Discursos 2008




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Enero 2008



DURANTE SU VISITA A LA CASA "DON DE MARÍA"

Viernes 4 de enero de 2008



Queridos amigos:

He venido a visitaros al inicio del nuevo año mientras seguimos respirando el clima familiar de la Navidad, y aprovecho inmediatamente la ocasión para expresar a todos mi más ferviente y cordial felicitación. Con afecto os saludo a vosotros, aquí presentes, así como a los que, gracias a la conexión televisiva, nos siguen y están unidos a nosotros desde los demás lugares de esta casa, llamada "Don de María".

Durante muchos años, cuando era prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, pasaba varias horas de la jornada al lado de vuestra benemérita institución, que mi venerado predecesor el siervo de Dios Juan Pablo II promovió y encomendó a la beata Teresa de Calcuta. Así pude apreciar el generoso servicio de caridad evangélica que las Misioneras de la Caridad realizan desde hace casi veinte años con la ayuda y la colaboración de numerosas personas de buena voluntad.

Hoy me encuentro entre vosotros para renovar mi gratitud a las religiosas, a los voluntarios y a los diversos colaboradores. Y he venido sobre todo para manifestaros mi cercanía espiritual a vosotros, queridos amigos, que en esta casa encontráis afectuosa acogida, escucha, comprensión, y una ayuda diaria material y espiritual. He venido para deciros que el Papa os ama y está cerca de vosotros.

Expreso mi agradecimiento a la superiora de las Misioneras de la Caridad, que concluye su servicio y se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos comunes, dirigiéndome en nombre de todos cordiales palabras de bienvenida. Saludo a la nueva superiora, que asume la responsabilidad de la casa con el estilo de dócil disponibilidad típico de las hijas espirituales de la madre Teresa de Calcuta.

Cuando se abrió esta casa, la beata madre Teresa quiso llamarla "Don de María", deseando que aquí se experimente siempre el amor de la santísima Virgen. En efecto, para cualquier persona que venga a llamar a la puerta es un don de María el sentirse acogido por los brazos amorosos de las Hermanas y de los voluntarios.

También es un don de María la presencia de quienes se dedican a escuchar a las personas que atraviesan dificultades y les sirven con la misma actitud que impulsó a la Madre del Señor a acudir prontamente a ayudar a santa Isabel. Ojalá que este estilo de amor evangélico marque y distinga siempre vuestra vocación para que, además de la ayuda material, comuniquéis a todas las personas con quienes os encontráis diariamente el mismo amor a Cristo y la luminosa "sonrisa de Dios" que animaron la existencia de la madre Teresa.

La madre Teresa solía decir: es Navidad cada vez que permitimos a Jesús amar a los demás a través de nosotros. La Navidad es misterio de amor, el misterio del Amor. El tiempo navideño, al volver a presentar a nuestra contemplación el nacimiento de Jesús en Belén, nos muestra la infinita bondad de Dios que, haciéndose Niño, quiso salir al encuentro de la pobreza y la soledad de los hombres; aceptó habitar entre nosotros, compartiendo nuestras dificultades diarias; no dudó en llevar juntamente con nosotros el peso de la existencia, con sus fatigas y sus preocupaciones. Nació por nosotros, para permanecer con nosotros y ofrecer a quienes le abren la puerta de su corazón el don de su alegría, de su paz, de su amor. Al nacer en una cueva, porque no había sitio para él en otros lugares, Jesús experimentó las incomodidades que muchos de vosotros sufrís.

La Navidad nos ayuda a comprender que Dios no nos abandona nunca y que siempre sale a nuestro encuentro, nos protege y se preocupa por cada uno de nosotros, pues todas las personas, sobre todo las más pequeñas e indefensas, son preciosas a sus ojos de Padre rico en ternura y misericordia. Por nosotros y por nuestra salvación envió al mundo a su Hijo, que en el misterio de la Navidad contemplamos como Emmanuel, Dios con nosotros.

2 Con estos sentimientos, renuevo a todos mi más cordial felicitación por el año nuevo recién iniciado, asegurándoos mi recuerdo diario en la oración. Y, a la vez que invoco la maternal protección de María, Madre de Cristo y nuestra, imparto a todos con afecto mi bendición.


AL FINAL DE LA VISITA A LA CASA "DON DE MARÍA"

Viernes 4 de enero de 2008



Queridas hermanas y queridos hermanos:

Os saludo con afecto y os agradezco vuestra acogida cordial. Os ruego que transmitáis a sor Nirmala mi saludo más afectuoso, asegurándole mi oración por ella y por la congregación. Me alegra encontrarme con los superiores generales de las dos ramas masculinas de la familia fundada por la beata madre Teresa, los Misioneros de la Caridad y los Hermanos Contemplativos Misioneros de la Caridad.

Asimismo, saludo con viva cordialidad a los colaboradores laicos y a los invitados aquí presentes. Expreso mi aprecio a todos los que en este lugar prestan su servicio para hacer que los huéspedes se sientan como en su casa. Todos juntos formáis una cadena de caridad cristiana, sin la cual esta casa, como las demás obras de voluntariado, no podría existir y seguir sirviendo a las numerosas personas que atraviesan dificultades y necesitan ayuda. Por tanto, a cada uno de vosotros expreso mi agradecimiento y mi aliento, porque sé que lo que hacéis aquí a cada hermano y hermana lo hacéis como si fuera a Cristo mismo.

La visita que he querido realizar hoy se sitúa en la línea de las numerosas visitas de mi amado predecesor el siervo de Dios Juan Pablo II, que impulsó con empeño esta casa de acogida para los más pobres, precisamente aquí, en el centro mismo de la Iglesia, al lado de Pedro, que sirvió, siguió y amó a Jesús, el Señor.

Este encuentro tiene lugar casi a veinte años de distancia de la construcción e inauguración de esta casa dentro de la muralla Leonina. Efectivamente, el 21 de mayo de 1988, el amado Juan Pablo II inauguró la casa "Don de María". ¡Cuántos gestos de comunión, de caridad concreta, se han realizado durante estos años entre estas paredes! Para las comunidades cristianas son un signo y un ejemplo que los impulsa a esforzarse por ser siempre comunidades acogedoras y abiertas.

El hermoso nombre de esta casa, "Don de María", nos invita, al inicio del año nuevo, a hacer que nuestra vida sea siempre un don. La Virgen María, que se entregó totalmente al Omnipotente y fue colmada de toda gracia y bendición con la venida del Hijo de Dios, nos enseñe a hacer cada día de nuestra existencia un don a Dios Padre, sirviendo a los hermanos, escuchando su palabra y cumpliendo su voluntad.

Y, como los santos Magos que llegaron de lejos para adorar al Rey Mesías, id también vosotros, queridos hermanos y hermanas, por los caminos del mundo, siguiendo el ejemplo de la madre Teresa, testimoniando siempre con alegría el amor de Jesús, especialmente hacia los más desfavorecidos y pobres, y desde el cielo vuestra beata fundadora os acompañe y proteja.

A todos vosotros, aquí presentes, a los huéspedes de la casa y a todos los colaboradores, imparto de nuevo de corazón la bendición apostólica.



A LOS MIEMBROS DEL CUERPO DIPLOMÁTICO


ACREDITADO ANTE LA SANTA SEDE


CON MOTIVO DE LAS FELICITACIONES DE AÑO NUEVO

Sala Regia

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Lunes 7 de enero de 2008



Excelencias.
Señoras y Señores.

1. Saludo cordialmente a vuestro decano, el Embajador Giovanni Galassi, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre del Cuerpo diplomático acreditado. Un saludo deferente va a cada uno de vosotros, y en particular a los que participan por primera vez en este encuentro. A través de vosotros, elevo mis fervientes votos a los pueblos y gobiernos que digna y competentemente representáis. Hace algunas semanas, vuestra comunidad se ha vestido de luto: el embajador de Francia, señor Bernard Kessedjian, culminó su peregrinación terrena; ¡que el Señor le conceda su paz! Al mismo tiempo, dirijo un pensamiento especial a las naciones que no tienen todavía relaciones diplomáticas con la Santa Sede: también ellas tienen un lugar en el corazón del Papa. Como he querido señalar en el Mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz de este año, la Iglesia está profundamente convencida de que la humanidad constituye una familia.

2. Las relaciones diplomáticas con los Emiratos Árabes Unidos se han establecido inspiradas en un espíritu de familia, así como la visita a unos países muy queridos. La calurosa acogida de los Brasileños permanece todavía vibrante en mi corazón. En este país, tuve la alegría de encontrar a los representantes de la gran familia de la Iglesia en América Latina y en el Caribe, reunidos en Aparecida para la Quinta Conferencia General del CELAM. En el ámbito económico y social, pude apreciar tanto signos elocuentes de esperanza para este continente como motivos de preocupación. ¿Cómo no desear una cooperación creciente entre los pueblos de América Latina, así como el cese de tensiones internas en cada uno de los países que la componen, para que puedan converger en los grandes valores inspirados por el Evangelio? Deseo mencionar a Cuba, que se apresta a celebrar el décimo aniversario de la visita de mi venerado Predecesor. El Papa Juan Pablo II fue recibido con afecto por las Autoridades y por la población, animando a todos los cubanos a colaborar para conseguir un futuro mejor. Permítaseme retomar este mensaje de esperanza que no ha perdido nada de su actualidad.

3. Mi pensamiento y mi oración se dirigen sobre todo hacia las poblaciones golpeadas por espantosas catástrofes naturales. Me refiero a los huracanes e inundaciones que han devastado ciertas regiones de México y de América Central, así como algunos países de África y de Asia, en particular Bangladesh, y una parte de Oceanía; también habría que mencionar los grandes incendios. El Cardenal Secretario de Estado, que, a finales de agosto se acercó hasta el Perú, me ofreció un testimonio directo de la destrucción y la desolación provocada por el terrible terremoto, pero también del ánimo y de la fe de las poblaciones afectadas. Frente a los trágicos acontecimientos de este tipo, es necesario un compromiso común y decidido. Como he escrito en la Encíclica sobre la Esperanza «la grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre. Esto es válido tanto para el individuo como para la sociedad» (Carta Enc. Spe salvi ).

4. La comunidad internacional mantiene viva su preocupación por el Medio Oriente. Me alegra que la Conferencia de Annapolis haya dado signos en la dirección de un abandono del recurso a soluciones parciales o unilaterales, en beneficio de una visión global, respetuosa de los derechos e intereses de los pueblos de la región. Una vez más, hago un llamamiento a los Israelíes y a los Palestinos, para que concentren sus esfuerzos en poner en práctica los compromisos asumidos en esta ocasión y no frenen el proceso felizmente iniciado. Invito además a la comunidad internacional a sostener a estos dos pueblos con convicción y comprensión hacia los sufrimientos y los miedos de cada uno de ellos. ¿Cómo no estar cerca del Líbano, en las pruebas y las violencias que siguen afligiendo este querido país?. Deseo que los libaneses puedan decidir libremente acerca de su futuro y pido al Señor que les ilumine, empezando por los responsables de la vida pública, para que, dejando de lado los intereses particulares, estén dispuestos a comprometerse por el camino del diálogo y de la reconciliación. Solamente así el país podrá progresar en la estabilidad y ser de nuevo un ejemplo de convivencia entre las comunidades. También en Irak, la reconciliación es una urgencia. Actualmente, los atentados terroristas, las amenazas y la violencia continúan, en particular contra la comunidad cristiana, y las noticias que nos llegan de ayer confirman nuestra preocupación; es evidente que todavía quedan por resolver aspectos esenciales de ciertas cuestiones políticas. En este marco, una reforma constitucional apropiada deberá salvaguardar los derechos de las minorías. Se necesitan importantes ayudas humanitarias para las poblaciones afectadas por la guerra, y pienso en particular en los desplazados dentro del país y en los refugiados en el extranjero, entre los cuales se encuentran numerosos cristianos. Invito a la comunidad internacional a mostrarse generosa con ellos y con los países donde ellos encuentran refugio, cuya capacidad de acogida se ve sometida a dura prueba. Deseo también alentar a que se continúe sin descanso por la vía de la diplomacia para resolver la cuestión del programa nuclear iraniano, negociando con buena fe, adoptando medidas destinadas a aumentar la transparencia y la confianza recíprocas, y teniendo siempre en cuenta las auténticas necesidades de los pueblos y del bien común de la familia humana.

5. Ampliando nuestra mirada al continente asiático, quisiera llamar vuestra atención sobre otras situaciones críticas. En primer lugar, Pakistán, que en los últimos meses ha sido duramente golpeado por la violencia. Deseo que todas las fuerzas políticas y sociales se comprometan en la construcción de una sociedad pacífica que respete los derechos de todos. En Afganistán, junto a la violencia se añaden otros graves problemas sociales, como la producción de drogas; es necesario ofrecer más apoyo a los esfuerzos de desarrollo y trabajar con más intensidad todavía en la construcción de un futuro sereno. En Sri Lanka, no es posible aplazar para más tarde los esfuerzos decisivos para remediar los inmensos sufrimientos causados por los conflictos vigentes. Pido al Señor que en Myanmar, con el apoyo de la comunidad internacional, se abra una época de diálogo entre el gobierno y la oposición, asegurando el verdadero respeto de todos los derechos del hombre y de las libertades fundamentales.

6. Volviendo ahora a África, quisiera en primer lugar volver a expresar mi profundo pesar al comprobar cómo la esperanza parece casi derrotada por el siniestro cortejo de hambre y de muerte que perdura en el Darfour. Deseo de todo corazón que la operación conjunta de las Naciones Unidas y de la Unión Africana, cuya misión acaba de comenzar, lleve ayuda y consuelo a las poblaciones que sufren. El proceso de paz en la República Democrática del Congo tropieza con fuertes resistencias en la zona de los grandes lagos, sobre todo en las regiones orientales, y Somalia, en particular Mogadiscio, sigue estando afligida por la violencia y la pobreza. Hago un llamamiento a las partes en conflicto para que cesen las operaciones militares, se facilite el paso de la ayuda humanitaria y los civiles sean respetados. Kenia ha experimentado estos días una brusca erupción de violencia. Uniéndome a la exhortación de los Obispos del 2 de enero, invito a todos los habitantes, y en particular a los responsables políticos, a buscar a través del diálogo una solución pacífica, fundada sobre la justicia y la fraternidad. La Iglesia Católica no es indiferente a los gemidos de dolor que se elevan en esta región. Ella hace suyas las peticiones de ayuda de los refugiados y de los desplazados y se compromete para favorecer la reconciliación, la justicia y la paz. Este año, Etiopía inicia el tercer milenio cristiano, y estoy seguro de que las celebraciones organizadas con este motivo contribuirán también a recordar la inmensa obra, social y apostólica, realizada por los Cristianos en África.

7. Terminando por Europa, me alegro de los progresos alcanzados en los diferentes países de la región de los Balcanes y expreso una vez más el deseo que el estatuto definitivo de Kosovo tenga en cuenta las legítimas reivindicaciones de las partes implicadas y garantice, a todos los que habitan en esta tierra, seguridad y respeto a sus derechos para que definitivamente se aleje el fantasma de los enfrentamientos violentos y se refuerce la estabilidad europea. Quisiera citar igualmente a Chipre recordando con alegría la visita, el mes de junio pasado, de Su Beatitud el Arzobispo Chrysostomos II. Deseo que, en el contexto de la Unión Europea, no se escatime ningún esfuerzo para encontrar solución a una crisis que dura demasiado tiempo. En el mes de septiembre pasado, realicé una visita a Austria, que quiso también subrayar la contribución esencial que la Iglesia católica puede y quiere dar a la unificación de Europa. A propósito de Europa, quisiera aseguraros que sigo con atención el período que se ha abierto con la firma del «Tratado de Lisboa». Esta etapa impulsa el proceso de construcción de la «casa Europea», que «será para todos un buen lugar para vivir si se construye sobre un sólido fundamento cultural y moral de valores comunes tomados de nuestra historia y de nuestras tradiciones» (Encuentro con las Autoridades y el Cuerpo diplomático, Viena, 7 septiembre 2007) y si ella no reniega de sus raíces cristianas.

8. De este rápido repaso general, aparece con claridad la fragilidad de la seguridad y la estabilidad en el mundo. Los factores de preocupación son diferentes; sin embargo, todos testimonian que la libertad humana no es absoluta, sino que se trata de un bien compartido, cuya responsabilidad incumbe a todos. En consecuencia, el orden y el derecho son elementos que la garantizan. El derecho sólo podrá ser una fuerza eficaz de paz si sus fundamentos permanecen sólidamente anclados en el derecho natural, dado por el Creador. Es por eso también que no se puede nunca excluir a Dios del horizonte del hombre y de la historia. El nombre de Dios es un nombre de justicia, representa una llamada urgente a la paz.

4 9. Esta toma de conciencia podría ayudar, entre otras cosas, a orientar las iniciativas de diálogo intercultural e interreligioso. Estas iniciativas son cada vez más numerosas y pueden estimular la colaboración en temas de interés mutuo, como la dignidad de la persona humana, la búsqueda del bien común, la construcción de la paz y el desarrollo. A este respecto, la Santa Sede ha querido dar un relieve particular a su participación en el diálogo de alto nivel sobre el entendimiento entre las religiones y las culturas y la cooperación para la paz, en el marco de la 62ª Asamblea General de las Naciones Unidas (4-5 octubre 2007). Este diálogo, para ser auténtico, debe ser claro, evitando relativismos y sincretismos, pero animado de un respeto sincero por los otros y de un espíritu de reconciliación y de fraternidad. La Iglesia Católica está profundamente comprometida en ello y me es grato recordar de nuevo la carta que, el 13 de octubre pasado, me dirigieron ciento treinta y ocho personalidades musulmanas, renovando mi gratitud por los nobles sentimientos que allí se expresan.

10. Nuestra sociedad ha incluido justamente la grandeza y la dignidad de la persona humana en las diversas declaraciones de derechos, que han sido formuladas a partir de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, adoptada hace sesenta años. Este acto solemne fue, según la expresión del Papa Pablo VI, uno de los más grandes títulos de gloria de las Naciones Unidas. En todos los continentes, la Iglesia Católica, se compromete para que los derechos del hombre sean no solamente proclamados, sino aplicados. Es de desear que los organismos creados para la defensa y promoción de los derechos del hombre consagren todas sus energías a este cometido, y en particular, que el Consejo de los Derechos del Hombre sepa responder a las expectativas suscitadas tras su creación.

11. La Santa Sede, por su parte, no dejará de reafirmar estos principios y estos derechos fundados sobre lo que es esencial y permanente en la persona humana. Es un servicio que la Iglesia desea ofrecer a la verdadera dignidad del hombre, creado a imagen de Dios. Partiendo precisamente de estas consideraciones, no puedo dejar de deplorar, una vez más, los continuos ataques perpetrados, en todos los continentes, contra la vida humana. Quisiera recordar, junto a tantos investigadores y científicos, que las nuevas fronteras de la bioética no imponen una elección entre la ciencia y la moral, sino que más bien exigen un uso moral de la ciencia. Por otra parte, recordando el llamamiento hecho por el Papa Juan Pablo II con ocasión del gran Jubileo del Año 2000, me alegra que, el 18 de diciembre pasado, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptara una resolución por la que se llama a los Estados a instituir una moratoria en la aplicación de la pena de muerte, y deseo que esta iniciativa estimule el debate público sobre el carácter sagrado de la vida humana. Deploro, una vez más, los ataques preocupantes contra la integridad de la familia, fundada sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer. Los responsables de la política, de la orientación que sean, deben defender esta institución fundamental, célula básica de la sociedad. ¡Qué más se puede decir! Hasta la libertad religiosa, «exigencia ineludible de la dignidad de cada hombre y piedra angular del edificio de los derechos humanos» (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1988, preámbulo), está frecuentemente amenazada. Existen, en efecto, lugares donde no se puede ejercer plenamente. La Santa Sede, la defiende y pide su respeto para todos. Ella está preocupada por las discriminaciones contra los cristianos y contra los fieles de otras religiones.

12. La paz no puede ser sólo una simple palabra o una aspiración ilusoria. La paz es un compromiso y un modo de vida que exige que se satisfagan las expectativas legítimas de todos como el acceso a la alimentación, al agua y a la energía, a la medicina y a la tecnología, o bien el control de los cambios climáticos. Solamente así se puede construir el futuro de la humanidad; solamente así se favorece el desarrollo integral para hoy y para mañana. Hace cuarenta años, el Papa Pablo VI, acuñando una expresión particularmente feliz, señaló en la Encíclica Populorum progressio que «el desarrollo es el nuevo nombre de la paz». Por eso, para consolidar la paz, es necesario que los positivos resultados macroeconómicos, obtenidos en 2007 por numerosos países en vías de desarrollo, sean sostenidos por políticas sociales eficaces y por la puesta en práctica de compromisos de asistencia por parte de los países ricos.

13. Por último, quisiera exhortar a la comunidad internacional a un compromiso global por la seguridad. Un esfuerzo conjunto por parte de los Estados para aplicar todas las obligaciones contraídas, y para impedir el acceso de los terroristas a las armas de destrucción masiva, reforzaría, sin ninguna duda, el régimen de no proliferación nuclear y lo haría más eficaz. Celebro el acuerdo alcanzado para el desmantelamiento del programa de armamento nuclear en Corea del Norte y animo a la adopción de medidas apropiadas para la reducción de armas de tipo convencional y para afrontar el problema humanitario planteado por las bombas de racimo.

Señoras y señores Embajadores.

14. La diplomacia es, en cierta manera, el arte de la esperanza. Ella vive de la esperanza e intenta discernir incluso sus signos más tenues. La diplomacia debe dar esperanza. Cada año, la celebración de la Navidad nos recuerda que, cuando Dios se hizo niño pequeño, la Esperanza vino a habitar en el mundo, en el corazón de la familia humana. Esta certeza se hace hoy oración: que Dios abra a la Esperanza, que no defrauda nunca, el corazón de aquellos que gobiernan la familia de los pueblos. Movido por estos sentimientos, dirijo a cada uno de vosotros mis mejores votos, para que vosotros, vuestros colaboradores y los pueblos que representáis seáis iluminados por la Gracia y la Paz que nos llegan del Niño de Belén.


A LOS ADMINISTRADORES DE LA REGIÓN DEL LACIO Y DE LA PROVINCIA DE ROMA

Sala Clementina

Jueves 10 de enero de 2008



Ilustres señores y amables señoras:

Me alegra recibiros, al inicio del nuevo año, para el tradicional intercambio de felicitaciones. Os agradezco vuestra presencia y saludo cordialmente al presidente de la junta regional del Lacio, señor Pietro Marrazzo; al alcalde de Roma, honorable Walter Veltroni; y al presidente de la provincia de Roma, señor Enrico Gasbarra, a los cuales expreso sentimientos de viva gratitud por las amables palabras que me han dirigido, también en nombre de las Administraciones que dirigen. Saludo, asimismo, a los presidentes de los respectivos consejos y a todas las personas aquí reunidas.

5 Esta cita anual nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre algunas materias de interés común y de gran importancia y actualidad, que afectan directamente a la vida de las poblaciones de Roma y del Lacio. A ellas, a cada persona y familia, dirijo a través de vosotros un recuerdo de afecto, de aliento y de atención pastoral, haciéndome intérprete de los sentimientos y de los vínculos que han unido a lo largo de los siglos a los Sucesores del apóstol san Pedro con la ciudad de Roma, con su provincia y con toda la región del Lacio. Cambian los tiempos y las situaciones, pero no se debilitan ni se atenúan el amor y la solicitud del Papa por todos los que viven en estas tierras, tan profundamente marcadas por la gran herencia viva del cristianismo.

Un criterio fundamental, sobre el que fácilmente podemos concordar en el cumplimiento de nuestras diversas tareas, es el del carácter central de la persona humana. Como afirma el concilio Vaticano II, el hombre es, en la tierra, "la única criatura a la que Dios ha querido por sí misma" (Gaudium et spes
GS 24). A su vez, mi amado predecesor el siervo de Dios Juan Pablo II, en la encíclica Centesimus annus, escribió con razón que "el principal recurso del hombre (...) es el hombre mismo" (CA 32).

Consecuencia evidente de todo ello es la importancia decisiva que revisten la educación y la formación de la persona, ante todo en la primera parte de la vida, pero también a lo largo de toda su existencia. Sin embargo, si miramos la realidad de nuestra situación, no podemos negar que nos encontramos ante una auténtica "emergencia educativa", como subrayé el 11 de junio del año pasado al hablar a la Asamblea de la diócesis de Roma.

En efecto, parece cada vez más difícil proponer de manera convincente a las nuevas generaciones certezas sólidas y criterios sobre los cuales construir su vida. Lo saben bien tanto los padres como los profesores, que también por esto sienten a menudo la tentación de abdicar de sus funciones educativas. Por lo demás, en el actual contexto social y cultural impregnado de relativismo y también de nihilismo, ellos mismos difícilmente logran encontrar puntos de referencia seguros, que los puedan sostener y guiar tanto en la misión de educadores como en toda su conducta de vida.

Esa emergencia, ilustres representantes de las Administraciones de Roma y del Lacio, no puede dejar indiferentes ni a la Iglesia ni a vuestras Administraciones. En efecto, además de la formación de las personas, están claramente en juego las bases mismas de la convivencia y el futuro de la sociedad. Por su parte, la diócesis de Roma está dedicando a esta difícil tarea una atención muy particular, que se realiza en los diversos ámbitos educativos, desde la familia y la escuela hasta las parroquias, las asociaciones, los movimientos, los oratorios, las iniciativas culturales, el deporte y el tiempo libre.

En este contexto, expreso profunda gratitud a la región del Lacio por el apoyo prestado a los oratorios y a los centros para la infancia organizados por las parroquias y las comunidades eclesiales, así como por las ayudas para la realización de nuevos complejos parroquiales en las áreas del Lacio que no cuentan con uno. Ahora bien, quiero exhortar a un compromiso convergente, de gran alcance, a través del cual las instituciones civiles, cada una según sus competencias, multipliquen sus esfuerzos para afrontar en los diversos niveles la actual emergencia educativa, inspirándose constantemente en el criterio-guía del carácter central de la persona humana.

Aquí tienen una importancia claramente prioritaria el respeto y el apoyo a la familia fundada en el matrimonio. Como escribí en el reciente Mensaje para la Jornada mundial de la paz, "la familia natural, en cuanto comunión íntima de vida y amor, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, es el "lugar primario de humanización de la persona y de la sociedad", la "cuna de la vida y del amor"" (n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de diciembre de 2007, p. 5).

Lamentablemente, cada día constatamos cuán insistentes y amenazadores son los ataques y las incomprensiones con respecto a esta realidad humana y social fundamental. Por consiguiente, es muy necesario que las Administraciones públicas no secunden esas tendencias negativas, sino que, por el contrario, ofrezcan a las familias un apoyo convencido y concreto, con la certeza de que así contribuyen al bien común.

Otra emergencia que se agrava es la de la pobreza. Aumenta sobre todo en las grandes periferias urbanas, pero comienza a estar presente también en otros contextos y situaciones que parecían libres de ella. La Iglesia participa, de todo corazón, en el esfuerzo por aliviarla, colaborando de buen grado con las instituciones civiles, pero el aumento del coste de la vida, especialmente los precios de las viviendas, las persistentes situaciones de falta de trabajo, y también los salarios y las pensiones a menudo inadecuados, hacen realmente difíciles las condiciones de vida de numerosas personas y familias.

Además, un acontecimiento trágico como el asesinato, en Tor di Quinto, de Giovanna Reggiani, puso bruscamente a nuestra población no sólo ante el problema de la seguridad, sino también ante la gravísima degradación de algunas áreas de Roma: especialmente aquí es necesaria, más allá de la emoción del momento, una obra constante y concreta, que tenga la doble e inseparable finalidad de garantizar la seguridad de los ciudadanos y de asegurar a todos, especialmente a los inmigrantes, al menos el mínimo indispensable para una vida honrada y digna.

La Iglesia, a través de Cáritas y de muchas otras realidades de voluntariado, animadas por laicos y por religiosos y religiosas, se prodiga también en este difícil ámbito, en el que siguen siendo evidentemente insustituibles las responsabilidades y las posibilidades de intervención de los poderes públicos.

6 Otra preocupación que atañe tanto a la Iglesia como a vuestras Administraciones, es la que se refiere a los enfermos. Sabemos bien cuán graves son las dificultades que debe afrontar la región del Lacio en el ámbito de la salud pública, pero debemos constatar también que no raramente es dramática la situación de los hospitales y clínicas católicos, aunque gocen de un prestigio y una excelencia reconocidos en toda la nación. Por tanto, no puedo menos de pedir que no sean marginados en la distribución de los recursos, no por interés de la Iglesia, sino para no perjudicar un servicio indispensable para nuestra población.

Distinguidas autoridades, a la vez que os agradezco nuevamente vuestra amable y apreciada visita, os aseguro mi cordial cercanía y mi oración por vosotros y por las altas responsabilidades que tenéis encomendadas. Que el Señor sostenga vuestro compromiso e ilumine vuestros propósitos de bien.

Con estos sentimientos, imparto de corazón a cada uno la bendición apostólica, que de buen grado extiendo a vuestras familias y a cuantos viven y trabajan en Roma, en su provincia y en todo el Lacio


A LOS MIEMBROS DE LA POLICÍA QUE SE ENCARGA DE LA SEGURIDAD EN TORNO AL VATICANO

Viernes 11 de enero de 2008



Queridos amigos:

El encuentro con vosotros, que formáis parte de la Comisaría general de policía que se encarga de la seguridad en torno al Vaticano, ya es una cita esperada y deseada al inicio del nuevo año. Además de acogeros con alegría y saludaros con afecto, aprovecho la ocasión para renovaros la expresión de mi estima y mi agradecimiento por el servicio que prestáis diariamente.

Saludo en primer lugar al prefecto Salvatore Festa, al inspector jefe de Roma Marcello Fulvi, y al doctor Vincenzo Caso, a quien agradezco las amables palabras que me ha dirigido y al que manifiesto mi gratitud por el trabajo llevado a cabo en estos años como director de la Comisaría. También saludo al jefe de la policía, prefecto Antonio Manganelli.

Con amistad me dirijo a los demás integrantes de la Comisaría general de policía que se encarga de la seguridad en torno al Vaticano que no han podido estar hoy aquí, pero que están unidos espiritualmente a nosotros en esta significativa circunstancia. A todos y a cada uno me alegra expresar, para el año recién iniciado, mis mejores deseos, que extiendo a sus respectivas familias.

Precisamente en las familias pensé este año cuando preparé el Mensaje para la Jornada mundial de la paz, que se celebra el día 1 de enero. En ese texto, que tiene como tema: "Familia humana, comunidad de paz", recordé que "la familia natural, en cuanto comunión íntima de vida y amor, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, es el lugar primario de humanización de la persona y de la sociedad, la cuna de la vida y del amor. Con razón, pues, se ha calificado a la familia como la primera sociedad natural, una institución divina, fundamento de la vida de las personas y prototipo de toda organización social" (n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de diciembre de 2007, p. 5).

Vosotros, queridos funcionarios y agentes, en las tareas de vigilancia que realizáis diariamente, os encontráis con muchas familias. Llegan aquí de todas las partes del mundo para rendir homenaje a los Apóstoles y en particular a san Pedro, sobre cuya fe Cristo fundó la Iglesia. Vienen para renovar juntas la profesión de esta fe, para visitar y tomar contacto con varias realidades del Vaticano, y para participar en las audiencias y en las celebraciones presididas por el Sucesor del apóstol san Pedro.

Os agradezco el servicio que prestáis, caracterizado por la diligencia y la profesionalidad, por una constante atención a las personas y a las finalidades que las impulsan, así como por la disponibilidad, la paciencia y el espíritu de sacrificio. De esta forma, con la colaboración de las autoridades que se esfuerzan por lograr que la ciudad de Roma sea cada vez más bella y acogedora, también vosotros contribuís al fructuoso encuentro y a la serena convivencia entre los ciudadanos de Roma y los huéspedes procedentes de los diversos países del mundo.


Discursos 2008