Discursos 2007 79

79 A pesar de estas sombras y de los diferentes tipos de dificultades que debieron afrontar los primeros cristianos, siempre ha brillado la luz resplandeciente de la fe de la Iglesia en Jesucristo. Desde sus primeros pasos, la Iglesia, guiada por los Apóstoles y por sus colaboradores, animada por una valentía extraordinaria y por una fuerza interior, ha sabido conservar y acrecentar el valioso tesoro de la unidad y de la comunión, por encima de las diferencias de personas, lenguas y culturas.

Venerados hermanos, al concluir el Sínodo extraordinario en el que habéis participado, consciente de las dificultades que os han preocupado durante todos estos años y que habéis tratado de superar, pienso con gratitud en mi venerado predecesor el Papa Juan Pablo II, que estuvo cerca de vosotros de muchas maneras. Os escuchó, se reunió con vosotros y os exhortó en repetidas ocasiones, sobre todo con su carta de agosto de 2003, a buscar la unidad y la reconciliación, con la participación de todos.

Yo, por mi parte, he continuado la obra emprendida por él, con mi carta de octubre de 2005, puesto que estoy profundamente convencido de que hoy, como en los albores del cristianismo, toda comunidad está llamada a dar un testimonio claro de fraternidad. Es conmovedor leer en los Hechos de los Apóstoles que "la multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma" (
Ac 4,32). Aquí, en este amor compartido que es don del Espíritu Santo, se encuentra el secreto de la eficacia apostólica.

Durante estos días, queridos y venerados hermanos, habéis reflexionado sobre los medios para superar los obstáculos que impiden el desarrollo normal de vuestra vida eclesial. Sois muy conscientes de lo que es necesario e incluso indispensable. Lo exige el ministerio que el Señor os ha confiado en su grey; y lo exige el bien de la Iglesia siro-católica. Lo exigen también la situación particular que vive el Oriente Medio y el testimonio que pueden dar con su unidad las Iglesias católicas. Que resuene en vuestro corazón la exhortación de san Pablo, impregnada de tristeza, a los fieles de Corinto: "Os conjuro, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que tengáis todos un mismo hablar, y no haya entre vosotros divisiones; antes bien, estad unidos en una misma mentalidad y un mismo juicio" (1Co 1,10).

En nuestra época las comunidades cristianas en todas las partes del mundo deben afrontar muchos desafíos, y son numerosos los peligros y asechanzas que amenazan con desvirtuar los valores del Evangelio. Por lo que concierne a vuestra Iglesia, la violencia y los conflictos que afligen a una parte de la grey encomendada a vosotros constituyen dificultades suplementarias que ponen aún más en peligro no sólo la convivencia pacífica, sino también la vida misma de las personas. En estas situaciones, es preciso que la comunidad eclesial siro-católica anuncie el Evangelio con vigor, promueva una pastoral adecuada a los desafíos de la era posmoderna y dé un ejemplo luminoso de unidad en un mundo fragmentado y dividido.

Venerados hermanos, el concilio ecuménico Vaticano II subraya que, para responder a la oración de Cristo ut unum sint, las Iglesias orientales católicas están llamadas a desempeñar un papel particular en la promoción del camino ecuménico, "principalmente con la oración, con el ejemplo de vida, con la religiosa fidelidad a las tradiciones orientales, con un mejor conocimiento mutuo, con la colaboración y estima fraterna de las instituciones y de las mentalidades" (Orientalium Ecclesiarum OE 24). Este es un último elemento que, con las exigencias dictadas por el diálogo interreligioso, puede impulsaros a cumplir con confianza la misión apostólica que el Señor ha confiado a vuestra Iglesia.

Precisamente ayer, la liturgia latina nos presentó el conmovedor episodio de la conversión de san Pablo en el camino de Damasco. También vosotros estáis llamados hoy a continuar con entusiasmo, confianza y perseverancia, la acción misionera del apóstol san Pablo, siguiendo las huellas de san Ignacio de Antioquía, de san Efrén y de vuestros demás santos patronos.

María, a la que veneráis con el título de Nuestra Señora de la Liberación, interceda siempre por vosotros y os proteja. Con estos sentimientos, os aseguro mi pleno apoyo y el de mis colaboradores, y os imparto una bendición apostólica especial a vosotros, aquí presentes, al Patriarca y a los miembros de vuestro santo Sínodo, así como a todos los fieles de rito siro-católico.


Mayo de 2007


A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE SAN CIRILO Y SAN METODIO EN VISITA "AD LIMINA"

Viernes 4 de mayo de 2007



Venerados hermanos en el episcopado:

80 "El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo" (Rm 15,13). Me alegra acogeros con estas palabras tomadas de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos: sí, el Dios de la esperanza os colme de sus consolaciones celestiales. Con este deseo, os abrazo fraternalmente a cada uno de vosotros, queridos pastores de una porción de la grey del Señor a la que amo particularmente. Provenís de países diversos, que tienen etnias, culturas y lenguas diferentes, pero cuyas comunidades eclesiales están unidas por la misma fe en Cristo resucitado que nos han transmitido los Apóstoles. Sed bienvenidos.

Os saludo a cada uno, a la vez que agradezco de corazón las amables palabras que me ha dirigido el arzobispo Stanislav Hocevar, presidente de vuestra Conferencia episcopal internacional de San Cirilo y San Metodio, erigida en diciembre de 2004 por mi predecesor el siervo de Dios Juan Pablo II. Vuestro presidente se ha hecho intérprete de los sentimientos de comunión que os unen al Sucesor de Pedro: os doy las gracias por ello.

Esta casa es también vuestra; en ella podéis experimentar la catolicidad de la Iglesia de Cristo, que se extiende hasta los confines de la tierra. Al final de vuestra visita ad limina Apostolorum os renuevo la expresión de mi cordial gratitud, que os ruego transmitáis también a vuestras comunidades; confío en el apoyo de sus oraciones. Asegurad a todos —sacerdotes, religiosos y religiosas, niños y jóvenes, ancianos y familias— que el Papa está cerca de ellos y los recuerda cada día ante el Señor. Exhorto a todos a perseverar en la unidad, en la apertura recíproca y en el espíritu de fraternidad.

Los diversos países y los diferentes contextos sociales y religiosos en los que viven vuestros fieles, venerados hermanos, tienen muchas repercusiones en su vida cristiana. Pienso, por ejemplo, en el matrimonio entre cónyuges de distinta confesión o religión, que exige de vuestra parte, queridos pastores, una especial atención espiritual y una cooperación más armoniosa también con las demás Iglesias cristianas.

Pienso, asimismo, en la educación religiosa de las nuevas generaciones, que es necesario prever en los programas escolares. Y quiero aludir también a un aspecto fundamental para la vida eclesial: la formación de los ministros sagrados y su acompañamiento espiritual en el contexto multiconfesional mencionado. Sé que existe el proyecto de un Seminario mayor en Subotica; aliento cordialmente esta iniciativa, por el buen servicio que podría prestar a las diversas diócesis. Es preciso ayudar a los seminaristas a crecer con la clara conciencia de que el presbítero es "alter Christus" y debe cultivar una relación íntima con Jesús si quiere cumplir plenamente su misión y no considerarse simplemente "funcionario" de una organización eclesiástica.

El sacerdote está totalmente al servicio de la Iglesia, organismo vivo y espiritual que no saca su energía de componentes nacionalistas, étnicos o políticos, sino de la acción de Cristo presente en sus ministros. En efecto, el Señor quiso que su Iglesia estuviera abierta a todos; los Apóstoles la edificaron así desde los primeros pasos del cristianismo, y los mártires con su sangre dieron testimonio de su santidad y de su "catolicidad". A lo largo de los siglos, la Tradición ha mantenido inalterado su carácter de universalidad, mientras iba propagándose y entrando en contacto con lenguas, razas, nacionalidades y culturas diferentes. Podéis experimentar diariamente esta unidad de la Iglesia en la diversidad.

Queridos y venerados hermanos, durante estos días he podido conocer mejor la realidad de vuestras diócesis, constituidas a menudo por una pequeña grey insertada en vastos contextos de multiplicidad étnica, cultural y religiosa. Por tanto, vuestra misión no es fácil. Pero con la ayuda del Señor, y con docilidad a su Espíritu, exhortad a todos los que él mismo ha encomendado a vuestra solicitud a no cansarse de ser "levadura" evangélica que fermente la sociedad. De este modo, según la exhortación del apóstol san Pedro, podréis dar juntos testimonio de la esperanza que os anima (cf. 1P 3,15). Realizaréis esto gracias a una constante fidelidad a Cristo, a una asidua práctica sacramental y a una generosa entrega apostólica. Con este fin, será necesario implicar a todos los miembros del pueblo de Dios, utilizando todos los instrumentos disponibles de formación cristiana, preparados en los diversos idiomas de la población.

Esta acción pastoral común no podrá menos de tener consecuencias benéficas también en el ámbito civil, pues las conciencias rectas, formadas según el Evangelio, se sentirán más fácilmente impulsadas a construir una sociedad de dimensión humana. Una modernidad mal entendida tiende hoy a exaltar de manera excesiva las necesidades de la persona, en detrimento de los deberes que toda persona tiene con respecto a Dios y a la comunidad a la que pertenece. Es importante, por ejemplo, poner de relieve la recta concepción de la responsabilidad civil y pública, porque precisamente de esta visión deriva la obligación del respeto a los derechos de cada uno y una integración convencida de la propia cultura con las demás, tendiendo juntos al bien común.

La Providencia ha puesto a vuestros pueblos en el contexto de un continente europeo que en estos años se va reestructurando. También vuestras Iglesias se sienten partícipes en ese proceso histórico, sabiendo bien que pueden aportar su contribución peculiar. Por desgracia, no faltan obstáculos: la escasez de medios a disposición, a causa de la situación económica, y la insuficiencia de fuerzas católicas podrían desanimaros. No es fácil olvidar la pesada herencia de más de cuarenta años de pensamiento único, que han producido comportamientos sociales no basados en la libertad y en la responsabilidad personal. Al mismo tiempo, es difícil resistir a las tentaciones del materialismo occidental, con los riesgos del relativismo y el liberalismo ético, el radicalismo y el fundamentalismo político. No os desaniméis; más bien, unid las fuerzas y continuad pacientemente vuestra obra, convencidos de que un día, con la ayuda de Dios, se podrán recoger los frutos que él mismo hará madurar según sus misteriosos designios de salvación.

En este momento deseo aseguraros que el Papa está cerca de vosotros y os alienta a seguir adelante, confiando en la ayuda del Señor, el buen Pastor. Queridos hermanos, permaneced siempre al lado de vuestros fieles, pues necesitan maestros sabios, pastores santos y guías seguros que con su ejemplo los precedan por el camino de la plena adhesión a Cristo. Estad unidos entre vosotros, cuidad las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada; sed solícitos con los agentes pastorales; exhortad a los laicos a asumir sus responsabilidades propias, tanto en el campo civil como en el eclesial, según el espíritu de la Gaudium et spes, para que puedan dar un testimonio armonioso, verdaderamente católico.

El Señor os ha puesto en estrecho contacto con los hermanos ortodoxos: como miembros de un único Cuerpo, buscad toda colaboración posible al servicio del único reino de Dios. Que no falte la disponibilidad a colaborar también con las demás confesiones cristianas y con todas las personas de buena voluntad en la promoción de lo que puede ser útil para la difusión de los valores evangélicos.

81 Queridos y venerados hermanos, durante este encuentro he querido poner de relieve algunos aspectos de la vida de vuestras comunidades que emergieron en nuestros encuentros individuales. Al despedirme de vosotros, os confirmo una vez más mi afecto y os aseguro mi oración. A la vez que invoco la protección celestial de María, Reina de los Apóstoles, y de san Cirilo y san Metodio, patronos de vuestra Conferencia episcopal internacional, os imparto a vosotros una cordial bendición apostólica, que de buen grado hago extensiva a todos los fieles encomendados a vuestro cuidado pastoral.


A LA GUARDIA SUIZA PONTIFICIA CON OCASIÓN DE SU FIESTA ANUAL

Sábado 5 de mayo de 2007



Señor comandante;
queridos guardias suizos:

Me alegra particularmente encontrarme con vosotros con ocasión del juramento de los nuevos guardias suizos. A cada uno de vosotros, queridos nuevos alabarderos, os dirijo ante todo mi cordial saludo, que extiendo a todos los guardias suizos, dándoos las gracias por haber querido dedicar algunos años de vuestra juventud al servicio del Papa y de sus colaboradores más cercanos. También dirijo mi saludo agradecido a vuestro comandante por todo lo que hace para que vosotros podáis prestar debidamente vuestro servicio. Saludo a vuestro capellán, así como a los parientes, a los familiares, a los ex guardias suizos y a los amigos que han querido estar presentes en un acto tan solemne y significativo para la Sede apostólica, como es precisamente el juramento de los nuevos guardias suizos.

Conservo impreso en mi memoria el recuerdo de las solemnes celebraciones conmemorativas del V centenario de la fundación del Cuerpo de la Guardia suiza pontificia, que tuvieron lugar el año pasado con gran participación del pueblo. Esas celebraciones han contribuido a dar a conocer mejor el origen, la historia y el valor de vuestro Cuerpo y el significativo testimonio de fe y de amor que dais a la Iglesia desde hace más de 500 años.

Todo comenzó el 22 de enero de 1506, cuando llegó al Vaticano una tropa de 150 hombres solicitada por mi predecesor Julio II a la Confederación de la Alta Alemania. Desde aquel día hasta nuestros tiempos, la historia de vuestro Cuerpo de guardia está íntimamente entrelazada con los acontecimientos y la vida de la Iglesia y, en particular, del Papa. Es una larga historia de fidelidad y de generoso servicio prestado siempre con entrega, que a veces ha llegado hasta el heroísmo del sacrificio de la vida. Vuestra apreciada entrega ha merecido justamente la estima y la confianza de todos los Pontífices, que en vuestro Cuerpo de guardia han encontrado siempre ayuda, apoyo y protección. Gracias, queridos amigos, por vuestra silenciosa pero eficiente presencia al lado de la persona del Papa; gracias por la profesionalidad y también por el amor con que cumplís vuestra misión.

Sí, vuestro servicio no es solamente una prestación profesional; también es una verdadera misión al servicio de Cristo y de su Iglesia. En el nuevo Reglamento de la Guardia suiza pontificia, que aprobé el año pasado con ocasión del V centenario de su fundación, se afirma que "los guardias suizos deben mostrarse como buenos cristianos y soldados ejemplares en todas las circunstancias" (art. 73); y también que "deben evitar lo que se opone a la fe, a la moral cristiana y a los deberes de su estado. Además, deben ser siempre fieles a las características y a las tradiciones del Cuerpo, con un estilo de vida sencillo y sobrio" (art. 75). Asimismo, se añade: "Para formar una verdadera comunidad, deben cultivar a nivel personal y tener unos con otros un espíritu de solidaridad cristiana, que sirve para conservar y promover la unión mutua de los corazones" (art. 77).

Como se puede ver fácilmente, se trata de indicaciones muy precisas y concretas con vistas a cumplir el designio que Dios tiene sobre cada uno de vosotros, al llamaros a servirlo en una Institución tan benemérita. En definitiva, el Señor os llama a la santidad, es decir, a ser sus discípulos, siempre dispuestos a escuchar su voz, a cumplir su voluntad y a realizarla en el cumplimiento diario de vuestros deberes. Esto os ayudará a ser "buenos cristianos" y, al mismo tiempo, "soldados ejemplares", animados por el espíritu evangélico, que hace que todo bautizado sea "levadura" capaz de fermentar toda la masa y "luz" que ilumina y calienta el ambiente en el que vive y trabaja.

Queridos amigos, que el Señor os ayude a realizar plenamente vuestra misión peculiar, trabajando cada día "acriter et fideliter", con valentía y fidelidad. Para ello, no ceséis de alimentar vuestro espíritu con la oración y la escucha de la palabra de Dios; participad con devoción en la santa misa y cultivad una devoción filial a María. Invocad y tratad de imitar a vuestros patronos san Martín, san Sebastián y san Nicolás de Flüe, "defensor pacis et pater patriae", para que os asistan desde el cielo y podáis "servir fiel, leal y honradamente al Sumo Pontífice y a sus legítimos Sucesores", como cada uno de vosotros dice en la fórmula de juramento.

Por mi parte, a la vez que os agradezco una vez más vuestra entrega, expreso mis mejores deseos de modo especial a los nuevos guardias suizos. Asimismo, a todos y a cada uno imparto de corazón mi bendición, que de buen grado hago extensiva a vuestras familias y a vuestros seres queridos.


A LOS MIEMBROS DEL CONSEJO SUPERIOR DE LAS OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS

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Sábado 5 de mayo de 2007



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Me alegra mucho encontrarme con vosotros después de la solemne celebración eucarística presidida por el señor cardenal Ivan Dias, prefecto de la Congregación para la evangelización de los pueblos. A él, en primer lugar, dirijo mi cordial saludo, a la vez que le agradezco las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Hago extensivo mi saludo al secretario y a los colaboradores del dicasterio misionero, a los prelados y a los sacerdotes presentes, a los religiosos, a las religiosas y a todos los que han participado en el congreso celebrado en los días pasados para conmemorar el 50° aniversario de la carta encíclica Fidei donum del siervo de Dios Papa Pío XII.
Han pasado cincuenta años desde que este venerado predecesor mío, ante la evolución de los tiempos y la aparición de nuevos pueblos y naciones en el escenario de la historia, con clarividente sabiduría pastoral comprendió que se abrían inéditos y providenciales horizontes e itinerarios misioneros para el anuncio del Evangelio en África.

En efecto, Pío XII miraba especialmente a África cuando, con intuición profética, pensó en el nuevo "sujeto" misionero, que de las primeras palabras de la encíclica tomó el nombre de "fidei donum". Quería estimular, además de las formas tradicionales, un nuevo tipo de cooperación misionera entre las comunidades cristianas llamadas "antiguas" y las que acababan de nacer o estaban naciendo en los territorios de reciente evangelización. A las primeras las invitaba a mandar en ayuda de las Iglesias "jóvenes", que tenían un crecimiento prometedor, algunos sacerdotes a fin de que colaboraran con los Ordinarios del lugar durante un tiempo determinado.

Así escribía el Papa Pacelli: "Considerando, por un lado, las innumerables legiones de hijos nuestros que, sobre todo en los países de antigua tradición cristiana, participan del bien de la fe y, por otro, la masa aún más numerosa de los que todavía esperan el mensaje de la salvación, sentimos el ardiente deseo de exhortaros, venerables hermanos, a que con vuestro celo sostengáis la causa santa de la expansión de la Iglesia en el mundo. Quiera Dios que, como consecuencia de nuestro llamamiento, el espíritu misionero penetre más a fondo en el corazón de todos los sacerdotes y que, a través de su ministerio, inflame a todos los fieles" (AAS 49 [1957] 226).

Por tanto, era doble el objetivo que animaba al venerado Pontífice: por una parte, suscitar en todos los miembros del pueblo cristiano un renovado "fuego" misionero; y, por otra, promover una colaboración más consciente entre las diócesis de antigua tradición y las regiones de primera evangelización. A lo largo de estos cinco decenios la invitación de Pío XII ha sido reafirmada, en numerosas ocasiones, por todos mis predecesores y, también gracias al impulso que dio el concilio Vaticano II, se ha ido multiplicando el número de los sacerdotes "fidei donum", que juntamente con religiosos y voluntarios laicos han partido en misión a África y a otras regiones del mundo, a veces a costa de no pocos sacrificios para sus diócesis de pertenencia.

Quisiera aquí dar las gracias en particular a estos hermanos y hermanas nuestros, algunos de los cuales han derramado su sangre por difundir el Evangelio. Como sabéis bien, la experiencia misionera deja una huella indeleble en quienes la realizan y, al mismo tiempo, contribuye a alimentar la comunión eclesial que a todos los bautizados nos hace sentirnos miembros de la única Iglesia, Cuerpo místico de Cristo.

A lo largo de estos decenios, se han intensificado los contactos y los intercambios misioneros, también gracias al desarrollo y al multiplicarse de los medios de comunicación, de forma que la Iglesia prácticamente ha entrado en contacto con todas las civilizaciones y culturas. Por otra parte, el intercambio de dones entre las comunidades eclesiales de antigua y de reciente fundación ha constituido un enriquecimiento mutuo y ha favorecido el aumento de la conciencia de que todos somos "misioneros", es decir, de que todos estamos implicados, aunque sea de modos diversos, en el anuncio y en el testimonio del Evangelio.

83 A la vez que damos gracias al Señor por el compromiso misionero que se está llevando a cabo, no podemos por menos de constatar simultáneamente las dificultades que se presentan hoy en este campo. Entre ellas, me limito a subrayar la disminución y el envejecimiento del clero en las diócesis que en otros tiempos enviaban misioneros a regiones lejanas. Ciertamente, en el contexto de una crisis vocacional generalizada, esto constituye un desafío que es preciso afrontar.

El congreso organizado por la Pontificia Unión misional para conmemorar el 50° aniversario de la Fidei donum, os ha permitido analizar atentamente esta situación que vive hoy la Iglesia. Aunque no podemos ignorar los problemas y las sombras, debemos mirar al futuro con confianza, dando renovada y más auténtica identidad a los misioneros "fidei donum", en un contexto mundial que indudablemente ha cambiado con respecto al de los años 50 del siglo pasado.

Si son numerosos los desafíos que afronta la evangelización en nuestra época, también son numerosos los signos de esperanza que en todas las partes del mundo testimonian una estimulante vitalidad misionera del pueblo cristiano. Y, sobre todo, es necesario que nunca se pierda la conciencia de que el Señor, antes de dejar a los discípulos para ir al cielo, al enviarlos a anunciar su Evangelio en todos los rincones del mundo, les aseguró: "He aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (
Mt 28,20).

Queridos hermanos y hermanas, esta certeza no nos debe abandonar nunca. El Dueño de la mies no dejará que falten obreros en su mies, si con confianza e insistentemente se lo pedimos en la oración y en la dócil escucha de su palabra y de sus enseñanzas. A este respecto, deseo reiterar la invitación que Pío XII dirigió a los fieles de entonces: "Especialmente durante estos años —escribió en su encíclica— tal vez decisivos para el porvenir del catolicismo en muchos países, multipliquemos las misas celebradas por las intenciones de las misiones; son las intenciones mismas de nuestro Señor, que ama a su Iglesia y que la quisiera ver extendida y floreciente por todos los lugares de la tierra" (AAS 49 [1957] 239).

Hago mía esta exhortación, convencido de que el Señor, saliendo al encuentro de nuestras incesantes súplicas, seguirá bendiciendo con abundantes frutos apostólicos el compromiso misionero de la Iglesia. Encomiendo este deseo a María, Madre y Reina de los Apóstoles, a la vez que de corazón os imparto a vosotros, aquí presentes, y a todos los misioneros del mundo una bendición apostólica especial.


A LA UNIÓN INTERNACIONAL DE SUPERIORAS GENERALES

Lunes 7 de mayo de 2007

Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridas hermanas:

Me alegra encontrarme con vosotros con ocasión de la asamblea plenaria de la Unión internacional de superioras generales. Saludo y doy las gracias al cardenal Franc Rodé, prefecto de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, por las cordiales palabras que me ha dirigido; extiendo mi agradecimiento a la presidenta de vuestra Unión, sor Therezinha Rasera, que no sólo se ha hecho intérprete de vuestros afectuosos sentimientos, sino también de los de las religiosas del mundo entero.

Os saludo asimismo a cada una de vosotras, queridas superioras generales, que representáis a 794 familias religiosas femeninas que actúan en 85 países de los cinco continentes. Y, a través de vosotras, expreso mi gratitud al inmenso ejército de testigos del amor de Cristo, que actúan en las fronteras de la evangelización, de la educación y de la caridad social.

84 Como ha recordado vuestra presidenta, el tema de la asamblea plenaria, que estáis celebrando en estos días, es particularmente interesante: "Llamadas a tejer una nueva espiritualidad que genere esperanza y vida para toda la humanidad". Este tema, que habéis elegido, es fruto de una amplia reflexión sobre la siguiente pregunta: "Al contemplar nuestro mundo, al escuchar sus gritos, sus necesidades, su sed y sus aspiraciones, ¿cuál es el hilo que nosotras, religiosas responsables de nuestras congregaciones, estamos llamadas a tejer en este momento para llegar a ser "tejedoras de Dios", proféticas y místicas?".

El análisis atento de las respuestas que llegaron hizo comprender al consejo ejecutivo de vuestra Unión que el símbolo elegido, el de "tejer", una imagen muy femenina que se usa en todas las culturas, respondía a lo que las superioras generales sentían como una urgencia espiritual y apostólica en el momento actual.

En las respuestas mismas se indicaban algunos "hilos" —la mujer, los emigrantes, la tierra y su carácter sagrado, los laicos, el diálogo con las religiones del mundo— que consideráis muy útiles para "tejer", en nuestra época, una renovada espiritualidad de la vida consagrada, iniciando así un planteamiento apostólico que responda mejor a las expectativas de la gente.

Precisamente sobre esos temas estáis reflexionando durante los trabajos de vuestra asamblea plenaria. Sois conscientes de que, como ha subrayado oportunamente vuestra presidenta, toda superiora general está llamada a ser animadora y promotora de una vida consagrada "mística y profética", fuertemente comprometida en la realización del reino de Dios. Estos son los "hilos" con los que el Señor os impulsa, queridas religiosas, a "tejer" hoy el entramado vivo de un servicio benéfico a la Iglesia y de un testimonio evangélico elocuente "siempre antiguo y siempre nuevo", en cuanto fiel al radicalismo del Evangelio y valientemente encarnado en la realidad contemporánea, de modo especial donde hay mayor pobreza humana y espiritual.

Ciertamente, no son pocos los desafíos sociales, económicos y religiosos que debe afrontar la vida consagrada en el tiempo actual. Los cinco ámbitos pastorales que habéis puesto de relieve constituyen otros tantos "hilos" que es preciso tejer y entrelazar en la compleja trama de la vida diaria, en las relaciones interpersonales y en el apostolado.

A menudo se trata de recorrer senderos misioneros y espirituales inexplorados, pero manteniendo siempre muy firme la relación interior con Cristo, pues sólo de esta unión brota y se alimenta el papel "profético" de vuestra misión, que consiste en el "anuncio del reino de los cielos", anuncio indispensable en todos los tiempos y sociedades.

Por tanto, no caigáis nunca en la tentación de alejaros de la intimidad con vuestro Esposo celestial, dejándoos arrastrar excesivamente por los intereses y los problemas de la vida diaria. Los fundadores y las fundadoras de vuestros institutos pudieron ser "pioneros proféticos" en la Iglesia porque nunca perdieron la viva conciencia de que estaban en el mundo pero no eran del mundo, como enseñó claramente Jesús (cf.
Jn 17,14). Siguiendo su ejemplo, se esforzaron por comunicar con palabras y obras concretas el amor de Dios a través de la entrega total de sí mismos, manteniendo siempre la mirada y el corazón fijos en él.

Queridas religiosas, si queréis recorrer fielmente también vosotras las huellas de vuestros fundadores y fundadoras, y ayudar a vuestras hermanas a seguir su ejemplo, cultivad la dimensión "mística" de la vida consagrada, es decir, mantened siempre vuestra alma unida a Dios a través de la contemplación.

Como enseña la Escritura, el "profeta" primero escucha y contempla, luego habla, dejándose impregnar totalmente del amor a Dios, que nada teme y es más fuerte incluso que la muerte. Por eso, el auténtico profeta no se preocupa tanto de hacer obras, lo cual sin duda es importante, pero nunca esencial; se esfuerza, sobre todo, por ser testigo del amor de Dios, tratando de vivirlo en medio de las realidades del mundo, aunque su presencia a veces pueda resultar "incómoda", porque presenta y encarna valores alternativos.

Así pues, vuestra preocupación principal ha de ser ayudar a vuestras hermanas a buscar en primer lugar a Cristo y a ponerse generosamente al servicio del Evangelio. No os canséis de prestar la máxima atención posible a la formación humana, cultural y espiritual de las personas que se os han encomendado, para que sean capaces de responder a los actuales desafíos culturales y sociales. Para cumplir vuestra misión sed las primeras en dar ejemplo de huir de las comodidades, del bienestar, de las conveniencias.

Compartid las riquezas de vuestros carismas con todos los que están comprometidos en la única misión de la Iglesia, que es la construcción del Reino. Con este fin, entablad una serena y cordial colaboración con los sacerdotes, los fieles laicos y especialmente las familias, para salir al encuentro de los sufrimientos, de las necesidades, de las pobrezas materiales y sobre todo espirituales de tantos contemporáneos nuestros. Asimismo, cultivad una sincera comunión y una estrecha colaboración con los obispos, que son los primeros responsables de la evangelización en las Iglesias particulares.

85 Queridas hermanas, vuestra asamblea general se celebra en el tiempo pascual, en el que la liturgia nos invita a proclamar con incesante júbilo: "Este es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo". Que el gozo y la paz de la Pascua os acompañen y permanezcan siempre en vosotras y en cada una de vuestras comunidades. En todas las circunstancias sed mensajeras de esta alegría pascual, como las mujeres que, al ir al sepulcro, lo encontraron vacío y tuvieron la gracia de encontrarse con Cristo resucitado. Con alegría corrieron a dar el anuncio a los Apóstoles.

Que velen sobre vosotras y sobre vuestras respectivas familias religiosas María, Reina de las vírgenes, y vuestros santos y beatos fundadores y fundadoras. A la vez que os encomiendo a su intercesión, de corazón os aseguro un recuerdo en la oración y de buen grado os imparto a todas una especial bendición apostólica.

VIAJE APOSTÓLICO

A BRASIL CON OCASIÓN DE LA V CONFERENCIA GENERAL

DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE


ENTREVISTA CONCEDIDA POR EL SANTO PADRE A LOS PERIODISTAS DURANTE EL VUELO HACIA BRASIL

Miércoles 9 de mayo de 2007



Papa: Buenos días. Estamos sobrevolando el Sahara y vamos hacia el "continente de la esperanza". Yo voy con gran alegría, con muchas esperanzas, a este encuentro con América Latina. Tenemos varios momentos significativos: primero en São Paulo, el encuentro con la juventud; y luego, también en São Paulo, la canonización del primer santo nacido en Brasil, que también me parece una manifestación importante de lo que quiere significar este viaje. Se trata de un santo franciscano que encarnó en Brasil el carisma franciscano y es conocido como un santo de reconciliación y paz. Por tanto, es un signo importante de una personalidad que supo crear paz y así también coherencia social y humana.

Asimismo, otro encuentro importante, en la "Hacienda de la esperanza" (n.d.r., la comunidad de recuperación de drogadictos que el Papa visitaría el sábado por la mañana), un lugar donde se manifiesta la fuerza de curación que posee la fe y que ayuda a abrir los horizontes de la vida. Todos estos problemas de droga, etc., nacen precisamente de una falta de esperanza en el futuro. Es la fe la que abre el futuro y así también sabe curar. Por consiguiente, me parece que es muy importante esta fuerza de curar y de dar esperanza, abriendo un horizonte para el futuro.

Y, por último, el momento que constituye la finalidad principal de este viaje: el encuentro con los obispos que participan en la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe. Es un encuentro que, de por sí, tiene un contenido específicamente religioso: dar la vida en Cristo y ser discípulos de Cristo, sabiendo que todos queremos tener la vida, pero la vida no es plena si no tiene un contenido en sí y además una dirección que seguir. En este sentido, responde a la misión religiosa de la Iglesia y también abre la mirada a las condiciones necesarias para las soluciones a los grandes problemas sociales y políticos de América Latina.

La Iglesia como tal no hace política —respetamos la laicidad—, pero ofrece las condiciones en las que puede madurar una sana política, con la consiguiente solución de los problemas sociales. Por tanto, queremos hacer que los cristianos tomen conciencia del don de la fe, de la alegría de la fe, gracias a la cual es posible conocer a Dios y así conocer también el porqué de nuestra vida. De este modo, los cristianos pueden ser testigos de Cristo y aprender tanto las virtudes personales necesarias como las grandes virtudes sociales: el sentido de la legalidad, que es decisivo para la formación de la sociedad. Conocemos los problemas de América Latina, pero precisamente queremos movilizar esas capacidades, esas fuerzas morales que existen, las fuerzas religiosas, para responder así a la misión específica de la Iglesia y a nuestra responsabilidad universal con respecto al hombre como tal y con respecto a la sociedad como tal.

Santidad, ¿la Iglesia puede hacer algo para superar la violencia, que en Brasil alcanza dimensiones inaceptables?

Papa: Quien tiene fe en Cristo, quien tiene la fe en este Dios que es reconciliación y que con la cruz ha puesto el signo más fuerte contra la violencia, no es violento y ayuda a los demás a superar la violencia. Por eso, lo mejor que podemos hacer es educar en la fe en Cristo, educar a asimilar el mensaje que brota de la persona de Cristo. Ser realmente hombre o mujer de fe significa automáticamente resistir a la violencia; y esto moviliza las fuerzas contra ella.

Santidad, en Brasil hay una propuesta de referéndum sobre el tema del aborto. En la ciudad de México hace dos semanas se despenalizó el aborto. ¿Qué puede hacer la Iglesia para frenar esta tendencia, para que no se extienda a otros países latinoamericanos, teniendo presente que en México incluso el Papa ha sido acusado de injerencia por haber apoyado a los obispos? ¿Está de acuerdo con la Iglesia mexicana en que los parlamentarios que aprueban estas leyes que van contra los valores de Dios deben ser excomulgados?

Papa: Hay una gran lucha de la Iglesia en favor de la vida. Vosotros sabéis que el Papa Juan Pablo II hizo de ella un punto fundamental de todo su pontificado. Escribió una gran encíclica sobre el evangelio de la vida. Naturalmente, seguimos difundiendo este mensaje según el cual la vida es un don y no una amenaza. Me parece que en la raíz de esas legislaciones está, por una parte, cierto egoísmo y, por otra, también una duda sobre el valor de la vida, sobre la belleza de la vida y también una duda sobre el futuro. Y a estas dudas la Iglesia responde sobre todo diciendo: la vida es hermosa, no es algo dudoso, sino un don; incluso en situaciones difíciles la vida sigue siendo siempre un don. Por tanto, es preciso volver a despertar esta conciencia de la belleza del don de la vida. Además, está la duda sobre el futuro: naturalmente, hay muchas amenazas en el mundo, pero la fe nos da la certeza de que Dios siempre es más fuerte y sigue estando presente en la historia, y de que, por consiguiente, también podemos dar con confianza la vida a nuevos seres humanos. Con la conciencia que la fe nos da sobre la belleza de la vida y sobre la presencia providente de Dios en nuestro futuro, podemos resistir a los miedos que están en la raíz de esas legislaciones.


Discursos 2007 79