos válidos y precisos, los comportamientos contrarios a estos valores primarios. En este campo específico, la labor de los sacerdotes deberá ser oportunamente apoyada por el compromiso de educadores laicos, incluyendo especialistas, dedicados a la tarea de orientar las realidades eclesiales con su ciencia iluminada por la fe.

Por eso, queridos hermanos y hermanas, pido al Señor que os mande a vosotros, y a quienes se dedican a la ciencia, a la medicina, al derecho y a la política, testigos que tengan una conciencia verdadera y recta, para defender y promover el "esplendor de la verdad", en apoyo del don y del misterio de la vida. Confío en vuestra ayuda, queridos profesionales, filósofos, teólogos, científicos y médicos. En una sociedad a veces ruidosa y violenta, con vuestra cualificación cultural, con la enseñanza y con el ejemplo, podéis contribuir a despertar en muchos corazones la voz elocuente y clara de la conciencia.

50 "El hombre tiene una ley inscrita por Dios en su corazón —nos enseñó el concilio Vaticano II—, en cuya obediencia está la dignidad humana y según la cual será juzgado" (Gaudium et spes GS 16). El Concilio dio sabias orientaciones para que "los fieles aprendan a distinguir cuidadosamente entre los derechos y deberes que tienen como miembros de la Iglesia y los que les corresponden como miembros de la sociedad humana" y "se esfuercen por integrarlos en buena armonía, recordando que en cualquier cuestión temporal han de guiarse por la conciencia cristiana, pues ninguna actividad humana, ni siquiera en los asuntos temporales, puede sustraerse a la soberanía de Dios" (Lumen gentium LG 36).

Por esta razón, el Concilio exhorta a los laicos creyentes a acoger "lo que los sagrados pastores, representantes de Cristo, decidan como maestros y jefes en la Iglesia"; y, por otra parte, recomienda "que los pastores reconozcan y promuevan la dignidad y la responsabilidad de los laicos en la Iglesia, se sirvan de buena gana de sus prudentes consejos" y concluye que "de este trato familiar entre los laicos y los pastores se pueden esperar muchos bienes para la Iglesia" (ib., LG 37).

Cuando está en juego el valor de la vida humana, esta armonía entre función magisterial y compromiso laical resulta singularmente importante: la vida es el primero de los bienes recibidos de Dios y es el fundamento de todos los demás; garantizar el derecho a la vida a todos y de manera igual para todos es un deber de cuyo cumplimiento depende el futuro de la humanidad. También desde este punto de vista resalta la importancia de vuestro encuentro de estudio.

Encomiendo sus trabajos y resultados a la intercesión de la Virgen María, a quien la tradición cristiana saluda como la verdadera "Madre de todos los vivientes". Que ella os asista y os guíe. Como prenda de este deseo, os imparto a todos vosotros, a vuestros familiares y colaboradores, la bendición apostólica.


Marzo de 2007


AL FINAL DE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Capilla "Redemptoris Mater"

Sábado 3 de marzo de 2007



Señor cardenal:

En nombre de todos los que nos encontramos aquí reunidos, le agradezco de corazón la maravillosa anagogía que nos ha dado durante esta semana.

En la santa misa, antes de la plegaria eucarística, cada día respondemos a la invitación "Levantemos el corazón" con las palabras: "Lo tenemos levantado hacia el Señor". Y me temo que esta respuesta a menudo sea más ritual que existencial. Pero en esta semana realmente usted nos ha enseñado a elevar nuestro corazón, a subir hacia lo invisible, hacia la realidad verdadera. Y nos ha dado también la clave para responder cada día a los desafíos de esta realidad.

Durante su primera conferencia me di cuenta de que en las incrustaciones de mi reclinatorio está representado Cristo resucitado, rodeado de ángeles que vuelan. Pensé que esos ángeles pueden volar porque no se encuentran en la gravitación de las cosas materiales de la tierra, sino en la gravitación del amor del Resucitado, y que nosotros podríamos volar si saliéramos de la gravitación de lo material y entráramos en la gravitación nueva del amor del Resucitado.

51 Usted nos ha ayudado realmente a salir de esta gravitación de las cosas de cada día y a entrar en la gravitación del Resucitado, subiendo así a las alturas. Por eso le damos las gracias.

También quisiera expresarle mi agradecimiento porque nos ha ofrecido análisis muy acertados y precisos de nuestra situación actual y sobre todo nos ha mostrado cómo detrás de muchos fenómenos de nuestro tiempo, aparentemente muy lejanos de la religión y de Cristo, hay una pregunta, una espera, un deseo; y que la única respuesta verdadera a este deseo, omnipresente precisamente en nuestro tiempo, es Cristo.

Así usted nos ha ayudado a seguir con mayor valentía a Cristo y a amar más a la Iglesia, la "Immaculata ex maculatis", como usted nos ha enseñado con palabras de san Ambrosio.

Por último, quisiera darle las gracias por su realismo, por su humorismo y por su concreción; incluso por la teología un poco audaz de una de sus asistentas: no me atrevería a someter esas palabras —"el Señor tal vez tiene sus defectos"— al juicio de la Congregación para la doctrina de la fe. Pero, en cualquier caso, hemos aprendido: y sus pensamientos, señor cardenal, nos acompañarán no sólo en las próximas semanas.

Lo encomendamos en nuestras oraciones.

Muchas gracias.


A LOS MIEMBROS DEL COMITÉ CIENTÍFICO Y DEL COMITÉ EJECUTIVO DEL INSTITUTO "PABLO VI" DE BRESCIA

Sábado 3 de marzo de 2007



Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra acogeros a cada uno de vosotros, que formáis parte del comité científico y del comité ejecutivo del Instituto "Pablo VI", promovido por la "Obra para la educación cristiana" de Brescia con el fin de fomentar el estudio de la vida, del pensamiento y de la actividad de este inolvidable Pontífice.

Os saludo a todos cordialmente, comenzando por los señores cardenales presentes. En particular, saludo al doctor Giuseppe Camadini, y le agradezco las palabras que me ha dirigido en su calidad de presidente de vuestro Instituto. Dirijo, además, un saludo especial a monseñor Giulio Sanguineti, obispo de la diócesis en la que mi venerado predecesor nació, fue bautizado y ordenado sacerdote. Le agradezco también todo lo que hace para sostener y acompañar de forma autorizada la actividad de una institución tan benemérita. Gracias, queridos amigos, por haberme obsequiado con un ejemplar de todas las publicaciones que habéis editado hasta ahora. Se trata de una serie muy amplia de volúmenes, que testimonian el notable trabajo que habéis realizado durante más de 25 años.

Como se ha dicho, tuve ocasión de conocer la actividad de vuestro Instituto. He admirado su fidelidad al Magisterio, así como su intención de honrar a un gran Pontífice, cuyo anhelo apostólico procuráis destacar gracias a un riguroso trabajo de investigación y a iniciativas de elevada calidad científica y eclesial. Al siervo de Dios Pablo VI me siento muy vinculado personalmente por la confianza que me demostró al nombrarme arzobispo de Munich y, tres meses después, incluyéndome en el Colegio cardenalicio, en 1977.

52 Fue llamado por la divina Providencia a guiar la barca de Pedro en un período histórico marcado por muchos desafíos y problemas. Al repasar con el pensamiento los años de su pontificado, impresiona el celo misionero que lo animó y lo impulsó a emprender arduos viajes apostólicos, incluso a naciones lejanas, y a realizar gestos proféticos de amplio alcance eclesial, misionero y ecuménico. Fue el primer Papa en viajar a la tierra donde Cristo vivió y de la que partió Pedro para venir a Roma. Aquella visita, sólo seis meses después de su elección como Supremo Pastor del pueblo de Dios y mientras se estaba celebrando el concilio ecuménico Vaticano II, revistió un claro significado simbólico. Indicó a la Iglesia que el camino de su misión consiste en seguir las huellas de Cristo. Esto fue precisamente lo que el Papa Pablo VI trató de hacer durante su ministerio petrino, que desempeñó siempre con sabiduría y prudencia, con plena fidelidad al mandato del Señor.

En efecto, el secreto de la acción pastoral que Pablo VI llevó a cabo con incansable entrega, tomando a veces decisiones difíciles e impopulares, radica precisamente en su amor a Cristo, un amor que vibra con expresiones conmovedoras en todas sus enseñanzas. Su alma de Pastor estaba totalmente impregnada de celo misionero, alimentado por un sincero deseo de diálogo con la humanidad. Su invitación profética, repetida muchas veces, a renovar el mundo atormentado por inquietudes y violencias mediante "la civilización del amor", nacía de su total confianza en Jesús, Redentor del hombre.

¿Cómo olvidar, por ejemplo, aquellas palabras que también yo, entonces presente como perito en el concilio Vaticano II, escuché en la basílica vaticana en la inauguración de la segunda sesión, el 29 de septiembre de 1963? "Cristo, nuestro principio —proclamó Pablo VI con íntima emoción, y oigo aún su voz—; Cristo, nuestro camino y nuestro guía; Cristo, nuestra esperanza y nuestro término. (...) Que no se cierna sobre esta reunión otra luz si no es Cristo, luz del mundo; que ninguna otra verdad atraiga nuestros ánimos fuera de las palabras del Señor, nuestro único Maestro; que ninguna otra aspiración nos anime si no es el deseo de serle absolutamente fieles" (Concilio Vaticano II. Constituciones, Decretos, Declaraciones, BAC, Madrid 1968, p. 1045). Y hasta su último suspiro, su pensamiento, sus energías y su acción fueron para Cristo y para su Iglesia.

El nombre de este Pontífice, cuya grandeza la opinión pública mundial comprendió precisamente con ocasión de su muerte, sigue unido sobre todo al concilio Vaticano II. En efecto, aunque fue Juan XXIII quien lo convocó e inició, le tocó a él, su sucesor, llevarlo a término con mano experta, delicada y firme. No menos arduo fue para el Papa Montini gobernar la Iglesia en el período posconciliar. No se dejó condicionar por incomprensiones y críticas, aunque tuvo que soportar sufrimientos y ataques, a veces violentos, pero en todas las circunstancias fue firme y prudente timonel de la barca de Pedro.

Con el paso de los años resulta cada vez más evidente la importancia de su pontificado para la Iglesia y para el mundo, así como el valor de su alto magisterio, en el que se han inspirado sus Sucesores, y al que también yo sigo haciendo referencia. Por tanto, me complace aprovechar esta circunstancia para rendirle homenaje, a la vez que os animo, queridos amigos, a proseguir el trabajo que habéis emprendido desde hace tiempo.

Haciendo mía la exhortación que os dirigió el amado Papa Juan Pablo II, os repito de buen grado: "Estudiad con amor a Pablo VI (...); estudiadlo con rigor científico (...); estudiadlo con la convicción de que su herencia espiritual continúa enriqueciendo a la Iglesia y puede alimentar la conciencia de los hombres de hoy, tan necesitados de "palabras de vida eterna"" (Discurso al Instituto Pablo VI de Brescia, 26 de enero de 1980, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 10 de febrero de 1980, p. 20).

Queridos hermanos y hermanas, gracias una vez más por vuestra visita; os aseguro un recuerdo en la oración y os bendigo con afecto a vosotros, a vuestras familias y todas las iniciativas del Instituto Pablo VI de Brescia.


A LOS SOCIOS DEL CÍRCULO SAN PEDRO

Jueves 8 de marzo de 2007

: Queridos amigos:

Gracias por vuestra presencia en este encuentro, con el que queréis renovar los sentimientos de afecto y devoción que unen a vuestra Asociación con el Sucesor del apóstol Pedro. Os saludo a todos cordialmente. Saludo a los miembros de la presidencia general de vuestro benemérito Círculo y de modo especial al presidente, don Leopoldo de los duques Torlonia, al que expreso mi gratitud también por las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre, ilustrándome vuestras actividades litúrgicas y caritativas. Extiendo mi saludo a vuestro consiliario, a vuestras familias y a cuantos de diferentes modos participan en las actividades que organizáis.

De acuerdo con una larga tradición, esta cita anual tiene lugar en relación con la fiesta de la Cátedra de San Pedro, para subrayar la peculiar fidelidad a la Santa Sede que queréis que distinga a vuestro Círculo, y para entregar al Papa la colecta del tradicional Óbolo de san Pedro, que realizáis en las parroquias y en las instituciones de la diócesis de Roma.

53 La antigua práctica del Óbolo de san Pedro, que en cierto modo ya se efectuaba en las primeras comunidades cristianas, brota de la certeza de que todos los fieles están llamados a sostener también materialmente la obra de evangelización y, al mismo tiempo, a ayudar con generosidad a los pobres y a los necesitados, recordando las palabras de Jesús: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40). Como leemos en los Hechos de los Apóstoles, gracias a que se compartían los bienes materiales, "no había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe de la venta, y lo ponían a los pies de los Apóstoles" (Ac 4,34 s); y también: "Los discípulos determinaron enviar algunos recursos, según las posibilidades de cada uno, para los hermanos que vivían en Judea" (Ac 11,29).

Esta práctica eclesial ha ido desarrollándose con el paso de los siglos, adaptándose a las diversas exigencias de los tiempos, y prosigue también ahora. En efecto, en cada diócesis, en cada parroquia y comunidad religiosa se recoge anualmente el Óbolo de san Pedro, que después se envía al centro de la Iglesia para ser redistribuido según las necesidades y las peticiones que llegan al Papa desde todas las partes de la tierra.

En la historia de la Iglesia ha habido momentos en los que la ayuda económica de los cristianos al Sucesor de Pedro ha sido particularmente significativa, como podemos comprender fácilmente, por ejemplo, leyendo lo que escribió el beato Papa Pío IX en la encíclica Saepe venerabilis, del 5 de agosto de 1871: "Llegó a Nosotros, más abundante de lo acostumbrado, el Óbolo, con el que pobres y ricos se han esforzado por socorrernos en la pobreza que Nos han provocado; a él se han añadido numerosos, diversos y nobilísimos dones, y un espléndido tributo de las artes cristianas y de los ingenios, particularmente apto para poner de relieve la doble potestad, espiritual y real, que Dios Nos ha concedido" (Ench. Enc., 2, n. 452, p. 609).

También en nuestro tiempo la Iglesia sigue difundiendo el Evangelio y cooperando en la construcción de una humanidad más fraterna y solidaria. Precisamente también gracias al Óbolo de san Pedro le es posible cumplir esta misión de evangelización y promoción humana. Por eso, os agradezco vuestro compromiso de recoger, como ha subrayado vuestro presidente, los donativos de los romanos, signo de su gratitud por la acción pastoral y caritativa del Sucesor de Pedro.

Sé que os impulsan el celo y la generosidad. Que el Señor os recompense y haga fructuoso el servicio eclesial que prestáis, y que os ayude también a realizar todas las iniciativas de vuestro Círculo. Entre estas, me complace recordar especialmente el valioso servicio que prestáis desde hace más de seis años con el Hospicio del Sagrado Corazón, donde la presencia diaria de vuestros voluntarios ofrece ayuda a los enfermos y a sus familiares: vuestro testimonio de amor a la vida humana, que merece atención y respeto hasta su último suspiro, es silencioso pero muy elocuente.

Queridos amigos, estamos en el tiempo cuaresmal, durante el cual la liturgia nos recuerda que, además del compromiso de la oración y del ayuno, debemos prestar atención a los hermanos, especialmente a los que se encuentran en dificultades, acudiendo en su ayuda con gestos y obras de apoyo material y espiritual.

Os repito hoy la invitación que dirigí a todos los cristianos en el Mensaje para la Cuaresma, es decir, el deseo de que este tiempo litúrgico sea para todos "una experiencia renovada del amor de Dios que se nos ha dado en Cristo, amor que también nosotros cada día debemos "volver a dar" al prójimo, especialmente al que sufre y al necesitado" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de febrero de 2007, p. 4).

Al mismo tiempo que os expreso una vez más mi agradecimiento por vuestra visita, os animo a proseguir con entusiasmo vuestras actividades caritativas y el servicio de honor y de acogida a los fieles, que prestáis en la basílica vaticana y durante las celebraciones presididas por el Papa. Os encomiendo a la protección materna de María, a quien invocáis como Salus populi romani.Con estos sentimientos, asegurándoos un recuerdo en la oración por vosotros y por vuestras iniciativas, os imparto a todos una especial bendición apostólica.


A LA ASAMBLEA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LAS COMUNICACIONES SOCIALES

Viernes 9 de marzo de 2007



Eminencias;
queridos hermanos en el episcopado;
54 queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Me alegra acogeros hoy en el Vaticano con ocasión de la asamblea plenaria anual del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales. Agradezco, ante todo, al arzobispo mons. Foley, presidente del Consejo, sus amables palabras de saludo. Deseo expresaros a todos mi gratitud por vuestro compromiso en el apostolado de las comunicaciones sociales, cuya importancia no puede subestimarse en nuestro mundo cada vez más tecnológico.

El campo de las comunicaciones sociales cambia continuamente. Mientras los medios de comunicación de prensa se esfuerzan por mantener su difusión, los demás medios, como la radio, la televisión e internet se están desarrollando con una rapidez extraordinaria. En el trasfondo de la globalización, este influjo de los medios electrónicos coincide con su concentración cada vez mayor en manos de algunas multinacionales, cuya influencia se extiende a todos los ámbitos sociales y culturales.

¿Cuáles han sido los resultados y los efectos de este incremento en los medios de comunicación social y en la industria del entretenimiento? Sé que esta pregunta requiere mucha atención por vuestra parte. En efecto, teniendo en cuenta el gran influjo que ejercen los medios de comunicación social para modelar la cultura, eso atañe a todos los que se interesan en serio por el bienestar de la sociedad civil.

No cabe duda de que los diversos componentes de los medios de comunicación social han aportado un gran beneficio a la civilización. Basta pensar en los excelentes documentales e informativos, en el sano entretenimiento, así como en los debates y las entrevistas que ayudan a reflexionar. Además, con respecto a internet, es preciso reconocer que ha abierto un mundo de conocimiento y de aprendizaje al que antes muchos, si no todos, tenían difícilmente acceso. Estas contribuciones al bien común merecen aplauso y han de estimularse.

Por otro lado, también es evidente que mucho de lo que se transmite, de varias formas, a las casas de millones de familias en todo el mundo es destructor. La Iglesia, iluminando con la luz de la verdad de Cristo esas sombras, engendra esperanza. Intensifiquemos nuestros esfuerzos por impulsar a todos a poner la lámpara sobre el candelero a fin de que ilumine a todos en la casa, en la escuela y en la sociedad (cf.
Mt 5,15-16).

A este respecto, mi Mensaje para la Jornada de las comunicaciones sociales de este año llama la atención hacia la relación entre los medios de comunicación social y los jóvenes. Mi preocupación no difiere de la de cualquier madre, padre, profesor o ciudadano responsable. Todos reconocemos que "la belleza, que es como un espejo de lo divino, inspira y vivifica el corazón y la mente de los jóvenes, mientras que la fealdad y la vulgaridad tienen un impacto deprimente en las actitudes y en el comportamiento" (n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de febrero de 2007, p. 5). Por tanto, es grave la responsabilidad de introducir y educar a los niños y a los jóvenes en la belleza, en la verdad y en la bondad. Las multinacionales de medios de comunicación sólo pueden sostenerla en la medida en que promuevan la dignidad humana fundamental, el valor auténtico del matrimonio y de la vida familiar, así como los resultados positivos y las metas de la humanidad.

Apelo, una vez más, a los responsables de la industria de los medios de comunicación social, para que impulsen a los productores a salvaguardar el bien común, sostener la verdad, proteger la dignidad humana individual y promover el respeto a las necesidades de la familia.

A la vez que os animo a todos vosotros, aquí reunidos hoy, confío en que os esforzaréis por garantizar que los frutos de vuestras reflexiones y de vuestros estudios sean efectivamente compartidos con las Iglesias particulares a través de las parroquias, las escuelas y las instituciones diocesanas.

A todos vosotros, a vuestros compañeros y a los miembros de vuestras familias que están en casa imparto mi bendición apostólica.




AL FINAL DEL REZO DEL SANTO ROSARIO, EN LA V JORNADA EUROPEA DE LOS UNIVERSITARIOS

Sábado 10 de marzo de 2007



55 Queridos jóvenes universitarios:

Me alegra mucho dirigiros mi cordial saludo al final de la Vigilia mariana que el Vicariato de Roma ha organizado con ocasión de la Jornada europea de los universitarios. Expreso mi agradecimiento al cardenal Camillo Ruini y a mons. Lorenzo Leuzzi, así como a todos los que han cooperado en la iniciativa: las instituciones académicas, los Conservatorios de música, el Ministerio de Universidades e investigación, el Ministerio de comunicaciones. Felicito a los directores de la orquesta y del gran coro, y a vosotros, queridos músicos y miembros del coro.

Al acogeros a vosotros, amigos de Roma, mi pensamiento se dirige con igual afecto a vuestros coetáneos que, gracias a las conexiones de radio y televisión, han podido participar en este momento de oración y reflexión desde varias ciudades de Europa y Asia: Praga, Calcuta, Hong Kong, Bolonia, Cracovia, Turín, Manchester, Manila, Coimbra, Tirana e Islamabad-Rawalpindi. Realmente, esta "red", realizada con la colaboración del Centro televisivo vaticano, de Radio Vaticano y de Telespazio, es un signo de los tiempos, un signo de esperanza.

Es una "red" que demuestra todo su valor si consideramos el tema de esta vigilia: "La caridad intelectual, camino para una nueva cooperación entre Europa y Asia". Es sugestivo pensar en la caridad intelectual como fuerza del espíritu humano, capaz de unir los itinerarios formativos de las nuevas generaciones. Más globalmente, la caridad intelectual puede unir el camino existencial de jóvenes que, aun viviendo a gran distancia unos de otros, logran sentirse vinculados en el ámbito de la búsqueda interior y del testimonio.

Esta tarde realizamos un puente ideal entre Europa y Asia, continente de riquísimas tradiciones espirituales, donde se han desarrollado algunas de las más antiguas y nobles tradiciones culturales de la humanidad. Por consiguiente, es muy significativo este encuentro. Los jóvenes universitarios de Roma se hacen promotores de fraternidad con la caridad intelectual, fomentan una solidaridad que no se basa en intereses económicos o políticos, sino sólo en el estudio y la búsqueda de la verdad. En definitiva, nos situamos en la auténtica perspectiva "universitaria", es decir, en la perspectiva de la comunidad del saber, que ha sido uno de los elementos constitutivos de Europa. ¡Gracias, queridos jóvenes!

Me dirijo ahora a los que están en conexión con nosotros desde las diversas ciudades y naciones.

(en checo)
Queridos jóvenes que estáis reunidos en Praga: que la amistad con Cristo ilumine siempre vuestro estudio y vuestro crecimiento personal.

(en inglés)
Queridos universitarios de Calculta, Hong Kong, Islamabad-Rawalpindi, Manchester y Manila: testimoniad que Jesucristo no nos quita nada, sino que lleva a hacer realidad nuestros más profundos anhelos de vida y verdad.

(en polaco)
56 Queridos amigos de Cracovia: conservad siempre como un tesoro las enseñanzas que el venerado Papa Juan Pablo II dejó a los jóvenes y, de modo especial, a los universitarios.

(en portugués)
Queridos estudiantes de la universidad de Coimbra: que la Virgen María, Sede de la Sabiduría, sea vuestra guía, para que seáis verdaderos discípulos y testigos de la Sabiduría cristiana.

(en albanés)
Queridos jóvenes de Tirana: comprometeos para construir como protagonistas la nueva Albania, recurriendo a las raíces cristianas de Europa.

(en italiano)
Queridos estudiantes de las universidades de Bolonia y Turín: nunca dejéis de dar vuestra contribución original y creativa a la construcción del nuevo humanismo, basado en el diálogo fecundo entre la fe y la razón.

Queridos amigos, estamos viviendo el tiempo de Cuaresma, y la liturgia nos exhorta continuamente a fortalecer nuestro seguimiento de Cristo. También esta Vigilia, según la tradición de la Jornada mundial de la juventud, puede considerarse una etapa de la peregrinación espiritual guiada por la cruz. Y el misterio de la cruz no está separado del tema de la caridad intelectual, más aún, lo ilumina. La sabiduría cristiana es sabiduría de la cruz: los estudiantes, y con mayor razón los profesores cristianos, interpretan todas las realidades a la luz del misterio de amor de Dios, que tiene en la cruz su revelación más alta y perfecta.

Una vez más, queridos jóvenes, os encomiendo la cruz de Cristo: acogedla, abrazadla, seguidla. Es el árbol de la vida. Junto a ella podéis encontrar siempre a María, la Madre de Jesús. Como ella, Sede de la Sabiduría, fijad vuestra mirada en Aquel que por nosotros fue traspasado (cf.
Jn 19,37); contemplad el manantial inagotable del amor y de la verdad, y también vosotros podréis llegar a ser discípulos y testigos llenos de alegría.

Es el deseo que os expreso a cada uno. Lo acompaño de corazón con la oración y con mi bendición, que de buen grado extiendo a todos vuestros seres queridos.

Discursos 2007 48