Discursos 2007 5

AL PERSONAL DE LA COMISARÍA GENERAL DE POLICÍA QUE SE ENCARGA DE LA SEGURIDAD EN TORNO AL VATICANO

Viernes 12 de enero de 2007



Señor jefe de la policía; señor director;
6 queridos funcionarios y agentes:

Después de las solemnes festividades navideñas y al inicio de un nuevo año, este encuentro con vosotros, que formáis la Comisaría general de seguridad pública junto al Vaticano, representa un momento siempre grato y familiar. Os dirijo a cada uno mi cordial saludo; me alegra esta ocasión para expresaros mi aprecio y mi agradecimiento por vuestro valioso servicio. En particular, agradezco al director general, doctor Vincenzo Caso, las amables palabras que me ha dirigido; y saludo con gratitud también al jefe de la policía, prefecto Gianni De Gennaro, y al prefecto Salvatore Festa. Me complace expresar a todos mis mejores deseos para el año recién iniciado.

Esta cita, queridos amigos, nos ofrece siempre, además de la alegría de encontrarnos, también un motivo de reflexión, y contribuye a reforzar en vosotros las motivaciones de la tarea que se os ha asignado. Sé bien, también por experiencia directa, cuán importante es para los peregrinos y los turistas vuestra discreta presencia en los lugares que constituyen el corazón de la Roma cristiana. Cada uno de ellos, que desea visitar la basílica de San Pedro y se detiene bajo la imponente columnata de Bernini, ve vuestro rostro y a menudo recurre a vuestra ayuda.

Hay un aspecto de este trabajo insustituible que quisiera subrayar hoy: la custodia de los lugares y el cuidado de las personas. Cuidado y custodia son elementos esenciales para comprender el significado real del compromiso específico que se requiere de vosotros. Vuestra tarea consiste en custodiar y vigilar lugares que tienen un valor inestimable para la memoria y la fe de millones de peregrinos; lugares que contienen grandes tesoros de historia y de arte, pero donde sobre todo se lleva a cabo, por inescrutable misterio, el encuentro vivo de los fieles con el Señor Jesús. El pueblo de Dios, el peregrino, toda persona, al pasar junto a vosotros, comprende que goza de una especial y tranquilizadora protección.

Ojalá todos sientan que cuentan con vuestra ayuda y vuestra protección, para que así puedan participar en el gran patrimonio espiritual de la comunidad cristiana. Como componentes de este Cuerpo especial de seguridad pública, tened la solicitud de vigilar para que cada persona pueda llegar con tranquilidad hasta el umbral de los lugares santos; y para que, al gozar de vuestra vigilancia, los peregrinos abran luego de par en par el corazón al encuentro con el Dios verdadero, que da la vida.

Queridos hermanos y hermanas, esta reflexión vale para cada uno de nosotros: todos estamos llamados a ser custodios de nuestro prójimo. El Señor nos pedirá cuentas de la responsabilidad que nos incumbe, del bien o del mal que hayamos hecho a nuestros hermanos; si los hemos acompañado con atención a lo largo del camino diario, compartiendo las preocupaciones y las alegrías manifestadas por su corazón; si hemos estado a su lado, de modo discreto pero constante, durante su viaje; y si les hemos ayudado y sostenido cuando el camino se hacía más arduo y fatigoso.

Queridos amigos, llevemos juntamente las cargas unos de otros, compartiendo la alegría de pertenecer al Señor y de vivir constantemente a la luz de su Evangelio, palabra de verdad que salva. Al inicio de este nuevo año, pidamos la protección materna de la Virgen Madre, encomendándole toda tristeza, toda preocupación y toda esperanza, para que en todas las circunstancias de la vida podamos amar, alegrarnos y vivir en la fe del Hijo de Dios que por nosotros se hizo hombre.

Con estos sentimientos, a la vez que os deseo un sereno y provechoso trabajo, invoco sobre vosotros, sobre vuestras familias y sobre todos vuestros seres queridos la abundancia de los dones celestiales, y de corazón os imparto una especial bendición apostólica.


AL SEÑOR MUAMMER DOGAN AKDUR, NUEVO EMBAJADOR DE TURQUÍA ANTE LA SANTA SEDE

Viernes 19 de enero de 2007



Señor embajador:

Con gusto le doy la bienvenida al Vaticano con ocasión de la presentación de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Turquía ante la Santa Sede.

7 Le agradezco las amables palabras que me ha transmitido de parte de su excelencia el señor Ahmet Necdet Sezer, presidente de la República, y le agradecería que le exprese mis mejores deseos para su persona y para sus compatriotas. En esta ocasión quiero expresar una vez más mi gratitud a las autoridades y a la población turcas por la acogida que me dispensaron durante mi viaje pastoral en diciembre del año pasado.

La inolvidable experiencia que me llevó, tras las huellas de mis predecesores Pablo VI y Juan Pablo II, a Ankara, Éfeso y Estambul, me permitió constatar las buenas relaciones que se mantienen desde hace mucho tiempo entre su país y la Santa Sede. En mis diferentes encuentros con las autoridades políticas, reafirmé el arraigo de la Iglesia católica en la sociedad turca, gracias a la prestigiosa herencia de las primeras comunidades cristianas de Asia menor y a la contribución insustituible de los primeros concilios ecuménicos a la vida de la Iglesia universal, pero también gracias a la existencia de las comunidades cristianas actuales, ciertamente minoritarias, pero apegadas a su país y al bien común de toda la sociedad, que desean aportar su contribución a la edificación de la nación.

La Iglesia católica, gozando de la libertad religiosa garantizada a todos los creyentes por la Constitución turca, desea poder beneficiarse de un estatuto jurídico reconocido y de la creación de una instancia de diálogo oficial entre la Conferencia episcopal y las autoridades del Estado, para afrontar los diferentes problemas que puedan plantearse y proseguir las buenas relaciones entre las dos partes. No dudo de que su Gobierno hará todo lo posible para avanzar en este sentido.

Durante mi memorable viaje manifesté muchas veces el respeto de la Iglesia católica por el islam, y la estima del Papa y de los fieles por los creyentes musulmanes, sobre todo durante mi visita a la Mezquita Azul de Estambul. En el mundo actual, en el que las tensiones parecen exacerbarse, la Santa Sede tiene la convicción, que se asocia a la que usted acaba de expresar, de que los creyentes de las diferentes religiones deben esforzarse por trabajar juntos en favor de la paz, comenzando por denunciar la violencia, utilizada con demasiada frecuencia en el pasado con el pretexto de motivaciones religiosas, y de que deben aprender a conocerse mejor y a respetarse más, para edificar una sociedad cada vez más fraterna.

Las religiones también pueden unir sus esfuerzos para promover el respeto del hombre, creado a imagen del Todopoderoso, y para que se reconozcan los valores fundamentales que rigen la vida de las personas y de las sociedades. El diálogo, necesario entre las autoridades religiosas en todos los niveles, comienza en la vida de todos los días mediante la estima y el respeto mutuos que se tienen los creyentes de cada religión, compartiendo la misma vida y trabajando juntos por el bien común.
Como recordé recientemente en Ankara, la Santa Sede reconoce el lugar específico de Turquía, y su situación geográfica e histórica de puente entre los continentes asiático y europeo, y de encrucijada entre las culturas y las religiones. Aprecia el compromiso de su país en el seno de la comunidad internacional en favor de la paz, especialmente su acción con vistas a la reanudación de las negociaciones en Oriente Próximo y su implicación actual en el Líbano, para ayudar a la reconstrucción del país devastado por la guerra y para permitir un diálogo constructivo entre todas las partes que componen la sociedad libanesa.

La Santa Sede sigue siempre con gran atención los debates y los esfuerzos emprendidos por las naciones para solucionar entre ellas, a veces con la ayuda de terceros países y de autoridades regionales o internacionales, las situaciones de conflicto heredadas del pasado, así como las acciones emprendidas para acercar a los países entre sí en asociaciones o uniones políticas, culturales y económicas. La globalización de los intercambios, ya existente a nivel económico y financiero, debe ir acompañada evidentemente por compromisos políticos comunes, a nivel planetario, para garantizar un desarrollo duradero y organizado que no excluya a nadie y que asegure un futuro equilibrado a las personas, a las familias y a los pueblos.

Permítame, señor embajador, saludar a través de usted a las comunidades católicas de Turquía, a las que tuve la alegría de visitar, en particular de Éfeso y Estambul. A los obispos, a los sacerdotes y a todos los fieles reafirmo mi afecto de Sucesor de Pedro y mi aliento para que la Iglesia católica que está en Turquía siga testimoniando humilde y fielmente el amor de Dios a través del diálogo con todos, especialmente con los creyentes musulmanes, y mediante su compromiso al servicio del bien común. También saludo con afecto a Su Santidad el Patriarca Bartolomé I, a los obispos y a todos los fieles de la Iglesia ortodoxa, con quien nos unen ya tantos vínculos de fraternidad en espera del día bendito en que seamos invitados a la misma mesa de Cristo.

Señor embajador, en el momento en que se inaugura oficialmente su misión ante la Santa Sede, le expreso mis mejores deseos para su feliz cumplimiento. Puede estar seguro de que entre mis colaboradores encontrará siempre una acogida atenta y una comprensión cordial.

Invoco de todo corazón la abundancia de las bendiciones del Todopoderoso sobre su excelencia, sobre su familia y sobre sus colaboradores de la embajada, así como sobre las autoridades y el pueblo turcos.


A UNA DELEGACIÓN ECUMÉNICA DE FINLANDIA

Viernes 19 de enero de 2007



8 Queridos obispos Peura y Wróbel;
distinguidos amigos:

Con alegría os doy la bienvenida, miembros de la delegación ecuménica de Finlandia, que visitáis Roma con motivo de la fiesta de san Enrique, patrono de vuestra nación.

Vuestra presencia aquí coincide este año con la Semana de oración por la unidad de los cristianos. El tema de la Semana —"Hace oír a los sordos y hablar a los mudos" (
Mc 7,37)—, ilustra cómo Jesús nos cura a todos de la sordera espiritual, permitiéndonos escuchar su palabra de salvación y proclamarla a los demás. Esta tarea de testimonio común con palabras y obras alimenta nuestro camino ecuménico. Al acercarnos a Cristo, convirtiéndonos a su verdad y a su amor, nos acercamos más los unos a los otros.

El desarrollo de las relaciones entre los cristianos en los últimos años en Finlandia es fuente de gran esperanza para el futuro del ecumenismo. De buen grado oran y trabajan juntos, dando testimonio común de la palabra de Dios.

Todos los hombres y mujeres buscan o necesitan precisamente este convincente testimonio de las verdades del Evangelio, que constituyen nuestra guía y salvación. Por parte de los cristianos esto exige valentía. De hecho, como sugerí en las Vísperas ecuménicas durante mi visita a Baviera, todo "debilitamiento del tema de la justificación y del perdón de los pecados, en último término, es resultado de un debilitamiento de nuestra relación con Dios. Por eso, nuestra primera tarea consistirá tal vez en redescubrir al Dios vivo en nuestra vida, en nuestro tiempo y en nuestra sociedad" (Homilía del 12 de septiembre de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de septiembre de 2006, p. 14).

En la Declaración conjunta sobre la justificación, los luteranos y los católicos han dado grandes pasos desde el punto de vista teológico. Todavía queda mucho por hacer y es alentador que el diálogo nórdico luterano-católico en Finlandia y Suecia esté estudiando el tema: "La Justificación en la vida de la Iglesia".

Espero y rezo para que esas conversaciones contribuyan realmente a la búsqueda de la unidad plena y visible de la Iglesia, dando al mismo tiempo una respuesta cada vez más clara a las cuestiones fundamentales que afectan a la vida y a la sociedad.

Con la convicción de que el Espíritu Santo es el auténtico protagonista del compromiso ecuménico (cf. Unitatis redintegratio UR 1 UR 4), sigamos rezando y trabajando por la edificación de vínculos más estrechos de amor y cooperación entre luteranos y católicos en Finlandia.

Sobre vosotros y sobre todos los queridos habitantes de Finlandia invoco las abundantes bendiciones divinas de paz y de alegría.


A LA COMUNIDAD DEL COLEGIO CAPRÁNICA EN EL 55O ANIVERSARIO DE SU FUNDACIÓN

Viernes 19 de enero de 2007



Señor cardenal;
9 venerados hermanos;
monseñor rector;
queridos alumnos del Colegio Capránica:

Me alegra acogeros en vísperas de la fiesta de vuestra patrona, santa Inés. Os saludo a todos con afecto, comenzando por el cardenal vicario Camillo Ruini y el arzobispo Pio Vigo, que forman la Comisión episcopal encargada del Colegio. Saludo al rector, monseñor Ermenegildo Manicardi. Os doy una especial bienvenida a vosotros, queridos alumnos, que formáis parte de la comunidad del colegio eclesiástico romano más antiguo.

En efecto, han pasado 550 años desde aquel 5 de enero de 1457, cuando el cardenal Domenico Capránica, arzobispo de Fermo, fundó el Colegio que tomó su nombre, destinando a él todos sus bienes y su palacio junto a Santa María en Aquiro, para que pudiera acoger a jóvenes estudiantes llamados al sacerdocio. La naciente institución era la primera en su género en Roma; inicialmente reservada a los jóvenes de Roma y de Fermo, extendió luego su hospitalidad a estudiantes de otras regiones italianas y de diversas nacionalidades.

El cardenal Capránica murió menos de dos años después, pero su fundación ya había iniciado su camino, que ha proseguido hasta hoy, sufriendo solamente un decenio de clausura, de 1798 a 1807, durante la así llamada República romana. Dos Papas fueron alumnos del Colegio Capránica: durante casi cuatro años el Papa Benedicto XV, al que con razón consideráis "parens alter" por el especial afecto que manifestó siempre por vuestra casa, y también, durante un tiempo más corto, el siervo de Dios Pío XII. A vuestro Colegio mostraron siempre su benevolencia mis venerados predecesores, algunos de los cuales os visitaron en circunstancias particulares.

Nuestro encuentro, además de celebrarse en recuerdo de santa Inés, tiene lugar en el contexto de un significativo aniversario de vuestra institución. Desde esta perspectiva histórica y espiritual es útil preguntarse qué motivaciones impulsaron al cardenal Capránica a fundar esta obra providencial, y qué valor conservan para vosotros hoy esas motivaciones.

Ante todo, conviene recordar que el fundador había tenido experiencia directa de los colegios de las Universidades de Padua y Bolonia, en las que había estudiado, así como de las de Siena, Florencia y Perusa. Se trataba de instituciones surgidas para hospedar a jóvenes versados en los estudios y que no pertenecían a familias ricas. Tomando algunos elementos de esos modelos, ideó uno que estuviera destinado exclusivamente a la formación de los futuros sacerdotes, con una atención preferente a los candidatos con menos recursos económicos.

De este modo, anticipó en más de un siglo la institución de los "seminarios" realizada por el concilio de Trento. Pero todavía no hemos puesto de relieve la motivación de fondo de su providencial iniciativa: consiste en la convicción de que la calidad del clero depende de la seriedad de su formación. Ahora bien, en tiempos del cardenal Capránica faltaba una esmerada selección de los aspirantes a las órdenes sagradas: a veces se les examinaba en literatura y canto, pero no en teología, en moral y en derecho canónico, con las repercusiones negativas que se pueden imaginar sobre la comunidad eclesial.

Por eso, en las Constituciones de su colegio, el cardenal impuso a los alumnos de teología el estudio de los mejores autores, especialmente de santo Tomás de Aquino; a los de derecho, la doctrina del Papa Inocencio III; y a todos, la ética aristotélica. Además, sin contentarse con las clases del Studium urbis, estableció repeticiones suplementarias impartidas por especialistas directamente dentro del Colegio. Esta programación de los estudios se insertaba en un marco de formación integral, centrada en la dimensión espiritual, que tenía como pilares los sacramentos de la Eucaristía —diaria— y de la Penitencia —al menos mensual— y se sostenía con las prácticas de piedad prescritas o sugeridas por la Iglesia.

También la educación caritativa tenía gran importancia, tanto en la vida fraterna ordinaria como en la asistencia a los enfermos y en lo que hoy llamamos "experiencia pastoral". En efecto, en los días festivos los alumnos debían prestar servicio en la catedral o en las otras iglesias del lugar. Por último, daba una valiosa aportación formativa el estilo comunitario, caracterizado por una fuerte participación de todos en las decisiones concernientes a la vida del Colegio.

10 Encontramos aquí la misma opción de fondo que tendrán después los seminarios diocesanos, naturalmente con un sentido más profundo de pertenencia a la Iglesia particular, es decir, la elección de una seria formación humana, cultural y espiritual, abierta a las exigencias propias de los tiempos y de los lugares.

Queridos amigos, pidamos al Señor, por intercesión de María santísima y de santa Inés, que el Almo Colegio Capránica prosiga su camino, fiel a su larga tradición y a las enseñanzas del concilio Vaticano II. A vosotros, queridos alumnos, os deseo que renovéis cada día, desde lo más profundo del corazón, vuestra entrega a Dios y a la santa Iglesia, configurándoos cada vez más a Cristo, buen Pastor, que os ha llamado a seguirlo y a trabajar en su viña. Os agradezco esta grata visita y, a la vez que os aseguro mi oración, con afecto os imparto una bendición apostólica especial a todos vosotros y a vuestros seres queridos.


AL SEÑOR MARIUS GABRIEL LAZURCA, NUEVO EMBAJADOR DE RUMANÍA ANTE LA SANTA SEDE

Sábado 20 de enero de 2007



Señor embajador:

Me alegra acoger a su excelencia en el Vaticano para la presentación solemne de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de Rumanía ante la Santa Sede. Le ruego que exprese a su excelencia, el señor Traian Basescu, presidente de Rumanía, mis mejores deseos para su persona así como mis deseos de felicidad y prosperidad para el pueblo rumano. Ruego a Dios que acompañe los esfuerzos de cada uno en la obra de edificación de una nación cada vez más fraterna y solidaria.

Al principio de este año, señor embajador, su país se ha alegrado legítimamente de ser admitido oficialmente, después de largos años de esfuerzos, en la Unión europea. La Santa Sede, que desde hace mucho tiempo mantiene relaciones estrechas y fructuosas con Rumanía, como usted mismo ha subrayado, ha acogido esta nueva situación con satisfacción, puesto que consolida cada día más la unidad recuperada del continente europeo, después del largo y triste período de separación de la guerra fría.

Su país tiene una larga tradición cristiana, viva y fecunda en su cultura así como en el dinamismo de las diferentes Iglesias y comunidades eclesiales, y en su participación activa en la vida social. Por eso, me alegro de que Rumanía, con la riqueza de este "innegable patrimonio cristiano (...), que contribuyó ampliamente a modelar la Europa de las naciones y la Europa de los pueblos" (Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, 8 de enero de 2007: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de enero de 2007, p. 8), aporte su contribución original al edificio europeo, para permitir que no sea solamente una fuerza económica y un gran mercado de bienes de consumo, sino que pueda encontrar un nuevo impulso político, cultural y espiritual, capaz de construir un futuro prometedor para las nuevas generaciones.

Como recordé recientemente al Cuerpo diplomático: "Sólo será posible promover la paz si se respeta a la persona humana, y sólo construyendo la paz se sentarán las bases de un auténtico humanismo integral. Aquí encuentra respuesta la preocupación ante el futuro de tantos contemporáneos nuestros" (ib.).

Desde hace años, su país está comprometido en una profunda obra de renovación de la sociedad, con la finalidad de sanar las heridas del pasado y permitir a todos gozar de las libertades fundamentales y beneficiarse del progreso económico y social. Me alegro por ello, y aliento a los responsables políticos a velar con atención por las exigencias de una solidaridad activa entre todos los estratos de la población, para evitar que con la globalización se abra una brecha cada vez mayor entre los ciudadanos que acceden legítimamente a los beneficios del desarrollo económico y los que se encuentran progresivamente marginados, es decir, excluidos de ese proceso, como se observa lamentablemente en numerosas sociedades modernas.

Asimismo, es importante garantizar a todos el acceso equitativo a una justicia independiente y transparente, capaz de luchar de modo eficaz contra los que no respetan el bien común y manipulan las leyes en provecho propio. Desde esta perspectiva, deseo que se preste también una atención renovada a las familias más pobres, para que puedan educar a sus hijos con dignidad.

Me alegro, además, de los progresos realizados por su Gobierno en la delicada gestión de la restitución de los bienes confiscados a las comunidades religiosas. Es una obra de amplio alcance, impuesta por la justicia y la equidad, que debe permitir a todos los cultos reconocidos encontrar su legítimo lugar en el seno de la sociedad rumana. Deseo asimismo que las normas que regulan la libertad religiosa, que es una libertad fundamental, se respeten plenamente, sobre todo por lo que concierne a la Iglesia greco-católica.

11 Sé que la Iglesia católica, por su parte, está siempre dispuesta a estudiar con las autoridades competentes, con espíritu de diálogo, los medios para superar las dificultades que puedan surgir en las relaciones mutuas. Esto contribuirá sin duda a la paz social. A este propósito, no puedo menos de expresar mi inquietud con respecto a la cuestión de la catedral de San José de Bucarest, en favor de la cual el arzobispo de Bucarest ha efectuado numerosas reclamaciones ante los organismos competentes del Estado, para preservar el patrimonio histórico que constituye y los valores de fe que representa, no sólo para la comunidad católica sino también para toda la población rumana.

La visita del Papa Juan Pablo II a su país, en 1999, ha marcado -como usted ha dicho- "el corazón y el espíritu de los rumanos". Sobre todo ha permitido un nuevo desarrollo de las relaciones entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa rumana. A la vez que saludo cordialmente, a través de usted, a Su Beatitud Teóctist, Patriarca ortodoxo de Rumanía, que vino a visitar a la Iglesia de Roma en 2002, expreso mis mejores deseos para que los fieles católicos y ortodoxos sigan cultivando relaciones cada vez más fraternas en la vida diaria y progresen igualmente, en todos los niveles, las ocasiones de diálogo. En particular, deseo que el Encuentro ecuménico europeo, que se celebrará en Sibiu el próximo mes de septiembre, constituya una etapa importante en el camino emprendido juntos hacia la unidad.

Permítame saludar también a la comunidad católica de Rumanía, unida en torno a sus pastores. Ha tenido -como recordaba mi predecesor- "la oportunidad providencial de ver prosperar desde hace siglos, una al lado de la otra, las dos tradiciones, la latina y la bizantina, que juntas embellecen el rostro de la única Iglesia" (Juan Pablo II, Discurso a los obispos de Rumanía en visita "ad limina", 1 de marzo de 2003, n. 6: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de marzo de 2003, p. 5), lo cual la obliga a testimoniar particularmente la unidad católica y la califica muy especialmente para trabajar en favor del ecumenismo. Sé que los fieles católicos participan activamente en la vida del país, particularmente en el ámbito espiritual y social, y los animo vivamente a testimoniar con valentía el lugar insustituible de la familia en el seno de la sociedad.

En el momento en que su excelencia inaugura oficialmente sus funciones ante la Santa Sede, le expreso mis mejores deseos para el feliz cumplimiento de su misión. Señor embajador, tenga la seguridad de que entre mis colaboradores encontrará siempre atención y comprensión cordiales.

Sobre usted, sobre su familia, sobre sus colaboradores de la embajada y sobre todo el pueblo rumano invoco de corazón la abundancia de las bendiciones divinas


A LOS PARTICIPANTES EN LA PLENARIA DE LA PONTIFICIA COM ISIÓN PARA AMÉRICA LATINA

Sala Clementina

Sábado 20 de enero de 2007



Señores Cardenales,
queridos hermanos en el Episcopado:

Me da mucha alegría recibir y saludar con afecto a los Consejeros y Miembros de la Pontificia Comisión para América Latina con ocasión de su Reunión Plenaria. Agradezco a su Presidente, el Cardenal Giovanni Battista Re, sus amables palabras que expresan el sentir de todos vosotros y el deseo profundo de renovar vuestro compromiso de servir, cum Petro et sub Petro, a la Iglesia que peregrina en América Latina, siguiendo el ejemplo de Cristo, el Buen Pastor, que ama y se entrega por sus ovejas.

Pensando en los desafíos que al inicio de este tercer milenio se plantean a la Evangelización, se ha escogido como tema de reflexión este encuentro "La familia y la educación cristiana en América Latina", muy en consonancia con el inolvidable Encuentro Mundial de las Familias el pasado verano en Valencia, España. Fue un hermoso acontecimiento que pude compartir con familias católicas de todo el mundo, muchas de ellas latinoamericanas.

12 Vuestra presencia aquí me hace pensar en la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, que he convocado en Aparecida, Brasil, y que tendré el gusto de inaugurar. Pido al Espíritu Santo, que asiste siempre a su Iglesia, que la gloria de Dios Padre misericordioso y la presencia pascual de su Hijo iluminen y guíen los trabajos de este importante evento eclesial a fin de que sea signo, testimonio y fuerza de comunión para toda la Iglesia en América Latina.

Esta Conferencia, en continuidad con las cuatro anteriores, está llamada a dar un renovado impulso a la Evangelización en esa vasta región del mundo eminentemente católica, en la que vive una gran parte de la comunidad de los creyentes. Es preciso proclamar íntegro el Mensaje de la Salvación, que llegue a impregnar las raíces de la cultura y se encarne en el momento histórico latinoamericano actual, para responder mejor a sus necesidades y legítimas aspiraciones.

Al mismo tiempo, se ha de reconocer y defender siempre la dignidad de cada ser humano como criterio fundamental de los proyectos sociales, culturales y económicos, que ayuden a construir la historia según el designio de Dios. En efecto, la historia latinoamericana ofrece multitud de testimonios de hombres y mujeres que han seguido fielmente a Cristo de un modo tan radical que, llenos de ese fuego divino que lo consume todo, han forjado la identidad cristiana de sus pueblos. Su vida es un ejemplo y una invitación a seguir sus pasos.

La Iglesia en América Latina afronta enormes desafíos: el cambio cultural generado por una comunicación social que marca los modos de pensar y las costumbres de millones de personas; los flujos migratorios, con tantas repercusiones en la vida familiar y en la práctica religiosa en los nuevos ambientes; la reaparición de interrogantes sobre cómo los pueblos han de asumir su memoria histórica y su futuro democrático; la globalización, el secularismo, la pobreza creciente y el deterioro ecológico, sobre todo en las grandes ciudades, así como la violencia y el narcotráfico.

Ante todo ello, se ve la necesidad urgente de una nueva Evangelización, que nos impulse a profundizar en los valores de nuestra fe, para que sean savia y configuren la identidad de esos amados pueblos que un día recibieron la luz del Evangelio. Por ello resulta oportuno el tema elegido como guía para las reflexiones de dicha Conferencia: Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida. En efecto, la V Conferencia ha de fomentar que todo cristiano se convierta en un verdadero discípulo de Jesucristo, enviado por Él como apóstol, y como decía el Papa Juan Pablo II, "no de re-evangelización sino de una evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión", a fin de que la Buena Noticia arraigue en la vida y en la conciencia de todos los hombres y mujeres de América Latina (Discurso en la apertura de la XIX Asamblea del Consejo del Episcopado Latinoamericano.Port-au-Prince, Haití, 9 marzo 1983).

Queridos Hermanos: los hombres y mujeres de América Latina tienen una gran sed de Dios. Cuando en la vida de las comunidades se produce un sentimiento como de orfandad respecto a Dios Padre, es vital la labor de los Obispos, sacerdotes y demás agentes de pastoral, que den testimonio, como Cristo, de que el Padre es siempre Amor providente que se ha revelado en su Hijo. Cuando la fe no se alimenta de la oración y meditación de la Palabra divina; cuando la vida sacramental languidece, entonces prosperan las sectas y los nuevos grupos pseudoreligiosos, provocando el alejamiento de la Iglesia por parte de muchos católicos. Al no recibir éstos respuestas a sus aspiraciones más hondas, que podrían encontrarse en la vida de fe compartida, se producen también situaciones de vacío espiritual. En la labor evangelizadora es fundamental recordar siempre que el Padre y el Hijo enviaron al Espíritu Santo en Pentecostés, y que ese mismo Espíritu sigue impulsando la vida de la Iglesia. Por eso es importante el sentido de pertenencia eclesial, donde el cristiano crece y madura en la comunión con sus hermanos, hijos de un mismo Dios y Padre.

"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí" (
Jn 14,6). Como señalaba mi venerado predecesor Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica Ecclesia in America, "Jesucristo es, pues, la respuesta definitiva a la pregunta sobre el sentido de la vida y a los interrogantes fundamentales que asedian también hoy a tantos hombres y mujeres del continente americano" (). Sólo viviendo intensamente su amor a Jesucristo y entregándose generosamente al servicio de la caridad, sus discípulos serán testigos elocuentes y creíbles del inmenso amor de Dios por cada ser humano. De esta manera, amando con el mismo amor de Dios, llegarán a ser agentes de la transformación del mundo, instaurando en él una nueva civilización, que el querido Papa Pablo VI llamaba justamente "la civilización del amor" (cf. Discurso en la clausura del Año Santo, 25 diciembre 1975).

Para el futuro de la Iglesia en Latinoamérica y el Caribe es importante que los cristianos profundicen y asuman el estilo de vida propio de los discípulos de Jesús: sencillo y alegre, con una fe sólida arraigada en lo más íntimo de su corazón y alimentada por la oración y los sacramentos. En efecto, la fe cristiana se nutre sobre todo de la celebración dominical de la Eucaristía, en la cual se realiza un encuentro comunitario, único y especial con Cristo, con su vida y su palabra.

El verdadero discípulo crece y madura en la familia, en la comunidad parroquial y diocesana; se convierte en misionero cuando anuncia la persona de Cristo y su Evangelio en todos los ambientes: la escuela, la economía, la cultura, la política y los medios de comunicación social. De modo especial, los frecuentes fenómenos de explotación e injusticia, de corrupción y violencia, son una llamada apremiante para que los cristianos vivan con coherencia su fe y se esfuercen por recibir una sólida formación doctrinal y espiritual, contribuyendo así a la construcción de una sociedad más justa, más humana y cristiana.

Es un deber importante alentar a los cristianos que, animados por su espíritu de fe y caridad, trabajan incansablemente para ofrecer nuevas oportunidades a quienes se encuentran en la pobreza o en las zonas periféricas más abandonadas, para que puedan ser protagonistas activos de su propio desarrollo, llevándoles un mensaje de fe, de esperanza y de solidaridad.

Para terminar, vuelvo al tema de vuestro encuentro de estos días sobre la familia cristiana, lugar privilegiado para vivir y transmitir la fe y las virtudes. En el hogar se custodia el patrimonio de la fe; en él los hijos reciben el don de la vida, se sienten amados tal como son y aprenden los valores que les ayudarán a vivir como hijos de Dios. De esta manera, la familia, acogiendo el don de la vida, se convierte en el ambiente propicio para responder al don de la vocación (cf. Alocución en el Ángelus, Valencia, 8 julio 2006), especialmente ahora en que se siente tanto la necesidad de que el Señor envíe trabajadores a su mies.

13 Pidamos a María, modelo de madre en la Sagrada Familia y Madre de la Iglesia, Estrella de la Evangelización, que guíe con su intercesión maternal a las comunidades eclesiales de Latinoamérica y el Caribe, y asista a los participantes en la V Conferencia para que encuentren los caminos más apropiados a fin de que aquellos pueblos tengan vida en Cristo y construyan, en el llamado "Continente de la esperanza", un futuro digno para todo hombre y mujer. Os aliento a todos en vuestros trabajos y os imparto de corazón mi Bendición Apostólica.



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