Discursos 2006 175

A LOS PARTICIPANTES E UN CONGRESO ORGANIZADO POR LA ACADEMIA PONTIFICA PARA LA VIDA

Sala de los Suizos, Palacio Apostólico de Castelgandolfo

Sábado 16 de septiembre de 2006



Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
176 ilustres señores; amables señoras:

Os dirijo a todos mi saludo cordial. El encuentro con científicos y estudiosos como vosotros, dedicados a la investigación destinada a la terapia de enfermedades que afligen profundamente a la humanidad, es para mí motivo de particular consuelo. Doy las gracias a los organizadores de este congreso sobre un tema que ha cobrado cada vez mayor importancia durante estos años. El tema específico del simposio está formulado oportunamente con un interrogante abierto a la esperanza: "Las células madre: ¿qué futuro para la terapia?".

Agradezco al presidente de la Academia pontificia para la vida, monseñor Elio Sgreccia, las amables palabras que me ha dirigido también en nombre de la Federación internacional de asociaciones de médicos católicos (FIAMC), asociación que ha cooperado a la organización del congreso y está aquí representada por el presidente saliente, profesor Gianluigi Gigli, y por el presidente electo, profesor Simón de Castellví.

Cuando la ciencia se aplica al alivio del sufrimiento y cuando, por este camino, descubre nuevos recursos, se muestra doblemente rica en humanidad: por el esfuerzo del ingenio aplicado a la investigación y por el beneficio anunciado a los afectados por la enfermedad. También los que proporcionan los medios económicos e impulsan las estructuras de estudio necesarias comparten el mérito de este progreso por el camino de la civilización. Quisiera repetir en esta circunstancia lo que afirmé en una audiencia reciente: "El progreso sólo puede ser progreso real si sirve a la persona humana y si la persona humana crece; no sólo debe crecer su poder técnico, sino también su capacidad moral" (Entrevista concedida a Radio Vaticano y cuatro cadenas de televisión alemanas, 5 de agosto de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de agosto de 2006, p. 6).

Desde esta perspectiva, también la investigación con células madre somáticas merece aprobación y aliento cuando conjuga felizmente al mismo tiempo el saber científico, la tecnología más avanzada en el ámbito biológico y la ética que postula el respeto del ser humano en todas las fases de su existencia. Las perspectivas abiertas por este nuevo capítulo de la investigación son fascinantes en sí mismas, porque permiten vislumbrar la posibilidad de curar enfermedades que comportan la degeneración de los tejidos, con los consiguientes riesgos de invalidez y de muerte para los afectados.

¿Cómo no sentir el deber de felicitar a los que se dedican a esta investigación y a los que sostienen su organización y sus costes? En particular, quisiera exhortar a las instituciones científicas que por inspiración y organización tienen como referencia a la Iglesia católica a incrementar este tipo de investigación y a establecer contactos más estrechos entre sí y con quienes buscan del modo debido el alivio del sufrimiento humano.

Permitidme también reivindicar, ante las frecuentes e injustas acusaciones de insensibilidad dirigidas contra la Iglesia, el apoyo constante que ha dado a lo largo de su historia bimilenaria a la investigación encaminada a la curación de las enfermedades y al bien de la humanidad. Si ha habido ?y sigue habiendo? resistencia, era y es ante las formas de investigación que incluyen la eliminación programada de seres humanos ya existentes, aunque aún no hayan nacido. En estos casos la investigación, prescindiendo de los resultados de utilidad terapéutica, no se pone verdaderamente al servicio de la humanidad, pues implica la supresión de vidas humanas que tienen igual dignidad que los demás individuos humanos y que los investigadores. La historia misma ha condenado en el pasado y condenará en el futuro esa ciencia, no sólo porque está privada de la luz de Dios, sino también porque está privada de humanidad. Quisiera repetir aquí cuanto escribí hace algún tiempo: "Aquí hay un problema que no podemos ignorar: nadie puede disponer de la vida humana. Se debe establecer una frontera infranqueable a nuestras posibilidades de actuar y experimentar. El hombre no es un objeto del que podamos disponer, sino que cada individuo representa la presencia de Dios en el mundo" (J. Ratzinger, Dio e il mondo, p. 119).

Ante la supresión directa de un ser humano no puede haber ni componendas ni tergiversaciones; no es posible pensar que una sociedad pueda combatir eficazmente el crimen cuando ella misma legaliza el delito en el ámbito de la vida naciente. Con ocasión de recientes congresos de la Academia pontificia para la vida reafirmé la enseñanza de la Iglesia, dirigida a todos los hombres de buena voluntad, acerca del valor humano del recién concebido, aunque sea antes de su implantación en el útero. El hecho de que vosotros, en este congreso, hayáis expresado el compromiso y la esperanza de conseguir nuevos resultados terapéuticos utilizando células del cuerpo adulto sin recurrir a la eliminación de seres humanos recién concebidos, y el hecho de que los resultados estén premiando vuestro trabajo, constituyen una confirmación de la validez de la invitación constante de la Iglesia al pleno respeto del ser humano desde su concepción.

El bien del hombre no sólo se ha de buscar en las finalidades universalmente válidas, sino también en los métodos utilizados para alcanzarlas: el fin bueno jamás puede justificar medios intrínsecamente ilícitos. No es sólo cuestión de sano criterio en el empleo de los recursos económicos limitados, sino también, y sobre todo, de respeto de los derechos fundamentales del hombre en el ámbito mismo de la investigación científica.

A vuestro esfuerzo, ciertamente sostenido por Dios, que obra en todo hombre de buena voluntad y obra para el bien de todos, deseo que él le conceda la alegría del descubrimiento de la verdad, la sabiduría en la consideración y en el respeto de todo ser humano, y el éxito en la investigación de remedios eficaces para el sufrimiento humano. Como prenda de este deseo os imparto de corazón a vosotros, a vuestros colaboradores y familiares, así como a los pacientes a los que se aplicarán vuestros recursos de ingenio y el fruto de vuestro trabajo, una afectuosa bendición, con la seguridad de un recuerdo especial en la oración.


DURANTE LA AUDIENCIA CONCEDIDA


AL CARDENAL TARCISIO BERTONE, S.D.B., SECRETARIO DE ESTADO, JUNTAMENTE CON SU FAMILIARES

Lunes 18 de septiembre de 2006



Eminencia;
queridos amigos:

177 Me alegra saludar aquí una vez más públicamente al nuevo secretario de Estado y a toda su familia. Nos conocimos cuando su eminencia era consultor de la Congregación para la doctrina de la fe. Me ayudó muchísimo en algunos difíciles coloquios que tuvimos en 1988.

Después, cuando el querido mons. Bovone pasó a la Congregación para las causas de los santos, resultó necesario buscar un nuevo secretario para la Congregación para la doctrina de la fe. Y no tuve que reflexionar mucho tiempo, porque los recuerdos de aquel trabajo común eran tan vivos que comprendí que el Señor ya me había indicado el sucesor.

Siguieron años muy hermosos de colaboración en la Congregación para la doctrina de la fe. Siempre ha estado presente san Eusebio de Vercelli; no sé si también hoy esta presencia sigue custodiando la fe. Hicimos todo lo que pudimos. Tuve la posibilidad de ver Vercelli y de conocer esa hermosa archidiócesis. En ese tiempo, al venir a la Congregación, el cardenal Bertone había «perdido» la púrpura que había tenido en Vercelli. Luego, al ir a Génova, volvió la púrpura y tuvo ocasión de ver también las bellezas de Génova.

Más adelante llegó el tiempo en que algunos cardenales de la Curia, que nacieron en 1927, presentaran la dimisión. Así me acordé nuevamente de los años en que trabajamos juntos y el Señor me concedió esta gracia del «sí» de su eminencia.

Con valentía comenzamos juntos nuestro camino. Me alegra ver que cuenta con el apoyo de una familia fuerte. A todos os expreso mis mejores deseos.


A LOS OBISPOS NOMBRADOS EN LOS ÚLTIMOS DOCE MESES

Jueves 21 de septiembre de 2006



Queridos hermanos en el episcopado:

Os saludo cordialmente a cada uno de vosotros. Mi saludo se dirige ante todo al señor cardenal Giovanni Battista Re, que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos, y lo extiendo con afecto a cuantos han organizado y coordinado vuestro encuentro. Durante estos días habéis escuchado la experiencia de algunos jefes de dicasterio de la Curia romana y de obispos, que os han ayudado a reflexionar sobre algunos aspectos del ministerio episcopal de gran importancia para nuestro tiempo.

Hoy es el Papa quien os acoge con alegría, y se siente feliz de compartir con vosotros los sentimientos y las expectativas que vivís durante estos primeros meses de vuestro ministerio episcopal. Ciertamente ya habréis experimentado cómo Jesús, el buen Pastor, obra en las almas con su gracia. «Te basta mi gracia» (2Co 12,9), fue la respuesta que escuchó el apóstol san Pablo cuando pidió al Señor que le ahorrara los sufrimientos. Que esta misma certeza alimente siempre vuestra fe y estimule en vosotros la búsqueda de caminos para llegar al corazón de todos con el sano optimismo que debéis irradiar siempre en torno a vosotros.

En la encíclica Deus caritas est reafirmé que los obispos tienen la primera responsabilidad de edificar la Iglesia como familia de Dios y como lugar de ayuda recíproca y de disponibilidad (cf. n. ). Para poder cumplir esta misión habéis recibido, con la consagración episcopal, tres oficios peculiares: el munus docendi, el munus sanctificandi y el munus regendi, que en conjunto constituyen el munus pascendi. En particular, el munus regendi tiene como finalidad el crecimiento en la comunión eclesial, es decir, la construcción de una comunidad concorde en la escucha de la enseñanza de los Apóstoles, en la fracción del pan, en la oración y en la unión fraterna (cf. Ac 2,42).

Íntimamente unido a los oficios de enseñar y santificar, el de gobernar —es decir, el munus regendi— constituye para el obispo un auténtico acto de amor a Dios y al prójimo, que se manifiesta en la caridad pastoral. Lo indicó autorizadamente el concilio Vaticano II en la constitución Lumen gentium, presentando a los obispos como modelo a Cristo, buen Pastor, que no vino para ser servido sino para servir (cf. n. LG 27). En esta línea, la carta apostólica postsinodal Pastores gregis invita al obispo a inspirarse constantemente en la imagen evangélica del lavatorio de los pies (cf. n. ). Sólo Cristo, que es el amor de Dios encarnado (cf. Deus caritas est ), puede indicarnos de modo autorizado cómo amar y servir a la Iglesia.

178 Queridos hermanos, cada uno de vosotros, siguiendo el ejemplo de Cristo, en la atención diaria a la grey, ha de hacerse «todo a todos» (cf. 1Co 9,22), proponiendo la verdad de la fe, celebrando los sacramentos de nuestra santificación y testimoniando la caridad del Señor.

Acoged con corazón abierto a los que llaman a vuestra puerta: aconsejadlos, consoladlos y sostenedlos en el camino de Dios, tratando de llevarlos a todos a la unidad en la fe y en el amor, cuyo principio y fundamento visible, por voluntad del Señor, debéis ser vosotros en vuestras diócesis (cf. Lumen gentium LG 23). Tened en primer lugar esta solicitud con respecto a los sacerdotes. Actuad siempre con ellos como padres y hermanos mayores que saben escuchar, acoger, consolar y, cuando sea necesario, también corregir; buscad su colaboración y estad cerca de ellos, especialmente en los momentos significativos de su ministerio y de su vida. Tened la misma solicitud por los jóvenes que se preparan para la vida sacerdotal y religiosa.

En virtud del oficio de gobernar (cf. Lumen gentium LG 27), el obispo está llamado también a juzgar y regular con leyes, indicaciones y sugerencias, la vida del pueblo de Dios encomendado a su cuidado pastoral, según lo previsto por la disciplina universal de la Iglesia. Este derecho y deber del obispo es muy importante para que la comunidad diocesana esté internamente unida y avance con profunda comunión de fe, de amor y de disciplina con el Obispo de Roma y con toda la Iglesia.

Por tanto, os exhorto, queridos hermanos en el episcopado, a ser custodios atentos de esta comunión eclesial y a promoverla y defenderla vigilando constantemente sobre la grey de la que habéis sido constituidos pastores. Se trata de un acto de amor que requiere discernimiento, valentía apostólica y bondad paciente al tratar de convencer e implicar, para que vuestras indicaciones sean acogidas de buen grado y aplicadas con convicción y prontitud. Con la dócil obediencia al obispo, cada fiel contribuye responsablemente a la edificación de la Iglesia. Esto será posible si, conscientes de vuestra misión y de vuestras responsabilidades, sabéis alimentar en cada uno de ellos el sentido de pertenencia a la Iglesia y la alegría de la comunión fraterna, implicando a los organismos específicos previstos por la disciplina eclesial. Construir la comunión eclesial ha de ser vuestro compromiso diario.

La carta apostólica Pastores gregis y el Directorio para el ministerio pastoral de los obispos insisten en indicar a cada pastor que su autoridad objetiva debe ser sostenida por una vida ejemplar. La serenidad en las relaciones, la delicadeza en el trato y la sencillez de vida son dotes que sin duda enriquecen la personalidad humana del obispo.

En la «Regla pastoral», san Gregorio Magno escribe que «el gobierno de las almas es el arte de las artes» (n. 1). Este arte requiere el crecimiento constante de las virtudes, entre las cuales deseo recordar la prudencia, que san Bernardo define «madre de la fortaleza». La prudencia os hará pacientes con vosotros mismos y con los demás, valientes y firmes en las decisiones, misericordiosos y justos, preocupados únicamente por vuestra salvación y por la de vuestros hermanos «con temor y temblor» (Ph 2,12).

La entrega total de vosotros mismos, que exige el cuidado de la grey del Señor, necesita el apoyo de una intensa vida espiritual, alimentada por una asidua oración personal y comunitaria. Por tanto, un contacto constante con Dios debe caracterizar vuestras jornadas y acompañar todas vuestras actividades. Vivir en íntima unión con Cristo os ayudará a alcanzar el necesario equilibrio entre el recogimiento interior y el esfuerzo necesario requerido por las múltiples ocupaciones de la vida, evitando caer en un activismo exagerado.

El día de vuestra consagración episcopal habéis hecho la promesa de orar de forma incansable por vuestro pueblo. Queridos hermanos, permaneced siempre fieles a este compromiso, que os capacitará para ejercer de modo irreprensible vuestro ministerio pastoral. Mediante la oración, las puertas de vuestro corazón se abren al proyecto de Dios, que es proyecto de amor, al que él os ha llamado uniéndoos más íntimamente a Cristo con la gracia del episcopado. Siguiéndolo a él, el Pastor y Obispo de vuestras almas (cf. 1P 2,25), seréis impulsados a tender siempre a la santidad, que es el objetivo fundamental de la existencia de todo cristiano.

Queridos hermanos, a la vez que os agradezco vuestra grata visita, quiero aseguraros mi recuerdo diario ante el Señor por vuestro servicio eclesial, que encomiendo a la Virgen Mater Ecclesiae. Invoco su protección sobre vosotros, sobre vuestras diócesis y sobre vuestro ministerio. Con estos sentimientos, os imparto a vosotros y a vuestros seres queridos una especial bendición apostólica.


A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE CHAD EN VISITA "AD LIMINA"

Sábado 23 de septiembre de 2006



Queridos hermanos en el episcopado:

179 Durante estos días en que realizáis vuestra visita ad limina me alegra acogeros a vosotros, a quienes el Señor ha elegido para guiar al pueblo de Dios en Chad. Vuestra peregrinación a Roma os lleva a seguir las huellas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, y os permite encontraros con el Sucesor de Pedro y con sus colaboradores para fortalecer vuestra comunión con la Iglesia universal. Deseo que estos días sean para vosotros una ocasión para intensificar vuestro celo apostólico, a fin de que vuestras comunidades reciban un nuevo impulso para ser luz que ilumina y conduce hacia Aquel que trae la salvación.

Agradezco a vuestro presidente, monseñor Jean-Claude Bouchard, obispo de Pala, su presentación de las realidades eclesiales en vuestro país. Al volver a vuestras diócesis, llevad a los sacerdotes, a los consagrados, a los catequistas y a todos los fieles mi saludo afectuoso y la seguridad de mi cercanía espiritual, así como mi aliento para su vida cristiana.

Queridos hermanos en el episcopado, a imagen de Cristo, buen Pastor, habéis sido enviados para ser misioneros de la buena nueva. Seguid realizando esta misión con confianza y valentía. La santidad de vuestra vida os convertirá en signos auténticos del amor de Dios. Mediante la proclamación del Evangelio, guiad a vuestras comunidades al encuentro con el Señor y ayudadles a testimoniar su esperanza, contribuyendo a la edificación de una sociedad más justa, fundada en la reconciliación y en la unidad entre todos. La participación regular de los fieles en los sacramentos, principalmente en la Eucaristía, les dará la fuerza para seguir a Cristo; así sentirán la necesidad de compartir con sus hermanos la alegría de su encuentro con el Señor. Como prolongación del primer Congreso eucarístico nacional, que vuestras diócesis celebraron en Mundú a inicios de este año, todos deben esforzarse por profundizar su conocimiento de este gran sacramento, para hacer que dé frutos en su vida. Por otra parte, una sólida formación religiosa, fundada en fuertes convicciones espirituales, permitirá a los fieles vivir una existencia conforme a los compromisos de su bautismo y testimoniar los valores cristianos en la sociedad.

Deseo saludar con particular afecto a vuestros sacerdotes y alentarlos en su misión, difícil pero entusiasmante, de anunciar el Evangelio y servir al pueblo de Dios. Como ya he subrayado, "ser sacerdote significa convertirse en amigo de Jesucristo, y esto cada vez más con toda nuestra existencia" (Homilía en la misa Crismal, 13 de abril de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de abril de 2006, p. 4). Por tanto, ya desde su formación, es preciso impulsar a los sacerdotes a comprometerse cada vez más íntimamente en la amistad que el Señor no cesa de proponerles.

Para garantizar esta formación en las mejores condiciones, os invito a velar atentamente sobre vuestros seminarios, estimulando a los formadores en su tarea de discernimiento de las vocaciones. La amistad con Cristo exige una búsqueda constante y gozosa de comunión de pensamiento, de voluntad y de acción con él, mediante una obediencia humilde y fiel. Esta comunión podrá realizarse en la medida en que el sacerdote sea un auténtico hombre de oración.

Queridos hermanos en el episcopado, cuidad la vida espiritual de vuestros sacerdotes, alentándolos a permanecer fieles a una regla de vida sacerdotal que les ayude a conformar su existencia a la llamada recibida del Señor. Manifestadles vuestra cercanía fraterna en su ministerio; en los momentos de prueba y de incertidumbre, confortadlos y corregidlos, si es necesario, invitándolos a permanecer con la mirada fija en Jesús.

Uno de los desafíos que debéis afrontar es la urgencia de proclamar la verdad integral sobre el matrimonio y la familia. En efecto, es fundamental mostrar que la institución del matrimonio contribuye al verdadero desarrollo de las personas y de la sociedad, y permite garantizar la dignidad, la igualdad y la verdadera libertad del hombre y de la mujer, así como el crecimiento humano y espiritual de los niños. "Creados el uno y el otro a imagen de Dios, el hombre y la mujer, aunque diferentes, son esencialmente iguales desde el punto de vista de su humanidad" (Ecclesia in Africa ).

Una seria formación de los jóvenes favorecerá una renovación de la pastoral familiar y contribuirá a superar las dificultades de orden social, cultural o económico que, para numerosos fieles, son obstáculos al matrimonio cristiano. Ojalá que los jóvenes de vuestro país, conservando los valores esenciales de la familia africana, acojan en su vida la belleza y la grandeza del matrimonio cristiano que, en su unicidad, supone un amor indisoluble y fiel de los esposos.
La acción caritativa, manifestación del amor al prójimo, arraigada en el amor a Dios, ocupa un lugar importante en la pastoral de vuestras diócesis. "El amor es el servicio que presta la Iglesia para salir constantemente al encuentro de los sufrimientos y las necesidades, incluso materiales, de los hombres" (Deus caritas est ).

Expreso mi agradecimiento a todas las personas, especialmente a las religiosas, que, en vuestras diócesis, realizan una actividad caritativa al servicio del desarrollo, de la educación y de la salud, así como de la acogida de refugiados. Ojalá que, al fomentar una auténtica solidaridad con las personas necesitadas, sin ninguna distinción de origen, no olviden la especificidad eclesial de sus actividades y refuercen su conciencia de ser testigos creíbles de Cristo en medio de sus hermanos y hermanas.

La consolidación de la fraternidad entre las diferentes comunidades que componen la nación es un objetivo que exige el compromiso de todos, a fin de que en el país se eviten enfrentamientos que sin duda implicarían nuevas violencias. El reconocimiento de la dignidad de cada persona, de la identidad de cada grupo humano y religioso, y de su libertad de practicar su religión, forma parte de los valores comunes de paz y de justicia que todos deben promover y en los que los responsables de la sociedad civil tienen un papel importante que desempeñar.

180 Me alegra saber que en vuestro país las relaciones entre cristianos y musulmanes por lo general son buenas, sobre todo gracias a la búsqueda de un mejor conocimiento mutuo. Así pues, os animo a proseguir la colaboración con espíritu de diálogo sincero y de respeto recíproco, para ayudar a cada uno a llevar una vida conforme a la dignidad recibida de Dios, promoviendo una auténtica solidaridad y un desarrollo armonioso de la sociedad.

Queridos hermanos en el episcopado, encomiendo vuestro país a la protección maternal de Nuestra Señora, Reina de África. Que ella interceda ante su Hijo para obtener la paz y la justicia en ese continente tan probado. A todos os imparto de todo corazón la bendición apostólica, así como a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a todos los fieles de vuestras diócesis.


A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LOS LAICOS

Viernes 22 de septiembre de 2006

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Me alegra encontrarme hoy por primera vez con vosotros, queridos miembros y consultores del Consejo pontificio para los laicos, reunidos con ocasión de la asamblea plenaria. Vuestro Consejo pontificio tiene la peculiaridad de contar entre sus miembros y consultores, además de cardenales, obispos, sacerdotes y religiosos, con una mayoría de fieles laicos, provenientes de diversos continentes y países, y de las más variadas experiencias apostólicas. Os saludo a todos con afecto y os doy las gracias por el servicio que prestáis a la Sede de Pedro y a la Iglesia extendida por todas las partes del mundo. Mi saludo se dirige de manera especial al presidente, el arzobispo Stanislaw Rylko, a quien agradezco sus amables y devotas palabras, al secretario, el obispo Josef Clemens, y a cuantos trabajan a diario en vuestro dicasterio.

Durante los años de mi servicio a la Curia romana ya pude darme cuenta de la creciente importancia que ha asumido en la Iglesia el Consejo pontificio para los laicos; importancia que constato aún más desde que el Señor me llamó a suceder al siervo de Dios Juan Pablo II en la guía de todo el pueblo cristiano, pues tengo la posibilidad de ver más de cerca el trabajo que realizáis. En efecto, he presidido dos encuentros de indudable importancia eclesial organizados por vuestro dicasterio: la Jornada mundial de la juventud, que tuvo lugar en Colonia en el mes de agosto del año pasado, y el encuentro celebrado en la plaza de San Pedro, en la Vigilia de Pentecostés de este año, con la presencia de más de cien movimientos eclesiales y nuevas comunidades. Pienso, además, en el primer congreso latinoamericano de movimientos y nuevas comunidades eclesiales, que vuestro Consejo pontificio organizó en colaboración con el Celam, en Bogotá, del 9 al 12 de marzo de 2006, con vistas a la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano.

Después de examinar, en la anterior asamblea plenaria, la naturaleza teológica y pastoral de la comunidad parroquial, ahora estáis afrontando la cuestión desde un punto de vista operativo, buscando elementos útiles para fomentar una auténtica renovación parroquial. En efecto, el tema de vuestro encuentro es: «La parroquia redescubierta. Caminos de renovación». De hecho, el aspecto teológico pastoral y el práctico no pueden separarse, si se quiere acceder al misterio de comunión del que la parroquia está llamada a ser cada vez más signo e instrumento de actuación.

En los Hechos de los Apóstoles, el evangelista san Lucas indica los criterios esenciales para una adecuada comprensión de la naturaleza de la comunidad cristiana y, por tanto, también de toda parroquia, cuando describe la primera comunidad de Jerusalén que perseveraba en la escucha de la enseñanza de los Apóstoles, en la unión fraterna, «en la fracción del pan y en la oración», una comunidad acogedora y solidaria hasta el punto de que todo lo ponía en común (cf. Ac 2,42 Ac 4,32-35).

La parroquia puede revivir esta experiencia y crecer en el entendimiento y en la cohesión fraterna si ora incesantemente, si permanece a la escucha de la palabra de Dios y, sobre todo, si participa con fe en la celebración de la Eucaristía presidida por el sacerdote. En este sentido escribía el amado Juan Pablo II en su última encíclica Ecclesia de Eucharistia: «La parroquia es una comunidad de bautizados que expresan y confirman su identidad principalmente por la celebración del sacrificio eucarístico» (EE 32).

181 Por tanto, la anhelada renovación de la parroquia no puede ser resultado sólo de oportunas iniciativas pastorales, por más útiles que sean, ni de programas elaborados en despachos. Inspirándose en el modelo apostólico, tal y como aparece en los Hechos de los Apóstoles, la parroquia se redescubre en el encuentro con Cristo, especialmente en la Eucaristía. Alimentada con el pan eucarístico, crece en la comunión católica, camina en plena fidelidad al Magisterio y siempre está atenta a acoger y discernir los diferentes carismas que el Señor suscita en el pueblo de Dios. De la unión constante con Cristo la parroquia saca vigor para comprometerse sin cesar al servicio de los hermanos, especialmente de los pobres, para quienes representa de hecho el primer punto de referencia.

Queridos hermanos y hermanas, mientras os expreso gran aprecio por la actividad de animación y de servicio que desempeñáis, deseo de corazón que los trabajos de la asamblea plenaria contribuyan a hacer que los fieles laicos sean cada vez más conscientes de su misión en la Iglesia, en particular dentro de la comunidad parroquial, que es una «familia» de familias cristianas. Por esta intención aseguro un constante recuerdo en la oración e, invocando sobre cada uno la maternal protección de María, de buen grado os imparto mi bendición a todos vosotros, a vuestros familiares y a las comunidades a las que pertenecéis.


A UN GRUPO DE OBISPOS QUE PARTICIPABAN EN UN CURSO DE ACTUALIZACIÓN

Sábado 23 de septiembre de 2006



Señor cardenal;
queridos hermanos en el episcopado:

Me alegra poderme encontrar con vosotros con ocasión del seminario de actualización organizado por la Congregación para la evangelización de los pueblos, y a cada uno de vosotros le doy mi más cordial bienvenida. Saludo en primer lugar al señor cardenal Ivan Dias, prefecto del dicasterio misionero desde hace sólo unos meses, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido también en vuestro nombre.

Saludo también y doy las gracias a quienes han prestado su colaboración para el éxito de este curso de formación. Extiendo mi afectuoso saludo a vuestras comunidades diocesanas, jóvenes y llenas de entusiasmo, donde la evangelización muestra signos prometedores de desarrollo, aunque a veces el contexto sea duro y difícil. Ciertamente, estos días de convivencia fraterna os son útiles para la misión pastoral que, a su servicio, el Señor os ha encomendado desde hace poco tiempo.

Estáis llamados a ser pastores en medio de poblaciones que, en buena parte, no conocen aún a Jesucristo. Por tanto, como primeros responsables del anuncio evangélico, debéis hacer notables esfuerzos para que todos tengan la posibilidad de acogerlo. Sentís cada vez más la exigencia de inculturar el Evangelio, de evangelizar las culturas y alimentar un diálogo sincero y abierto con todos, para construir juntos una humanidad más fraterna y solidaria. Sólo impulsados por el amor a Cristo es posible realizar este compromiso apostólico, que requiere el celo intrépido de quien por el Señor no teme ni la persecución ni la muerte.

¿Cómo no recordar a los numerosos sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que, en los siglos pasados y también en nuestro tiempo, han sellado con su sangre su fidelidad a Cristo y a la Iglesia en los territorios de misión? Durante los días pasados, al número de estos heroicos testigos del Evangelio se ha sumado el sacrificio de sor Leonella Sgorbati, Misionera de la Consolota, asesinada bárbaramente en Mogadiscio, Somalia. Este martirologio adorna, hoy como ayer, la historia de la Iglesia y, aunque con sufrimiento y aprensión, mantiene viva en nuestra alma la confianza en un glorioso florecimiento de fe cristiana, pues, como afirma Tertuliano, «la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos».

Vosotros, pastores de la grey de Dios, habéis recibido el mandato de custodiar y transmitir la fe en Cristo, que ha llegado a nosotros a través de la tradición viva de la Iglesia y por la que tantos han dado su vida. Para cumplir esa misión, es esencial que en primer lugar vosotros seáis «ejemplo de buenas obras, con pureza de doctrina, dignidad, palabra sana, intachable» (Tt 2,7-8). «El hombre contemporáneo —escribió mi predecesor de venerada memoria el siervo de Dios Pablo VI— escucha más a gusto a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros lo hace porque son testigos» (Evangelii nuntiandi EN 41). Por eso es preciso que deis la máxima importancia en vuestro ministerio episcopal a la oración y a la búsqueda incesante de la santidad.

Es importante que os preocupéis por una seria formación de los seminaristas y por una actualización permanente de los sacerdotes y los catequistas. Mantener la unidad de la fe en la variedad de sus expresiones culturales es otro valioso servicio que se os pide, queridos hermanos en el episcopado. Esto exige que estéis unidos a la grey, a ejemplo de Cristo, buen Pastor, y que la grey camine siempre unida a vosotros. Como centinelas del pueblo de Dios, evitad con firmeza y valentía las divisiones, especialmente cuando se deben a motivos étnicos y socioculturales, pues atentan contra la unidad de la fe y debilitan el anuncio y el testimonio del Evangelio de Cristo, que vino al mundo para hacer de toda la humanidad un pueblo santo y una sola familia donde Dios es Padre de todos.


Discursos 2006 175