Discursos 2007 63

63 queridos hermanos y hermanas:

Me alegra acogeros con ocasión de la sesión plenaria del Consejo pontificio para la pastoral de la salud. Dirijo mi cordial saludo a cada uno de vosotros, que venís de diversas partes del mundo, como expresiones válidas del compromiso de las Iglesias particulares, de los institutos de vida consagrada y de las numerosas obras de la comunidad cristiana en el campo sanitario. Agradezco al cardenal Javier Lozano Barragán, presidente del dicasterio, las amables palabras con que se ha hecho intérprete de los sentimientos comunes, ilustrándome los objetivos que son actualmente objeto de vuestro trabajo. Saludo y expreso mi gratitud al secretario, al subsecretario, a los oficiales y a los consultores presentes, así como a los demás colaboradores.

Vuestra reunión no se propone profundizar en un tema específico, sino evaluar el estado de aplicación del programa que habéis establecido anteriormente y fijar en consecuencia los objetivos futuros. Por eso, mi encuentro con vosotros en una circunstancia como esta me brinda la alegría de hacer que cada uno de vosotros sienta la cercanía concreta del Sucesor de Pedro y, a través de él, de todo el Colegio episcopal en vuestro servicio eclesial.

En efecto, la pastoral de la salud es un ámbito plenamente evangélico, que recuerda de modo inmediato la obra de Jesús, buen Samaritano de la humanidad. Cuando pasaba por las aldeas de Palestina anunciando la buena nueva del reino de Dios, siempre acompañaba su predicación con los signos que realizaba en favor de los enfermos, curando a todos los que se hallaban prisioneros de diversas enfermedades y dolencias.

La salud del hombre, de todo el hombre, fue el signo que Cristo escogió para manifestar la cercanía de Dios, su amor misericordioso que cura el espíritu, el alma y el cuerpo. Queridos amigos, el seguimiento de Cristo, al que los Evangelios nos presentan como "Médico" divino, ha de ser siempre la referencia fundamental de todas vuestras iniciativas.

Esta perspectiva bíblica da valor al principio ético natural del deber de curar al enfermo, en virtud del cual hay que defender toda existencia humana según las dificultades particulares en que se encuentra y según nuestras posibilidades concretas de ayuda. Socorrer al ser humano es un deber, sea como respuesta a un derecho fundamental de la persona, sea porque la curación de los individuos redunda en beneficio de la colectividad. La ciencia médica progresa en la medida en que acepta replantearse siempre tanto el diagnóstico como los métodos de tratamiento, dando por supuesto que los anteriores datos adquiridos y los presuntos límites pueden superarse.

Por lo demás, la estima y la confianza con respecto al personal sanitario son proporcionados a la certeza de que esos defensores de la vida por profesión jamás despreciarán una existencia humana, aunque sea discapacitada, e impulsarán siempre intentos de curación. Por consiguiente, el esfuerzo por curar se ha de extender a todo ser humano, con el fin de abarcar toda su existencia. En efecto, el concepto moderno de atención sanitaria es la promoción humana: va desde el cuidado del enfermo hasta los tratamientos preventivos, buscando el mayor desarrollo humano y favoreciendo un ambiente familiar y social adecuado.

Esta perspectiva ética, basada en la dignidad de la persona humana y en los derechos y deberes fundamentales vinculados a ella, se confirma y se potencia con el mandamiento del amor, centro del mensaje cristiano. Por tanto, los agentes sanitarios cristianos saben bien que existe un vínculo muy estrecho e indisoluble entre la calidad de su servicio profesional y la virtud de la caridad a la que Cristo los llama: precisamente realizando bien su trabajo llevan a las personas el testimonio del amor de Dios.

La caridad como tarea de la Iglesia, sobre la que reflexioné en mi encíclica Deus caritas est, se aplica de modo particularmente significativo en la atención a los enfermos. Lo atestigua la historia de la Iglesia, con innumerables testimonios de hombres y mujeres que, tanto de forma individual como en asociaciones, han actuado en este campo. Por eso, entre los santos que han practicado de forma ejemplar la caridad, mencioné en la encíclica a figuras emblemáticas como san Juan de Dios, san Camilo de Lelis y san José Benito Cottolengo, que sirvieron a Cristo pobre y doliente en las personas de los enfermos.

Por consiguiente, queridos hermanos y hermanas, permitidme que os entregue de nuevo hoy, idealmente, las reflexiones que propuse en la encíclica, con las relativas orientaciones pastorales sobre el servicio caritativo de la Iglesia como "comunidad de amor". Y a la encíclica puedo añadir ahora también la exhortación apostólica postsinodal recién publicada, que trata de modo amplio y articulado sobre la Eucaristía como "Sacramento de la caridad".

Precisamente de la Eucaristía la pastoral de la salud puede sacar continuamente la fuerza para socorrer de modo eficaz al hombre y promoverlo según la dignidad que le es propia. En los hospitales y en las clínicas, la capilla es el corazón palpitante en el que Jesús se ofrece incesantemente al Padre celestial para la vida de la humanidad. La Eucaristía, distribuida a los enfermos dignamente y con espíritu de oración, es la savia vital que los conforta e infunde en su corazón luz interior para vivir con fe y con esperanza la condición de enfermedad y sufrimiento.

64 Así pues, os encomiendo también este documento reciente. Hacedlo vuestro, aplicadlo al campo de la pastoral de la salud, sacando de él indicaciones espirituales y pastorales apropiadas.

A la vez que os deseo todo bien para vuestros trabajos de estos días, los acompaño con un recuerdo particular en la oración, invocando la protección maternal de María santísima, Salus infirmorum, y con la bendición apostólica, que os imparto de corazón a vosotros, aquí presentes, a vuestros colaboradores en las respectivas sedes y a todos vuestros seres queridos.


A UN CONGRESO ORGANIZADO CON OCASIÓN DEL 50 ANIVERSARIO DE LA FIRMA DE LOS TRATADOS DE ROMA

Sábado 24 de marzo de 2007



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado;
honorables parlamentarios;
amables señoras y señores:

Me alegra particularmente recibiros en tan gran número en esta audiencia, que tiene lugar en la víspera del 50° aniversario de la firma de los Tratados de Roma, realizada el 25 de marzo de 1957. Culminaba entonces una etapa importante para Europa, que había salido exhausta de la segunda guerra mundial y deseaba construir un futuro de paz y de mayor bienestar económico y social, sin disolver o negar las diversas identidades nacionales.

Saludo a mons. Adrianus Herman van Luyn, obispo de Rotterdam, presidente de la Comisión de los Episcopados de la Unión europea, y le agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido. Saludo a los demás prelados, a las distinguidas personalidades y a todos los que participan en el Congreso organizado en estos días por la COMECE para reflexionar sobre Europa.

Desde marzo de hace cincuenta años, este continente ha recorrido un largo camino, que ha llevado a la reconciliación de los dos "pulmones" —Oriente y Occidente— unidos por una historia común, pero arbitrariamente separados por un telón de injusticia. La integración económica estimuló la política y favoreció la búsqueda, que todavía se lleva a cabo no sin dificultades, de una estructura institucional adecuada para una Unión europea que cuenta ya con 27 países y aspira a llegar a ser en el mundo un actor global.

En estos años se ha sentido cada vez más la necesidad de establecer un sano equilibrio entre la dimensión económica y la social, a través de políticas capaces de producir riqueza y de incrementar la competitividad, pero sin descuidar las legítimas expectativas de los pobres y los marginados. Por desgracia, desde el punto de vista demográfico, se debe constatar que Europa parece haber emprendido un camino que la podría llevar a despedirse de la historia. Eso, además de poner en peligro el crecimiento económico, también puede causar enormes dificultades a la cohesión social y, sobre todo, favorecer un peligroso individualismo, al que no le importan las consecuencias para el futuro.

65 Casi se podría pensar que el continente europeo de hecho está perdiendo la confianza en su propio porvenir. Además, por lo que atañe, por ejemplo, al respeto del medio ambiente o al ordenado acceso a los recursos y a las inversiones energéticas, se fomenta poco la solidaridad, no sólo en el ámbito internacional sino también en el estrictamente nacional. No todos comparten el proceso mismo de unificación europea, por la impresión generalizada de que varios "capítulos" del proyecto europeo han sido "escritos" sin tener debidamente en cuenta las expectativas de los ciudadanos.

De todo ello se sigue claramente que no se puede pensar en edificar una auténtica "casa común" europea descuidando la identidad propia de los pueblos de nuestro continente. En efecto, se trata de una identidad histórica, cultural y moral, antes que geográfica, económica o política; una identidad constituida por un conjunto de valores universales, que el cristianismo ha contribuido a forjar, desempeñando así un papel no sólo histórico, sino también fundacional con respecto a Europa.

Esos valores, que constituyen el alma del continente, en la Europa del tercer milenio deben seguir actuando como "fermento" de civilización. En efecto, si llegaran a faltar, ¿cómo podría el "viejo" continente continuar desempeñando la función de "levadura" para el mundo entero? Si, con ocasión del 50° aniversario de los Tratados de Roma, los Gobiernos de la Unión desean "acercarse" a sus ciudadanos, ¿cómo podrían excluir un elemento esencial de la identidad europea como es el cristianismo, con el que una amplia mayoría de ellos sigue identificándose?

¿No es motivo de sorpresa que la Europa actual, a la vez que desea constituir una comunidad de valores, parezca rechazar cada vez con mayor frecuencia que haya valores universales y absolutos? Esta forma singular de "apostasía" de sí misma, antes que de Dios, ¿acaso no la lleva a dudar de su misma identidad? De este modo se acaba por difundir la convicción de que la "ponderación de bienes" es el único camino para el discernimiento moral y que el bien común es sinónimo de compromiso. En realidad, si el compromiso puede constituir un legítimo balance de intereses particulares diversos, se transforma en un mal común cuando implica acuerdos que perjudican la naturaleza del hombre.

Una comunidad que se construye sin respetar la auténtica dignidad del ser humano, olvidando que toda persona ha sido creada a imagen de Dios, acaba por no beneficiar a nadie. Precisamente por eso resulta cada vez más indispensable que Europa evite la actitud pragmática, hoy ampliamente generalizada, que justifica sistemáticamente el compromiso con respecto a los valores humanos esenciales, como si fuera la inevitable aceptación de un presunto mal menor.

Ese pragmatismo, presentado como equilibrado y realista, en el fondo no es tal, precisamente porque niega la dimensión de valor e ideal, que es inherente a la naturaleza humana. Además, cuando en ese pragmatismo se insertan tendencias y corrientes laicistas y relativistas, se acaba por negar a los cristianos el derecho mismo de intervenir como tales en el debate público o, por lo menos, se descalifica su contribución acusándolos de querer defender privilegios injustificados.

En el actual momento histórico y ante los numerosos desafíos que lo caracterizan, la Unión europea, para ser garante efectiva del estado de derecho y promotora eficaz de valores universales, no puede por menos de reconocer con claridad la existencia cierta de una naturaleza humana estable y permanente, fuente de derechos comunes a todas las personas, incluidas las mismas que los niegan. En ese contexto, es preciso salvaguardar el derecho a la objeción de conciencia, cuando se violan los derechos humanos fundamentales.

Queridos amigos, sé cuán difícil es para los cristianos defender denodadamente esta verdad del hombre. Sin embargo, no os canséis ni os desalentéis. Sabéis que tenéis la misión de contribuir a edificar, con la ayuda de Dios, una nueva Europa, realista pero no cínica, rica en ideales, sin ingenuas y falsas ilusiones, inspirada en la perenne y vivificante verdad del Evangelio.

Por esto, participad activamente en el debate público a nivel europeo, conscientes de que ya forma parte integrante del debate nacional; y, además de ese empeño, llevad a cabo una eficaz acción cultural. No cedáis a la lógica del poder que es fin en sí mismo. Que os sirva de constante estímulo y apoyo la exhortación de Cristo: si la sal se desvirtúa, no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada (cf.
Mt 5,13). Que el Señor haga fecundos todos vuestros esfuerzos y os ayude a reconocer y valorar los elementos positivos presentes en la civilización actual, pero denunciando con valentía todo lo que es contrario a la dignidad del hombre.

Estoy seguro de que Dios no dejará de bendecir el esfuerzo generoso de todos aquellos que, con espíritu de servicio, trabajan por construir una casa común europea donde cada aportación cultural, social y política esté orientada al bien común. A vosotros, ya comprometidos de diversas maneras en esa importante empresa humana y evangélica, os expreso mi apoyo y os dirijo mi más fuerte estímulo. Sobre todo os aseguro un recuerdo en la oración y, a la vez que invoco la maternal protección de María, Madre del Verbo encarnado, os imparto de corazón mi afectuosa bendición a vosotros y a vuestras familias y comunidades.


A LA FRATERNIDAD DE COMUNIÓN Y LIBERACIÓN EN EL XXV ANIVERSARIO DE SU RECONOCIMIENTO PONTIFICIO

Sábado 24 de marzo de 2007



66 Queridos hermanos y hermanas:

Es para mí un gran placer acogeros hoy, en esta plaza de San Pedro, con ocasión del XXV aniversario del reconocimiento pontificio de la Fraternidad de Comunión y Liberación. Os dirijo mi cordial saludo a cada uno de vosotros, en particular a los prelados, a los sacerdotes y a los responsables presentes. De modo especial, saludo a don Julián Carrón, presidente de vuestra Fraternidad, y le agradezco las bellas y profundas palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros.

Mi primer pensamiento va a vuestro fundador, monseñor Luigi Giussani, al que me unen tantos recuerdos y que llegó a ser un verdadero amigo mío. El último encuentro, como ha aludido mons. Carrón, tuvo lugar en la catedral de Milán, en febrero de hace dos años, cuando el amado Juan Pablo II me envió para presidir sus solemnes funerales. El Espíritu Santo ha suscitado en la Iglesia, a través de él, un Movimiento, el vuestro, que testimoniara la belleza de ser cristianos en una época en la que iba difundiéndose la opinión de que vivir el cristianismo era algo arduo y agobiante. Don Giussani trabajó entonces por volver a despertar en los jóvenes el amor a Cristo, "camino, verdad y vida", repitiendo que sólo él es el camino hacia la realización de los deseos más profundos del corazón del hombre, y que Cristo no nos salva prescindiendo de nuestra humanidad, sino a través de ella.

Como recordé en la homilía con ocasión de su funeral, este valiente sacerdote, que creció en una casa pobre en pan, pero rica en música —como solía decir—, desde el inicio fue tocado, más aún, herido por el deseo de la belleza, pero no de una belleza cualquiera. Buscaba la Belleza misma, la Belleza infinita que encontró en Cristo.

¿Cómo no recordar, además, los numerosos encuentros y contactos de don Giussani con mi venerado predecesor Juan Pablo II? En un aniversario muy significativo para vosotros, el Papa reafirmó, una vez más, que la original intuición pedagógica de Comunión y Liberación consiste en volver a proponer, de modo fascinante y en sintonía con la cultura contemporánea, el acontecimiento cristiano, percibido como fuente de nuevos valores y capaz de orientar toda la existencia.

Ese acontecimiento, que cambió la vida del fundador, "hirió" también la de muchísimos de sus hijos espirituales, y dio lugar a las múltiples experiencias religiosas y eclesiales que forman la historia de vuestra vasta y articulada familia espiritual. Comunión y Liberación es una experiencia comunitaria de fe, que no nació en la Iglesia de una voluntad organizativa de la jerarquía, sino que se originó de un encuentro renovado con Cristo y así, podemos decir, de un impulso derivado, en definitiva, del Espíritu Santo. Aún hoy se presenta como una posibilidad de vivir de modo profundo y actualizado la fe cristiana, por una parte, con una total fidelidad y comunión con el Sucesor de Pedro y con los pastores, a quienes está encomendado el gobierno de la Iglesia; y, por otra, con una espontaneidad y una libertad que permiten nuevas y proféticas realizaciones apostólicas y misioneras.

Queridos amigos, así vuestro Movimiento se inserta en el vasto florecimiento de asociaciones, movimientos y nuevas realidades eclesiales suscitados providencialmente por el Espíritu Santo en la Iglesia después del concilio Vaticano II. Todo don del Espíritu Santo está originaria y necesariamente al servicio de la edificación del Cuerpo de Cristo, dando testimonio del inmenso amor de Dios por la vida de todo hombre. Por tanto, la realidad de los movimientos eclesiales es signo de la fecundidad del Espíritu del Señor, para que se manifieste en el mundo la victoria de Cristo resucitado y se cumpla el mandato misionero encomendado a toda la Iglesia.

En el Mensaje al Congreso mundial de movimientos eclesiales, el 27 de mayo de 1998, el siervo de Dios Juan Pablo II repitió que, en la Iglesia, no hay contraste o contraposición entre la dimensión institucional y la dimensión carismática, de la cual los Movimientos son una expresión significativa, porque ambas son igualmente esenciales para la constitución divina del pueblo de Dios. En la Iglesia también las instituciones esenciales son carismáticas y, por otra parte, los carismas deben institucionalizarse de un modo u otro para tener coherencia y continuidad. Así ambas dimensiones, suscitadas por el mismo Espíritu Santo para el mismo Cuerpo de Cristo, concurren juntas para hacer presente el misterio y la obra salvífica de Cristo en el mundo. Esto explica la atención con que el Papa y los pastores observan la riqueza de los dones carismáticos en la época contemporánea.

A este propósito, durante un reciente encuentro con el clero y los párrocos de Roma, recordando la invitación que san Pablo dirige en la primera carta a los Tesalonicenses a no apagar los carismas, dije que si el Señor nos da nuevos dones, debemos agradecérselos, aunque a veces sean incómodos. Al mismo tiempo, puesto que la Iglesia es una, si los Movimientos son realmente dones del Espíritu Santo, naturalmente deben insertarse en la comunidad eclesial y servirla, de modo que mediante el diálogo paciente con los pastores puedan constituir elementos edificantes para la Iglesia actual y del futuro.

Queridos hermanos y hermanas, el amado Juan Pablo II, en otra circunstancia, para vosotros muy significativa, os dio esta consigna: "Id por todo el mundo para llevar la verdad, la belleza y la paz que se encuentran en Cristo redentor". Don Giussani hizo de esas palabras el programa de todo el Movimiento, y para Comunión y Liberación fue el inicio de una etapa misionera que os ha llevado a ochenta países. Hoy os invito a continuar por este camino, con una fe profunda, personalizada y sólidamente enraizada en el Cuerpo vivo de Cristo, la Iglesia, que garantiza la contemporaneidad de Jesús con nosotros.

Terminemos este encuentro dirigiendo nuestro pensamiento a la Virgen, con el rezo del Ángelus. Don Giussani sentía hacia ella una gran devoción, alimentada por la invocación Veni Sancte Spiritus, veni per Mariam y por el rezo del himno a la Virgen de Dante Alighieri, que habéis repetido también esta mañana. Que la Virgen María os acompañe y os ayude a pronunciar generosamente vuestro "sí" a la voluntad de Dios en todas las circunstancias. Queridos amigos, podéis contar con mi constante recuerdo en la oración, a la vez que con afecto os bendigo a vosotros, aquí presentes, y a toda vuestra familia espiritual.

VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA

DE SANTA FELICIDAD E HIJOS, MÁRTIRES


A LOS FIELES ANTES DE ENTRAR EN EL TEMPLO PARROQUIAL


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Domingo 25 de marzo de 2007



Queridos hermanos y hermanas:

En este domingo de primavera -aunque no haya buen tiempo- os saludo a todos cordialmente, comenzando por el cardenal vicario, el obispo auxiliar y el párroco. Pero sobre todo os saludo a vosotros, que sois la parroquia viva, las "piedras vivas" de la Iglesia.

Hoy es el día de la Anunciación a María, el día en el que recordamos que María, con su "sí", abrió el cielo, de forma que ahora Dios es uno de nosotros. Ella nos invita a decir también nosotros "sí" a Dios, a dejarlo entrar en nuestra vida. Vosotros tenéis esta hermosa iglesia parroquial, signo visible de que Dios habita con nosotros. Pero siempre es importante construir la Iglesia viva. Y vosotros, con vuestra fe, con vuestro compromiso, construís día a día la Iglesia viva, que luego da vida también al edificio. ¡

Gracias por vuestro compromiso. Esperamos que el Señor os dé un buen domingo.

VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA

DE SANTA FELICIDAD E HIJOS, MÁRTIRES

PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

AL CONSEJO PASTORAL Y A LOS GRUPOS PARROQUIALES

Domingo 25 de marzo de 2007

: Queridos hermanos y hermanas:

Me siento muy feliz de estar entre vosotros, de ver una comunidad rica en fe, una comunidad joven, comprobando así que la Iglesia sigue viva hoy. Mientras el centro de Roma está un poco deshabitado, aquí vemos la Roma viva. Es la comunidad a la que san Pablo escribió y en la que san Pedro enseñó el Evangelio. Aquí nació el Evangelio de san Marcos, según la tradición, como reflejo de la predicación de san Pedro. Por eso, nos encontramos en un lugar donde, desde el inicio, creció la semilla de la palabra de Dios, donde creció también el "agapé", el amor, de forma que cien años después, más o menos en el año 100, san Ignacio pudo decir que Roma preside en la caridad. Y así debe ser. No basta que en Roma esté el Papa. En Roma debe vivir una Iglesia activa, comprometida, una Iglesia que presida en la caridad. Por eso, para mí es una experiencia muy grata ver en la parroquia que esta Iglesia de Roma existe, que sigue viva después de dos mil años.

Quisiera saludaros a todos. El párroco ya me ha presentado a los diversos componentes de la comunidad que están aquí presentes. Comenzamos naturalmente por el cardenal vicario, el obispo auxiliar, el párroco y los sacerdotes. Además, están aquí muchos grupos. No hace falta repetir ahora lo que ya dijo vuestro párroco. Expreso mi agradecimiento a todos los colaboradores. Agradezco la hermosa poesía que me han declamado; se ve que brota realmente del corazón de esta comunidad. Veo que en Roma el don de la poesía sigue vivo también en estos tiempos poco poéticos, por decirlo así.

No quisiera ahora recomenzar con consideraciones y reflexiones comprometedoras. Sólo quisiera manifestar mi gratitud al laicado adulto, que construye la parroquia viva. Vosotros tenéis aquí a los padres vocacionistas. La palabra "vocacionistas" hace pensar en "vocación". Podemos examinar dos dimensiones de esta palabra. Ante todo, se piensa inmediatamente en la vocación al sacerdocio. Pero la palabra tiene una dimensión mucho más amplia, más general. Todo hombre lleva en sí mismo un proyecto de Dios, una vocación personal, una idea personal de Dios sobre lo que está llamado a hacer en la historia para construir su Iglesia, templo vivo de su presencia. Y la misión del sacerdote consiste sobre todo en despertar esta conciencia, en ayudar a descubrir la vocación personal, el proyecto de Dios para cada uno de nosotros.

Veo que aquí son muchos los que han descubierto el proyecto que les concierne, tanto por lo que atañe a la vida profesional, en la formación de la sociedad de hoy -en la que la presencia de las conciencias cristianas es fundamental- como también por lo que atañe a la llamada a hacer que la Iglesia crezca y viva. Ambas cosas son igualmente importantes. Una sociedad en la que la conciencia cristiana ya no vive, pierde la dirección, ya no sabe a dónde ir, qué se puede hacer y qué no se puede hacer, y acaba en el vacío, fracasa.

68 Sólo si la conciencia viva de la fe ilumina nuestros corazones, podemos también construir una sociedad justa. El Magisterio no impone doctrinas. El Magisterio ayuda para que la conciencia misma pueda escuchar la voz de Dios, para que la conciencia pueda conocer lo que está bien, lo que es voluntad del Señor. Es sólo una ayuda para que la responsabilidad personal, alimentada por una conciencia viva, pueda realmente funcionar y así contribuir a que la justicia esté efectivamente presente en nuestra sociedad: la justicia en su interior y la justicia universal para todos los hermanos en el mundo actual. Hoy no sólo hay una globalización económica; también hay una globalización de la responsabilidad, la universalidad por la que todos somos responsables de todos.

La Iglesia nos ofrece el encuentro con Cristo, con el Dios vivo, con el "Logos", que es la Verdad, la Luz, que no hace violencia a las conciencias, no impone una doctrina parcial, sino que nos ayuda a ser nosotros mismos hombres y mujeres plenamente realizados; así nos ayuda a vivir en la responsabilidad personal y en la comunión más profunda entre nosotros, una comunión que nace de la comunión con Dios, con el Señor.

Aquí veo esta comunidad viva. Expreso mi agradecimiento a los sacerdotes y a todos los colaboradores. Y os deseo que el Señor os ayude y os ilumine siempre. Ya hoy, domingo de Pasión, os deseo una feliz Pascua y os deseo todo bien en el futuro para vuestra parroquia, para vuestra comunidad y para este barrio de Fidene.


A LA CONFEDERACIÓN ITALIANA DE ARTESANOS EN EL 60 ANIVERSARIO DE SU FUNDACIÓN

Sábado 31 de marzo de 2007

Queridos amigos:

Vuestra visita me es especialmente grata y os saludo cordialmente a cada uno. En particular, saludo a vuestro presidente, el señor Giorgio Natalino Guerrini, y le agradezco las amables y profundas palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Extiendo mi deferente saludo a los demás dirigentes y socios de vuestra Confederación, que tiene más de sesenta años de vida, llenos de intensa actividad.

En efecto, la Confederación de artesanos, fundada en 1946 según el principio de la adhesión libre y abierta a todo componente geográfico, sectorial y cultural del empresariado artesano y de las pequeñas empresas, ha dado una indudable contribución a la construcción de la moderna nación italiana. En algunos importantes aspectos, ha caracterizado su evolución social y económica, artística y cultural, y ha dado al progreso de Italia su estilo propio. En efecto, aunque hasta hace algunos decenios la palabra artesano evocaba algo "viejo y pintoresco", algo que se asociaba a la imagen del taller del herrero o del zapatero, hoy significa más bien autonomía, creatividad, personalización en la producción de bienes y servicios.

Queridos amigos, vuestra presencia me ofrece la oportunidad de reflexionar sobre un aspecto importante de la experiencia humana. Me refiero a la realidad del trabajo que, en el actual momento histórico, se encuentra en el centro de grandes cambios económicos y sociales, cambios que son cada vez más rápidos y complejos. En numerosas páginas de la Biblia se pone de relieve el auténtico sentido del trabajo humano, comenzando por el Génesis, donde leemos cómo el Creador modeló al hombre a su imagen y semejanza y lo invitó a trabajar la tierra (cf. Gn 2,5-6).

Por tanto, el trabajo pertenece a la condición originaria del hombre. Por desgracia, a causa del pecado de los primeros padres se convirtió en fatiga y dolor (cf. Gn 3,6-8), pero, no obstante eso, en el proyecto divino mantiene inalterado su valor. Y la Iglesia, fiel a la palabra de Dios, no cesa de recordar el principio según el cual "el trabajo está en función del hombre, y no el hombre en función del trabajo" (Laborem exercens LE 6). Así, proclama sin cesar el primado del hombre sobre la obra de sus manos, y recuerda que todo —el capital, la ciencia, la técnica, los recursos públicos e incluso la propiedad privada— tiene por finalidad el verdadero progreso de la persona humana y el bien común.

Esto se ha hecho realidad felizmente en las empresas artesanas que vosotros representáis, inspiradas en las enseñanzas del Evangelio y en los principios de la doctrina social de la Iglesia. Me complace recordar aquí lo que afirma, a este propósito, el Compendio de la doctrina social de la Iglesia, es decir, que "el trabajo en las pequeñas y medianas empresas, el trabajo artesanal y el trabajo independiente, pueden constituir una ocasión para hacer más humana la vivencia laboral, ya sea por la posibilidad de establecer relaciones interpersonales positivas en comunidades de pequeñas dimensiones, ya sea por las mejores oportunidades que se ofrecen a la iniciativa y al espíritu emprendedor" (n. 315).

Queridos artesanos, con ocasión del gran jubileo del año 2000 mi predecesor Juan Pablo II os dirigió unas significativas palabras, que conservan inalterada su actualidad y urgencia. Hoy quisiera dirigirlas simbólicamente a toda la Confederación de artesanos: "Podéis fortalecer y concretar —os dijo el amado Pontífice— los valores que desde siempre caracterizan vuestra actividad: el perfil cualitativo, el espíritu de iniciativa, la promoción de las capacidades artísticas, la libertad y la cooperación, la relación correcta entre tecnología y ambiente, el arraigo familiar y las buenas relaciones de vecindad". "La civilización artesana —añadió— ha sabido crear, en el pasado, grandes ocasiones de encuentro entre los pueblos, y ha transmitido a las épocas sucesivas síntesis admirables de cultura y fe" (Homilía, 19 de marzo de 2000, n. 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 24 de marzo de 2000, p. 12).

69 Queridos amigos, seguid conservando y valorando con tenacidad y perseverancia la cultura productiva artesana, que puede originar grandes ocasiones de equilibrado progreso económico y de encuentro entre hombres y pueblos. Como cristianos, además, vuestro compromiso ha de ser vivir y testimoniar el "evangelio del trabajo", conscientes de que el Señor llama a todos los bautizados a la santidad en sus ocupaciones diarias. A este propósito, observa san Josemaría Escrivá, un santo de nuestro tiempo, que "al haber sido asumido por Cristo, el trabajo se nos presenta como realidad redimida y redentora: no sólo es el ámbito en el que el hombre vive, sino medio y camino de santidad, realidad santificable y santificadora" (Es Cristo que pasa, Homilías, n. 47).

Que os ayuden en esta tarea, que se convierte en valioso servicio a la evangelización, la Virgen María, que vivió en el ocultamiento laborioso, y san José, patrono de la Iglesia y vuestro protector especial. En la escuela de la Familia de Nazaret podéis aprender más fácilmente cómo conjugar una vida de fe coherente con la fatiga y las dificultades del trabajo, la ganancia personal y el compromiso de solidaridad con los necesitados.

A la vez que os renuevo la expresión de mi gratitud por vuestra visita, os aseguro un recuerdo particular en la oración por cada uno de vosotros y por vuestras diversas actividades, y de corazón os bendigo a vosotros y a vuestros seres queridos.


Abril de 2007



XXII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD

SALUDO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI AL FINAL DE LA MISA DEL DOMINGO DE RAMOS

Plaza de San Pedro

Domingo 1 de abril de 2007

Antes de concluir esta celebración, deseo dirigir un afectuoso saludo a los numerosos peregrinos que han participado en ella.

A los peregrinos de lengua francesa reunidos en este domingo de Ramos, y en particular a los jóvenes que han venido para la Jornada mundial de la juventud de 2007, dirijo mi más cordial saludo. Acogiendo las palabras de Jesús: "Amaos unos a otros, como yo os he amado" (Jn 13,34), abrid vuestro corazón y creced en el amor verdadero, siguiendo a Cristo por el camino de la cruz, que revela plenamente el amor de Dios a todos los hombres.

Saludo a los peregrinos y visitantes de lengua inglesa que han venido aquí, en este domingo de Ramos, para aclamar a Jesús, modelo de humildad, nuestro Mesías y Rey. De modo especial saludo a todos los jóvenes reunidos en Roma y en todo el mundo para celebrar la Jornada mundial de la juventud. Que los grandes acontecimientos de la Semana santa, en la que vemos cómo se manifiesta el amor en su forma más radical, os impulsen a ser valientes "testigos de la caridad" para vuestros amigos, para vuestras comunidades y para el mundo entero. Sobre cada uno de vosotros, aquí presentes, y sobre vuestras familias invoco las bendiciones divinas de paz y sabiduría.

Saludo cordialmente a todos los peregrinos y visitantes de lengua alemana, de modo especial a los numerosos jóvenes que en este domingo de Ramos celebran la XXII Jornada mundial de la juventud. Jesús, como hizo con los discípulos, nos invita también a nosotros a seguirlo: "Amaos unos a otros, como yo os he amado" (Jn 13,34). Actuemos de tal manera que el amor de Cristo, que se manifiesta de forma tan clara en su pasión, sea visible también en nuestra vida. Que el Señor os acompañe a todos en esta Semana santa.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a vosotros, queridos jóvenes, que muy numerosos habéis participado en esta celebración de la Jornada mundial de la juventud, que tiene como lema: "Amaos unos a otros como yo os he amado". Con gran alegría y fervor habéis acogido este mandamiento nuevo de Cristo, que os envía a ser sus testigos entre vuestros coetáneos. No tengáis miedo de seguirle fielmente, recordando aquellas palabras de la Virgen María cuando nos habla al corazón: "Haced lo que él os diga".


Discursos 2007 63