Discursos 2006 207

A LOS PARTICIPANTES EN LA REUNIÓN DE LAS COMUNIONES CRISTIANAS MUNDIALES

Viernes 27 de octubre de 2006



Queridos amigos:

"A vosotros gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo" (Rm 1,7). Con estas palabras, el apóstol san Pablo saludó a la primitiva comunidad cristiana de Roma, y con esta misma oración os doy hoy la bienvenida a la ciudad en la que san Pedro y san Pablo desempeñaron su ministerio y derramaron su sangre por Cristo.

Durante decenios, la Conferencia de secretarios de las Comuniones cristianas mundiales ha sido un foro para establecer contactos fructuosos entre las diversas comunidades eclesiales. Esto ha permitido a sus representantes construir la confianza recíproca necesaria para poner la riqueza de las diferentes tradiciones cristianas al servicio de nuestra llamada común al seguimiento de Cristo.

208 Me alegra encontrarme hoy con todos vosotros y alentaros en vuestro trabajo. Cada paso hacia la unidad cristiana contribuye a proclamar el Evangelio, y es posible por la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que oró para que sus discípulos fueran uno "para que el mundo crea" (Jn 17,21).

Para todos nosotros resulta evidente que el mundo actual necesita una nueva evangelización, que los cristianos deben dar razón de la esperanza que hay en ellos (cf. 1P 3,15). Sin embargo, lamentablemente los que profesamos que Jesucristo es el Señor estamos divididos y no siempre podemos dar un testimonio común coherente. Todos tenemos una gran responsabilidad en este sentido.

Desde esta perspectiva, me agrada ver que el tema de vuestra reunión, "Diversas maneras de ver la unidad cristiana" se centra en una cuestión ecuménica fundamental. Los diálogos teológicos entablados por muchas Comuniones cristianas mundiales se han caracterizado por el compromiso de superar lo que divide, buscando la unidad en Cristo que queremos alcanzar. Por muy difícil que sea el camino, no debemos perder de vista el objetivo final: la plena comunión visible en Cristo y en la Iglesia.

Podríamos sentir la tentación del desaliento cuando el progreso es lento, pero lo que está en juego es demasiado como para volver atrás. Por el contrario, hay buenas razones para avanzar, como mi predecesor Juan Pablo II indicó en la encíclica Ut unum sint sobre el compromiso ecuménico de la Iglesia católica, en la que habla de una fraternidad redescubierta y de una mayor solidaridad al servicio de la humanidad (cf. n. UUS 41 ss).

La Conferencia de secretarios de las Comuniones cristianas mundiales sigue afrontando importantes cuestiones sobre su identidad y su papel específico en el movimiento ecuménico. Oremos para que esta reflexión aporte ideas nuevas sobre la perenne cuestión ecuménica de la acogida de los resultados alcanzados (cf. ib., UUS 80 s), y para que esto contribuya a fortalecer el testimonio común tan necesario hoy en día.

El Apóstol nos asegura que "el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza" (Rm 8,26). Aunque todavía quedan muchos obstáculos por superar, creemos firmemente que el Espíritu Santo está siempre presente y nos conduce por la senda recta. Prosigamos nuestro camino con paciencia y determinación, ofreciendo todos nuestros esfuerzos a Dios "por Jesucristo: ¡A él la gloria por los siglos de los siglos!" (Rm 16,27).


A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE IRLANDA EN VISITA "AD LIMINA"

Sábado 28 de octubre de 2006

Queridos hermanos en el episcopado:

Con las palabras de un saludo irlandés tradicional, sed cien mil veces bienvenidos, obispos de Irlanda, con ocasión de vuestra visita ad limina.Ojalá que al venerar las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo os inspiréis en la valentía y en la visión de estos dos grandes santos, que con tanta fidelidad guiaron el camino de la misión de la Iglesia de anunciar a Cristo al mundo. Hoy habéis venido para fortalecer los vínculos de comunión con el Sucesor de Pedro, y de buen grado expreso mi aprecio por las amables palabras que en vuestro nombre me ha dirigido el arzobispo Seán Brady, presidente de vuestra Conferencia episcopal.

El testimonio constante que han dado innumerables generaciones de irlandeses de su fe en Cristo y su fidelidad a la Santa Sede han forjado a Irlanda en el nivel más profundo de su historia y de su cultura. Todos somos conscientes de la contribución excepcional que Irlanda ha dado a la vida de la Iglesia, y de la extraordinaria valentía de sus hijos e hijas misioneros, que han llevado el mensaje evangélico más allá de sus costas. Mientras tanto, la llama de la fe ha seguido ardiendo valientemente en el país, a través de todas las pruebas que ha debido afrontar vuestro pueblo a lo largo de su historia. Con palabras del salmista: "Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades" (Ps 89,2).

El tiempo actual ofrece muchas oportunidades nuevas para dar testimonio de Cristo y plantea nuevos desafíos para la Iglesia en Irlanda. Habéis hablado de las consecuencias que ha tenido para la sociedad el aumento de la prosperidad que se ha producido durante los últimos quince años. Después de siglos de emigración, que implicaba el dolor de la separación para tantas familias, estáis experimentando por primera vez una oleada de inmigración. La tradicional hospitalidad irlandesa encuentra formas nuevas e inesperadas. Como el hombre sabio que saca de sus arcas "lo nuevo y lo viejo" (Mt 13,52), vuestro pueblo debe observar los cambios de la sociedad con discernimiento, y para ello espera vuestra orientación. Ayudadle a reconocer la incapacidad de la cultura secular y materialista de dar satisfacción y alegría auténticas. Sed audaces hablándole de la alegría que implica seguir a Cristo y vivir de acuerdo con sus mandamientos. Recordadle que nuestro corazón ha sido creado para el Señor, y que estará inquieto hasta que descanse en él (cf. san Agustín, Confesiones I, 1).

209 Con mucha frecuencia el testimonio de la Iglesia, que va contracorriente, es mal interpretado, como algo retrasado y negativo en la sociedad actual. Por eso es importante destacar la buena nueva, el mensaje del Evangelio que da vida y la da en abundancia (cf. Jn 10,10). Aunque es necesario denunciar con fuerza los males que nos amenazan, debemos corregir la idea de que el catolicismo no es más que "una serie de prohibiciones".

En este aspecto hace falta una sólida catequesis y una cuidadosa "formación del corazón", y al respecto vosotros, en Irlanda, habéis sido bendecidos con grandes recursos en vuestra red de escuelas católicas y con numerosos profesores religiosos y laicos entregados a esa labor, comprometidos con seriedad en la educación de los jóvenes. Seguid alentándolos en su misión y aseguraos de que sus programas catequísticos se basen en el Catecismo de la Iglesia católica, así como en el nuevo Compendio.Es necesario evitar una presentación superficial de la enseñanza católica, porque sólo la plenitud de la fe puede comunicar la fuerza liberadora del Evangelio.
Vigilando la calidad de los programas de estudio y de los libros de texto utilizados, y proclamando la doctrina de la Iglesia en su integridad, cumplís vuestro deber de "anunciar la Palabra... a tiempo y a destiempo..., con toda paciencia y doctrina" (2Tm 4,2).

En el ejercicio de vuestro ministerio pastoral, durante los últimos años habéis tenido que responder a muchos casos dolorosos de abuso sexual de menores. Son mucho más trágicos cuando el pederasta es un clérigo. Las heridas causadas por estos actos son profundas, y es urgente reconstruir la confianza donde ha sido dañada. En vuestros continuos esfuerzos por afrontar de modo eficaz este problema, es importante establecer la verdad de lo sucedido en el pasado, dar todos los pasos necesarios para evitar que se repita, garantizar que se respeten plenamente los principios de justicia y, sobre todo, curar a las víctimas y a todos los afectados por esos crímenes abominables.

De este modo, la Iglesia en Irlanda se fortalecerá y podrá dar un testimonio más eficaz de la fuerza redentora de la cruz de Cristo. Ruego para que, por la gracia del Espíritu Santo, este tiempo de purificación permita a todo el pueblo de Dios en Irlanda "conservar y llevar a plenitud en su vida la santidad que recibieron" (Lumen gentium LG 40).

La excelente labor y la entrega desinteresada de la gran mayoría de los sacerdotes y los religiosos en Irlanda no deben quedar oscurecidas por las transgresiones de algunos de sus hermanos. Estoy seguro de que la gente lo entiende, y sigue sintiendo afecto y estima por su clero. Animad a vuestros sacerdotes a buscar siempre la renovación espiritual y a redescubrir la alegría de apacentar su grey dentro de la gran familia de la Iglesia. Hubo una época en que Irlanda fue bendecida con tal abundancia de vocaciones sacerdotales y religiosas, que gran parte del mundo pudo beneficiarse de sus trabajos apostólicos. Pero durante los últimos años el número de vocaciones ha disminuido notablemente.

Por consiguiente, urge prestar atención a las palabras del Señor: «La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9,37-38). Me alegra saber que muchas de vuestras diócesis han adoptado la práctica de la oración silenciosa por las vocaciones ante el santísimo Sacramento. Es necesario promoverla encarecidamente. Pero, sobre todo a vosotros, los obispos, y a vuestro clero, os corresponde ofrecer a los jóvenes una imagen positiva y atractiva del sacerdocio ordenado. Nuestra oración por las vocaciones se debe "transformar en acción, a fin de que de nuestro corazón brote luego la chispa de la alegría en Dios, de la alegría por el Evangelio, y suscite en otros corazones la disponibilidad a dar su "sí"» (Homilía durante la celebración de la Palabra con los sacerdotes y diáconos permanentes, en Freising, 14 de septiembre de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de septiembre de 2006, p. 16).

Aunque en algunos ambientes se considera pasado de moda el compromiso cristiano, los jóvenes de Irlanda tienen verdadera hambre espiritual y un generoso deseo de servir a los demás. La vocación al sacerdocio o a la vida religiosa ofrece la oportunidad de responder a este deseo de un modo que implica profunda alegría y realización personal.

Permitidme añadir una observación que llevo en mi corazón. Durante muchos años los representantes cristianos de todas las denominaciones, los líderes políticos y numerosos hombres y mujeres de buena voluntad se han comprometido en la búsqueda de medios a fin de garantizar un futuro más prometedor para Irlanda del Norte. Aunque el camino sea arduo, en los últimos tiempos se han logrado muchos progresos. Ruego para que los esfuerzos de las personas implicadas lleven a la creación de una sociedad marcada por el espíritu de reconciliación, el respeto mutuo y la cooperación para el bien común de todos.

Al disponeros a volver a vuestras diócesis, encomiendo vuestro ministerio apostólico a la intercesión de todos los santos de Irlanda, y os aseguro mi profundo afecto y mi oración constante por vosotros y por todo el pueblo irlandés.

Que Nuestra Señora de Knock vele sobre vosotros y os proteja siempre. A todos vosotros, y a los sacerdotes, los religiosos y los fieles laicos de vuestra amada isla imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de paz y alegría en el Señor Jesucristo.


A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE GRECIA EN VISITA "AD LIMINA"

210

Lunes 30 de octubre de 2006



Venerados hermanos en el episcopado:

Al venir vosotros de una tierra muy amada por el Apóstol de los gentiles, me es grato saludaros con sus mismas palabras: "Doy gracias a Dios sin cesar por vosotros, a causa de la gracia de Dios que os ha sido otorgada en Cristo Jesús, pues en él habéis sido enriquecidos en todo" (1Co 1,4-5). Me alegra acogeros como Sucesor de Pedro, el Apóstol al que Cristo encomendó de modo particular la responsabilidad de promover la unidad de la Iglesia, Esposa por la cual derramó su sangre en la cruz. La visita ad limina que estáis realizando constituye un deber de particular relieve en el fortalecimiento de la comunión que, por gracia de Dios, existe entre nosotros. Es un don de Dios del que somos conscientes y del que nos proponemos ser custodios celosos.

En los encuentros que he tenido con cada uno de vosotros he podido percibir la preocupación común por la rápida transformación de la configuración de vuestras comunidades. Los acontecimientos políticos y sociales que se han producido en el área donde se encuentran las Iglesias que se os han encomendado han creado problemas pastorales que requieren soluciones tempestivas. En particular, el notable flujo de católicos que llegan de las naciones limítrofes os plantea a vosotros y a vuestro clero nuevas exigencias de servicio ministerial al que no es fácil proveer. Por tanto, comprendo vuestras preocupaciones pastorales con respecto a una grey que ha aumentado mucho y es muy variada a causa de la presencia de fieles de diferentes lenguas y ritos.
Pienso que el desarrollo de un diálogo constructivo con los demás Episcopados es muy oportuno precisamente a la luz de la nueva situación. Como fruto de ese diálogo se podrán tomar seguramente decisiones adecuadas tanto para contar con los ministros sagrados necesarios como para obtener los recursos indispensables.

Obviamente, es preciso que se respeten las identidades específicas, pero sin sacrificar por esto la vida y los programas de las Iglesias que Cristo os ha encomendado. Vosotros sois los pastores del pueblo de Dios en tierra griega: no se trata simplemente de un título honorífico, sino de una verdadera responsabilidad con obligaciones precisas.

A este propósito, os exhorto cordialmente a perseverar en vuestros esfuerzos por estimular la pastoral vocacional: es preciso, por una parte, cultivar atentamente los gérmenes de vocación que Dios sigue sembrando en el corazón de los muchachos y las muchachas también en nuestro tiempo; por otra, se deberá invitar a las comunidades cristianas a orar con más intensidad "al Dueño de las mies" a fin de que suscite nuevos ministros y nuevas personas consagradas para la conveniente realización de las diversas tareas requeridas por el Cuerpo místico de Cristo.

En cualquier caso, deseo que, con generosa entrega por parte de todos, también en la actual situación se afronten las necesidades espirituales de los numerosos inmigrantes que han encontrado en vuestro país acogida digna y cordial. Este es el estilo propio de vuestra gente, que desde siempre ha sabido abrirse a un contacto constructivo con los pueblos limítrofes. También gracias a esta prerrogativa innata, sabréis seguramente enfocar del mejor modo posible el diálogo con los demás Episcopados católicos de los diversos ritos, a fin de organizar oficinas pastorales adecuadas para un fructuoso testimonio evangélico en vuestra tierra.

La Providencia os ha puesto en estrecho contacto con nuestros hermanos ortodoxos que, numéricamente, son la mayoría de vuestros compatriotas. Todos tienen un gran deseo de participar juntos en el único altar sobre el cual se ofrece, bajo las especies del Sacramento, el único sacrificio de Cristo. Intensifiquemos la oración para que se apresure el día bendito en el que podamos partir juntos el Pan y beber juntos del mismo Cáliz, en el que está puesto el precio de nuestra salvación.

En este contexto, deseo que se abran siempre mayores perspectivas de un diálogo constructivo entre la Iglesia ortodoxa de Grecia y la Iglesia católica, y que se multipliquen las iniciativas comunes de orden espiritual, cultural y práctico. Además, me es grato dirigir un saludo, expresión de mis mejores deseos, a Su Beatitud el arzobispo Christódulos de Atenas y de toda Grecia, pidiendo al Señor que sostenga su clarividencia y su prudencia en la realización del delicado servicio que le ha encomendado. A través de él quiero saludar con vivo afecto al Santo Sínodo de la Iglesia ortodoxa de Grecia y a todos los fieles a los que amorosamente sirve con dedicación apostólica. Estoy seguro de que vosotros, venerados hermanos, ofreceréis vuestra eficaz colaboración al Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos y a los miembros del Colegio episcopal de la Iglesia ortodoxa de Grecia para favorecer ulteriores progresos por el camino de la anhelada unidad plena.

En las conversaciones que he tenido con vosotros he recogido también vuestros deseos de que el Estado defina el derecho de tener un estatuto jurídico apropiado y reconocido. Sobre la cuestión, como sabéis bien, se está manteniendo un diálogo en el que no es protagonista principal la Sede apostólica. En efecto, se trata de materia interna, a la que sin embargo la Santa Sede está muy atenta, porque desea una solución adecuada de los problemas planteados, no sólo sobre la base de la legislación local vigente y de las directrices europeas, sino también del derecho internacional y de la práctica ya consolidada de relaciones bilaterales cordiales y fructuosas.

211 Además del diálogo, en este campo hace falta perseverancia. No es necesario añadir que la Iglesia católica no busca ningún privilegio; sólo pide que se reconozcan su identidad y su misión, para poder contribuir eficazmente al bienestar integral del noble pueblo griego, del que sois parte integrante. Con paciencia y respeto de los procedimientos legítimos será posible llegar, gracias al compromiso de todos, al deseado acuerdo.

Venerados hermanos, con viva participación he conocido, a través de vosotros los problemas que afrontan numerosas comunidades por los desplazamientos internos de los fieles. Muchos de ellos se encuentran en una situación de dispersión en el territorio, con la consecuencia de graves dificultades en las relaciones con los respectivos pastores. También a la luz de estos fenómenos se revela la gran importancia de la unidad afectiva y efectiva de vosotros, los obispos, mediante una coordinación interna cada vez más eficaz.

El análisis que habéis hecho juntos de los problemas comunes lleva a soluciones compartidas y a un itinerario eclesial en el que cada uno está llamado a dar su aportación a las necesidades del otro, para construir juntos el reino de Dios. En efecto, el ministro de Dios tiene el deber de hacer todo lo posible para que los dones dados por Dios a cada uno contribuyan a la edificación de todos, glorificando así al único Señor.

Queridos hermanos, el Espíritu de Cristo os ha puesto en la Iglesia como pastores y maestros. No temáis las dificultades; más bien, en todas las cosas dad gracias a Dios, cooperando con él en la salvación de las almas. Tened la seguridad de que la Providencia no os abandonará en vuestros esfuerzos.

Al volver a vuestras respectivas sedes, transmitid mi saludo cordial a vuestros sacerdotes, a los religiosos y a todos los fieles, asegurándoles mi ferviente oración y mi constante afecto. A la vez que invoco sobre cada uno la intercesión celestial de María, Reina de los Apóstoles, os imparto a vosotros y a cuantos están encomendados a vuestra solicitud pastoral una especial bendición, prenda de los abundantes consuelos del Señor.


A UN GRUPO DE MIEMBROS DE "PRO PETRI SEDE" Y DE "ETRENNES PONTIFICALES"

Lunes 30 de octubre de 2006



Queridos amigos:

Os acojo con alegría. Habéis venido a Roma para manifestar, de modo especial en este momento, vuestra adhesión a la Sede apostólica.

El sentido de la comunión eclesial que tenéis se expresa todos los años con un gesto generoso de solidaridad, destinado a socorrer a nuestros hermanos más necesitados. Ya en tiempos de los Apóstoles, los miembros de la comunidad cristiana primitiva "lo tenían todo en común" (Ac 2,44-45), y san Pablo se preocupaba de organizar en todas las comunidades que fundaba el servicio de la colecta en favor de las demás Iglesias (cf. 1Co 16,1).

Como recordé en la encíclica Deus caritas est, "para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia" (). Y añadí: "La Iglesia es la familia de Dios en el mundo. En esta familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario" (ib.).

Ya conocéis las inmensas necesidades de la solidaridad, para que se respete la dignidad fundamental de nuestros hermanos, para que tengan alimentos y reciban alojamiento y educación. Cada año respondéis generosamente entregando al Papa el fruto de vuestra colecta.

212 Os expreso mi profundo agradecimiento por vuestra generosidad, en nombre de todas las comunidades cristianas a las que vuestros donativos ayudarán, para que estén siempre al servicio de la misión, anunciando la Palabra de vida, ofreciendo los sacramentos de la salvación y poniendo en práctica la caridad de Cristo.

A la vez que os encomiendo a vosotros y a vuestras familias a la intercesión solícita y maternal de la madre de Dios, Nuestra Señora del Rosario, os imparto de corazón una particular bendición apostólica, que extiendo a todos los miembros de vuestras dos asociaciones y a sus familiares.



Noviembre de 2006


DURANTE SU VISITA A LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD GREGORIANA DE ROMA

Viernes 3 de noviembre de 2006



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos profesores y queridos estudiantes:

Me alegra encontrarme hoy con vosotros. Os saludo en primer lugar precisamente a vosotros, los estudiantes, que veo en gran número en este elegante y austero patio porticado, pero sé que también en varias aulas hay muchos que están en contacto con nosotros a través de pantallas y altavoces. Queridos jóvenes, os agradezco los sentimientos expresados por vuestro representante y por vosotros mismos. En cierto sentido, la Universidad es propiamente vuestra. Desde el lejano 1551, cuando san Ignacio de Loyola la fundó, existe para vosotros, para los estudiantes. Todas las energías gastadas por vuestros profesores y docentes en la enseñanza y en la investigación son por vosotros. Por vosotros son las preocupaciones y los esfuerzos diarios del rector magnífico, de los vicerrectores, de los decanos y de los directores. Vosotros sois conscientes de ello y estoy seguro de que también os sentís agradecidos.

Saludo en especial al cardenal Zenon Grocholewski. Como prefecto de la Congregación para la educación católica, es el gran canciller de esta universidad y representa en ella al Romano Pontífice (cf. Statuta Universitatis, art. 6, 2). Precisamente por eso, mi predecesor Pío XI, de venerada memoria, declaró la Universidad Gregoriana "plenissimo iure ac nomine" pontificia (cf. carta apostólica Gregorianam studiorum, en AAS 24 [1932] 268).

La historia misma del Colegio Romano y de la Universidad Gregoriana, su heredera, como recordaba el padre rector en las palabras que me ha dirigido, es el fundamento de este estatuto totalmente particular. Saludo al reverendo padre Peter-Hans Kolvenbach, s.j., que, como prepósito general de la Compañía de Jesús, es el vice gran canciller de la Universidad y el responsable más inmediato de esta obra, que no dudo en calificar como uno de los grandes servicios que la Compañía de Jesús presta a la Iglesia universal.

Saludo a los bienhechores aquí presentes. El Freundeskreis der Gregoriana de Alemania, la Gregorian University Foundation de Nueva York, la Fundación La Gregoriana de Roma, y otros grupos de bienhechores. Queridos hermanos, os agradezco lo que hacéis con generosidad para sostener esta obra que la Santa Sede ha encomendado y sigue encomendando a la Compañía de Jesús. Saludo a los padres jesuitas que aquí desempeñan su actividad de enseñanza con laudable espíritu de abnegación y austeridad de vida.

213 Dirijo mi saludo a los demás profesores y lo extiendo también a los padres y hermanos del Pontificio Instituto Bíblico y del Pontificio Instituto Oriental, que, juntamente con la Gregoriana, forman un consortium académico (cf. Pío XI, motu proprio Quod maxime, 30 de septiembre de 1928) prestigioso, no sólo por lo que atañe a la enseñanza, sino también al patrimonio de libros de las tres bibliotecas, que poseen fondos especializados incomparables.

Saludo, por último al personal no docente de la Universidad, que ha querido expresar también sus sentimientos a través del secretario general, al que doy las gracias. El personal no docente presta diariamente un servicio oculto, pero muy importante para la misión que la Gregoriana está llamada a realizar por mandato de la Santa Sede. A cada uno de ellos va mi cordial aliento.

Con alegría me encuentro en este patio porticado, que he cruzado en varias ocasiones. Recuerdo en especial la defensa de la tesis del padre Lohfink durante el Concilio, en presencia de muchos cardenales y también de pobres peritos como yo. Quiero recordar en particular el tiempo en que, siendo profesor ordinario de dogmática e historia del dogma en la Universidad de Ratisbona, fui invitado en 1972 por el rector de entonces, p. Hervé Carrier, s.j., a dirigir un curso a los estudiantes del segundo ciclo de especialización en teología dogmática. Dirigí un curso sobre la santísima Eucaristía.

Con la familiaridad de entonces, os digo a vosotros, queridos profesores y estudiantes, que el compromiso del estudio y de la enseñanza, para que tenga sentido en relación con el reino de Dios, debe estar sostenido por las virtudes teologales. En efecto, el objeto inmediato de la ciencia teológica, en sus diversas especificaciones, es Dios mismo, que se reveló en Jesucristo, Dios con rostro humano. También cuando el objeto inmediato es el pueblo de Dios en su dimensión visible e histórica, como en el derecho canónico y en la historia de la Iglesia, el análisis profundo de la materia vuelve a impulsar a la contemplación, en la fe, del misterio de Cristo resucitado. Es él quien, presente en su Iglesia, la conduce entre los acontecimientos del tiempo hacia la plenitud escatológica, una meta hacia la que caminamos sostenidos por la esperanza.

Sin embargo, no basta conocer a Dios para poder encontrarlo realmente; también hay que amarlo. El conocimiento se debe transformar en amor. El estudio de la teología, del derecho canónico y de la historia de la Iglesia no es sólo conocimiento de las proposiciones de la fe en su formulación histórica y en su aplicación práctica; también es siempre inteligencia de las mismas en la fe, en la esperanza y en la caridad. Sólo el Espíritu escruta las profundidades de Dios (cf.
1Co 2,10); por tanto, sólo escuchando al Espíritu se puede escrutar la profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios (cf. Rm 11,33).

Al Espíritu se le escucha en la oración, cuando el corazón se abre a la contemplación del misterio de Dios, que se nos reveló en el Hijo Jesucristo, imagen del Dios invisible (cf. Col 1,15), constituido Cabeza de la Iglesia y Señor de todas las cosas (cf. Ep 1,10 Col 1,18).

La Universidad Gregoriana, desde sus orígenes con el Colegio Romano, se ha distinguido por el estudio de la filosofía y de la teología. Sería demasiado largo enumerar los nombres de los insignes filósofos y teólogos que se han sucedido en las cátedras de este centro académico; a ellos deberíamos añadir también los de famosos canonistas e historiadores de la Iglesia, que han gastado sus energías dentro de estas prestigiosas paredes.

Todos han contribuido en gran medida al progreso de las ciencias que han cultivado; por tanto, han prestado un valioso servicio a la Sede apostólica en el cumplimiento de su función doctrinal, disciplinar y pastoral. Con la evolución de los tiempos cambian necesariamente las perspectivas. Hoy no se puede por menos de tener en cuenta la confrontación con la cultura secular, que en muchas partes del mundo no sólo tiende cada vez más a negar todo signo de la presencia de Dios en la vida de la sociedad y de cada persona, sino que también, con varios medios, que desorientan y ofuscan la recta conciencia del hombre, quiere minar su capacidad de ponerse a la escucha de Dios.

No se puede prescindir tampoco de la relación con las demás religiones, la cual sólo resulta constructiva si evita toda ambigüedad que de algún modo debilite el contenido esencial de la fe cristiana en Cristo único Salvador de todos los hombres (cf. Ac 4,12) y en la Iglesia, sacramento necesario de salvación para toda la humanidad (cf. declaración Dominus Iesus, nn. 13-15; 20-22: AAS 92 [2000] 742-765).

En este momento no puedo olvidar las demás ciencias humanas que se cultivan en esta insigne universidad, siguiendo la gloriosa tradición académica del Colegio Romano. De todos es conocido el gran prestigio que logró el Colegio Romano en el campo de las matemáticas, la física y la astronomía. Basta recordar que el calendario llamado "Gregoriano", porque fue impulsado por mi predecesor Gregorio XIII, y que actualmente se usa en todo el mundo, fue elaborado en 1582 por el padre Cristóforo Clavio, profesor del Colegio Romano. Basta recordar también al padre Matteo Ricci, que llevó hasta la lejana China no sólo su testimonio de fe, sino también el saber adquirido como discípulo del padre Clavio.

Hoy estas materias ya no se cultivan en la Gregoriana, pero se han introducido otras ciencias humanas, como la psicología, las ciencias sociales y la comunicación social. Con ellas se quiere comprender cada vez más profundamente al hombre, tanto en su dimensión personal profunda, como en su dimensión externa de constructor de la sociedad, en la justicia y en la paz, y de comunicador de la verdad. Precisamente porque esas ciencias atañen al hombre, no pueden prescindir de la referencia a Dios, dado que al hombre no se lo puede entender plenamente, tanto en su interioridad como en su exterioridad, si no se lo reconoce abierto a la trascendencia.

214 Sin su referencia a Dios, el hombre no puede responder a los interrogantes fundamentales que agitan y agitarán siempre su corazón con respecto al fin y, por tanto, al sentido de su existencia. En consecuencia, tampoco es posible comunicar a la sociedad los valores éticos indispensables para garantizar una convivencia digna del hombre. El destino del hombre sin su referencia a Dios no puede menos de ser la desolación de la angustia que lleva a la desesperación. Sólo refiriéndose al Dios-Amor, que se reveló en Jesucristo, el hombre puede encontrar el sentido de su existencia y vivir en la esperanza, a pesar de experimentar los males que afligen su existencia personal y la sociedad en la que vive.

La esperanza hace que el hombre no se cierre en un nihilismo paralizador y estéril, sino que se abra al compromiso generoso en la sociedad en la que vive, para poder mejorarla. Es la tarea que Dios encomendó al hombre al crearlo a su imagen y semejanza, una tarea que confiere al hombre la mayor dignidad, pero también una inmensa responsabilidad.

Desde esta perspectiva, vosotros, profesores y docentes de la Gregoriana, estáis llamados a formar a los estudiantes que la Iglesia os encomienda. La formación integral de los jóvenes es uno de los apostolados tradicionales de la Compañía de Jesús desde sus orígenes; por eso el Colegio Romano desde el inicio ha llevado a cabo esta misión.

El hecho de haber encomendado a la Compañía de Jesús, en Roma cerca de la Sede apostólica, el Colegio alemán, el Seminario romano, el Colegio húngaro, unido al alemán, el Colegio inglés, el Colegio griego, el Colegio escocés y el Colegio irlandés, tenía como finalidad asegurar una formación del clero de esas naciones donde se hallaba rota la unidad de la fe y la comunión con la Sede apostólica. Esos colegios siguen enviando sus alumnos, casi exclusivamente o en buen número, a la Universidad Gregoriana, para continuar esa misión originaria.

A lo largo de la historia, a esos colegios mencionados se han sumado muchos otros. Por eso, es mucho más exigente la tarea que debéis realizar, queridos profesores y docentes. En consecuencia, oportunamente, después de una profunda reflexión, habéis redactado una "Declaración de finalidades", esencial para una institución como la vuestra, porque indica sintéticamente su naturaleza y su misión. Sobre esa base estáis llevando a cabo la renovación de los Estatutos de la Universidad y de los Reglamentos generales, así como de los Estatutos y de los Reglamentos de las diversas facultades, institutos y centros.

Eso contribuirá a definir mejor la identidad de la Gregoriana, permitiendo la redacción de programas académicos más adecuados para el cumplimiento de su misión, que es fácil y difícil a la vez. Fácil, porque la identidad y la misión de la Gregoriana están muy claras desde sus primeros orígenes, sobre la base de las indicaciones reafirmadas por tantos Romanos Pontífices, dieciséis de los cuales fueron alumnos de esta universidad. Y difícil, al mismo tiempo, porque supone una fidelidad constante a su historia y a su tradición, para no perder sus raíces históricas y, a la vez, apertura a la realidad actual para responder con espíritu creativo, después de un atento discernimiento, a las necesidades de la Iglesia y del mundo de hoy.

Como universidad eclesiástica pontificia, este centro académico está comprometido a sentire in Ecclesia et cum Ecclesia. Es un compromiso que nace del amor a la Iglesia, nuestra Madre y Esposa de Cristo. Debemos amarla como Cristo mismo la amó, asumiendo en nosotros los sufrimientos del mundo y de la Iglesia para completar en nuestra carne lo que falta a los padecimientos de Cristo (cf.
Col 1,24). Así es como se puede formar a las nuevas generaciones de sacerdotes, religiosos y laicos comprometidos.

En efecto, es preciso preguntarse según qué tipo de sacerdote se quiere formar a los alumnos, según qué tipo de religioso o religiosa, de laico o laica. Ciertamente, vuestro objetivo, queridos profesores y docentes, es formar sacerdotes doctos, pero al mismo tiempo dispuestos a entregar su vida sirviendo, con corazón indiviso, con humildad y austeridad de vida, a todos los que el Señor encomiende a su ministerio.

Así, queréis impartir una formación intelectual sólida a religiosos y religiosas, para que sepan vivir con alegría la consagración que Dios les ha regalado como don y presentarse como signo escatológico de la vida futura a la que todos estamos llamados. Asimismo, queréis preparar laicos y laicas que con competencia sepan realizar servicios y oficios en la Iglesia y, ante todo, ser fermento del reino de Dios en la esfera temporal. Desde esta perspectiva, precisamente este año la Universidad ha iniciado un programa interdisciplinar para formar a los laicos a vivir su vocación específicamente eclesial de compromiso ético en la esfera pública.

Con todo, la formación también es responsabilidad vuestra, queridos estudiantes. El estudio requiere ciertamente ascesis y abnegación constante. Pero precisamente de este modo la persona se forma en el sacrificio y en el sentido del deber. En efecto, lo que aprendéis hoy es lo que comunicaréis el día de mañana, cuando la Iglesia os encomiende el ministerio sagrado u otros servicios y oficios en beneficio de la comunidad. Lo que en toda circunstancia podrá alegrar vuestro corazón será la conciencia de haber cultivado siempre la rectitud de intención, gracias a la cual se tiene la certeza de haber buscado y realizado sólo la voluntad de Dios. Obviamente, todo esto requiere purificación del corazón y discernimiento.

Queridos hijos de san Ignacio, una vez más el Papa os encomienda esta universidad, obra muy importante para la Iglesia universal y para tantas Iglesias particulares. Constituye desde siempre una prioridad entre las prioridades de los apostolados de la Compañía de Jesús. Fue en el ambiente universitario de París donde san Ignacio de Loyola y sus primeros compañeros maduraron el deseo ardiente de ayudar a las almas amando y sirviendo a Dios en todo, para su mayor gloria.
215 Impulsado por la moción interior del Espíritu, san Ignacio vino a Roma, centro de la cristiandad, sede del Sucesor de Pedro, y aquí fundó el Colegio Romano, primera universidad de la Compañía de Jesús. La Universidad Gregoriana es hoy el ambiente universitario en el que se realiza de modo pleno y evidente, aun a distancia de 456 años, el deseo de san Ignacio y de sus primeros compañeros de ayudar a las almas a amar y servir a Dios en todo, para su mayor gloria.

Podría decir que aquí, entre sus muros, se realiza lo que el Papa Julio III, el 21 de julio de 1550, fijó en la "formula Instituti", estableciendo que todo miembro de la Compañía de Jesús está obligado "a militar bajo el estandarte de la cruz por Dios, y a servir sólo al Señor y a la Iglesia, su esposa, bajo el Romano Pontífice" ("sub crucis vexillo Deo militare, et soli Domino ac Ecclesiae Ipsius sponsae, sub Romano Pontifice, Christi in terris Vicario, servire"), comprometiéndose "sobre todo... a la defensa y propagación de la fe, al bien de las almas en la vida y la doctrina cristiana, mediante las predicaciones públicas, las clases y cualquier otro ministerio de la palabra de Dios" ("potissimum... ad fidei defensionem et propagationem, et profectum animarum in vita et doctrina christiana, per publicas praedicationes, lectiones et aliud quodcumque verbi Dei ministerium...": carta apostólica Exposcit debitum, 1).

Este carisma específico de la Compañía de Jesús, expresado institucionalmente en el cuarto voto de disponibilidad total al Romano Pontífice en cualquier cosa que él quiera ordenar "ad profectum animarum et fidei propagationem" (ib., 3), se realiza también en el hecho de que el prepósito general de la Compañía de Jesús llama de todo el mundo a los jesuitas más aptos para desempeñar la misión de profesores en esta universidad.

La Iglesia, consciente de que esto puede implicar el sacrificio de otras obras y servicios, también válidos para los fines que la Compañía se propone alcanzar, le está sinceramente agradecida y desea que la Gregoriana conserve el espíritu ignaciano que la anima, expresado en su método pedagógico y en el enfoque de sus estudios.

Queridos hermanos, con afecto de padre os encomiendo a todos vosotros, que sois los componentes vivos de la Universidad Gregoriana ?profesores y docentes, alumnos, personal no docente, bienhechores y amigos? a la intercesión de san Ignacio de Loyola, de san Roberto Belarmino y de la santísima Virgen María, Reina de la Compañía de Jesús, que en el escudo de la Universidad se indica con el título de Sedes Sapientiae. Con estos sentimientos, imparto a todos la bendición apostólica, prenda de abundantes favores celestiales.



Discursos 2006 207