Discursos 2006 124

124 María, Madre de la Iglesia, interceda por nosotros y nos ayude a ser siempre fieles a esta misión. A todos vosotros y a las comunidades diocesanas de las que provenís aseguro un recuerdo diario en la oración, a la vez que os imparto de buen grado mi bendición.


Julio de 2006


A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE CROACIA EN VISITA "AD LIMINA"

Jueves 6 de julio de 2006



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado:

Con gran alegría os doy una cordial bienvenida a la casa de Pedro, haciendo mías las palabras del apóstol san Pablo: "Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de vosotros, rogando siempre y en todas mis oraciones con alegría por todos vosotros a causa de la colaboración que habéis prestado al Evangelio" (Ph 1,3-5). Vuestro compromiso en el anuncio de la buena nueva con espíritu de convencida comunión eclesial se confirma en vuestra visita ad limina, con la que deseáis testimoniar la sincera adhesión de la Iglesia que está en Croacia a la Cátedra de Pedro. Doy las gracias al señor cardenal Josip Bozanic que, como presidente de la Conferencia episcopal croata, me ha dirigido palabras de saludo, haciéndose intérprete de todos vosotros y de la grey de Dios encomendada a cada uno.

Los encuentros fraternos y los fructuosos coloquios de estos días, durante los cuales habéis compartido conmigo los resultados positivos y las esperanzas así como las dificultades y las preocupaciones de vuestras diócesis, han sido ocasión para darme a conocer mejor la situación de la Iglesia en vuestras regiones.

Os sentís orgullosos, con razón, de catorce siglos de herencia cristiana y de la fe de vuestro pueblo, pero al mismo tiempo sois bien conscientes de que decidirse por Dios no es sólo fruto de un pasado, sino que es un acto personal que compromete a cada persona ante Dios, independientemente de la generación a la que pertenezca. Para hacer posible a las almas que apacentáis un conocimiento más profundo de Jesucristo y un encuentro personal con él, habéis elaborado numerosos proyectos pastorales, que testimonian vuestro gran empeño y justifican vuestra esperanza y vuestro optimismo.

Son particularmente importantes vuestras iniciativas con vistas a una sólida preparación para los sacramentos y una participación conveniente en la liturgia. He notado también vuestro empeño en la formación religiosa y en una catequesis de calidad, tanto en las escuelas como en las parroquias. ¡Cómo no notar, asimismo, el cultivo de las devociones tradicionales y de las frecuentes peregrinaciones, especialmente a los santuarios marianos! También merece una mención especial la apertura prudente a las nuevas inspiraciones del Espíritu, que distribuye sus carismas e impulsa a asumir responsabilidades y oficios, útiles para la renovación y el mayor desarrollo de la Iglesia. Deseo de corazón que, fiándoos de la promesa del Señor de permanecer siempre entre nosotros, sigáis caminando con vuestras poblaciones por la senda de una adhesión coherente al Evangelio de Cristo.

Vuestro país, Croacia, vive desde siempre en el ámbito de la civilización europea; por eso desea con razón que se lo reconozca como parte de la Unión europea. Con su ingreso en dicha institución, desea cooperar al bien de todos los habitantes del continente. Así la nación, con sentimientos de respeto y diálogo, podrá entrar en relación con los demás pueblos europeos, dando la contribución de su cultura y de sus tradiciones, en la búsqueda común de la plena verdad del hombre.

En efecto, es esencial que la edificación de la casa común europea se base siempre en la verdad del hombre, apoyándose por tanto en la afirmación del derecho de cada uno a la vida, desde la concepción hasta la muerte natural; en el reconocimiento del componente espiritual del ser humano, en el que radica su dignidad inalienable; en el respeto de las opciones religiosas de cada uno, en las que se testimonia la apertura ineludible a lo trascendente. En estos valores es posible lograr el consenso incluso de quienes, aunque no se adhieran a la Iglesia católica, aceptan la voz de la razón, sensibles a los dictámenes de la ley natural.

125 Sé que, desde esta perspectiva, os estáis esforzando juntamente con vuestros sacerdotes y fieles. A la vez que os aliento a perseverar, os aseguro el apoyo de la Santa Sede, que siempre ha mirado a Croacia con aprecio y afecto. Los vínculos entre la Sede apostólica y vuestra nación, ya sólidos en el pasado, han seguido fortaleciéndose, como demuestra también la reciente aprobación de Acuerdos bilaterales. La Santa Sede, también en el futuro, estará junto a vosotros y con diligencia seguirá y apoyará los esfuerzos de vuestro pueblo por el camino del progreso auténtico.

Sin embargo, es preciso considerar que incluso los itinerarios hacia metas buenas y deseables no están exentos de las insidias de las actuales corrientes culturales, como la secularización y el relativismo. Por tanto, es necesario un anuncio incansable de los valores evangélicos, para que los fieles puedan evitar dichos peligros.

Siguiendo el ejemplo y las enseñanzas de grandes figuras de vuestras Iglesias particulares -pienso, de modo especial, en el beato Alojzije Stepinac, obispo y mártir-, no tengáis miedo de indicarles lo que el Evangelio enseña, poniéndolos en guardia sobre lo que es contrario a él, para que vuestras comunidades sean un estímulo para toda la sociedad en la consecución del bien común y en la atención a los más necesitados.

Mi pensamiento va, en este momento, a las familias numerosas; a los que, a pesar del duro trabajo, viven en una situación de precariedad; a los desempleados, a los ancianos y a los enfermos. Por desgracia, vuestro país sufre aún las consecuencias del reciente conflicto, cuyos efectos negativos no sólo repercuten en la economía, sino también en el ánimo de los habitantes, que a veces sienten el peso de esta herencia. Sed siempre promotores de reconciliación y agentes de paz entre los ciudadanos de vuestra patria, alentándolos por el camino de la reconciliación cristiana: el perdón libera ante todo a quien tiene la valentía de concederlo.

Venerados hermanos, los desafíos pastorales son numerosos y el tiempo en el que vivimos no está exento de dificultades. Sin embargo, estamos seguros de la ayuda de lo alto. A este respecto resulta más importante aún el servicio del obispo. Para dar a todos un testimonio creíble, debe pensar únicamente en el servicio a Cristo. Por tanto, sed generosos al servir a la Iglesia y a vuestro pueblo, perseverando en la oración y llenos de celo en el anuncio. Seguid con particular atención la preparación de los sacerdotes, vuestros colaboradores; promoved las vocaciones sacerdotales y vigilad atentamente sobre vuestros seminaristas. Os exhorto a acompañar con amor y con espíritu de colaboración recíproca a las comunidades religiosas, a los institutos de vida consagrada y a las asociaciones de laicos.

Seguid promoviendo en las familias el amor fiel, la armonía y la oración diaria, alentándolas a una generosa apertura a la vida. ¡Cómo no ver, además, la importancia de la presencia de los católicos en la vida pública, al igual que en los medios de comunicación! Depende también de ellos que se pueda oír una voz de verdad sobre los problemas del momento. Oro al Señor para que cada uno trabaje para la gloria de Dios y en favor de los hombres, de modo que por doquier resuene la acción de gracias al Dador de todo bien, según las palabras del Apóstol: "A Aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en nosotros, a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y todos los tiempos" (
Ep 3,20-21).

Venerados hermanos, tened la seguridad de mi apoyo y mi oración para la obra que Dios os ha encomendado en favor de vuestras comunidades. Vuestra visita ad limina ha mostrado que sois "un solo corazón y una sola alma" con vuestros fieles y que cultiváis un profundo sentido de comunión con el Sucesor de Pedro y, por eso, con la Iglesia universal. A la vez que invoco sobre vosotros y sobre vuestro ministerio la intercesión de María, la Virgen del gran Voto bautismal croata, de corazón os imparto mi bendición a vosotros, a vuestros sacerdotes, a los consagrados y a las consagradas, así como a todo el pueblo croata. ¡Sean alabados Jesús y María!

VIAJE APOSTÓLICO

DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

A VALENCIA (ESPAÑA) CON MOTIVO

DEL V ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS


DISCURSO DEL SANTO PADRE EN LA CEREMONIA DE BIENVENIDA

Aeropuerto de Manises

Sábado 8 de julio de 2006



Majestades;
señor presidente del Gobierno y distinguidas autoridades;
126 señores cardenales y hermanos en el episcopado;
queridos hermanos y hermanas:

1. Con gran emoción llego hoy a Valencia, a la noble y siempre querida España, que tan gratos recuerdos me ha dejado en mis precedentes visitas para participar en congresos y reuniones.

2. Saludo cordialmente a todos, a los que están aquí presentes y a cuantos siguen este acto por los medios de comunicación.

Agradezco a su majestad el rey don Juan Carlos su presencia aquí, junto con la reina y, especialmente, las palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre del pueblo español.

Expreso también mi deferente reconocimiento al señor presidente del Gobierno y a las demás autoridades nacionales, autonómicas y municipales, manifestándoles mi gratitud por la colaboración prestada para la mejor realización de este V Encuentro mundial.

Saludo con afecto a monseñor Agustín García-Gasco, arzobispo de Valencia, y a sus obispos auxiliares, así como a toda la archidiócesis levantina que me ofrece una calurosa acogida en el marco de este Encuentro mundial, y que estos días acompaña en el dolor a las familias que lloran por sus seres queridos, víctimas de un trágico episodio, y que se siente cercana también a los heridos.

Mis afectuosos saludos se dirigen también al presidente del Consejo pontificio para la familia, cardenal Alfonso López Trujillo, así como a los demás cardenales, al presidente y miembros de la Conferencia episcopal española, a los sacerdotes, a las personas consagradas y a todos lo fieles laicos.

3. El motivo de esta esperada visita es participar en el V Encuentro mundial de las familias, cuyo tema es "La transmisión de la fe en la familia". Mi deseo es proponer el papel central, para la Iglesia y la sociedad, que tiene la familia fundada en el matrimonio. Esta es una institución insustituible según los planes de Dios, y cuyo valor fundamental la Iglesia no puede dejar de anunciar y promover, para que sea vivido siempre con sentido de responsabilidad y alegría.

4. Mi venerado predecesor y gran amigo de España, el querido Juan Pablo II, convocó este Encuentro. Movido por la misma solicitud pastoral, mañana tendré la dicha de clausurarlo con la celebración de la santa misa en la Ciudad de las artes y las ciencias.

Muy unido a todos los participantes, imploraré del Señor, por intercesión de nuestra Madre santísima y del apóstol Santiago, abundantes gracias para las familias de España y de todo el mundo.

127 ¡Que el Señor bendiga copiosamente a todos vosotros y a vuestras queridas familias!


BASÍLICA DE LA VIRGEN DE LOS DESAMPARADOS

ORACIÓN DEL SANTO PADRE POR LAS VÍCTIMAS DEL METRO

Sábado 8 de julio de 2006



Ante la Virgen de los Desamparados, le pedimos que sea consuelo para todas las familias que han sufrido las consecuencias del accidente, que ha sumido en el dolor y el luto a sus hijos en esta ciudad.

Con el corazón puesto en la misericordia divina, recemos todos juntos un Padrenuestro en sufragio de quienes están ahora en la presencia de Dios.

Todos:

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
128 como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en tentación,
y líbranos del mal. Amén.

Dales, Señor el descanso eterno,
y brille para ellos la luz perpetua.
Descansen en paz. Amén.


ENCUENTRO FESTIVO Y TESTIMONIAL

Ciudad de las Artes y las Ciencias

Sábado 8 de julio de 2006



Amados hermanos y hermanas:

Siento un gran gozo al participar en este encuentro de oración, en el cual se quiere celebrar con gran alegría el don divino de la familia. Me siento muy cercano con la oración a todos los que han vivido recientemente el luto en esta ciudad, y con la esperanza en Cristo resucitado, que da aliento y luz aun en los momentos de mayor desgracia humana.

129 Unidos por la misma fe en Cristo, nos hemos congregado aquí, desde tantas partes del mundo, como una comunidad que agradece y da testimonio con júbilo de que el ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios para amar y que sólo se realiza plenamente a sí mismo cuando hace entrega sincera de sí a los demás. La familia es el ámbito privilegiado donde cada persona aprende a dar y recibir amor. Por eso la Iglesia manifiesta constantemente su solicitud pastoral por este espacio fundamental para la persona humana. Así lo enseña en su Magisterio: "Dios, que es amor y creó al hombre por amor, lo ha llamado a amar. Creando al hombre y a la mujer, los ha llamado en el matrimonio a una íntima comunión de vida y amor entre ellos, "de manera que ya no son dos, sino una sola carne" (Mt 19,6)" (Compendio del Catecismo de la Iglesia católica 337).

Esta es la verdad que la Iglesia proclama sin cesar al mundo. Mi querido predecesor Juan Pablo II, decía que "el hombre se ha convertido en "imagen y semejanza" de Dios, no sólo a través de la propia humanidad, sino también a través de la comunión de las personas que el varón y la mujer forman desde el principio. Se convierten en imagen de Dios, no tanto en el momento de la soledad, cuanto en el momento de la comunión" (Catequesis, 14 de noviembre de 1979). Por eso he confirmado la convocatoria de este V Encuentro mundial de las familias en España, y concretamente en Valencia, rica en sus tradiciones y orgullosa de la fe cristiana que se vive y cultiva en tantas familias.

La familia es una institución intermedia entre el individuo y la sociedad, y nada la puede suplir totalmente. Ella misma se apoya sobre todo en una profunda relación interpersonal entre el esposo y la esposa, sostenida por el afecto y comprensión mutua. Para ello recibe la abundante ayuda de Dios en el sacramento del matrimonio, que comporta verdadera vocación a la santidad. Ojalá que los hijos contemplen más los momentos de armonía y afecto de los padres, que no los de discordia o distanciamiento, pues el amor entre el padre y la madre ofrece a los hijos una gran seguridad y les enseña la belleza del amor fiel y duradero.

La familia es un bien necesario para los pueblos, un fundamento indispensable para la sociedad y un gran tesoro de los esposos durante toda su vida. Es un bien insustituible para los hijos, que han de ser fruto del amor, de la donación total y generosa de los padres. Proclamar la verdad integral de la familia, fundada en el matrimonio como Iglesia doméstica y santuario de la vida, es una gran responsabilidad de todos.

El padre y la madre se han dicho un "sí" total ante Dios, lo cual constituye la base del sacramento que les une; asimismo, para que la relación interna de la familia sea completa, es necesario que digan también un "sí" de aceptación a sus hijos, a los que han engendrado o adoptado y que tienen su propia personalidad y carácter. Así, estos irán creciendo en un clima de aceptación y amor, y es de desear que al alcanzar una madurez suficiente quieran dar a su vez un "sí" a quienes les han dado la vida.

Los desafíos de la sociedad actual, marcada por la dispersión que se genera sobre todo en el ámbito urbano, hacen necesario garantizar que las familias no estén solas. Un pequeño núcleo familiar puede encontrar obstáculos difíciles de superar si se encuentra aislado del resto de sus parientes y amistades. Por ello, la comunidad eclesial tiene la responsabilidad de ofrecer acompañamiento, estímulo y alimento espiritual que fortalezca la cohesión familiar, sobre todo en las pruebas o momentos críticos. En este sentido, es muy importante la labor de las parroquias, así como de las diversas asociaciones eclesiales, llamadas a colaborar como redes de apoyo y mano cercana de la Iglesia para el crecimiento de la familia en la fe.

Cristo ha revelado cuál es siempre la fuente suprema de la vida para todos y, por tanto, también para la familia: "Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que quien da la vida por sus amigos" (Jn 15,12-13). El amor de Dios mismo se ha derramado sobre nosotros en el bautismo. De ahí que las familias están llamadas a vivir esa calidad de amor, pues el Señor es quien se hace garante de que eso sea posible para nosotros a través del amor humano, sensible, afectuoso y misericordioso como el de Cristo.

Junto con la transmisión de la fe y del amor del Señor, una de las tareas más grandes de la familia es la de formar personas libres y responsables. Por ello los padres han de ir devolviendo a sus hijos la libertad, de la cual durante algún tiempo son tutores. Si estos ven que sus padres —y en general los adultos que les rodean— viven la vida con alegría y entusiasmo, incluso a pesar de las dificultades, crecerá en ellos más fácilmente ese gozo profundo de vivir que les ayudará a superar con acierto los posibles obstáculos y contrariedades que conlleva la vida humana. Además, cuando la familia no se cierra en sí misma, los hijos van aprendiendo que toda persona es digna de ser amada, y que hay una fraternidad fundamental universal entre todos los seres humanos.

Este V Encuentro mundial nos invita a reflexionar sobre un tema de particular importancia y que comporta una gran responsabilidad para nosotros: "La transmisión de la fe en la familia". Lo expresa muy bien el Catecismo de la Iglesia Católica: "Como una madre que enseña a sus hijos a hablar y con ello a comprender y comunicar, la Iglesia, nuestra Madre, nos enseña el lenguaje de la fe para introducirnos en la inteligencia y la vida de fe" (n. CEC 171).

Como se simboliza en la liturgia del bautismo, con la entrega del cirio encendido, los padres son asociados al misterio de la nueva vida como hijos de Dios, que se recibe con las aguas bautismales.
Transmitir la fe a los hijos, con la ayuda de otras personas e instituciones como la parroquia, la escuela o las asociaciones católicas, es una responsabilidad que los padres no pueden olvidar, descuidar o delegar totalmente. "La familia cristiana es llamada Iglesia doméstica, porque manifiesta y realiza la naturaleza comunitaria y familiar de la Iglesia en cuanto familia de Dios. Cada miembro, según su propio papel, ejerce el sacerdocio bautismal, contribuyendo a hacer de la familia una comunidad de gracia y de oración, escuela de virtudes humanas y cristianas y lugar del primer anuncio de la fe a los hijos" (Compendio del Catecismo de la Iglesia católica 350). Y además: "Los padres, partícipes de la paternidad divina, son los primeros responsables de la educación de sus hijos y los primeros anunciadores de la fe. Tienen el deber de amar y de respetar a sus hijos como personas y como hijos de Dios... En especial, tienen la misión de educarlos en la fe cristiana" (ib., 460).

130 El lenguaje de la fe se aprende en los hogares donde esta fe crece y se fortalece a través de la oración y de la práctica cristiana. En la lectura del Deuteronomio hemos escuchado la oración repetida constantemente por el pueblo elegido, la Shema Israel, y que Jesús escucharía y repetiría en su hogar de Nazaret. Él mismo la recordaría durante su vida pública, como nos refiere el evangelio de Marcos (cf. Mc 12,29). Esta es la fe de la Iglesia que viene del amor de Dios, por medio de vuestras familias. Vivir la integridad de esta fe, en su maravillosa novedad, es un gran regalo. Pero en los momentos en que parece que se oculta el rostro de Dios, creer es difícil y cuesta un gran esfuerzo.

Este encuentro da nuevo aliento para seguir anunciando el Evangelio de la familia, reafirmar su vigencia e identidad basada en el matrimonio abierto al don generoso de la vida, y donde se acompaña a los hijos en su crecimiento corporal y espiritual. De este modo se contrarresta un hedonismo muy difundido, que banaliza las relaciones humanas y las vacía de su genuino valor y belleza. Promover los valores del matrimonio no impide gustar plenamente la felicidad que el hombre y la mujer encuentran en su amor mutuo. La fe y la ética cristiana, pues, no pretenden ahogar el amor, sino hacerlo más sano, fuerte y realmente libre. Para ello, el amor humano necesita ser purificado y madurar para ser plenamente humano y principio de una alegría verdadera y duradera (cf. Discurso en san Juan de Letrán, 5 de junio de 2006).

Invito, pues, a los gobernantes y legisladores a reflexionar sobre el bien evidente que los hogares en paz y en armonía aseguran al hombre, a la familia, centro neurálgico de la sociedad, como recuerda la Santa Sede en la Carta de los derechos de la familia. El objeto de las leyes es el bien integral del hombre, la respuesta a sus necesidades y aspiraciones. Esto es una ayuda notable a la sociedad, de la cual no se puede privar y para los pueblos es una salvaguarda y una purificación. Además, la familia es una escuela de humanización del hombre, para que crezca hasta hacerse verdaderamente hombre. En este sentido, la experiencia de ser amados por los padres lleva a los hijos a tener conciencia de su dignidad de hijos.

La criatura concebida ha de ser educada en la fe, amada y protegida. Los hijos, con el fundamental derecho a nacer y ser educados en la fe, tienen derecho a un hogar que tenga como modelo el de Nazaret y sean preservados de toda clase de insidias y amenazas. Yo soy abuelo del mundo, hemos escuchado.

Deseo referirme ahora a los abuelos, tan importantes en las familias. Ellos pueden ser —y son tantas veces— los garantes del afecto y la ternura que todo ser humano necesita dar y recibir. Ellos dan a los pequeños la perspectiva del tiempo, son memoria y riqueza de las familias. Ojalá que, bajo ningún concepto, sean excluidos del círculo familiar. Son un tesoro que no podemos arrebatarles a las nuevas generaciones, sobre todo cuando dan testimonio de fe ante la cercanía de la muerte.

Quiero ahora recitar una parte de la oración que habéis rezado pidiendo por el buen fruto de este Encuentro mundial de las familias:

Oh, Dios, que en la Sagrada Familia
nos dejaste un modelo perfecto
de vida familiar vivida en la fe
y la obediencia a tu voluntad.
Ayúdanos a ser ejemplo de fe y amor
a tus mandamientos.

131 Socórrenos en nuestra misión
de transmitir la fe a nuestros hijos.
Abre su corazón para que
crezca en ellos la semilla de la fe
que recibieron en el bautismo.
Fortalece la fe de nuestros jóvenes,
para que crezcan en el conocimiento
de Jesús.

Aumenta el amor y la fidelidad
en todos los matrimonios,
especialmente aquellos que pasan por
132 momentos de sufrimiento o dificultad.
(...)
Unidos a José y María,
te lo pedimos por Jesucristo tu Hijo,
nuestro Señor. Amén.


CEREMONIA DE DESPEDIDA

Aeropuerto de Manises

Domingo 9 de julio de 2006


Majestades;
señor presidente del Gobierno y distinguidas autoridades;
señores cardenales y hermanos en el episcopado;
queridos hermanos y hermanas:

133 1. Al concluir mi grata estancia en Valencia con motivo del V Encuentro mundial de las familias, agradezco vivamente a Sus Majestades los Reyes de España, a las autoridades de la nación, de la Generalitat, del Ayuntamiento y de la Diputación, así como al señor arzobispo y a todos vosotros, la amable hospitalidad que me habéis dispensado y las muestras de afecto en todos los momentos de mi visita a esta floreciente tierra levantina.

2. Confío en que, con la ayuda del Altísimo y la maternal protección de la Virgen María, este Encuentro siga resonando como un canto gozoso del amor, de la vida y de la fe compartida en las familias, ayudando al mundo de hoy a comprender que la alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer establecen un vínculo permanente, es un gran bien para toda la humanidad.

3. Gracias por vuestra presencia aquí. Habéis venido de todos los continentes del mundo, con no pocos sacrificios que habéis afrontado y ofrecido al Señor. Os llevo en mi corazón. Mis sentimientos se unen a mi oración para que el Todopoderoso os bendiga hoy y siempre.


EN LA PARROQUIA DE RHÊMES-SAINT GEORGES

Valle de Aosta, domingo 23 de julio de 2006



Sólo unas breves palabras de meditación sobre la lectura que hemos escuchado. En el contexto de la situación dramática de Oriente Próximo, nos impresiona la belleza de la visión ilustrada por el apóstol san Pablo (cf. Ep 2,13-18): Cristo es nuestra paz. Ha reconciliado a unos y otros, judíos y paganos, uniéndolos en su Cuerpo. Ha superado la enemistad en su Cuerpo, en la cruz. Con su muerte, ha superado la enemistad y nos ha unido a todos en su paz.

Pero aún más que la belleza de esta visión nos impresiona el contraste con la realidad que vivimos y vemos. Y en un primer momento no podemos menos de decirle al Señor: "Señor, ¿cómo es que tu Apóstol nos dice: "están reconciliados"?". Vemos que, en realidad, no están reconciliados... Hay todavía guerra entre cristianos, musulmanes y judíos; y hay otros que fomentan la guerra y en todas partes reina la enemistad, la violencia. ¿Dónde está la eficacia de tu sacrificio? ¿Dónde está, en la historia, la paz de la que nos habla tu Apóstol?

Los hombres no podemos resolver el misterio de la historia, el misterio de la libertad humana de decir "no" a la paz de Dios. No podemos resolver todo el misterio de la relación entre Dios y el hombre, de su acción y nuestra respuesta. Debemos aceptar el misterio. Sin embargo, hay elementos de respuesta que el Señor nos da.

Un primer elemento —esta reconciliación del Señor, su sacrificio— ha sido eficaz. Existe la gran realidad de la comunión de la Iglesia universal, de todos los pueblos, la red de la comunión eucarística, que trasciende las fronteras de culturas, de civilizaciones, de pueblos, de tiempos. Existe esta comunión, existen estas "islas de paz" en el Cuerpo de Cristo. Existen. Y son fuerzas de paz en el mundo.

Si repasamos la historia, podemos ver a los grandes santos de la caridad que han creado "oasis" de esta paz de Dios en el mundo, que han encendido siempre de nuevo su luz, y también han sido capaces de reconciliar y crear la paz siempre de nuevo. Ha habido mártires que han sufrido con Cristo, que han dado este testimonio de la paz, del amor que pone un límite a la violencia.

Y viendo que la realidad de la paz existe —aunque la otra realidad permanece—, podemos profundizar más en el mensaje de esta carta de san Pablo a los Efesios. El Señor ha vencido en la cruz. No ha vencido con un nuevo imperio, con una fuerza más poderosa que las otras y capaz de destruirlas; no ha vencido de modo humano, como imaginamos, con un imperio más fuerte que los otros. Ha vencido con un amor capaz de llegar hasta la muerte.

Este es el nuevo modo de vencer de Dios: a la violencia no opone otra violencia más fuerte. A la violencia opone precisamente lo contrario: el amor hasta el fin, su cruz. Este es el modo humilde de vencer de Dios: con su amor —y sólo así es posible— pone un límite a la violencia. Este modo de vencer parece muy lento, pero es el verdadero modo de vencer al mal, de vencer la violencia, y debemos fiarnos de este modo divino de vencer.

134 Fiarnos quiere decir entrar activamente en este amor divino, participar en esta obra de pacificación, para estar en sintonía con lo que el Señor dice: "Bienaventurados los pacificadores, los artífices de paz, porque son hijos de Dios". En la medida de lo posible, debemos llevar nuestro amor a todos los que sufren, sabiendo que el Juez del juicio final se identifica con los que sufren. Por tanto, cuanto hacemos a los que sufren lo hacemos al Juez último de nuestra vida. Es importante que en este momento podamos llevar esta victoria suya al mundo, participando activamente en su caridad.

Hoy, en un mundo multicultural y multirreligioso, muchos están tentados de decir: "Para la paz en el mundo entre las religiones, entre las culturas, es mejor no hablar demasiado de lo específico del cristianismo, es decir, de Jesús, de la Iglesia, de los sacramentos. Contentémonos con las cosas que pueden ser más o menos comunes...". Pero no es verdad. Precisamente en este momento —en el momento de un gran abuso del nombre de Dios— necesitamos al Dios que vence en la cruz, que no vence con la violencia, sino con su amor. Precisamente en este momento necesitamos el Rostro de Cristo para conocer el verdadero Rostro de Dios y para llevar así reconciliación y luz a este mundo. Por eso, juntamente con el amor, con el mensaje del amor, con todo cuanto podemos hacer por los que sufren en este mundo, debemos llevar también el testimonio de este Dios, de la victoria de Dios precisamente mediante la no violencia de su cruz.

Así hemos vuelto al punto de partida. Lo que podemos hacer es dar testimonio del amor, testimonio de la fe; es, sobre todo, elevar un grito a Dios: podemos orar. Estamos seguros de que nuestro Padre escucha el grito de sus hijos. En la misa, al prepararnos para la sagrada Comunión, para recibir el Cuerpo de Cristo que nos une, oramos con la Iglesia: "Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días". Que esta sea nuestra súplica en este momento: "Líbranos de todos los males y concédenos la paz". Danos, Señor, la paz hoy, no mañana o pasado mañana. Amén.

PALABRAS DE SALUDO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A SU LLEGADA A CASTELGANDOLFO

Viernes 28 de julio de 2006

Queridos amigos:

Quisiera sólo saludaros de todo corazón.

Me siento feliz de estar en vuestra hermosísima ciudad, en este palacio, que tiene una fachada renovada, de extraordinaria belleza.

Permaneceré algunas semanas con vosotros y espero vivirlas en paz y con la bendición del Señor, en prenda de la cual os imparto ahora mi bendición: "Que os bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo".

Os deseo a todos una buena cena, nos vemos el domingo, Dios mediante.


Agosto de 2006


ENTREVISTA CONCEDIDA A RADIO VATICANO Y A CUATRO CADENAS DE TELEVISIÓN ALEMANAS

CON MOTIVO DE SU PRÓXIMO VIAJE APOSTÓLICO A ALEMANIA

Palacio Apostólico de Castelgandolfo

135

Sábado 5 de agosto de 2006



Hicieron las preguntas representantes de Radio Vaticano (RV) y de cuatro cadenas de televisión alemanas: Bayerischer Rundfunk (BR, televisión de Baviera), la primera cadena nacional (ARD), la segunda (ZDF) y la cadena Deutsche Welle (DW).

Representante de BR: Santo Padre, en septiembre usted visitará Alemania o, con más precisión, naturalmente Baviera. "El Papa tiene nostalgia de su patria", así han dicho sus colaboradores en el curso de la preparación de este viaje. ¿Qué temas desearía tocar en particular durante la visita, y el concepto de "patria" forma parte de los valores que desea proponer de modo especial?

Benedicto XVI: Ciertamente. El motivo de la visita es precisamente que quiero volver a ver los lugares, las personas con las que he crecido, que me han marcado y han formado parte de mi vida. Personas a las que quiero manifestar mi gratitud. Y naturalmente también quiero expresar un mensaje que vaya más allá de mi tierra, como es coherente con mi ministerio. Simplemente he dejado que las conmemoraciones litúrgicas me indicaran los temas. El asunto fundamental es que debemos redescubrir a Dios, no a un Dios cualquiera, sino al Dios que tiene rostro humano, porque cuando vemos a Jesucristo vemos a Dios. Y partiendo de esto debemos hallar los caminos para encontrarnos mutuamente en la familia, entre las generaciones y también entre las culturas y los pueblos; los caminos de la reconciliación y la convivencia pacífica en este mundo. Los caminos que conducen hacia el futuro no los encontraremos si no recibimos la luz desde lo alto. Por tanto, no he elegido temas muy específicos, sino que es la liturgia la que me guía a expresar el mensaje fundamental de la fe, que naturalmente se inserta en la actualidad de hoy, en la que queremos buscar sobre todo la colaboración de los pueblos y los caminos posibles hacia la reconciliación y la paz.

Representante de ZDF: Como Papa, usted es responsable de la Iglesia en el mundo entero. Pero naturalmente su visita hace que la atención se dirija también a la situación de los católicos en Alemania. Ahora todos los observadores concuerdan en que el clima es bueno, entre otras causas, gracias a su elección. Pero naturalmente los antiguos problemas persisten. Por poner algunos ejemplos: cada vez son menos los practicantes; cada vez son menos los bautizados; por lo general, cada vez influyen menos en la vida social. ¿Cómo ve usted la situación actual de la Iglesia católica en Alemania?

Benedicto XVI: Ante todo diría que Alemania forma parte de Occidente, si bien con sus características particulares, y en el mundo occidental hoy vivimos una ola de un nuevo iluminismo drástico o laicismo, o como se lo quiera llamar. Creer se ha vuelto más difícil, porque el mundo en el que nos encontramos está hecho completamente por nosotros mismos y en él, por decirlo así, Dios ya no aparece directamente. Ya no se bebe directamente de la fuente, sino del recipiente que se nos presenta ya lleno. Los hombres se han construido su propio mundo, y resulta difícil encontrar a Dios en este mundo. Esto no es específico de Alemania; es algo que se constata en todo el mundo, de manera particular en el occidental.

Por otra parte, Occidente está hoy fuertemente influenciado por otras culturas, en las que el elemento religioso originario es muy poderoso; esas culturas quedan horrorizadas por la frialdad que encuentran en Occidente con respecto a Dios. Y esta presencia de lo sagrado en otras culturas, aunque sea velada de muchas maneras, toca nuevamente al mundo occidental, nos toca a nosotros, que nos encontramos en una "encrucijada" de muchas culturas. Y también desde lo más profundo del hombre en Occidente, y en Alemania, surge el anhelo de algo "más grande". Vemos cómo la juventud busca "algo más"; en cierto modo el fenómeno religión —como se dice— vuelve, aunque se trate de un movimiento de búsqueda a menudo bastante indeterminado. Pero con todo esto la Iglesia está de nuevo presente; la fe se presenta como respuesta. Yo creo que esta visita, como la de Colonia, es precisamente una oportunidad para que se vea que creer es algo bello, que la alegría de una gran comunidad universal posee una fuerza que arrastra, que tras ella hay algo importante y que, por tanto, junto a los nuevos movimientos de búsqueda existen también nuevas perspectivas de fe, que nos llevan a unos hacia los otros y que son positivas también para la sociedad en su conjunto.

Representante de RV: Santo Padre, hace exactamente un año usted estaba en Colonia con los jóvenes, y creo que en esa ocasión experimentó que la juventud está muy dispuesta a acoger, y que usted personalmente fue muy bien acogido. En este próximo viaje, ¿lleva un mensaje especial para los jóvenes?

Benedicto XVI: Quisiera decir, antes que nada, que estoy muy contento de que haya jóvenes que quieran estar juntos, que quieran estar juntos en la fe, y que quieran hacer el bien. La disponibilidad al bien es muy fuerte en la juventud; basta pensar en las diversas formas de voluntariado. El compromiso para dar una contribución personal ante las necesidades de este mundo es una gran cosa. Por tanto, un primer impulso puede ser alentar a esto: "Seguid adelante; buscad las ocasiones para hacer el bien; el mundo necesita esta voluntad, necesita este compromiso".

Luego, quizá, podría recordar el valor de las decisiones definitivas. Los jóvenes son muy generosos, pero ante el riesgo de comprometerse para toda la vida, sea en el matrimonio sea en el sacerdocio, se tiene miedo. El mundo está en continuo movimiento de manera dramática: ¿Puedo disponer ya desde ahora de mi vida entera con todos sus imprevisibles acontecimientos futuros? ¿Con una decisión definitiva, no renuncio yo mismo a mi libertad, privándome de la posibilidad de cambiar? Conviene fomentar la valentía de tomar decisiones definitivas, que en realidad son las únicas que permiten crecer, caminar hacia adelante y lograr algo importante en la vida, son las únicas que no destruyen la libertad, sino que le indican la justa dirección en el espacio. Tener el valor de dar este salto —por así decir— a algo definitivo, acogiendo así plenamente la vida, es algo que me alegraría poder comunicar.

Representante de DW: Santo Padre, una pregunta sobre la política exterior. La esperanza de paz en Oriente Próximo se ha debilitado nuevamente en las semanas pasadas. ¿Qué posibilidades ve usted para la Santa Sede con respecto a la situación actual? ¿Qué influencia positiva puede ejercer usted en el desarrollo de la situación en Oriente Próximo?


Discursos 2006 124