Discursos 2006 229

AL SEÑOR KAGEFUMI UENO, NUEVO EMBAJADOR DE JAPÓN ANTE LA SANTA SEDE

Lunes 13 de noviembre de 2006



Señor embajador:

Con placer acojo a su excelencia en esta solemne circunstancia de la presentación de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de Japón ante la Santa Sede.
Le agradezco las amables palabras que acaba de dirigirme, así como los saludos que me ha transmitido de parte de su majestad el emperador Akihito. Le ruego que le exprese mis mejores deseos para su persona así como para la familia imperial. Alegrándome vivamente por las relaciones de respeto y simpatía que Japón mantiene con la Santa Sede, saludo muy cordialmente al pueblo japonés, deseándole que prosiga su desarrollo humano y espiritual, con respeto de la dignidad de la persona humana, buscando siempre promover la paz y la solidaridad entre los pueblos.

Señor embajador, tal como usted ha señalado, las ricas tradiciones culturales y espirituales de su país han contribuido a la expansión de los valores humanos fundamentales. El reconocimiento de la dimensión espiritual de la sociedad, suscitando un auténtico diálogo entre las religiones y entre las culturas, no puede menos de favorecer una vida común fraterna y solidaria, la única que permite el desarrollo integral del hombre. En efecto, la colaboración interreligiosa e intercultural se puede realizar en numerosos campos de acción, principalmente en los ámbitos del compromiso en favor de una sociedad justa, de la paz mundial y de la lucha contra la pobreza mediante una solidaridad cada vez mayor.

Hoy más que nunca la búsqueda de la paz entre las naciones debe ser una prioridad en las relaciones internacionales. Las crisis que sufre el mundo no pueden encontrar una solución definitiva con la violencia; por el contrario, se resolverán con medios pacíficos respetando los compromisos asumidos. Como se sabe y la experiencia no cesa de demostrarlo, la violencia no puede ser nunca una respuesta justa a los problemas de las sociedades, puesto que destruye la dignidad, la vida y la libertad del hombre, al que pretende defender. Para construir la paz, son importantes los caminos de orden cultural, político y económico. "Ahora bien, en primer lugar, la paz se debe construir en los corazones. Ahí es donde se desarrollan los sentimientos que pueden alimentarla o, por el contrario, amenazarla, debilitarla y ahogarla" (Mensaje con ocasión del XX aniversario del encuentro interreligioso de oración por la paz en Asís, 2 de septiembre de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de septiembre de 2006, p. 3).

230 Así pues, alegrándome de los pasos realizados, invito a su país a proseguir decididamente sus esfuerzos para contribuir al establecimiento de una paz justa y estable en el mundo, de modo especial en el Extremo Oriente. En la crisis que atraviesa actualmente esa región, la Santa Sede alienta las negociaciones bilaterales o multilaterales, convencida de que la solución debe buscarse con medios pacíficos y en el respeto de los compromisos asumidos por todas las partes presentes, para lograr la desnuclearización de la península coreana.

Desde esta misma perspectiva, deseo vivamente que la comunidad internacional prosiga e intensifique su ayuda humanitaria a las poblaciones más vulnerables, sobre todo en Corea del norte, a fin de que una eventual interrupción no entrañe para la población civil consecuencias muy graves.
Por lo demás, señor embajador, me alegra la generosa contribución que aporta su país para la ayuda a los países más pobres. En efecto, es necesario que los vínculos de interdependencia entre los pueblos, que se desarrollan cada vez más, vayan acompañados por un intenso compromiso para que las consecuencias nefastas de las fuertes diferencias que persisten entre los países desarrollados y los países en vías de desarrollo no se agraven, sino que se transformen en una solidaridad auténtica, impulsando el crecimiento económico y social de los países más pobres.

Me alegra el respeto del que goza la Iglesia católica en Japón. A través de usted, señor embajador, quisiera saludar cordialmente a los obispos y a todos sus diocesanos, animándolos a vivir cada vez más firmemente en la comunión de la fe y a proseguir su compromiso en favor de la paz y la reconciliación entre los pueblos de la región, mediante una colaboración generosa con sus compatriotas.

Al comenzar su misión ante la Sede apostólica, le expreso mis mejores deseos para su feliz cumplimiento. Quiero asegurarle que aquí, entre mis colaboradores, encontrará siempre un apoyo cordial y atento.

Sobre su majestad el emperador Akihito y sobre la familia imperial, sobre el pueblo japonés y sobre sus dirigentes, así como sobre su excelencia, sobre sus colaboradores y sobre su familia, invoco de todo corazón la abundancia de las bendiciones divinas.


AL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA PROMOCIÓN DE LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS

Sala Clementina

Viernes día 17 de noviembre de 2006



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

231 "Gracia y paz a vosotros de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo" (Rm 1,7). Con este deseo de san Pablo a los Romanos me dirijo a vosotros, que dedicáis vuestra inteligencia, vuestro amor y vuestro celo a la promoción de la comunión plena de todos los cristianos, según la voluntad del Señor mismo, que oró por esa unidad en la víspera de su pasión, muerte y resurrección.

Agradezco, ante todo, a vuestro presidente, el señor cardenal Walter Kasper, su saludo y el denso informe del trabajo de vuestra plenaria. También os expreso mi gratitud a todos vosotros, que habéis aportado a este encuentro vuestra experiencia y vuestra esperanza, comprometiéndoos a buscar respuestas adecuadas a una situación que cambia. Precisamente en esto se centra el tema que habéis elegido y estudiado: "La situación ecuménica que cambia". Vivimos en una época de grandes cambios en casi todos los sectores de la vida; por consiguiente, no es de extrañar que esto influya también en la vida de la Iglesia y en las relaciones entre los cristianos.

Con todo, conviene decir desde el inicio que, a pesar del cambio de situaciones, sensibilidades y problemáticas, el objetivo del movimiento ecuménico sigue siendo el mismo: la unidad visible de la Iglesia. Como es sabido, el concilio Vaticano II consideró como una de sus principales finalidades el restablecimiento de la unidad plena entre todos los cristianos (cf. Unitatis redintegratio UR 1). Esta es también mi intención. Aprovecho de buen grado esta ocasión para repetir y confirmar, con renovada convicción, lo que afirmé al inicio de mi ministerio en la Cátedra de Pedro: "Su actual Sucesor (de Pedro) ?dije entonces? asume como compromiso prioritario trabajar con el máximo empeño en el restablecimiento de la unidad plena y visible de todos los discípulos de Cristo. Esta es su voluntad y este es su apremiante deber" (Mensaje en la capilla Sixtina, 20 de abril de 2005, n. 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de abril de 2005, p. 7). Y añadí: "El actual Sucesor de Pedro se deja interpelar en primera persona por esa exigencia y está dispuesto a hacer todo lo posible para promover la causa prioritaria del ecumenismo" (ib.).

En verdad, desde el concilio Vaticano II hasta hoy se han dado muchos pasos hacia la comunión plena. Tengo presente la imagen del aula conciliar, donde los observadores delegados de las demás Iglesias y comunidades eclesiales estaban atentos pero silenciosos. En los decenios sucesivos, esta imagen se ha transformado en la realidad de una Iglesia en diálogo con todas las Iglesias y comunidades eclesiales tanto de Oriente como de Occidente. El silencio se ha transformado en palabra de comunión. Se ha llevado a cabo un enorme trabajo a nivel universal y a nivel local. Se ha redescubierto y restablecido la fraternidad entre todos los cristianos como condición de diálogo, de cooperación, de oración común y de solidaridad.

Es lo que mi predecesor el Papa Juan Pablo II, de venerada memoria, puso de relieve en la encíclica sobre el compromiso ecuménico, en la que afirmó explícitamente, entre otras cosas, que "el crecimiento de la comunión es un fruto precioso de las relaciones entre los cristianos y del diálogo teológico que mantienen. Lo uno y lo otro han hecho a los cristianos conscientes de los elementos de fe que tienen en común" (Ut unum sint UUS 49).

Esa encíclica ponía de relieve los frutos positivos de las relaciones ecuménicas entre los cristianos tanto de Oriente como de Occidente. A este propósito, no podemos por menos de recordar la experiencia de comunión que vivimos con los representantes de las demás Iglesias y comunidades eclesiales que vinieron de todos los continentes para participar en el funeral del inolvidable Papa Juan Pablo II y también en la ceremonia de inicio de mi pontificado.

Compartir el dolor y la alegría es signo visible de la nueva situación que se ha creado entre los cristianos. ¡Bendito sea Dios por ello! También mi inminente visita a Su Santidad Bartolomé I y al Patriarcado ecuménico será un signo ulterior de aprecio por las Iglesias ortodoxas, y servirá de estímulo ?así lo esperamos? para apresurar el paso hacia el restablecimiento de la comunión plena.

Sin embargo, siendo realistas, debemos reconocer que queda aún mucho camino por recorrer. Desde el concilio Vaticano II la situación, en muchos aspectos, ha variado; y el cardenal Kasper nos ha descrito a grandes rasgos estos cambios. Los grandes cambios que se han producido en el mundo han tenido repercusiones también en el ecumenismo. Muchas de las veneradas Iglesias de Oriente, en tiempos del Concilio vivían en condiciones de opresión bajo regímenes dictatoriales.
Hoy han recobrado la libertad y están comprometidas en un amplio proceso de reorganización y revitalización. Las acompañamos con nuestros sentimientos y nuestra oración.

La parte oriental y la occidental de Europa se están acercando. Esto impulsa a las Iglesias a coordinar sus esfuerzos con vistas a la salvaguardia de la tradición cristiana y al anuncio del Evangelio a las nuevas generaciones. Esa colaboración resulta particularmente urgente a causa de la situación de avanzada secularización, sobre todo del mundo occidental.

Por fortuna, después de un período de múltiples dificultades, el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas ha tomado nuevo impulso. La Comisión mixta internacional de diálogo ha podido reunirse positivamente en Belgrado, acogida con generosidad por la Iglesia ortodoxa de Serbia. Albergamos grandes esperanzas con respecto al camino futuro que se recorrerá, respetando las legítimas diferencias teológicas, litúrgicas y disciplinares, con vistas a una comunión de fe y de amor cada vez más plena, en la que sea posible un intercambio cada vez más profundo de las riquezas espirituales de cada Iglesia.

232 También con las comunidades eclesiales de Occidente mantenemos diálogos bilaterales abiertos y amistosos, que permiten progresar en el conocimiento mutuo, superar prejuicios, confirmar algunos elementos de convergencia e identificar con mayor precisión las auténticas divergencias. Quisiera mencionar sobre todo la Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación, lograda en el diálogo con la Federación luterana mundial, y el hecho de que el Consejo metodista mundial, por su parte, dio su asentimiento a esta Declaración.

Mientras tanto, han surgido varios problemas importantes que exigen una profundización y un acuerdo. Sigue existiendo la dificultad de encontrar una concepción común acerca de las relaciones entre el Evangelio y la Iglesia; y, relacionado con esto, sobre el misterio de la Iglesia y de su unidad, y sobre la cuestión del ministerio en la Iglesia.

Asimismo, han aparecido nuevas dificultades en el campo ético; como consecuencia, las diferentes posiciones tomadas por las Confesiones cristianas sobre los problemas actuales han reducido su influjo de orientación con respecto a la opinión pública. Precisamente desde este punto de vista resulta necesario un profundo diálogo sobre la antropología cristiana, así como sobre la interpretación del Evangelio y sobre su aplicación concreta.

Lo que siempre hay que promover ante todo es el ecumenismo del amor, que deriva directamente del mandamiento nuevo que dejó Jesús a sus discípulos. El amor, acompañado de gestos coherentes, crea confianza, hace que se abran los corazones y los ojos. El diálogo de la caridad, por su naturaleza, promueve e ilumina el diálogo de la verdad, pues es en la verdad plena donde se realizará el encuentro definitivo al que conduce el Espíritu de Cristo.

Ciertamente, el relativismo o el fácil y falso irenismo no resuelven la búsqueda ecuménica. Al contrario, la desvían y desorientan. Es preciso intensificar la formación ecuménica del amor de Dios que se reveló en el rostro de Jesucristo y al mismo tiempo reveló en Cristo el hombre al hombre y le hizo comprender su altísima vocación (cf. Gaudium et spes
GS 22). Estas dos dimensiones esenciales se apoyan en la cooperación práctica entre los cristianos, la cual "expresa vivamente aquella conjunción por la cual están ya unidos entre sí y presenta bajo una luz más plena el rostro de Cristo siervo" (Unitatis redintegratio UR 12).

Para concluir estas palabras, quiero reafirmar la importancia totalmente especial del ecumenismo espiritual. Por eso, con razón, el Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos está comprometido en él, apoyándose en la oración, en la caridad, en la conversión del corazón, con vistas a una renovación personal y comunitaria. Os exhorto a proseguir por este camino, que ya ha dado tantos frutos y seguirá dando muchos más. Por mi parte, os aseguro el apoyo de mi oración mientras, como confirmación de mi confianza y mi afecto, os imparto a todos una bendición apostólica especial.


AL SEGUNDO GRUPO DE OBISPOS DE ALEMANIA EN VISITA "AD LIMINA"

Sábado 18 de noviembre de 2006

Señores cardenales;
queridos hermanos en el episcopado:

Con particular alegría os doy la bienvenida, queridos hermanos de nuestra común patria alemana y bávara, aquí, a la casa del Papa. Vuestra visita ad limina Apostolorum os lleva ante las tumbas de los Apóstoles, que, sin embargo, no hablan solamente del pasado, sino que remiten sobre todo al Señor resucitado, que está siempre presente en su Iglesia y la "precede" siempre (cf. Mc 16,7).
Las tumbas nos dicen que la Iglesia permanece siempre unida al testimonio de los inicios, pero que, al mismo tiempo, sigue viva en el sacramento de la sucesión de los Apóstoles; que el Señor, a través del ministerio apostólico, nos habla siempre en presente. Es una referencia a nuestra misión de sucesores de los Apóstoles: vivimos con el vínculo que nos une a Aquel que es el Alfa y la Omega (cf. Ap 1,8 Ap 21,6 Ap 22,13), a Aquel que es, que era y que va a venir (cf. Ap 1,4).

233 Anunciamos al Señor en la comunidad viva de su cuerpo, animada por su Espíritu; en la comunión viva con el Sucesor de Pedro y el Colegio de los obispos. La visita ad limina debe fortalecernos en esta comunión; debe ayudarnos a ser considerados cada vez más como administradores fieles y sabios de los bienes que nos ha encomendado el Señor (cf. Lc 12,42).

La Iglesia, para permanecer fiel al Señor, y por tanto a sí misma, debe renovarse continuamente. Pero ¿cómo lo realiza? Para responder a esta pregunta debemos discernir, ante todo, la voluntad del Señor, cabeza de la Iglesia, y reconocer claramente que toda reforma eclesial nace del esfuerzo serio por llegar a un conocimiento más profundo de las verdades de la fe católica, y de la aspiración constante a la purificación moral y a la virtud. Esta exhortación se dirige primero a cada persona y después a todo el pueblo de Dios.

La búsqueda de la reforma puede desviarse fácilmente hacia un activismo exterior, si quien actúa no lleva una auténtica vida espiritual y si no verifica constantemente a la luz de la fe las motivaciones de su actuación. Esto vale para todos los miembros de la Iglesia: para los obispos, los sacerdotes, los diáconos, los religiosos y todos los fieles. El Papa san Gregorio Magno, en su Regula pastoralis, pone como un espejo delante del obispo: "El obispo no debe descuidar su vida interior por su actividad exterior (...). A menudo se cree superior a todos por su elevada posición (...). Del exterior recibe alabanzas inoportunas, pero interiormente pierde la verdad" (2, 1).

Se trata ?y esta es ciertamente también la obligación diaria de todo cristiano? de prescindir del propio yo y de exponerse a la mirada amorosa e interpelante de Jesús. En el centro de nuestro servicio está siempre el encuentro con Cristo vivo, un encuentro que da a nuestra vida la orientación decisiva. En Cristo nos llega el amor de Dios que, a través de nuestro ministerio sacerdotal y episcopal, se transmite a los hombres en las situaciones más diversas, tanto a los sanos como a los enfermos, tanto a los que sufren como a los culpables. Dios nos da su amor que perdona, sana y santifica. Viene siempre a nuestro encuentro "a través de los hombres en los que él se refleja; mediante su palabra, en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía. En la liturgia de la Iglesia, en su oración, en la comunidad viva de los creyentes experimentamos el amor de Dios, percibimos su presencia y, de este modo, aprendemos también a reconocerla en nuestra vida cotidiana" (Deus caritas est ).

Naturalmente, en la Iglesia también es necesaria una planificación institucional y estructural. Instituciones eclesiales, programaciones pastorales y otras estructuras jurídicas son, hasta cierto punto, sencillamente necesarias. Pero a veces se presentan como lo esencial, impidiendo así ver lo que es verdaderamente esencial. Sólo corresponden a su auténtico significado si se miden y orientan según el criterio de la verdad de la fe. En definitiva, debe ser y será la fe misma la que marcará, en toda su grandeza, claridad y belleza, el ritmo de la reforma que es fundamental y que necesitamos.

Ciertamente, en todo esto no se debe olvidar jamás que aquellos de cuya capacidad y buena voluntad depende la realización de las medidas de reforma son siempre seres humanos. Aunque en algunos casos pueda parecer difícil, a este respecto deben tomarse siempre decisiones personales claras.

Queridos hermanos en el ministerio episcopal, sé que muchos de vosotros, con razón, os estáis esforzando por un desarrollo de las estructuras pastorales que sea adecuado a la situación presente. Ante la actual disminución tanto del número de los sacerdotes como, por desgracia, también de los fieles que frecuentan la misa dominical, en diversas diócesis de lengua alemana se aplican modelos para modificar y reestructurar la atención pastoral en los que corre el riesgo de ofuscarse la imagen del párroco, es decir, del sacerdote que como hombre de Dios y de la Iglesia guía una comunidad parroquial.

Estoy seguro de que vosotros, queridos hermanos, no dejáis la elaboración de estos proyectos a fríos programadores; los encargáis sólo a sacerdotes y colaboradores que no sólo tienen el necesario juicio iluminado por la fe, y una adecuada formación teológica, canónica, histórica y práctica, así como una experiencia pastoral suficiente, sino que también se preocupan verdaderamente por la salvación de los hombres y que, por tanto, se distinguen por su "celo por las almas", como se decía en el pasado, y consideran la salvación integral y, por ende, eterna del hombre como lex suprema de su pensamiento y de su acción. Sobre todo, debéis aprobar solamente las reformas estructurales que estén en plena sintonía con la enseñanza de la Iglesia sobre el sacerdocio y con sus normas jurídicas, preocupándoos de que la aplicación de las reformas no disminuya la fuerza de atracción del ministerio sacerdotal.

Si a veces se sostiene que los laicos no podrían insertarse suficientemente en las estructuras de la Iglesia, es porque existe en la base una fijación restrictiva sobre la colaboración en los órganos directivos, sobre las posiciones de relieve dentro de las estructuras financiadas por la Iglesia o sobre el ejercicio de determinadas funciones litúrgicas. También estos ámbitos tienen naturalmente su importancia. Sin embargo, no deben hacer olvidar el campo amplio y abierto del apostolado laical urgentemente necesario y sus múltiples funciones: el anuncio de la buena nueva a millones de compatriotas que aún no conocen a Cristo y a su Iglesia; la catequesis de los niños y los adultos en nuestras comunidades parroquiales; los servicios caritativos; el trabajo en los medios de comunicación social, así como el compromiso social por una defensa integral de la vida humana, por la justicia social y en el ámbito de las iniciativas culturales cristianas. En verdad, no faltan tareas para los laicos católicos comprometidos, pero hoy tal vez falta a veces espíritu misionero, creatividad y valentía para recorrer también caminos nuevos.

En el discurso al primer grupo de obispos alemanes ya aludí brevemente a los múltiples servicios litúrgicos que los laicos pueden desempeñar hoy en la Iglesia: el de ministro extraordinario de la sagrada Comunión, al que se suman el de lector y el de guía de la liturgia de la Palabra. No quisiera tratar de nuevo este tema. Es importante que estas tareas no se realicen reivindicándolas casi como un derecho, sino con espíritu de servicio. La liturgia nos llama a todos al servicio de Dios, por Dios y por los hombres, en el que no busquemos exhibirnos sino presentarnos con humildad ante Dios y dejarnos iluminar por su luz. En este discurso quisiera tratar brevemente otros cuatro puntos que me interesan.

El primero es el anuncio de la fe a los jóvenes de nuestro tiempo.Los jóvenes de hoy viven en una cultura secularizada, orientada totalmente a las cosas materiales. En la vida diaria ?en los medios de comunicación, en el trabajo, en el tiempo libre? experimentan por lo general una cultura en la que Dios no está presente. Y, sin embargo, esperan a Dios. Las Jornadas mundiales de la juventud manifiestan qué expectativas y apertura a Dios y al Evangelio tienen los jóvenes de nuestro tiempo. Nuestra respuesta a estas expectativas debe ser multiforme.

234 Las Jornadas mundiales de la juventud presuponen que los jóvenes pueden realizar en sus ámbitos de vida, en particular en la parroquia, el encuentro con la fe. Aquí, por ejemplo, es importante el servicio de los acólitos, que pone en contacto a los niños y los jóvenes con el altar, con la palabra de Dios y con la vida íntima de la Iglesia. Durante la peregrinación de los acólitos fue hermoso ver gozosamente reunidos en la fe a numerosos muchachos provenientes de Alemania. Proseguid este compromiso y procurad que los acólitos encuentren verdaderamente en la Iglesia a Dios, su Palabra, el sacramento de su presencia y que, a partir de esto, aprendan a modelar su vida.

Un camino importante es también el trabajo con los coros, donde los jóvenes pueden educarse en la belleza y en la comunión, experimentar la alegría de participar en la misa y, de este modo, recibir una formación en la fe. Después del Concilio, el Espíritu Santo nos ha regalado los "movimientos".
A veces al párroco o al obispo les pueden parecer algo extraños, pero son lugares de fe en los que los jóvenes y los adultos experimentan un modelo de vida en la fe como oportunidad para la vida de hoy. Por eso os pido que salgáis al encuentro de los movimientos con mucho amor. En ciertos casos hay que corregirlos, insertarlos en el conjunto de la parroquia o de la diócesis, pero debemos respetar sus carismas específicos y alegrarnos de que surjan formas comunitarias de fe en las que la palabra de Dios se convierte en vida.

El segundo tema que deseo afrontar, al menos brevemente, son las obras caritativas eclesiales. En mi encíclica Deus caritas est hablé del servicio de la caridad como expresión fundamental e irrenunciable de la fe en la vida de la Iglesia, aludiendo también al principio interior de las obras caritativas. "El amor de Cristo nos apremia", dijo san Pablo (
2Co 5,14). El mismo "deber" de la caridad (cf. 1Co 9,16) que impulsó a san Pablo a ir por todo el mundo para anunciar el Evangelio, este mismo "deber" del amor a Cristo, ha llevado a los católicos alemanes a fundar las obras caritativas, para ayudar a las personas que viven en la pobreza a reivindicar su derecho a participar en los bienes de la tierra.

Ahora bien, es importante velar para que estas obras caritativas, en sus programas y en sus actividades, correspondan verdaderamente a este impulso interior del amor sostenido por la fe. Es importante velar para que no caigan en una dependencia política, sino que sirvan únicamente para su finalidad de justicia y amor. Por eso, hace falta también una estrecha colaboración con los obispos y las Conferencias episcopales, que conocen verdaderamente la situación local y pueden hacer que el don de los fieles se mantenga al margen de la confusión de los intereses políticos, y de cualquier otro tipo, y se utilice para el bien de las personas. El Consejo pontificio "Cor unum" tiene una gran experiencia en este ámbito y ofrecerá de buen grado su ayuda y sus consejos en todas estas cuestiones.

Por ultimo, me preocupa particularmente el tema del matrimonio y la familia. Hoy se oscurece cada vez más el orden del matrimonio tal como fue establecido en la creación, y del que la Biblia nos habla expresamente al final de la narración de la creación (cf. Gn 2,24). En la misma medida en que el hombre trata de construirse de un modo nuevo el mundo en su conjunto, poniendo así en peligro de manera cada vez más perceptible sus bases, pierde también la visión del orden de la creación con respecto a su propia existencia. Cree que puede definirse a sí mismo a su antojo en virtud de una libertad vacía. Así, comienzan a vacilar los fundamentos en los que se apoya su existencia y la de la sociedad.

A los jóvenes les resulta difícil comprometerse de forma definitiva. Tienen miedo a lo definitivo, que les parece irrealizable y opuesto a la libertad. Así resulta cada vez más difícil querer tener hijos y darles el espacio duradero de crecimiento y de maduración que sólo puede ofrecer la familia fundada en el matrimonio. En esta situación, a la que acabo de aludir, es muy importante ayudar a los jóvenes a darse un "sí" definitivo, que no está en contraste con la libertad, sino que representa su mayor oportunidad. Con la paciencia de estar juntos durante toda la vida, el amor alcanza su verdadera madurez. En este ambiente de amor para toda la vida, también los hijos aprenden a vivir y amar. Por tanto, deseo pediros que hagáis todo lo posible por formar, promover y alentar el matrimonio y la familia.

Para terminar, quiero decir unas breves palabras sobre el ecumenismo. Todas las iniciativas plausibles en el camino hacia la unidad plena de todos los cristianos encuentran en la oración común y en la reflexión sobre la sagrada Escritura un terreno fértil en el que puede crecer y madurar la comunión. En Alemania nuestros esfuerzos deben dirigirse sobre todo a los cristianos de fe luterana y reformada. Al mismo tiempo, no perdamos de vista a los hermanos y hermanas de las Iglesias ortodoxas, aunque estos sean menos numerosos en proporción. El mundo tiene derecho a esperar de todos los cristianos una profesión unívoca de fe en Jesucristo, el Redentor de la humanidad. Por tanto, el compromiso ecuménico no puede limitarse a documentos conjuntos. Se hace visible y eficaz donde los cristianos de las diversas Iglesias y comunidades eclesiales, en un contexto social cada vez más ajeno a la religión, profesan juntos y de modo convincente los valores transmitidos por la fe cristiana y los manifiestan con fuerza en su actividad política y social.

Queridos hermanos en el episcopado, puesto que yo mismo provengo de vuestro país, al que tanto amo, me importan particularmente los logros de la Iglesia en Alemania, así como los desafíos que debe afrontar. Conozco todo lo bueno que hay en la Iglesia en nuestro país, no sólo por observación y experiencia personal, sino también porque frecuentemente obispos, sacerdotes y otros visitantes provenientes de Europa y de muchas partes del mundo, me hablan del bien efectivo que reciben a través de estructuras y personas de la Iglesia.

En verdad, la Iglesia en Alemania dispone de grandes recursos espirituales y religiosos. Sobre todo, merece respeto y reconocimiento el servicio fiel, a menudo muy poco apreciado, de numerosos sacerdotes, diáconos, religiosos y colaboradores eclesiales profesionales en situaciones pastorales no siempre fáciles. Además, estoy sinceramente agradecido porque hay siempre numerosos cristianos dispuestos a comprometerse en las comunidades parroquiales y en las diócesis, en las asociaciones y en los movimientos, y a asumir, como católicos creyentes, su responsabilidad también en el seno de la sociedad. En este contexto comparto con vosotros la firme esperanza de que la Iglesia en Alemania llegue a ser aún más misionera y encuentre modos para transmitir la fe a las generaciones futuras.

Conozco bien, queridos hermanos en el episcopado, vuestro compromiso generoso y también el de numerosos sacerdotes, diáconos, religiosos y laicos de vuestras diócesis. Por tanto, deseo testimoniaros hoy nuevamente mi afecto y animaros a realizar unidos y confiados vuestro servicio de pastores. Estoy seguro de que el Señor acompañará y recompensará vuestra fidelidad y vuestro celo con su bendición.

235 Que la santísima Virgen y Madre de Dios, María, Madre de la Iglesia y Auxilio de los cristianos, os alcance a vosotros, al clero y a los fieles de nuestra patria la fuerza, la alegría y la perseverancia para afrontar el compromiso necesario para una auténtica renovación de la vida de fe con valentía y con firme confianza en la ayuda del Espíritu Santo. Por su intercesión materna y por la de todos los santos y las santas venerados en nuestro país, os imparto de corazón a vosotros y a todos los fieles en Alemania la bendición apostólica.


AL FINAL DE UN CONCIERTO EN SU HONOR


OFRECIDO POR EL PRESIDENTE DE ALEMANIA

Sala Clementina

Sábado 18 de noviembre de 2006



Señor presidente de la República;
señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado;
ilustres señores y señoras:

Ante todo deseo manifestar mi gratitud personal y particular a los cuatro músicos del Cuarteto de la Orquesta filarmónica de Berlín, Daniel Stabrawa, Christian Stadelmann, Neithard Resa y Jan Diesselhorst, por este concierto que han ejecutado magistralmente.

Ilustres señores, en los más de veinte años de vuestra actividad común dando conciertos como cuarteto de arcos, habéis alcanzado renombre a nivel internacional, y lo habéis confirmado también hoy con la finura estilística, con un modo perfecto de tocar juntos, con la gran riqueza de expresión en los delicados matices del timbre y con la admirable armonía de vuestro conjunto.

Tocar juntos varios solistas exige de cada uno no sólo el empeño de todas sus capacidades técnicas y musicales en la ejecución de su arte, sino también, al mismo tiempo, saber detenerse para escuchar atentamente a los demás. Sólo si esto se logra, es decir, si cada uno no se pone a sí mismo en el centro, sino, con espíritu de servicio, se inserta en el conjunto y, por decirlo así, se pone a disposición como "instrumento" para que el pensamiento del compositor se pueda convertir en sonido y alcanzar así el corazón de los oyentes, sólo entonces se da una interpretación realmente admirable, como la que acabamos de escuchar.

Esta es una hermosa imagen también para nosotros que, en el ámbito de la Iglesia, nos esforzamos por ser "instrumentos" que comuniquen a los hombres el pensamiento del gran "Compositor", cuya obra es la armonía del universo.


Discursos 2006 229