Discursos 2006 117

A LOS MIEMBROS DE LA REUNIÓN DE LAS OBRAS PARA LA AYUDA A LAS IGLESIAS ORIENTALES

Jueves 22 de junio de 2006



Beatitud;
venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado;
queridos miembros y amigos de la ROACO:

Os acojo con alegría y os saludo con afecto. Doy gracias al cardenal Ignace Moussa Daoud, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales, que se ha hecho intérprete de los sentimientos comunes. Extiendo mi saludo al secretario, mons. Antonio Maria Vegliò, a los colaboradores del dicasterio, a los demás prelados provenientes de las amadas Iglesias de Tierra Santa y de otras regiones de Oriente Medio, así como a los responsables y a los amigos de cada una de las organizaciones aquí representadas.

118 Queridos amigos de la ROACO, os agradezco el servicio que prestáis desde el año 1968, dando voz a las Iglesias de las diversas tradiciones orientales y a las latinas de los territorios encomendados a la competencia de la Congregación para las Iglesias orientales, sosteniendo sus actividades pastorales, educativas y asistenciales, y saliendo al encuentro de sus urgentes necesidades.

Siempre os ha impulsado la inspiración evangélica y una notable sensibilidad eclesial, que brota del vínculo existente entre vosotros y el Sucesor de Pedro. Este encuentro me brinda una grata ocasión para dar gracias a Dios, Padre providente y misericordioso, por la acción apostólica llevada a cabo durante estos años por los discípulos de Cristo en Oriente Medio, que se esfuerzan por dar testimonio del Evangelio de la paz y del amor con solicitud fraterna, a pesar de las numerosas dificultades.

Asimismo, os agradezco los esfuerzos que realizáis constantemente por salvaguardar el carácter específico de la actividad caritativa eclesial. Seguid cultivando en los educadores y en los agentes de la caridad que reciben vuestro apoyo la "formación del corazón", para llegar, como recordé en la encíclica Deus caritas est, "al encuentro con Dios en Cristo que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad" (n. ).

Saludo con afecto a las venerables comunidades católicas orientales y, en primer lugar, a las de Tierra Santa, por las que tenéis una solicitud constante. Todos los cristianos desean hallar siempre en la tierra donde nació nuestro Redentor una comunidad cristiana viva. Las graves dificultades que está viviendo por el clima de fuerte inseguridad, por la falta de trabajo, por las innumerables restricciones con la creciente pobreza que de ellas derivan, constituyen para todos nosotros motivo de sufrimiento.

Se trata de una situación que hace un poco incierto el futuro educativo, profesional y familiar de las generaciones jóvenes, las cuales por desgracia sufren la fuerte tentación de abandonar para siempre su tierra natal tan amada. Esto sucede también en otras regiones de Oriente Medio, como Irak e Irán, que providencialmente se benefician de vuestra generosa ayuda.

¿Cómo afrontar esos problemas tan graves? Nuestro deber primero y fundamental sigue siendo perseverar en una oración confiada al Señor, que nunca abandona a sus hijos en la prueba.
Además, hace falta una activa solicitud fraterna, que permita hallar caminos siempre nuevos y a veces inesperados para salir al encuentro de las necesidades de esas poblaciones.

Invito a los pastores y a los fieles, así como a todos los que desempeñan cargos de responsabilidad en la comunidad civil, a que, favoreciendo el respeto mutuo entre culturas y religiones, se esfuercen por crear cuanto antes en toda la región de Oriente Medio las condiciones de una convivencia serena y pacífica.

Con ese fin aseguro un recuerdo diario ante el Señor e invoco la protección de María, Madre de Dios, sobre cada uno de vosotros, queridos amigos de la ROACO, sobre vuestros seres queridos, así como sobre las beneméritas instituciones que representáis. Que Dios haga fecunda vuestra actividad.

Acompaño estos sentimientos con una bendición apostólica especial, que de buen grado os imparto a vosotros y a vuestros seres queridos.

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDCITO XVI


A LOS OBISPOS DE LETONIA, LITUANIA Y ESTONIA


EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Viernes 23 de junio de 2006

119 . Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado:

Gracias por vuestra grata visita. De las pacíficas tierras del Báltico habéis venido ad limina Apostolorum para confirmar vuestra comunión con el Sucesor de Pedro y traerle el saludo cordial de todos los que están encomendados a vuestra solicitud pastoral. Os saludo con afecto a cada uno de vosotros; ante todo, al señor cardenal Jlnis Pujats, arzobispo de Riga, y a monseñor Sigitas Tamkevicius, arzobispo metropolitano de Kaunas, los cuales han expresado sentimientos de adhesión convencida al ministerio del Obispo de Roma en vuestro nombre y en el de vuestras comunidades diocesanas, a las que aseguro mi recuerdo en la oración.

Durante los días pasados escuché con gran atención los informes que cada uno de vosotros me ha presentado personalmente sobre la situación de su diócesis, sobre el compromiso generoso de los sacerdotes, sobre las esperanzas del laicado y sobre las orientaciones de las sociedades civiles. A la vez que os doy las gracias por vuestra espontánea confianza, con espíritu de corresponsabilidad colegial por el pueblo de Dios, os animo a discernir los gérmenes de bien que Dios ha sembrado en vuestras comunidades, para llevar a cabo una acción misionera cada vez más convencida, valiente e incansable.

Entre los numerosos temas que quisiera tratar con vosotros, me detengo hoy en uno de gran actualidad también en vuestros países, es decir, el de la familia. Junto a hogares ejemplares, existen a menudo otros marcados lamentablemente por la fragilidad de los vínculos conyugales, por la plaga del aborto, por la crisis demográfica, por la poca atención a la transmisión de valores auténticos a los hijos, por la precariedad del trabajo, por la movilidad social que debilita los vínculos entre las generaciones y por un creciente sentido de extravío interior de los jóvenes.

Una modernidad que no esté enraizada en auténticos valores humanos está destinada a ser dominada por la tiranía de la inestabilidad y del extravío. Por eso, toda comunidad eclesial, apoyada en su fe y sostenida por la gracia de Dios, está llamada a ser punto de referencia y a dialogar con la sociedad en la que está insertada. La Iglesia, maestra de vida, encuentra en la ley natural y en la palabra de Dios los principios que indican las bases irrenunciables para edificar la familia según el designio del Creador.

Queridos y venerados hermanos, sed siempre defensores valientes de la vida y de la familia; proseguid los esfuerzos emprendidos para la formación humana y religiosa de los novios y de las familias jóvenes. Esta es una obra muy meritoria, que espero aprecien y sostengan también las instituciones de la sociedad civil.

A vosotros, pastores, se os ha encomendado la tarea de guiar al pueblo de Dios, protegerlo, defenderlo e instruirlo en la verdad y en el amor. Cristo, sumo Sacerdote, es su verdadera Cabeza y, como enseña el concilio Vaticano II, está presente en medio de los creyentes en la persona de los obispos, asistidos por los presbíteros (cf. Lumen gentium
LG 21). "Así como, por disposición del Señor, san Pedro y los demás Apóstoles forman un único colegio apostólico -recuerda el Concilio-, por análogas razones están unidos entre sí el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y los obispos, sucesores de los Apóstoles" (ib., LG 22).

Al frente de las Iglesias particulares, los obispos "ejercen su gobierno pastoral sobre la porción del pueblo de Dios que les ha sido confiada, no sobre otras Iglesias ni sobre la Iglesia universal" (ib., 23). Por eso, es importante que, respetando plenamente el ministerio de cada uno, se fortalezca una colegialidad afectiva y efectiva entre el Sucesor de Pedro y todos los pastores. Así, el pueblo de Dios, cuerpo bien compaginado y armonioso, puede crecer en santidad y vitalidad misionera gracias a la contribución de cada uno de sus miembros. Venerados hermanos, alimentad incansablemente la comunión entre vosotros y dentro de vuestras diócesis, valorando la aportación de todos.

Amad a los sacerdotes, vuestros primeros colaboradores y corresponsables en la pastoral; sostenedlos espiritualmente y, si fuera necesario, materialmente. Cuanto más dispongan de las garantías indispensables para un estilo de vida digno, tanto más serenamente podrán dedicarse al ministerio pastoral que les ha sido encomendado. Cuidad su formación permanente, también mediante cursos de actualización que les ayuden a profundizar las enseñanzas del concilio ecuménico Vaticano II y a valorar la riqueza contenida en los textos litúrgicos y en los documentos de la Iglesia traducidos a vuestras respectivas lenguas. Fomentad en ellos el celo misionero, para que anuncien y testimonien con alegría y entusiasmo la buena nueva. Que cada sacerdote sea como la "pupila" del obispo, acompañado siempre con afecto paterno y estima. Si los presbíteros tienen confianza y auténtico espíritu evangélico, sabrán acompañar eficazmente el prometedor despertar del laicado, ya activo en vuestras circunscripciones eclesiásticas.

Venerados hermanos, sé que además de la solicitud por los sacerdotes, os preocupáis oportunamente también de las vocaciones y de la formación de los seminaristas y de los aspirantes a la vida consagrada. Por desgracia, también en vuestras comunidades la irrupción de una mentalidad secularizada disminuye en gran medida la respuesta positiva de los jóvenes a la invitación de Cristo a seguirlo más de cerca, y por eso es preciso promover una atenta pastoral juvenil y vocacional. No dudéis en proponer explícitamente a la juventud el ideal evangélico, la belleza de la sequela Christi sine glossa, sin componendas; a todos los que se encaminan por la senda del sacerdocio y de la vida consagrada ayudadles a responder con generosidad al Señor Jesús, que no cesa de mirar con amor a su Iglesia y a la humanidad.

120 Por lo que atañe a los seminarios, asegurad la presencia de formadores dotados de sólida humanidad y profunda piedad, abiertos al diálogo y a la colaboración; profesores fieles a la enseñanza del Magisterio y testigos creíbles del Evangelio.

Venerados hermanos, el Señor os ha elegido para trabajar en su viña en una sociedad que salió hace pocos años del triste invierno de la persecución. Aún no han cicatrizado del todo las heridas que el comunismo produjo en vuestras poblaciones, y está creciendo la influencia de un secularismo que exalta los espejismos del consumismo y considera al hombre como la medida de sí mismo.
Todo esto hace aún más difícil vuestra acción pastoral, pero, sin perder la confianza, seguid anunciando incansablemente el Evangelio de Cristo, palabra de salvación para los hombres de todos los tiempos y de todas las culturas. El Evangelio no mortifica la libertad del hombre ni el auténtico progreso social; al contrario, ayuda al ser humano a realizarse plenamente y renueva la sociedad a través de la dulce y exigente ley del amor.

Que os sostenga en vuestra misión la poderosa intercesión de María, nuestra Madre celestial, y os aliente el ejemplo de los mártires que permanecieron fieles a Cristo durante las terribles persecuciones del pasado.

Os aseguro mi cercanía fraterna y mi oración, al mismo tiempo que os bendigo de corazón a vosotros, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a todos los fieles laicos encomendados a vuestra solicitud pastoral.


AL FINAL DE UN CONCIERTO OFRECIDO A SU SANTIDAD POR LA FUNDACIÓN DOMENICO BARTOLUCCI

Sábado 24 de junio de 2006


Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado;
hermanos y hermanas en el Señor:

Al final de este concierto, sugestivo por el lugar en el que nos encontramos —la capilla Sixtina— y por la intensidad espiritual de las composiciones interpretadas, el corazón siente espontáneamente la necesidad de alabar, bendecir y dar gracias. Este sentimiento se dirige ante todo al Señor, suma belleza y armonía, que ha dado al hombre la capacidad de expresarse con el lenguaje de la música y del canto. "Ad Te levavi animam meam", acaba de decir el ofertorio de Giovanni Pierluigi da Palestrina, haciéndose eco del salmo (Ps 24,1).

Verdaderamente nuestra alma se ha elevado a Dios, y por eso deseo manifestar mi agradecimiento al maestro Domenico Bartolucci y a su fundación, que ha promovido y realizado esta iniciativa.
121 Querido maestro, usted nos ha ofrecido a mí y a todos los presentes un don extraordinario, preparando el programa en el que ha conjugado sabiamente una selección de obras maestras del "Príncipe" de la música sacra polifónica con algunas de las obras compuestas por usted mismo. En particular, le doy las gracias por haber querido dirigir personalmente el concierto y por el motete Oremus pro Pontifice, que usted compuso inmediatamente después de mi elección a la Sede de Pedro. Le agradezco también las amables palabras que me ha dirigido, testimoniando su amor al arte de la música y su celo por el bien de la Iglesia. Asimismo, me congratulo vivamente con el coro de la Fundación, y extiendo mi agradecimiento a cuantos han colaborado de diferentes formas. Por último, dirijo un saludo cordial a todos los que con su presencia han honrado este encuentro.

Todas las piezas que hemos escuchado —y sobre todo su conjunto, donde se establece un paralelismo entre los siglos XVI y XX— contribuyen a confirmar la convicción de que la polifonía sacra, en particular la de la así llamada "escuela romana", constituye una herencia que se debe conservar con esmero, mantener viva y dar a conocer, no sólo en beneficio de los estudiosos y cultores, sino también de la comunidad eclesial en su conjunto, para la cual representa un inestimable patrimonio espiritual, artístico y cultural.

La fundación Bartolucci se dedica precisamente a conservar y difundir la tradición clásica y contemporánea de esta célebre escuela polifónica, que se ha distinguido siempre por su planteamiento centrado en el canto puro, sin acompañamiento de instrumentos. Una auténtica actualización de la música sacra sólo puede tener lugar en la línea de la gran tradición del pasado, del canto gregoriano y de la polifonía sacra. Por este motivo, en el campo musical, así como en los de las otras formas artísticas, la comunidad eclesial ha promovido y sostenido siempre a todos los que buscan nuevos caminos expresivos sin prescindir del pasado, de la historia del espíritu humano, que es también historia de su diálogo con Dios.

Usted, venerado maestro, siempre se ha esforzado por valorar el canto sacro, también como medio de evangelización. Mediante los innumerables conciertos dados en Italia y en el extranjero, con el lenguaje universal del arte, la Capilla musical pontificia dirigida por usted ha cooperado así a la misión misma de los Pontífices, que consiste en difundir por el mundo el mensaje cristiano. Y actualmente sigue realizando esta obra bajo la atenta dirección del maestro Giuseppe Liberto.

Queridos hermanos y hermanas, al concluir esta grata elevación musical, dirijamos la mirada a la Virgen María, situada a la derecha de Cristo nuestro Señor en el "Juicio" de Miguel Ángel; a su protección materna encomendamos de modo particular a todos los cultores del canto sacro, para que, animados siempre por una auténtica fe y un sincero amor a la Iglesia, den su valiosa aportación a la oración litúrgica y contribuyan eficazmente al anuncio del Evangelio. Al maestro Domenico Bartolucci, a los miembros de la Fundación y a todos vosotros, aquí presentes, imparto de corazón la bendición apostólica.


A LA DELEGACIÓN DEL PATRIARCADO ECUMÉNICO DE CONSTANTINOPLA

Jueves 29 de junio



Queridos hermanos en Cristo:

Con gran alegría y sincero afecto en el Señor doy la bienvenida hoy a su eminencia, metropolita Ioannis, y a los demás miembros de la delegación que Su Santidad Bartolomé I y el Santo Sínodo del Patriarcado ecuménico han tenido la amabilidad de enviar para la fiesta de san Pedro y san Pablo, patronos de la Iglesia de Roma. A cada uno de vosotros dirijo mi cordial saludo. Deseo daros la bienvenida con las palabras del apóstol san Pedro: "Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo les ha cabido en suerte una fe tan preciosa como la nuestra. A vosotros, gracia y paz abundantes por el conocimiento de nuestro Señor" (2P 1,1-2). Estas palabras traen a la memoria nuestra fe común y el misterio de salvación que hemos recibido, un don que debemos transmitir a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. El hecho de que la fiesta de san Pedro y san Pablo sea celebrada el mismo día tanto por los católicos como por los ortodoxos evoca nuestra sucesión apostólica común y nuestra fraternidad eclesial.

Me complace recordar aquí que en los himnos bizantinos se atribuye a san Pedro un título que encierra un significado muy profundo: protocorifeo, el primero del coro, que se encarga de mantener la armonía de las voces, para gloria de Dios y servicio de su pueblo. Por tanto, os agradezco que hayáis venido para unir vuestras voces a la nuestra, animados por nuestro compromiso común de proseguir el camino que nos lleva paso a paso a eliminar todo desentono en el coro de la única Iglesia de Cristo.

En el futuro habrá importantes ocasiones de encuentro y diálogo fraterno. Su presencia, eminencia, como copresidente de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre ortodoxos y católicos me lleva a pensar en la sesión plenaria de dicha Comisión, que se celebrará en Belgrado, en el mes de septiembre, gracias a la acogida brindada por el Patriarcado ortodoxo serbio. Así, el diálogo reanuda su camino y entra en una nueva fase. Surge espontáneo el deseo de pedir al Espíritu Santo que ilumine e inflame nuestro corazón, y fortalezca nuestra voluntad común de responder, en la medida en que depende de nosotros, a la ardiente oración del Señor: "Ut unum sint", para que de este modo los discípulos de Cristo, unidos en la fe, anuncien juntos su Evangelio a todo el mundo, a fin de que, creyendo en él, todos se salven.

Además, respondiendo a la invitación hecha por el Gobierno, el Patriarcado y la comunidad católica local, espero realizar una peregrinación apostólica a Turquía, país de antigua y rica cultura, país noble donde vivieron numerosos santos Padres de nuestra tradición eclesial, teológica y espiritual. Esto me permitirá participar en las celebraciones con ocasión de la fiesta de san Andrés apóstol, hermano de san Pedro. Repitiendo el gesto de mis predecesores, de venerada memoria, Pablo VI y Juan Pablo II con ocasión de sus visitas a El Fanar, será para mí una alegría encontrarme con Su Santidad Bartolomé I, correspondiendo así a las gratas visitas que tuvo la bondad de realizar a Roma. Estoy seguro de que este intercambio mutuo fortalecerá nuestra fraternidad eclesial y facilitará la colaboración en nuestras iniciativas comunes. Que el Señor nos ayude a avanzar con renovada confianza hacia el día en que podamos celebrar juntos la santa Eucaristía del Señor, como signo de plena comunión.

122 Con estos sentimientos cordiales le pido a usted, eminencia, y a quienes lo acompañan, que transmitan mi saludo fraterno al Patriarca Bartolomé I y al Santo Sínodo, a la vez que doy gracias al Señor por habernos concedido dar un nuevo paso en el cumplimiento de su voluntad de unidad y paz.


AL SEÑOR MARIO JUAN BOSCO CAYOTA ZAPPETTINI


EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY


ANTE LA SANTA SEDE

Viernes 30 de junio de 2006



Señor Embajador:

1. Me es grato darle cordialmente la bienvenida a este acto en que me hace entrega de las Cartas Credenciales de Embajador extraordinario y plenipotenciario de la República Oriental del Uruguay ante la Santa Sede. Le agradezco las amables palabras que me ha dirigido, así como el atento saludo del Señor Presidente de la República, doctor Tabaré Vázquez Rosas, del que se ha hecho portador. Le ruego que le transmita mis mejores deseos de bienestar personal y familiar, así como mis mejores votos de prosperidad y convivencia pacífica y solidaria para esa noble Nación.

2. En su trayectoria histórica, Uruguay ha ido asumiendo los ideales cristianos de justicia y de paz. En su seno conviven pacíficamente y con mutuo respeto diversas concepciones del hombre y su destino, sin que ello menoscabe el aprecio sincero y real por la dimensión religiosa y, en particular, por la misión de la Iglesia. Una muestra del afecto de tantos uruguayos por la Sede Apostólica es, como ha dicho Vuestra Excelencia, el imperecedero recuerdo de las dos visitas a su País de mi venerado predecesor, Juan Pablo II, que ha quedado plasmado en un monumento en el lugar donde celebró su primera Misa en Montevideo.

Desde esta perspectiva, es de esperar que la visión cristiana del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, y llamado a un destino sobrenatural, se pueda manifestar abiertamente en la educación de las nuevas generaciones. En efecto, la tarea educativa no ha de limitarse a lo meramente técnico y profesional, sino que ha de comprender todos los aspectos de la persona, de su faceta social y de su anhelo de trascendencia, que se manifiesta en una de sus más nobles dimensiones, como es el amor.

3. Los valores más altos, arraigados en el corazón de las personas y en el tejido social, son como el alma de los pueblos, que los hace fuertes en la adversidad, generosos en la colaboración leal e ilusionados en la construcción de un futuro mejor y lleno de vida, en la que todos sin excepción tengan la oportunidad de desarrollar la plena dignidad del ser humano. Por eso se ven con preocupación algunas tendencias que tratan de limitar el valor inviolable de la vida humana misma, desde su concepción hasta su ocaso natural, o de disociarla de su ambiente natural, como es el amor humano en el matrimonio y la familia. La Iglesia promueve ciertamente una “cultura de la vida”, generosa y creadora de esperanza, y no sólo por motivos estrictamente confesionales. Como bien sabe, Señor Embajador, hay muchas personas eminentes, también en su país, que comparten preocupaciones similares por motivos éticos y racionales.

Con ello se relaciona, por su propia naturaleza, la cuestión de la familia, estructura esencial de la sociedad, y de la unión en matrimonio de un hombre y una mujer, según el designio impreso por el Creador en la naturaleza humana. No faltan quienes desde algunos medios de comunicación social denigran o ridiculizan el alto valor del matrimonio y la familia, favoreciendo así el egoísmo y la desorientación, en vez de la generosidad y el sacrificio necesarios para mantener vigorosa esta auténtica “célula primaria” de la comunidad humana. Fomentar la familia, ayudarla a cumplir sus cometidos indispensables, es ganar también cohesión social y, sobre todo, respetar sus propios derechos, que no pueden ser disipados ante otras formas de unión que pretendieran usurparlos.

4. Hoy día, el vasto problema de la pobreza y la marginación es un desafío apremiante para los gobernantes y responsables de las instituciones públicas. Por otro lado, el llamado proceso de globalización ha creado nuevas posibilidades y también nuevos riesgos, que es necesario afrontar en el concierto más amplio de las Naciones. Es una oportunidad para ir tejiendo como una red de comprensión y solidaridad entre los pueblos, sin reducir todo a intercambios meramente mercantiles o pragmáticos, y en la que tengan cabida también los problemas humanos de cada lugar y, en particular, de los emigrantes forzados a dejar su tierra en busca de mejores condiciones de vida, lo que a veces comporta graves secuelas en el ámbito personal, familiar y social.

La Iglesia, al considerar el ejercicio de la caridad como una dimensión esencial de su ser y su misión, desarrolla de manera abnegada una valiosa atención a los necesitados de cualquier condición o proveniencia, y colabora en esta tarea con las diversas entidades e instituciones públicas con el fin de que a nadie en busca de apoyo le falte una mano amiga que le ayude a superar su dificultad. Para ello ofrece sus recursos personales y materiales, pero sobre todo la cercanía humana que trata de socorrer la pobreza más triste, la soledad y el abandono, sabiendo que «el amor, en su pureza y gratuidad, es el mejor testimonio del Dios en que creemos y que nos impulsa a amar» (Encíclica Deus caritas est ).

5. Señor Embajador, antes de concluir este encuentro deseo expresarle mis mejores deseos para que la misión que comienza sea fecunda y contribuya a estrechar las relaciones diplomáticas de su País con la Santa Sede, haciéndolas al mismo tiempo fluidas y cordiales. Le ruego nuevamente que se haga intérprete de mis sentimientos y esperanzas ante el Excelentísimo Señor Presidente de la República y demás Autoridades de su país, a la vez que invoco la maternal protección de la Virgen de los Treinta y Tres sobre Vuestra Excelencia, su distinguida familia, sus colaboradores y los queridos hijos e hijas uruguayos.


A LOS ARZOBISPOS METROPOLITANOS QUE RECIBIERON EL PALIO

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Viernes 30 de junio de 2006



Queridos hermanos y hermanas:

Este encuentro es como un eco de la solemne celebración que tuvo lugar ayer en la basílica vaticana, durante la cual tuve la alegría de imponer el palio a los arzobispos metropolitanos aquí presentes con sus familiares, sus amigos y una numerosa representación de sus comunidades diocesanas. La diversidad de sus lugares de procedencia manifiesta la índole católica de la Iglesia: en todas las partes de la tierra los fieles de las diversas Iglesias particulares se sienten unidos a la Sede de Pedro con un singular vínculo de comunión, bien expresado por la insignia litúrgica del palio que llevan sus arzobispos metropolitanos. Os saludo con afecto a cada uno de vosotros, venerados y queridos hermanos, y a vuestros fieles que han venido en peregrinación a la tumba de los Apóstoles.

Os dirijo un afectuoso saludo en primer lugar a vosotros, venerados y queridos pastores de la Iglesia que está en Italia. Lo saludo a usted, señor cardenal Crescenzio Sepe que, después de muchos años de servicio directo a la Santa Sede, ha sido llamado a ser pastor de la ilustre archidiócesis de Nápoles; a usted, monseñor Tommaso Valentinetti, arzobispo de Pescara-Penne; a usted, monseñor Luigi Conti, arzobispo de Fermo; a usted, monseñor Ignazio Sanna, arzobispo de Oristano; y a usted, monseñor Andrea Mugione, arzobispo de Benevento. El Señor Jesús, que os ha elegido como pastores de su grey, os sostenga en vuestro servicio diario y con la fuerza del Espíritu Santo os haga heraldos fieles del Evangelio.

Saludo cordialmente a los peregrinos que han venido de Francia y de África para acompañar a los nuevos arzobispos metropolitanos, a los que tuve la alegría de imponer el palio, signo de comunión particular con la Sede de Pedro. Saludo a monseñor Odon Razanakolona, arzobispo de Antananarivo (Madagascar); a monseñor Cornelius Esua, arzobispo de Bamenda (Camerún); a monseñor François-Xavier Maroy Rusendo, arzobispo de Bukavu (República democrática del Congo); a monseñor Jean-Pierre Kutwa, arzobispo de Abiyán (Costa de Marfil); y a monseñor Georges Pontier, arzobispo de Marsella (Francia). A través de vosotros, recuerdo en mi oración a todos los fieles de vuestras diócesis y de vuestros países. Sintiéndome particularmente cercano a África en este momento, pido al Señor que ayude a los países a avanzar por el camino de la paz y del desarrollo de las personas y de los pueblos. Ojalá que seáis cada día más testigos de Cristo, esforzándoos por anunciar el Evangelio a vuestros hermanos, ayudándoles a amar cada vez más a nuestro Padre celestial y a la Iglesia.

Saludo cordialmente a los arzobispos metropolitanos de lengua inglesa, a quienes ayer impuse el palio: a los monseñores George Niederauer, arzobispo de San Francisco (Estados Unidos); Daniel DiNardo, arzobispo de Galveston-Houston (Estados Unidos); José Serofia Palma, arzobispo de Palo (Filipinas); Antonio Javellana Ledesma, arzobispo de Cagayan de Oro (Filipinas); Sylvain Lavoie, arzobispo de Keewatin-Le Pas (Canadá), y Donald Wuerl, arzobispo de Washington (Estados Unidos). También doy la bienvenida a los miembros de sus familias y a sus amigos, así como a los fieles de sus archidiócesis que los han acompañado a Roma. El arzobispo lleva el palio como un símbolo de su comunión jerárquica con el Sucesor de Pedro en el gobierno del pueblo de Dios. Está confeccionado con lana de cordero, como símbolo de Jesucristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y el buen Pastor, que vela por su amada grey. El palio recuerda a los arzobispos, como vicarios de Cristo en sus Iglesias locales, que están llamados a ser pastores según el corazón de Jesús. A todos os imparto de buen grado mi bendición apostólica como prenda de alegría y paz en el Señor.

Saludo con afecto a los arzobispos de lengua española y a cuantos les han acompañado en la significativa ceremonia de la imposición del palio, que los distingue y manifiesta su función como metropolitanos. Me refiero a los arzobispos Jorge Liberato Urosa Savino, de Caracas; Jorge Enrique Jiménez Carvajal, de Cartagena; Fabriciano Sigampa, de Resistencia, y José Luis Mollaghan, de Rosario. Queridos fieles que los acompañáis, os ruego que sigáis cercanos a ellos con la oración y la colaboración generosa, constante y leal, para que cumplan su misión según los deseos de Dios. Ruego a la santísima Virgen María, tan entrañablemente venerada en vuestras tierras —Venezuela, Colombia y Argentina—, que aliente el ministerio de los arzobispos y acompañe con ternura a los sacerdotes, comunidades religiosas y fieles de sus arquidiócesis. Llevadles a todos mi afectuoso saludo, junto con la bendición apostólica, que ahora os imparto de corazón.

La Iglesia en Brasil se alegra hoy porque las sedes arzobispales de São Luís do Maranhão, Ribeirão Preto y Londrina están de fiesta por la imposición del palio a sus nuevos arzobispos, los monseñores José Belisário da Silva, Joviano de Lima Júnior y Orlando Brandes, que hoy están acompañados por sus sacerdotes, fieles y familiares. Por eso, deseo saludar con afecto a vuestras Iglesias particulares, haciendo votos para que esta significativa celebración ayude a fortalecer la unidad y la comunión con la Sede apostólica, y fomente una generosa entrega pastoral de sus obispos para el crecimiento de la Iglesia y la salvación de las almas.

Saludo a los peregrinos provenientes de Polonia. Es una tradición de la Iglesia que en la solemnidad de los apóstoles san Pedro y san Pablo los nuevos arzobispos metropolitanos reciban el palio. Es signo de un vínculo particular de todo arzobispo metropolitano con el Sucesor de Pedro. Ayer, entre los arzobispos metropolitanos provenientes de varias partes del mundo, también vuestro compatriota, monseñor Wojciech Ziemba, arzobispo metropolitano de Warmia, recibió el palio. Le deseo a él y a todos los arzobispos metropolitanos de Polonia abundantes dones en el ministerio apostólico, en unión con el Sucesor de Pedro. A todos los peregrinos aquí presentes, que acompañan al nuevo metropolitano, les imparto de corazón mi bendición. ¡Alabado sea Jesucristo!

Dirijo un cordial saludo al arzobispo de Maribor, monseñor Franc Kramberger, a quien ayer conferí el palio. Querido hermano en el episcopado, que los apóstoles san Pedro y san Pablo, grandes servidores de la unidad de la Iglesia, sean un modelo para ti en tu compromiso por el bien del pueblo de Dios que te ha sido encomendado. Saludo también a todos los eslovenos, compatriotas tuyos, que hoy te acompañan. A todos imparto de corazón la bendición apostólica.

Queridos hermanos y hermanas, también este encuentro pone de relieve que el Señor sigue cuidando a su pueblo, proporcionándole pastores y guías seguros. A la vez que le damos gracias, no podemos menos de tomar conciencia de que cada uno de nosotros, según su propia vocación, está llamado a trabajar con empeño en su viña, para que todos seamos miembros vivos de su Cuerpo místico, que es la Iglesia. En efecto, "como piedras vivas —recuerda el apóstol san Pedro—, entramos en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo" (1P 2,5).


Discursos 2006 117