Discursos 2006 222

AL FINAL DEL ENCUENTRO CON LOS OBISPOS DE SUIZA


Sala del Consistorio

Jueves 9 de noviembre de 2006

En primer lugar, quisiera daros las gracias a todos por este encuentro, que me parece muy importante como ejercicio del afecto colegial, como manifestación de nuestra responsabilidad común por la Iglesia y por el Evangelio en este momento del mundo. Gracias por todo. Siento mucho que a causa de otros compromisos, sobre todo de visitas ad limina ?en estos días toca el turno a los obispos alemanes?, no he podido estar con vosotros. Realmente tenía el deseo de escuchar la voz de los obispos suizos ?pero tal vez tendremos otras ocasiones? y naturalmente de escuchar también el diálogo entre la Curia romana y los obispos suizos: en la Curia romana también habla siempre el Santo Padre por su responsabilidad con respecto a la Iglesia entera.

Así pues, gracias por este encuentro que, a mi parecer, nos ayuda a todos, porque para todos es una experiencia de la unidad de la Iglesia, y también es una experiencia de esperanza que nos acompaña en todas las dificultades que afrontamos.

Quisiera pedir disculpas también por el hecho de que ya el primer día me presenté sin un texto escrito; naturalmente, ya había pensado algunas cosas, pero no encontré el tiempo para escribirlas. Sucede lo mismo en este momento; me presento con esta pobreza, pero tal vez ser pobre en todos los sentidos conviene también a un Papa en este momento de la historia de la Iglesia. En cualquier caso, ahora no puedo pronunciar un gran discurso, como convendría después de un encuentro con estos frutos.

En efecto, confieso que ya había leído la síntesis de vuestras discusiones y ahora la he escuchado con gran atención. Me parece un texto muy ponderado y rico; responde realmente a las preguntas fundamentales que nos ocupan, tanto por lo que se refiere a la unidad de la Iglesia en su conjunto como a las cuestiones específicas de la Iglesia en Suiza. Me parece que realmente traza el camino para los próximos años y demuestra nuestra voluntad común de servir al Señor.

Se trata de un texto muy rico. Al leerlo pensé: en cierto sentido, sería absurdo que yo volviera a hablar sobre estos temas, de los que se ha discutido durante tres días con profundidad e intensidad. Veo en ese texto el resultado condensado y rico del trabajo realizado; añadir algo más sobre los diversos puntos me parece muy difícil, entre otras razones porque conozco el resultado del trabajo, pero no he escuchado a los que han intervenido en las discusiones. Por eso pensé que, esta tarde, al concluir, tal vez convenía volver una vez más sobre los grandes temas que nos ocupan y que son, en definitiva, el fundamento de todos los pequeños detalles, aunque, como es obvio, cada detalle es importante.

En la Iglesia la institución no es sólo una estructura exterior, mientras que el Evangelio sería puramente espiritual. En realidad, el Evangelio y la institución son inseparables, porque el Evangelio tiene un cuerpo y el Señor tiene un cuerpo también en nuestro tiempo. Por eso, las cuestiones que a primera vista parecen sólo institucionales, en realidad son cuestiones teológicas, y cuestiones centrales porque en ellas se trata de la realización y concreción del Evangelio en nuestro tiempo.

Por tanto, ahora conviene reafirmar una vez más las grandes perspectivas dentro de las cuales se mueve toda nuestra reflexión. Con la indulgencia y la generosidad de los miembros de la Curia romana, me permito volver a hablar en alemán, porque tenemos unos traductores magníficos, y de otro modo quedarían inactivos. He pensado en dos temas específicos, de los que ya he hablado y que ahora quisiera profundizar un poco más.

223 Ante todo, tenemos el tema de "Dios". Me han venido a la mente las palabras de san Ignacio: "El cristianismo no es obra de persuasión, sino de grandeza" (Carta a los Romanos, III, 3). No deberíamos permitir que nuestra fe se disuelva en demasiadas discusiones sobre múltiples detalles poco importantes; al contrario, debemos tener siempre ante los ojos en primer lugar su grandeza.

Recuerdo que cuando iba yo a Alemania, en las décadas de 1980 y 1990, me pedían entrevistas y siempre me daban por anticipado las preguntas. Se trataba de la ordenación de mujeres, de la anticoncepción, del aborto y de otros problemas como estos, que vuelven continuamente a la actualidad. Si nos dejamos arrastrar por estas discusiones, entonces se identifica a la Iglesia con algunos mandamientos o prohibiciones, y a nosotros se nos tacha de moralistas con algunas convicciones pasadas de moda, y la verdadera grandeza de la fe no se aprecia para nada. Por eso, creo que es fundamental poner de relieve continuamente la grandeza de nuestra fe, un compromiso del que no debemos permitir que nos aparten esas situaciones.

A este respecto, quisiera seguir completando ahora nuestras reflexiones del martes pasado, insistiendo una vez más en que es importante sobre todo cuidar la relación personal con Dios, con el Dios que se nos manifestó en Cristo. San Agustín subrayó en repetidas ocasiones los dos aspectos del concepto cristiano de Dios: Dios es Logos y Dios es Amor, hasta el punto de que se hizo totalmente pequeño, asumiendo un cuerpo humano y al final se entregó como pan en nuestras manos.

Estos dos aspectos del concepto cristiano de Dios deberíamos tenerlos siempre presentes y hacerlos presentes. Dios es Espíritu creador, es Logos, es razón. Por esto, nuestra fe es algo que tiene que ver con la razón; se puede transmitir mediante la razón, y no tiene que esconderse ante la razón, ni siquiera ante la de nuestro tiempo.

Pero precisamente esta razón eterna e inconmensurable no es sólo una matemática del universo y mucho menos una primera causa que, después de haber provocado el Big bang, se retiró. Al contrario, esta razón tiene un corazón, que le impulsó a renunciar a su inmensidad, haciéndose carne. Y sólo en eso radica, a mi entender, la última y verdadera grandeza de nuestra concepción de Dios. Sabemos que Dios no es una hipótesis filosófica; no es algo que tal vez existe; sino que nosotros lo conocemos y él nos conoce a nosotros. Y podemos conocerlo cada vez mejor si permanecemos en diálogo con él.

Por eso, la pastoral tiene como misión fundamental enseñar a orar y aprenderlo personalmente cada vez más. Hoy existen escuelas de oración, grupos de oración; se ve que la gente la desea. Muchos buscan la meditación en alguna otra parte, porque piensan que en el cristianismo no pueden encontrar la dimensión espiritual. Nosotros debemos mostrarles de nuevo que esta dimensión espiritual no sólo existe, sino que además es la fuente de todo.

Con este fin debemos multiplicar esas escuelas de oración, donde se enseñe a orar juntos, donde se pueda aprender la oración personal en todas sus dimensiones: como escucha silenciosa de Dios, como escucha que penetra en su Palabra, que penetra en su silencio, que sondea su acción en la historia y en mi persona; comprender también su lenguaje en mi vida y luego aprender a responder orando con las grandes plegarias de los Salmos del Antiguo y del Nuevo Testamento.

Las palabras para dirigirnos a Dios no las tenemos por nosotros mismos, sino que nos han sido concedidas: el Espíritu Santo mismo ya ha formulado palabras de oración para nosotros; podemos penetrar en ellas, orar con ellas, aprendiendo así también la oración personal, aprendiendo cada vez más "a Dios" para tener certeza de él, aunque calle; para alegrarnos en Dios.

Este íntimo estar con Dios y, por tanto, la experiencia de la presencia de Dios es lo que nos permite experimentar continuamente, por decirlo así, la grandeza del cristianismo, y luego nos ayuda también a atravesar todos los pequeños detalles en los cuales, ciertamente, debemos vivirlo y realizarlo día a día, sufriendo y amando, en la alegría y en la tristeza.

Desde esta perspectiva, a mi entender, se ve el significado de la liturgia también precisamente como escuela de oración, en la que el Señor mismo nos enseña a orar, en la que oramos con la Iglesia, tanto en la celebración sencilla y humilde con unos cuantos fieles, como también en la fiesta de la fe. Ahora, en las diversas conversaciones, he vuelto a comprobar precisamente cuán importante es para los fieles, por una parte, el silencio en el contacto con Dios y, por otra, la fiesta de la fe; cuán importante es poder vivir la fiesta.

También el mundo tiene sus fiestas. Nietzsche llegó a decir: sólo podemos hacer fiesta si Dios no existe. Pero eso es absurdo: sólo puede haber una verdadera fiesta si Dios existe y nos toca. Y sabemos que estas fiestas de la fe abren de par en par el corazón de la gente y producen impresiones que ayudan con vistas al futuro. En mis visitas pastorales a Alemania, Polonia y España he comprobado nuevamente que allí la fe se vive como una fiesta y que acompaña luego a las personas y las guía.

224 En este contexto quisiera mencionar otro hecho que me ha causado una impresión muy profunda. En la última obra de santo Tomás de Aquino, inconclusa, el Compendium theologiae, que quería estructurar sencillamente según las tres virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, el gran doctor comenzó el capítulo de la esperanza, y lo desarrolló parcialmente. Allí, por decirlo así, identifica la esperanza con la oración: el capítulo sobre la esperanza es, al mismo tiempo, el capítulo sobre la oración. La oración es esperanza en acto. De hecho, en la oración se desvela la verdadera razón por la cual es posible esperar. Nosotros podemos entrar en contacto con el Señor del mundo; él nos escucha y nosotros podemos escucharlo a él. A esto aludía san Ignacio; y es lo que yo quería recordaros una vez más: "El cristianismo no es obra de persuasión, sino de grandeza" ?Ou peismones to ergon, alla megethous estin ho Christianismos? (Carta a los Romanos, III, 3).
Lo realmente grande en el cristianismo es este poder entrar en contacto con Dios, lo cual no dispensa de las cosas pequeñas y diarias, pero tampoco debe quedar ocultado por ellas.

La segunda reflexión que me ha venido a la mente durante estos días atañe a la moral. Escucho a menudo decir que hoy la gente tiene nostalgia de Dios, de espiritualidad, de religión, y que se comienza a ver de nuevo a la Iglesia como posible interlocutora, que puede dar una contribución a este respecto (ha habido un período de tiempo en que esto, en el fondo, sólo se buscaba en las otras religiones). Cada vez se toma mayor conciencia de que la Iglesia es una gran portadora de experiencia espiritual; es como un árbol, en el que pueden anidar las aves, aunque luego quieran de nuevo volar lejos, pero precisamente es el lugar donde pueden descansar durante cierto tiempo.

En cambio lo que resulta muy difícil a la gente es la moral que la Iglesia proclama. Sobre esto he reflexionado ?de hecho, ya reflexiono sobre ello desde hace mucho tiempo? y veo cada vez con mayor claridad que, en nuestra época, en cierto sentido, la moral se ha dividido en dos partes. No es que la sociedad moderna sencillamente no tenga moral, sino que, por decirlo así, ha "descubierto" y reivindica otra parte de la moral que tal vez no se ha propuesto suficientemente en el anuncio de la Iglesia en los últimos decenios, y también más. Son los grandes temas de la paz, la no violencia, la justicia para todos, la solicitud por los pobres y el respeto de la creación.

Esto ha llegado a ser un conjunto ético que, precisamente como fuerza política, tiene gran poder y constituye para muchos la sustitución o la sucesión de la religión. En lugar de la religión, a la que se ve como metafísica y algo del más allá ?tal vez incluso como algo individualista? entran los grandes temas morales como lo esencial que luego confiere al hombre dignidad y lo compromete.

Esto es un aspecto; es decir, esta moralidad existe y fascina también a los jóvenes, que se comprometen en favor de la paz, de la no violencia, de la justicia, de los pobres y de la creación. Y realmente son grandes temas morales, que por lo demás pertenecen también a la tradición de la Iglesia. Los medios que se proponen para su solución, a menudo son muy unilaterales y no siempre son aceptables, pero ahora no debemos detenernos en esto. Los grandes temas están presentes.

La otra parte de la moral, que con frecuencia en la política se percibe de modo muy controvertido, atañe a la vida. De esta moral forma parte el compromiso en favor de la vida, desde la concepción hasta la muerte, es decir, su defensa contra el aborto, contra la eutanasia, contra la manipulación y contra la auto-legitimación del hombre a disponer de la vida.

A menudo se trata de justificar estas intervenciones con finalidades aparentemente grandes: para utilidad de las generaciones futuras. Así se presenta también como algo moral incluso el apropiarse de la vida misma del hombre y manipularla. Pero, por otra parte, también existe la conciencia de que la vida humana es un don que exige nuestro respeto y nuestro amor desde el primer instante hasta el último, incluso cuando se trata de personas que sufren, discapacitadas o débiles.

En este contexto se presenta también la moral del matrimonio y de la familia. El matrimonio, por decirlo así, está cada vez más marginado. Conocemos el ejemplo de algunos países, donde se han realizado modificaciones de la ley, según las cuales el matrimonio ahora ya no se define como unión entre un hombre y una mujer, sino como unión entre personas. De este modo, como es obvio, se destruye la idea de fondo, y la sociedad, desde sus raíces, se transforma en algo totalmente diverso.

La conciencia de que la sexualidad, el eros y el matrimonio como unión entre hombre y mujer van juntos ?"los dos serán una sola carne" dice el Génesis?, se debilita cada vez más; todo tipo de unión parece totalmente normal. Todo ello se presenta como una especie de moralidad de la no-discriminación y como un modo de libertad que se debe al hombre.

Así, como es obvio, la indisolubilidad del matrimonio se convierte en una idea casi utópica, que precisamente también desmienten en la práctica muchas personas de la vida pública. De este modo también la familia se desintegra progresivamente. Desde luego, para el problema de la disminución impresionante del índice de natalidad se dan múltiples explicaciones, pero con toda seguridad también desempeña un papel decisivo el hecho de que se quiere tener la vida para sí mismos, de que se confía poco en el futuro y de que precisamente se considera que ya no es realizable la familia como comunidad duradera, en la que puede crecer la generación futura.

225 Por consiguiente, en estos ámbitos nuestro anuncio choca contra una conciencia contraria de la sociedad, por decirlo así, con una especie de anti-moralidad, que se apoya en una concepción de la libertad vista como facultad de elegir autónomamente, sin directrices prefijadas, como no-determinación, por tanto como aprobación de todo tipo de posibilidades, presentándose así de modo autónomo como éticamente correcto.

Pero la otra conciencia no ha desaparecido. Existe, y yo creo que debemos esforzarnos por volver a unir estas dos partes de la moralidad y poner de relieve que están inseparablemente unidas entre sí. Sólo si se respeta la vida humana desde la concepción hasta la muerte es posible y creíble también la ética de la paz; sólo entonces la no violencia puede expresarse en todas las direccione; sólo entonces respetamos verdaderamente la creación; y sólo entonces se puede llegar a la verdadera justicia.

Creo que en este aspecto tenemos una gran tarea por delante: por una parte, no presentar el cristianismo como un simple moralismo, sino como un don en el que se nos ha dado el amor que nos sostiene y nos proporciona la fuerza necesaria para saber "perder la propia vida"; y, por otra, en este contexto de amor donado, progresar también hacia las realizaciones concretas, las cuales siempre tienen como fundamento el decálogo, que con Cristo y con la Iglesia debemos leer en este tiempo de modo progresivo y nuevo.

Así pues, estos eran los temas que a mi parecer debía y podía añadir. Os agradezco vuestra indulgencia y vuestra paciencia. Esperamos que el Señor nos ayude a todos en nuestro camino.


AL PRIMER GRUPO DE OBISPOS DE ALEMANIA


EN VISITA "AD LIMINA"

Sala del Consistorio

Viernes 10 de noviembre de 2006



Señores cardenales;
queridos hermanos en el episcopado:

¡Bienvenidos a la casa del Sucesor de Pedro! Con la alegría de la fe, cuyo anuncio es nuestro servicio común de pastores, os doy la bienvenida a este encuentro con el primer grupo de obispos alemanes, con ocasión de la visita ad limina. Después de mis visitas a Alemania para la Jornada mundial de la juventud en 2005 y, más recientemente, en septiembre, visitas durante las cuales pude encontrarme, al menos brevemente, con muchos de vosotros, me alegra acogeros aquí para repasar juntos la situación de la Iglesia en nuestro país.

Desde luego, no es necesario que lo diga expresamente: me importan mucho los católicos de las diócesis alemanas y, en general, todos los cristianos de nuestro país. Ruego todos los días para que Dios bendiga al pueblo alemán y a todas las personas que viven en nuestra patria. Ojalá que el gran amor de Dios toque y transforme el corazón de todos. Me siento agradecido porque, a través del diálogo con cada uno de vosotros, no sólo puedo profundizar nuestra amistad y nuestra relación personal, sino también conocer mejor la situación de vuestras diócesis. En los dos discursos con los que concluimos los encuentros personales quisiera destacar algunos aspectos de la vida eclesial que me interesan particularmente en este momento de nuestra historia.

La República federal de Alemania comparte con todo el mundo occidental una cultura caracterizada por la secularización, en la que Dios desaparece cada vez más de la conciencia pública, en la que el carácter único de la persona de Cristo se oscurece y en la que los valores formados por la tradición de la Iglesia pierden cada vez más su eficacia. Así, también para cada persona la fe resulta cada vez más difícil; los proyectos de vida y el modo de vivir se determinan cada vez más según el gusto personal. Esta es la situación que deben afrontar tanto los pastores de la Iglesia como los fieles. Por tanto, muchos se han dejado arrastrar por el desaliento y la resignación, actitudes que obstaculizan el testimonio del Evangelio liberador y salvífico de Cristo.

226 En el fondo, ¿no se presenta también el cristianismo sólo como una de las muchas propuestas para dar sentido a la vida? Es una pregunta que muchos se formulan. Pero, al mismo tiempo, ante la fragilidad y la breve duración de la mayor parte de dichas propuestas, muchos buscan el mensaje cristiano, preguntando y esperando, y desean que les demos respuestas convincentes.

La Iglesia en Alemania debe considerar la situación a la que acabo de aludir como un desafío providencial y afrontarla con valentía. Los cristianos no debemos temer la confrontación espiritual con una sociedad que detrás de su ostentada superioridad intelectual esconde la perplejidad ante los interrogantes existenciales últimos. Las respuestas que la Iglesia recibe del Evangelio del Logos que verdaderamente se hizo hombre, se han demostrado válidas con respecto al pensamiento de los últimos dos milenios; tienen un valor perenne.

Fortalecidos por esta certeza, podemos dar cuenta a todos los que nos piden razón de nuestra esperanza (cf.
1P 3,15). Esto vale también para nuestras relaciones con los fieles de las demás religiones, sobre todo con los numerosos musulmanes que viven en Alemania, y a los que tratamos con respeto y benevolencia. Precisamente ellos, que son fieles a sus convicciones y cumplen sus ritos religiosos a menudo con gran seriedad, tienen derecho a recibir nuestro testimonio humilde y firme en favor de Jesucristo. Pero para poderlo dar con fuerza persuasiva, hace falta un compromiso serio. Para ello, en los lugares en los que la población musulmana es numerosa, deberían estar disponibles interlocutores católicos con conocimientos adecuados tanto de la lengua como de la historia de las religiones, que los capaciten para dialogar con los musulmanes. Pero este diálogo presupone ante todo un sólido conocimiento de la propia fe católica.

Con esto hemos tocado otro tema de gran importancia: la enseñanza de la religión, las escuelas católicas y la formación católica de los adultos. Este ámbito exige una nueva y particular atención por parte de los obispos. Ante todo, es necesario cuidar los programas de estudio para la enseñanza de la religión, que deben inspirarse en el Catecismo de la Iglesia católica, para que a lo largo de los estudios se transmita la totalidad de la fe y de las costumbres de la Iglesia. En el pasado, el contenido de la catequesis con frecuencia se ponía en segundo plano con respecto a los métodos didácticos. La presentación integral y comprensible de los contenidos de fe es un aspecto decisivo para la aprobación de los libros de texto destinados a la enseñanza de la religión.

Igualmente importante es también la fidelidad de los profesores a la fe de la Iglesia y su participación en la vida litúrgica y pastoral de las parroquias o de las comunidades eclesiales en cuyo territorio realizan su trabajo. Además, en las escuelas católicas es importante que la introducción a la visión católica del mundo y a la práctica de la fe, así como la formación católica integral de la personalidad, se transmitan de modo convincente no sólo durante la hora de religión, sino también durante toda la jornada escolar, especialmente a través del testimonio personal de los profesores.

La misma importancia hay que dar a las múltiples instituciones y actividades en el ámbito de la formación de los adultos. Aquí es preciso prestar una atención particular a la elección de los temas y de los formadores para que, a causa de cuestiones superficialmente actuales o de problemas marginales, no se descuiden los contenidos centrales de la fe y del enfoque cristiano de la vida.

La transmisión completa y fiel de la fe en la escuela y en la formación de los adultos, a su vez, depende de modo decisivo de la formación de los candidatos al sacerdocio y de los profesores de religión en las facultades teológicas y en las universidades. No se subrayará jamás suficientemente que la fidelidad al depósito de la fe, tal como lo presenta el magisterio de la Iglesia, es el presupuesto por excelencia para una investigación y una enseñanza serias. Esta fidelidad es también una exigencia de honradez intelectual para todo el que realiza una tarea de enseñanza académica por mandato de la Iglesia. Aquí los obispos tienen el deber de dar su nihil obstat como principales responsables sólo después de un esmerado examen. Sólo una facultad teológica que se sienta obligada a respetar este principio estará en condiciones de dar una contribución auténtica al intercambio espiritual dentro de la universidad.

Venerados hermanos, permitidme hablar también de la formación en los seminarios mayores. Al respecto, el concilio Vaticano II, en su decreto Optatam totius, estableció normas importantes que, por desgracia, aún no se han aplicado plenamente. Esto vale en particular para la institución del así llamado curso propedéutico antes del inicio de los estudios propiamente tales. Ese curso no sólo debería transmitir un sólido conocimiento de las lenguas clásicas, que se ha de exigir expresamente para el estudio de la filosofía y de la teología, sino también la familiaridad con el catecismo, con la práctica religiosa, litúrgica y sacramental de la Iglesia.

Ante el creciente número de personas interesadas y de candidatos que ya no han recibido una formación católica tradicional, ese año propedéutico es urgentemente necesario. Además, durante ese año el alumno puede lograr una mayor claridad sobre su vocación al sacerdocio. Por otra parte, las personas responsables de la formación sacerdotal tienen la posibilidad de conocer mejor al candidato, su madurez humana y su vida de fe. En cambio, los así llamados juegos de rol con dinámicas de grupo, los grupos de autoconciencia y otros experimentos psicológicos son menos adecuados para el objetivo y más bien pueden crear confusión e incertidumbre.

En este contexto más amplio, queridos hermanos en el episcopado, deseo recomendaros de modo particular la Universidad católica de Eichstätt-Ingolstadt. Con ella, la Alemania católica dispone de un lugar excelente para una confrontación de alto nivel académico, y a la luz de la fe católica, con las corrientes espirituales y los problemas, y para la formación de una elite espiritual que pueda afrontar los desafíos del presente y del futuro según el espíritu del Evangelio. La consolidación económica de la única Universidad católica de Alemania debería considerarse un compromiso común de todas las diócesis alemanas, puesto que en el futuro los costes de la misma ya no podrán cubrirlos sólo las diócesis bávaras que, sin embargo, siguen teniendo una responsabilidad particular con respecto a esta Universidad.

Por último, quisiera abordar aún un problema tan urgente como cargado de emotividad: la relación entre sacerdotes y laicos en el cumplimiento de la misión de la Iglesia. Descubrimos cada vez más en nuestra cultura secular cuán importante es la colaboración activa de los laicos para la vida de la Iglesia. Deseo dar gracias de corazón a todos los laicos que, en virtud de la fuerza del bautismo, sostienen de modo vivo a la Iglesia. Precisamente porque el testimonio activo de los laicos es tan importante, es igualmente importante que no se confundan los rasgos específicos de las diversas misiones.

227 La homilía durante la santa misa compete al ministerio ordenado. Cuando hay un número suficiente de sacerdotes y de diáconos, les corresponde a ellos la distribución de la sagrada Comunión. Además, se sigue pidiendo que los laicos puedan realizar las funciones de guía pastoral. A este respecto, no podemos discutir las cuestiones relacionadas sólo a la luz de la conveniencia pastoral, puesto que aquí se trata de verdades de la fe, es decir, de la estructura sacramental jerárquica querida por Jesucristo para su Iglesia. Dado que la Iglesia se funda en la voluntad de Cristo, así como la autoridad apostólica se funda en su mandato, no pueden ser alteradas por los hombres.
Sólo el sacramento del Orden autoriza a quien lo recibe a hablar y obrar in persona Christi.
Queridos hermanos, esto es lo que se debe inculcar siempre con gran paciencia y sabiduría, sacando después las debidas consecuencias.

Queridos hermanos en el episcopado, la Iglesia en Alemania tiene profundas raíces espirituales y medios excepcionales para la promoción de la fe y la ayuda a las personas necesitadas tanto en el país como en el extranjero. El número de fieles comprometidos y también la calidad de su trabajo por el bien de la Iglesia y de la sociedad son en verdad notables. Para la realización de la misión de la Iglesia es necesaria también la colaboración, generalmente buena, entre el Estado y la Iglesia, por el bien de todos los alemanes.

Para poder afrontar de modo adecuado los desafíos debidos al permanente proceso de secularización, del que hablamos al inicio, la Iglesia en Alemania debe poner nuevamente de manifiesto sobre todo la fuerza y la belleza de la fe católica: para poder hacerlo, debe crecer en la comunión con Cristo. En esto, la unidad de los obispos, del clero y de los laicos entre sí y también con la Iglesia universal, especialmente con el Sucesor de Pedro, es de fundamental importancia.

Que la poderosa intercesión de María, Virgen y Madre de Dios, a la que en nuestra patria alemana están dedicados muchos santuarios maravillosos, así como la intercesión de san Bonifacio y de todos los santos de nuestro país, os obtengan a vosotros y a todos los fieles la fuerza y la perseverancia para proseguir con valentía y confianza la gran obra de una renovación auténtica de la vida de fe mediante una adhesión fiel a las indicaciones de la Iglesia universal. Os imparto de corazón la bendición apostólica a todos vosotros, en las tareas de vuestro servicio de pastores, así como a todos los fieles de Alemania.


A LA COMUNIDAD DE "VILLA NAZARET" CON OCASIÓN DEL 60 ANIVERSARIO DE SU FUNDACIÓN

Sala Pablo VI

Sábado 11 de noviembre de 2006



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado;
queridos hermanos y hermanas:

228 Me alegra estar hoy en medio de vosotros para celebrar el 60° aniversario del origen de la institución, que nació de la sabia intuición del entonces monseñor Domenico Tardini, sucesivamente guiada por el cardenal Antonio Samoré, y por nuestro cardenal Silvestrini, con la contribución de amigos del mundo de la escuela, de la cultura y del trabajo, así como de bienhechores italianos y americanos.

Os saludo con afecto a todos, estudiantes, ex alumnos, amigos, así como a todas vuestras familias; y os agradezco la cordial acogida. Saludo en particular al cardenal Achille Silvestrini, presidente de la Fundación Sagrada Familia de Nazaret, y le doy las gracias por las palabras con que me ha presentado esta obra educativa y eclesial a la que dedica tanta inteligencia y amor.

Saludo a la vicepresidenta, profesora Angela Groppelli, psicóloga, que desde hace más de cincuenta años se prodiga por Villa Nazaret; al arzobispo Claudio Maria Celli; a los obispos y sacerdotes que han derramado o derraman sobre ella los dones de la vida espiritual; a los miembros del consejo de la Fundación y de la asociación laical "Comunidad Domenico Tardini", con el vicepresidente Pier Silverio Pozzi; y a todos los socios.

Villa Nazaret es una gran realidad, que sigue desarrollándose gracias al compromiso de los estudiantes en período de formación, y luego a la inserción profesional y a las nuevas familias que se van formando. Se trata de una gran familia, a la que deseo saludar con especial afecto paterno.

Villa Nazaret, por la que durante sus sesenta años de vida han pasado varias generaciones de niños y jóvenes, se propone desarrollar la inteligencia de sus alumnos respetando la libertad de la persona, orientada a ver en el servicio a los demás la auténtica expresión del amor cristiano. Villa Nazaret quiere formar a sus jóvenes para tomar decisiones valientes, con una actitud de apertura al diálogo, con referencia a la razón purificada en el crisol de la fe, pues la fe puede ofrecer perspectivas de esperanza a todo proyecto que se interese por el destino del hombre. La fe escruta lo invisible y por eso es amiga de la razón, que se plantea los interrogantes esenciales de los que espera sentido nuestro camino en esta tierra.

A este respecto, nos puede iluminar la pregunta que, según el relato de san Lucas en los Hechos de los Apóstoles, el diácono Felipe hizo al etíope con quien se encontró en el camino de Jerusalén a Gaza: "¿Entiendes lo que vas leyendo?" (
Ac 8,30). El etíope contestó: "¿Cómo lo puedo entender si nadie me hace de guía?" (Ac 8,31). Entonces Felipe le habló de Cristo. Así el etíope descubrió que la respuesta a sus interrogantes era la persona de Cristo, anunciado por el profeta Isaías con palabras veladas. Por consiguiente, es importante que alguien se acerque a quien está en camino y le anuncie "la buena nueva de Jesús", como hizo Felipe.

Esa escena insinúa la "diaconía" que la cultura cristiana puede realizar para ayudar a las personas que buscan a descubrir a Aquel que está oculto en las páginas de la Biblia y en las vicisitudes de la vida de cada uno. Pero no conviene olvidar la afirmación del Señor de que es él mismo quien tiene hambre, tiene sed, es acogido, vestido y visitado en todas las personas necesitadas (cf. Mt 25,31-46). Por tanto, también está "oculto" en esas personas y acontecimientos.

Sé que vosotros, queridos amigos, soléis meditar sobre estos y otros textos semejantes de la Biblia. Se trata de palabras que os acompañan en vuestras jornadas. Uniendo entre sí estas imágenes y estas enseñanzas, podéis comprender claramente cómo la verdad y el amor son inseparables. Ninguna cultura puede sentirse satisfecha de sí misma hasta que no descubra que debe estar atenta a las necesidades reales y profundas del hombre, de todo hombre.

En Villa Nazaret podéis experimentar cómo la palabra de Dios requiere una escucha atenta y un corazón generoso y maduro para vivirla en plenitud. Los contenidos de la revelación de Jesús son concretos y un intelectual cristianamente inspirado debe estar siempre dispuesto a comunicarlos cuando dialoga con los que buscan soluciones capaces de mejorar la existencia y de responder a la inquietud que abruma a todo corazón humano.

Ante todo, es preciso mostrar la correspondencia profunda que existe entre las instancias que brotan de la reflexión sobre las vicisitudes humanas y el Logos divino que "se hizo carne" y "puso su morada entre nosotros" (Jn 1,14). Así se crea una convergencia fecunda entre los postulados de la razón y las respuestas de la Revelación, y precisamente de aquí brota una luz que ilumina el camino por el que cada uno debe orientar su compromiso.

En el contacto diario con la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia se desarrolla vuestra maduración en los ámbitos humano, profesional y espiritual, y así podéis penetrar cada vez más en el misterio de la Razón creadora que sigue amando al mundo y dialogando con la libertad de las criaturas. Un intelectual cristiano ?y seguramente eso es lo que quieren ser los que salen de Villa Nazaret? debe cultivar siempre en sí mismo el asombro ante esta verdad fundamental. Eso facilita la dócil adhesión al Espíritu de Dios y, al mismo tiempo, impulsa a servir a los hermanos con pronta disponibilidad.

229 En estas palabras de san Pablo a la comunidad cristiana que vivía en Filipos podéis descubrir cuál ha de ser el "estilo" de vuestro compromiso: "Hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta" (Ph 4,8). Precisamente desde esta perspectiva podéis entablar un diálogo fecundo con la cultura, y dar vuestra contribución para hacer que muchas personas encuentren la respuesta en Jesucristo. También vosotros sentíos movidos por el Espíritu de Jesús, como sucedió al diácono Felipe, que escuchó estas palabras: "Levántate y marcha hacia el mediodía por el camino que baja de Jerusalén a Gaza. Está desierto" (Ac 8,26).

También hoy, queridos jóvenes, no son pocos los "caminos desiertos" que os tocará recorrer en vuestra vida de creyentes. Precisamente en ellos podréis acercaros a quienes buscan el sentido de la vida. Preparaos para estar también vosotros al servicio de una cultura que favorezca el encuentro de fraternidad del hombre con el hombre y el descubrimiento de la salvación que nos viene de Cristo.

Queridos hermanos y hermanas, Villa Nazaret, desde el inicio, ha sido siempre objeto de especial benevolencia por parte de mis venerados predecesores, comenzando por el siervo de Dios Pío XII, que la vio nacer, hasta el siervo de Dios Juan Pablo II, que os fue a visitar hace diez años, con ocasión del 50° aniversario de la fundación. Esta benevolencia de los Papas ha alimentado y debe seguir alimentando vuestro vínculo espiritual con la Santa Sede.

Al mismo tiempo, este vínculo de estima y afecto os compromete a caminar fielmente siguiendo las huellas de aquel gran "hombre de Dios" que fue el cardenal Domenico Tardini. Con sus palabras y su ejemplo os exhorta a ser particularmente sensibles, atentos y receptivos con respecto a las enseñanzas de la Iglesia.

Con estos sentimientos, a la vez que invoco sobre vosotros la protección especial de la Virgen "Mater Ecclesiae", os aseguro a cada uno un recuerdo en la oración, y con afecto os bendigo a todos, comenzando por vuestros numerosos niños.



Discursos 2006 222