Discursos 2007 20

20 Queridos hermanos y hermanas, la fiesta que celebramos hoy nos recuerda que vuestro testimonio evangélico, para que sea verdaderamente eficaz, debe brotar de una respuesta sin reservas a la iniciativa de Dios, que os ha consagrado para sí con un acto especial de amor. Del mismo modo que los ancianos Simeón y Ana deseaban ardientemente ver al Mesías antes de morir y hablaban de él "a todos los que esperaban la redención de Jerusalén" (cf. Lc 2,26 Lc 2,38), así también en nuestro tiempo, sobre todo entre los jóvenes, hay una necesidad generalizada de encontrar a Dios.

Los que son elegidos por Dios para la vida consagrada hacen suyo de modo definitivo este anhelo espiritual. En efecto, lo único que anhelan es el reino de Dios: que Dios reine en nuestras voluntades, en nuestros corazones, en el mundo. Tienen una sed ardiente de amor, que sólo el Eterno puede saciar. Con su ejemplo proclaman a un mundo a menudo desorientado, pero que en realidad busca cada vez más un sentido, que Dios es el Señor de la existencia, que su "gracia vale más que la vida" (Ps 62,4). Al elegir la obediencia, la pobreza y la castidad por el reino de los cielos, muestran que todo apego y amor a las cosas y a las personas es incapaz de saciar definitivamente el corazón; que la existencia terrena es una espera más o menos larga del encuentro "cara a cara" con el Esposo divino, una espera que se ha de vivir con corazón siempre vigilante a fin de estar preparados para reconocerlo y acogerlo cuando venga.

Así pues, por su naturaleza, la vida consagrada constituye una respuesta a Dios total y definitiva, incondicional y apasionada (cf. Vita consecrata VC 17). Y cuando se renuncia a todo por seguir a Cristo, cuando se le entrega lo más querido que se tiene, afrontando todo sacrificio, entonces, como aconteció con el divino Maestro, también la persona consagrada que sigue sus huellas se convierte necesariamente en "signo de contradicción", porque su modo de pensar y de vivir con frecuencia está en contraste con la lógica del mundo, como se presenta casi siempre en los medios de comunicación social.

Elegimos a Cristo, más aún, nos dejamos "conquistar" por él sin reservas. Ante esta valentía, cuánta gente sedienta de verdad queda impresionada y se siente atraída por quien no duda en dar la vida, su propia vida, por lo que cree. ¿No es esta la fidelidad evangélica radical a la que está llamada, también en nuestro tiempo, toda persona consagrada? Demos gracias al Señor porque tantos religiosos y religiosas, tantas personas consagradas, en todos los rincones de la tierra, siguen dando un testimonio supremo y fiel de amor a Dios y a los hermanos, testimonio que con frecuencia se tiñe con la sangre del martirio. Demos gracias a Dios también porque estos ejemplos continúan suscitando en el corazón de numerosos jóvenes el deseo de seguir a Cristo para siempre, de modo íntimo y total.

Queridos hermanos y hermanas, no olvidéis nunca que la vida consagrada es don divino y que es en primer lugar el Señor quien la lleva a buen fin según sus proyectos. Esta certeza de que el Señor nos lleva a buen fin, a pesar de nuestras debilidades, debe servirnos de consuelo, preservándonos de la tentación del desaliento frente a las inevitables dificultades de la vida y a los múltiples desafíos de la época moderna.

En efecto, en los tiempos difíciles que estamos viviendo no pocos institutos pueden sentir una sensación de desconcierto por las debilidades que perciben en su interior y por los muchos obstáculos que encuentran para llevar a cabo su misión. El Niño Jesús, que hoy es presentado en el templo, está vivo entre nosotros y de modo invisible nos sostiene, para que cooperemos fielmente con él en la obra de la salvación, y no nos abandona.

La liturgia de hoy es particularmente sugestiva, porque se caracteriza por el símbolo de la luz. La solemne procesión de los cirios, que habéis realizado al inicio de la celebración, indica a Cristo, verdadera luz del mundo, que resplandece en la noche de la historia e ilumina a toda persona que busca la verdad.

Queridos consagrados y consagradas, haced que esta llama arda en vosotros, que resplandezca en vuestra vida, para que por doquier brille un rayo del fulgor irradiado por Jesús, esplendor de verdad. Dedicándoos exclusivamente a él (cf. Vita consecrata, VC 15), testimoniáis la fascinación de la verdad de Cristo y la alegría que brota del amor a él. En la contemplación y en la actividad, en la soledad y en la fraternidad, en el servicio a los pobres y a los últimos, en el acompañamiento personal y en los areópagos modernos, estad dispuestos a proclamar y testimoniar que Dios es Amor, que es dulce amarlo.

¡Que María, la Tota pulchra, os enseñe a transmitir a los hombres y a las mujeres de hoy esta fascinación divina, que debe traslucirse en vuestras palabras y en vuestras acciones. A la vez que os manifiesto mi aprecio y mi gratitud por el servicio que prestáis a la Iglesia, os aseguro mi constante recuerdo en la oración, y de corazón os bendigo a todos.


CON MOTIVO DEL 60 ANIVERSARIO DE LA CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA «PROVIDA MATER ECCLESIA»

Sala Clementina

Sábado 3 de febrero de 2007



21 Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra estar hoy entre vosotros, miembros de los institutos seculares, con quienes me encuentro por primera vez después de mi elección a la Cátedra del apóstol san Pedro. Os saludo a todos con afecto. Saludo al cardenal Franc Rodé, prefecto de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, y le agradezco las palabras de filial devoción y cercanía espiritual que me ha dirigido, también en nombre vuestro.

Saludo al cardenal Cottier y al secretario de vuestra Congregación. Saludo a la presidenta de la Conferencia mundial de institutos seculares, que se ha hecho intérprete de los sentimientos y de las expectativas de todos vosotros, que habéis venido de diferentes países, de todos los continentes, para celebrar un Simposio internacional sobre la constitución apostólica Provida Mater Ecclesia.

Como ya se ha dicho, han pasado sesenta años desde aquel 2 de febrero de 1947, cuando mi predecesor Pío XII promulgó esa constitución apostólica, dando así una configuración teológico-jurídica a una experiencia preparada en los decenios anteriores, y reconociendo que los institutos seculares son uno de los innumerables dones con que el Espíritu Santo acompaña el camino de la Iglesia y la renueva en todos los siglos.

Ese acto jurídico no representó el punto de llegada, sino más bien el punto de partida de un camino orientado a delinear una nueva forma de consagración: la de fieles laicos y presbíteros diocesanos, llamados a vivir con radicalismo evangélico precisamente la secularidad en la que están inmersos en virtud de la condición existencial o del ministerio pastoral.

Os encontráis hoy aquí para seguir trazando el recorrido iniciado hace sesenta años, en el que sois portadores cada vez más apasionados del sentido del mundo y de la historia en Cristo Jesús. Vuestro celo nace de haber descubierto la belleza de Cristo, de su modo único de amar, encontrar, sanar la vida, alegrarla, confortarla. Y esta belleza es la que vuestra vida quiere cantar, para que vuestro estar en el mundo sea signo de vuestro estar en Cristo.

En efecto, lo que hace que vuestra inserción en las vicisitudes humanas constituya un lugar teológico es el misterio de la Encarnación: "Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único" (
Jn 3,16). La obra de la salvación no se llevó a cabo en contraposición con la historia de los hombres, sino dentro y a través de ella. Al respecto dice la carta a los Hebreos: "Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo" (He 1,1-2). El mismo acto redentor se realizó en el contexto del tiempo y de la historia, y se caracterizó como obediencia al plan de Dios inscrito en la obra salida de sus manos.

El mismo texto de la carta a los Hebreos, texto inspirado, explica: "Dice primero: "Sacrificios y oblaciones y holocaustos y sacrificios por el pecado no los quisiste ni te agradaron" —cosas todas ofrecidas conforme a la Ley—; luego añade: "He aquí que vengo a hacer tu voluntad"" (He 10,8-9). Estas palabras del Salmo, que la carta a los Hebreos ve expresadas en el diálogo intratrinitario, son palabras del Hijo que dice al Padre: "He aquí que vengo a hacer tu voluntad". Así se realiza la Encarnación: "He aquí que vengo a hacer tu voluntad". El Señor nos implica en sus palabras, que se convierten en nuestras: "He aquí que vengo, con el Señor, con el Hijo, a hacer tu voluntad".

De este modo se delinea con claridad el camino de vuestra santificación: la adhesión oblativa al plan salvífico manifestado en la Palabra revelada, la solidaridad con la historia, la búsqueda de la voluntad del Señor inscrita en las vicisitudes humanas gobernadas por su providencia. Y, al mismo tiempo, se descubren los caracteres de la misión secular: el testimonio de las virtudes humanas, como "la justicia, la paz y el gozo" (Rm 14,17), la "conducta ejemplar" de la que habla san Pedro en su primera carta (cf. 1P 2,12), haciéndose eco de las palabras del Maestro: "Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,16).

Además, forma parte de la misión secular el esfuerzo por construir una sociedad que reconozca en los diversos ámbitos la dignidad de la persona y los valores irrenunciables para su plena realización: la política, la economía, la educación, el compromiso por la salud pública, la gestión de los servicios, la investigación científica, etc. Toda realidad propia y específica que vive el cristiano, su trabajo y sus intereses concretos, aun conservando su consistencia relativa, tienen como fin último ser abrazados por la misma finalidad por la cual el Hijo de Dios entró en el mundo.

Por consiguiente, sentíos implicados en todo dolor, en toda injusticia, así como en toda búsqueda de la verdad, de la belleza y de la bondad, no porque tengáis la solución de todos los problemas, sino porque toda circunstancia en la que el hombre vive y muere constituye para vosotros una ocasión de testimoniar la obra salvífica de Dios. Esta es vuestra misión. Vuestra consagración pone de manifiesto, por un lado, la gracia particular que os viene del Espíritu para la realización de la vocación; y, por otro, os compromete a una docilidad total de mente, de corazón y de voluntad, al proyecto de Dios Padre revelado en Cristo Jesús, a cuyo seguimiento radical estáis llamados.

22 Todo encuentro con Cristo exige un profundo cambio de mentalidad, pero para algunos, como es vuestro caso, la petición del Señor es particularmente exigente: dejarlo todo, porque Dios es todo y será todo en vuestra vida. No se trata simplemente de un modo diverso de relacionaros con Cristo y de expresar vuestra adhesión a él, sino de una elección de Dios que, de modo estable, exige de vosotros una confianza absolutamente total en él.

Configurar la propia vida a la de Cristo de acuerdo con estas palabras, configurar la propia vida a la de Cristo a través de la práctica de los consejos evangélicos, es una nota fundamental y vinculante que, en su especificidad, exige compromisos y gestos concretos, propios de "alpinistas del espíritu", como os llamó el venerado Papa Pablo VI (Discurso a los participantes en el I Congreso internacional de Institutos seculares, 26 de septiembre de 1970: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de octubre de 1970, p. 11).

El carácter secular de vuestra consagración, por un lado, pone de relieve los medios con los que os esforzáis por realizarla, es decir, los medios propios de todo hombre y mujer que viven en condiciones ordinarias en el mundo; y, por otro, la forma de su desarrollo, es decir, la de una relación profunda con los signos de los tiempos que estáis llamados a discernir, personal y comunitariamente, a la luz del Evangelio.

Personas autorizadas han considerado muchas veces que precisamente este discernimiento es vuestro carisma, para que podáis ser laboratorio de diálogo con el mundo, "el "laboratorio experimental" en el que la Iglesia verifique las modalidades concretas de sus relaciones con el mundo" (Pablo VI, Discurso a los responsables generales de los institutos seculares, 25 de agosto de 1976: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 5 de septiembre de 1976, p. 1)

De aquí deriva precisamente la continua actualidad de vuestro carisma, porque este discernimiento no debe realizarse desde fuera de la realidad, sino desde dentro, mediante una plena implicación. Eso se lleva a cabo por medio de las relaciones ordinarias que podéis entablar en el ámbito familiar y social, así como en la actividad profesional, en el entramado de las comunidades civil y eclesial. El encuentro con Cristo, el dedicarse a su seguimiento, abre de par en par e impulsa al encuentro con cualquiera, porque si Dios se realiza sólo en la comunión trinitaria, también el hombre encontrará su plenitud sólo en la comunión.

A vosotros no se os pide instituir formas particulares de vida, de compromiso apostólico, de intervenciones sociales, salvo las que pueden surgir en las relaciones personales, fuentes de riqueza profética. Ojalá que, como la levadura que hace fermentar toda la harina (cf.
Mt 13,33), así sea vuestra vida, a veces silenciosa y oculta, pero siempre positiva y estimulante, capaz de generar esperanza.

Por tanto, el lugar de vuestro apostolado es todo lo humano, no sólo dentro de la comunidad cristiana —donde la relación se entabla con la escucha de la Palabra y con la vida sacramental, de las que os alimentáis para sostener la identidad bautismal—, sino también dentro de la comunidad civil, donde la relación se realiza en la búsqueda del bien común, en diálogo con todos, llamados a testimoniar la antropología cristiana que constituye una propuesta de sentido en una sociedad desorientada y confundida por el clima multicultural y multirreligioso que la caracteriza.

Provenís de países diversos; también son diversas las situaciones culturales, políticas e incluso religiosas en las que vivís, trabajáis y envejecéis. En todas buscad la Verdad, la revelación humana de Dios en la vida. Como sabemos, es un camino largo, cuyo presente es inquieto, pero cuya meta es segura.

Anunciad la belleza de Dios y de su creación. A ejemplo de Cristo, sed obedientes por amor, hombres y mujeres de mansedumbre y misericordia, capaces de recorrer los caminos del mundo haciendo sólo el bien. En el centro de vuestra vida poned las Bienaventuranzas, contradiciendo la lógica humana, para manifestar una confianza incondicional en Dios, que quiere que el hombre sea feliz.

La Iglesia os necesita también a vosotros para cumplir plenamente su misión. Sed semilla de santidad arrojada a manos llenas en los surcos de la historia. Enraizados en la acción gratuita y eficaz con que el Espíritu del Señor está guiando las vicisitudes humanas, dad frutos de fe auténtica, escribiendo con vuestra vida y con vuestro testimonio parábolas de esperanza, escribiéndolas con las obras sugeridas por la "creatividad de la caridad" (Novo millennio ineunte NM 50).

Con estos deseos, a la vez que os aseguro mi constante oración, para sostener vuestras iniciativas de apostolado y de caridad os imparto una especial bendición apostólica.


A UN GRUPO DE OBISPOS AMIGOS DEL MOVIMIENTO DE LOS FOCOLARES

Y A OTRO DE AMIGOS DE LA COMUNIDAD DE SAN EGIDIO

Sala Clementina

23

Jueves 8 de febrero de 2007



Venerados hermanos en el episcopado:

Me alegra daros la bienvenida en esta audiencia especial y os saludo cordialmente a todos vosotros, que venís de varios países del mundo. Dirijo también un particular saludo a todos los que están aquí con nosotros y que pertenecen a otras Iglesias.

Algunos de vosotros participáis en la cita anual de los obispos amigos del Movimiento de los Focolares, que tiene por tema: "Cristo crucificado y abandonado, luz en la noche cultural". Aprovecho con gusto esta ocasión para enviar a Chiara Lubich mis mejores deseos y mi bendición, que extiendo a todos los miembros del Movimiento fundado por ella.

Otros participáis en el IX Congreso de obispos amigos de la Comunidad de San Egidio, que afronta un tema muy actual: "La globalización del amor". Saludo a monseñor Vincenzo Paglia, y con él al profesor Andrea Riccardi y a toda la Comunidad, que en el aniversario de su fundación se reunirá esta tarde en la basílica de San Juan de Letrán para participar en una solemne celebración eucarística.

No tengo aquí todos los nombres, pero desde luego saludo a todos los queridos hermanos obispos y cardenales; y saludo cordialmente a todos los queridos hermanos de la Iglesia ortodoxa.

Queridos hermanos en el episcopado, quisiera deciros ante todo que vuestra cercanía a los dos Movimientos subraya la vitalidad de estas nuevas asociaciones de fieles y al mismo tiempo manifiesta la comunión entre los carismas que constituye un típico "signo de los tiempos".

Me parece que estos encuentros de carismas de la unidad de la Iglesia en la diversidad de los dones son un signo muy alentador e importante. La exhortación postsinodal Pastores gregis recuerda que "las relaciones recíprocas entre los obispos van mucho más allá de sus encuentros institucionales" (). Es lo que sucede también en congresos como los vuestros, en los que no sólo se experimenta la colegialidad, sino también una fraternidad episcopal que compartiendo los ideales promovidos por los Movimientos impulsa a intensificar más la comunión de los corazones, fortalecer más el apoyo recíproco y compartir más el compromiso de mostrar a la Iglesia como lugar de oración y de caridad, como casa de misericordia y de paz.

Mi venerado predecesor Juan Pablo II presentó los Movimientos y las nuevas comunidades surgidas en estos años como un don providencial del Espíritu Santo a la Iglesia para responder de manera eficaz a los desafíos de nuestro tiempo. Y vosotros sabéis que esta es también mi convicción. Cuando era profesor, y después cardenal, expresé mi convicción de que los Movimientos son un don del Espíritu Santo a la Iglesia. Y precisamente en el encuentro de los carismas muestran también la riqueza de los dones y de la unidad de la fe.

¿Cómo olvidar, por ejemplo, la extraordinaria Vigilia de Pentecostés del año pasado, en la que participaron juntamente muchos Movimientos y asociaciones eclesiales? Todavía siento la emoción que experimenté al participar en la plaza de San Pedro en una experiencia espiritual tan intensa.

Os repito lo que dije entonces a los fieles venidos de todas las partes del mundo, es decir, que la multiformidad y la unidad de los carismas y ministerios son inseparables en la vida de la Iglesia. El Espíritu Santo quiere la multiformidad de los Movimientos al servicio del único Cuerpo que es precisamente la Iglesia. Y esto lo realiza a través del ministerio de quienes él ha puesto para gobernar a la Iglesia de Dios: los obispos en comunión con el Sucesor de Pedro.

24 Esta unidad y multiplicidad, que existe en el pueblo de Dios, se manifiesta en cierto sentido también hoy aquí, al reunirse con el Papa muchos obispos, cercanos a dos Movimientos eclesiales diferentes, caracterizados por una fuerte dimensión misionera.

En el rico mundo occidental, en el que, aunque está presente una cultura relativista, no falta sin embargo al mismo tiempo un deseo generalizado de espiritualidad, vuestros Movimientos testimonian la alegría de la fe y la belleza de ser cristianos con una gran apertura ecuménica; en las grandes áreas subdesarrolladas de la tierra comunican el mensaje de la solidaridad y se acercan a los pobres y a los débiles con el amor, humano y divino, que propuse de nuevo a la atención de todos en la encíclica Deus caritas est.

Por tanto, la comunión entre los obispos y los Movimientos puede impulsar un renovado compromiso de la Iglesia en el anuncio y en el testimonio del Evangelio de la esperanza y de la caridad en todos los rincones del mundo.

El Movimiento de los Focolares, precisamente partiendo del corazón de su espiritualidad, es decir, de Jesús crucificado y abandonado, subraya el carisma y el servicio de la unidad, que se realiza en los diferentes ámbitos sociales y culturales, como por ejemplo en el económico, con la "economía de comunión", y a través de los caminos del ecumenismo y del diálogo interreligioso.

La Comunidad de San Egidio, al poner en el centro de su existencia la oración y la liturgia, quiere estar cerca de quienes se encuentran en situaciones de pobreza y de marginación social. Para el cristiano, el hombre, aunque esté lejos, nunca es un extraño.

Juntos podemos afrontar con mayor empeño los desafíos que nos interpelan de manera apremiante en este inicio del tercer milenio: pienso, en primer lugar, en la búsqueda de la justicia y de la paz, y en la urgencia de construir un mundo más fraterno y solidario, comenzando precisamente por los países de los que procedéis algunos de vosotros y que sufren sangrientos conflictos. Me refiero especialmente a África, continente que llevo en mi corazón y que espero que experimente finalmente un tiempo de paz estable y de auténtico desarrollo. El próximo Sínodo de los obispos africanos será seguramente un momento propicio para mostrar el gran amor que Dios siente por las queridas poblaciones africanas.

Queridos amigos, la fraternidad original que existe entre vosotros y los Movimientos de los que sois amigos os impulsa a "llevar mutuamente vuestras cargas" (
Ga 6,2), como recomienda el Apóstol, sobre todo en lo que se refiere a la evangelización, al amor a los pobres y a la causa de la paz. Que el Señor haga cada vez más fructuosas vuestras iniciativas espirituales y apostólicas.

Yo os acompaño con la oración y de buen grado os imparto la bendición apostólica a los que estáis aquí presentes, al Movimiento de los Focolares y a la Comunidad de San Egidio, así como a los fieles encomendados a vuestra solicitud pastoral.


AL SEÑOR JUAN GÓMEZ MARTÍNEZ, EMBAJADOR DE COLOMBIA ANTE LA SANTA SEDE

Viernes 9 de febrero de 2007



Señor Embajador:

1. Me complace recibir de sus manos las Cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Colombia ante la Santa Sede. Le doy mi más cordial bienvenida a este encuentro con el que inicia su misión y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido, así como el deferente saludo que el Señor Presidente, el Doctor Álvaro Uribe Vélez, ha querido hacerme llegar por medio de usted, como expresión de la cercanía espiritual del pueblo colombiano al Papa.

25 Vuestra Excelencia viene a representar ante la Santa Sede a una Nación que, a lo largo de su historia, se ha distinguido por su identidad católica. Sus palabras me han recordado, y me han permitido comprobar una vez más, el vivo afecto y la filial devoción de los colombianos al Sucesor de Pedro, como fruto de una arraigada vivencia de la fe cristiana, y que se manifiesta además en el aprecio de los fieles hacia los Obispos y sus colaboradores, tratando de mantener las tradiciones y las virtudes heredadas de los mayores.

2. No pasan desapercibidos ante el mundo los importantes esfuerzos que su país ha hecho para buscar la paz y la reconciliación, junto con el empeño por fomentar el progreso y unas instituciones democráticas más sólidas. Son de alabar los objetivos alcanzados para una mayor seguridad y estabilidad social, así como en la lucha contra la pobreza. También hay que destacar la constante preocupación en materia de educación, favoreciendo el acceso de todos los ciudadanos a los programas escolares y universitarios, pues la educación es el cimiento de una sociedad más humana y solidaria.

No obstante, como usted ha mencionado, en su país se siguen dando complejas situaciones en el campo político y social. Conozco los desafíos que entraña el llevar adelante un diálogo de paz, necesario a pesar de los múltiples escollos que surgen en el camino. Persisten, además, otros problemas en la sociedad que atentan contra la dignidad de las personas, la unidad de las familias, un justo desarrollo económico y una conveniente calidad de vida. Teniendo en cuenta tanto los logros como las dificultades, animo a todos los colombianos a continuar en sus esfuerzos para conseguir la concordia y el crecimiento armónico de la nación. Estas aspiraciones sólo alcanzan su plena realización cuando Dios es considerado como el centro de la vida y de la historia humana.

3. Por esto aprecio que Vuestra Excelencia haya subrayado la importante labor de la Iglesia católica para la reconciliación nacional. En efecto, además de la participación directa de algunos Obispos, sacerdotes y religiosos en las acciones encaminadas a construir la paz, su voz ha resonado también en los momentos decisivos de la vida colombiana, recordando cuáles son las bases insustituibles del verdadero progreso humano y de la convivencia pacífica, exhortando a los católicos y a los hombres de buena voluntad a seguir el camino del perdón y de la responsabilidad común para instaurar la justicia.

4. Como Pastor de la Iglesia Universal, no puedo dejar de expresar a Vuestra Excelencia mi preocupación por las leyes que conciernen a cuestiones muy delicadas como la transmisión y defensa de la vida, la enfermedad, la identidad de la familia y el respeto del matrimonio. Sobre estos temas, y a la luz de la razón natural y de los principios morales y espirituales que provienen del Evangelio, la Iglesia católica seguirá proclamando sin cesar la inalienable grandeza de la dignidad humana. Es necesario apelar también a la responsabilidad de los laicos presentes en los órganos legislativos, en el Gobierno y en la administración de la justicia, para que las leyes expresen siempre los principios y los valores que sean conformes con el derecho natural y que promuevan el auténtico bien común.

5. El inicio de su misión ante la Santa Sede me ofrece también la oportunidad de recordar lo que ya dije el mes pasado en mi discurso al Cuerpo Diplomático ante la Santa Sede. Al hablar sobre varios países, me referí “en particular a Colombia, donde el largo conflicto interno ha provocado una crisis humanitaria, sobre todo por lo que se refiere a las personas desplazadas. Se deben hacer todos los esfuerzos necesarios para pacificar el país, para devolver las personas secuestradas a sus familias, para volver a dar seguridad y una vida normal a millones de personas. Esas señales darían confianza a todos, incluso a los que han estado implicados en la lucha armada” (8 enero 2007).

Es mi ardiente deseo que en su país se ponga fin a este cruel flagelo de los secuestros, que atentan de manera tan grave a la dignidad y a los derechos de las personas. Acompaño con mi oración a quienes se hallan injustamente privados de la libertad y expreso mi cercanía a sus familias, confiando en su pronta liberación.

A este respecto, las numerosas instituciones dedicadas a la caridad, siguiendo los proyectos pastorales de la Conferencia Episcopal y de las diócesis, están llamadas a prestar asistencia humanitaria a los más necesitados, especialmente a los desplazados, tan numerosos en Colombia, así como a las víctimas de la violencia. De este modo dan también testimonio del esfuerzo de la Iglesia que, siempre en el marco de su propia misión y en las circunstancias que vive la nación, es artífice de comunión y de esperanza.

6. Al terminar este encuentro, deseo manifestarle nuevamente mis anhelos de que en su Patria se consolide la paz tan anhelada, así como la reconciliación. Ruego a Dios Padre que haga fructificar todos los esfuerzos realizados con este fin. Invoco también la intercesión de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá sobre el querido pueblo colombiano, sobre el Señor Presidente y los demás gobernantes, y especialmente sobre Vuestra Excelencia y su distinguida familia, deseándole un gran acierto en el cumplimiento de la alta misión que le ha sido confiada.


A UN GRUPO DE MINISTROS DE ECONOMÍA Y OTRAS PERSONALIDADES

Viernes 9 de febrero de 2007



Señoras y señores:

26 Me complace daros la bienvenida a vosotros, ministros de Economía de Italia, Reino Unido, Canadá y Rusia, así como a otros ministros, distinguidos líderes internacionales e importantes figuras internacionales, incluyendo la reina de Jordania y el presidente del Banco mundial.
Doy las gracias al ministro Tommaso Padoa Schioppa por sus amables palabras de saludo, pronunciadas en vuestro nombre. Nuestro encuentro es muy oportuno, pues forma parte de la puesta en marcha de un programa piloto orientado a desarrollar y producir vacunas contra pandemias, haciendo que estén al alcance de los países más pobres.

Con esta apreciable iniciativa, llamada Advance Market Commitment, se quiere resolver uno de los desafíos más urgentes de la salud preventiva, que afecta en particular a naciones que a menudo padecen pobreza y graves necesidades. Además, tiene el mérito de unir a instituciones públicas y al sector privado en un esfuerzo común por encontrar los medios más eficaces de intervención en esta área.

Nuestro encuentro tiene lugar precisamente antes de la Jornada mundial del enfermo, que se celebra cada año el 11 de febrero, fiesta de Nuestra Señora de Lourdes. Es una oportunidad que la Iglesia aprovecha para llamar la atención pública sobre la situación de los que sufren, y este año se centra en quienes padecen enfermedades incurables, muchos de los cuales se encuentran en una fase terminal.

En este contexto, apoyo con entusiasmo vuestros esfuerzos centrados en este nuevo programa y en su objetivo de hacer progresar una investigación científica para descubrir nuevas vacunas. Estas vacunas son urgentemente necesarias para evitar que millones de seres humanos, incluyendo innumerables niños, mueran cada año a causa de enfermedades infecciosas, especialmente en las áreas del mundo de mayor riesgo.

En esta era de mercados globalizados, a todos nos preocupa la brecha cada vez mayor entre el nivel de vida de los países que gozan de una gran riqueza y un alto grado de desarrollo tecnológico, y el de los países en vías de desarrollo, en los que persiste e incluso aumenta la pobreza.

La creativa y prometedora iniciativa puesta en marcha hoy busca contrarrestar esta tendencia, pues quiere crear "futuros" mercados para las vacunas, principalmente las que pueden impedir la mortalidad infantil. Os aseguro el apoyo total de la Santa Sede a este proyecto humanitario, que se inspira en el espíritu de solidaridad humana que necesita el mundo para superar toda forma de egoísmo y para fomentar la convivencia pacífica de los pueblos.

Como dije en mi mensaje con ocasión de la Jornada mundial de la paz, todo servicio prestado al pobre es un servicio prestado a la paz, pues "en el origen de frecuentes tensiones que amenazan la paz se encuentran seguramente muchas desigualdades injustas que, trágicamente, hay todavía en el mundo" (n. 6: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de diciembre de 2006, p. 5).

Ilustres señoras y señores, rezaré por cada uno de vosotros para que Dios todopoderoso os asista en vuestros esfuerzos por llevar a cabo esta importante obra. Invoco cordialmente sobre todos vosotros y sobre vuestros seres queridos sus bendiciones de sabiduría, fortaleza y paz.


A UNA DELEGACIÓN DE LA ACADEMIA DE CIENCIAS MORALES Y POLÍTICAS DE PARÍS

Sábado 10 de febrero de 2007



Señor secretario perpetuo;
señor cardenal;
27 queridos amigos académicos;
señoras y señores:

Me alegra acogeros hoy a vosotros, miembros de la Academia de ciencias morales y políticas. En primer lugar, agradezco al señor Michel Albert, secretario perpetuo, las palabras con las que se ha hecho intérprete de vuestra delegación, así como la medalla que recuerda mi ingreso como miembro asociado extranjero de vuestra noble institución.

La Academia de ciencias morales y políticas es un lugar de intercambios y debates, que propone a todos los ciudadanos y al legislador reflexiones para ayudar a "encontrar las formas de organización política más favorables para el bien público y para la realización de la persona". En efecto, la reflexión y la acción de las autoridades y de los ciudadanos deben centrarse en dos elementos: el respeto a todo ser humano y la búsqueda del bien común. En el mundo actual, es más urgente que nunca invitar a nuestros contemporáneos a una atención renovada a estos dos elementos. En efecto, la difusión del subjetivismo, que hace que cada uno tienda a considerarse como único punto de referencia y a creer que lo que piensa tiene el carácter de la verdad, nos impulsa a formar las conciencias sobre los valores fundamentales, que no pueden descuidarse sin poner en peligro al hombre y a la sociedad misma, y sobre los criterios objetivos de una decisión, que suponen un acto de razón.

Como subrayé durante mi conferencia sobre la nueva Alianza, pronunciada ante vuestra Academia en 1995, la persona humana es un "ser constitutivamente en relación", llamado a sentirse cada día más responsable de sus hermanos y hermanas en la humanidad. La pregunta hecha por Dios, desde el primer texto de la Escritura, debe resonar sin cesar en el corazón de cada uno: "¿Qué has hecho con tu hermano?". El sentido de la fraternidad y de la solidaridad, y el sentido del bien común, se fundan en la vigilancia con respecto a sus hermanos y a la organización de la sociedad, dando un lugar a cada uno, a fin de que pueda vivir con dignidad, tener un techo y lo necesario para su existencia y para la de la familia que tiene a su cargo. Con este espíritu es necesario comprender la moción que habéis votado, en octubre del año pasado, concerniente a los derechos humanos y a la libertad de expresión, que forma parte de los derechos fundamentales, tratando siempre de no herir la dignidad fundamental de las personas y de los grupos humanos, y de respetar sus creencias religiosas.

Permitidme evocar también ante vosotros la figura de Andrei Dimitrievich Sajarov, a quien sucedí en la Academia. Esta importante personalidad nos recuerda que, tanto en la vida personal como en la pública, es necesario tener la valentía de decir la verdad y de seguirla, de ser libres con respecto al mundo que nos rodea, el cual a menudo tiende a imponer sus modos de ver y los comportamientos que se han de adoptar. La verdadera libertad consiste en caminar por la senda de la verdad, según la vocación propia, sabiendo que cada uno tendrá que rendir cuentas de su vida a su Creador y Salvador. Es importante que sepamos proponer a los jóvenes ese camino, recordándoles que la verdadera realización personal no se logra a cualquier precio, e invitándolos a no contentarse con seguir todas las modas que se presentan. Así sabrán discernir, con valentía y tenacidad, el camino de la libertad y de la felicidad, que supone vivir cierto número de exigencias y realizar los esfuerzos, los sacrificios y las renuncias necesarios para obrar bien.

Uno de los desafíos para nuestros contemporáneos, y en particular para la juventud, consiste en no aceptar vivir simplemente en la exterioridad, en la apariencia, sino en incrementar la vida interior, ámbito unificador del ser y del obrar, ámbito del reconocimiento de nuestra dignidad de hijos de Dios llamados a la libertad, sin separarse de la fuente de la vida, sino permaneciendo unido a ella. Lo que alegra el corazón de los hombres es reconocerse hijos e hijas de Dios, es una vida hermosa y buena bajo la mirada de Dios, así como las victorias obtenidas sobre el mal y contra la mentira. Al permitir a cada uno descubrir que su vida tiene un sentido y que es responsable de ella, abrimos el camino a una maduración de las personas y a una humanidad reconciliada, preocupada por el bien común.

El sabio ruso Sajarov es un ejemplo de ello; cuando, bajo el régimen comunista, su libertad exterior estaba limitada, su libertad interior, que nadie le podía quitar, lo autorizaba a tomar la palabra para defender con firmeza a sus compatriotas, en nombre del bien común. También hoy es importante que el hombre no se deje atar por cadenas exteriores, como el relativismo, la búsqueda del poder y del lucro a toda costa, la droga, las relaciones afectivas desordenadas, la confusión en el ámbito del matrimonio, no reconocer al ser humano en todas las etapas de su existencia, desde su concepción hasta su fin natural, que permite pensar que hay períodos en los que el ser humano no existiría realmente.

Debemos tener la valentía de recordar a nuestros contemporáneos lo que es el hombre y lo que es la humanidad. Invito a las autoridades civiles y a las personas que desempeñan una función en la transmisión de los valores a tener siempre esta valentía de la verdad sobre el hombre.

Al final de nuestro encuentro, permitidme desear que, mediante sus trabajos, la Academia de ciencias morales y políticas, juntamente con otras instituciones, ayude siempre a los hombres a construir una vida mejor y a edificar una sociedad donde todos vivan como hermanos. Este deseo va acompañado por la oración que elevo al Señor por vosotros, por vuestras familias y por todos los miembros de la Academia de ciencias morales y políticas.




Discursos 2007 20