Discursos 2007 13

AL SEÑOR ANTUN SBUTEGA, PRIMER EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE MONTENEGRO ANTE LA SANTA SEDE

Lunes 22 de enero de 2007



Señor embajador:

Es para mí motivo de singular alegría recibir las cartas con las que el señor Filip Vujanovic, presidente de la República de Montenegro, lo acredita como primer embajador ante la Sede apostólica. Sea bienvenido. El sentimiento del Sucesor de Pedro, hoy, tiene orígenes antiguos y se alimenta de una memoria que reanuda un diálogo jamás interrumpido a lo largo de los siglos entre las estirpes montenegrinas y el Obispo de Roma. A través de usted, señor embajador, deseo expresar mi gran estima, en primer lugar, al señor presidente de la República, con el que tuve la alegría de encontrarme recientemente, y luego también a las demás autoridades del Estado y a toda la sociedad civil montenegrina que, en su pluralidad étnica, ha querido entablar un diálogo directo y cordial con la Santa Sede.

Como usted sabe, la buena nueva llegó desde los tiempos apostólicos a las tierras que hoy forman la República a la que usted pertenece. Esos vínculos de orden espiritual se fortalecieron por obra del apostolado de los monjes benedictinos, hasta el punto de que, durante el pontificado del gran Papa Gregorio VII, se llegó al reconocimiento público de la independencia del reino de Coclea, cuando el príncipe Mihail recibió las insignias de la realeza de la Sede de Pedro. A lo largo de las vicisitudes alternas de los siglos, los pueblos que vivían en la actual Crna Gora han mantenido siempre una relación dinámica y cordial con las naciones vecinas, hasta el punto de que dieron interesantes aportaciones a la vida de las naciones europeas, entre ellas Italia, a la que, durante el siglo pasado, dieron incluso una reina.

Las antiguas cartas hablan de un diálogo fecundo entre la Sede apostólica y el príncipe Nicolás de Montenegro, que en 1886 llevó a estipular una convención con la que se proveía a las necesidades espirituales de los ciudadanos católicos, dependientes de la entonces capital Cetinje. La clarividencia de las resoluciones adoptadas por aquel jefe de Estado, por lo que atañe al reconocimiento de los derechos de una parte de sus compatriotas, suscita aún hoy nuestra admiración, subrayando la necesidad de una justa consideración de las exigencias objetivas de la práctica religiosa de cada uno. Todo católico es plenamente consciente de las prerrogativas del Estado, pero al mismo tiempo también es consciente de sus deberes en relación con los imperativos evangélicos.

Por tanto, reflexionando sobre los siglos pasados, cuando el mensaje evangélico de la salvación llegó a las tierras de Montenegro, abrazando la tradición oriental y al mismo tiempo la occidental, su patria, señor embajador, se ha caracterizado siempre por ser un lugar privilegiado del encuentro ecuménico que todos deseamos. También el encuentro entre cristianos y musulmanes ha dado en Montenegro frutos convincentes.

Es preciso proseguir por este camino, en el que la Iglesia desea que todos converjan en el compromiso de unir los esfuerzos al servicio de la nobleza innata del ser humano. En efecto, la Iglesia ve en esto una parte significativa de su misión al servicio del hombre en su integridad de pensamiento, acción y programación, respetando las tradiciones que identifican una tierra como tal. Estoy seguro de que, en el contexto europeo, Montenegro dará su aportación activa, tanto en el ámbito civil como en el político, social, cultural y religioso.

Una de las prioridades sobre las que seguramente está reflexionando la nueva República independiente, que usted representa, es la consolidación del Estado de derecho en los diversos ámbitos de la vida pública, mediante la adopción de medidas que garanticen el goce efectivo de todos los derechos que prevén las leyes fundamentales del Estado. Esto promoverá el crecimiento de la confianza social en los ciudadanos, permitiéndoles sentirse libres de alcanzar sus legítimos objetivos, sea como particulares sea como comunidades dentro de las cuales han elegido agruparse, y esto se traducirá en una maduración general en la cultura de la legalidad.

Montenegro pertenece a la familia de las naciones europeas, a las que, a pesar de su pequeña dimensión, ha dado y quiere seguir dando su generosa contribución. El pleno reconocimiento de la vida y de los objetivos de la comunidad católica en el contexto de la sociedad montenegrina, realizado hace más de un siglo, ha resultado útil a la soberanía del Estado y grato para la misión específica de la Iglesia. En esa circunstancia histórica específica, ¿cómo no notar la respetuosa actitud de la Iglesia ortodoxa del tiempo, que no se opuso a un acuerdo con la Sede apostólica? Más aún, vio en este paso un instrumento útil para responder mejor a las necesidades espirituales de la población. Es de desear que esta disposición cristiana se desarrolle ulteriormente.

Como en el pasado, la Sede apostólica desea reafirmar también hoy su estima, su afecto y su consideración por las nobles estirpes que viven en Montenegro, manteniendo un diálogo fraterno con la Ortodoxia, tan presente y viva en el país. De esta actitud son testigos las relaciones milenarias de recíproca consideración. También hoy es necesario profundizar esta actitud constructiva, para servir mejor a las personas a las que usted hoy representa dignamente aquí. Ellas, con gran apertura de espíritu, miran simultáneamente sea a Occidente sea a Oriente, poniéndose como puente entre ambas realidades. Con plena cordialidad, como durante los siglos pasados, es posible lograr acuerdos que redunden en beneficio del país y de la comunidad católica, sin perjudicar lo más mínimo los derechos legítimos de otras comunidades religiosas. Este es el camino emprendido por la Europa actual y que su país quiere recorrer con tanta esperanza.

14 Señor embajador, las credenciales que usted me presenta son el signo de una voluntad positiva de contribuir a la vida internacional con la propia identidad específica. En este sentido, encontrará en la Sede apostólica un interlocutor que conoce bien la historia, el presente y los deseos de su pueblo. En mí y en mis valiosos colaboradores encontrará atención y consideración, basada en relaciones recíprocas milenarias y cordiales.

Además de pedirle que se haga intérprete de mi estima y mi gratitud ante las autoridades que lo acreditan, le ruego que transmita la expresión de mi vivo deseo de prosperidad, paz y progreso para todos los habitantes de Montenegro, sobre los cuales invoco las abundantes bendiciones del Altísimo.


AL XI CONSEJO ORDINARIO DE LA SECRETARÍA GENERAL DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS

Sala de los Papas

Jueves 25 de enero de 2007



Queridos y venerados hermanos:

Gracias por vuestra visita. Os saludo a todos con afecto, comenzando por el secretario general del Sínodo de los obispos, a quien agradezco las palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros. Bajo su dirección os habéis reunido por quinta vez con el fin de proveer al cumplimiento de las indicaciones emanadas por la XI Asamblea general ordinaria e iniciar la preparación de la próxima Asamblea.

Os acojo con el saludo del Apóstol de los gentiles, cuya extraordinaria conversión conmemoramos hoy: "Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo" (1Co 1,3). Jesús es el Pastor supremo de la Iglesia; en su nombre y por mandato suyo nosotros cuidamos de su grey con plena disponibilidad, hasta la entrega total de nuestra vida.

La futura Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, la XII, tendrá por tema: "La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia". A nadie escapa la importancia de este tema, que, por lo demás, fue el más solicitado en la consulta realizada entre los pastores de las Iglesias particulares. Ya desde hacía mucho tiempo era un tema deseado. Y esto se entiende fácilmente, puesto que la acción espiritual que expresa y alimenta la vida y la misión de la Iglesia se funda necesariamente en la palabra de Dios.

Además, la palabra de Dios, al estar destinada a todos los discípulos del Señor, como nos lo ha recordado la Semana de oración por la unidad de los cristianos, exige especial veneración y obediencia, para que sea acogida también como llamada urgente a la comunión plena entre los creyentes en Cristo.

Sobre el tema antes mencionado habéis trabajado con empeño y ya habéis llegado a la fase final de la redacción de los Lineamenta, un documento que quiere responder a la exigencia, tan sentida por los pastores, de fomentar cada vez más el contacto con la palabra de Dios en la meditación y en la oración. Os agradezco el apreciado trabajo que estáis llevando a cabo, juntamente con la Secretaría general del Sínodo de los obispos y un valioso grupo de expertos.

Me ha parecido muy interesante la breve exposición que me ha hecho usted, gracias a la cual he podido deducir cuánto habéis trabajado. Estoy seguro de que los Lineamenta, una vez publicados, servirán como valioso instrumento para que toda la Iglesia pueda profundizar en el tema de la próxima Asamblea sinodal. Deseo de corazón que eso ayude a redescubrir la importancia de la palabra de Dios en la vida de todo cristiano, de toda comunidad eclesial e incluso civil; a redescubrir también el dinamismo misionero ínsito en la palabra de Dios.

15 Como nos dice la carta a los Hebreos, la palabra de Dios es viva y eficaz (cf. He 4,12), e ilumina nuestro camino a lo largo de la peregrinación terrena hacia la plena realización del reino de Dios.
Gracias, una vez más, queridos hermanos, por esta visita. Os aseguro un recuerdo especial en mi oración por vuestras intenciones, invocando sobre vosotros la maternal protección de la santísima Virgen María, que dio al mundo a Jesucristo, la Palabra viva hecha carne.

Como signo de gratitud y como prenda de la asistencia del Espíritu Santo en la futura consulta de la Iglesia universal, os imparto la bendición apostólica a todos vosotros, y la extiendo de buen grado a todos los que han sido encomendados a vuestra solicitud pastoral.


A LOS PRELADOS AUDITORES Y OFICIALES DEL TRIBUNAL DE LA ROTA ROMANA CON MOTIVO DE LA INAUGURACIÓN DEL AÑO JUDICIAL

Sábado 27 de enero de 2007



Queridos prelados auditores, oficiales
y colaboradores del Tribunal de la Rota romana:

Me alegra particularmente encontrarme nuevamente con vosotros con ocasión de la inauguración del año judicial. Saludo cordialmente al Colegio de prelados auditores, comenzando por el decano, monseñor Antoni Stankiewicz, al que agradezco las palabras con las que ha introducido nuestro encuentro. Saludo, asimismo, a los oficiales, a los abogados y a los demás colaboradores de este Tribunal, así como a los miembros del Estudio rotal y a todos los presentes.

Aprovecho de buen grado la ocasión para renovaros la expresión de mi estima y para reafirmar, al mismo tiempo, la importancia de vuestro ministerio eclesial en un sector tan vital como es la actividad judicial. Tengo bien presente el valioso trabajo que estáis llamados a realizar con diligencia y escrúpulo en nombre y por mandato de esta Sede apostólica. Vuestra delicada tarea de servicio a la verdad en la justicia está sostenida por las insignes tradiciones de este Tribunal, con respecto a las cuales cada uno de vosotros debe sentirse personalmente comprometido.

El año pasado, en mi primer encuentro con vosotros, traté de explorar los caminos para superar la aparente contraposición entre la instrucción del proceso de nulidad matrimonial y el auténtico sentido pastoral. Desde esta perspectiva, emergía el amor a la verdad como punto de convergencia entre investigación procesal y servicio pastoral a las personas. Pero no debemos olvidar que en las causas de nulidad matrimonial la verdad procesal presupone la "verdad del matrimonio" mismo.

Sin embargo, la expresión "verdad del matrimonio" pierde relevancia existencial en un contesto cultural marcado por el relativismo y el positivismo jurídico, que consideran el matrimonio como una mera formalización social de los vínculos afectivos. En consecuencia, no sólo llega a ser contingente, como pueden serlo los sentimientos humanos, sino que se presenta como una superestructura legal que la voluntad humana podría manipular a su capricho, privándola incluso de su índole heterosexual.

Esta crisis de sentido del matrimonio se percibe también en el modo de pensar de muchos fieles. Los efectos prácticos de lo que llamé "hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura" con respecto a la enseñanza del concilio Vaticano II (cf. Discurso a la Curia romana, 22 de diciembre de 2005: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 30 de diciembre de 2005, p. 11) se notan de modo particularmente intenso en el ámbito del matrimonio y de la familia. En efecto, a algunos les parece que la doctrina conciliar sobre el matrimonio, y concretamente la descripción de esta institución como "intima communitas vitae et amoris" (Gaudium et spes GS 48), debe llevar a negar la existencia de un vínculo conyugal indisoluble, porque se trataría de un "ideal" al que no pueden ser "obligados" los "cristianos normales".

16 De hecho, también en ciertos ambientes eclesiales, se ha generalizado la convicción según la cual el bien pastoral de las personas en situación matrimonial irregular exigiría una especie de regularización canónica, independientemente de la validez o nulidad de su matrimonio, es decir, independientemente de la "verdad" sobre su condición personal. El camino de la declaración de nulidad matrimonial se considera, de hecho, como un instrumento jurídico para alcanzar ese objetivo, según una lógica en la que el derecho se convierte en la formalización de las pretensiones subjetivas. Al respecto, hay que subrayar ante todo que el Concilio describe ciertamente el matrimonio como intima communitas vitae et amoris, pero que esa comunidad, siguiendo la tradición de la Iglesia, está determinada por un conjunto de principios de derecho divino que fijan su verdadero sentido antropológico permanente (cf. ib.).

Por lo demás, tanto el magisterio de Pablo VI y de Juan Pablo II, como la obra legislativa de los Códigos latino y oriental, se han orientado en fiel continuidad hermenéutica con el Concilio. En efecto, también con respecto a la doctrina y a la disciplina matrimonial, esas instancias realizaron el esfuerzo de "reforma" o "renovación en la continuidad" (cf. Discurso a la Curia romana, cit.). Este esfuerzo se ha realizado apoyándose en el presupuesto indiscutible de que el matrimonio tiene su verdad, a cuyo descubrimiento y profundización concurren armoniosamente razón y fe, o sea, el conocimiento humano, iluminado por la palabra de Dios, sobre la realidad sexualmente diferenciada del hombre y de la mujer, con sus profundas exigencias de complementariedad, de entrega definitiva y de exclusividad.

La verdad antropológica y salvífica del matrimonio, también en su dimensión jurídica, se presenta ya en la sagrada Escritura. La respuesta de Jesús a los fariseos que le pedían su parecer sobre la licitud del repudio es bien conocida: "¿No habéis leído que el Creador, desde el comienzo, los hizo varón y hembra, y que dijo: "Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne?". De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre" (
Mt 19,4-6).

Las citas del Génesis (Gn 1,27 Gn 2,24) proponen de nuevo la verdad matrimonial del "principio", la verdad cuya plenitud se encuentra en relación con la unión de Cristo con la Iglesia (cf. Ep 5,30-31), y que fue objeto de tan amplias y profundas reflexiones por parte del Papa Juan Pablo II en sus ciclos de catequesis sobre el amor humano en el designio divino. A partir de esta unidad dual de la pareja humana se puede elaborar una auténtica antropología jurídica del matrimonio.

En este sentido, son particularmente iluminadoras las palabras conclusivas de Jesús: "Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre". Ciertamente, todo matrimonio es fruto del libre consentimiento del hombre y de la mujer, pero su libertad traduce en acto la capacidad natural inherente a su masculinidad y feminidad. La unión tiene lugar en virtud del designio de Dios mismo, que los creó varón y mujer y les dio poder de unir para siempre las dimensiones naturales y complementarias de sus personas.

La indisolubilidad del matrimonio no deriva del compromiso definitivo de los contrayentes, sino que es intrínseca a la naturaleza del "vínculo potente establecido por el Creador" (Juan Pablo II, Catequesis, 21 de noviembre de 1979, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de noviembre de 1979, p. 3). Los contrayentes se deben comprometer de modo definitivo precisamente porque el matrimonio es así en el designio de la creación y de la redención. Y la juridicidad esencial del matrimonio reside precisamente en este vínculo, que para el hombre y la mujer constituye una exigencia de justicia y de amor, a la que, por su bien y por el de todos, no se pueden sustraer sin contradecir lo que Dios mismo ha hecho en ellos.

Es preciso profundizar este aspecto, no sólo en consideración de vuestro papel de canonistas, sino también porque la comprensión global de la institución matrimonial no puede menos de incluir también la claridad sobre su dimensión jurídica. Sin embargo, las concepciones acerca de la naturaleza de esta relación pueden divergir de manera radical.

Para el positivismo, la juridicidad de la relación conyugal sería únicamente el resultado de la aplicación de un norma humana formalmente válida y eficaz. De este modo, la realidad humana de la vida y del amor conyugal sigue siendo extrínseca a la institución "jurídica" del matrimonio. Se crea una ruptura entre derecho y existencia humana que niega radicalmente la posibilidad de una fundación antropológica del derecho.

Totalmente diverso es el camino tradicional de la Iglesia en la comprensión de la dimensión jurídica de la unión conyugal, siguiendo las enseñanzas de Jesús, de los Apóstoles y de los santos Padres. San Agustín, por ejemplo, citando a san Pablo, afirma con fuerza: "Cui fidei (coniugali) tantum iuris tribuit Apostolus, ut eam potestatem appellaret, dicens: Mulier non habet potestatem corporis sui, sed vir; similiter autem et vir non habet potestatem corporis sui, sed mulier (1Co 7,4)" (De bono coniugali, 4, 4).

San Pablo, que tan profundamente expone en la carta a los Efesios el "gran misterio" (mustÖrion m+ga) del amor conyugal en relación con la unión de Cristo con la Iglesia (Ep 5,22-31), no duda en aplicar al matrimonio los términos más fuertes del derecho para designar el vínculo jurídico con el que están unidos los cónyuges entre sí, en su dimensión sexual. Del mismo modo, para san Agustín, la juridicidad es esencial en cada uno de los tres bienes (proles, fides, sacramentum), que constituyen los ejes de su exposición doctrinal sobre el matrimonio.

Ante la relativización subjetivista y libertaria de la experiencia sexual, la tradición de la Iglesia afirma con claridad la índole naturalmente jurídica del matrimonio, es decir, su pertenencia por naturaleza al ámbito de la justicia en las relaciones interpersonales. Desde este punto de vista, el derecho se entrelaza de verdad con la vida y con el amor como su intrínseco deber ser. Por eso, como escribí en mi primera encíclica, "en una perspectiva fundada en la creación, el eros orienta al hombre hacia el matrimonio, un vínculo marcado por su carácter único y definitivo; así, y sólo así, se realiza su destino íntimo" (Deus caritas est ). Así, amor y derecho pueden unirse hasta tal punto que marido y mujer se deben mutuamente el amor con que espontáneamente se quieren: el amor en ellos es el fruto de su libre querer el bien del otro y de los hijos; lo cual, por lo demás, es también exigencia del amor al propio verdadero bien.

17 Toda la actividad de la Iglesia y de los fieles en el campo familiar debe fundarse en esta verdad sobre el matrimonio y su intrínseca dimensión jurídica. No obstante esto, como he recordado antes, la mentalidad relativista, en formas más o menos abiertas o solapadas, puede insinuarse también en la comunidad eclesial. Vosotros sois bien conscientes de la actualidad de este peligro, que se manifiesta a veces en una interpretación tergiversada de las normas canónicas vigentes.

Es preciso reaccionar con valentía y confianza contra esta tendencia, aplicando constantemente la hermenéutica de la renovación en la continuidad y sin dejarse seducir por caminos de interpretación que implican una ruptura con la tradición de la Iglesia. Estos caminos se alejan de la verdadera esencia del matrimonio así como de su intrínseca dimensión jurídica y con diversos nombres, más o menos atractivos, tratan de disimular una falsificación de la realidad conyugal. De este modo se llega a sostener que nada sería justo o injusto en las relaciones de una pareja, sino que únicamente responde o no responde a la realización de las aspiraciones subjetivas de cada una de las partes. Desde esta perspectiva, la idea del "matrimonio in facto esse" oscila entre una relación meramente factual y una fachada jurídico-positivista, descuidando su esencia de vínculo intrínseco de justicia entre las personas del hombre y de la mujer.

La contribución de los tribunales eclesiásticos a la superación de la crisis de sentido sobre el matrimonio, en la Iglesia y en la sociedad civil, podría parecer a algunos más bien secundaria y de retaguardia. Sin embargo, precisamente porque el matrimonio tiene una dimensión intrínsecamente jurídica, ser sabios y convencidos servidores de la justicia en este delicado e importantísimo campo tiene un valor de testimonio muy significativo y de gran apoyo para todos.

Vosotros, queridos prelados auditores, estáis comprometidos en un frente en el que la responsabilidad con respecto a la verdad se aprecia de modo especial en nuestro tiempo. Permaneciendo fieles a vuestro cometido, haced que vuestra acción se inserte armoniosamente en un redescubrimiento global de la belleza de la "verdad sobre el matrimonio" —la verdad del "principio"—, que Jesús nos enseñó plenamente y que el Espíritu Santo nos recuerda continuamente en el hoy de la Iglesia.

Queridos prelados auditores, oficiales y colaboradores, estas son las consideraciones que deseaba proponer a vuestra atención, con la certeza de encontrar en vosotros a jueces y magistrados dispuestos a compartir y a hacer suya una doctrina de tanta importancia y gravedad. Os expreso a todos y a cada uno en particular mi complacencia, con plena confianza en que el Tribunal apostólico de la Rota romana, manifestación eficaz y autorizada de la sabiduría jurídica de la Iglesia, seguirá desempeñando con coherencia su no fácil munus al servicio del designio divino perseguido por el Creador y por el Redentor mediante la institución matrimonial.

Invocando la asistencia divina sobre vuestro trabajo, de corazón os imparto a todos una especial bendición apostólica.


Febrero 2007


A UNA DELEGACIÓN DE LA FUNDACIÓN PARA LA INVESTIGACIÓN Y EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO E INTERCULTURAL

Jueves 1 de febrero de 2007



Queridos amigos:

Para mí es una alegría, después de haber sido uno de los miembros fundadores de la Fundación para la investigación y el diálogo interreligioso e intercultural, volver a encontrarme con vosotros y daros la bienvenida en el Vaticano. Saludo, en particular, a su alteza real el príncipe Hassan de Jordania, con quien tengo el gusto de encontrarme en esta ocasión.

Doy las gracias a vuestro presidente, su eminencia el metropolita Damaskinos de Andrinópolis, que me ha presentado el primer fruto de vuestro trabajo: la edición conjunta, en su idioma original y según el orden cronológico, de los tres libros sagrados de las tres religiones monoteístas. En efecto, era el primer proyecto que habíamos considerado al crear juntos esta Fundación para "dar una contribución específica y positiva al diálogo entre las culturas y las religiones".

18 Como lo he recordado en varias ocasiones, en continuidad con la declaración conciliar Nostra aetate y con mi predecesor, el Papa Juan Pablo II, judíos, cristianos y musulmanes estamos llamados a reconocer y desarrollar los lazos que nos unen. Esta es la idea que nos llevó a crear esta Fundación, cuya finalidad consiste en buscar "el mensaje más esencial y auténtico que pueden dirigir al mundo del siglo XXI las tres religiones monoteístas, a saber, el judaísmo, el cristianismo y el islam", para dar un nuevo impulso al diálogo interreligioso e intercultural, a través de la investigación común y mostrando y difundiendo aquello que, en nuestros patrimonios espirituales respectivos, contribuye a reforzar los vínculos fraternos entre nuestras comunidades de creyentes.

Por estos motivos, la Fundación decidió, en un primer momento, elaborar un instrumento de referencia para ayudar a superar los malentendidos y los prejuicios, ofreciendo un marco común a los trabajos futuros. Así, habéis realizado esta bella edición de los tres libros que constituyen la fuente de las creencias religiosas, creadoras de culturas, que marcan profundamente a los pueblos y de las que hoy somos deudores.

La relectura y, para algunos, el descubrimiento de los textos que veneran como sagrados tantas personas en el mundo nos obligan al respeto mutuo, en un diálogo confiado. Los hombres de hoy esperan de nosotros un mensaje de concordia y serenidad, y la manifestación concreta de nuestra voluntad común de ayudarles a realizar su aspiración legítima a vivir en la justicia y en la paz. Tienen el derecho de esperar de nosotros un signo fuerte de una comprensión renovada y de una cooperación reforzada, según el objetivo mismo de la Fundación, que se propone ofrecer "al mundo un signo de esperanza y la promesa de la bendición divina que acompaña siempre a la acción caritativa".

Los trabajos de la Fundación contribuirán a una toma de conciencia cada vez mayor de todo aquello que, en las diferentes culturas de nuestro tiempo, es conforme a la sabiduría divina y sirve a la dignidad del hombre, para discernir mejor y para rechazar todo lo que usurpa el nombre de Dios y desnaturaliza la humanidad del hombre.

Por tanto, estamos invitados a comprometernos en un trabajo común de reflexión, trabajo de la razón que con vosotros deseo de todo corazón, para escrutar el misterio de Dios a la luz de nuestras tradiciones religiosas y de nuestras sabidurías respectivas, a fin de discernir los valores que puedan iluminar a los hombres y mujeres de todos los pueblos de la tierra, independientemente de su cultura y religión.

Por este motivo, es muy importante contar ya ahora con una referencia común gracias a la realización de vuestro trabajo. De este modo, podremos progresar en el diálogo interreligioso e intercultural, un diálogo que hoy es más necesario que nunca: un diálogo auténtico, respetuoso de las diferencias, valiente, paciente y perseverante, que saca su fuerza de la oración y se alimenta de la esperanza que habita en todos los que creen en Dios y ponen su confianza en él.

Todas nuestras respectivas tradiciones religiosas insisten en el carácter sagrado de la vida y en la dignidad de la persona humana. Creemos que Dios bendecirá nuestras iniciativas si contribuyen al bien de todos sus hijos y si les ayudan a respetarse mutuamente, en una fraternidad de dimensión mundial. Con todos los hombres de buena voluntad, aspiramos a la paz. Por eso, repito con insistencia: la investigación y el diálogo interreligioso e intercultural no son una opción, sino una necesidad vital para nuestro tiempo.

Que el Todopoderoso bendiga vuestros trabajos y que os llene de bendiciones a vosotros y a vuestros seres queridos.



A LOS MIEMBROS DE LA COMISIÓN MIXTA INTERNACIONAL PARA EL DIÁLOGO TEOLÓGICO ENTRE LA IGLESIA CATÓLICA Y LAS IGLESIAS ORTODOXAS ORIENTALES

Sala de los Papas

Jueves 1 de febrero de 2007



Queridos hermanos en Cristo:

19 Con gran alegría os doy la bienvenida a vosotros, miembros de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas orientales, con motivo de vuestra cuarta asamblea plenaria.

A través de vosotros, de buen grado hago extensivo mi saludo fraterno a mis venerables hermanos jerarcas de las Iglesias ortodoxas orientales: Su Santidad el Papa Shenouda III, Su Santidad el Patriarca Zakka I Iwas, Su Santidad el Catholicós Karekin II, Su Santidad el Catholicós Aram I, Su Santidad el Patriarca Paulus, Su Santidad el Patriarca Antonios I y Su Santidad Baselios Marthoma Didymus I.

Vuestra reunión sobre la constitución y la misión de la Iglesia es de gran importancia para nuestro camino común hacia el restablecimiento de la comunión plena. La Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas orientales comparten un patrimonio eclesial que procede de los tiempos apostólicos y de los primeros siglos del cristianismo. Esta "herencia de experiencia" debería modelar nuestro futuro "guiando nuestro camino común hacia el restablecimiento de la comunión plena" (cf. Ut unum sint
UUS 56).

El Señor Jesús nos ha confiado el mandato: "Id por todo el mundo y proclamad la buena nueva a toda la creación" (Mc 16,15). Actualmente, muchas personas siguen esperando que se les anuncie la verdad del Evangelio. Que su sed de la buena nueva afiance nuestra decisión de trabajar y orar fervientemente por la unidad necesaria para que la Iglesia cumpla su misión en el mundo, según la oración de Jesús: "Para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí" (Jn 17,23).

Muchos de vosotros venís de países de Oriente Próximo. La difícil situación que las personas y las comunidades cristianas afrontan en esa región es motivo de profunda preocupación para todos nosotros. De hecho, a las minorías cristianas les resulta difícil sobrevivir en medio de este panorama geopolítico inestable, y a menudo sienten la tentación de emigrar. En esas circunstancias, los cristianos de todas las tradiciones y comunidades de Oriente Próximo están llamados a ser valientes y decididos con la fuerza del Espíritu de Cristo (cf. Mensaje a los católicos de la región de Oriente Próximo con ocasión de la Navidad, 21 de diciembre de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 5 de enero de 2007, p. 7). Que la intercesión y el ejemplo de los numerosos mártires y santos que han dado un valiente testimonio de Cristo en esas tierras, sostenga y fortalezca a las comunidades cristianas en su fe.

Gracias por vuestra presencia y por vuestro constante compromiso en el camino del diálogo y de la unidad. Que el Espíritu Santo os acompañe en vuestras deliberaciones. De corazón os imparto a todos mi bendición apostólica.



FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR - XI JORNADA DE LA VIDA CONSAGRADA

DISCURSO AL FINAL DE LA CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

Basílica Vaticana

Viernes 2 de febrero de 2007



Queridos hermanos y hermanas:

De buen grado me encuentro con vosotros al final de la celebración eucarística, que os ha reunido en esta basílica también este año, en una ocasión tan significativa para vosotros que, perteneciendo a congregaciones, institutos, sociedades de vida apostólica y nuevas formas de vida consagrada, constituís un componente particularmente importante del Cuerpo místico de Cristo. La liturgia de hoy recuerda la Presentación del Señor en el templo, fiesta elegida por mi venerado predecesor Juan Pablo II como "Jornada de la vida consagrada".

Con gran placer saludo cordialmente a cada uno de los presentes, comenzando por el señor cardenal Franc Rodé, prefecto de vuestro dicasterio, al que agradezco las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Saludo, asimismo, al secretario y a todos los miembros de la Congregación, que dedica su atención a un sector vital de la Iglesia. Esta fiesta es muy oportuna para pedir juntos al Señor el don de una presencia cada vez más consistente e incisiva de los religiosos, de las religiosas y de las personas consagradas, en la Iglesia que peregrina por los caminos del mundo.


Discursos 2007 13