Discursos 2006 148


BENEDICTO XVI:

149 Ante todo, quisiera subrayar lo que usted ha dicho. Con motivo de las Jornadas mundiales de la juventud, y también en otras ocasiones, como recientemente en la Vigilia de Pentecostés, se pone de manifiesto que en la juventud hay un deseo, una búsqueda también de Dios. Los jóvenes quieren ver si Dios existe y qué les dice. Por tanto, tienen cierta disponibilidad, a pesar de todas las dificultades de hoy. También tienen entusiasmo. Por tanto, debemos hacer todo lo posible por mantener viva esta llama que se manifiesta en ocasiones como las Jornadas mundiales de la juventud.

¿Cómo hacerlo? Es nuestra pregunta común. Creo que precisamente aquí debería realizarse una "pastoral integrada", porque en realidad no todos los párrocos tienen la posibilidad de ocuparse suficientemente de la juventud. Por eso, se necesita una pastoral que trascienda los límites de la parroquia y que trascienda también los límites del trabajo del sacerdote. Una pastoral que implique también a muchos agentes.

Me parece que, bajo la coordinación del obispo, por una parte, se debe encontrar el modo de integrar a los jóvenes en la parroquia, a fin de que sean fermento de la vida parroquial; y, por otra, encontrar para estos jóvenes también la ayuda de agentes extra-parroquiales. Las dos cosas deben ir juntas. Es preciso sugerir a los jóvenes que, no sólo en la parroquia sino también en diversos contextos, deben integrarse en la vida de la diócesis, para luego volver a encontrarse en la parroquia. Por eso, hay que fomentar todas las iniciativas que vayan en este sentido.

Creo que es muy importante en la actualidad la experiencia del voluntariado. Es muy importante que a los jóvenes no sólo les quede la opción de las discotecas; hay que ofrecerles compromisos en los que vean que son necesarios, que pueden hacer algo bueno. Al sentir este impulso de hacer algo bueno por la humanidad, por alguien, por un grupo, los jóvenes sienten un estímulo a comprometerse y encuentran también la "pista" positiva de un compromiso, de una ética cristiana.

Me parece de gran importancia que los jóvenes tengan realmente compromisos cuya necesidad vean, que los guíen por el camino de un servicio positivo para prestar una ayuda inspirada en el amor de Cristo a los hombres, de forma que ellos mismos busquen las fuentes donde pueden encontrar fuerza y estímulo.

Otra experiencia son los grupos de oración, donde aprenden a escuchar la palabra de Dios, a comprender la palabra de Dios, precisamente en su contexto juvenil, a entrar en contacto con Dios. Esto quiere decir también aprender la forma común de oración, la liturgia, que tal vez en un primer momento les parezca bastante inaccesible. Aprenden que existe la palabra de Dios que nos busca, a pesar de toda la distancia de los tiempos, que nos habla hoy a nosotros. Nosotros llevamos al Señor el fruto de la tierra y de nuestro trabajo, y lo encontramos transformado en don de Dios.
Hablamos como hijos con el Padre y recibimos luego el don de él mismo. Recibimos la misión de ir por el mundo con el don de su presencia.

También serían útiles algunas clases de liturgia, a las que los jóvenes puedan asistir. Por otra parte, hacen falta ocasiones en que los jóvenes puedan mostrarse y presentarse. Aquí, en Albano, según he escuchado, se hizo una representación de la vida de san Francisco. Comprometerse en este sentido quiere decir entrar en la personalidad de san Francisco, de su tiempo, y así ensanchar la propia personalidad. Se trata sólo de un ejemplo, algo en apariencia bastante singular. Puede ser una educación para ensanchar la propia personalidad, para entrar en un contexto de tradición cristiana, para despertar la sed de conocer mejor la fuente donde bebió este santo, que no era sólo un ambientalista o un pacifista, sino sobre todo un hombre convertido.

Me ha complacido leer que el obispo de Asís, mons. Sorrentino, precisamente para salir al paso de este "abuso" de la figura de san Francisco, con ocasión del VIII centenario de su conversión convocó un "Año de conversión" para ver cuál es el verdadero "desafío". Tal vez todos podemos animar un poco a la juventud para que comprenda qué es la conversión, remitiéndonos a la figura de san Francisco, a fin de buscar un camino que ensanche la vida. Francisco al inicio era casi una especie de "playboy". Luego, cayó en la cuenta de que eso no era suficiente. Escuchó la voz del Señor: "Reconstruye mi casa". Poco a poco comprendió lo que quería decir "construir la casa del Señor".

Así pues, no tengo respuestas muy concretas, porque se trata de una misión donde encuentro ya a los jóvenes reunidos, gracias a Dios. Pero me parece que se deben aprovechar todas las oportunidades que se ofrecen hoy en los Movimientos, en las asociaciones, en el voluntariado, y en otras actividades juveniles.

También es necesario presentar la juventud a la parroquia, a fin de que vea quiénes son los jóvenes. Hace falta una pastoral vocacional. Todo debe coordinarlo el obispo. Me parece que, a través de la auténtica cooperación de los jóvenes que se forman, se encuentran agentes pastorales. Así, se puede abrir el camino de la conversión, la alegría de que Dios existe y se preocupa de nosotros, de que nosotros tenemos acceso a Dios y podemos ayudar a otros a "reconstruir su casa". Me parece que, en resumen, nuestra misión, a veces difícil, pero en último término muy hermosa consiste en "construir la casa de Dios" en el mundo actual.

150 Os agradezco vuestra atención y os pido disculpas por lo fragmentario de mis respuestas. Queremos colaborar juntos para que crezca la "casa de Dios" en nuestro tiempo, para que muchos jóvenes encuentren el camino del servicio al Señor.


Septiembre de 2006


PEREGRINACIÓN AL SANTUARIO DE LA SANTA FAZ DE MANOPELLO

Viernes 1 de septiembre de 2006



Antes de entrar en el santuario el Santo Padre saludó a la multitud de fieles reunidos fuera.



Queridos hermanos y hermanas:

Gracias por esta bienvenida tan cordial. Veo que la Iglesia es una gran familia. Donde está el Papa, la familia se reúne con gran alegría. Para mí es signo de la fe viva, de la alegría que nos da la fe, de la comunión, de la paz que crea la fe. Y os agradezco mucho esta bienvenida. En vuestros rostros veo toda la belleza de esta región de Italia.

Saludo en particular a los enfermos. Sabemos que el Señor está muy cerca de vosotros, os ayuda, os acompaña en vuestros sufrimientos. Os tenemos presentes en nuestras oraciones. También vosotros orad por nosotros.

Un saludo en especial a los jóvenes y a los niños de primera Comunión. Gracias por vuestro entusiasmo, por vuestra fe. Todos nosotros, como dicen los Salmos, "buscamos el rostro del Señor". También este es el sentido de mi visita. Juntos tratemos de conocer cada vez mejor el rostro del Señor y de encontrar en el rostro del Señor la fuerza de amor y de paz que nos muestra también el camino de nuestra vida.

Gracias y felicidades a todos vosotros.
* * *


Excelencia;
151 venerados hermanos en el episcopado;
queridos hermanos y hermanas:

Ante todo quiero manifestar una vez más mi gratitud por esta acogida; por sus palabras, excelencia, tan profundas y cordiales; por la expresión de su amistad, de vuestra amistad; y por los dones tan significativos: la faz de Cristo, aquí venerada, para mí, para mi casa, y luego estos dones de vuestra tierra, que expresan la belleza y la bondad de la tierra, de los hombres que viven y trabajan aquí, y la belleza y la bondad del Creador mismo.

Quisiera sencillamente dar gracias a Dios por este encuentro cordial y familiar, en un lugar donde podemos meditar en el misterio del amor divino contemplando el icono de la Santa Faz. A todos vosotros, aquí presentes, va mi agradecimiento más sincero por vuestra afectuosa acogida y por el compromiso y la discreción con que habéis favorecido esta peregrinación privada, que, sin embargo, como peregrinación eclesial, no puede ser del todo privada.

Saludo y doy las gracias en particular a vuestro arzobispo, amigo mío desde hace muchos años. Hemos colaborado en la Comisión teológica. En muchas conversaciones he aprendido siempre de su sabiduría y también de sus libros. Gracias por los dones que me habéis ofrecido y que aprecio mucho por tratarse de "signos", como los ha llamado mons. Forte. En efecto, son signos de la comunión afectiva y efectiva que une al pueblo de esta querida tierra de los Abruzos con el Sucesor de Pedro.

Os saludo en especial a vosotros, sacerdotes, religiosos y religiosas, y seminaristas aquí reunidos. Me alegra en particular ver un gran número de seminaristas, por consiguiente el futuro de la Iglesia presente entre nosotros. Dado que no me es posible encontrarme con toda la comunidad diocesana -tal vez será posible en otra ocasión-, me complace que la representéis vosotros, personas ya dedicadas al ministerio presbiteral y a la vida consagrada, o encaminadas hacia el sacerdocio; personas que me alegra considerar enamoradas de Cristo, atraídas por él y comprometidas a hacer de su vida una continua búsqueda de su santo rostro.

Por último, saludo cordialmente a la comunidad de los padres capuchinos, que nos acogen, y que desde hace siglos atienden este santuario, meta de tantos peregrinos.

Cuando, hace poco, me encontraba orando, pensaba en los dos primeros Apóstoles, los cuales, impulsados por Juan Bautista, siguieron a Jesús junto al río Jordán, como leemos en el evangelio de san Juan (cf.
Jn 1,35-37). El evangelista narra que Jesús se volvió hacia ellos y les preguntó: "¿Qué buscáis?". Ellos respondieron: "Rabbí, ¿dónde vives?". Y él a su vez les dijo: "Venid y lo veréis" (Jn 1,38-39).

Ese mismo día los dos que lo siguieron hicieron una experiencia inolvidable, que los impulsó a decir: "Hemos encontrado al Mesías" (Jn 1,41). Aquel a quien pocas horas antes consideraban un simple "rabbí", había adquirido una identidad muy precisa, la del Cristo esperado desde hacía siglos. Pero, en realidad, ¡cuán largo camino tenían aún por delante esos discípulos! No podían ni siquiera imaginar cuán profundo podía ser el misterio de Jesús de Nazaret; cuán insondable e inescrutable sería su "rostro"; hasta el punto de que, después de haber convivido con él durante tres años, Felipe, uno de ellos, escucharía de labios de Jesús estas palabras durante la última Cena: "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe?", y luego las palabras que expresan toda la novedad de la revelación de Jesús: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14,9).

Sólo después de su pasión, cuando se encontraron con él resucitado, cuando el Espíritu iluminó su mente y su corazón, los Apóstoles comprendieron el significado de las palabras que Jesús les había dicho y lo reconocieron como el Hijo de Dios, el Mesías prometido para la redención del mundo.
Entonces se convirtieron en sus mensajeros incansables, en sus testigos valientes hasta el martirio.
152 "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre". Sí, queridos hermanos y hermanas, para "ver a Dios" es preciso conocer a Cristo y dejarse modelar por su Espíritu, que guía a los creyentes "hasta la verdad completa" (Jn 16,13). El que encuentra a Jesús, el que se deja atraer por él y está dispuesto a seguirlo hasta el sacrificio de la vida, experimenta personalmente, como hizo él en la cruz, que sólo el "grano de trigo" que cae en tierra y muere da "mucho fruto" (cf. Jn 12,24).

Este es el camino de Cristo, el camino del amor total, que vence a la muerte: el que lo recorre y "el que odia su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna" (Jn 12,25). Es decir, vive en Dios ya en esta tierra, atraído y transformado por el resplandor de su rostro.

Esta es la experiencia de los verdaderos amigos de Dios, los santos, que han reconocido y amado en los hermanos, especialmente en los más pobres y necesitados, el rostro de aquel Dios largamente contemplado con amor en la oración. Ellos son para nosotros ejemplos estimulantes, dignos de imitar; nos aseguran que si recorremos con fidelidad ese camino, el camino del amor, también nosotros, como canta el salmista, nos saciaremos de gozo en la presencia de Dios (cf. Ps 16,15).

"Jesu... quam bonus te quaerentibus", "Jesús, qué bondadoso eres con los que te buscan". Así hemos cantado hace poco, entonando el antiguo canto "Jesu, dulcis memoria", que algunos atribuyen a san Bernardo. Es un himno que adquiere un significado especial en este santuario dedicado a la Santa Faz y que nos trae a la mente el salmo 23: "Esta es la generación de los que lo buscan, los que buscan tu rostro, oh Dios de Jacob" (v. Ps 23,6). Pero, ¿cuál es la "generación" que busca el rostro de Dios?, ¿cuál es la generación digna de "subir al monte del Señor", de "estar en el recinto sacro"? Explica el salmista: son los que tienen "manos inocentes y puro corazón", los que no dicen mentiras ni juran contra el prójimo en falso (cf. vv. Ps 23,3-4).

Así pues, para entrar en comunión con Cristo y contemplar su rostro, para reconocer el rostro del Señor en el de los hermanos y en las vicisitudes de todos los días, es preciso tener "manos inocentes y puro corazón". "Manos inocentes" quiere decir existencias iluminadas por la verdad del amor, que vence a la indiferencia, la duda, la mentira y el egoísmo. Además, hay que tener un corazón puro, un corazón arrebatado por la belleza divina, como dice santa Teresa de Lisieux en su oración a la Santa Faz; un corazón que lleve impresa la faz de Cristo.

Queridos sacerdotes, si queda impresa en vosotros, pastores de la grey de Cristo, la santidad de su rostro, no tengáis miedo: también los fieles encomendados a vuestra solicitud pastoral se contagiarán y transformarán. Y vosotros, seminaristas, que os preparáis para ser guías responsables del pueblo cristiano, no os dejéis atraer por nada que no sea Jesús y el deseo de servir a su Iglesia.
Lo mismo os digo a vosotros, religiosos y religiosas, para que todas vuestras actividades sean reflejo visible de la bondad y de la misericordia divina.

"Busco tu rostro, Señor". Buscar el rostro de Jesús debe ser el anhelo de todos los cristianos, pues nosotros somos "la generación" que en este tiempo busca su rostro, el rostro del "Dios de Jacob". Si perseveramos en la búsqueda del rostro del Señor, al final de nuestra peregrinación terrena será él, Jesús, nuestro gozo eterno, nuestra recompensa y gloria para siempre: "Sis Jesu nostrum gaudium, qui es futurus praemium: sit nostra in te gloria, per cuncta semper saecula".

Esta es la certeza que ha impulsado a los santos de vuestra región, entre los cuales me complace citar en particular a Gabriel de la Dolorosa y Camilo de Lelis; a ellos va nuestro recuerdo reverente y nuestra oración. Pero ahora queremos dirigir un pensamiento de especial devoción a la "Reina de todos los santos", la Virgen María, a la que veneráis en diversos santuarios y capillas esparcidas por los valles y los montes de los Abruzos.

Que la Virgen, en cuyo rostro, más que en cualquier otra criatura, se ven los rasgos del Verbo encarnado, vele sobre las familias y las parroquias, sobre las ciudades y las naciones del mundo entero. Que la Madre del Creador nos ayude a respetar también la naturaleza, gran don de Dios que aquí podemos admirar contemplando las estupendas montañas que nos rodean. Este don, sin embargo, siempre corre un serio peligro de degradación ambiental y por tanto es preciso defenderlo y protegerlo. Se trata de una urgencia que, como decía mons. Forte, pone muy bien de relieve la Jornada de reflexión y oración para la salvaguardia de la creación, que celebra precisamente hoy la Iglesia en Italia.

Queridos hermanos y hermanas, a la vez que os doy nuevamente las gracias por vuestra presencia y por vuestros dones, invoco sobre todos vosotros y sobre vuestros seres queridos la bendición de Dios con la antigua fórmula bíblica: "El Señor os bendiga y os guarde; ilumine su rostro sobre vosotros y os sea propicio; el Señor os muestre su rostro y os conceda la paz" (cf. Nb 6,24-26).
Amén.


AL SEÑOR PEDRO PABLO CABRERA GAETE NUEVO EMBAJADOR DE CHILE ANTE LA SANTA SEDE

153

Viernes 8 de septiembre de 2006


Señor Embajador:

1. Me complace recibirle en esta Audiencia en la que me presenta las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Chile ante la Santa Sede. Le doy la bienvenida al asumir la alta responsabilidad que su Gobierno le ha confiado, y le expreso los mejores deseos de que su misión sea fructuosa para continuar y fortalecer las buenas relaciones diplomáticas existentes entre su país y esta Sede Apostólica.

Le agradezco las amables palabras que me ha dirigido, así como el deferente saludo que la Señora Presidenta de la República, doña Michelle Bachelet, ha querido hacerme llegar por medio de Vuestra Excelencia, expresión de la cercanía espiritual del pueblo chileno al Sucesor de Pedro, labrada a lo largo de la historia en concomitancia con la continua labor de la Iglesia a través de sus miembros e instituciones.

2. Chile se aproxima a su bicentenario como República con las esperanzas que nacen de un periodo particularmente significativo, en el cual se han logrado metas de desarrollo notables, se han ido consolidando las Instituciones y parece prosperar el clima de una convivencia pacífica. La trayectoria económica favorable ha propiciado también avances en campos como el de la educación o la salud, así como en iniciativas sociales encaminadas a conseguir que todos los ciudadanos puedan vivir plenamente de acuerdo con su dignidad.

Estos factores, así como la apertura a horizontes que van más allá de los propios confines, son ciertamente motivo de satisfacción, y también un nuevo llamado al sentido de responsabilidad, para mantener vigorosos los más altos ideales que dan vida a todo verdadero progreso y, a la larga, lo hacen posible. Como Vuestra Excelencia ha recordado con sus palabras, el desarrollo perenne de los valores, que han de inspirar las realizaciones técnicas, es una dimensión en la que debe crecer tanto la comunidad nacional como internacional para promover el bien común.

3. A este respecto, la Iglesia cumple su misión anunciando el Evangelio de Cristo, proyectando su luz sobre las realidades del mundo y del ser humano, proclamando por ello su más alta dignidad. En efecto, «la fe lo ilumina todo con luz nueva y manifiesta el plan divino sobre la vocación integral del hombre, y por ello orienta la mente hacia soluciones plenamente humanas» (Gaudium et spes GS 11). En este sentido, comparte los anhelos de una justicia que no se vea mermada por el insuficiente respeto de la dignidad del hombre y los derechos inalienables que de ella se derivan.

Estos derechos son inalienables precisamente porque el hombre los posee por su propia naturaleza y, por tanto, no están al servicio de otros intereses. Entre ellos cabe mencionar, ante todo, el derecho a la vida en todas las fases de su desarrollo o en cualquier situación en que se encuentre.
También el derecho a formar una familia, basada en los vínculos de amor y fidelidad establecidos en el matrimonio entre un hombre y una mujer, y que ha de ser protegida y ayudada para cumplir su incomparable misión de ser fuente de convivencia y célula básica de toda sociedad. En ella, como institución natural, reside, además, el derecho primario a educar a los hijos según los ideales con los que los padres desean enriquecerlos tras haberles acogido con gozo en sus vidas.

4. Vuestra Excelencia sabe bien que la querida Patria chilena cuenta con abundantes recursos históricos y espirituales para afrontar el futuro con fundadas esperanzas de alcanzar nuevas metas de humanidad, contribuyendo así a favorecer también en el concierto de las naciones vínculos de cooperación y convivencia pacífica. Muestra de ello son los Santos, que tanto renombre han adquirido por doquier, como Teresa de los Andes o el Padre Alberto Hurtado. Los muchos dones que el Creador ha otorgado en la naturaleza a los hijos e hijas de Chile han de seguir dando frutos que abran un futuro más próspero a las nuevas generaciones, y sean amantes de la paz y tengan un sentido trascendente de la vida, acorde con las seculares raíces cristianas del País.

Al terminar este encuentro, le renuevo mi saludo y bienvenida. Le deseo una feliz estancia en Roma, no solamente rica de experiencias profesionales, sino también personales. Esta es una ciudad que ofrece tantas posibilidades en sí misma y, en cierto modo, una atalaya privilegiada para comprender los avatares del orbe.

154 Con estos sentimientos, invoco la maternal protección de la Santísima Virgen María que, bajo la advocación del Carmelo, es Patrona de los chilenos, e imparto de corazón a usted, a su distinguida familia y demás seres queridos, así como a sus colaboradores en la Embajada, la Bendición Apostólica.

Castelgandolfo, 8 de septiembre de 2006.


AL TERCER GRUPO DE OBISPOS DE CANADÁ EN VISITA "AD LIMINA"

Viernes 8 de septiembre de 2006



Eminencia;
queridos hermanos en el episcopado:

1. "Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él" (1Jn 4,16). Con afecto fraterno os doy cordialmente la bienvenida a vosotros, obispos de Ontario, y agradezco a monseñor Smith los amables sentimientos expresados en vuestro nombre. Correspondo a ellos afectuosamente y os aseguro a vosotros, y a quienes están encomendados a vuestro cuidado pastoral, mis oraciones y mi solicitud. Vuestra visita ad limina Apostolorum, y al Sucesor de Pedro, es una ocasión para confirmar vuestro compromiso de hacer que Cristo sea cada vez más visible en la Iglesia y en la sociedad a través del testimonio gozoso del Evangelio, que es Jesucristo mismo.

Las numerosas exhortaciones del evangelista san Juan a permanecer en el amor y en la verdad de Cristo evocan una imagen espléndida de una morada segura y cierta. Dios nos ama primero (cf. 1Jn 4,10) y luego nosotros, impulsados hacia este don, encontramos una morada para descansar donde podemos "seguir bebiendo de la primera y originaria fuente que es Jesucristo, de cuyo corazón traspasado brota el amor de Dios" (cf. Deus caritas est ). San Juan también fue impulsado a exhortar a sus comunidades a permanecer en ese amor, pues algunas ya se habían debilitado por las disputas y distracciones, que pueden llevar a divisiones.

2. Queridos hermanos, vuestras comunidades diocesanas están llamadas a hacer que resuene la proclamación viva de fe: "Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene" (1Jn 4,16). Estas palabras, que manifiestan con gran elocuencia la fe como adhesión personal a Dios y al mismo tiempo asienten a toda la verdad que Dios revela (cf. Dominus Iesus, 7), sólo pueden proclamarse de modo creíble como consecuencia de un encuentro con Cristo. Impulsado por su amor, el creyente se encomienda totalmente a Dios y así llega a ser uno con el Señor (cf. 1Co 6,17). En la Eucaristía esta unión se fortalece y se renueva, entrando en la dinámica de la entrega de Cristo para participar en la vida divina: "El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él" (Jn 6,56 cf. Deus caritas est ).

Sin embargo, la exhortación de san Juan sigue siendo siempre actual. En las sociedades cada vez más secularizadas vosotros mismos experimentáis cómo el amor a la humanidad que brota del corazón de Dios puede pasar desapercibido o incluso ser rechazado. El hombre, pensando que sustraerse a esta relación constituye, de una manera u otra, una solución para su propia liberación, se transforma de hecho en extraño a sí mismo, puesto que "el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado" (Gaudium et spes GS 22). Numerosos hombres y mujeres, mostrando poco interés por el amor que revela la plenitud de la verdad del ser humano, siguen alejándose de la morada de Dios para vivir en el desierto del aislamiento individual, de la fractura social y de la pérdida de identidad cultural.

3. Desde esta perspectiva, la tarea fundamental de la evangelización de la cultura es el desafío de hacer visible a Dios en el rostro humano de Jesús. Ayudando a las personas a reconocer y experimentar el amor de Cristo, despertaréis en ellas el deseo de habitar en la casa del Señor, abrazando la vida de la Iglesia. Esta es nuestra misión, que expresa nuestra naturaleza eclesial y asegura que toda iniciativa de evangelización fortalece al mismo tiempo la identidad cristiana.

A este respecto, debemos reconocer que cualquier reducción del mensaje central de Jesús, es decir, el "reino de Dios", a un discurso indefinido sobre "valores del reino" debilita la identidad cristiana y disminuye la contribución de la Iglesia a la regeneración de la sociedad. Cuando creer se reemplaza por "hacer", y el testimonio por discursos sobre "cuestiones", urge recuperar la alegría profunda y el estupor de los primeros discípulos, cuyo corazón, en presencia del Señor, "ardía en su interior", impulsándolos a "contar lo que les había pasado" (cf. Lc 24,32 Lc 24,35).

155 Hoy se experimentan muy dramáticamente los obstáculos a la difusión del reino de Cristo en la separación entre Evangelio y cultura, excluyendo a Dios de la esfera pública. Canadá tiene una merecida reputación de país comprometido generosa y prácticamente en favor de la justicia y la paz; y en vuestras ciudades multiculturales existe un atractivo clima de vitalidad y oportunidad. Sin embargo, al mismo tiempo, algunos valores separados de sus raíces morales y de su pleno significado, que se encuentra en Cristo, se han desarrollado de un modo muy preocupante. En nombre de la "tolerancia" vuestro país ha tenido que soportar la insensatez de la redefinición del término "cónyuge", y en nombre de la "libertad de elección" afronta la destrucción diaria de niños no nacidos. Cuando se ignora el plan divino del Creador, se pierde la verdad de la naturaleza humana.

En el seno de la misma comunidad cristiana existen falsas dicotomías, que son particularmente dañinas cuando los líderes cristianos de la vida civil sacrifican la unidad de la fe y sancionan la desintegración de la razón y los principios de la ética natural, rindiéndose a efímeras tendencias sociales y a falsas exigencias de los sondeos de opinión. La democracia sólo tiene éxito si se basa en la verdad y en una correcta comprensión de la persona humana. Los católicos que participan en la vida política no pueden aceptar componendas con respecto a este principio; de lo contrario, se silenciaría el testimonio cristiano del esplendor de la verdad en la esfera pública y se proclamaría la autonomía de la moral (cf. Nota doctrinal La participación de los católicos en la vida política, 2-3, 6). Os exhorto a que, en vuestros debates con los líderes de la vida política y civil, demostréis que nuestra fe cristiana, lejos de ser un obstáculo para el diálogo, es un puente, precisamente porque une razón y cultura.

4. En el contexto de la evangelización de la cultura, deseo mencionar la excelente red de escuelas católicas en el centro de la vida eclesial de vuestras provincias. La catequesis y la educación religiosa constituyen un arduo apostolado. Doy las gracias y aliento a los numerosos laicos, hombres y mujeres, que, juntamente con los religiosos, se esfuerzan por asegurar que vuestros jóvenes aprecien cada día más el don de la fe que han recibido. Hoy más que nunca esto exige que el testimonio, alimentado por la oración, sea el medio principal de toda escuela católica. Los maestros, en cuanto testigos, deben dar razón de la esperanza que alimenta su vida (cf.
1P 3,15), viviendo la verdad que proponen a sus alumnos, siempre en referencia a Aquel con quien se han encontrado y cuya gran bondad han experimentado con alegría (cf. Discurso a la asamblea eclesial de la diócesis de Roma, 6 de junio de 2005). Y así, con san Agustín, dicen: "Tanto nosotros, que hablamos, como vosotros, que escucháis, somos discípulos y seguidores de un solo Maestro" (Sermón 23, 2).

Como mencionáis en vuestras relaciones, un obstáculo muy insidioso para la educación en la actualidad es la marcada presencia en la sociedad del relativismo que, al no reconocer nada como definitivo, considera como criterio último sólo la propia voluntad y los propios deseos. Dentro de este horizonte relativista se produce un eclipse de los sublimes objetivos de la vida, así como una reducción del nivel de excelencia, una timidez ante la categoría de bien y una búsqueda de novedades tenaz pero sin sentido, que se ostenta como realización de la libertad. Esas tendencias perjudiciales ponen de relieve la particular urgencia del apostolado de "caridad intelectual" que sostiene la unidad esencial de conocimiento, guía a los jóvenes a la sublime satisfacción de ejercer su libertad en relación con la verdad, y articula la conexión entre la fe y todos los aspectos de la familia y de la vida civil. Confío en que los jóvenes canadienses, iniciados en el amor a la verdad, quieran acudir a la casa del Señor, que "ilumina a todo hombre que viene a este mundo" (Jn 1,9) y satisface todo deseo de humanidad.

5. Queridos hermanos, con afecto y gratitud fraterna os ofrezco estas reflexiones y os animo en vuestro anuncio de la buena nueva de Jesucristo. Experimentad su amor y, de este modo, haced que la luz de Dios ilumine el mundo (cf. Deus caritas est ). Invocando sobre vosotros la intercesión de María, Sede de la Sabiduría, os imparto de corazón mi bendición apostólica a vosotros y a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos de vuestras diócesis.

VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

A MUNICH, ALTÖTTING Y RATISBONA

(9-14 DE SEPTIEMBRE DE 2006)


CEREMONIA DE BIENVENIDA

Aeropuerto Internacional Franz Joseph Strauss, Munich

Sábado 9 de septiembre de 2006



Señor presidente de la República;
señora cancillera y señor ministro presidente;
señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado;
156 ilustres señores; amables señoras; queridos compatriotas:

Con profunda emoción piso, por primera vez después de mi elevación a la cátedra de Pedro, tierra alemana bávara. Vuelvo a mi patria, a mi gente, con el programa de visitar algunos lugares que han tenido una importancia fundamental en mi vida. Le doy las gracias, señor presidente de la República, por la cordial bienvenida que me ha brindado. En sus palabras he percibido el eco fiel de los sentimientos de todo nuestro pueblo. Agradezco a la señora cancillera, doctora Angela Merkel, y al señor ministro presidente, doctor Edmund Stoiber, la amabilidad con que han querido honrar mi llegada a la tierra alemana y bávara. Mi agradecimiento se extiende, además, a los miembros del Gobierno, a las personalidades eclesiásticas, civiles y militares aquí reunidas, así como a todos los que han querido estar presentes para acogerme en esta visita, tan importante para mí.

En mi espíritu se agolpan en este momento muchos recuerdos de los años pasados en Munich y en Ratisbona: son recuerdos de personas y vicisitudes que han dejado en mí una huella profunda. Consciente de lo que he recibido, he venido aquí ante todo para expresar la profunda gratitud que siento hacia todos los que han contribuido a formar mi personalidad en las décadas de mi vida.
Pero estoy aquí también como sucesor del apóstol san Pedro para reafirmar y confirmar los profundos vínculos que existen entre la Sede de Roma y la Iglesia en nuestra patria.

Son vínculos que tienen una historia de siglos, alimentada por la firme adhesión a los valores de la fe cristiana, una adhesión de la que pueden enorgullecerse en especial las regiones bávaras. Lo testimonian monumentos famosos, majestuosas catedrales, estatuas y cuadros de gran valor artístico, obras literarias, iniciativas culturales y sobre todo muchas vicisitudes de personas y comunidades en las que se reflejan las convicciones cristianas de las generaciones que se han sucedido en esta tierra, que yo tanto quiero.

Las relaciones de Baviera con la Santa Sede, aunque ha habido momentos de tensión, siempre se han caracterizado por una respetuosa cordialidad. Además, en las horas decisivas de su historia, el pueblo bávaro siempre ha confirmado su profunda devoción a la Cátedra de Pedro y la firme adhesión a la fe católica. La Columna de María —Mariensäule—, que se eleva en la plaza central de nuestra capital, Munich, es un testimonio elocuente de esa devoción.

El contexto social actual, en muchos aspectos, es diferente del pasado. Sin embargo, creo que todos estamos unidos por la esperanza de que las nuevas generaciones permanezcan fieles al patrimonio espiritual que ha resistido a través de todas las crisis de la historia. Mi visita a la tierra que me vio nacer quiere ser también un aliento en este sentido: Baviera es una parte de Alemania, ha pertenecido a la historia de Alemania con sus altibajos, y tiene razones para estar orgullosa de las tradiciones que ha heredado del pasado.

Deseo que todos mis compatriotas de Baviera y de toda Alemania participen activamente en la transmisión a los ciudadanos del mañana de los valores fundamentales de la fe cristiana, que nos sostiene a todos y que no divide, sino que abre y acerca a las personas pertenecientes a pueblos, culturas y religiones diferentes.

De buen grado habría ampliado mi visita también a otras partes de Alemania para llegar a todas las Iglesias locales, en particular a aquellas a las que me unen recuerdos personales. En este inicio de pontificado y en el transcurso de todos estos años son muchos los signos de afecto que he recibido de todas partes y especialmente de las diócesis bávaras. Esto me da fuerza día tras día.

Por eso, deseo aprovechar esta ocasión para expresaros a todos mi profunda gratitud. También he podido leer y seguir lo que se ha hecho en estas semanas y en estos meses: numerosas personas han contribuido con todas sus fuerzas para que esta visita sea hermosa. Y ahora agradecemos al Señor que nos da también un hermoso cielo bávaro, pues esto nosotros no lo podíamos ordenar.
¡Gracias! Que Dios os recompense por todo lo que se ha hecho en las diversas partes —tendré oportunidad de repetirlo en otras ocasiones— para garantizar un desarrollo sereno de esta visita y de estos días.

157 Además de saludaros a vosotros, queridos compatriotas —veo aquí ante mí las etapas de mi camino, desde Marktl y Tittmoning hasta Aschau, Traunstein, Ratisbona y Munich—, quiero saludar con gran afecto a los habitantes de Baviera y de toda Alemania: no sólo pienso en los fieles católicos, a quienes se dirige en primer lugar mi visita, sino también a los miembros de otras Iglesias y comunidades eclesiales, en particular a los cristianos evangélicos y ortodoxos. Usted, querido señor presidente de la República, con sus palabras, ha interpretado los pensamientos de mi corazón: aunque quinientos años no se pueden eliminar simplemente con intervenciones burocráticas o con discursos inteligentes, nos comprometeremos con el corazón y con la razón a converger los unos hacia los otros.

Saludo, por último, a los seguidores de otras religiones y a todas las personas de buena voluntad que se interesan por la paz y la tranquilidad del país y del mundo. Que el Señor bendiga los esfuerzos de todos por la edificación de un futuro de auténtico bienestar y basado en la justicia que crea la paz. Encomiendo estos deseos a la Virgen María, venerada en nuestra tierra con el título de Patrona Bavariae. Lo hago con las palabras clásicas de Jakob Balde, escritas a los pies de la Mariensäule : "Rem regem regimen regionem religionem conserva Bavaris, Virgo Patrona, tuis!", "Conserva a tus bávaros, Virgen patrona, los bienes, la autoridad política, la tierra y la religión".

A todos los presentes un cordial "¡Que Dios os bendiga!".




Discursos 2006 148