Discursos 2007 111


VIAJE APOSTÓLICO A BRASIL

CON OCASIÓN DE LA V CONFERENCIA GENERAL

DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE

CEREMONIA DE DESPEDIDA


Aeropuerto de São Paulo

112

Domingo 13 de mayo de 2007



Señor vicepresidente:

Al dejar esta tierra bendita de Brasil, se eleva en mi alma un himno de acción de gracias al Altísimo, que me ha permitido vivir aquí horas intensas e inolvidables, con la mirada dirigida a la Señora Aparecida que, desde su santuario, ha presidido el inicio de la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe.

En mi memoria quedarán grabadas para siempre las manifestaciones de entusiasmo y de profunda piedad de este pueblo de la Tierra de la Santa Cruz que, junto a la multitud de peregrinos provenientes de todo el continente de la esperanza, ha sabido dar una fuerte demostración de fe en Cristo y de amor al Sucesor de Pedro. Pido a Dios que ayude a los responsables, tanto en el ámbito religioso como en el civil, a impulsar decididamente las iniciativas que todos esperan para el bien común de la gran familia latinoamericana.

Mi saludo final, lleno de gratitud, va al señor presidente de la República, al Gobierno de esta nación y del Estado de São Paulo, así como a las demás autoridades brasileñas, que me han dispensado tantos gestos de delicadeza durante estos días.

También expreso mi agradecimiento a las autoridades consulares, cuya diligente actuación facilitó en gran medida la participación de las respectivas naciones en estos días de reflexión, oración y compromiso por el bien común de los participantes en este gran acontecimiento.

Dirijo un pensamiento particular de estima fraterna, con profundo reconocimiento, a los señores cardenales, a mis hermanos en el episcopado, a los sacerdotes y los diáconos, a los religiosos y las religiosas, y a los organizadores de la Conferencia. Todos han contribuido a hacer espléndidas estas jornadas, dejando a quienes han participado en ellas llenos de alegría y de esperanza —"gaudium et spes"— en la familia cristiana y en su misión en medio de la sociedad.

Tened la certeza de que os llevo a todos en mi corazón, del que brota la bendición que os imparto y que hago extensiva a todos los pueblos de América Latina y del mundo.

¡Muchas gracias!




A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE MALÍ EN VISITA "AD LIMINA"

Viernes 18 de mayo de 2007



Queridos hermanos en el episcopado:

113 Os acojo con alegría, pastores de la Iglesia en Malí, mientras realizáis vuestra visita ad limina Apostolorum. Para vosotros y para la vida de vuestras comunidades diocesanas es un momento importante, que manifiesta la comunión de vuestras Iglesias locales con el Sucesor de Pedro y con la Iglesia universal, y os ayudará a perseverar en el dinamismo misionero. Vuestras Iglesias locales tienen un lugar en el corazón y en la oración del Papa. Agradezco a monseñor Jean-Gabriel Diarra, presidente de vuestra Conferencia episcopal, las amables palabras que ha pronunciado en vuestro nombre y su presentación de las realidades de la Iglesia en vuestro país.

Feliz de constatar la estima de que goza la comunidad católica maliense ante las autoridades y la población, quisiera saludar afectuosamente a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a todos los fieles laicos de vuestras diócesis. Los aliento a vivir con generosidad el Evangelio de Cristo, que han recibido de sus padres en la fe. Mi saludo se dirige también a todos los habitantes de Malí, pidiendo a Dios que bendiga a cada familia y conceda que todos vivan en paz y fraternidad.

Queridos hermanos en el episcopado, al buscar vuestra unidad interior y la fuente de vuestras energías en la caridad pastoral, alma de vuestro apostolado, así como en el afecto que manifestáis a la grey que se os ha encomendado, vuestro ministerio tendrá su pleno desarrollo y una eficacia renovada. Sed pastores celosos, guiando al pueblo de Dios como hombres de fe, con confianza y valentía, sabiendo estar cerca de todos, para suscitar la esperanza, incluso en las situaciones más difíciles. En efecto, "a imagen de Jesucristo y siguiendo sus huellas, el obispo sale también a anunciarlo al mundo como Salvador del hombre, de todo hombre. Como misionero del Evangelio, actúa en nombre de la Iglesia, experta en humanidad y cercana a los hombres de nuestro tiempo" (Pastores gregis ).

Guiados por una caridad sincera y por una solicitud particular, sois para cada uno de vuestros sacerdotes un padre, un hermano y un amigo. Ellos cooperan generosamente en vuestra misión apostólica, viviendo a menudo en situaciones humanas y espirituales difíciles. Hoy, que el clero diocesano está llamado a desempeñar un papel más activo en la evangelización, en colaboración fraterna y confiada con los misioneros, cuya obra valiente alabo, es necesario que los sacerdotes vivan su identidad sacerdotal entregándose totalmente al Señor mediante el servicio desinteresado a sus hermanos, sin desanimarse ante las dificultades que tienen que afrontar.

En una comunión cada vez más íntima con Aquel que los ha llamado, encontrarán la unidad de su vida así como la fuerza para su ministerio al servicio de los hombres y las mujeres que se les han encomendado, a pesar de la dispersión de las ocupaciones diarias. La vida de oración y la vida sacramental son para los sacerdotes una auténtica prioridad pastoral, que les ayudará a responder con determinación a la llamada a la santidad recibida del Señor y a la misión de guiar a los fieles por ese mismo camino. Como escribí en la encíclica Deus caritas est, no deben olvidar jamás que "quien reza no desperdicia su tiempo, aunque todo haga pensar en una situación de emergencia y parezca impulsar sólo a la acción" ().

Para que los sacerdotes puedan trabajar eficazmente en la evangelización y contribuir al crecimiento espiritual de la comunidad cristiana, debe cuidarse con gran esmero su formación. No ha de limitarse a la transmisión de nociones abstractas. Debe preparar a los candidatos para el ministerio sacerdotal, por eso ha de estar efectivamente unida a las realidades de la misión y de la vida presbiteral. La formación humana es la base de la formación sacerdotal. Una atención particular a su madurez afectiva les permitirá dar una respuesta libre a la vida en el celibato y en la castidad, don valioso de Dios, y a tener una sólida conciencia a lo largo de toda su existencia.

Ahora que la Iglesia que está en vuestro continente se prepara para celebrar la II Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos, el compromiso de los fieles al servicio de la reconciliación, de la justicia y de la paz es un imperativo urgente. Por tanto, los laicos deben tomar nueva conciencia de su misión particular en el seno de la única misión de la Iglesia y de las exigencias espirituales que implica para su existencia. Si se comprometen resueltamente en la edificación de una sociedad justa, solidaria y fraterna, serán también mensajeros auténticos de la buena nueva de Jesús y contribuirán a la venida del reino de Dios, santificando el mundo e infundiéndole el espíritu del Evangelio.

Para que esta participación en la transformación de la sociedad sea eficaz, es indispensable formar laicos competentes para servir al bien común. Esta formación, en la que el conocimiento de la doctrina social de la Iglesia es un elemento esencial, debe tener en cuenta su compromiso en la vida civil, para que sean capaces de afrontar las tareas diarias en los campos político, económico, social y cultural, mostrando que la honradez en la vida pública abre el camino a la confianza por parte de todos y a una sana gestión de los asuntos.

Mediante la acción de las comunidades religiosas y de laicos comprometidos, la Iglesia aporta también una contribución apreciable a la vida de la sociedad, particularmente mediante su obra educativa en favor de las generaciones jóvenes, mediante su atención a las personas que sufren y, de manera general, mediante sus obras caritativas. Sin embargo, estas obras deben ser efectivamente expresión de la presencia amorosa de Dios en medio de las personas necesitadas.

Como señalé en mi encíclica Deus caritas est, la actividad caritativa de la Iglesia tiene un perfil específico; por eso, es importante que "mantenga todo su esplendor y no se diluya en una organización asistencial genérica, convirtiéndose simplemente en una de sus variantes" (n. ). El apoyo efectivo de los responsables de la nación a estas obras educativas, sociales y sanitarias, que están al servicio de toda la población, sin excepción, no puede menos de ser una ayuda valiosa para el desarrollo de la sociedad misma.

Queridos hermanos en el episcopado, vuestras relaciones quinquenales muestran que la pastoral del matrimonio es una preocupación notable en la vida de vuestras diócesis. En efecto, ahora que el número de matrimonios cristianos sigue siendo relativamente escaso, la Iglesia tiene el deber de ayudar a los bautizados, especialmente a los jóvenes, a comprender la belleza y la dignidad de este sacramento en la existencia cristiana.

114 Para responder al temor expresado a menudo ante el carácter definitivo del matrimonio, una sólida preparación, con la colaboración de laicos y expertos, permitirá también a las parejas cristianas permanecer fieles a las promesas del matrimonio. Tomarán conciencia de que la fidelidad de los esposos y la indisolubilidad de su alianza, cuyo modelo es la fidelidad manifestada por Dios en la alianza indestructible que él mismo estableció con el hombre, son una fuente de felicidad para quienes se unen. Y esta felicidad será también la de sus hijos, reflejos del amor que se tienen sus padres.

Una educación humana y cristiana impartida desde la infancia y fundada en el ejemplo de los padres permitirá a los hijos acoger los gérmenes de la fe y después hacer que se desarrollen en ellos. Con este espíritu, doy gracias por los jóvenes que aceptan escuchar la llamada de Dios a servirlo en el sacerdocio y en la vida consagrada.

Por último, quiero expresar mi satisfacción de saber que los fieles católicos de Malí mantienen relaciones cordiales con sus compatriotas musulmanes. Es fundamental que se preste una justa atención a su profundización, para favorecer la amistad y una colaboración fructuosa entre cristianos y musulmanes. Por ello es legítimo que la identidad propia de cada comunidad pueda expresarse visiblemente, en el respeto mutuo, reconociendo la diversidad religiosa de la comunidad nacional y favoreciendo una coexistencia pacífica, en todos los niveles de la sociedad. Entonces será posible que todos caminen juntos, con un compromiso común en favor de la justicia, la concordia y la paz.

Para terminar, queridos hermanos en el episcopado, os expreso mi aliento afectuoso en vuestra misión al servicio del Evangelio de Cristo. La esperanza cristiana que debe animaros es un apoyo para la fe y un estímulo para la caridad. Que Nuestra Señora de Malí proteja a todas las familias de vuestra nación. A cada uno de vosotros, a vuestros sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los seminaristas, a los catequistas y a todos los laicos de vuestras diócesis, imparto de todo corazón una afectuosa bendición apostólica.


A UN CONGRESO INTERNACIONAL ORGANIZADO POR LA FUNDACIÓN "CENTESIMUS ANNUS, PRO PONTIFICE"

Sala Clementina

Sábado 19 de mayo de 2007



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado;
queridos amigos:

Es para mí motivo de gran placer acogeros durante esta visita que sigue a la celebración de la Eucaristía, en la que habéis participado esta mañana en la basílica de San Pedro. Os dirijo a cada uno mi cordial saludo y, en primer lugar, al señor cardenal Attilio Nicora, presidente de la Administración del patrimonio de la Sede apostólica, agradeciendo a todos los representantes las palabras que me han dirigido. Mi saludo va asimismo al conde Lorenzo Rossi de Montelera, vuestro presidente, a los obispos y a los sacerdotes presentes, y se extiende a todos los miembros de vuestra benemérita asociación, también a los que no han podido participar en este encuentro, así como a vuestros familiares.

Durante vuestra reunión de este año habéis reflexionado sobre el compromiso fundamental que caracteriza a la Fundación Centesimus annus, pro Pontifice, es decir, profundizar los aspectos más actuales de la doctrina social de la Iglesia con referencia a los problemas y los desafíos más urgentes del mundo actual. En segundo lugar, habéis venido a presentar al Papa el fruto de vuestra generosidad, a fin de que disponga de él para responder a las numerosas peticiones de ayuda que le llegan de todas las partes del mundo. Y, os aseguro que verdaderamente son muchas. Así pues, gracias por vuestra contribución, gracias por lo que hacéis y por el empeño con que os dedicáis a las actividades de vuestra asociación, querida por mi venerado predecesor Juan Pablo II.

115 Aprovecho esta ocasión para ofrecer a vuestra consideración algunas breves reflexiones sobre el tema social, amplio y estimulante, que os ha ocupado durante vuestros trabajos. En efecto, habéis analizado desde el punto de vista económico y social el cambio que se está produciendo en los países "emergentes", con sus repercusiones de carácter cultural y religioso. En particular, habéis fijado vuestra atención en las naciones de Asia, caracterizadas por fuertes dinámicas de crecimiento económico, pero que no siempre implican un desarrollo social real, y las de África, donde, por desgracia, el crecimiento económico y el desarrollo social encuentran muchos obstáculos y desafíos.

Lo que estos pueblos necesitan, como por lo demás los de todas las partes de la tierra, es sin duda alguna un progreso social y económico armonioso y de dimensión realmente humana. A este propósito, me complace citar un incisivo pasaje de la encíclica Centesimus annus del amado Juan Pablo II, donde afirma que «el desarrollo no debe ser entendido de manera exclusivamente económica, sino bajo una dimensión humana integral». Y añade que «no se trata solamente de elevar a todos los pueblos al nivel del que gozan hoy los países más ricos, sino de fundar sobre el trabajo solidario una vida más digna, hacer crecer efectivamente la dignidad y la creatividad de toda persona, su capacidad de responder a la propia vocación y, por tanto, a la llamada de Dios» (n.
CA 29).

Encontramos aquí una enseñanza constante de la doctrina social de la Iglesia, reafirmada en numerosas ocasiones por mis predecesores durante estos últimos decenios. Precisamente este año se celebra el 40° aniversario de la publicación de una gran encíclica social del siervo de Dios Pablo VI, la Populorum progressio. En ese texto, citado muchas veces en los documentos sucesivos, aquel gran Pontífice ya afirmaba con fuerza que «el desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico», pues, «para ser auténtico, debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre» (n. PP 14).

La atención a las verdaderas exigencias del ser humano, el respeto a la dignidad de toda persona y la búsqueda sincera del bien común son los principios inspiradores que se han de tener presentes cuando se proyecta el desarrollo de una nación. Pero, por desgracia, esto no siempre sucede. En la sociedad actual globalizada se registran a menudo desequilibrios paradójicos y dramáticos. En efecto, cuando se considera el incremento sostenido de los índices de crecimiento económico, cuando se analizan las problemáticas relacionadas con el progreso moderno, sin excluir la elevada contaminación y el consumo irresponsable de los recursos naturales y ambientales, resulta evidente que sólo un proceso de globalización atento a las exigencias de la solidaridad puede garantizar a la humanidad un futuro de auténtico bienestar y de paz estable para todos.

Queridos amigos, sé que vosotros, profesionales y fieles laicos activamente comprometidos en el mundo, queréis contribuir a resolver estas problemáticas a la luz de la doctrina social de la Iglesia. Otro de vuestros objetivos es promover la cultura de la solidaridad y favorecer un desarrollo económico atento a las expectativas reales de las personas y de los pueblos. A la vez que os animo a proseguir vuestro compromiso, quisiera reafirmar que sólo de la unión ordenada de los tres niveles irrenunciables del desarrollo —económico, social y humano— puede nacer una sociedad libre y solidaria.

Comparto de buen grado, en esta circunstancia, lo que el Papa Montini expresó con claridad apasionada en su ya citada encíclica Populorum progressio: «Si para llevar a cabo el desarrollo se necesitan técnicos, cada vez en mayor número, para este mismo desarrollo se exige más todavía pensadores de reflexión profunda que busquen un humanismo nuevo, el cual permita al hombre moderno hallarse a sí mismo, asumiendo los valores superiores del amor, de la amistad, de la oración y de la contemplación» (n. PP 20).


Esta es vuestra misión; esta es la tarea que el Señor os encomienda al servicio de la Iglesia y de la sociedad, y sé que la estáis realizando con celo y generosidad. Al respecto, he sabido con placer que vuestra Fundación está extendiendo su presencia en diversos países de Europa y América. Me alegra verdaderamente. Sobre vosotros y sobre vuestras iniciativas, así como sobre vuestras familias, invoco la abundante bendición de Dios.


AL FINAL DE UN CONCIERTO OFRECIDO AL PAPA POR LOS OBISPOS ITALIANOS

Miércoles 23 de mayo de 2007



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amables señores y señoras:

116 Esta tarde, pocos días antes de la conclusión del tiempo pascual -el próximo domingo celebraremos la solemnidad de Pentecostés-, hemos tenido una nueva oportunidad de meditar sobre el acontecimiento admirable de la resurrección de Cristo. La ocasión nos la ha dado la ejecución de este sugestivo oratorio, que la Conferencia episcopal italiana, reunida en asamblea general, ha querido ofrecerme a mí y a mis colaboradores con motivo de mi 80° cumpleaños y como coronamiento de la visita ad limina de los prelados de Italia, que se ha realizado durante este año pastoral en un clima de profunda comunión eclesial.

Gracias, venerados y queridos hermanos obispos italianos, por este grato regalo. Hemos escuchado juntos la evocación de personajes y escenas del Evangelio que nos remiten al misterio central de nuestra fe: la resurrección del Señor. Hemos podido gustar una composición poética para concierto, caracterizada por una armoniosa síntesis de expresividad artística y simbología espiritual, melodía y estimulantes pistas de meditación.

Al final de este hermoso concierto, siento la necesidad de dar las gracias a quienes lo han promovido, preparado atentamente y ahora ejecutado de modo magistral. Ante todo, quisiera expresar mi agradecimiento al arzobispo Angelo Bagnasco, que desde hace algunos meses ha asumido la guía de la Conferencia episcopal italiana como presidente. Lo saludo con afecto y le agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido al inicio de este encuentro, y le aseguro mi benevolencia, acompañada con una constante oración por la importante tarea que está llamado a desempeñar al servicio de la Iglesia en Italia.

Saludo a los señores cardenales, a los obispos, a los sacerdotes, a las autoridades presentes y a cuantos no han querido faltar a esta velada musical. Con sincera gratitud saludo al coro, con el maestro Marco Faelli y la orquesta de la Arena de Verona, dirigidos por el maestro Julian Kovatchev. Doy las gracias al coro de voces blancas "Alive" y al maestro Paolo Facincani, así como al de voces blancas "Benjamin Britten", dirigido por el maestro Marco Tonini. A cada uno de vosotros, queridos artistas y músicos, os expreso mi agradecimiento cordial por la admirable ejecución de este oratorio sagrado, cuya parte musical compuso Alberto Colla y cuyo texto poético escribió Roberto Mussapi: a ellos va mi vivo aprecio y mi gratitud.

He dicho al inicio que esta velada musical nos ha permitido meditar en el acontecimiento central de nuestra fe: la resurrección de Cristo. El título Resurrexi, "he resucitado", tomado del incipit latino de la antífona de entrada de la misa de Pascua, es como la autopresentación de Jesús, que en la liturgia se identifica y se hace reconocer precisamente en su condición de Resucitado. El oratorio hace revivir los sentimientos de asombro y de gozo que experimentaron los primeros testigos oculares de la Resurrección. A través de cinco "cuadros", armoniosamente enlazados en una trama melódica y poética, los autores de este melodrama nos han ayudado a meditar en el alba del tercer día, llena de luz deslumbrante, que abrió el corazón de los Apóstoles y les permitió comprender en su pleno significado los acontecimientos dramáticos de la muerte y la resurrección del divino Maestro, así como sus gestos precedentes y las enseñanzas de su vida.

La Pascua constituye el corazón del cristianismo. Para cada creyente y para cada comunidad eclesial es importante el encuentro con Jesucristo crucificado y resucitado. Sin esta experiencia personal y comunitaria, sin una íntima amistad con Jesús, la fe es superficial y estéril. Deseo vivamente que también este oratorio, que hemos seguido con religiosa atención y participación, nos ayude a madurar en nuestra fe. En la Pascua de Cristo se anticipa la vida nueva del mundo resucitado: si estamos firmemente convencidos de ello, nuestro testimonio evangélico será, en consecuencia, más consciente y nuestro celo apostólico más ardiente.

Que nos obtenga este don el Espíritu Santo, que descendió con abundancia en Pentecostés sobre la Iglesia naciente. Con estos sentimientos, a la vez que renuevo, también en nombre de los presentes, un agradecimiento cordial a quienes idearon esta velada, así como a los apreciados maestros, a los componentes de la orquesta y a los cantores, imparto a todos de corazón una especial bendición apostólica.


A UNA DELEGACIÓN BÚLGARA CON OCASIÓN DE LA FIESTA


DE SAN CIRILIO Y SAN METODIO

Jueves 24 de mayo de 2007



Señor presidente del Parlamento;
ilustres miembros del Gobierno;
venerados hermanos representantes de la Iglesia ortodoxa y de la Iglesia católica:

117 Me complace daros a cada uno mi cordial bienvenida en la memoria litúrgica de san Cirilo y san Metodio. Esta ocasión es muy propicia para manifestar mi estima y mi cercanía al pueblo búlgaro, que también hoy ha querido dar testimonio de sus raíces cristianas mediante el envío de esta delegación. En este gesto veo también el deseo de reafirmar las propias tradiciones europeas, profundamente impregnadas de valores evangélicos.

Ciertamente, dado su origen, la historia de Bulgaria precede a la revelación cristiana. Pero es indudable que la nación ha encontrado en el Evangelio un manantial de valores capaz de reforzar la cultura, la identidad y el genio típico del pueblo. De este modo, la enseñanza de los Hermanos de Tesalónica ha contribuido a modelar la fisonomía espiritual del pueblo búlgaro, permitiendo su inserción con pleno derecho en la tradición cultural del continente europeo.

Después de la triste y dura dominación comunista, Bulgaria tiende hoy a la plena integración con las demás naciones europeas. Teniendo como referencia precisamente las enseñanzas de Cirilo y Metodio, esta noble nación podrá reforzar los objetivos logrados hasta ahora, acudiendo a esa fuente de preciosos valores humanos y espirituales que ha alimentado su vida y su desarrollo.

Deseo ardientemente que los fundamentos culturales y espirituales presentes en la sociedad búlgara no sólo se sigan cultivando en el territorio de la República, sino que, con su valiosa contribución, se defiendan y se propongan también en los organismos internacionales en los que ahora es protagonista autorizada. En particular, deseo que Bulgaria y su pueblo conserven y promuevan las virtudes cristianas que derivan de las enseñanzas de san Cirilo y san Metodio, hoy más actuales y necesarias que nunca. En esta circunstancia, quiero recordar que tengo siempre presentes los pensamientos y las preocupaciones del pueblo búlgaro, y que por eso le aseguro mi oración y mi cercanía espiritual.

Con estos sentimientos, renuevo la expresión de mi estima y, asegurando que la Santa Sede seguirá el camino de esta nación con amistosa atención, le renuevo a usted, señor presidente, y a los honorables componentes de la delegación, mi bendición y mi saludo, que hago extensivos también a todos los ciudadanos de la querida República búlgara.

ALOCUCIÓN DE L SANTO PADRE BENEDICTO XVI


A UNA DELEGACIÓN DE LA ANTIGUA REPÚBLICA YUGOSLAVA


DE MACEDONIA CON OCASIÓN DE LA FIESTA


DE SAN CIRILO Y SAN METODIO

Jueves 24 de mayo de 2007

Señor presidente del Parlamento;
ilustres miembros del Gobierno;
venerados hermanos representantes de la Iglesia ortodoxa y de la Iglesia católica:

Conservo aún vivo el recuerdo del reciente encuentro durante el cual su excelencia el señor primer ministro me transmitió el cordial saludo del primer magistrado de vuestro país. Recuerdo también con placer los intercambios epistolares que le siguieron como testimonio de las amistosas y buenas relaciones existentes entre la Sede apostólica y la República que vosotros representáis aquí dignamente. Esta colaboración comprende tanto aspectos civiles como religiosos, y es vivo el deseo de que se intensifique cada vez más.

También este encuentro, que tiene lugar con ocasión de la tradicional celebración de la memoria litúrgica de san Cirilo y san Metodio, se inserta en este contexto de estima y amistad mutuas. A estos dos grandes apóstoles del Evangelio, maestros en la fe de los pueblos eslavos, los invocan como intercesores y protectores todos los católicos de Europa, deseosos de conservar inalterado el patrimonio espiritual que nos han transmitido y de construir juntos un futuro de progreso y de paz para todos.

118 Al daros mi más cordial bienvenida, hago mío el deseo manifestado por vosotros de que no sólo se comparta el patrimonio espiritual del que sois herederos, sino que también se reserve a vuestra peculiar identidad la debida consideración, que esperáis de parte de los otros pueblos europeos cercanos a vosotros por tradición y por cultura.

Estos santos copatronos de Europa, a los que con pleno derecho os referís, trazaron un sendero humano y espiritual que hace de vuestra tierra un lugar de encuentro entre diversas exigencias culturales y religiosas. La armonización pacífica de las aspiraciones de los pueblos que viven en ella proyecta sobre el continente europeo un escenario de confrontación efectiva y fecunda, que la Santa Sede ve con agrado.

Deseo cordialmente que conservéis siempre con fidelidad la herencia de vuestros dos santos protectores, de modo que vuestra voz, tanto en el campo civil como en el religioso, pueda escucharse y tenerse en la debida consideración.

A la vez que imploro de Dios serenidad y paz para vuestra patria, en esta singular circunstancia me complace renovaros a cada uno la expresión de la benevolencia de la Sede apostólica. Acompaño estos cordiales sentimientos con la seguridad de mi estima personal y de mi amistad.

Una vez más os expreso mis mejores deseos y los confirmo con la oración que elevo a Dios por vosotros, por las autoridades y por el pueblo macedonio


A LA ASAMBLEA DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA

Jueves 24 de mayo de 2007



Queridos hermanos obispos italianos:

Hoy, con ocasión de vuestra 57ª asamblea general, tenemos una nueva y feliz oportunidad de encontrarnos y vivir un momento de intensa comunión. Saludo a vuestro nuevo presidente, mons. Angelo Bagnasco, y le agradezco de corazón las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros. Renuevo mi gratitud al cardenal Camillo Ruini, que durante muchos años, en calidad de presidente, ha prestado su servicio a vuestra Conferencia. Saludo a los tres vicepresidentes y al secretario general. Os saludo con afecto a cada uno de vosotros, reviviendo los sentimientos de amistad y comunión que os manifesté personalmente con motivo de vuestra visita ad limina.

Para mí este encuentro con todos los pastores de la Iglesia en Italia es un bellísimo recuerdo. De este modo he aprendido la geografía "exterior", pero sobre todo la geografía "espiritual" de la hermosa Italia. Realmente he podido entrar en lo más íntimo de la vida de la Iglesia, en la que sigue existiendo mucha riqueza, mucha vitalidad de fe; en este difícil período que estamos viviendo no faltan los problemas, pero se ve también que la fuerza de la fe actúa profundamente en las almas. Incluso donde la fe parece apagada, permanece una pequeña llama y nosotros podemos reavivarla.

Precisamente quiero hablaros de la visita ad limina que habéis realizado en los meses pasados, porque fue para mí un gran consuelo y una experiencia de alegría, además de ocasión para conoceros mejor a vosotros y vuestras diócesis, y para compartir con vosotros las satisfacciones y las preocupaciones que acompañan la solicitud pastoral. El conjunto de esos encuentros con vosotros me confirmó ante todo en la certeza de que en Italia la fe está viva y profundamente arraigada, y que la Iglesia es una realidad de pueblo, capilarmente cercana a las personas y a las familias.

Indudablemente hay situaciones muy diferentes en este país rico en historia, también religiosa, y caracterizado por múltiples herencias así como por diversas condiciones de vida, de trabajo y de renta. Sin embargo, la fe católica y la presencia de la Iglesia siguen siendo el gran factor unificador de esta amada nación y un valioso depósito de energías morales para su futuro.

119 Naturalmente, estas consoladoras realidades positivas no nos hacen ignorar o subestimar las dificultades que existen y las asechanzas que pueden aumentar con el paso del tiempo y de las generaciones. En las imágenes que nos propone el debate público y que el sistema de las comunicaciones amplifica, pero también, aunque en medida diversa, en la vida y en el comportamiento de las personas, constatamos cada día el peso de una cultura impregnada de relativismo moral, pobre en certezas y, en cambio, rica en reivindicaciones a menudo injustificadas.

También sentimos la necesidad de fortalecer la formación cristiana mediante una catequesis más sustanciosa, para la cual puede prestar un gran servicio el Compendio del Catecismo de la Iglesia católica. Asimismo, hace falta el esfuerzo constante por poner a Dios cada vez más en el centro de la vida de nuestras comunidades, dando el primado a la oración, a la amistad personal con Jesús y, por tanto, a la llamada a la santidad.

En particular, conviene prestar gran atención a las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, y cuidar mucho la formación permanente y las condiciones en que viven y trabajan los sacerdotes, pues, de modo especial en algunas regiones, precisamente el número demasiado escaso de sacerdotes jóvenes constituye ya ahora un grave problema para la acción pastoral.

Juntamente con toda la comunidad cristiana, pidamos al Señor con confianza y con humilde insistencia el don de nuevos y santos obreros para su mies (cf.
Mt 9,37-38). Sabemos que alguna vez el Señor nos hace esperar, pero también sabemos que quien llama no lo hace en vano. Por tanto, sigamos orando al Señor, con confianza y con paciencia, para que nos dé nuevos y santos "obreros".

Queridos hermanos en el episcopado, poco antes del inicio de la visita ad limina, estos temas fueron objeto de la Asamblea de la Iglesia italiana en Verona. Conservo en mi corazón un recuerdo profundo y grato de la jornada que pasé con vosotros en esa ocasión y me alegran los resultados que se lograron en la Asamblea. Ahora, fundamentalmente, se trata de proseguir el camino, para hacer cada vez más efectivo y concreto el "gran sí" que Dios, en Jesucristo, dio al hombre y a su vida, al amor humano, a nuestra libertad y a nuestra inteligencia. En ese "sí" se resume el sentido mismo de la Asamblea.

Partir de este hecho y hacer que todos lo perciban —es decir, hacer que comprendan que el cristianismo es un gran "sí", un "sí" que viene de Dios mismo y se concreta en la Encarnación del Hijo— me parece de suma importancia. Sólo si situamos nuestra existencia cristiana dentro de este "sí", si penetramos profundamente en la alegría de este "sí", podremos luego realizar la vida cristiana en todas las fases de nuestra existencia, incluso en las difíciles de la vida cristiana actual.

Así pues, me alegra que en esta asamblea hayáis aprobado la Nota pastoral que recoge e impulsa de nuevo los frutos del trabajo llevado a cabo en la Asamblea de Verona. Es muy importante que la esperanza en Jesús resucitado, el espíritu de comunión y la voluntad de testimonio misionero que animaron y sostuvieron el camino preparatorio y luego la celebración de la Asamblea de Verona sigan alimentando la vida y el compromiso multiforme de la Iglesia en Italia.

El tema principal de vuestra asamblea guarda relación estrecha, a su vez, con los objetivos de la Asamblea de Verona. En efecto, estáis reflexionando sobre "Jesucristo, único Salvador del mundo: la Iglesia en misión, ad gentes y entre nosotros". Por tanto, en una perspectiva de evangelización articulada, pero en fin de cuentas justamente unitaria, porque siempre se trata de anunciar y testimoniar a Jesucristo mismo, abrazáis sea a los hijos de los pueblos que se están abriendo por primera vez a la fe, sea a los hijos de esos pueblos que vienen ahora a vivir y trabajar en Italia, sea a nuestra gente, que a veces se ha alejado de la fe y ciertamente está sometida a la presión de las tendencias secularizadoras que quisieran dominar la sociedad y la cultura en este país y en toda Europa. A todos y cada uno deben dirigirse la misión de la Iglesia y nuestra solicitud de pastores: creo que debo recordarlo de modo particular en este 50° aniversario de la encíclica Fidei donum de Pío XII.

Me alegra que hayáis decidido poner en la base del compromiso misionero la verdad fundamental según la cual Jesucristo es el único Salvador del mundo, pues la certeza de esta verdad proporcionó desde el inicio el impulso decisivo para la misión cristiana. Como reafirmó la declaración Dominus Iesus, también hoy debemos tener plena conciencia de que del misterio de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, vivo y presente en la Iglesia, brotan la unicidad y la universalidad salvífica de la revelación cristiana y, por tanto, la tarea irrenunciable de anunciar a todos, sin cansarse o resignarse, al mismo Jesucristo, que es el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6).

Me parece que, si vemos el panorama de la situación del mundo de hoy, se puede entender —incluso humanamente, casi sin necesidad de recurrir a la fe— que el Dios que tomó un rostro humano, el Dios que se encarnó, que tiene el nombre de Jesucristo y que sufrió por nosotros, este Dios es necesario para todos, es la única respuesta a todos los desafíos de este tiempo.

La estima y el respeto hacia las demás religiones y culturas, con las semillas de verdad y de bondad que contienen y que constituyen una preparación para el Evangelio, son particularmente necesarios hoy, en un mundo que crece cada vez más interrelacionado. Pero no puede disminuir la conciencia de la originalidad, plenitud y unicidad de la revelación del verdadero Dios, que se nos dio definitivamente en Cristo, y tampoco puede atenuarse o debilitarse la vocación misionera de la Iglesia.

120 El clima cultural relativista que nos rodea hace cada vez más importante y urgente arraigar y hacer madurar en todo el cuerpo eclesial la certeza de que Cristo, el Dios con rostro humano, es nuestro verdadero y único Salvador. El libro "Jesús de Nazaret" —un libro personalísimo, no del Papa, sino de este hombre— ha sido escrito con esta intención: que de nuevo podamos ver, con el corazón y la razón, que Cristo es realmente Aquel a quien espera el corazón humano.

Queridos hermanos, como obispos italianos, tenéis una responsabilidad precisa no sólo con respecto a las Iglesias que se os han encomendado, sino también con respecto a la nación entera. Con un pleno y cordial respeto de la distinción entre Iglesia y política, entre lo que pertenece al César y lo que pertenece a Dios (cf.
Mt 22,21), no podemos menos de preocuparnos de lo que es bueno para el hombre, criatura e imagen de Dios: en concreto, del bien común de Italia. Esta atención al bien común la habéis demostrado claramente con la Nota, aprobada por el Consejo episcopal permanente, sobre la familia fundada en el matrimonio y sobre las iniciativas legislativas concernientes a las uniones de hecho, actuando en plena consonancia con la enseñanza constante de la Sede apostólica.

En este contexto, la recientísima manifestación en favor de la familia, que se realizó por iniciativa del laicado católico, pero en la que participaron también muchos no católicos, fue una grande y extraordinaria fiesta de pueblo, que confirmó que la familia misma está profundamente arraigada en el corazón y en la vida de los italianos. Ciertamente, ese acontecimiento ha contribuido a hacer visible a todos el significado y el papel de la familia en la sociedad, que especialmente hoy necesita ser comprendido y reconocido, ante una cultura que se engaña al querer favorecer la felicidad de las personas insistiendo unilateralmente en la libertad de los individuos. Por tanto, toda iniciativa del Estado en favor de la familia como tal no puede por menos de ser apreciada y estimulada.

Esa misma atención a las auténticas necesidades de la gente se manifiesta en el servicio diario a las múltiples formas de pobreza, tanto antiguas como nuevas, tanto visibles como ocultas; es un servicio en el que colaboran muchos organismos eclesiales, comenzando por vuestras diócesis, las parroquias, la Cáritas, y muchas otras organizaciones de voluntariado. Insistid, queridos hermanos en el episcopado, en promover y animar este servicio, para que en él resplandezca siempre el auténtico amor de Cristo y todos puedan constatar que no existe separación alguna entre la Iglesia custodia de la ley moral, escrita por Dios en el corazón del hombre, y la Iglesia que invita a los fieles a ser buenos samaritanos, reconociendo a su prójimo en cada persona que sufre.

Por último, deseo recordaros que tenemos otra cita en Loreto, a inicios de septiembre, para la peregrinación y encuentro que lleva por nombre "Ágora de los jóvenes italianos" y que tiene como finalidad insertar más profundamente a los jóvenes en el camino de la Iglesia después de la Asamblea de Verona y prepararlos para la Jornada mundial de la juventud del año próximo en Sydney.

Sabemos bien que la formación cristiana de las nuevas generaciones es tal vez la tarea más difícil que debe realizar la Iglesia, pero es sumamente importante. Por eso, iremos a Loreto juntamente con nuestros jóvenes a fin de que la Virgen María los ayude a enamorarse cada vez más de Jesucristo, a estar dentro de la Iglesia, reconocida como compañía digna de confianza, y a comunicar a los hermanos la gozosa certeza de que Dios los ama.

Queridos obispos italianos, en el ejercicio de nuestro ministerio encontramos hoy, como siempre, no pocas dificultades, pero también mucho más abundantes consolaciones del Señor, transmitidas a través de los testimonios de afecto de nuestro pueblo. Demos gracias a Dios por todo esto y prosigamos nuestro camino fortificados por la comunión que nos une y que hoy hemos experimentado nuevamente.

Con estos sentimientos os aseguro mi oración por vosotros, por vuestras Iglesias y por Italia, e imparto de corazón a vosotros y a todos vuestros fieles la bendición apostólica.




Discursos 2007 111