Discursos 2006 182

182 Es motivo de alegría y de consuelo constatar que en muchas de vuestras Iglesias se está produciendo un constante florecimiento de vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa, don maravilloso de Dios que es preciso acoger y promover con gratitud y celo. Preocupaos por dotar a los seminarios de un número suficiente de formadores, selectos y preparados con esmero, que sean ante todo ejemplos y modelos para los seminaristas. Como sabéis bien, el seminario es el corazón de la diócesis, y precisamente por eso el obispo lo sigue personalmente. De la preparación de los futuros sacerdotes y de todos los demás agentes de pastoral, en particular de los catequistas, depende el futuro de vuestras comunidades y el de la Iglesia universal.

Venerados y queridos hermanos, dentro de algunos días volveréis a vuestras diócesis, enriquecidos por esta estancia formativa en Roma. Yo seguiré sintiéndome espiritualmente unido a vosotros, y os pido que aseguréis mi afecto y mi cercanía en la oración también a vuestras comunidades, sobre las que invoco la protección maternal de María santísima, Estrella de la evangelización, y la intercesión de san Pío de Pietrelcina, cuya memoria litúrgica se celebra hoy.

Con estos sentimientos, os imparto mi bendición apostólica a todos vosotros, extendiéndola de buen grado a cuantos están encomendados a vuestra solicitud de pastores, especialmente a los niños, a los jóvenes y a los ancianos, a los enfermos, a los pobres y a los que sufren.



A LOS DIPLOMÁTICOS DE LOS PAÍSES DE MAYORÍA MUSULMANA Y A EXPONENTES DE LAS COMUNIDADES MUSULMANAS EN ITALIA

Sala de los Suizos del palacio apostólico de Castelgandolfo

Lunes 25 de septiembre de 2006

Señor cardenal;
señoras y señores embajadores;
queridos amigos musulmanes:

Me alegra daros la bienvenida en este encuentro que he deseado para consolidar los vínculos de amistad y solidaridad entre la Santa Sede y las comunidades musulmanas del mundo. Doy las gracias al señor cardenal Paul Poupard, presidente del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso, por las palabras que me acaba de dirigir, así como a todos vosotros por haber aceptado mi invitación.

Las circunstancias que han motivado nuestro encuentro son bien conocidas. Ya he hablado de ellas durante la semana pasada. En este contexto particular, quisiera hoy volver a expresar toda la estima y el profundo respeto que albergo por los creyentes musulmanes, recordando lo que afirma al respecto el concilio Vaticano II y que para la Iglesia católica constituye la carta magna del diálogo islámico-cristiano: «La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes, que adoran al único Dios vivo y subsistente, misericordioso y omnipotente, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse por entero, como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica se refiere de buen grado» (Nostra aetate NAE 3).

Situándome decididamente en esta perspectiva, desde el inicio de mi pontificado he manifestado mi deseo de seguir estableciendo puentes de amistad con los seguidores de todas las religiones, expresando particularmente mi aprecio por el crecimiento del diálogo entre musulmanes y cristianos (cf. Discurso a los representantes de las Iglesias y comunidades cristianas y de otras tradiciones religiosas, 25 de abril de 2005: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de abril de 2005, p. 2).

183 Como subrayé en Colonia, el año pasado, «el diálogo interreligioso e intercultural entre cristianos y musulmanes no puede reducirse a una opción temporal. En efecto, es una necesidad vital, de la cual depende en gran parte nuestro futuro» (Discurso a los representantes de algunas comunidades musulmanas, 20 de agosto de 2005: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 26 de agosto de 2005, p. 9).

En un mundo caracterizado por el relativismo, y que con demasiada frecuencia excluye la trascendencia de la universalidad de la razón, necesitamos con urgencia un auténtico diálogo entre las religiones y entre las culturas, que pueda ayudarnos a superar juntos todas las tensiones con espíritu de colaboración fecunda.

Así pues, continuando la obra emprendida por mi predecesor el Papa Juan Pablo II, deseo vivamente que las relaciones inspiradas en la confianza, que se han entablado entre cristianos y musulmanes desde hace muchos años, no sólo continúen, sino que se desarrollen con espíritu de diálogo sincero y respetuoso, fundado en un conocimiento recíproco cada vez más auténtico que, con alegría, reconozca los valores religiosos comunes y, con lealtad, respete las diferencias.

El diálogo interreligioso e intercultural es una necesidad para construir juntos el mundo de paz y fraternidad que anhelan ardientemente todos los hombres de buena voluntad. En este ámbito, nuestros contemporáneos esperan de nosotros un testimonio elocuente para mostrar a todos el valor de la dimensión religiosa de la existencia.

Por consiguiente, fieles a las enseñanzas de sus respectivas tradiciones religiosas, cristianos y musulmanes deben aprender a trabajar juntos, como ya sucede en diversas experiencias comunes, para evitar toda forma de intolerancia y oponerse a toda manifestación de violencia; y nosotros, autoridades religiosas y responsables políticos, debemos guiarles y animarles a actuar así.

En efecto, «si bien en el transcurso de los siglos han surgido no pocas disensiones y enemistades entre cristianos y musulmanes, el sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, ejerzan sinceramente la comprensión mutua, defiendan y promuevan juntos la justicia social, los valores morales, la paz y la libertad para todos los hombres» (Nostra aetate
NAE 3).

Por tanto, las lecciones del pasado deben ayudarnos a buscar caminos de reconciliación para que, respetando la identidad y la libertad de cada uno, practiquemos una colaboración fecunda al servicio de toda la humanidad. Como afirmó el Papa Juan Pablo II en su memorable discurso a los jóvenes en Casablanca (Marruecos), «el respeto y el diálogo requieren la reciprocidad en todos los terrenos, sobre todo en lo que concierne a las libertades fundamentales y en particular a la libertad religiosa. Favorecen la paz y el entendimiento entre los pueblos» (Discurso del 19 de agosto de 1985, n. 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de septiembre de 1985, p. 14).

Queridos amigos, estoy profundamente convencido de que, en la situación en que se encuentra hoy el mundo, los cristianos y los musulmanes tienen el deber de comprometerse para afrontar juntos los numerosos desafíos que se plantean a la humanidad, especialmente en lo que concierne a la defensa y la promoción de la dignidad del ser humano, así como a los derechos que de ella se derivan. Mientras aumentan las amenazas contra el hombre y contra la paz, los cristianos y los musulmanes, reconociendo el carácter central de la persona y trabajando con perseverancia para que se respete siempre la vida humana, manifiestan su obediencia al Creador, que quiere que todos vivan con la dignidad que les ha otorgado.

Queridos amigos, deseo de todo corazón que Dios misericordioso guíe nuestros pasos por las sendas de una comprensión recíproca cada vez más auténtica. En el momento en el que los musulmanes comienzan el itinerario espiritual del mes de Ramadán, formulo para todos mis votos más cordiales, deseando que el Todopoderoso les conceda una vida serena y tranquila.

Que el Dios de la paz os colme con la abundancia de sus bendiciones a vosotros y a las comunidades que representáis.


AL SEÑOR HANS-HENNING HORSTMANN NUEVO EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA FEDERAL DE ALEMANIA ANTE LA SANTA SEDE

Palacio pontificio de Castelgandolfo

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Jueves 28 de septiembre de 2006



Señor embajador:

Aprovecho de buen grado la ocasión de la presentación de las cartas que lo acreditan oficialmente como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República federal de Alemania ante la Santa Sede para darle la bienvenida y, congratulándome por su nombramiento, expresarle mis mejores deseos para su nueva y elevada misión. Le agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido en nombre del presidente federal, señor Horst Köhler y del Gobierno federal alemán. Por mi parte, envío mi saludo al presidente de la República federal, a los miembros del Gobierno federal y a todo el pueblo alemán. Ojalá que las buenas relaciones entre la República federal de Alemania, mi amada patria, y la Santa Sede sean en los próximos años aún más fecundas para el bien del hombre.

En los días pasados he reflexionado con gratitud sobre mi visita pastoral a Baviera, que tuvo como lema: "El que cree nunca está solo". Quise unir el recuerdo de las personas y de los lugares a los que me siento vinculado por motivos históricos, a encuentros con la comunidad de fe. A las numerosas personas que participaron en la santa misa les anuncié el mensaje del amor liberador y salvífico de Dios. En esta ocasión deseo agradecer, un vez más, a las autoridades estatales de la Federación y del Estado libre de Baviera, así como a los numerosos voluntarios, el gran apoyo ofrecido, mediante el cual contribuyeron a la realización de mi viaje apostólico. Los mensajes que en los últimos días recibí de los participantes en las misas en Baviera y también de los telespectadores de Alemania y de otros países demuestran que en aquellos días hubo una auténtica comunión. Considero que todo esto tiene también una importancia social: cuando la sociedad crece y las personas se fortalecen en el bien gracias al mensaje de fe, también se beneficia la convivencia social y los ciudadanos incrementan su disponibilidad para asumir responsabilidades en beneficio del bien común.

Señor embajador, la misión de la Santa Sede es universal. La atención y la solicitud del Papa y de sus colaboradores en la Curia romana se refieren, en la medida de lo posible, a todos los hombres y a todos los pueblos. Naturalmente, la Santa Sede se dirige en primer lugar a los cristianos de los diversos países del mundo, pero atribuye gran significado al bien de todos los hombres, independientemente de su cultura, lengua y pertenencia religiosa.

Por consiguiente, la Santa Sede procura colaborar con todos los hombres de buena voluntad al servicio de la dignidad, de la integridad y de la libertad del hombre. La Iglesia católica se preocupa por su salvación. Por eso, la persona y las comunidades a las que pertenece y en las que vive están en el centro de las actividades de la Santa Sede. Su acción, también en el escenario internacional, demuestra que la Iglesia defiende al hombre, aquí en Europa y en todas las partes del mundo. De hecho, la Iglesia comparte "el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de todos los afligidos" (Gaudium et spes GS 1).

Con todo, la Iglesia no se impone. No obliga a ninguna persona a acoger el mensaje del Evangelio. De hecho, la fe en Jesucristo anunciada por la Iglesia sólo puede existir en la libertad. Por consiguiente, la tolerancia y la apertura cultural deben caracterizar el encuentro con el prójimo. Pero la tolerancia nunca debe confundirse con la indiferencia, porque cualquier forma de indiferencia es radicalmente contraria al profundo interés cristiano por el hombre y por su salvación. La auténtica tolerancia también presupone siempre el respeto del otro, del hombre, de la criatura de Dios cuya existencia él ha querido. La tolerancia que nuestro mundo tanto necesita ?lo recordé también en Munich? incluye "el temor de Dios, el respeto de lo que es sagrado para el otro. Pero este respeto de lo que los demás consideran sagrado exige que nosotros mismos aprendamos de nuevo el temor de Dios. Este sentido de respeto sólo puede renovarse en el mundo occidental si crece de nuevo la fe en Dios" (Homilía durante la misa en la explanada de la Nueva Feria de Munich, 10 de septiembre de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de septiembre de 2006, p. 12).

Señor embajador, en su discurso ha destacado justamente las relaciones eclesiales existentes entre la República federal de Alemania y la Santa Sede, y la buena cooperación de estos dos Estados en algunos sectores. Ciertamente, en estas buenas relaciones se refleja también la sólida relación entre el Estado y la Iglesia en Alemania. En ocasiones precedentes se ha puesto de relieve varias veces la buena cooperación de las dos instituciones en diversos ámbitos con vistas al bien del hombre en nuestra patria. Es de desear que esta probada colaboración entre la Iglesia y el Estado en Alemania prosiga y también se desarrolle, a pesar de las cambiantes premisas en el ámbito europeo.

Como en toda nación, también en Alemania la relación entre el Estado y la Iglesia está íntimamente unida a la legislación. Por eso, la Santa Sede sigue con gran interés los desarrollos y las tendencias en la Federación y en cada uno de los Länder. Ahora deseo destacar brevemente algunos ámbitos que considera importantes la Iglesia católica, la cual ?como ya he dicho? se preocupa ante todo por el hombre y por su salvación.

En primer lugar, cito la defensa del matrimonio y de la familia, que está garantiza por la Ley fundamental, pero que está amenazada, por un lado, por el cambio de interpretación de la comunión matrimonial que se verifica en la opinión pública y, por otro, por nuevas formas previstas por la legislación, que se alejan de las de la familia natural. La interrupción del embarazo, absolutamente injustificable, que cuesta la vida, como sucede siempre, a numerosos niños inocentes, sigue siendo una preocupación dolorosa para la Santa Sede y para toda la Iglesia. Tal vez el actual debate de los responsables políticos sobre la interrupción del embarazo en estado avanzado pueda fortalecer la conciencia de que la discapacidad diagnosticada del niño no puede ser un motivo para abortar, porque también la vida del discapacitado es querida y apreciada por Dios, y porque en esta tierra nadie puede tener la certeza de vivir sin límites físicos o espirituales.

Por consiguiente, la Iglesia jamás se cansará de indicar a las instituciones europeas competentes y a cada una de las naciones los problemas éticos ínsitos en el contexto de la investigación con células madre embrionarias y de las llamadas "terapias innovadoras".

185 Señor embajador, Alemania ha ofrecido una nueva patria y asilo a refugiados y a muchas personas que en sus países de origen están amenazadas con la persecución por motivos políticos o religiosos. La red de ayuda y de solidaridad, que incluye también a los extranjeros necesitados, representa de hecho un orden social humano. La capacidad de esta red depende de las contribuciones de todos. Por tanto, es de desear que se garantice el asilo según la intención del legislador, en conformidad con las directrices justas y según el principio de justicia. Es necesario tener presente que para gran número de refugiados encontrar asilo en Alemania es vital. A este propósito, la Santa Sede pide a las instituciones estatales competentes que no pongan obstáculos a los cristianos extranjeros, cuya vida y bienestar están amenazados a causa de su fe, y que les faciliten la integración en Alemania.

Con razón Alemania se siente orgullosa de su gran tradición cultural. La transmisión de la cultura a las generaciones sucesivas es una de las tareas importantes del Estado. Con todo, el saber debe ir acompañado por los valores, para que la formación sea auténtica. En la mayor parte de los Länder alemanes el Estado comparte este gran desafío con la Iglesia, que está presente en las escuelas a través de las clases de religión, como "materia habitual de enseñanza". En muchos lugares, los alumnos que no pertenecen a ninguna confesión religiosa reciben clases de ética "neutra desde el punto de vista religioso". Estas clases de ética no pueden y no deben ser en ningún caso "neutras desde el punto de vista de los valores". Deben permitir que los alumnos se familiaricen con la gran tradición del espíritu occidental, que ha forjado la historia y la cultura de Europa y sigue inspirándolas.

La Iglesia considera importante que estas clases de ética se impartan juntamente con la de religión confesional, pero sin sustituirla de ninguna manera.

Señor embajador, Alemania es un país abierto al mundo. Nuestra patria tiene hoy su lugar firme y reconocido en la comunidad de los Estados y de los pueblos europeos. Alemania, además de las cuestiones de interés nacional, no olvida los diversos problemas de numerosos países pobres de otras partes del mundo. También las instituciones caritativas internacionales de la Iglesia católica que tienen su sede en Alemania pueden contar con la generosidad auténtica de la población. En numerosas cuestiones humanitarias e internacionales, relativas a los derechos del hombre, la Santa Sede puede contar con una colaboración basada en la confianza del Gobierno federal alemán.

Por todos estos motivos, la Iglesia y yo estamos sinceramente agradecidos. Con su larga experiencia diplomática al servicio de la República federal de Alemania, usted, señor embajador, puede hacer que esta colaboración sea siempre sólida y esté al servicio del hombre. Imploro de corazón sobre usted, sobre su familia y sobre todos los miembros de la embajada, la protección constante de Dios y sus abundantes bendiciones.


A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE MALAWI EN VISITA "AD LIMINA"

Viernes 29 de septiembre de 2006



Queridos hermanos en el episcopado:

Me alegra daros la bienvenida, obispos de Malawi, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum, y os agradezco las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre el arzobispo Tarcisius Ziyaye, presidente de la Conferencia episcopal. Vuestra visita expresa los profundos vínculos de comunión y afecto que unen a vuestras Iglesias locales en África oriental con la Sede de Roma. Simón Pedro fue llamado a confirmar a sus hermanos (cf. Lc 22,32) y a apacentar las ovejas del Señor (cf. Jn 21,17), y también vosotros habéis sido puestos como jefes y pastores de vuestro pueblo, para instruirlo, santificarlo y gobernarlo en nombre del Señor. Ruego para que, al venerar las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, mediante su intercesión seáis fortalecidos y alimentados con vistas a vuestro ministerio en medio del pueblo de Malawi, y sigáis proclamando intrépidamente el Evangelio de Jesucristo, que vino "para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10).

En todo el mundo se conoce la exuberancia con la que los pueblos de África alaban a Dios en sus celebraciones litúrgicas, y la Iglesia en Malawi no es una excepción. Su celebración gozosa expresa la gran vitalidad de vuestras comunidades cristianas, y refleja el predominio de los jóvenes en vuestra población. Seguid guiándolos con verdadera solicitud paternal hacia un conocimiento más profundo de su Señor crucificado y resucitado, impartiéndoles siempre una sólida catequesis en la fe.

Con este fin, es importante que los maestros y los catequistas reciban una buena preparación para su noble tarea, puesto que, como sabéis, desempeñan un papel vital para ayudar al obispo a cumplir con su responsabilidad de enseñar con la autoridad de Cristo. Por esta razón, deben estar bien formados en la fe y ser capaces de comunicar tanto la alegría como el compromiso de seguir a Cristo. Espero que la Universidad católica de Malawi, recién abierta, logre dar una contribución significativa en este ámbito, y os aliento a hacer todo lo que podáis para proporcionarle recursos suficientes y mantener una enseñanza de gran calidad, con fidelidad al magisterio de la Iglesia.
En un mundo dominado por valores seculares y materialistas puede ser difícil mantener el estilo de vida contracultural que es tan necesario en el sacerdocio y en la vida religiosa. El clero en vuestro país, como los fieles a los que sirve, se encuentra a veces en situaciones precarias, careciendo de los medios necesarios para su "honesta sustentación (...) y para realizar obras de apostolado o de caridad" (Presbyterorum Ordinis PO 17). Estoy seguro de que haréis todo lo posible para proveer a las legítimas necesidades de vuestros colaboradores, previniéndolos al mismo tiempo contra la excesiva preocupación por los bienes materiales. Ayudad a vuestros sacerdotes a no caer en la trampa de considerar el sacerdocio como un medio de progreso social, recordándoles que "el único camino para subir legítimamente hacia el ministerio de pastor es la cruz" (Homilía durante la misa de ordenaciones sacerdotales, 7 de mayo de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de mayo de 2006, p. 5).

186 El personal dedicado a la formación en los seminarios debe enseñar a los estudiantes que un sacerdote está llamado a vivir para los demás y no para sí mismo, a imitación de Cristo, que "no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (cf. Mc 10,45). Sobre todo, el ejemplo del obispo realizando un ministerio verdaderamente centrado en Cristo puede estimular a sus sacerdotes.

Queridos hermanos en el episcopado, vivid como auténticos seguidores de Cristo y haced que vuestra vida sea la base de la autoridad que ejercéis. Ruego para que de este modo seáis capaces de fortalecer los vínculos de caridad fraterna dentro del presbyterium de cada una de vuestras Iglesias locales.

Me complace constatar que seguís ejerciendo vuestro oficio de enseñar afrontando cuestiones de interés social. En efecto, vuestra carta pastoral de Pentecostés "Renovar nuestra vida y la sociedad con la fuerza del Espíritu Santo", que publicasteis a principios de este año, menciona algunos males sociales y morales que afligen a la nación. La seguridad alimentaria no sólo está amenazada por la sequía, sino también por la gestión ineficaz e injusta de la agricultura. La difusión del sida está aumentando por no permanecer fieles a un solo cónyuge en el matrimonio o por no practicar la abstinencia. Los derechos de las mujeres, de los niños y de los hijos por nacer son cínicamente violados por el tráfico de seres humanos, por la violencia doméstica y por quienes defienden el aborto.

No dejéis jamás de proclamar la verdad, e insistid en ella, "a tiempo y a destiempo" (2Tm 4,2), porque "la verdad os hará libres" (Jn 8,32). El buen Pastor, que nunca deja abandonado su rebaño, vela sobre sus ovejas y las protege siempre. Siguiendo su ejemplo, continuad guiando a vuestro pueblo lejos de los peligros que lo amenazan, y conducidlo a praderas seguras. Ruego para que los fieles presten atención a vuestro consejo, a fin de que se renueve la faz de la tierra (cf. Ps 104,30) y el Espíritu de Dios mantenga verdaderamente la unidad de vuestra nación con el vínculo de la paz (cf. Ep 4,3).

Al concluir mis reflexiones de hoy, deseo recordaros la imagen de los Apóstoles reunidos en el Cenáculo con María, Madre del Señor, implorando la venida del Espíritu Santo, la misma escena que describís tan hermosamente en el párrafo final de vuestra reciente carta pastoral. En ese documento animáis a vuestro pueblo a reunirse para rezar en familia y en pequeñas comunidades cristianas. Sé que también vosotros seguís implorando juntos, y en comunión con los sacerdotes y los fieles laicos, los dones del Espíritu sobre la Iglesia en vuestro país. El Espíritu es la fuerza "que transforma el corazón de la comunidad eclesial para que sea, en el mundo, testigo del amor del Padre, que quiere hacer de la humanidad, en su Hijo, una sola familia" (Deus caritas est ).

También yo oro para que el Espíritu Santo se derrame abundantemente sobre todos vosotros, y a la vez que os encomiendo a vosotros, a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos a la intercesión de María, Madre de la Iglesia, os imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de gracia y fortaleza en nuestro Señor y Salvador Jesucristo.



PALABRAS DE DESPEDIDA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A LA COMUNIDAD DE CASTELGANDOLFO

Sábado 30 de septiembre de 2006



Queridos hermanos y hermanas:

Está a punto de terminar mi estancia en la residencia estiva de Castelgandolfo y, antes de volver al Vaticano, deseo dar las gracias cordialmente a cuantos han contribuido de diversos modos a hacer que mi permanencia fuera fructífera y serena. Por tanto, con alegría me encuentro hoy con todos vosotros, y a cada uno dirijo mi saludo agradecido. Saludo, ante todo, al obispo de Albano, monseñor Marcello Semeraro, y le estoy agradecido por la solicitud que siempre me manifiesta. Saludo al párroco de Castelgandolfo y a la comunidad parroquial. Dirijo un saludo afectuoso a los jesuitas del Observatorio astronómico vaticano y a las comunidades religiosas y laicales, masculinas y femeninas, presentes en Castelgandolfo.

Durante estos meses he sentido su cercanía espiritual, y les doy las gracias de corazón, deseando a todos que respondan con renovada generosidad a la llamada de Dios, gastando sus energías al servicio del Evangelio.

Dirijo mi saludo deferente, además, al señor alcalde, a la administración y al concejo municipal. A través de él deseo extender mi saludo a toda la población de Castelgandolfo, que de tantos modos me muestra su solicitud, y a cuantos transcurren conmigo los meses de verano en Castelgandolfo. Además, es bien conocida la amabilidad y la hospitalidad de los "castellanos" para con los numerosos peregrinos y visitantes que vienen a encontrarse con el Papa, especialmente durante la cita dominical del Ángelus.

187 Expreso mi agradecimiento y aprecio y dirijo un saludo afectuoso al personal médico y a los agentes de los varios servicios de la Gobernación, que, ciertamente con muchos sacrificios, han garantizado su presencia y sus servicios competentes. Con estima saludo a los funcionarios y a los agentes de las Fuerzas del orden italianas que, colaborando eficazmente con la Gendarmería vaticana y la Guardia suiza pontificia, han podido garantizarme una estancia tranquila y segura a mí y a mis colaboradores, así como un acceso ordenado de los visitantes y los peregrinos al Palacio apostólico. Y no puedo olvidar a los oficiales y a los aviadores del 31° escuadrón de la Aeronáutica militar, que amablemente aseguran mis desplazamientos en helicóptero. A todos y a cada uno expreso mi gratitud más sincera, que confirmo con la seguridad de un constante recuerdo en la oración por cada uno de vosotros, queridos amigos, por vuestros familiares y por vuestros seres queridos.

En este día, sábado, dedicado a la Virgen, invoco sobre cada uno su materna protección, mientras una vez más os agradezco vuestra oración, expresando sinceros deseos de todo bien para cada uno de vosotros, para vuestro trabajo y para vuestros proyectos. Con estos sentimientos, de corazón os imparto la bendición apostólica, prenda de abundantes favores celestiales, a vosotros y a vuestros seres queridos.


AL PERSONAL DE LAS VILLAS PONTIFICIAS DE CASTELGANDOLFO

Sábado 30 de septiembre de 2006



Queridos hermanos y hermanas:

También este año llega a su fin mi estancia estiva en Castelgandolfo. Doy gracias al Señor por haber podido transcurrir estos meses, en sereno reposo, en tan amena localidad de los Castillos Romanos. Mi gratitud se extiende a cada uno de vosotros, que, en cierto modo, formáis parte de la "familia" del Papa cuando él reside en Castelgandolfo. Día tras día he podido apreciar vuestra dedicación y generosidad. Por eso os doy las gracias, a la vez que saludo a todos con afecto. En primer lugar, saludo al doctor Saverio Petrillo, director general de las villas pontificias, siempre atento y diligente. A él va mi sincera gratitud también por las amables palabras que ha querido dirigirme en vuestro nombre. Extiendo, además, mi saludo agradecido a cuantos prestan su colaboración, de diversas formas, en las villas pontificias, y pido a Dios que os recompense, queridos amigos, por el compromiso y la fidelidad con que lleváis a cabo las tareas que se os encomiendan.

Uno de buen grado en el recuerdo afectuoso a vuestras familias y a vuestros seres queridos.

Por mi parte, os aseguro que no dejaré de orar por cada uno de vosotros y por todas vuestras intenciones, y os pido que me recordéis en vuestras oraciones. El Señor, rico en bondad y misericordia, que jamás hace faltar su ayuda a los que confían en él, sea siempre vuestro firme apoyo. Que sobre vosotros vele con maternal protección la Virgen María, a quien durante el mes de octubre invocaremos de modo especial con el rezo del santo rosario. Que ella os acompañe a vosotros y a vuestras familias en todo momento.

Con estos sentimientos, os bendigo con afecto, juntamente con vuestros familiares y todos vuestros seres queridos.

                                                    Octubre de 2006


A UNA PEREGRINACIÓN DE LA DIÓCESIS DE ROMAÑA

Sábado 7 de octubre de 2006



Queridos peregrinos de Romaña:

188 Me alegra daros mi más cordial bienvenida. Os saludo a todos con afecto, comenzando por mons. Giuseppe Verucchi, arzobispo de Rávena-Cervia, al que agradezco las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Saludo, asimismo, a los obispos de Faenza-Modigliana, Forlí-Bertinoro, Ímola, Cesena-Sarsina y Rímini, y al arzobispo emérito de Rávena-Cervia, monseñor Luigi Amaducci. Dirijo un saludo particular y deferente a los queridos cardenales Ersilio Tonini y Pio Laghi, que han querido participar en este encuentro, que constituye uno de los "momentos fuertes" de vuestra peregrinación a las tumbas de los Apóstoles.

Además de saludaros a vosotros, aquí presentes, saludo con afecto a cuantos en vuestras respectivas diócesis están unidos a nosotros espiritualmente, con un recuerdo especial para los niños y los jóvenes, las familias, las personas solas y cuantos viven momentos difíciles. A cada uno aseguro mi cercanía espiritual en la oración.

Queridos hermanos y hermanas, habéis venido hoy en gran número para recordar con gratitud la visita pastoral que mi predecesor el siervo de Dios Juan Pablo II realizó en mayo de hace veinte años a vuestra amada tierra. Os habéis preparado para esta cita con un significativo momento de oración, guiados por la palabra del venerado cardenal Tonini, que por la tarde presidirá la solemne concelebración eucarística programada en la basílica de San Pedro.

Me ha complacido que para esta ocasión providencial hayáis querido recordar los discursos que el amado Juan Pablo II pronunció durante su inolvidable peregrinación apostólica a Romaña. Sus palabras han permanecido grabadas en vuestro corazón y en vuestra memoria. Por tanto, la relectura de su valiosa enseñanza constituye una singular oportunidad para vuestras hermosas y vivas comunidades diocesanas; es un estímulo para la reflexión y la profundización de la comunión afectiva y efectiva entre todos los componentes de las respectivas Iglesias particulares; es una invitación a caminar unidos a vuestros pastores y al Sucesor de Pedro; es un aliento para los miembros de vuestras diócesis a proseguir, con renovado impulso, la misión evangelizadora común, testimoniando el Evangelio de la esperanza en nuestra época.

Sólo es posible llevar a cabo este exigente mandato misionero gracias a la ayuda de Dios y a la valoración convencida y valiente del patrimonio espiritual que la población de Romaña ha sabido conservar y defender a lo largo de los siglos, como subrayó Juan Pablo II, reconociendo en ella "una comunidad humana y cristiana llena de fervor operativo, consciente de su papel en la sociedad del actual momento histórico; una comunidad de cristianos que, según la tradición de los católicos de Romaña, quiere tener unidas la firmeza de la fe y la valentía del testimonio social, la adhesión a la comunidad eclesial y la lealtad hacia la sociedad civil" (Discurso a los jóvenes en Rávena, 11 de mayo de 1986, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de mayo de 1986, p. 21).

Quiera Dios que estas palabras de mi venerado predecesor sean para vosotros un impulso a no desanimaros ante las dificultades que también vuestra región encuentra en nuestro tiempo. En efecto, veinte años después de aquel significativo acontecimiento, en Romaña, como en otras partes, no faltan desafíos y problemas para quien quiere vivir de modo coherente su fe, esforzándose por conjugarla con las exigencias de la vida diaria. Pienso en las crisis que amenazan a numerosas familias, en la necesidad cada vez mayor de vocaciones sacerdotales y religiosas ante la preocupante disminución numérica y la edad avanzada de los sacerdotes; pienso en las numerosas insidias de una sociedad consumista y secularizada, que intenta seducir a un número cada vez mayor de personas, induciéndolas a sufrir una progresiva separación de los valores de la fe en la vida familiar, civil y política.

Se trata de desafíos que hay que afrontar sin desalentarse, mirando con confianza a los numerosos motivos de esperanza que, gracias a Dios, no faltan. Por ejemplo, hay muchas personas deseosas de dar un sentido y un valor firme a su existencia, hombres y mujeres interesados en una fuerte y sincera búsqueda religiosa. Al respecto, resulta actual lo que Juan Pablo II dijo entonces a los jóvenes y hoy yo os lo repito a vosotros, queridos hermanos y hermanas: "Es este el momento de vivir en plenitud la alegría de ser cristianos. Sed testigos de esta alegría ante el mundo. Cristo camina con vosotros, él, el Resucitado, sobre el cual la muerte no tiene ya ningún poder, porque él la ha vencido de una vez para siempre. Cristo, el perennemente joven, sea vuestro apoyo y vuestro guía hoy, mañana y siempre" (ib., n. 9).

Testimoniar la alegría de ser cristianos: que este sea vuestro compromiso común. Con este fin, proseguid, más aún, intensificad la comunión eclesial y sed protagonistas generosos de la misión evangelizadora que el Señor os confía, atesorando las indicaciones surgidas de la memorable visita de hace veinte años y confirmados también por la gracia de esta peregrinación.

La santísima Virgen María, a la que hoy veneramos con el título de Virgen del Rosario, siga acompañándoos y guiándoos en vuestro itinerario espiritual y pastoral. Por mi parte, os aseguro un recuerdo ante el Señor y de corazón os bendigo, juntamente con vuestras familias, vuestras comunidades parroquiales y religiosas y todos vuestros seres queridos.


Discursos 2006 182