Discursos 2006 200

VISITA DEL SANTO PADRE A LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD LATERANENSE

Sábado 21 de octubre de 2006

Palabras del Papa Benedicto XVI en la plaza frente a la Universidad

Me alegra estar aquí, en "mi" Universidad, porque esta es la universidad del Obispo de Roma. Sé que aquí se busca la verdad y de este modo, en última instancia, se busca a Cristo, porque él es la Verdad en persona.

En realidad, este camino hacia la verdad ?tratar de conocer mejor la verdad en todas sus expresiones? es un servicio eclesial fundamental.

Un gran teólogo belga ha escrito un libro titulado: "El amor a las letras y el deseo de Dios", y ha mostrado que en la tradición del monacato las dos cosas van juntas, porque Dios es Palabra y nos habla a través de la Escritura. Por consiguiente, supone que nosotros comenzamos a leer, a estudiar, a profundizar en el conocimiento de la Palabra.

En este sentido, la apertura de la biblioteca es un acontecimiento tanto universitario, académico, como espiritual y teológico, pues precisamente leyendo, en camino hacia la verdad, estudiando las palabras para encontrar la Palabra, estamos al servicio del Señor. Un servicio del Evangelio para el mundo, porque el mundo necesita la verdad. Sin verdad no hay libertad, no estamos plenamente en la idea originaria del Creador. Os agradezco vuestro trabajo. El Señor os bendiga en todo este año académico.
* * *


Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres señores y amables señoras; queridos estudiantes:

201 Me alegra mucho poder compartir con vosotros el inicio del Año académico, que coincide con la solemne inauguración de la nueva biblioteca y de esta aula magna. Agradezco al gran canciller, señor cardenal Camillo Ruini, las palabras de bienvenida que tan cordialmente me ha dirigido en nombre de toda la comunidad académica. Saludo al rector magnífico, mons. Rino Fisichella, y le agradezco lo que ha dicho dando inicio a este solemne acto académico. Saludo a los cardenales, a los arzobispos y obispos, a las autoridades académicas y a todos los profesores, así como al personal que trabaja en la Universidad. Saludo asimismo con especial afecto a todos los estudiantes, porque la Universidad fue creada para ellos.

Recuerdo con agrado mi última visita a esta Universidad Lateranense y, como si no hubiera pasado el tiempo, quisiera referirme al tema que se trató entonces, como si lo hubiéramos interrumpido sólo por algunos momentos. Un contexto como el académico invita de un modo muy peculiar a entrar de nuevo en el tema de la crisis de cultura y de identidad, que en estos decenios se presenta no sin dramatismo ante nuestros ojos.

La Universidad es uno de los lugares más cualificados para tratar de encontrar los caminos oportunos para salir de esta situación, pues en ella se conserva la riqueza de la tradición que permanece viva a lo largo de los siglos ?y precisamente la biblioteca es un medio esencial para conservar la riqueza de la tradición?; en ella se puede ilustrar la fecundidad de la verdad cuando es acogida en su autenticidad con espíritu sencillo y abierto.

En la Universidad se forman las nuevas generaciones, que esperan una propuesta seria, comprometedora y capaz de responder en nuevos contextos al interrogante perenne sobre el sentido de la propia existencia. Esta expectativa no debe quedar defraudada. El contexto contemporáneo parece conceder primacía a una inteligencia artificial cada vez más subyugada por la técnica experimental, olvidando de este modo que toda ciencia debe defender siempre al hombre y promover su búsqueda del bien auténtico. Conceder más valor al "hacer" que al "ser" no ayuda a restablecer el equilibrio fundamental que toda persona necesita para dar a su existencia un sólido fundamento y una finalidad válida.

En efecto, todo hombre está llamado a dar sentido a su obrar sobre todo cuando se sitúa en el horizonte de un descubrimiento científico que va contra la esencia misma de la vida personal. Dejarse llevar por el gusto del descubrimiento sin salvaguardar los criterios que derivan de una visión más profunda haría caer fácilmente en el drama del que se hablaba en el mito antiguo: el joven Ícaro, arrastrado por el gusto del vuelo hacia la libertad absoluta, desoyendo las advertencias de su anciano padre Dédalo, se acerca cada vez más al sol, olvidando que las alas con las que se ha elevado hacia el cielo son de cera. La caída desastrosa y la muerte son el precio que paga por esa engañosa ilusión. El mito antiguo encierra una lección de valor perenne. En la vida existen otras ilusiones engañosas, en las que no podemos poner nuestra confianza, si no queremos correr el riesgo de consecuencias desastrosas para nuestra vida y para la de los demás.

El profesor universitario no sólo tiene como misión investigar la verdad y suscitar perenne asombro ante ella, sino también promover su conocimiento en todos los aspectos y defenderla de interpretaciones reductivas y desviadas. Poner en el centro el tema de la verdad no es un acto meramente especulativo, restringido a un pequeño círculo de pensadores; al contrario, es una cuestión vital para dar profunda identidad a la vida personal y suscitar la responsabilidad en las relaciones sociales (cf.
Ep 4,25). De hecho, si no se plantea el interrogante sobre la verdad y no se admite que cada persona tiene la posibilidad concreta de alcanzarla, la vida acaba por reducirse a un abanico de hipótesis sin referencias ciertas.

Como decía el famoso humanista Erasmo: "Las opiniones son fuente de felicidad barata. Aprender la verdadera esencia de las cosas, aunque se trate de cosas de mínima importancia, cuesta gran esfuerzo" (Elogio de la locura XL, VII). Este es el esfuerzo que la Universidad debe tratar de realizar; se lleva a cabo mediante el estudio y la investigación, con espíritu de paciente perseverancia. En cualquier caso, este esfuerzo permite entrar progresivamente en el núcleo de las cuestiones y suscita la pasión por la verdad y la alegría por haberla encontrado.

Siguen siendo muy actuales las palabras del santo obispo Anselmo de Aosta: "Que yo te busque deseando; que te desee buscando; que te encuentre amando; y que te ame encontrándote" (Proslogion, 1). Ojalá que el espacio del silencio y de la contemplación, que son el escenario indispensable donde se sitúan los interrogantes que la mente suscita, encuentre entre estas paredes personas atentas que sepan valorar su importancia, su eficacia y sus consecuencias tanto para la vida personal como para la social.

Dios es la verdad última a la que toda razón tiende naturalmente, impulsada por el deseo de recorrer a fondo el camino que se le ha asignado. Dios no es una palabra vacía ni una hipótesis abstracta; al contrario, es el fundamento sobre el que se ha de construir la propia vida. Vivir en el mundo "veluti si Deus daretur" conlleva la aceptación de la responsabilidad que impulsa a investigar todos los caminos con tal de acercarse lo más posible a él, que es el fin hacia el cual tiende todo (cf. 1Co 15,24).

El creyente sabe que este Dios tiene un rostro y que, una vez para siempre, en Jesucristo se hizo cercano a cada hombre. Lo recordó con agudeza el concilio Vaticano II: "El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado" (Gaudium et spes GS 22). Conocerlo a él es conocer la verdad plena, gracias a la cual se encuentra la libertad: "Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8,32).

Antes de concluir, deseo expresar vivo aprecio por la realización de las nuevas instalaciones, que completan el complejo de edificios de la Universidad, haciéndola cada vez más adecuada para el estudio, la investigación y la animación de la vida de toda la comunidad. Habéis querido dedicar a mi pobre persona esta aula magna. Os agradezco el gesto. Espero que sea un centro fecundo de actividad científica a través del cual la Universidad Lateranense se transforme en instrumento de un fecundo diálogo entre las diversas realidades religiosas y culturales, en la búsqueda común de caminos que favorezcan el bien y el respeto de todos.

202 Con estos sentimientos, a la vez que pido al Señor que derrame sobre este lugar la abundancia de sus luces, encomiendo el camino de este año académico a la protección de la Virgen santísima, e imparto a todos la propiciadora bendición apostólica.


A LA FUNDACIÓN JUAN PABLO II

Lunes 23 de octubre de 2006



Ilustres señores y señoras:

Os saludo cordialmente a todos vosotros, que habéis venido a Roma para celebrar solemnemente el 25° aniversario de la Fundación Juan Pablo II.

Agradezco al señor cardenal Stanislaw Dziwisz, arzobispo metropolitano de Cracovia, las palabras que me acaba de dirigir. Saludo al señor cardenal Adam Maida y a todos los arzobispos y obispos aquí presentes. Asimismo, saludo al consejo de la Fundación, encabezado por su presidente, el arzobispo Szczepan Wesoly, a los directores de cada una de las instituciones de la Fundación, así como a los presidentes y a los miembros de los Círculos de amigos de la Fundación, que han venido de diversos países del mundo.

Me alegra dar la bienvenida hoy a los representantes de quienes en todo el mundo se esfuerzan por mantener vivo el recuerdo de Juan Pablo II, de su enseñanza y de la obra apostólica que realizó a lo largo de su pontificado. Y es preciso decir que se trata de un esfuerzo realmente prometedor, porque no consiste sólo en una labor de archivo o investigación, sino que afecta al misterio de la santidad del siervo de Dios.

Gracias a vuestro apoyo espiritual y económico, la Fundación continúa la actividad marcada por los Estatutos tanto en el campo cultural y científico como en el social y pastoral. Recoge la documentación relativa al pontificado de Juan Pablo II; estudia y difunde la enseñanza pontificia y el magisterio de la Iglesia, estableciendo contactos y colaborando con los centros científicos y artísticos polacos e internacionales.

Esta actividad de la Fundación asume un nuevo significado después de la muerte del Pontífice. La recolección de los escritos pontificios y de la rica documentación de la actividad de la Santa Sede, así como de las obras literarias y de los comentarios presentados en los medios de comunicación social, ciertamente es un archivo completo, muy organizado, y constituye una base para el estudio atento y profundo del patrimonio espiritual de Juan Pablo II.

Hoy quisiera subrayar precisamente esta dimensión de la actividad de la Fundación, porque es de suma importancia: el estudio del pontificado. Juan Pablo II, filósofo y teólogo, gran pastor de la Iglesia, dejó una gran riqueza de escritos y gestos que expresan su deseo de difundir el Evangelio de Cristo en el mundo, usando los métodos indicados por el concilio Vaticano II, y de trazar las líneas de desarrollo de la vida de la Iglesia en el nuevo milenio. Estos dones valiosos no pueden caer en el olvido. A vosotros, queridos miembros y amigos de la Fundación Juan Pablo II, os encomiendo hoy la tarea de profundizar y transmitir a las futuras generaciones la riqueza de su mensaje.

Por último, una obra de particular importancia es la ayuda que se ofrece a los jóvenes, sobre todo a los de Europa centro-oriental, para que consigan los diferentes grados de instrucción en los diversos campos del saber.

Expreso mi gratitud a todos los que, en el arco de estos veinticinco años, han sostenido de varias maneras la actividad de la Fundación y a los que han dirigido esa actividad con sabiduría y entrega.
203 Os pido que no dejéis de realizar esta obra buena. Es necesario que continúe desarrollándose. Que el esfuerzo común, sostenido por la ayuda de Dios, siga produciendo frutos magníficos.

Os manifiesto mi agradecimiento por haber venido y por este encuentro. ¡Que Dios os bendiga!


A LOS PROFESORES Y ALUMNOS DE LAS UNIVERSIDADES


Y ATENEOS ECLESIÁSTICOS DE ROMA

Lunes 23 de octubre de 2006



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Me alegra encontrarme con vosotros al final de la santa misa y poder así expresaros mis mejores deseos para el nuevo año académico. Saludo en primer lugar al señor cardenal Zenon Grocholewski, prefecto de la Congregación para la educación católica, que ha presidido la concelebración eucarística, y le agradezco cordialmente las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre.

Saludo al secretario y a los demás colaboradores del dicasterio para la educación católica, renovando a todos la expresión de mi gratitud por el valioso servicio que prestan a la Iglesia en un ámbito tan importante para la formación de las nuevas generaciones. Mi saludo se extiende a los rectores, a los profesores y a los alumnos de todas las universidades y ateneos pontificios aquí presentes y a los que están espiritualmente unidos a nosotros en la oración.

Como todos los años, también esta tarde se ha dado cita la comunidad académica eclesiástica romana, formada por cerca de quince mil personas y caracterizada por una amplia multiplicidad de procedencias. De las Iglesias de todo el mundo, especialmente de las diócesis de reciente creación y de los territorios misioneros, vienen a Roma seminaristas y diáconos para frecuentar los ateneos pontificios, así como presbíteros, diáconos, religiosos y religiosas, y no pocos laicos, para completar sus estudios superiores de licenciatura y doctorado, o para participar en otros cursos de especialización y actualización. Aquí encuentran profesores y formadores que, a su vez, son de diversas nacionalidades y de diferentes culturas. Con todo, esta variedad no crea dispersión, porque, como expresa de la forma más elevada también esta celebración litúrgica, todos los ateneos, las facultades y los colegios tienden a una unidad superior, obedeciendo a criterios comunes de formación, principalmente al de la fidelidad al Magisterio. Por tanto, al inicio del nuevo año, bendigamos al Señor por esta singular comunidad de profesores y alumnos, que manifiesta de modo elocuente la universalidad y la unidad de la Iglesia católica. Una comunidad tanto más hermosa porque se dirige de modo especial a los jóvenes, dándoles la oportunidad de entrar en contacto con instituciones de alto valor teológico y cultural, y ofreciéndoles al mismo tiempo la posibilidad de experiencias eclesiales y pastorales enriquecedoras.

Quisiera reafirmar también en esta ocasión, como lo he hecho en varios encuentros con sacerdotes y seminaristas, la importancia prioritaria de la vida espiritual y la necesidad de lograr, además del crecimiento cultural, una equilibrada maduración humana y una profunda formación ascética y religiosa.

Quien quiera ser amigo de Jesús y convertirse en su discípulo auténtico ?sea seminarista, sacerdote, religioso, religiosa o laico? no puede por menos de cultivar una íntima amistad con él en la meditación y en la oración. La profundización de las verdades cristianas y el estudio de la teología o de otra disciplina religiosa suponen una educación en el silencio y la contemplación, porque es necesario desarrollar la capacidad de escuchar con el corazón a Dios que habla.

204 El pensamiento siempre necesita purificación para poder entrar en la dimensión donde Dios pronuncia su Palabra creadora y redentora, su Verbo "salido del silencio", según una hermosa expresión de san Ignacio de Antioquía (Carta a los Magnesios VIII, 2). Nuestras palabras sólo pueden tener algún valor y utilidad si provienen del silencio de la contemplación; de lo contrario, contribuyen a la inflación de los discursos del mundo, que buscan el consenso de la opinión común.

Por tanto, quien estudia en un centro eclesiástico debe estar dispuesto a obedecer a la verdad y, en consecuencia, a cultivar una especial ascesis del pensamiento y de la palabra. Esa ascesis se basa en la familiaridad amorosa con la palabra de Dios y antes aún con el "silencio" del que brota la Palabra en el diálogo de amor entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo. A ese diálogo también nosotros tenemos acceso mediante la santa humanidad de Cristo. Así pues, queridos amigos, como hicieron los discípulos del Señor, pedidle: Maestro, "enséñanos a orar" (
Lc 11,1), y también: enséñanos a pensar, a escribir y a hablar, porque estas cosas están íntimamente unidas entre sí.

Estas son las sugerencias que os doy a cada uno de vosotros, queridos hermanos y hermanas, al inicio de este nuevo año académico. Las acompaño de buen grado con la seguridad de un recuerdo especial en la oración, para que el Espíritu Santo ilumine vuestro corazón y os lleve a un claro conocimiento de Cristo, capaz de transformar vuestra existencia, porque sólo él tiene palabras de vida eterna (cf. Jn 6,68).

Vuestro futuro apostolado será fecundo y fructuoso en la medida en que, durante estos años, os preparéis estudiando con seriedad, y sobre todo alimentéis vuestra relación personal con él, tendiendo a la santidad y teniendo como único objetivo de vuestra existencia la realización del reino de Dios.

Encomiendo estos deseos a la maternal intercesión de María santísima, Sede de la Sabiduría. Que ella os acompañe a lo largo de este nuevo año de estudio y escuche todas vuestras expectativas y esperanzas.

Con afecto imparto a cada uno de vosotros y a vuestras comunidades de estudio, así como a vuestros seres queridos, una especial bendición apostólica.


AL SEÑOR FRANK DE CONINCK, NUEVO EMBAJADOR DE BÉLGICA ANTE LA SANTA SEDE

Jueves 26 de octubre de 2006

Señor embajador:

Me alegra darle la bienvenida al Vaticano para la presentación de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario del reino de Bélgica ante la Santa Sede y le doy las gracias por haberme transmitido el amable mensaje de su majestad el rey Alberto II y de su majestad la reina. Recordando la visita que me hicieron sus majestades el pasado mes de abril, le agradezco que al volver les exprese mis mejores deseos para sus personas, para la reina Fabiola, el príncipe Felipe y la princesa Matilde, así como para los responsables de la vida civil y para todo el pueblo belga.

Cincuenta años después de la puesta en marcha del gran proyecto de construcción europea, que proviene del espíritu cristiano y del que Bélgica ha sido parte activa desde el principio, los progresos son considerables, aunque recientemente han aparecido nuevas dificultades: el continente europeo recupera poco a poco su unidad en la paz, y la Unión europea ha llegado a ser, en el mundo, una fuerza económica de primer orden, así como un signo de esperanza para muchos.
Ante las exigencias de la globalización de los intercambios y de la solidaridad entre los hombres, Europa debe seguir abriéndose y comprometiéndose en las grandes obras del planeta.

205 Entre estos desafíos destaca la cuestión de la paz y la seguridad, pues existe una situación internacional debilitada por conflictos persistentes, en particular en Oriente Próximo con las situaciones siempre dramáticas de Tierra Santa, Líbano e Irak, pero también en África y en Asia. Es importante que la comunidad internacional, y especialmente la Unión europea, se movilicen con determinación en favor de la paz, del diálogo entre las naciones y del desarrollo. Sé que Bélgica no escatima esfuerzos en este sentido, y alabo particularmente los que realiza para ayudar a los países de África central a proyectar en paz su futuro, así como los que lleva a cabo en el marco del Líbano, al que usted acaba de referirse. Por mi parte, puedo asegurarle el firme compromiso de la Santa Sede de favorecer con todas sus fuerzas la paz y el desarrollo.

Otro desafío concierne al futuro del hombre y su identidad. Los inmensos progresos de la técnica han cambiado muchas prácticas en el campo de las ciencias médicas, y la liberalización de las costumbres ha relativizado considerablemente normas que parecían intocables. Por eso, en las sociedades occidentales, caracterizadas además por la sobreabundancia de bienes de consumo y por el subjetivismo, el hombre afronta una crisis de sentido. En efecto, en algunos países se promulgan legislaciones nuevas que amenazan el respeto a la vida humana desde su concepción hasta su fin natural, con el riesgo de utilizarla como un objeto de investigación y experimentación, atentando gravemente contra la dignidad fundamental del ser humano.

La Iglesia, fundándose en su larga experiencia y en el tesoro de la Revelación que ha recibido en depósito para compartirlo, quiere recordar con fuerza lo que cree a propósito del hombre y de su elevado destino, dando a cada uno la clave de lectura de la existencia y razones para esperar. Esto es lo que desea proponer durante la misión que comenzará dentro de algunos días, "Bruselas, Todos los Santos 2006". Cuando los obispos de Bélgica se pronuncian en favor del desarrollo de los cuidados paliativos, para permitir morir con dignidad a quienes lo deseen, o cuando intervienen en los debates de la sociedad para recordar que existe "una frontera moral invisible ante la cual el progreso técnico debe detenerse: la dignidad del hombre" (Declaración Dignidad del niño y técnica médica de los obispos de Bélgica), quieren servir a toda la sociedad, indicando las condiciones de un verdadero futuro de libertad y dignidad para el hombre. Juntamente con ellos, invito a los responsables políticos encargados de elaborar las leyes para el bien de todos a valorar con seriedad su responsabilidad y las implicaciones de estas cuestiones humanas.

Su país, el reino de Bélgica, se ha construido en torno al principio monárquico, haciendo del rey el garante de la unidad nacional y del respeto de las particularidades lingüísticas y culturales de cada comunidad en el seno de la nación. Sabemos bien que la unidad de un país, que siempre se puede perfeccionar, requiere por parte de todos la voluntad de servir al interés común y de conocerse cada vez mejor gracias al diálogo y al enriquecimiento mutuo.

Hoy, la acogida de los inmigrantes, cada vez más numerosos, y la multiplicación en la misma tierra de comunidades diferentes por su cultura de origen o su religión, hacen absolutamente necesario, en nuestras sociedades, el diálogo entre las culturas y entre las religiones, como recordé durante mi reciente viaje a Baviera y como usted mismo acaba de subrayar. Conviene profundizar el conocimiento mutuo, respetando las convicciones religiosas de cada uno y las legítimas exigencias de la vida social, de acuerdo con las leyes en vigor, y acoger a los inmigrantes de manera que se respete siempre su dignidad. Para ello es importante poner en práctica una política de inmigración que integre los intereses del país de acogida y el desarrollo necesario de los países menos favorecidos, política sostenida también por una voluntad de integración que no permita que se desarrollen situaciones de rechazo o de falta de derecho, como lo revela el drama de los indocumentados. Así se evitarán los riesgos de replegarse en sí mismos, del nacionalismo exacerbado o incluso de la xenofobia, y se podrá esperar un desarrollo armonioso de nuestras sociedades para el bien de todos los ciudadanos.

Al final de nuestro encuentro, señor embajador, permítame saludar a través de usted a los obispos y a todos los miembros de la comunidad católica de Bélgica, para alentarlos a testimoniar siempre su esperanza, en todos los sectores de la vida social y profesional, sin olvidar las cárceles, los hospitales y todas las nuevas situaciones de pobreza que puedan existir. Que comuniquen la buena nueva del amor de Dios.

Al iniciar su noble misión, tenga la seguridad de que encontrará siempre una acogida atenta entre mis colaboradores; le expreso, señor embajador, mis mejores deseos para su feliz cumplimiento y para que prosigan y se desarrollen relaciones armoniosas entre la Santa Sede y el reino de Bélgica.
Sobre usted, sobre su familia y sobre todo el personal de la embajada, así como sobre la familia real, sobre los responsables y sobre todos los habitantes del país, invoco la abundancia de las bendiciones divinas.


A LOS PARTICIPANTES EN EL V CONGRESO INTERNACIONAL DE LOS ORDINARIOS MILITARES

Jueves 26 de octubre de 2006



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

206 Me alegra encontrarme con vosotros con ocasión del V Congreso internacional de los Ordinariatos militares y dirijo a cada uno de vosotros mi saludo.

Saludo de modo especial al cardenal Giovanni Battista Re, y le agradezco sus cordiales palabras.
Hace veinte años, exactamente el 21 de abril de 1986, el amado Juan Pablo II promulgó la constitución apostólica Spirituali militum curae, con la que se actualizaba la reglamentación canónica de la atención espiritual de los militares, a la luz del concilio Vaticano II, teniendo en cuenta las transformaciones relativas a las fuerzas armadas y a su misión en el ámbito nacional e internacional.

En realidad, en los últimos decenios el escenario mundial ha cambiado ulteriormente. Por ello, el documento pontificio, aun conservando plena actualidad porque la orientación pastoral de la Iglesia no cambia, exige que se adapte cada vez mejor a las necesidades del momento presente. Eso es lo que muy oportunamente habéis querido hacer con este congreso, organizado por la Congregación para los obispos.

Ante todo, es importante releer el Proemio de la constitución apostólica: contiene las motivaciones de la intervención magisterial y manifiesta el espíritu pastoral que anima, inspira y orienta todas las disposiciones normativas. Son dos los valores fundamentales que ese documento pone de relieve: el valor de la persona y el valor de la paz. Toda la revisión estructural que equipara los Ordinariatos a las Diócesis, el Ordinario al Obispo diocesano, y el capellán al párroco, obedece al criterio del servicio a las personas de los militares, los cuales "necesitan una forma concreta y específica de asistencia pastoral" (Proemio: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de junio de 1986, p. 9).

Con todo, al mismo tiempo, se afirma que las personas a las que se dirige el Ordinariato no dejan de ser fieles de la Iglesia particular en la que habitan o a cuyo rito pertenecen (cf. Spirituali militum curae, IV). Eso exige comunión y coordinación entre el Ordinariato militar y las demás Iglesias particulares (cf. ib., II, 4). Todo esto pone de relieve el objetivo prioritario de la asistencia a los christifideles, o sea, permitirles vivir en plenitud la vocación bautismal y la pertenencia eclesial.

Así, nos encontramos en la misma perspectiva en que se situó el siervo de Dios Juan Pablo II con ocasión del III Congreso de los Ordinarios militares, en el año 1994 (cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de marzo de 1994, p. 8). Poner en primer lugar a las personas significa privilegiar la formación cristiana del militar, acompañándolo a él y a sus familiares a lo largo del itinerario de la iniciación cristiana, del camino vocacional, de la maduración en la fe y en el testimonio; y, al mismo tiempo, favorecer las formas de fraternidad y comunidad, así como de oración litúrgica y no litúrgica, que sean apropiadas al ambiente y a las condiciones de vida de los militares.

El segundo aspecto que quisiera destacar es la importancia fundamental del valor de la paz. A este propósito, la Spirituali militum curae, en el Proemio, cita expresamente la constitución conciliar Gaudium et spes, recordando que los que prestan servicio militar pueden considerarse "como servidores de la seguridad y de la libertad de los pueblos", porque "mientras desempeñan correctamente esta función, contribuyen realmente al establecimiento de la paz" (Gaudium et spes
GS 79).

Así pues, si el Concilio llama a los militares servidores de la paz, ¡cuánto más lo serán los pastores a los que los militares están encomendados! Por eso, os exhorto a todos vosotros a hacer que los capellanes militares sean auténticos expertos y maestros de lo que la Iglesia enseña y practica con vistas a la construcción de la paz en el mundo.

La constitución apostólica del Papa Juan Pablo II constituye una etapa significativa de este magisterio, y su contribución al respecto se puede sintetizar en la expresión que con razón vosotros habéis recogido y puesto como tema de este congreso: "Ministerium pacis inter arma", "Servicio de paz entre las armas". Mi predecesor lo presentaba como "nuevo anuncio del Evangelio en el mundo militar, del que los militares cristianos y sus comunidades no pueden por menos de ser los primeros heraldos" (Discurso al III Congreso de los Ordinarios militares, 11 de marzo de 1994, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de marzo de 1994, p. 9).

La Iglesia es misionera por naturaleza y su primera tarea es la evangelización, que tiene como fin anunciar y testimoniar a Cristo y promover en todos los ambientes y culturas su Evangelio de paz y amor. También en el mundo militar la Iglesia está llamada a ser "sal", "luz" y "levadura", según las imágenes que utiliza Jesús mismo, para que las mentalidades y las estructuras estén cada vez más plenamente orientadas a la construcción de la paz, es decir, del "orden diseñado y querido por el amor de Dios" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz del 1 de enero de 2006, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de diciembre de 2005, p. 3), en el que las personas y los pueblos pueden desarrollarse íntegramente y ver reconocidos sus derechos fundamentales (cf. ib., n. 4).

207 El magisterio de la Iglesia sobre el tema de la paz constituye un aspecto esencial de su doctrina social y, partiendo de raíces antiquísimas, se fue desarrollando en el último siglo en una especie de "crescendo" que culminó en la constitución pastoral Gaudium et spes, en las encíclicas del beato Juan XXIII y de los siervos de Dios Pablo VI y Juan Pablo II, así como en sus intervenciones en la ONU y en los Mensajes para las Jornadas mundiales de la paz.

Este insistente llamamiento a la paz ha influido en la cultura occidental promoviendo el ideal de que las fuerzas armadas están "al servicio exclusivo de la defensa de la seguridad y de la libertad de los pueblos" (Discurso al III Congreso de los Ordinarios militares, 11 de marzo de 1994, n. 4).
Por desgracia, a veces otros intereses -económicos y políticos-, fomentados por las tensiones internacionales, hacen que esta tendencia constructiva encuentre obstáculos y sufra retrasos, como lo manifiestan también las dificultades que afrontan los procesos de desarme. Desde dentro del mundo militar, la Iglesia seguirá ofreciendo su servicio a la formación de las conciencias, con la certeza de que la palabra de Dios, generosamente sembrada y valientemente acompañada por el servicio de la caridad y de la verdad, produce fruto a su tiempo.

Queridos y venerados hermanos, para ofrecer a las personas una adecuada atención pastoral y para cumplir la misión evangelizadora, los Ordinariatos militares necesitan presbíteros y diáconos motivados y formados, así como laicos que colaboren activa y responsablemente con los pastores.
Por tanto, me uno a vosotros en la oración al Dueño de la mies, a fin de que mande obreros a esta mies, en la que vosotros ya trabajáis con admirable celo.

Que los brillantes ejemplos de tantos capellanes militares, como el beato don Secondo Pollo, que han realizado su servicio con heroica entrega a Dios y a los hermanos, estimulen a los jóvenes a poner toda su vida al servicio del reino de Dios, reino de amor, de justicia y de paz.

Que vele siempre sobre vuestro ministerio la Virgen María y os acompañe mi bendición, que os imparto de corazón a todos vosotros y a vuestras respectivas comunidades eclesiales.




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