Discursos 2006 250

ENCUENTRO CON SU SANTIDAD BARTOLOMÉ I PATRIARCA ECUMÉNICO DE CONSTANTINOPLA

Iglesia patriarcal de San Jorge, en el Fanar

Miércoles 29 de noviembre de 2006



"Ved: ¡qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos!" (Ps 133,1)

Santidad:

251 Le agradezco sinceramente la acogida fraterna que me ha brindado usted personalmente, así como el Santo Sínodo del Patriarcado ecuménico y conservaré para siempre con aprecio este recuerdo en mi corazón. Doy gracias al Señor por el don de este encuentro, lleno de auténtica buena voluntad y de significado eclesial.

Para mí es motivo de gran alegría estar entre vosotros, hermanos en Cristo, en esta iglesia catedral, mientras oramos juntos al Señor y evocamos los importantes acontecimientos que han sostenido nuestro compromiso de trabajar por la unidad plena entre católicos y ortodoxos.

Deseo, ante todo, recordar la valiente decisión de remover la memoria de los anatemas de 1054. La declaración común del Papa Pablo VI y del Patriarca Atenágoras, escrita con el espíritu de un amor redescubierto, fue leída solemnemente en una ceremonia que se celebró simultáneamente en la basílica de San Pedro, en Roma, y en esta catedral patriarcal. El tomos del patriarca se basaba en la profesión de fe de san Juan: "Ho Theós agapé estín" (
1Jn 4,8), "Deus caritas est". Con perfecta sintonía, el Papa Pablo VI comenzó su carta con la exhortación de san Pablo: "Ambulate in dilectione", "Vivid en el amor" (Ep 5,2). Sobre este fundamento de recíproco amor se han desarrollado nuevas relaciones entre las Iglesias de Roma y Constantinopla.

Signos evidentes de este amor han sido numerosas declaraciones de compromiso común y muchos gestos llenos de significado. Tanto Pablo VI como Juan Pablo II fueron recibidos cordialmente como visitantes en esta iglesia de San Jorge y se asociaron respectivamente a los Patriarcas Atenágoras I y Dimitrios I para fortalecer el impulso hacia la comprensión recíproca y la búsqueda de la unidad plena. ¡Que sus nombres sean honrados y benditos!

Me alegro, además, de estar en esta tierra, tan íntimamente vinculada a la fe cristiana, en la que florecieron muchas Iglesias en los tiempos antiguos. Pienso en las exhortaciones de san Pedro a las comunidades cristianas primitivas establecidas "en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia" (1P 1,1), y en la rica mies de mártires, de teólogos, de pastores, de monjes, y de hombres y mujeres santos que engendraron estas Iglesias a lo largo de los siglos.

Del mismo modo, recuerdo los insignes santos y pastores que velaron por la Sede de Constantinopla, entre los que se encuentran san Gregorio Nacianceno y san Juan Crisóstomo, venerados también en Occidente como doctores de la Iglesia. Sus reliquias se conservan en la basílica de San Pedro en el Vaticano y el recordado Papa Juan Pablo II entregó una parte de ellas a Vuestra Santidad como signo de comunión, para que fueran veneradas en esta catedral. Verdaderamente son dignos intercesores por nosotros ante el Señor.

En esta parte del mundo oriental se celebraron los siete concilios ecuménicos que ortodoxos y católicos reconocen como autorizados para la fe y la disciplina de la Iglesia. Constituyen piedras miliares permanentes y guías en el camino hacia la unidad plena.

Concluyo expresando una vez más mi alegría por encontrarme entre vosotros. Ojalá que este encuentro refuerce nuestro afecto mutuo y renueve nuestro compromiso común de perseverar en el itinerario que lleva a la reconciliación y a la paz de las Iglesias.

Os saludo en el amor de Cristo. El Señor esté siempre con vosotros.



DIVINA LITURGIA DE SAN JUAN CRISÓSTOMO EN LA FIESTA DE SAN ANDRÉS APÓSTOL

Iglesia patriarcal de San Jorge en el Fanar, Estambul

Jueves 30 de noviembre de 2006



252 Esta Divina Liturgia celebrada en la fiesta de san Andrés apóstol, santo patrono de la Iglesia de Constantinopla, nos remonta a la Iglesia primitiva, a la época de los Apóstoles. Los evangelios de san Marcos y san Mateo narran cómo Jesús llamó a los dos hermanos, Simón, a quien Jesús dio el nombre de Cefas o Pedro, y Andrés: "Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres" (Mt 4,19 Mc 1,17). El cuarto evangelio, además, presenta a Andrés como el primer llamado, ho protoklitos, como es conocido en la tradición bizantina. Y es precisamente Andrés quien lleva a su hermano Simón a Jesús (cf. Jn 1,40 ss).

Hoy, en esta iglesia patriarcal de San Jorge, podemos experimentar una vez más la comunión y la llamada de los dos hermanos, Simón Pedro y Andrés, en el encuentro entre el Sucesor de Pedro y su hermano en el ministerio episcopal, cabeza de esta Iglesia, fundada según la tradición por el apóstol Andrés. Nuestro encuentro fraternal pone de relieve la especial relación que une a las Iglesias de Roma y Constantinopla como Iglesias hermanas.

Con profunda alegría damos gracias a Dios porque da nueva vitalidad a la relación que se entabló desde el memorable encuentro celebrado en Jerusalén, en enero de 1964, entre nuestros antecesores el Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras. Su intercambio epistolar, publicado en el volumen titulado Tomos Agapis, atestigua la profundidad de los vínculos que se desarrollaron entre ellos y que se reflejan en la relación existente entre las Iglesias hermanas de Roma y Constantinopla.

El 7 de diciembre de 1965, víspera de la sesión final del concilio Vaticano II, nuestros venerables antecesores dieron un nuevo paso, único e inolvidable, respectivamente en la iglesia patriarcal de San Jorge y en la basílica de San Pedro en el Vaticano: borraron de la memoria de la Iglesia las trágicas excomuniones de 1054. De ese modo confirmaron un cambio decisivo en nuestras relaciones. Desde entonces, han sido muchos e importantes los avances registrados en el camino del nuevo acercamiento mutuo. Recuerdo, en particular, la visita de mi predecesor el Papa Juan Pablo II a Constantinopla en 1979 y las visitas a Roma del Patriarca ecuménico Bartolomé I.

Con este mismo espíritu, mi presencia hoy aquí pretende renovar nuestro compromiso común de continuar por el camino que lleva al restablecimiento, con la gracia de Dios, de la comunión plena entre la Iglesia de Roma y la Iglesia de Constantinopla. Puedo aseguraros que la Iglesia católica está dispuesta a hacer todo lo posible para superar los obstáculos y para buscar, junto con nuestros hermanos y hermanas ortodoxos, medios de colaboración pastoral cada vez más eficaces con ese fin.

Los dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés, eran pescadores, a los que Jesús llamó a convertirse en pescadores de hombres. El Señor resucitado, antes de su Ascensión, los envió juntamente con los demás Apóstoles con la misión de hacer discípulos a todas las naciones, bautizándolas y proclamando sus enseñanzas (cf. Mt 28,19 ss; Lc 24,47 Ac 1,8).

Este encargo que nos dejaron los santos hermanos Pedro y Andrés dista mucho de estar cumplido.
Al contrario, resulta hoy más urgente y necesario que nunca, ya que no se dirige tan sólo a las culturas marginalmente alcanzadas por el mensaje del Evangelio, sino también a las culturas europeas profundamente arraigadas desde hace siglos en la tradición cristiana. El proceso de secularización ha debilitado el arraigo de esta tradición, más aún, es puesta en tela de juicio e incluso rechazada. Ante esta realidad, estamos llamados, juntamente con todas las demás comunidades cristianas, a hacer que Europa vuelva a tomar conciencia de sus raíces, tradiciones y valores cristianos, dándoles una nueva vitalidad.

Nuestros esfuerzos encaminados a construir vínculos más estrechos entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas forman parte de esta tarea misionera. Las divisiones existentes entre los cristianos son motivo de escándalo para el mundo y constituyen un obstáculo para el anuncio del Evangelio. En la víspera de su pasión y muerte, el Señor, rodeado de sus discípulos, oró con fervor para que fueran uno, y así el mundo crea (cf. Jn 17,21). Sólo a través de la comunión fraterna entre los cristianos y a través de su amor recíproco resultará creíble el mensaje del amor de Dios por todo hombre y mujer. Cualquiera que examine de manera realista el mundo cristiano actual comprobará la urgencia de este testimonio.

Simón Pedro y Andrés fueron llamados juntos a ser pescadores de hombres. Pero esa misma misión tomó formas distintas para cada uno de los dos hermanos. Simón, a pesar de su fragilidad personal, fue llamado "Pedro", la "roca" sobre la que la Iglesia se edificaría; a él en particular se le encomendaron las llaves del reino de los cielos (cf. Mt 16,18). Su itinerario lo llevaría de Jerusalén a Antioquía, y de Antioquía a Roma, para que en esa ciudad pudiera ejercer una responsabilidad universal. Por desgracia, la cuestión del servicio universal de Pedro y de sus Sucesores ha dado lugar a nuestras diferencias de opinión, que esperamos superar, también gracias al diálogo teológico recientemente reanudado.

Mi venerado predecesor el siervo de Dios Juan Pablo II habló de la misericordia que caracteriza al servicio a la unidad de Pedro, una misericordia que Pedro mismo fue el primero en experimentar (cf. Ut unum sint UUS 91). Partiendo de esta base, el Papa Juan Pablo II invitó a entablar un diálogo fraterno con el fin de encontrar formas de ejercer el ministerio petrino hoy, respetando su naturaleza y esencia, de manera que "pueda realizar un servicio de fe y de amor reconocido por unos y otros" (ib., UUS 95). Hoy deseo recordar y renovar esa invitación.

253 Andrés, el hermano de Simón Pedro, recibió otra misión del Señor, una misión a la que su propio nombre alude. Dado que hablaba griego, se convirtió, junto con Felipe, en el Apóstol del encuentro con los griegos que acudían a Jesús (cf. Jn 12,20 ss). La tradición nos dice que no sólo fue misionero en Asia menor y en los territorios al sur del Mar Negro, es decir, en esta misma región en la que nos encontramos, sino también en Grecia, donde sufrió el martirio.

Por tanto, el apóstol Andrés representa el encuentro entre la cristiandad primitiva y la cultura griega. Este encuentro fue posible, especialmente en Asia menor, sobre todo gracias a los Padres capadocios, que enriquecieron la liturgia, la teología y la espiritualidad tanto de las Iglesias orientales como de las occidentales. El mensaje cristiano, como el grano de trigo (cf. Jn 12,24), cayó en esta tierra y produjo fruto abundante. Debemos estar profundamente agradecidos por la herencia que hemos recibido del fecundo encuentro entre el mensaje cristiano y la cultura griega. Ese encuentro ha influido de forma duradera en las Iglesias de Oriente y de Occidente. Los Padres griegos nos han dejado un valioso tesoro, del que la Iglesia sigue sacando riquezas antiguas y nuevas (cf. Mt 13,52).

También en la vida de san Andrés se puede constatar la lección del grano de trigo que muere para dar fruto. Según la tradición, siguió el mismo destino de su Señor y Maestro, terminando sus días en Patras (Grecia). Al igual que Pedro, sufrió el martirio en una cruz, la cruz diagonal que veneramos hoy precisamente como cruz de san Andrés. De su ejemplo aprendemos que el itinerario de cada cristiano, al igual que el de toda la Iglesia, lleva a la vida nueva, a la vida eterna, a través de la imitación de Cristo y la experiencia de la cruz.

A lo largo de la historia, tanto la Iglesia de Roma como la de Constantinopla han experimentado con frecuencia la lección del grano de trigo. Juntos veneramos a muchos de los mismos mártires cuya sangre, según las célebres palabras de Tertuliano, se convirtió en semilla de nuevos cristianos (cf. Apologeticum, 50, 13). Con ellos compartimos la misma esperanza que obliga a la Iglesia a ir "peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios" (Lumen gentium LG 8 cf. san Agustín, De Civitate Dei, XVIII, LG 51,2). Por su parte, también el siglo recién concluido contó con testigos valientes de la fe, tanto en Oriente como en Occidente. Incluso en la actualidad hay muchos testigos como ellos en diferentes regiones del mundo. Los recordamos en nuestra oración y les brindamos todo el apoyo que podemos, mientras pedimos apremiantemente a todos los líderes del mundo que se respete la libertad religiosa como derecho humano fundamental.

La Divina Liturgia en la que hemos participado se ha celebrado según el rito de san Juan Crisóstomo. La cruz y la resurrección de Cristo se han hecho místicamente presentes. Para nosotros, los cristianos, esto es fuente y signo de una esperanza constantemente renovada. Esta esperanza se encuentra magníficamente expresada en el antiguo texto conocido como Pasión de San Andrés: "Te saludo, oh cruz, consagrada por el Cuerpo de Cristo y adornada con sus miembros como piedras preciosas (...) Que los fieles conozcan tu alegría y los dones que atesoras...".

Todos nosotros, ortodoxos y católicos, compartimos esta fe en la muerte redentora de Jesús en la cruz y esta esperanza que el Señor resucitado infunde a toda la familia humana. Que nuestra oración y actividad diarias se inspiren en el deseo ardiente no sólo de asistir a la Divina Liturgia, sino de poder celebrarla juntos, para participar en la única mesa del Señor, compartiendo el mismo pan y el mismo cáliz. Que nuestro encuentro de hoy sirva de estímulo y anticipación gozosa del don de la comunión plena. Y que el Espíritu de Dios nos acompañe en nuestro camino.



DECLARACIÓN COMÚN DEL PAPA BENEDICTO XVI Y DEL PATRIARCA ECUMÉNICO BARTOLOMÉ I


"Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo" (Ps 117,24)

El encuentro fraterno que hemos mantenido, nosotros, Benedicto XVI, Papa de Roma, y Bartolomé I, Patriarca ecuménico, es obra de Dios y, además, un don que procede de él. Damos gracias al Autor de todo bien por habernos permitido expresar una vez más, en la oración y el diálogo, la alegría de sentirnos hermanos y renovar nuestro compromiso con vistas a la comunión plena. Este compromiso proviene de la voluntad de nuestro Señor y de nuestra responsabilidad de pastores en la Iglesia de Cristo. Quiera Dios que este encuentro sea para nosotros signo y estímulo a compartir los mismos sentimientos y las mismas actitudes de fraternidad, cooperación y comunión en la caridad y en la verdad. El Espíritu Santo nos ayudará a preparar el gran día del restablecimiento de la unidad plena, cuando y como Dios lo quiera. Entonces podremos alegrarnos y regocijarnos plenamente.

1. Hemos recordado con gratitud los encuentros de nuestros venerados predecesores, bendecidos por Dios, los cuales mostraron al mundo la urgencia de la unidad y trazaron senderos seguros para llegar a ella con el diálogo, la oración y la vida eclesial cotidiana. El Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras I, peregrinos en Jerusalén, en el lugar mismo donde Jesucristo murió y resucitó para la salvación del mundo, se encontraron después de nuevo aquí, en el Fanar, y en Roma. Nos legaron una declaración común que conserva todo su valor, destacando que el verdadero diálogo de la caridad debe sostener e inspirar todas las relaciones entre las personas y entre las Iglesias mismas, "debe basarse en una fidelidad plena al único Señor Jesucristo y en un respeto mutuo de sus respectivas tradiciones" (Tomos Agapis, 195). Tampoco hemos olvidado el intercambio de visitas entre Su Santidad el Papa Juan Pablo II y Su Santidad el Patriarca Dimitrios I. Precisamente durante la visita del Papa Juan Pablo II, su primera visita ecuménica, se anunció la creación de la Comisión mixta para el diálogo teológico entre la Iglesia católica romana y la Iglesia ortodoxa. En ella participan nuestras Iglesias con la finalidad declarada de restablecer la comunión plena.

Por lo que respecta a las relaciones entre la Iglesia de Roma y la Iglesia de Constantinopla, no podemos olvidar el solemne acto oficial con el que se relegó al olvido los antiguos anatemas, que durante siglos han influido negativamente en las relaciones entre nuestras Iglesias. No hemos sacado aún de este acto todas las consecuencias positivas que se pueden derivar para nuestro camino hacia la unidad plena, al que la Comisión mixta está llamada a dar una importante aportación. Exhortamos a nuestros fieles a participar activamente en este proceso con la oración y con gestos significativos.

2. Durante la sesión plenaria de la Comisión mixta para el diálogo teológico, que tuvo lugar recientemente en Belgrado y que contó con la generosa hospitalidad de la Iglesia ortodoxa serbia, expresamos nuestra profunda alegría por la reanudación del diálogo teológico. Después de una interrupción de varios años debida a diversas dificultades, la Comisión ha podido trabajar nuevamente con espíritu de amistad y de cooperación. Examinando el tema "Conciliaridad y autoridad en la Iglesia" en el ámbito local, regional y universal, ha emprendido una fase de estudio sobre las consecuencias eclesiológicas y canónicas de la naturaleza sacramental de la Iglesia. Eso permitirá afrontar algunas de las principales cuestiones todavía controvertidas. Estamos decididos a apoyar incesantemente, como en el pasado, el trabajo encomendado a esta Comisión y acompañamos a sus miembros con nuestras oraciones.

254 3. Como pastores, hemos reflexionado ante todo sobre la misión de anunciar el Evangelio en el mundo de hoy. Esta misión, "Id pues y haced discípulos a todas las gentes" (Mt 28,19), es más actual y necesaria que nunca, incluso en los países tradicionalmente cristianos. Además, no podemos ignorar el aumento de la secularización, del relativismo, incluso del nihilismo, sobre todo en el mundo occidental. Todo esto exige un renovado y vigoroso anuncio del Evangelio, adaptado a las culturas de nuestro tiempo. Nuestras tradiciones son para nosotros un patrimonio que debemos compartir, promover y actualizar continuamente. Por ello debemos fortalecer la cooperación y nuestro testimonio común ante todas las naciones.

4. Hemos valorado positivamente el camino hacia la formación de la Unión Europea. Los promotores de esta gran iniciativa han de tener en cuenta todos los aspectos que afectan a la persona humana y a sus derechos inalienables, especialmente la libertad religiosa, testigo y garante del respeto de todas las demás libertades. En toda iniciativa de unificación es necesario proteger a las minorías con sus propias tradiciones culturales y sus peculiaridades religiosas. En Europa, manteniéndonos abiertos a las demás religiones y a su aportación a la cultura, debemos unir nuestros esfuerzos para preservar las raíces, las tradiciones y los valores cristianos, con el fin de garantizar el respeto de la historia y contribuir a la cultura de la Europa futura, a la calidad de las relaciones humanas en todos los aspectos. En este contexto, no podemos dejar de evocar los antiquísimos testimonios y el ilustre patrimonio cristiano de la tierra donde tiene lugar nuestro encuentro, comenzando por las palabras del libro de los Hechos de los Apóstoles que recuerdan la figura de san Pablo, el Apóstol de los gentiles. En esta tierra se fundieron el mensaje del Evangelio y la antigua tradición cultural. Este vínculo, que tanto ha contribuido a nuestra herencia cristiana común, sigue siendo actual y continuará dando frutos en el futuro para la evangelización y para nuestra unidad.

5. Hemos dirigido nuestra mirada a los lugares del mundo actual donde viven cristianos, y a las dificultades que deben afrontar, especialmente la pobreza, las guerras y el terrorismo, pero también las diversas formas de explotación de los pobres, de los emigrantes, de las mujeres y de los niños. Estamos llamados a emprender juntos acciones en favor del respeto de los derechos del hombre, de todo ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, así como en favor de su desarrollo económico, social y cultural. Nuestras tradiciones teológicas y éticas pueden ofrecer una base sólida a la predicación y la acción comunes. Ante todo deseamos afirmar que matar a personas inocentes en nombre de Dios es una ofensa contra él y contra la dignidad humana. Todos debemos comprometernos en un renovado servicio al hombre y en la defensa de la vida humana, de toda vida humana.

Nos preocupa mucho la paz en Oriente Próximo, donde nuestro Señor vivió, sufrió, murió y resucitó, y donde viven desde hace muchos siglos multitud de hermanos cristianos. Deseamos ardientemente que se restablezca la paz en esa tierra, que se fortalezca la convivencia cordial entre sus diversas poblaciones, entre las Iglesias, y entre las diferentes religiones que allí se encuentran.
Para ello impulsamos el desarrollo de relaciones más estrechas entre los cristianos y un diálogo interreligioso auténtico y leal, para luchar contra toda forma de violencia y discriminación.

6. En la actualidad, ante los grandes peligros para el medio ambiente, queremos expresar nuestra preocupación por las consecuencias negativas para la humanidad y para toda la creación que pueden derivarse de un progreso económico y tecnológico que no reconoce sus límites. Como líderes religiosos, consideramos que uno de nuestros deberes consiste en estimular y sostener todos los esfuerzos que se han realizado para proteger la creación de Dios y para entregar a las futuras generaciones una tierra en la que puedan vivir.

7. Por último, nuestro pensamiento se dirige a todos vosotros, fieles de nuestras Iglesias en todo el mundo, obispos, presbíteros, diáconos, religiosos y religiosas, hombres y mujeres laicos comprometidos en un servicio eclesial, y a todos los bautizados. Saludamos en Cristo a los demás cristianos, asegurándoles nuestra oración y nuestra disposición para el diálogo y la colaboración.

Os saludamos a todos con las palabras del Apóstol de los gentiles: "A vosotros gracia y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo" (2Co 1,2).

El Fanar, 30 de noviembre de 2006

BENEDICTO XVI BARTOLOMÉ I




VISITA DE ORACIÓN AL PATRIARCADO ARMENIO APOSTÓLICO Y ENCUENTRO CON SU BEATITUD EL PATRIARCA MESROB II

Catedral armenia apostólica de Santa María, Estambul

Jueves 30 de noviembre de 2006



255 Amadísimo hermano en Cristo:

Me alegra tener esta oportunidad de encontrarme con Vuestra Beatitud en este mismo lugar donde el Patriarca Shnork Kalustian acogió a mis predecesores el Papa Pablo VI y el Papa Juan Pablo II. Con gran afecto saludo a toda la comunidad armenia apostólica que usted preside como pastor y padre espiritual. Mi saludo fraternal se dirige también a Su Santidad Karekin II, Patriarca Supremo y Catholicos de todos los Armenios, y a la jerarquía de la Iglesia armenia apostólica. Doy gracias a Dios por la fe y el testimonio cristiano del pueblo armenio, transmitidos de generación en generación, a menudo en circunstancias realmente trágicas como las que experimentó durante el siglo pasado.

Nuestro encuentro es mucho más que un simple gesto de cortesía ecuménica y de amistad. Es un signo de nuestra esperanza común en las promesas de Dios y de nuestro deseo de ver cumplida la oración que Jesús elevó por sus discípulos en la víspera de su pasión y muerte: "Que todos sean uno. Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (
Jn 17,21). Jesús entregó su vida en la cruz para reunir en la unidad a los hijos de Dios dispersos, para derribar los muros de la división. Mediante el sacramento del bautismo hemos sido incorporados al Cuerpo de Cristo, la Iglesia. Las trágicas divisiones que a lo largo del tiempo han surgido entre los seguidores de Cristo contradicen abiertamente la voluntad del Señor, son un escándalo para el mundo y perjudican a la causa santísima de predicar el Evangelio a toda criatura (cf. Unitatis redintegratio UR 1). Precisamente mediante el testimonio de su fe y su caridad, los cristianos están llamados a ofrecer un signo radiante de esperanza y consuelo a este mundo, tan marcado por conflictos y tensiones. Por eso, debemos seguir haciendo todo lo posible para sanar las heridas de la separación y apresurar la obra de restablecimiento de la unidad de los cristianos. Hago votos para que en esta urgente misión nos guíe la luz y la fuerza del Espíritu Santo.

A este respecto, quiero solamente dar gracias de corazón al Señor por la relación fraternal cada vez más profunda que se ha desarrollado entre la Iglesia apostólica armenia y la Iglesia católica. En el siglo XIII, Nerses de Lambrón, uno de los grandes doctores de la Iglesia armenia, escribió estas alentadoras palabras: "Ahora, dado que todos necesitamos la paz con Dios, hagamos que la armonía entre hermanos sea su cimiento. Hemos orado a Dios por la paz y seguimos haciéndolo. Él nos la está ofreciendo como un don: ¡aceptémoslo! Hemos pedido al Señor que haga sólida a su santa Iglesia, y él bondadosamente ha escuchado nuestra oración. Por tanto, subamos a la montaña de la fe en el Evangelio!" (Discurso sinodal). Estas palabras de Nerses no han perdido nada de su fuerza. Sigamos orando juntos por la unidad de todos los cristianos, para que, recibiendo este don de lo alto con un corazón abierto, seamos testigos cada vez más convincentes de la verdad del Evangelio y mejores servidores de la misión de la Iglesia.


Diciembre de 2006


PALABRAS DE AGRADECIMIENTO DEL PAPA BENEDICTO XVI AL FINAL DE LA SANTA MISA

Catedral latina del Espíritu Santo, Estambul

Viernes 1 de diciembre de 2006



Agradezco a toda la población de Estambul y de las demás ciudades de Turquía la acogida cordial que me han reservado. Mi agradecimiento es tanto más profundo cuanto que sé que mi presencia ha creado, durante estos días, numerosas dificultades al desarrollo de la vida cotidiana de las personas. También agradezco de todo corazón la comprensión y la paciencia de que habéis dado prueba



HOMENAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A LA INMACULADA EN LA PLAZA DE ESPAÑA

Viernes 8 de diciembre de 2006



Oh María, Virgen Inmaculada:

También este año nos volvemos a encontrar
256 con amor filial al pie de tu imagen
para renovarte el homenaje
de la comunidad cristiana y de la ciudad de Roma. Hemos venido a orar,
siguiendo la tradición iniciada
por los Papas anteriores,
en el día solemne en el que la liturgia
celebra tu Inmaculada Concepción,
misterio que es fuente
de alegría y de esperanza
para todos los redimidos.

Te saludamos y te invocamos
257 con las palabras del ángel:
"Llena de gracia" (
Lc 1,28),
el nombre más bello, con el que Dios mismo
te llamó desde la eternidad.
"Llena de gracia" eres tú, María,
colmada del amor divino
desde el primer instante de tu existencia,
providencialmente predestinada
a ser la Madre del Redentor
e íntimamente asociada a él
en el misterio de la salvación.

258 En tu Inmaculada Concepción
resplandece la vocación
de los discípulos de Cristo,
llamados a ser, con su gracia,
santos e inmaculados en el amor (cf.
Ep 1,4).
En ti brilla la dignidad de todo ser humano,
que siempre es precioso
a los ojos del Creador.

Quien fija en ti su mirada, Madre toda santa,
no pierde la serenidad,
por más duras que sean las pruebas de la vida.
259 Aunque es triste la experiencia del pecado,
que desfigura la dignidad de los hijos de Dios,
quien recurre a ti redescubre
la belleza de la verdad y del amor,
y vuelve a encontrar el camino
que lleva a la casa del Padre.

"Llena de gracia" eres tú, María,
que al acoger con tu "sí"
los proyectos del Creador,
nos abriste el camino de la salvación.
Enséñanos a pronunciar también nosotros,
260 siguiendo tu ejemplo,
nuestro "sí" a la voluntad del Señor.

Un "sí" que se une a tu "sí"
sin reservas y sin sombras,
que el Padre quiso necesitar
para engendrar al Hombre nuevo,
Cristo, único Salvador del mundo y de la historia.

Danos la valentía para decir "no"
a los engaños del poder, del dinero y del placer;
a las ganancias ilícitas,
a la corrupción y a la hipocresía,
261 al egoísmo y a la violencia.
"No" al Maligno,
príncipe engañador de este mundo.
"Sí" a Cristo, que destruye el poder del mal
con la omnipotencia del amor.
Sabemos que sólo los corazones
convertidos al Amor, que es Dios,
pueden construir un futuro mejor para todos.

"Llena de gracia" eres tú, María.
Tu nombre es para todas las generaciones
prenda de esperanza segura.
262 Sí, porque, como escribe el sumo poeta Dante,
para nosotros, los mortales,
tú "eres fuente viva de esperanza"
(Paraíso, XXXIII, 12).

Como peregrinos confiados, acudimos una vez más
a esta fuente,
al manantial de tu Corazón inmaculado,
para encontrar en ella fe y consuelo,
alegría y amor, seguridad y paz.

Virgen "llena de gracia",
muéstrate Madre tierna y solícita
263 con los habitantes de esta ciudad tuya,
para que el auténtico espíritu evangélico
anime y oriente su comportamiento;
muéstrate Madre y guardiana vigilante
de Italia y Europa,
para que de las antiguas raíces cristianas
los pueblos sepan tomar nueva linfa
para construir su presente y su futuro;
muéstrate Madre providente y misericordiosa
con el mundo entero,
para que, respetando la dignidad humana
264 y rechazando toda forma
de violencia y de explotación,
se pongan bases firmes para la civilización del amor. Muéstrate Madre
especialmente de los más necesitados:
de los indefensos, de los marginados y los excluidos, de las víctimas de una sociedad
que con demasiada frecuencia sacrifica
al hombre por otros fines e intereses.
Muéstrate Madre de todos, oh María,
y danos a Cristo, esperanza del mundo.
"Monstra te esse Matrem",
oh Virgen Inmaculada,
265 llena de gracia. Amén.


AL 56 CONGRESO NACIONAL DE LA UNIÓN DE JURISTAS CATÓLICOS ITALIANOS

Sábado 9 de diciembre de 2006



Queridos hermanos y hermanas:

Bienvenidos a este encuentro, que tiene lugar en el contexto de vuestro congreso nacional de estudio dedicado al tema: "La laicidad y las laicidades". Os dirijo a cada uno mi cordial saludo, comenzando por el presidente de vuestra benemérita asociación, profesor Francesco D'Agostino, al que también doy las gracias por haberse hecho intérprete de vuestros sentimientos comunes y por haberme explicado brevemente las finalidades de vuestra acción social y apostólica. El congreso afronta el tema de la laicidad, que es de gran interés porque pone de relieve que en el mundo de hoy la laicidad se entiende de varias maneras: no existe una sola laicidad, sino diversas, o, mejor dicho, existen múltiples maneras de entender y vivir la laicidad, maneras a veces opuestas e incluso contradictorias entre sí. Haber dedicado estos días al estudio de la laicidad y de los diferentes modos de entenderla y actuarla os ha introducido en el intenso debate actual, un debate que resulta muy útil para los que cultivan el derecho.

Para comprender el significado auténtico de la laicidad y explicar sus acepciones actuales, es preciso tener en cuenta el desarrollo histórico que ha tenido el concepto. La laicidad, nacida como indicación de la condición del simple fiel cristiano, no perteneciente ni al clero ni al estado religioso, durante la Edad Media revistió el significado de oposición entre los poderes civiles y las jerarquías eclesiásticas, y en los tiempos modernos ha asumido el de exclusión de la religión y de sus símbolos de la vida pública mediante su confinamiento al ámbito privado y a la conciencia individual. Así, ha sucedido que al término "laicidad" se le ha atribuido una acepción ideológica opuesta a la que tenía en su origen.

En realidad, hoy la laicidad se entiende por lo común como exclusión de la religión de los diversos ámbitos de la sociedad y como su confín en el ámbito de la conciencia individual. La laicidad se manifestaría en la total separación entre el Estado y la Iglesia, no teniendo esta última título alguno para intervenir sobre temas relativos a la vida y al comportamiento de los ciudadanos; la laicidad comportaría incluso la exclusión de los símbolos religiosos de los lugares públicos destinados al desempeño de las funciones propias de la comunidad política: oficinas, escuelas, tribunales, hospitales, cárceles, etc.

Basándose en estas múltiples maneras de concebir la laicidad, se habla hoy de pensamiento laico, de moral laica, de ciencia laica, de política laica. En efecto, en la base de esta concepción hay una visión a-religiosa de la vida, del pensamiento y de la moral, es decir, una visión en la que no hay lugar para Dios, para un Misterio que trascienda la pura razón, para una ley moral de valor absoluto, vigente en todo tiempo y en toda situación. Solamente dándose cuenta de esto se puede medir el peso de los problemas que entraña un término como laicidad, que parece haberse convertido en el emblema fundamental de la posmodernidad, en especial de la democracia moderna.

Por tanto, todos los creyentes, y de modo especial los creyentes en Cristo, tienen el deber de contribuir a elaborar un concepto de laicidad que, por una parte, reconozca a Dios y a su ley moral, a Cristo y a su Iglesia, el lugar que les corresponde en la vida humana, individual y social, y que, por otra, afirme y respete "la legítima autonomía de las realidades terrenas", entendiendo con esta expresión -como afirma el concilio Vaticano II- que "las cosas creadas y las sociedades mismas gozan de leyes y valores propios que el hombre ha de descubrir, aplicar y ordenar paulatinamente" (Gaudium et spes GS 36).

Esta autonomía es una "exigencia legítima, que no sólo reclaman los hombres de nuestro tiempo, sino que está también de acuerdo con la voluntad del Creador, pues, por la condición misma de la creación, todas las cosas están dotadas de firmeza, verdad y bondad propias y de un orden y leyes propias, que el hombre debe respetar reconociendo los métodos propios de cada ciencia o arte" (ib.). Por el contrario, si con la expresión "autonomía de las realidades terrenas" se quisiera entender que "las cosas creadas no dependen de Dios y que el hombre puede utilizarlas sin referirlas al Creador", entonces la falsedad de esta opinión sería evidente para quien cree en Dios y en su presencia trascendente en el mundo creado (cf. ib.).

Esta afirmación conciliar constituye la base doctrinal de la "sana laicidad", la cual implica que las realidades terrenas ciertamente gozan de una autonomía efectiva de la esfera eclesiástica, pero no del orden moral. Por tanto, a la Iglesia no compete indicar cuál ordenamiento político y social se debe preferir, sino que es el pueblo quien debe decidir libremente los modos mejores y más adecuados de organizar la vida política. Toda intervención directa de la Iglesia en este campo sería una injerencia indebida.

Por otra parte, la "sana laicidad" implica que el Estado no considere la religión como un simple sentimiento individual, que se podría confinar al ámbito privado. Al contrario, la religión, al estar organizada también en estructuras visibles, como sucede con la Iglesia, se ha de reconocer como presencia comunitaria pública. Esto supone, además, que a cada confesión religiosa (con tal de que no esté en contraste con el orden moral y no sea peligrosa para el orden público) se le garantice el libre ejercicio de las actividades de culto -espirituales, culturales, educativas y caritativas- de la comunidad de los creyentes.


Discursos 2006 250