Discursos 2007


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Enero 2007



DURANTE SU VISITA AL COMEDOR DE LA CÁRITAS DE ROMA

Jueves 4 de enero de 2007



Queridos amigos:

Con mucho gusto he venido a visitaros en medio del clima de las festividades navideñas y al inicio de un nuevo año, que deseo transcurra serenamente para todos. El ambiente navideño hace aún más familiar este encuentro, que se realiza en un lugar significativo de la ciudad de Roma: un lugar lleno de humanidad.

Os saludo a todos con afecto, comenzando por el cardenal Camillo Ruini y el obispo auxiliar del sector centro, mons. Ernesto Mandara; saludo al director de la Cáritas romana, mons. Guerino Di Tora, al que agradezco las amables palabras que me ha dirigido, y al vicedirector, mons. Angelo Bergamaschi, así como a los colaboradores y a los voluntarios.

Saludo al responsable, a los educadores y a los muchachos del centro juvenil "Il Centro", a los que agradezco los hermosos cantos con que nos han alegrado. Además, habéis cantado el "Te Deum" en alemán. Gracias por este gesto especial. Saludo al párroco de San Silvestre y San Martín en los Montes, a los sacerdotes y a las personas consagradas presentes. Expreso mi agradecimiento en especial a la señora jefe del servicio del comedor, al voluntario y al huésped que se han hecho portavoces e intérpretes de los sentimientos comunes.

Mi saludo más cordial se dirige a vosotros que diariamente gozáis del servicio de este comedor de la Cáritas, y con el pensamiento quisiera abrazar a todos vuestros amigos que, procedentes de casi todos los países del mundo, están presentes en esta ciudad.

En este comedor, que en cierto modo podría considerarse el símbolo de la Cáritas de Roma, en esta posada, como ha dicho vuestra portavoz, se puede palpar la presencia de Cristo en el hermano que tiene hambre y en el que le da de comer. Aquí se puede experimentar que, cuando amamos al prójimo, conocemos mejor a Dios, pues en la cueva de Belén él se manifestó a nosotros en la pobreza de un recién nacido necesitado de todo.

El mensaje de la Navidad es sencillo: Dios ha venido a nosotros porque nos ama y espera nuestro amor. Dios es amor: no un amor sentimental, sino un amor que se ha hecho entrega total hasta el sacrificio de la cruz, comenzando por el nacimiento en la cueva de Belén.

De este amor, realista y divino, nos habla el hermoso belén que habéis querido montar dentro de vuestro comedor, y que hace poco he podido admirar. En su sencillez, el belén nos dice que el amor y la pobreza van juntos, como enseña también un gran enamorado de Cristo, san Francisco de Asís. En la Navidad Dios se ha hecho hombre, porque se interesa por el hombre, por todo hombre.

San Gregorio Nacianceno dijo que se ha hecho hombre porque quería experimentar personalmente lo que es ser hombre, lo que significa vivir realmente la pobreza. El gran Dios quería experimentar personalmente la vida humana, todos los sufrimientos y todas las necesidades humanas. Recién nacido, fue recostado en el pesebre de Belén, palabra que, como sabéis, significa "la casa del pan".

2 En realidad, Jesús, "el pan bajado del cielo", "el pan de vida" (cf. Jn 6,32-51), se hace visible cada día de algún modo en este comedor, donde no sólo se quiere dar de comer -ciertamente, comer es importante-, sino que también se quiere servir a la persona, sin distinción de raza, religión y cultura.
"El hombre que sufre nos pertenece", decía mi inolvidable predecesor Juan Pablo II, al cual precisamente hoy hemos dedicado este comedor. Desde la cueva de Belén, desde todo belén se difunde un anuncio destinado a todos: Jesús nos ama y nos enseña a amar, nos impulsa a amar.

Ojalá que los responsables, los voluntarios y todos los que frecuentan el comedor experimenten la belleza de este amor; ojalá que sientan la profundidad de la alegría que deriva de él, una alegría que ciertamente es diversa de la ilusoria que nos presenta la publicidad.

Dentro de poco concluiremos este encuentro elevando al Señor nuestra oración. Él conoce muy bien las necesidades materiales y espirituales de todos los presentes. Yo quisiera pedirle, en particular, que siga protegiendo a todos los que en la Cáritas romana realizan una valiosa obra de solidaridad, aquí y en otros lugares de la ciudad. Que el Espíritu Santo impulse el corazón de los responsables y de todos los colaboradores y voluntarios, para que desempeñen su servicio con una entrega cada vez más consciente, inspirándose en el auténtico estilo del amor cristiano, que los santos de la caridad resumieron en el lema: el bien hay que hacerlo bien.

Que sobre todos vele con amor solícito la Virgen María, Madre de la Iglesia, Madre de cada uno de nosotros.

De corazón os bendigo a todos.


AL CUERPO DIPLOMÁTICO ACREDITADO ANTE LA SANTA SEDE

Lunes 8 de enero de 2007


Señor Decano,
Excelencias, Señoras y Señores:

Con mucho gusto os recibo hoy para esta tradicional ceremonia de intercambio de felicitaciones. Aunque se renueva cada año, no se trata sin embargo de una simple formalidad, sino de una ocasión para consolidar nuestra esperanza y para comprometernos aún más al servicio de la paz y del desarrollo de las personas y de los pueblos.

En primer lugar, deseo agradecer a vuestro Decano, el Embajador Giovanni Galassi, las amables palabras con las que ha expresado vuestra felicitación. Dirijo también un saludo particular a los Embajadores que participan por primera vez en este encuentro. A todos os expreso mis más cordiales votos y os aseguro mis oraciones para que el 2007 sea para vosotros, vuestras familias y colaboradores, para todos los pueblos y para quienes los rigen, un año de prosperidad y de paz.

3 Al inicio del año se nos invita a mirar la situación internacional para examinar los retos que debemos afrontar juntos. Entre las cuestiones esenciales, ¿cómo no pensar en los millones de personas, especialmente mujeres y niños, que carecen de agua, comida y vivienda? El escándalo del hambre, que tiende a agravarse, es inaceptable en un mundo que dispone de bienes, de conocimientos y de medios para subsanarlo. Esto nos impulsa a cambiar nuestros modos de vida y nos recuerda la urgencia de eliminar las causas estructurales de las disfunciones de la economía mundial, y corregir los modelos de crecimiento que parecen incapaces de garantizar el respeto del medio ambiente y un desarrollo humano integral para hoy y sobre todo para el futuro. Invito de nuevo a los Responsables de las Naciones más ricas a tomar las iniciativas necesarias para que los países pobres, que a menudo poseen muchas riquezas naturales, puedan beneficiarse de los frutos de sus propios bienes. Desde este punto de vista, es también motivo de preocupación el retraso en el cumplimiento de los compromisos asumidos por la comunidad internacional en los años recientes. Sería, pues, de desear la reanudación de las negociaciones comerciales de “Doha Development Round” de la Organización Mundial del Comercio, así como la continuación y la aceleración del proceso de anulación y reducción de la deuda de los países más pobres, sin que eso esté condicionado por medidas de ajuste estructural, perjudiciales para las poblaciones más vulnerables.

Igualmente, en el ámbito del desarme, se multiplican los síntomas de una crisis progresiva, vinculada a las dificultades en las negociaciones sobre las armas convencionales así como sobre las armas de destrucción masiva, y, por otra parte, al aumento de los gastos militares a escala mundial. Las cuestiones de seguridad, agravadas por el terrorismo que es necesario condenar firmemente, deben tratarse con un enfoque global y clarividente.

Por lo que se refiere a las crisis humanitarias, conviene tener en cuenta que las Organizaciones que las afrontan necesitan un apoyo más fuerte, a fin de que puedan proporcionar protección y asistencia a las víctimas. Otra cuestión que adquiere siempre más relieve es la de los movimientos de personas: millones de hombres y mujeres se ven obligados a dejar sus hogares o su patria debido a violencias, o a buscar condiciones de vida más dignas. Es ilusorio pensar que los fenómenos migratorios puedan ser bloqueados o controlados simplemente por la fuerza. Las migraciones y los problemas que crean deben afrontarse con humanidad, justicia y compasión.

¿Cómo no preocuparse también de los continuos atentados a la vida, desde la concepción hasta la muerte natural? Tales atentados afectan incluso a regiones donde la cultura del respeto de la vida es tradicional, como en África, donde se intenta trivializar subrepticiamente el aborto por medio del Protocolo de Maputo, así como por el Plan de acción adoptado por los Ministros de Sanidad de la Unión Africana, y que dentro de poco se someterá a la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno. Se extienden también amenazas contra la estructura natural de la familia, fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer, así como los intentos de relativizarla dándole el mismo estatuto que a otras formas de unión radicalmente diferentes. Todo esto ofende la familia y contribuye a desestabilizarla, violando su carácter específico y su papel social único. Otras formas de agresión a la vida se cometen a veces al amparo de la investigación científica. Se apoya en la convicción de que la investigación no está sometida más que a las leyes que ella se da a sí misma, y que no tiene otro límite que sus propias posibilidades. Es el caso, por ejemplo, del intento de legitimar la clonación humana para hipotéticos fines terapéuticos.

Este cuadro preocupante no impide percibir elementos positivos que caracterizan nuestra época. Quisiera mencionar, en primer lugar, la creciente toma de conciencia sobre la importancia del diálogo entre las culturas y entre las religiones. Se trata de una necesidad vital, concretamente ante los retos comunes que afectan a la familia y a la sociedad. Por otra parte, pongo de relieve numerosas iniciativas en este sentido, encaminadas a construir las bases comunes para vivir en concordia.

Conviene también tener en cuenta cómo la comunidad internacional ha tomado conciencia cada vez más de los enormes retos de nuestro tiempo, así como de los esfuerzos para que se traduzca en actos concretos. En el seno de la Organización de las Naciones Unidas, el año pasado se ha creado el Consejo de Derechos Humanos, esperando que centre su actividad en la defensa y promoción de los derechos fundamentales de la persona, en particular el derecho a la vida y el derecho a la libertad religiosa. Evocando las Naciones Unidas, me siento en el deber de saludar con gratitud a Su Excelencia el Señor Kofi Annan por la obra llevada a cabo durante sus mandatos de Secretario General. Formulo mis mejores votos para su sucesor, el Señor Ban Ki-moon, que acaba de asumir sus funciones.

En el ámbito del desarrollo, se han promovido también diversas iniciativas a las que la Santa Sede ha ofrecido su apoyo, recordando al mismo tiempo que estos proyectos no deben dispensar del compromiso de los países desarrollados de destinar el 0,70% de su producto interior bruto para la ayuda internacional. Otro elemento importante es el esfuerzo común para la erradicación de la miseria, que requiere no sólo una asistencia cuya extensión es de desear, sino también la toma de conciencia sobre la importancia de la lucha contra la corrupción y la promoción de la buena administración. Es necesario también fomentar y continuar los esfuerzos realizados con el fin de garantizar la aplicación del derecho humanitario a las personas y a los pueblos, para una protección más eficaz de las poblaciones civiles.

Al considerar la situación política en los distintos continentes, encontramos aún muchos motivos de preocupación y de esperanza. Constatamos en primer lugar que la paz es a menudo muy frágil e incluso ridiculizada. No podemos olvidar el Continente africano. El drama de Darfour continúa y se extiende a las regiones fronterizas del Chad y de la República Centroafricana. La comunidad internacional parece impotente desde hace casi cuatro años, a pesar de las iniciativas destinadas a aliviar a las poblaciones indefensas y a aportar una solución política. Estos medios sólo podrán ser eficaces mediante una colaboración activa entre las Naciones Unidas, la Unión Africana, los Gobiernos implicados y otros protagonistas. Les invito a todos a actuar con determinación: no podemos aceptar que tantos inocentes sigan sufriendo y muriendo así.

La situación en el Cuerno de África se ha agravado recientemente con la reanudación de las hostilidades y la internacionalización del conflicto. Al llamar a todas las partes a que abandonen las armas y a la negociación, me permito recordar a Sor Leonella Sgorbati, que dio su vida al servicio de los más desfavorecidos, invocando el perdón para sus asesinos. Que su ejemplo y su testimonio inspiren a todos los que buscan realmente el bien de Somalia.

En Uganda, es preciso alentar los avances de las negociaciones entre las partes, de cara a poner fin a un conflicto cruel en el que se han reclutado incluso numerosos niños obligados a hacer de soldados. Esto permitirá a muchos desplazados volver a su casa y reemprender una vida digna. La colaboración de los jefes religiosos y la reciente designación de un Representante del Secretario General de las Naciones Unidas son un buen augurio. Repito: no olvidemos África y sus numerosas situaciones de guerra y tensión. Es necesario recordar que sólo las negociaciones entre los diferentes protagonistas pueden abrir la vía para una justa solución de los conflictos y dejar entrever un progreso en la consolidación de la paz.

La Región de los Grandes Lagos se ha visto ensangrentada, después de años, por guerras feroces. Con satisfacción y esperanza conviene acoger la reciente evolución positiva, en particular la conclusión de la fase de transición política en Burundi y más recientemente en la República Democrática del Congo. Sin embargo, es urgente que los países se esfuercen en recuperar el funcionamiento de las instituciones del estado de derecho, para poner freno a todas las arbitrariedades y permitir el desarrollo social. Para Ruanda, deseo que el largo proceso de reconciliación nacional después del genocidio alcance su fruto en la justicia, y también en la verdad y el perdón. La Conferencia internacional sobre la Región de los Grandes Lagos, con la participación de una delegación de la Santa Sede y de representantes de numerosas conferencias episcopales nacionales y regionales de África Central y Oriental, deja entrever nuevas esperanzas. Finalmente, quisiera mencionar Costa de Marfil, exhortando a las partes implicadas a crear un clima de confianza recíproca que pueda llevar al desarme y a la pacificación, y, por otra parte, África Austral: en estos países, millones de personas se ven reducidas a una situación muy vulnerable, que exige la atención y el apoyo de la comunidad internacional.

4 Señales positivas para África vienen igualmente de la voluntad, expresada por la comunidad internacional, de mantener este continente en el centro de su atención, y también de reforzar las instituciones continentales y regionales, que da prueba de la intención de los países interesados de hacerse cada vez más responsables de su propio destino. Asimismo, es necesario alabar la digna actitud de las personas que cada día, sobre el terreno, se comprometen con determinación a promover proyectos que contribuyen al desarrollo y a la organización de la vida económica y social.

El viaje apostólico, que en el próximo mes de mayo haré a Brasil, me ofrece la ocasión de dirigir mi mirada hacia este gran país que me espera con alegría, y hacia toda Latinoamérica y el Caribe. La mejora de algunos índices económicos, el compromiso en la lucha contra el tráfico de drogas y contra la corrupción, los distintos procesos de integración, los esfuerzos para mejorar el acceso a la educación, para combatir el desempleo y para reducir desigualdades en la distribución de las rentas, son índices que se han de destacar con satisfacción. Si estos progresos se consolidan, podrán contribuir de manera determinante a vencer la pobreza que aflige a vastos sectores de la población y aumentar la estabilidad institucional. Al tratar sobre las elecciones que se han tenido el año pasado en varios países, conviene subrayar que la democracia está llamada a tener en cuenta las aspiraciones del conjunto de los ciudadanos, a promover el desarrollo en el respeto de todos los miembros de la sociedad, según los principios de la solidaridad, de la subsidiariedad y de la justicia. Sin embargo, conviene ponerse en guardia frente al riesgo de un ejercicio de la democracia que se transforme en dictadura del relativismo, proponiendo modelos antropológicos incompatibles con la naturaleza y la dignidad del hombre.

Mi atención se dirige muy especialmente hacia algunos países, en particular Colombia, donde el largo conflicto interno ha provocado una crisis humanitaria, sobre todo por lo que se refiere a las personas desplazadas. Se deben hacer todos los esfuerzos necesarios para pacificar el país, para devolver las personas secuestradas a sus familias, para volver a dar seguridad y una vida normal a millones de personas. Tales señales darían confianza a todos, incluso a los que han estado implicados en la lucha armada. Nuestra mirada se dirige a Cuba. Con el deseo de que cada uno de sus habitantes pueda realizar sus aspiraciones legítimas en favor del bien común, permitidme que retome la llamada de mi venerado Predecesor: «Que Cuba se abra al mundo y el mundo a Cuba». La apertura recíproca con los demás países redundará en beneficio de todos. No lejos de allí, el pueblo haitiano vive todavía en una gran pobreza y en la violencia. Formulo mis votos para que el interés de la comunidad internacional, manifestado entre otras iniciativas por las conferencias de donantes que tuvieron lugar en 2006, lleve a la consolidación de las instituciones y permita al pueblo convertirse en protagonista de su propio desarrollo, en un clima de reconciliación y concordia.

Asia presenta, ante todo, unos países caracterizados por una población muy numerosa y un gran desarrollo económico. Pienso en China y en la India, países en plena expansión, deseando que su presencia creciente en la escena internacional conlleve beneficios para sus propias poblaciones y para las otras naciones. Igualmente, formulo votos por Vietnam, recordando su reciente adhesión a la Organización Mundial del Comercio. Mi pensamiento se dirige a las comunidades cristianas. En la mayor parte de los países de Asia se trata a menudo de comunidades pequeñas, pero vivas, que desean legítimamente poder vivir y actuar en un clima de libertad religiosa. Éste es un derecho primordial y al mismo tiempo una condición que les permitirá contribuir al progreso material y espiritual de la sociedad, actuando como elementos de cohesión y concordia.

En Timor Oriental, la Iglesia católica se propone seguir ofreciendo su contribución, en particular en los sectores de la educación, de la sanidad y de la reconciliación nacional. La crisis política sufrida por este joven Estado, así como por otros países de la región, evidencia una cierta fragilidad de los procesos de democratización. Peligrosos focos de tensión se fraguan en la Península de Corea. Debe perseguirse en el marco de la negociación el objetivo de la reconciliación del pueblo coreano y la desnuclearización de la Península, que tantos efectos beneficiosos tendría en toda la región. Conviene evitar los gestos que puedan comprometer las negociaciones, sin condicionar por ello a sus resultados las ayudas humanitarias destinadas a las capas más vulnerables de la población norcoreana.

Quisiera llamar vuestra atención sobre otros dos países asiáticos que son motivo de preocupación. En Afganistán, es necesario deplorar, a lo largo de los últimos meses, el aumento notable de la violencia y los ataques terroristas, que dificultan el camino hacia una salida de la crisis gravando pesadamente sobre las poblaciones locales. En Sri Lanka, el fracaso de las negociaciones de Ginebra entre el Gobierno y el Movimiento Tamil ha supuesto una intensificación del conflicto, que provoca inmensos sufrimientos entre la población civil. Sólo la vía del diálogo podrá garantizar un futuro mejor y más seguro para todos.

Oriente Medio es fuente también de grandes inquietudes. Por eso quise enviar una carta a los católicos de la región con motivo de la Navidad, para expresar mi solidaridad y mi proximidad espiritual con todos, y para animarles a continuar con su presencia en la región, con la certeza de que su testimonio será una ayuda y un apoyo para un futuro de paz y fraternidad. Renuevo mi urgente llamada a todas las partes implicadas en el complejo tablero político de la región, con la esperanza que se consoliden las señales positivas, entre Israelíes y Palestinos, verificadas durante las últimas semanas. La Santa Sede no se cansará nunca de repetir que las soluciones armadas no conducen a nada, como se ha visto en el Líbano el verano pasado. El futuro de este país pasa necesariamente por la unidad de todos los que lo integran y por las relaciones fraternas entre los diferentes grupos religiosos y sociales. Éste es un mensaje de esperanza para todos. No es posible tampoco contentarse con soluciones parciales o unilaterales. Para poner fin a la crisis y a los sufrimientos que ocasiona en las poblaciones, es necesario proceder según un enfoque global, que no excluya a nadie en la búsqueda de una solución negociada y que tenga en cuenta las aspiraciones y los legítimos intereses de los distintos pueblos implicados; en particular, los Libaneses tienen derecho a ver respetadas la integridad y la soberanía de su país; los Israelíes tienen derecho a vivir en paz en su Estado; los Palestinos tienen derecho a una patria libre y soberana. Si cada uno de los pueblos de la región ve sus aspiraciones tomadas en consideración y se siente menos amenazado, se reforzará la confianza mutua. Esta misma confianza aumentará si un país como Irán, especialmente en lo que concierne a su programa nuclear, acepta dar una respuesta satisfactoria a las legítimas preocupaciones de la comunidad internacional. Los pasos dados en este sentido tendrán sin duda alguna un efecto positivo para la estabilidad de toda la región, y en particular de Irak, poniendo fin a la espantosa violencia que ensangrienta este país y ofreciendo la posibilidad de relanzar su reconstrucción y la reconciliación entre todos sus habitantes.

Un poco más cerca, en Europa, nuevos países de larga tradición cristiana como Bulgaria y Rumania, han entrado en la Unión Europea. Al prepararnos para celebrar el cincuenta aniversario de los Tratados de Roma, se impone una reflexión sobre el Tratado constitucional. Deseo que los valores fundamentales que están a la base de la dignidad humana sean protegidos plenamente, en particular la libertad religiosa en todas sus dimensiones, así como los derechos institucionales de las Iglesias. Al mismo tiempo, no se puede hacer abstracción del innegable patrimonio cristiano de este continente, que contribuyó ampliamente a modelar la Europa de las Naciones y la Europa de los pueblos. El cincuenta aniversario de la insurrección de Budapest, celebrado en el mes de octubre pasado, nos ha recordado los acontecimientos dramáticos del siglo XX, incitando a todos los Europeos a construir un futuro libre de toda opresión y de todo condicionamiento ideológico, a establecer vínculos de amistad y fraternidad, y a manifestar solicitud y solidaridad hacia los más pobres y pequeños; del mismo modo, es importante superar las tensiones del pasado, promoviendo la reconciliación a todos los niveles, ya que sólo ésta es la que permite construir el futuro y favorecer la esperanza. Pido también a todos los que en el continente europeo son tentados por el terrorismo, que cesen toda actividad de este género, ya que tales comportamientos, que hacen prevalecer la violencia ciega y provocan el miedo en la población, constituyen una vía sin salida. Pienso también en los distintos "conflictos congelados", deseando que encuentren rápidamente una solución definitiva, así como en las tensiones recurrentes vinculadas hoy sobre todo a los recursos energéticos.

Deseo que la región de los Balcanes alcance la estabilidad que todos esperan, de modo particular gracias a la integración en las estructuras continentales por parte de las naciones que la componen, así como al apoyo de la comunidad internacional. El establecimiento de relaciones diplomáticas con la República de Montenegro, que acaba de entrar pacíficamente en el concierto de las naciones, y el Acuerdo de Base firmado con Bosnia Herzegovina, son dos signos de la atención constante de la Santa Sede hacia la región de los Balcanes. Mientras se acerca el momento en que se definirá el estatuto de Kosovo, la Santa Sede pide a todos los implicados un esfuerzo de sabiduría clarividente, de flexibilidad y de moderación, para que se encuentre una solución que respete los derechos y las legítimas expectativas de todos.

Las situaciones que he mencionado constituyen un reto que nos implica a todos; se trata de un reto consistente en promover y consolidar todo lo que de positivo hay en el mundo y a superar, con buena voluntad, sabiduría y tenacidad, todo lo que hiere, degrada y mata al hombre. Sólo será posible promover la paz si se respeta la persona humana, y sólo construyendo la paz es como se sentarán las bases de un auténtico humanismo integral. Aquí encuentra respuesta la preocupación ante el futuro de tantos contemporáneos nuestros. Sí, el futuro podrá ser sereno si trabajamos juntos por el hombre. El hombre, creado a imagen de Dios, tiene una dignidad incomparable; es tan digno de amor a los ojos de su Creador, que Dios no dudó en entregarle a su propio Hijo. Éste es el gran misterio de Navidad, que acabamos de celebrar, y cuyo clima de alegría se prolonga hasta nuestro encuentro de hoy. La Iglesia, en su compromiso al servicio del hombre y de la construcción de la paz, está al lado de todas las personas de buena voluntad, ofreciendo una colaboración desinteresada. Que juntos, cada uno en su puesto y con sus propios talentos, sepamos trabajar en la construcción de un humanismo integral, el único que puede garantizar un mundo pacífico, justo y solidario. Acompaño este deseo con la oración que elevo al Señor por todos vosotros y vuestras familias, por vuestros colaboradores y por los pueblos que representáis.


A LOS ADMINISTRADORES DE LA REGIÓN DE LACIO, DEL MUNICIPIO Y DE LA PROVINCIA DE ROMA

Jueves 11 de enero de 2007



5 Ilustres señores y amables señoras:

Por segunda vez tengo el placer de recibiros, al inicio del año, para el tradicional intercambio de felicitaciones. Os doy las gracias por estar aquí y dirijo mi cordial y deferente saludo al presidente de la Junta regional del Lacio, señor Pietro Marrazzo, al alcalde de Roma, honorable Walter Veltroni, y al presidente de la provincia de Roma, señor Enrico Gasbarra, expresándoles mi sincera gratitud por las amables palabras que me han dirigido, también en nombre de las administraciones que presiden. Saludo, asimismo, a los presidentes de los respectivos Concejos y a todos vosotros, aquí reunidos.

Nuestro encuentro es una ocasión propicia para fortalecer y consolidar los vínculos profundos, antiguos y tenaces, que unen al Sucesor de Pedro a esta ciudad, única en el mundo, a su provincia y a toda la región del Lacio. A cada uno de los ciudadanos y de los habitantes de Roma y del Lacio le expreso, a través de vosotros, mi afecto, mi cercanía y mi solicitud pastoral.

Roma, con su historia milenaria y su significado universal, y juntamente con Roma todo el Lacio, sus ciudades, sus aldeas, sus barrios, son una tierra en la que con especial evidencia el cristianismo ha echado raíces y ha producido, a lo largo de los siglos, obras de belleza y frutos de bien, mostrando en concreto cómo el Dios hecho hombre es verdaderamente amigo del hombre. Este patrimonio de bondad y de belleza está encomendado ahora, en cierto sentido, también a vosotros, como administradores públicos, en el pleno respeto de la sana laicidad de vuestras funciones. Este es un terreno natural de colaboración entre la Iglesia y la sociedad civil, que representáis. Seguramente el bien humano integral de las poblaciones de Roma y del Lacio se tutela y se incrementa con esa colaboración.

Con este espíritu deseo atraer vuestra atención hacia algunas materias de interés común y de gran importancia y actualidad. Para hacerlo, tomo como punto de partida una experiencia bastante reciente, que me alegró íntimamente: la visita que realicé la semana pasada al comedor de la Cáritas diocesana de Roma, en Colle Oppio. En esa ocasión, dedicando el comedor a mi inolvidable predecesor Juan Pablo II, repetí las palabras que pronunció quince años antes en ese mismo lugar: "El hombre que sufre nos pertenece". Sí, amables representantes de las administraciones de Roma y del Lacio, todo hombre que sufre pertenece a la Iglesia y, al mismo tiempo, pertenece a todos los hermanos en la humanidad. Por consiguiente, pertenece, de modo preciso, también a vuestras responsabilidades de administradores públicos. Así pues, no puedo menos de alegrarme por la colaboración que existe desde hace tiempo entre los organismos eclesiales y vuestras administraciones, con el fin de aliviar y remediar las numerosas formas de pobreza económica, pero también humana y relacional, que afligen a un número notable de personas y de familias, especialmente entre los inmigrantes.

Existe, además, el vastísimo campo de la tutela de la salud, que exige un esfuerzo ingente y coordinado para garantizar a quienes sufren enfermedades físicas o psíquicas cuidados oportunos y adecuados: también en este terreno la Iglesia y las organizaciones católicas se alegran de ofrecer su colaboración, a la luz de los grandes principios del carácter sagrado de la vida humana, desde la concepción hasta su fin natural, y de la centralidad de la persona del enfermo. Confío en vuestra disponibilidad a favorecer dicha colaboración, que seguramente redundará en beneficio de toda la población.

La misma solicitud por el hombre que nos impulsa a estar cerca de los pobres y de los enfermos nos hace estar atentos a ese bien humano fundamental que es la familia fundada en el matrimonio. Hoy es necesario que se comprendan mejor el valor intrínseco y las motivaciones auténticas del matrimonio y de la familia; el compromiso pastoral de la Iglesia con vistas a ese fin es grande y debe crecer ulteriormente. Pero es igualmente necesaria una política de la familia y para la familia, que interpele, desde una doble perspectiva, también vuestras responsabilidades. Se trata de incrementar las iniciativas que pueden hacer menos difícil y gravosa para las parejas jóvenes la formación de una familia, y también la generación y educación de los hijos, favoreciendo el empleo juvenil, conteniendo en lo posible el coste de las viviendas y aumentando el número de escuelas de párvulos y de guarderías infantiles. En cambio, parecen peligrosos y contraproducentes los proyectos que pretenden atribuir a otras formas de unión reconocimientos jurídicos impropios, terminando inevitablemente por debilitar y desestabilizar a la familia legítima fundada en el matrimonio.

La educación de las nuevas generaciones constituye la prioridad pastoral en la que la diócesis de Roma está concentrando actualmente su atención. Ciertamente, todos vosotros sois conscientes de la importancia también social y civil de esa problemática. Por tanto, a la vez que os estoy agradecido por el apoyo que ya dais a algunas formas de compromiso educativo de la Iglesia, especialmente a los oratorios, confío en que también en este ámbito se desarrolle ulteriormente una provechosa colaboración, respetando la índole y las tareas propias de cada uno de los sujetos interesados.

Distinguidas autoridades, son muchos, y a menudo bastante complejos, los problemas que debéis afrontar diariamente para promover el desarrollo económico, social y cultural de Roma y del Lacio. Por tanto, os aseguro mi cercanía y mi oración por vosotros y por las altas responsabilidades que estáis llamados a ejercer. Que el Señor guíe vuestros pasos e ilumine vuestros propósitos. Con estos sentimientos, imparto de corazón a cada uno la bendición apostólica, que extiendo de buen grado a vuestras familias y a cuantos viven y trabajan en Roma, en su provincia y en todo el Lacio.



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