Discursos 2006 266

266 A la luz de estas consideraciones, ciertamente no es expresión de laicidad, sino su degeneración en laicismo, la hostilidad contra cualquier forma de relevancia política y cultural de la religión; en particular, contra la presencia de todo símbolo religioso en las instituciones públicas.

Tampoco es signo de sana laicidad negar a la comunidad cristiana, y a quienes la representan legítimamente, el derecho de pronunciarse sobre los problemas morales que hoy interpelan la conciencia de todos los seres humanos, en particular de los legisladores y de los juristas. En efecto, no se trata de injerencia indebida de la Iglesia en la actividad legislativa, propia y exclusiva del Estado, sino de la afirmación y de la defensa de los grandes valores que dan sentido a la vida de la persona y salvaguardan su dignidad. Estos valores, antes de ser cristianos, son humanos; por eso ante ellos no puede quedar indiferente y silenciosa la Iglesia, que tiene el deber de proclamar con firmeza la verdad sobre el hombre y sobre su destino.

Queridos juristas, vivimos en un período histórico admirable por los progresos que la humanidad ha realizado en muchos campos del derecho, de la cultura, de la comunicación, de la ciencia y de la tecnología. Pero en este mismo tiempo algunos intentan excluir a Dios de todos los ámbitos de la vida, presentándolo como antagonista del hombre. A los cristianos nos corresponde mostrar que Dios, en cambio, es amor y quiere el bien y la felicidad de todos los hombres. Tenemos el deber de hacer comprender que la ley moral que nos ha dado, y que se nos manifiesta con la voz de la conciencia, no tiene como finalidad oprimirnos, sino librarnos del mal y hacernos felices. Se trata de mostrar que sin Dios el hombre está perdido y que excluir la religión de la vida social, en particular la marginación del cristianismo, socava las bases mismas de la convivencia humana, pues antes de ser de orden social y político, estas bases son de orden moral.

A la vez que os agradezco una vez más, queridos amigos, vuestra visita, invoco la protección materna de María sobre vosotros y sobre vuestra asociación. Con estos sentimientos os imparto de corazón a todos una bendición apostólica especial, que de buen grado extiendo a vuestras familias y a vuestros seres queridos



VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA

SANTA MARÍA, ESTRELLA DE LA EVANGELIZACIÓN



A LA JUVENTUD ARDIENTE MARIANA

Domingo 10 de diciembre de 2006



Buenos días, queridos hermanos y hermanas:

Gracias por vuestra presencia y por vuestro afecto. Me alegra celebrar con vosotros este domingo. Lamentablemente, hace un poco de frío, pero el Señor nos ayudará en este momento en el que con gran alegría queremos dedicar esta iglesia, para que sea centro espiritual y humano de este barrio.
Que el Señor nos una a sí y de este modo nos conceda la unidad también entre nosotros. Saludo cordialmente a los responsables, a los muchachos, a los jóvenes y a las familias de la Juventud ardiente mariana (GAM) de Roma, que esta noche han realizado una vigilia en la capilla que está junto a su sede diocesana, en espera de este encuentro de oración y de fiesta.

Queridos hermanos, os exhorto a proseguir vuestra obra de formación para la misión, siempre fieles a los que os gusta definir los "tres amores blancos": la Eucaristía, María santísima y el Sucesor del apóstol san Pedro.

De buen grado os bendigo a vosotros, vuestros propósitos de evangelización y vuestra nueva sede diocesana.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.


A LOS NIÑOS DE LA PARROQUIA

Domingo 10 de diciembre de 2006

267 Queridos muchachos y muchachas:

Gracias por esta bienvenida. Me dicen que esta sala se llamará "Benedicto XVI"; por tanto, me siento como en casa. Gracias por vuestra presencia. Me dicen que os estáis preparando para la primera Comunión o para la Confirmación, pero antes debemos aún celebrar la Navidad. La Navidad es el día en que Dios nos hizo un gran regalo; no nos dio algo material; su regalo consistió en darse él a sí mismo. Nos dio su Hijo; así la Navidad se ha convertido en la fiesta de los regalos.

Debemos imitar a Dios, no vivir sólo para nosotros mismos, no sólo pensar en nosotros mismos, sino pensar en los demás, hacer regalos a los demás, también a nuestros padres, a nuestros hermanos y hermanas, etc. Y en este sentido el regalo más hermoso es ser bueno con los demás, mostrar bondad, justicia y amor. Este es el último regalo. Los demás regalos sólo expresan este significado, esta voluntad de ser buenos unos con otros. Y haciendo este verdadero regalo, imitando así a Dios, nos preparamos también para la primera Comunión y para la Confirmación.

Porque en la primera Comunión la Navidad, por decirlo así, resulta perfecta. En la Navidad Dios se dio a sí mismo; en la primera Comunión nos hace este mismo regalo a cada uno de nosotros individualmente: viene a cada uno de nosotros. Bajo las apariencias de un pequeño pedazo de pan, es él mismo quien se hace don; quiere entrar en nuestro corazón. Si en casa se espera un gran huésped, se hace todo lo necesario para limpiar, preparar, etc., a fin de que encuentre una casa acogedora. Así, sabiendo que Dios mismo quiere entrar en nosotros, en nuestro corazón, hagamos lo posible para que nuestro corazón sea un corazón bueno y hermoso; así la alegría será mayor.

La Confirmación, en cierto sentido, repite el mismo gesto de Dios. El Espíritu Santo viene para acompañarnos durante toda nuestra vida. En la vida surgen dificultades y necesitamos ayuda: el Epíritu Santo nos auxilia, nos acompaña y nos muestra el camino.

En este sentido, nos acercamos a la Navidad llenos de alegría, porque Dios existe, porque Dios me conoce, porque Dios quiere conocerme y venir a mi corazón.

A todos os deseo una feliz Navidad ahora, y felices semanas de preparación para la primera Comunión. Os felicito por esta hermosa iglesia, que os ayudará a tener alegría de Dios, alegría de ser católicos, alegría de tener fe. ¡Felicidades!



DURANTE EL ENCUENTRO CON SU BEATITUD CHRISTÓDULOS, ARZOBISPO DE ATENAS Y DE TODA GRECIA

Jueves 14 de diciembre de 2006



"Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo" (1Co 1,3)
Beatitud; queridos hermanos en Cristo que acompañáis al venerable arzobispo de Atenas y de toda Grecia con ocasión de nuestro encuentro fraterno, os saludo en el Señor.

Con profunda alegría os acojo con la misma fórmula que san Pablo dirigía "a la Iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, nuestro Señor" (1Co 1,2). En el nombre del Señor y con un afecto sincero y fraterno, os doy la bienvenida entre nosotros, en la Iglesia de Roma, y doy gracias a Dios porque nos concede vivir este momento de gracia y de alegría espiritual.

268 Vuestra presencia aquí reaviva en nosotros la gran tradición cristiana que nació y se desarrolló en vuestra querida y gloriosa patria. A través de la lectura de las cartas de san Pablo y de los Hechos de los Apóstoles, esta tradición nos recuerda diariamente a las primeras comunidades cristianas que se formaron en Corinto, en Tesalónica y en Filipos. Nos recuerda también la presencia y la predicación de san Pablo en Atenas, su valiente proclamación de la fe en el Dios desconocido y revelado en Jesucristo, y el mensaje de la resurrección, difícil de entender para sus contemporáneos.

En la primera carta a los cristianos de Corinto, los primeros que experimentaron dificultades y graves tentaciones de división, encontramos un mensaje actual para todos los cristianos. En efecto, surge un peligro real cuando algunas personas quieren identificarse con un grupo determinado, diciendo: yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas. Entonces san Pablo plantea la temible pregunta: "¿Es que Cristo está dividido?" (
1Co 1,13).

Grecia y Roma intensificaron sus relaciones desde los albores del cristianismo y las continuaron, relaciones que dieron vida a las diferentes formas de comunidades y de tradiciones cristianas en las regiones del mundo que hoy corresponden a la Europa del Este y a la Europa del Oeste. Estas intensas relaciones también han contribuido a crear una especie de ósmosis en la formación de las instituciones eclesiales. Esta ósmosis, salvaguardando las particularidades disciplinares, litúrgicas, teológicas y espirituales de las dos tradiciones, romana y griega, hizo fecundas la acción evangelizadora de la Iglesia y la inculturación de la fe cristiana.

Hoy nuestras relaciones se están reanudando lentamente pero en profundidad y basadas en la autenticidad. Para nosotros constituyen una ocasión para redescubrir toda una nueva gama de expresiones espirituales llenas de significado y de compromiso mutuo. Damos gracias a Dios por ello.

La memorable visita de mi venerado predecesor el Papa Juan Pablo II a Atenas, en el ámbito de su peregrinación tras las huellas de san Pablo, en el año 2001, sigue siendo un punto fundamental en la progresiva intensificación de nuestros contactos y de nuestra colaboración. Durante esa peregrinación, el Papa Juan Pablo II fue acogido con honor y respeto por Vuestra Beatitud y por el Santo Sínodo de la Iglesia de Grecia, y recordamos en particular el conmovedor encuentro en el Areópago, donde predicó san Pablo. Luego tuvieron lugar intercambios de delegaciones de sacerdotes y de estudiantes.

Asimismo, no quiero ni puedo olvidar la fecunda colaboración que se instauró entre el Apostolikì Diakonia y la Biblioteca Apostólica Vaticana.

Estas iniciativas contribuyen a un conocimiento recíproco concreto y estoy seguro de que ayudarán a la promoción de nuevas relaciones entre la Iglesia de Grecia y la Iglesia de Roma.

Si dirigimos nuestra mirada al futuro, Beatitud, tenemos ante nosotros un vasto campo en el que podrá crecer nuestra colaboración cultural y pastoral.

Los diversos países europeos trabajan en la creación de una nueva Europa, que no puede ser una realidad exclusivamente económica. Católicos y ortodoxos están llamados a dar su contribución cultural y, sobre todo, espiritual. En efecto, tienen el deber de defender las raíces cristianas del continente, que lo han modelado a lo largo de los siglos, y de permitir así que la tradición cristiana continúe manifestándose y actuando con todas sus fuerzas en favor de la salvaguarda de la dignidad de la persona humana y del respeto de las minorías, evitando una uniformidad cultural que entrañaría el peligro de perder inmensas riquezas de la civilización. Asimismo, es preciso trabajar por la salvaguarda de los derechos del hombre, que comprenden el principio de la libertad individual, en especial de la libertad religiosa. Hay que defender y promover estos derechos en la Unión europea y en cada uno de sus países miembros.

Al mismo tiempo, conviene promover la colaboración entre los cristianos en cada país de la Unión europea, a fin de afrontar los nuevos riesgos que se plantean a la fe cristiana, es decir, la secularización creciente, el relativismo y el nihilismo, que abren el camino a comportamientos e incluso a legislaciones que atentan contra la dignidad inalienable de las personas y ponen en tela de juicio instituciones tan fundamentales como el matrimonio. Es urgente emprender acciones pastorales comunes, que constituyan para nuestros contemporáneos un testimonio común y nos dispongan a dar razón de nuestra esperanza.

Su presencia aquí en Roma, Beatitud, es signo de este compromiso común. Por su parte, la Iglesia católica tiene la voluntad profunda de hacer todo lo posible para nuestro acercamiento, con el fin de llegar a la plena comunión entre católicos y ortodoxos y, en este momento, en favor de una colaboración pastoral en todos los niveles posibles, para que el Evangelio sea anunciado y el nombre de Dios sea bendecido.

269 Beatitud, le renuevo mis votos de bienvenida a usted y a los queridos hermanos que lo acompañan en su visita. Encomendándoos a la intercesión de la Théotokos, pido al Señor que os colme de la abundancia de las bendiciones celestiales.
* * *


DISCURSO DE SU BEATITUD CHRISTÓDULOS, ARZOBISPO DE ATENAS Y DE TODA GRECIA




Santidad, Obispo y Papa de Roma:

Con alegría venimos hoy de la Iglesia apostólica de Atenas en peregrinación a los monumentos de los santos, especialmente de san Pablo, el Apóstol de las naciones, fundador de nuestra Iglesia, situados en la célebre ciudad de la antigua Roma. Venimos a postrarnos ante la tumba del santo apóstol Pedro y a rendir homenaje a los mártires de las catacumbas y a los santos griegos Cirilo y Metodio, iguales a los Apóstoles. Venimos a orar para que la verdad de Cristo resplandezca en el mundo, comprometiéndonos a "conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz" (Ep 4,3) y para "crecer en todo hasta Aquel que es la Cabeza, Cristo" (Ep 4,15).

Con alegría vengo, en calidad de primado de la santísima Iglesia de Grecia, a visitarlo por primera vez en su calidad de Obispo de esta ciudad, respondiendo a su cordial invitación. Vengo a usted, eminente teólogo y profesor universitario, investigador asiduo del pensamiento griego antiguo y de los Padres griegos de Oriente, pero también promotor de la unidad de los cristianos y de la cooperación de las religiones para garantizar la paz en el mundo entero.

Recuerdo nuestro anterior encuentro, el 8 de abril de 2005, día del funeral del bienaventurado Papa Juan Pablo II. La visita que este gran Papa, de eterna memoria, hizo a Atenas y nuestro encuentro, el 4 de mayo de 2001, durante el cual intercambiamos palabras de amor y de verdad, forjaron nuestro deseo común de poner la piedra angular para edificar sobre ella la comprensión, el perdón, la reconciliación y la purificación de la memoria de la Iglesia.

Doy gracias a Dios por la ocasión que me brinda hoy de intercambiar con Su Santidad el beso fraterno de la caridad y superar así una nueva etapa en el itinerario común de nuestras Iglesias para afrontar los problemas del mundo actual. La perpetuación, por parte de nuestras Iglesias, de la veneración de las santas reliquias se destacó sobre todo cuando la Iglesia de Roma tuvo la cortesía de entregar parte de esas reliquias a varias diócesis metropolitanas y a lugares de peregrinación de nuestra Iglesia. Esperamos recibir, en las próximas horas, un fragmento de las cadenas del apóstol san Pablo, que se conservará con gran devoción y fervor en la santísima Iglesia de Atenas.

Me complace recordar que, sobre todo desde el año 2002, han venido a la Santa Sede delegaciones oficiales de la Iglesia de Grecia, con el fin de profundizar el conocimiento recíproco, informar y cooperar en el ámbito social, cultural, educativo, ecológico y bioético.

Recuerdo, entre otras, las delegaciones oficiales enviadas a la Iglesia de Grecia, encabezadas por su eminencia el cardenal Walter Kasper en 2003, y las encabezadas respectivamente por sus eminencias los cardenales Jean-Louis Tauran, Dionigi Tettamanzi y Angelo Scola.

Recuerdo asimismo las visitas que nos hicieron su excelencia el obispo Vincenzo Apicella, encabezando una delegación de eclesiásticos del obispado de Roma, y su excelencia el obispo Josef Homeyer, presidente emérito de la Conferencia de los Episcopados de la Comunidad europea (COMECE), que puso de relieve la importancia de una colaboración constante de la delegación de nuestra Iglesia en la Unión europea con dicha Comisión, para dar así un testimonio creíble al europeo del siglo XXI mediante el evangelio de vida, de gracia y de libertad.

Conviene citar los numerosos miembros de nuestra Iglesia, eclesiásticos y laicos, que han realizado estudios superiores en los centros educativos católicos romanos, beneficiándose de becas concedidas por el Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos.
270 Por nuestra parte, correspondiendo como antidoron a este don fraterno, en estos últimos dos años hemos concedido a cincuenta eclesiásticos y novicios católicos romanos, que realizan sus estudios en Roma, becas que les permitan aprender el griego y familiarizarse con la cultura griega y la tradición ortodoxa. Albergamos sobre todo el deseo de proseguir este programa de conocimiento y cooperación.

En esta ocasión, deseo subrayar en particular la buena colaboración instaurada entre nuestras Iglesias para publicar el facsímil del menologio de Basilio II, uno de los manuscritos bizantinos miniados más importantes, que se conserva en la Biblioteca apostólica vaticana. El recuerdo de todo esto, así como la viva esperanza de superar los obstáculos dogmáticos que entorpecen el camino de la unidad en la fe, enriquecen nuestra oración y refuerzan nuestra voluntad de vivir, por el consenso, la unidad plena y de comulgar en el mismo cáliz de vida el Cuerpo y la Sangre preciosa del Señor. A este respecto, deseamos que la Comisión mixta internacional, encargada del diálogo entre la Iglesia ortodoxa y la Iglesia católica romana, tenga éxito en sus trabajos.

Las condiciones que hoy delinean el nuevo rostro del mundo, y en particular de Europa, exigen de nuestra parte -en nuestra calidad de padres espirituales de los fieles de nuestras Iglesias- vigilancia para señalar a tiempo todo lo que amenaza los valores y las estructuras de la civilización europea profundamente impregnados de la fe cristiana: la corriente que fomenta la progresiva descristianización de Europa, orientada a la exclusión de la Iglesia de la vida pública y a su marginación social; los problemas creados por el desplazamiento de miles de refugiados y emigrantes de orígenes diversos; los peligros que derivan del fanatismo religioso; los desarrollos presuntuosos, que rozan los límites de la ofensa -L$D4H- en el sentido griego antiguo de la palabra, de la biotecnología en materia de genética; la brecha cada vez mayor entre ricos y pobres; los peligros a que está expuesta la juventud; la posibilidad de un conflicto de civilizaciones y de religiones; la necesidad de salvaguardar la identidad espiritual y cultural de los ciudadanos europeos y de la familia, célula de la sociedad; el envilecimiento y la desvalorización del ser humano, a menudo con el pretexto de los derechos del hombre; el frenesí del consumismo cultivado por todos los medios y, como su corolario, la producción de un estilo de vida condicionado en el que el placer es el único valor, cualquiera que sea el precio psíquico que haya que pagar.

En pocas palabras, numerosos problemas sociales, de los que usted ha hablado con frecuencia, son para nosotros auténticos desafíos que estamos dispuestos a afrontar con el verdadero espíritu de la vida en Cristo. En este contexto, la contribución del discurso ortodoxo, teológico y pastoral, es absolutamente necesario. La Iglesia debe tender la mano para aferrar y salvar a los que se están ahogando en el torrente de Baal. Siente que en el mundo contemporáneo, extremamente mediatizado, debe adoptar los medios de comunicación social modernos y hablar con el lenguaje actual al hombre de nuestro tiempo. Todo ello sin que esos medios técnicos alteren su discurso y sin que su mensaje ceda ante la técnica de comunicación. Se siente obligada a oponerse al Estado y a las superpotencias de este mundo, cuando considera que sus decisiones deforman la imagen viva de Dios en la tierra. Eso sin caer en la tentación de sentirse ella misma una potencia de este mundo.

Invocando la intercesión de los apóstoles san Pedro y san Pablo, así como la de nuestros santos predecesores atenienses, Anacleto, Higinio, Sixto II, le deseo personalmente, Santidad, salud y larga vida. "Que el mismo Señor nuestro Jesucristo y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado y que nos ha dado gratuitamente una consolación eterna y una esperanza dichosa, consuele vuestros corazones y los afiance en toda obra y palabra buena" (
2Th 2,16-17).


DECLARACIÓN COMÚN DEL PAPA BENEDICTO XVI Y DE SU BEATITUD CHRISTÓDULOS


1. Nosotros, Benedicto XVI, Papa y Obispo de Roma, y Cristódulos, Arzobispo de Atenas y de toda Grecia, en este lugar sagrado de Roma, famoso por la predicación evangélica y el martirio de los apóstoles san Pedro y san Pablo, deseamos vivir cada vez más intensamente nuestra misión de dar un testimonio apostólico, de transmitir la fe tanto a los cercanos como a los alejados, y de anunciarles la buena nueva del nacimiento del Salvador, que unos y otros celebraremos próximamente. Asimismo, tenemos la responsabilidad común de superar, en el amor y la verdad, las múltiples dificultades y las dolorosas experiencias del pasado, para gloria de Dios, Trinidad Santísima, y de su santa Iglesia.

2. Nuestro encuentro en la caridad nos hace, ante todo, más conscientes de nuestra tarea común: recorrer juntos el arduo camino del diálogo en la verdad con el fin de restablecer la plena comunión de fe en el vínculo del amor. De este modo cumpliremos el mandato divino y haremos realidad la oración de nuestro Señor Jesucristo, e iluminados por el Espíritu Santo que acompaña y no abandona nunca a la Iglesia de Cristo, proseguiremos nuestro empeño en este camino, siguiendo el ejemplo apostólico y dando prueba de amor recíproco y de espíritu de colaboración.

3. Reconocemos los pasos importantes que se han dado en el diálogo de la caridad y gracias a las decisiones del concilio Vaticano II en materia de las relaciones recíprocas. Además, esperamos que el diálogo teológico bilateral haga fructificar estos elementos positivos para formular proposiciones aceptadas por ambas partes con espíritu de reconciliación, a ejemplo de nuestro ilustre Padre de la Iglesia, san Basilio Magno, el cual, en un tiempo de numerosas divisiones del cuerpo eclesial, expresaba su convicción de que "con una comunicación mutua más duradera y con debates sin espíritu de rivalidad, si hiciera falta alguna nueva aclaración, el Señor la proporcionará, pues él hace que todas las cosas contribuyan al bien de los que lo aman" (Carta 113).

4. Afirmamos unánimemente la necesidad de perseverar en el camino de un diálogo teológico constructivo. En efecto, a pesar de las dificultades que se han constatado, este es uno de los caminos fundamentales de que disponemos para restablecer la unidad tan anhelada del cuerpo eclesial en torno al altar del Señor, así como para reforzar la credibilidad del mensaje cristiano en una época de cambios en las sociedades en que vivimos, pero también de grandes búsquedas espirituales por parte de un gran número de nuestros contemporáneos, que también están preocupados ante la creciente globalización, que a veces amenaza al hombre incluso en su existencia y en su relación con Dios y con el mundo.

5. De modo muy especial, renovamos solemnemente nuestro deseo de anunciar al mundo el Evangelio de Jesucristo, sobre todo a las nuevas generaciones, pues "el amor de Cristo nos apremia" (2Co 5,14) a hacer que descubran al Señor, que vino a nuestro mundo para que todos tengan la vida y la tengan en abundancia. Esto es particularmente importante en nuestras sociedades donde numerosas corrientes de pensamiento alejan de Dios y no dan sentido a la existencia.

Queremos anunciar el Evangelio de gracia y de amor, para que todos los hombres estén también en comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y así su alegría sea perfecta.

271 6. Pensamos que las religiones tienen un papel que desempeñar para garantizar la difusión de la paz en el mundo y que de modo alguno deben ser focos de intolerancia ni de violencia. Como líderes religiosos cristianos, exhortamos juntos a todos los líderes religiosos a proseguir y reforzar el diálogo interreligioso, y a trabajar para crear una sociedad de paz y fraternidad entre las personas y entre los pueblos. Esta es una de las misiones de las religiones. En este sentido, los cristianos trabajan y quieren seguir trabajando en el mundo, junto con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, con espíritu de solidaridad y fraternidad.

7. Deseamos rendir homenaje a los impresionantes progresos realizados en todos los ámbitos de la ciencia, especialmente en los que atañen al hombre, pero invitando a los responsables y a los científicos a respetar el carácter sagrado de la persona humana y de su dignidad, pues su vida es un don divino. Nos preocupa ver que las ciencias llevan a cabo experimentos con seres humanos, que no respetan la dignidad ni la integridad de la persona en todas las etapas de su existencia, desde la concepción hasta su término natural.

8. Además, pedimos que se muestre mayor sensibilidad para proteger de modo más eficaz en nuestros países, en Europa y en el ámbito internacional, los derechos fundamentales del hombre, fundados en la dignidad de la persona creada a imagen de Dios.

9. Anhelamos una fecunda colaboración para ayudar a nuestros contemporáneos a que descubran de nuevo las raíces cristianas del Continente europeo, que han forjado las diversas naciones y contribuido al desarrollo de vínculos cada vez más armoniosos entre ellas. Eso les ayudará a vivir y promover los valores humanos y espirituales fundamentales para las personas, así como para el desarrollo de las sociedades mismas.

10. Reconocemos los méritos de los progresos de la tecnología y de la economía para gran número de sociedades modernas. Sin embargo, invitamos a los países ricos a prestar mayor atención a los países en vías de desarrollo y a los países más pobres, con el deseo de compartir los bienes con actitud solidaria y reconociendo que todos los hombres son hermanos nuestros y que tenemos el deber de ayudar a los más pequeños y pobres, que son los predilectos del Señor. En este sentido, es también muy importante que no se explote de modo abusivo la creación, obra de Dios. Hacemos un llamamiento a las personas que tienen responsabilidades en la sociedad y a todos los hombres de buena voluntad para que se comprometan a tratar de modo sensato y respetuoso la creación, a fin de que sea usada correctamente, con espíritu de solidaridad, sobre todo respecto a los pueblos que viven en situación de hambre, y para legar a las generaciones futuras una tierra realmente habitable para todos.

11. De acuerdo con nuestras convicciones comunes, reafirmamos nuestro deseo de colaborar en el desarrollo de la sociedad, con una cooperación constructiva, al servicio del hombre y de los pueblos, dando un testimonio de la fe y de la esperanza que nos animan.

12. Pensando de modo especial en los fieles ortodoxos y católicos, los saludamos y los encomendamos a Cristo, el Salvador, para que sean testigos incansables del amor de Dios, y elevamos una ferviente oración para que el Señor conceda a todos los hombres el don de la paz, en la caridad y la unidad de la familia humana.

Vaticano, 14 de diciembre de 2006


A LOS NUEVOS EMBAJADORES DE DINAMARCA,


KIRGUIZISTÁN, MOZAMBIQUE, UGANDA, SIRIA Y LESOTHO

Jueves 14 de diciembre de 2006



Excelencias:

Con alegría os recibo para la presentación de las cartas que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros países: Dinamarca, Kirguizistán, Mozambique, Uganda, Siria y Lesotho. A la vez que os agradezco las amables palabras que me habéis dirigido de parte de vuestros jefes de Estado, os ruego que les transmitáis mi cordial saludo y mis mejores deseos para sus personas y para su elevada misión al servicio de su nación.

272 Por medio de vosotros quisiera saludar también a todas las autoridades civiles y religiosas de vuestros países, así como a todos vuestros compatriotas, pensando especialmente en las comunidades católicas, que actúan en medio de sus hermanos y colaboran con ellos.

Durante el año que está a punto de concluir han estallado numerosos conflictos en los diferentes continentes. Como diplomáticos, sin duda alguna os preocupan las situaciones y los focos de tensión que no dejan de desarrollarse, en detrimento de las poblaciones locales, causando un gran número de víctimas inocentes. Por su parte, la Santa Sede comparte esa inquietud, que puede poner en peligro la supervivencia de algunas poblaciones y hace que grave sobre los más pobres el peso del sufrimiento y la falta de los bienes más esenciales.

Para afrontar estos fenómenos las autoridades y todas las personas que tienen responsabilidades en la sociedad civil deben escuchar cada vez con mayor atención a su pueblo, buscando las soluciones más eficaces para responder a las situaciones de aflicción y pobreza, y para una distribución de bienes lo más equitativa posible, tanto en el seno de cada nación como en el ámbito de la comunidad internacional.

En efecto, los responsables de la sociedad tienen el deber de no crear ni mantener en un país o en una región situaciones graves de insatisfacción en ámbito político, económico o social, que llevarían a las personas a pensar que se encuentran marginadas de la sociedad y de los puestos de decisión y de gestión, y que no tienen derecho a beneficiarse de los frutos de la producción nacional.

Esas injusticias no pueden menos de ser fuente de desórdenes y engendrar una especie de escalada de la violencia. La búsqueda de la paz, de la justicia y del buen entendimiento entre todos debe ser uno de los objetivos prioritarios, que exige a los que tienen responsabilidades prestar atención a las realidades concretas del país, comprometiéndose a suprimir todo lo que se opone a la equidad y a la solidaridad, de modo especial la corrupción y la falta de distribución de los recursos.

Así pues, esto supone que quienes ejercen la autoridad en la nación tengan la preocupación constante de considerar su compromiso político y social como un servicio a las personas y no como la búsqueda de beneficios para un reducido número de personas, en detrimento del bien común. Sé que hace falta valentía para mantenerse firme en medio de las dificultades, teniendo como objetivo el bien de los individuos y de la comunidad nacional. Sin embargo, en la vida pública, la valentía es una virtud indispensable para no dejarse arrastrar por ideologías partidistas, por grupos de presión o por el afán de poder. Como recuerda la doctrina social de la Iglesia, el bien de las personas y de los pueblos debe ser siempre el criterio prioritario de las decisiones en la vida social.

Al comenzar vuestra misión ante la Santa Sede, os expreso, señora y señores embajadores, mis más cordiales deseos de éxito en vuestro trabajo. Que el Altísimo os acompañe a vosotros, a vuestros seres queridos, a vuestros colaboradores y a todos los habitantes de vuestro país, y que colme a cada uno de la abundancia de sus bendiciones.


A LOS ESTUDIANTES UNIVERSITARIOS DE ROMA AL FINAL DE LA MISA EN LA BASÍLICA DE SAN PEDRO

Jueves 14 de diciembre de 2006



Queridos amigos:

También este año tengo la grata oportunidad de encontrarme con el mundo universitario romano, y de intercambiar con vosotros las felicitaciones por la santa Navidad ya cercana. Saludo al cardenal Camillo Ruini, que ha presidido la celebración eucarística y os ha guiado en la reflexión sobre los textos litúrgicos. Doy las gracias al rector de la universidad Roma 3 y a la joven estudiante, que se han hecho portavoces de vuestra cualificada asamblea. A todos y cada uno os saludo con afecto.

Nos encontramos en la cercanía de la Navidad, que es la fiesta de los regalos, como recordé el domingo pasado al visitar la nueva parroquia romana dedicada a Santa María, Estrella de la Evangelización. Los regalos navideños nos recuerdan el regalo por excelencia, que el Hijo de Dios nos hizo de sí mismo en la Encarnación. Por eso, con ocasión de la Navidad oportunamente se hacen muchos regalos, que la gente se intercambia durante estos días.

273 Sin embargo, es importante no olvidar el Regalo principal, del que los demás regalos son solamente un símbolo. La Navidad es el día en que Dios se entregó a sí mismo a la humanidad y este regalo suyo, por decirlo así, llega a ser perfecto en la Eucaristía. Como dije a los niños de la parroquia romana citada que se están preparando para la primera Comunión y la Confirmación, bajo la apariencia de un pedacito de pan es Jesús mismo quien se nos entrega y quiere entrar en nuestro corazón.

Vosotros, queridos jóvenes, este año estáis reflexionando precisamente sobre el tema de la Eucaristía, de acuerdo con el itinerario espiritual y pastoral preparado por la diócesis de Roma. El misterio eucarístico constituye el punto de convergencia privilegiado entre los diversos ámbitos de la existencia cristiana, incluido el de la búsqueda intelectual.

Jesús Eucaristía, encontrado en la liturgia y contemplado en la adoración, es como un "prisma" a través del cual se puede penetrar mejor en la realidad desde diversas perspectivas: ascética y mística, intelectual y especulativa, histórica y moral.

En la Eucaristía Cristo está realmente presente y la santa misa es memorial vivo de su Pascua. El santísimo Sacramento es el centro cualitativo del cosmos y de la historia. Por eso constituye un manantial inagotable de pensamiento y de acción para cualquiera que esté en búsqueda de la verdad y quiera cooperar con ella.

Por decirlo así, es un "concentrado" de verdad y de amor. No sólo ilumina el conocimiento, sino también y sobre todo el actuar del hombre, su vivir "según la verdad en la caridad" (
Ep 4,15), como dice san Pablo, en el compromiso diario de actuar como Cristo mismo actuó. Así pues, la Eucaristía fomenta, en la persona que se alimenta de ella con asiduidad y con fe, una fecunda unidad entre contemplación y acción.

Queridos amigos, entremos en el misterio de la Navidad, ya cercana, a través de la "puerta" de la Eucaristía: en la cueva de Belén adoremos al mismo Señor que en el Sacramento eucarístico quiso hacerse nuestro alimento espiritual, para transformar el mundo desde dentro, partiendo del corazón del hombre.

Sé que para muchos de vosotros, universitarios de Roma, ya es costumbre, al inicio del año académico, hacer una especie de peregrinación diocesana a Asís, y sé que también recientemente habéis participado en ella en gran número. Pues bien, san Francisco y santa Clara, ¿no fueron ambos "conquistados" por el misterio eucarístico? En la Eucaristía experimentaron el amor de Dios, el mismo amor que en la Encarnación impulsó al Creador del mundo a hacerse pequeño, más aún, el más pequeño y el servidor de todos.

Queridos amigos, al prepararos para la santa Navidad, tened los mismos sentimientos de estos grandes santos, tan amados por el pueblo italiano. Como ellos, contemplad al Niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre (cf. Lc 2,7 Lc 2,12 Lc 2,16).

Seguid el ejemplo de la Virgen María, la primera que contempló la humanidad del Verbo encarnado, la humanidad de la Sabiduría divina. En el Niño Jesús, con el que mantenía infinitos y silenciosos coloquios, reconocía el rostro humano de Dios, de forma que la misteriosa Sabiduría del Hijo se grabó en la mente y en el corazón de la Madre.

Por eso, María se convirtió en la "Sede de la Sabiduría", y con este título es venerada de modo especial por la comunidad académica romana. A la Sedes Sapientiae está dedicado un icono especial, que desde Roma ha visitado ya varios países, peregrinando por instituciones universitarias. Hoy está presente aquí, porque pasa de la delegación procedente de Bulgaria a la que ha venido de Albania.

Saludo con afecto a los representantes de estas dos naciones y les deseo que, per Mariam, sus respectivas comunidades académicas avancen cada vez más en la búsqueda de la verdad y del bien, a la luz de la Sabiduría divina. Este deseo lo dirijo de corazón a cada uno de vosotros, aquí presentes, y lo acompaño con una bendición especial, que hago extensiva a todos vuestros seres queridos. ¡Feliz Navidad!



Discursos 2006 266